22

La pesada puerta frontal de madera tenía las bisagras sueltas, dejando entrar un poco de luz, pero no vi a nadie. Había cuerpos tirados por todos lados, pero un rápido reconocimiento me dijo que ninguno era ni Radu ni Louis-Cesare. Los sonidos de una lucha de espadas se oían en la distancia.

Mi pie resbaló con algo, con alguien, pero mantuve el equilibrio y seguí los sonidos del metal contra el metal. La mesa de roble larga y pulida en el comedor tenía huellas de botas con barro, pero también estaba vacía. Detrás de mí escuché el sonido de las garras en los adoquines y me di la vuelta justo a tiempo para ver la cabeza del líder metiéndose por la puerta. No creía que pudiera pasar su cuerpo por el arco estrecho, pero no tenía ninguna intención de esperar y averiguarlo.

Más allá del salón había una biblioteca, con ventanas altas en una pared y una colección desde el suelo hasta el techo de libros en las otras. Extrañamente parecía que no la habían tocado, el único daño que había era un jarrón de flores que se había caído de una mesa pequeña. Lo rodeé y pasé a la siguiente habitación, que reconocí inmediatamente: la antesala pequeña que conducía a las bodegas de vino.

¡Mierda!

Miré las escaleras. Se abrían hacia mí como una boca. La verdad es que odio las escaleras oscuras y estas no tenían nada de luz. Recordaba que habíamos cenado con luz de candelabros; a lo mejor Radu nunca había tenido electricidad aquí abajo. ¡Fantástico, joder, de puta madre!

Un golpe detrás de mí hizo que me diera la vuelta a tiempo para ver un cuerpo enorme sobre la mesa de la biblioteca, como el de un pájaro que aplastó el jarrón que se había caído haciéndolo añicos. Vale, había cosas que odiaba más que la oscuridad, como las cosas que merodeaban dentro.

Prácticamente salté las escaleras y cerré la puerta de un portazo detrás de mí.

La piedra estaba fría debajo de mis pies heridos, y la oscuridad casi total se cerraba a mi alrededor, hundiéndose hasta mis huesos. No pude ver nada mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, pero las escaleras estaban uniformemente espaciadas y llevaban solo a un sitio: a la pequeña sala para probar el vino donde habíamos cenado. Aquí ardían unas pocas lámparas de aceite iluminando a los únicos ocupantes de la sala: los cientos de botellas que había a los lados, muchas de ellas rotas, esparciendo la cosecha de Radu por encima de las piedras hasta que solo con verla no hubiera sabido decir si era vino o sangre. Salté a lo alto de la mesa para llegar a la otra parte sin herirme los pies. Detrás de mí, la puerta en lo alto de las escaleras se abrió con el sonido característico de la madera astillada. Rápidamente me dirigí hacia el sonido de la lucha, que ahora era lo bastante alto como para que supiera que tenía que estar cerca.

Sólo había una puerta en la habitación, aparte de la otra por la que acababa de entrar. La tomé y encontré un pasillo de piedra cubierto de barriles. Supuse que conducía a la bodega de vino, que era la puerta siguiente. La única luz provenía de una puerta lejana al final, que estaba abierta de par en par y del leve resplandor detrás de mí. A medio camino, Caedmon, aún con la cara de Mircea, luchaba contra Drac.

Caminé hacia delante tan aliviada que casi me mareé, y me caí encima de algo. O para ser más concretos, encima de alguien. Unos ojos turquesa vívidos coincidieron con los míos y respiré el olor débil de sal y ozono.

—Radu.

—Dorina…

Un susurro de unas alas me recordó lo que estaba detrás de mí. Cogí a Radu y giré hacia un lado, poniendo un barril grande entre la puerta y nosotros. Estaba bastante segura de que el líder no podría romper paredes de piedra sólida, pero podría ser capaz de escurrirse por la abertura.

