21

De una manera extraña, la casa parecía más siniestra a la luz del día que antes bajo un cielo encapotado. También parecía abandonada. Nos detuvimos en el pequeño patio con la fuente, pero el único sonido perceptible sobre el agua que goteaba era el zumbido de unos pocos insectos revoloteando por la buganvilla y mi propia respiración. Sonaba alta y áspera en mis oídos. Parecía que los duendes no respiraban en absoluto.

Tenían eso en común con el cadáver que estaba en el suelo, medio dentro, medio fuera del vestíbulo sombreado. El pelo era negro. Me agaché y le torcí la cabeza para poder verle la cara, pero no lo conocía. No era uno de los humanos de Radu.

Revisé su hombro su espalda, pero no había ningún círculo negro tatuado en ningún sitio que pudiera ver. Tampoco había ninguno plateado. Pero claro, eso no significaba que no fuera un mago; solo que no había sido uno bueno.

La causa de la muerte era un paro cardiaco producido por el hecho de que alguien le había clavado una espada larga y delgada en el corazón. Levanté la vista y vi que Caedmon también se estaba dando cuenta. Podría haber sido Louis-Cesare el que le hubiera dejado su firma en el cuerpo. Más abajo en el pasillo, vi un derrame de oro contra la terracota. Sin que me dijera nada, Caedmon se fue a la parte de atrás y Heidar se dio la vuelta hacia la entrada de la parte delantera. Seguí el rastro de cuerpos por la casa.

Después de pasar a al lado de un rubio y dos morenos, llegué al salón. El retrato de Mehmed se había abierto hacia fuera en la sala, descubriendo una estantería vacía de tres niveles. Vale, así que ya sabía dónde había guardado Radu su fuente de energía, aunque no sabía lo que era. No había cuerpos en la habitación, pero en cuanto entré, me golpeó una ráfaga de olor a sangre. No veía ningún charco de sangre, y lo que fuera que estuviera enviando ese hedor debía ser muy grande. Pero la puerta de la entrada principal estaba abierta y había una brisa que cruzaba.

Arranqué la pata de una silla para conseguir un borde puntiagudo y afilado mientras olfateaba el aire. La sangre no era de Claire. Si hubiera sido de ella, la habría reconocido inmediatamente. Pero me resultaba muy familiar. No podía imaginarme de quién era hasta que me acerqué lo bastante para mirar dentro del pasillo.

—No dejes que respire, Jonathan.

—Como desee, milord.

Mis ojos asimilaron una cadena de imágenes rápidas: Radu estaba apartado por dos vampiros, la firma de poder alrededor de ellos era inequívocamente la de los maestros; no había señal de Claire, había un charco de sangre lo bastante grande como para haber acabado con un humano en el centro del suelo, y sobre él, colgando de la barandilla del balcón, un cuerpo desnudo y alarmantemente pálido. Sentí un frío tan repentino que se equiparaba a cualquier cosa que el duende hubiera logrado conseguir. Y me di cuenta de por qué la sangre me había resultado tan familiar.

—La cantidad de sangre que está perdiendo no lo dejará con vida —estaba diciendo Drac—, y no queremos que se muera antes de que lleguen nuestros invitados.

—Yo no me preocuparía por eso. Lo tuve casi durante un mes. —La voz empalagosa pertenecía al humano con los ojos grises y el pelo rubio con un atizador en la mano. Jonathan. Le acarició con una mano el torso sangriento a Louis-Cesare y había algo repugnantemente íntimo en ese gesto—. Sobrevivirá… un rato.

No podía entenderlo. ¿Por qué Louis-Cesare estaba colgado allí? No tenía ningún arma, pero un vampiro maestro ya es un arma, una formidable. Y las ataduras que lo sujetaban al balcón eran simplemente cuerdas; podía ver dónde su peso había hecho que se hundieran en la carne de sus brazos. Había sido atado al balcón de hierro para que su cuerpo quedara suspendido, casi en una posición de crucifixión, los dedos de los pies no eran capaces de tocar los adoquines del suelo. Puede que no fuera capaz de conseguir ningún impulso utilizándolos, pero podía romper las cuerdas en un instante, tan fácil como un humano podía romper un hilo. Entonces, ¿qué era lo que estaba pasando?

Había media docena de magos alrededor, recordaba a muchos de ellos del Bellagio, y cinco vampiros. Pero incluso aunque le superaran en número, Louis-Cesare debería haber opuesto algún tipo de resistencia. Demonios, yo lo habría hecho.

