23

—¡Louis-Cesare! —grité tan alto como pude, pero la pared que parecía ondear en la niebla me devolvió el grito.

Si estaba escuchando, no había señal de ello. Pero alguien más lo hizo. Como a través de un micrófono malo, aguda y demasiado alta, la voz de Jonathan se escuchó de repente por todos los sitios.

—Tus amigos duendes están afuera, dhampir. No, no, yo no puedo ir por ahí. —Se rió nerviosamente como si estar atrapado en un edificio que se quemaba a su alrededor fuera gracioso.

El miedo sustituyó a la furia detrás de mis costillas. Había salido de muchas situaciones difíciles gracias a mi palabrería, pero nadie puede razonar con un hombre loco. Especialmente un hombre que estaba completamente loco. Aunque tampoco tenía muchas más opciones.

—¡Jonathan! Dame al vampiro y podremos hablar.

Más risas nerviosas hicieron eco por todos sitios, como si las paredes se estuvieran riendo. Jonathan tenía el poder y era probable que hiciera cualquier cosa. Tenía que cogerle antes de que decidiera que podía volar, o algo igualmente loco, y se llevara a Louis-Cesare con él en su aventura. Flexioné los músculos, sintiendo pequeños pinchazos de dolor en mis piernas cuando la sensación volvió. Marcas de quemaduras pequeñas, la mayoría de la ceniza que flotaba, acribillaban mis pantalones, pero no había ningún daño grave. Siempre y cuando no me diese de bruces contra otro hechizo, parecía que iba a estar bien. Cómo estaba aguantando Louis-Cesare, ésa era otra pregunta. Si estaba inconsciente, ni siquiera podría golpear las partículas que volaban. Un poco de ceniza sería suficiente para acabar con él.

No podía esperar a Jonathan fuera. Olga apareció en la entrada, mirándome desconcertada. Seguramente preguntándose si yo tenía algún deseo de morir, para estar sentada en medio del infierno.

—Jonathan está aquí —le dije—. Tiene a Louis-Cesare. Si pasa por aquí…

—Lo mataré.

Asentí con la cabeza. Podría ser que Jonathan aún tuviera algún as en la manga, pero también lo tenía Olga. Y su magia sería mucho menos eficaz sobre un trol que sobre alguien de nuestro mundo.

Me levanté arrastrándome, utilizando la pared como apoyo. Me balanceaba como un árbol en un huracán, pero mis piernas aguantaban. Miré a través de la niebla, resentida. Las únicas ventajas reales que tengo, aparte de que me curo más rápido que un humano, son los sentidos mejorados. Eso es todo. He oído hablar de otros como yo que han desarrollado habilidades adicionales con la edad, pero yo no estoy entre ellos. Es la razón principal por la que odio la oscuridad, o algo que me prive de cualquiera de mis sentidos. Se lleva una de las pocas armas que tengo en mi limitado arsenal.

¡Qué demonios! Siempre hay una última vez para todo. Tomé aliento y me moví con cautela hacia delante.

El antinatural manto gris casi cortó inmediatamente el sonido y la luz, como si se hubiera cerrado una puerta detrás de mí. Extraños centelleos de llamas salían en ocasiones desde abajo a través de la niebla, como la versión infernal de la aurora boreal, pero no eran lo bastante brillantes para que pudiera ver. Mis ojos no me servían para nada, así que los cerré. Me concentré en sentir, alejándome de la corriente de aire ligeramente más frío que se colaba desde el exterior.

El humo se mezclaba con la niebla, acre y ácido, haciendo que me fuera difícil respirar. Conté los escalones, intentando ignorar la apariencia frágil de las tablas debajo de mis pies. Pasé lo que supuse que era un cuarto de la distancia, una tercera parte… no había llegado casi al punto medio cuando algo se movió por el aire que estaba utilizando como guía, alterándolo. Di una cuchillada, pero lo único que encontré fue aire. Luego una oleada de fuego entró en erupción detrás de mí, convirtiendo las tablas que acababa de cruzar en cosas quemadas y finas como el papel, y se derrumbaron en una cascada de partículas.

Apartándome del peligroso borde, tropecé con algo en el suelo. Bajé la vista y vi la silueta de un hombre, rodeada de centelleos débiles que parecían electricidad. Lanzaban una luz etérea sobre su cara, cuando los ojos índigos fieros como la tormenta más salvaje, coincidieron con los míos. Louis-Cesare.