—Un arma —siseé, buscando por el cuerpo de Radu. La única cosa con la que me encontré fue sangre, y el calor que destilaba me decía que, al menos, algo de ella era suya—. ¿No tienes nada? —pregunté mirando por encima del barril. El híbrido parecía que estaba atrapado en el pasillo, pero no podía asegurarlo. El pasillo que estaba en lo alto de las escaleras no era más ancho y había pasado. Y había habido bastante inteligencia en aquellos ojos verdes amarillentos para pensar en la manera de atraerme y alejarme de la protección del barril.

Un cuchillo se deslizó en mis manos. Era mucho más corto de lo que me habría gustado, pero era mejor que nada.

—Quédate aquí —dije—. Esto puede durar unos minutos.

El líder chilló cuando yo salí, lo bastante alto como para que resonara en la piedra con un eco ensordecedor. Ignoré el teatro y me lancé al pasillo. Estaba claro: Drac y Caedmon tenían que haber llevado la lucha hasta la bodega.

Tan pronto como estuve en campo abierto, la criatura se soltó de la puerta y se dirigió hacia mí en un torbellino de garras y alas. Sentí una línea de fuego golpear mi brazo desde ese malvado pico de ave; luego la cola me agarró por la tripa y me golpeó contra la pared de piedra, haciendo que todos los huesos de mi cuerpo crujieran. Antes de que me pudiera mover, la criatura estaba sobre mí, y un sonido feo y bajo de placer feroz hizo eco alrededor de nosotros. Le clavé el cuchillo, casi a ciegas, y por pura suerte, entró. Una lluvia oscura me salpicó la cara, caliente como la sangre y resbaladiza como aceite de motor y me aparté.

Mientras la forma imposiblemente grácil volaba hacia arriba, me di cuenta de que no se me había quitado completamente el efecto del maldito vino de los duendes. En un momento de desorientación repugnante, sentí el roce de un hambre ajena a mí. Podía escucharlos en mi mente, pensamientos medio humanos a través de una niebla de furia.

Desgarra, perfora, mata. La sangre caliente rociada, los dientes cerrándose sobre algo débil y suave… desgarrando el bajo vientre, donde el sabor más resbaladiza y grueso reside… entrañas circulares violetas y sacos húmedos de carne, tan dulces…

Aparté esos pensamientos de mí, jadeando, y me di cuenta de que le había perdido la pista a la maldita cosa. Negro, el color de la criatura se mezclaba bien con las sombras, y el sonido apagado de sus garras en el techo de piedra parecía hacer eco desde todas las direcciones a la vez. No podía ver nada, pero los pelos en la parte de atrás de mi nuca comenzaron a ponérseme de punta. Lo aprendí hace mucho tiempo: nunca discutas contra tu instinto. Salté repentinamente detrás de un barril casi en el mismo momento en el que la criatura salió de la oscuridad. Se estrelló contra el barril, pero no me dio. El borgoña fluía por el suelo, brillando tenuemente a la débil luz y enviando el olor acre del vino por todas partes. Durante un segundo, la criatura estuvo atrapada, su pico estaba hundido en la madera, sus grandes garras forcejeaban. Luego, el barril se partió en dos y yo salté detrás del siguiente que había en la hilera.

Mantuve mis ojos en la criatura hasta que lloraron, temiendo pestañear por si se movía. Se hundió en el suelo, doblándose sobre sí misma con la flexibilidad de un gato. Se movió furtivamente un paso hacia delante, mientras yo me ocupaba de coger fuerza debajo del barril que me protegía. La silueta enorme y oscura se acercó más, tapando la poca luz que había. Sabía que solo tendría una oportunidad: era demasiado lista para caer dos veces, así que me tomé mi tiempo. Puse mi brazo contra la pared y mis pies sobre el barril, ignorando la manera en la que los músculos de mis caderas protestaban por esa profunda flexión. Cuando ya no pude ver nada más que oscuridad enfrente de mí, empujé con toda la fuerza que tenía.

El barril salió volando y chocó contra la criatura y la arrojó contra la pared de piedra inquebrantable al otro lado. Escuché el crujido de sus huesos, luego silencio, pero no confiaba. Dando vueltas con cuidado, volví a entrar en la sala de cata y cogí el candelabro más grande. Me lo llevé conmigo y regresé a la otra habitación; lo puse en la parte de arriba del barril, intentando ver la cabeza de la cosa. Tenía la intención de atravesarle con el cuchillo al menos uno de aquellos ojos perturbadores.