Jonathan estaba lo bastante cerca para que las piernas de Louis-Cesare, que no estaban atadas, pudieran haberse balanceado hacia arriba, cerrarse sobre su garganta y romperle el cuello, seguramente en lo que dura un pestañeo. Pero no lo hizo. Incluso cuando Jonathan le daba con el atizador en el pecho ya mutilado, lo único que hacía era gemir.

Mi corazón dio un vuelco escalofriante, dividido entre el miedo y el pánico total. ¿Ya estaba muerto? ¿Le había atravesado el corazón una de las astas que le salían del pecho? Era posible; parecía como una parodia de san Sebastián, heridas rojas como bocas abiertas sobre toda aquella carne pálida. Pero no, él seguía sangrando. Vi un ligero goteo escurriéndose alrededor del atizador. Y los cuerpos muertos no sangran.

Jonathan dibujó el perfil de las heridas que él había producido en el pecho y en el vientre de su prisionero; su roce era una mezcla obscena de delicadeza y brutalidad. El nuevo flujo de sangre parecía que se disipaba en niebla con su roce, un pequeño trocito flotaba de la forma torturada de Louis-Cesare para enrollarse en la mano del mago.

—Bien. Comienza —murmuró, al tiempo que mi corazón empezaba a golpear mi pecho, al darme cuenta de lo que estaba pasando y haciendo que el estómago me diera vueltas. Le estaba haciendo sangrar para quitarle su poder, su vida, poco a poco. Pero Louis-Cesare no estaba haciendo nada.

La única razón que se me ocurría para esa pasividad suicida era la captura de Radu. A lo mejor lo habían amenazado si Louis-Cesare luchaba. No tenía mucho sentido, ya que él sabía perfectamente bien lo que Drac había planeado para su hermano, pero era la mejor teoría que tenía. Agarré al mago que estaba vigilando en la puerta, que estaba demasiado ocupado con la pequeña sesión de tortura para darse cuenta de que una mujer con aspecto salvaje se acercaba sigilosamente. Le rompí el cuello casi en silencio, cualquier pequeño sonido quedaba cubierto por la voz fuerte de Jonathan.

Había sangre debajo de las uñas del mago cuando acarició su presa, jugando con las heridas moradas y la sangre coagulada alrededor de las antiguas heridas. Corría por su mano y se deslizaba por sus dedos juntos, más densa que la miel cuando se secaba. La necesidad de romperle el cuello al hombre hizo que mis dedos temblaran notablemente mientras él se inclinaba, mirando fijamente a Louis-Cesare con una mirada hambrienta.

—¿Recuerdas lo inventivo que puedo ser?

Ignoré el sordo latido de la ira palpitando detrás de mis ojos y cogí al mago que estaba detrás del sofá. Me escurrí por el pasillo, con mucho cuidado de quedarme cerca de la pared. Estaba oscuro en las sombras, lejos de las luces de los candelabros, y mi capa de barro negro era un buen camuflaje, tanto para la vista como para el olor. Había otro mago a unos pocos metros de mí, mirando el espectáculo.

En un movimiento repentino y salvaje, Jonathan sacó el atizador y se le recompensó con un jadeo apenas audible, simplemente una inhalación corta que fue incluso suave para mis oídos. Pero el mago lo escuchó.

Sonrió a Louis-Cesare afectuosamente, con aprobación, sus manos acariciaron el largo torso, embadurnando la sangre esparcida que manchaba su piel.

—Murió cada día y renació cada noche —cantó susurrando—, como un dios antiguo, como el mismo dios Mitra. —Sin avisar, metió su dedo dentro del agujero que le había hecho el atizador; podía verlo moverse bajo la piel del costado de Louis-Cesare—. Nunca lo maté dos veces en un mismo día.

—Nunca lo mataste en absoluto —dijo Drac malhumorado. Aparentemente yo no era la única que veía la locura en aquellos ojos grises.

Parecía que Jonathan no había escuchado.

—Moría de una manera tan bonita cada vez. La mayoría de las veces en silencio, pero algunas veces le llevaba a que diera gritos de agonía y hasta angustiosos estertores mortales. —Su mano libre acarició el costado desnudo de Louis-Cesare mientras su dedo se hundía aún más en su piel, hasta la base de sus nudillos—. ¿Chillarás para mí una vez más?