La habitación empezó a tambalearse. El repentino palpitar de mi corazón estaba haciendo que me mareara. Me caí de rodillas, y le acaricié la mejilla con la mano ensangrentada antes de bajarla, curvándola sobre la piel de su garganta, entera, suave y caliente. No lo entendía, pero no iba a cuestionar el destino.

—Creí que te había dicho que te pusieras unos pantalones —le dije, y mi garganta me amenazó con cerrarse al decir esas palabras.

El dolor se reflejó en toda su cara y en las líneas de su cuerpo, pero una sonrisa débil se elevó por los extremos de la boca de Louis-Cesare. Pude detectar el pequeño movimiento porque otra ola de llamas había explotado al otro lado de nosotros. Pude ver la silueta de Jonathan recortada contra la ola durante un momento, a salvo, en la parte de algún modo sólida, hasta que las tablillas a las que él acababa de prender fuego se derrumbaron en el polvo de la oscuridad. La parte de la pasarela que nos quedaba crujía y comenzó a desligarse de la pared, los fuertes tornillos habían ayudado a mantenerla en el sitio puestos a prueba por la falta apoyo de las vigas a cada lado.

—Jonathan no es un buen perdedor —dijo Louis-Cesare.

Observé la sombra de un hombre pasando velozmente a lo largo de la pared lejana, las llamas de abajo la reflejaban y la magnificaban a tamaño gigante.

—Yo tampoco.

Saqué el cuchillo de Radu de la bota y me lo puse en la mano. No era mi tamaño preferido para lanzar, pero era pesado y sólido. Más que mi brazo, que se sentía de forma alarmante como gelatina. Pero a esta distancia, era raro que fallara. Seguí a Jonathan hasta que él se detuvo al ver a Olga en la entrada. Teniendo en cuenta su peso, se mantenía bien alejada del debilitado camino elevado, prefiriendo equilibrarse en el umbral de piedra. Pero su cuerpo casi tapaba completamente la apertura, obstaculizando la retirada de Jonathan. Aproveché la oportunidad y lancé.

Un temblor recorrió la madera que había debajo de nosotros mientras se deslizaba un par de centímetros más o menos. No fue realmente un movimiento muy fuerte y debería habérmelo esperado. Pero toda mi atención había estado puesta en el mago. Me sacudió el brazo justamente en el momento menos adecuado. Jonathan no me había visto moverme, pero el cuchillo que vibraba y que sobresalía de la madera un palmo más o menos enfrente de sus narices le llamó la atención. Los dos nos quedamos mirándolo incrédulos, temblando en el lateral de una viga de apoyo. No podía recordar la última vez que lo había lanzado de esa manera.

Jonathan se recuperó primero y se rió, sacando el cuchillo de la madera. Y yo me di cuenta de que esencialmente había lanzado nuestra única arma. Louis-Cesare había luchado para ponerse de rodillas, su cabeza se caía hacia delante, jadeando con fuerza. Le cogí los hombros y volví a echarlo en el suelo.

—¡Quédate así! —siseé cuando el mago echó el brazo atrás. Sólo podía esperar que su puntería fuera tan mala como la mía.

Nunca lo averigüé. Las tablas que había debajo de sus pies de repente se desmoronaron. Se agarró desesperadamente a la barandilla, que milagrosamente seguía en su sitio gracias a más tablas sólidas que había al otro lado, pero la madera chamuscada se fragmentó con su peso, haciendo que perdiera el equilibrio. Sucedió muy deprisa, ni siquiera lo escuché chillar.

Un segundo más tarde, la habitación se destrozó. El mago no había hecho ningún sonido, pero un aullido roto de angustia subió en espiral desde abajo como si solo el viento y el fuego lo hubieran formado. El poder que él había robado rebulló como un caldero que rebosaba, desparramándose, llenando la habitación con un brillo plateado frío que cortaba la niebla y el humo como un reflector, haciendo de menos la luz del fuego. Tardé unos segundos en que mis ojos se adaptaran a la nueva luz, y cuando lo hicieron, vi una serpiente de energía pura, rondando como una cobra grande y brillante, preparada para atacar.