Entonces, dio la sensación de que el tiempo se detenía cuando miré la hoja sangrienta, brillando fuerte con la luz del candelabro reflejado. Era el cuchillo de mi sueño, con el blasón de la familia medio oculto por la sangre. Qué apropiado, pensé, y mi cabeza empezó a dar vueltas. Pero antes de que pudiera razonarlo, Radu gritó mi nombre. Volví gateando hasta donde él yacía en medio de un charco de su mejor reserva. Sentí su mano dura como el acero cerrándose en torno a mi muñeca.

—Jonathan lo tiene —jadeó. Su voz sonaba rara—. El maldito mago me golpeó con algo… Creo que piensa que estoy muerto.

—Parece que casi tiene razón. —Me di cuenta de por qué su voz era tan extraña. El pecho de Radu había desaparecido prácticamente, el tejido fino y blanco de rayas rojas de sus pulmones era claramente visible a través de sus costillas destrozadas. No había sitio para que el sonido resonara.

Me sonrió débilmente.

—No creas. Soy difícil de matar.

—Radu…

Me agarró la mano, fuerte.

—Nunca he tenido ningún honor, Dory. He sido furtivo, solapado y absolutamente innoble durante toda mi vida. Igual que padre lo fue. —Un temblor de risa enloquecida le salió de la garganta, junto con un montón de sangre—. Yo sólo… hice una cosa bien. Una cosa… no dejes que ese cabrón se lo lleve.

Antes de que pudiera contestar, el aire se estremeció y se desvaneció, destruido por un chillido sin sonido. En algún sitio cercano, el poder se había liberado, mucho poder. Corrí.

La bodega de vino estaba equipada con bombillas desnudas, pero en ese momento estaban fuera de uso. En su lugar había unos cuantos candelabros alumbrando por aquí y por allá, parecía casi un brillo sobrenatural mientras yo volaba fuera, al pasillo oscuro. El lugar era más grande de lo que había esperado, en dos niveles; la planta de abajo abrigaba las tinas de acero inoxidable que se utilizaban para la fermentación. Revestían las paredes como centinelas regordetes, sus superficies brillantes reflejaban mi propia cara múltiples veces. En la parte de arriba de las escaleras de madera había una pasarela que llevaba al resto del edificio. En ese momento estaba lleno de caras: Caedmon, Drac y Olga estaban mirando hacia abajo; no me miraban a mí, sino al cuerpo estrujado en el centro del suelo. Un mago estaba tirado en un montón contorsionado, como una muñeca lanzada por una niña de dos años. No necesité comprobar si estaba muerto. Por desgracia, no era Jonathan.

Drac se recuperó primero y se abalanzó sobre Caedmon, que esquivó el golpe, su espada retrocedió en el espacio como un rayo. Incluso en los límites estrechos de la pasarela, su forma de luchar era perfecta, un flujo suave de músculo y nervio, cada movimiento era exquisito. El estilo de Drac no tenía nada que ver con algo bonito, pero parecía eficaz. Caedmon estaba sangrando por varias partes, mientras que Drac sangraba solo de un brazo. Una lástima que no fuera el brazo que sostenía la espada.

Mi cerebro estaba tan centrado en lo que estaba pasando delante de mí, que no me di cuenta del susurro débil de alas detrás, hasta que la habitación de repente se llenó con el aullido discordante y la furia del líder. Vino hacia mí desde la oscuridad, arrastrando un ala inútil, pero no la necesitaba en este espacio limitado. Salté hacia atrás, lejos de aquellas garras mordaces, y luego los vi, Louis-Cesare, Jonathan y algún sirviente en el suelo cerca de una de las tinas gigantes.

Casi en el mismo momento, Jonathan miró hacia arriba, seguramente por el sonido del líder golpeando ruidosamente la tina que había a mi lado, y nuestros ojos se encontraron. Él se acuclilló sobre el cuerpo inmóvil del vampiro de manera protectora, como un predador sobre su última matanza. Antes de que me pudiera mover, sacó un cuchillo de su bota y le dio una cuchillada profunda al cuello de Louis-Cesare.