Louis-Cesare tembló con repulsión, pero levantó la cabeza para mirarlo fijamente, arrogante y desafiante. Pensé que ése era el aspecto que los aristócratas franceses debían de haber tenido cuando iban hacia la guillotina por la orden de un burócrata de clase media, con la sangre de Charles Martel corriendo por sus venas. Luego, me vio por encima del hombro de Jonathan.

Dio una sacudida repentina y sus ojos se abrieron. El mago que estaba enfrente de mí tuvo que haberlo visto, porque se puso a oler y comenzó a girarse. Lo estrangulé con su propia bufanda antes de que pudiera dar la alarma. Pero si Louis-Cesare continuaba mirando de esa manera, ya no iba a necesitar ninguna otra alarma.

Por suerte, a Drac nunca se le había conocido por su paciencia. Golpeó a Jonathan para apartarlo de su camino, cogió un atizador que sobresalía del muslo de Louis-Cesare y lo torció cruelmente.

—¡Ya basta con esto! Dime dónde está Mircea o dejaré que esta criatura haga lo peor contigo.

Louis-Cesare no dijo nada, pero apartó su vista de mí mientras la voz indignada de Radu hacía eco por toda la habitación.

—¡Ya te lo he dicho! ¡No está aquí! Suéltale, Vlad. ¡Tu lucha es conmigo!

Vlad giró la cabeza, casi como si se hubiera olvidado de que Radu estaba allí. Pero antes de que él pudiera contestar, la puerta principal se abrió, inundando con la luz del sol los adoquines llenos de sangre.

—Tonterías, Radu. —Al escuchar ese tono tan familiar me quedé paralizada. Giré la cabeza muy despacio—. Como ya sabes bastante bien, la lucha de Vlad siempre ha sido conmigo.

Mircea estaba allí de pie, con un espadín en la mano, sonriendo de una manera antigua. Como un rayo de luz en un borde de cristal roto, era inequívocamente la expresión de un duelista, sin indicio de calidez.

—¡Ah! —Las manos de Vlad dejaron suelto a Louis-Cesare como si de repente hubiera desaparecido, lo que supongo que para él era así.

Había que reconocerlo, Caedmon era bueno. Con toda la sangre y los cuerpos de varios de los híbridos de Radu esparcidos por todos lados, no podía decir si el olor era correcto, pero todo lo demás era perfecto. Incluso me podría haber engañado a mí. Mi opinión del glamour de los duendes creció exponencialmente.

El vampiro que estaba más cerca de mí se giró para decirle algo al mago que ahora estaba muerto y me vio. No era un maestro, pero el grito que le salió de la garganta antes de que mi estaca improvisada se clavara en su corazón fue suficiente como para atraer hacia mí los ojos de todos, excepto los de Drac.

—Matadla —ordenó, mientras sus ojos seguían fijos en Mircea.

Di un salto hasta el candelabro para escaparme de una descarga de hechizos y de más ataques mundanos. No estaba segura de poder conseguirlo. Caedmon había curado lo peor de los ataques de los duendes, pero aún no había recuperado plenamente mis fuerzas y me dolía todo el cuerpo; los cristales sonaron debajo de mis manos cuando lo agarré, justo cuando una explosión golpeó la pared donde yo acababa de estar, reventando un trozo de yeso y ladrillo.

Caedmon salió disparado desde la entrada hacia mí, pero Drac le cortó el paso. Se pusieron a combatir sin pausa, de una manera uniforme y oscuramente preciosa. Parecía que había poco que elegir entre los dos: Caedmon, el más astuto y Drac, el más salvaje. Luego mi atención se desvió por un hechizo que había dado al candelabro, enviando un torbellino de luz enredada que bailaba locamente alrededor de la sala y hacía que el hierro forjado y pesado de los accesorios fuera como mantequilla derretida.

Salté al suelo, lanzándome hacía un lado para evitar la cuchillada del arma blanca de un vampiro.

—¡Louis-Cesare! —Le rompí el brazo al vampiro, pero su arma dio un salto rápido por el suelo, poniéndose fuera de mi alcance—. ¡Necesito un poco de ayuda aquí! —El candelabro se cayó, haciéndose añicos y esparciendo miles de piezas brillantes como el hielo por el suelo. Debajo estaba el vampiro que me había atacado, el metal derretido de la instalación quemaba su piel mientras él yacía chillando.