La miré fijamente, hipnotizada por más poder del que nunca hubiera visto manifestado de una sola vez. Tuve una oportunidad para pensar: así que eso es lo que hay dentro de un vampiro maestro, antes de que un martillo destructor de luz se estrellara. Se hundió en mis huesos y sangró en una explosión caliente: el poder robado de Louis-Cesare, todo estaba volviendo adonde pertenecía. Y no esperó a que yo me quitara de en medio primero.

Averigüé realmente rápido por qué era posible ser adicto al poder. Una lluvia caliente y plateada caía sobre mí, dentro de mí, dándole energía a mi cuerpo cansado con una ráfaga. De repente, pude sentirlo todo, todos mis sentidos estaban hipercentrados, hiperatentos. El roce de un trozo de ceniza contra mi brazo fue como una bofetada, el aire caliente que entraba deprisa en mis pulmones era fuego y a mi alrededor, ondas de energía blanca azulada, se arqueaban sobre mi cuerpo.

Me caí de rodillas, intentando aguantar las sensaciones, abrazándome a la madera áspera del suelo. No fue buena idea. Debajo de mis manos, las viejas tablillas volvieron a la vida. Me estaba hundiendo en ellas, capaz de sentir durante un momento lo que era ser un árbol. Sólo que con mi suerte habitual, estaba echada sobre una parte que había sido golpeada por un rayo antes de que se cortara. Y lo sentí, supe el modo en el que se había esparcido como fuego líquido a través del árbol, chamuscando el tejido vivo y convirtiéndolo en cenizas muertas y calcinadas…

Louis-Cesare puso mi cuerpo tembloroso contra su pecho: un brazo alrededor de mi cintura y el otro en mi pelo, metiendo mi cabeza de manera protectora debajo de su barbilla. No me ayudó. Junto con la niebla de poder retorcido e hirviente vinieron recuerdos. Ni siquiera pude empezar a comprender todas las imágenes que pasaban rápidamente por mi mente.

A diferencia de la impresión abrasadora del árbol, esto eran siglos de amor y odio, triunfo y derrota, sueños cumplidos y esperanzas fracasadas y, más allá de todo lo demás, el sentimiento de estar afligida, abandonada, sola. O quizá aquéllos sólo eran los recuerdos que tenían más sentido para mí, los que mi mente podía procesar más fácilmente. La tormenta de energía arrasó a nuestro alrededor, pero ya apenas podía ver. Las imágenes vividas pasaban por delante de mis ojos, las escenas capturadas una vez por otros ojos: luego el mundo fluyó y todo se volvió brillante.

Un niño pequeño con rizos dorados se tambaleaba sobre unas piernas poco firmes hacia una mujer vestida con opulencia en satén bordado. Lo cogió con una risa alegre. «Mi pequeño César. Algún día, ¡tú superarás a tu tocayo!». Otras imágenes en la corriente que se movía deprisa mostraban al niño escuchando, día tras día, el sonido de las pezuñas de los caballos en una senda de tierra que anunciaría su visita. Una visita que nunca llegó de una madre que había olvidado prudentemente que él existía. Porque él no había cumplido la profecía, él no había gobernado, en lugar de eso, era prisionero de un hermano que él nunca había conocido.

Una nueva escena, unos ojos de color turquesa en la oscuridad, una respiración jadeante que obligaba a entrar el aire en los pulmones que no habían sido usados en días. Una mano pálida y elegante en su frente, caliente en comparación con el frío que sentía, apartándole suavemente los rizos castaño rojizos que le caían sobre los ojos. La lenta comprensión de su nuevo estado, la incredulidad dando paso a una esperanza de pertenecer a algo, de aceptación, de encontrar en la muerte lo que lo había eludido en la vida. Todo para descubrir que su nuevo padre no lo quería más que él antiguo. Recuerdos de seguirle la pista por todo el continente, de encontrarlo repetidas veces, tan solo para ver como se iba una y otra vez.

Me aparté de Louis-Cesare, esperando que la pérdida de contacto también detuviera la corriente de recuerdos. Pero parecía que no era así. El cuerpo pálido aún seguía recortado contra el fuego, pero el poder se estaba desvaneciendo deprisa, retrocediendo y entrando en él, volviendo a ser parte de él de nuevo. No obstante, los recuerdos no se fueron con el poder. Me empapaban la piel, saturaban mi mente, dirigiéndose amenazadoramente hacia mí con el peso de los siglos.