Un siseo de pánico abarrotó los pensamientos racionales de mi cabeza durante un momento de sobrecogimiento, mientras la sangre fluía por el pálido torso delante de mí. Pero un pensamiento se volvió lo bastante claro: me había retado. No podía ver si Louis-Cesare aún estaba vivo: todo lo que sabía era que no se estaba moviendo y eso era más que suficiente. Acepté el reto.

Mientras caminaba hacia delante, Jonathan estiró una mano, dejando una estela de fuego fatuo a su paso y algo explotó a mi alrededor en una ola de sonido rojo. El poder me envolvió, haciendo que me cayera, y convirtió la habitación en algo caliente y vívido de color escarlata, hasta que me ahogué en el sabor de la sangre que había en ella. Intenté reforzar mis protecciones, pero no podía sentirlas. No podía sentir nada excepto el choque de aquellas olas por todo mi cuerpo. De alguna manera, había acabado boca arriba. Observé como Jonathan comenzaba a arrastrar a Louis-Cesare hacia las escaleras de madera que conducían a las zonas superiores de la bodega, mientras me palpitaban las orejas y luchaba por respirar.

—¡Dorina! ¡Detrás de ti! —El grito provenía de la lucha de la parte de arriba; la voz de Mircea. Aún estaba tan desorientada que me llevó un momento darme cuenta de lo que decía. La criatura se había recuperado de su paseo salvaje por la tina y comenzó a acecharme con una intención tranquila y mortal. Podía ver como se hacía más grande, un armatoste enorme reflejado en la tina más cercana, inclinándose hacia mí por el suelo. Pero no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

Jonathan me había golpeado con una esfera desorientadora. Ya las había visto antes, pero nunca había sido capaz de permitirme una. Aparentemente, el mago tenía una cuenta bancaria con más dinero que yo. Yo podía conseguir el tipo normal en cuestión de minutos, pero esta versión era un arma de tiempo de guerra, utilizada para acabar con grupos de magos a la vez. No tenía ni idea de cuánto duraría el efecto, y no parecía que fuera a vivir lo bastante como para averiguarlo.

Sobre mí, las hojas de las espadas chocaban ruidosamente, tan fuerte como para que echaran chispas y Caedmon se derrumbó primero. Drac lo echó hacia atrás utilizando la fuerza, golpeando con golpes de martillo que Caedmon recibía, pero que no tenía la fuerza de devolver. Era demasiado para la bravuconería del duende sobre su capacidad en el duelo. Luché por moverme, pero ni siquiera conseguí ponerme derecha. Sentí una presencia detrás de mí y me preparé para el ataque.

Nunca llegó. Olga lanzó algo por encima del balcón, y un manchón gris golpeó el suelo con un balanceo elegante. Antes de que pudiera identificarlo, el pequeño torbellino de aire estaba corriendo rápidamente por el suelo hacia mí, enredando y rompiendo colmillos inútiles, y se lanzó sobre mi cuerpo. Tardé una eternidad en averiguar en qué dirección debía girar la cabeza para ver qué estaba pasando. Cuando lo hice, vi lo que incluso un duende pequeño puede hacer cuando está realmente de mal humor.

Los dedos largos y finos de Apestoso habían encontrado un asidero en el cuello del líder, su pequeño cuerpo se salvó de ese maldito pico de ave por el simple hecho de esconderse detrás de la misma cabeza de la criatura. Apestoso era poco más que una protuberancia cubierta de pelo sobre la amplia superficie de la espalda como de pellejo curtido, a salvo del pico y de las garras mientras lentamente ahogaba a la criatura hasta la muerte. Era un plan fantástico, excepto porque el líder se dio cuenta de que el juego se había terminado y decidió intentar llevarme con él. En lugar de moverse hacia delante, en un intento vano de cruzar los últimos metros hacia mí, de repente saltó hacia atrás, directamente hacia la tina enorme. Había abollado la cosa antes, ahora la fuerza de su asalto final perforó el acero, dejando que saliera un río de vino que se derramaba hacia fuera en una corriente de color carmín, amenazándome con tumbarme.

Por fin, la locura que había esperado, pero que la presencia de Claire había evitado, me inundó. Sólo que esta vez, no me derrumbó, no me hizo perder el conocimiento. En quinientos años nunca había tenido la oportunidad de averiguar lo que pasaba durante uno de mis ataques, aparte de examinar la matanza después de ellos. Ahora lo sabría.

La desorientación no desapareció, pero el animal que vive en mis venas no estaba nada afectado por ella. No logré ponerme en pie, pero no necesitaba estar de pie. Las manos y las rodillas lograron sacar mi cabeza por encima del vino y me impulsaron en un gateo ebrio a dirigirme hacia las escaleras. Vi en otra tina a una criatura de aspecto terrible, con el pelo todo enredado, con los colmillos brillantes y completamente loca, con los ojos ámbar mirando fijamente desde una cara veteada de negro. Esperaba ser yo, porque la verdad es que si no era así, no quería luchar contra ella.

El movimiento empeoró la desorientación, mientras mis confusos oídos internos intentaban seguir la pista de un nuevo impulso sensorial, cuando aún no habían reconocido el antiguo. Los colores, las formas y los sonidos corrían juntos a mi alrededor. Los ignoré y me centré en Jonathan, que casi había llegado a lo más alto de las escaleras con su presa.

Sabía que alcanzaría la escalera de abajo cuando palpara la madera vieja con mis manos. Me arrastré por ella cuando la sentí. Jonathan estaba intentando levantar el peso muerto de Louis-Cesare cuando tuvo que evitar un ataque de Olga, que se había colocado enfrente de la puerta que daba hacia fuera. Él no me vio, pero el mago que lo estaba ayudando sí, y le entró el pánico. En lugar de lanzar un hechizo, que podría haber funcionado, agarró la lámpara más cercana. La lámpara de aceite formó un arco por el aire, directo a mi ropa empapada de vino. La cogí al vuelo y se la devolví inmediatamente.

Golpeó al mago, pero rebotó en su pecho y se hizo pedazos en las tablillas pesadas de madera de la pasarela, el aceite se extendió rápidamente por el suelo cubierto de vino, se prendió fuego y en unos pocos segundos el círculo de tablas era un anillo salido del infierno. El mago se fue hacia atrás, bateando las lenguas de llama que habían aterrizado en su camiseta y en sus pantalones, las suelas de sus botas ardían y estaba comenzando a chamuscarse. Tropezó con Olga, que lo volcó sobre el balcón con un movimiento vago de una mano enorme. Hubo un sonido repentino y el suelo empapado en vino comenzó a prenderse.

Vi a Apestoso, escalando el lateral de la tina como un mono pequeño, por delante de las llamas. Saltó de la parte de arriba de la tina hasta la pasarela y se giró y me miró fijamente, como si me quisiera preguntar por qué me había llevado tanto tiempo. Mis piernas eran como de goma, pero pude avanzar utilizando los brazos, raspándome las palmas de las manos mientras me arrastraba lentamente hacia arriba.

Caedmon había sido conducido casi hasta donde se encontraba Olga, y su forma perfecta estaba comenzando a cojear. Sus ojos se mantenían perdidos en la pasarela en llamas, y el fuego que estaba rápidamente extendiéndose hasta donde él estaba. Drac, sin embargo, parecía brillar envuelto en poder. Sus golpes de espada parecían no requerir ningún esfuerzo, e ignoraba el suelo caliente y humeante debajo de sus pies como si no hubiera ninguna amenaza.

Los dos alcanzaron a Olga al mismo tiempo que yo llegué a las escaleras. Caedmon dio un paso en falso y se cayó de rodillas, Drac se lanzó hacia delante para matarlo y la mano de Olga salió disparada, con la palma hacia delante, como si pensara que simplemente podía empujarlo hacia atrás. Drac la miró, su expresión decía tan claro como las palabras que estaba considerando la mejor manera de cortarle el cuello a Olga. Habría chillado si hubiera tenido voz; no importaba lo fuerte que estaba acostumbrada a sentirse, pero no había duda de que Drac era más fuerte. Pero luego vi que había algo en la mano de Olga.