La madera tembló debajo de nosotros, el poder que se había derramado sobre mí también hacía temblar la pasarela sobrecargada. Tuve una sacudida de vértigo que me mareó mientras nos deslizábamos a los lados, hacia el foso infernal en lo que se había convertido la bodega. Pero parecía que no podía moverme, apenas podía respirar, mientras los recuerdos de Louis-Cesare se mezclaban con los míos.

Otro siglo, unos ojos de color avellana centelleando, una aventura corta y apasionante, para que al final se la llevaran de nuestro lado. Siguiendo su pista en las calles de París, hasta una puerta vieja, tan podrida que parecía tener una textura carnosa, que escondía dentro cosas mucho peores que la putrefacción. Encontrar a Jonathan, un mago que ocultaba siglos de astucia detrás de una cara juvenil. Había prolongado su vida buscando a los que no estaban protegidos, robando el poder que fluía por sus venas. Christine debería haber estado protegida de alguien como él, por el que le dijo que la amaba y, sin embargo, había permitido que esto sucediera.

Hicimos un pacto, acordamos regresar, para convertirnos en víctima, una vez más, por su bien. Nos la llevamos a un lugar seguro, pero sólo supimos que el médico no podía salvarla, que habíamos llegado demasiado tarde y habíamos fracasado otra vez. Tomar la decisión de transformarla para salvarla, para ver el horror cuando ella se despertó y se dio cuenta de lo que era. De lo que éramos. Nos llamó monstruos, malditos y malvados antes de huir en la noche, abandonándonos.

Louis-Cesare me cogió cuando empecé a caerme por el borde. Tenía un brazo agarrado al último apoyo de viga que aún estaba pegado a la pared y la otra mano me estaba agarrando la muñeca. Pero el esfuerzo en su cara era evidente; él había perdido demasiada sangre para aguantar mucho tiempo. Intenté escalar por su cuerpo para poder coger yo misma la viga, pero me golpeó otra ola de recuerdos.

Volver a Jonathan casi sentaba bien. A lo mejor los carceleros habían dicho la verdad cuando nos susurraban al oído: eso era todo para lo que valíamos. Lo habíamos creído, incluso cuando la agonía mordaz de una hoja se clavaba en nuestra espalda haciendo que nuestra espina dorsal vacilara. Habíamos mirado hacia abajo para ver una hoja resbaladiza con sangre deslizándose de nuevo dentro de nuestro pecho, mientras una mano se metía entre nuestros omóplatos, volviéndola a sacar. Observamos el arco pulsante brillando en el aire, como un derrame de rubíes, hasta que el mago cantó y se disolvió como el humo. Habíamos creído, porque noche tras noche, la tortura continuaba. Y noche tras noche, nadie vino.

Hasta que una voz que provenía de la oscuridad, gritó con miedo. Hasta que una figura solitaria estuvo sobre nosotros como un lobo protegiendo a sus crías, gruñendo con una rabia y posesión que estaba cerca de lo demoníaco, hasta que los magos corrieron. Hasta que Radu nos sacó de allí, nos escondió mientras nos recuperábamos y luego volvió a dejarnos una vez más.

—¡Dorina! —La voz de Louis-Cesare cortó la niebla y tragué una gran bocanada de aire caliente. Me encontré con unos ojos llenos de dolor, pero no el suficiente. Ni remotamente suficiente. Lo miré fijamente, atónita. El efecto del vino había pasado, él no sabía lo que yo había visto—. ¡No puedo sujetarte!

Asentí con la cabeza, que me daba vueltas intentando luchar contra los efectos de la esfera de desorientación y la distracción de los recuerdos. Mi cerebro seguía mandando órdenes, pero mis miembros eran demasiado lentos para cumplirlas, y parecía que mis ojos no se querían centrar. Y después, ya no importó. Con un sonido como el disparo de un arma, la viga se separó de la pared y caímos a las llamas que había debajo.

Golpeamos la parte de abajo con una fuerte sacudida y un choque. La parte pequeña de la pasarela, de alguna manera, se mantenía unida, pero no servía de mucho como protección. Se prendió fuego inmediatamente, convirtiéndose en un cuadrado de llamas puntiagudas mientras el vino salía a borbotones por entre las tablillas mojadas. Miré fijamente a mi alrededor, frenética, buscando un lugar en cualquier sitio que no estuviera ya ardiendo. No vi ninguno. Luego Louis-Cesare me agarró por la cintura y saltó, derecho hacia el medio del líquido en llamas.

—¿Estás loco? —Me ignoró, girándonos hacia el túnel a través de llamas que nos llegaban a las rodillas. Me lamieron las piernas, calientes, brillantes y hambrientas, pero por alguna razón, no sentí que quemaran. Estaba conmocionada, pensé distante, mientras Louis-Cesare daba un salto final que hizo que aterrizáramos los dos en el pasillo oscuro, revestido de barriles, que conducía a la bodega de Radu.

Me sentó en el suelo, inclinándose contra la pared para apoyarse; su melena desordenada le oscurecía la cara. Lo agarré, mis manos golpeaban las llamas que, lentamente, me di cuenta que no existían. Tenía un aspecto lamentable, como si hubiese sufrido diez tipos de tormentos mortales, pero por alguna razón, no estaba ardiendo.

—¿Qué has hecho? —pregunté, deseando que mis piernas no se derrumbaran.

—Utilicé una cantidad enorme de poder para protegernos durante unos segundos —dijo Louis-Cesare temblando—. Confío en que no volvamos a necesitarla. Me ha dejado, de algún modo… débil.

—Pero vivo. —Aún no me lo podía creer.

Lentamente Louis-Cesare se incorporó algo, apoyándose contra el lateral de la bodega de vinos.

—¿Qué? ¿Piensas que un pequeño mago iba a acabar conmigo? —Tragó saliva—. Demonios, eso fue simplemente un calentamiento.

Lo miré fijamente. Una broma. Louis-Cesare había hecho una broma. Ese pensamiento hizo que me mareara.

Y luego los barriles comenzaron a explotar. Los que estaban más cerca del infierno de la bodega se hicieron trizas con el sonido de una docena de cañones disparándose, vertiendo vino y trozos afilados de madera a nuestro alrededor. Louis-Cesare me empujó contra la pared, protegiéndome con su cuerpo hasta que le di con la rodilla en la ingle.

—¡Madera! —le grité en su cara contrariada, tirando con fuerza de una astilla que se había clavado en su hombro y pasándosela por delante de las narices. Cada vez que uno de esos barriles explotaba, lanzaba el equivalente de unas cien estacas voladoras.

El sótano se había convertido en la peor pesadilla de un vampiro y a mí tampoco me gustaba mucho. Si no salíamos pronto de allí, moriríamos.

Louis-Cesare tuvo que haberse imaginado lo mismo, porque quitó la tapa del barril más cercano, me cogió por la cintura y corrió.

Golpes como de martillo sonaban contra el improvisado escudo mientras otra fila de barriles explotaba detrás de nosotros; las llamas de un grupo de barriles prendían fuego al siguiente. Extrañas sombras rojas, como dedos que saltaban, nos pisaban los talones cuando volamos hacia la puerta del sótano. Examiné el suelo buscando a Radu, pero no lo vi; parecía como si realmente fuera difícil matarlo. Como el resto dela familia, pensé, mientras Louis-Cesare cerraba de un golpe la pesada puerta de roble detrás de nosotros, justo cuando una descarga de explosiones la sacudió desde el otro lado.

Nos quedamos de pie, jadeando y medio desvanecidos contra la madera chamuscada, sabiendo que deberíamos alejarnos más del peligro, pero demasiado agotados como para movernos. Me mareé mientras miraba lentamente a mi alrededor, buscando el siguiente reto, la siguiente amenaza. Todo lo que vi fueron dos ojos indignados de color turquesa mirándome fijamente desde las escaleras oscuras.

—¡Dorina! ¿Qué le has hecho a mi vino?

Un rugido extraño comenzó a mi derecha. Torcí la cabeza y me detuve, mirando fijamente. Mis ojos se toparon con el evento más extraño de un día muy extraño. La última cosa que vi antes de desmayarme fue a Louis-Cesare. Estaba apoyado contra la puerta, desnudo y lleno de sangre. Y se estaba riendo.