Estalló en el instante que tocó a Drac y en unos segundos era tan brillante que podía verlo a través de la piel de su mano, como la luz del sol a través de alas de mariposas. Drac dejó caer su espada y se quedó mirando fijamente su pecho. Levantó la vista y miró a Mircea, y durante un segundo había algo en sus ojos, algo que parecía casi como un triunfo. La cabeza le empezó a temblar y el temblor le llegó a los pies, cogiendo fuerza como un puño a punto de impactar. Y después explotó desde el interior, esparciendo sangre y trozos de carne por doquier.

Algo cayó en la pasarela y rodó, tambaleándose por las escaleras abajo, punzante y desafilado al mismo tiempo. Me dio en el pie antes de desaparecer en las llamas que había debajo, solo un trozo pequeño de piedra, gris y poco atractivo. Levanté la vista y miré a Olga, que estaba completamente conmocionada e impresionada. Debería haberlo recordado: ella había estado casada con uno de los peces gordos del comercio de armas ilegales, y estaba claro que se había traído unas cuantas sorpresas malvadas con ella.

—Me ganaste. —Parecía como si la señora Manoli y su lápida maldita hubieran demandado una última víctima. Teniendo en cuenta el número de mujeres que Drac había asesinado en su época, creía que ella lo habría aprobado. Olga simplemente se encogió de hombros—. ¿Has visto a Jonathan?

—No. —Miró por encima del pasamano, despreocupada—. No se ha ido, quizá se haya caído.

No lo creía. Con un impuso final, me arrastré hasta el descansillo. Las tablas estaban incómodamente calientes debajo de mis manos mientras estaba a gatas durante un momento, jadeando fuerte. Apestoso corrió por la barandilla humeante, sus largos dedos de los pies se aferraban a la madera igual de seguros que sus manos, hasta que llegó hasta donde yo estaba. Saltó encima de mí, cotorreando en un idioma desconocido o quizá fuera el equivalente duende de los balbuceos de un bebé. Me cogió la mano y comenzó a tirar de mí hacia la puerta y entendí lo que quería decir, pero la cabeza me daba vueltas y aún no confiaba mucho en mis piernas.

Levanté una mano que temblaba.

—Dame un minuto.

Olga agarró a Apestoso por el cogote y sacó a Caedmon, que estaba inclinado totalmente exhausto contra la pared, rodeado por un anillo de tablas en llamas. No estaba en ningún peligro real que pudiera ver, pero por alguna razón estaba mirando fijamente el fuego con tanto terror como lo haría un vampiro. Lo metió debajo de un brazo robusto y los llevó a él y a Apestoso hasta la parte de fuera llena de luz de la bodega.

Me senté en la pasarela humeante y esperé. Olga había estado entre el mago y la puerta; no había ningún modo de que él hubiera pasado al lado de ella sin que se diera cuenta, especialmente con Louis-Cesare en brazos. Lo que significaba que aún estaban allí.

Mis ojos examinaron el círculo de madera, pero no vieron nada. No era demasiado sorprendente, los hechizos de recubrimiento eran claramente normales, pero sólo aguantaban hasta que te movías. A menos que planeara suicidarse, Jonathan tenía que moverse y tenía que hacerlo pronto, antes de que la pasarela en llamas se derrumbara completamente. Y cuando lo hiciera, estaría muerto.

Tan pronto lo pensé, una niebla se formó enfrente de mi nariz, gruesa como el algodón, y me dejó cara a cara con un mar sin rasgos sobresalientes, gris. Podía escuchar cánticos cerca, resonando de un modo extraño en las paredes, pero no pude localizarlos con precisión. El poder palpitaba en el aire con una fuerza peligrosa, golpeándome la sien como un dolor de cabeza que hizo que me resonaran los oídos. Jonathan podía estar loco, pero no había duda de que era fuerte.

Pero aún quedaba una salida y yo estaba sentada justo enfrente de ella.