Y Louis-Cesare seguía allí colgado. Ahora, el poder estaba rizándose hacia arriba desde cada herida; lo sentía en la piel incluso a medio camino de la sala. Parecía que el mago estaba borracho de ese poder, recogiendo esas espirales de niebla tan rápido como escapaban del cuerpo de su prisionero.

Había tres magos y cada uno de los vampiros que no estaba sujetando a Radu vino a por mí. Estaban a punto de achicharrarme si no me movía, así que me moví, derecha hacia Louis-Cesare. Algo que sentí como un palo me golpeó a medio camino cuando saltaba, pero ya que no vi nada, seguramente fuera un hechizo. Me estrellé contra los adoquines, pero de alguna forma seguí sujetando mi estaca. Luego dos vampiros se lanzaron sobre mí.

Uno era un maestro, pero el otro no. El bebé se cayó prácticamente en la estaca, perforándose el intestino, por el olor. Sus gritos se juntaron con los del vampiro que aún se estaba chamuscando debajo del candelabro y con el choque de las espadas.

El vampiro pequeño cayó, pero el maestro tenía la cabeza enterrada en mi garganta antes de que me pudiera mover. Lo golpeé duramente y luché, pero fue más la capa de tierra que aún tenía encima lo que hizo que mantuviera los dientes lejos de mi cuello que no lo que yo estaba haciendo. Me mordió, pero, a pesar de su esfuerzo, solo obtuvo un bocado de barro seco. Y luego se encontró volando a través del aire, su pelo colgando en un ángulo poco natural. Levanté la vista, lista para regañar debidamente a Louis-Cesare, y en lugar de eso, me encontré con los ojos resplandecientes de Radu.

Se volvieron ámbar, me di cuenta de que eran como los de Mircea cuando estaba enfadado. Y en ese momento, él estaba furioso, con poder chisporroteando a su alrededor como un campo eléctrico. Vlad podía seguir pensando en Radu como su hermano pequeño inepto, pero ésa era una imagen distorsionada por el tiempo. Un maestro de segundo nivel podía hacer mucho daño, especialmente si la alternativa era una muerte segura. Me alegré de ver finalmente a Du poniendo algunos de esos siglos de poder acumulado a trabajar, pero ¿qué demonios era lo que estaba pasando con Louis-Cesare?

Radu me ayudó a levantarme, pero me apretó fuerte el brazo cuando me volvía a dirigir hacia el balcón.

—Puedo sentir el pulso profundo dentro de tu cuerpo —estaba diciendo Jonathan, ajeno a la masacre que había a su alrededor. Sus mejillas estaban sonrojadas, y sus ojos brillaban. Había hecho más grande la herida en el costado de Louis-Cesare hasta convertirla en un agujero abierto. Su mano desapareció dentro del agujero hasta la muñeca—. Ese corazón tuyo, temblando contra la yema de mis dedos. Latiendo, solo para mí.

El dolor tuvo que haber sido agudísimo. El cuello de Louis-Cesare se arqueó hacia atrás hasta que parecía que se le iba a romper la espina dorsal. La niebla reluciente de poder a su alrededor había crecido, formando un manto grueso de luz plateada pálida que amenazaba con esconderlo de nuestra vista.

Luché para que Radu me soltara.

—¿Estás loco? ¡Déjame ir!

—Es un hechizo —dijo rápidamente—. Están detrás de un hechizo protector. ¡Si lo rompes, destrozará a Louis-Cesare!

—¡Se va a morir de todas maneras! —Ya había conocido a gente como Jonathan antes. Radu me soltó y cogió rápidamente al vampiro que ardía, del suelo. Los lanzó a él y al metal derretido y humeante pegado a él, contra otro, que había venido a por nosotros tan rápido que fue poco más que una ráfaga de aire.

—¡Claire! —Me di cuenta de que en algún lugar, en todo esto, estaba la única persona que podía derribar las protecciones, la mitad del tiempo casi sin darse ni cuenta. Le cogí el brazo a Radu—. ¿La has visto?

—¿A quién? —Él estaba mirando las tropas de Drac, que nos estaban rodeando cautelosamente. Su maestro había desaparecido, y supuse por el sonido de acero sobre acero que provenía del comedor que él y Caedmon habían llevado su lucha hacia allí.

—Una mujer, alta, pelirroja, joven, ¿la has visto?

—No, pero el chef estaba diciendo algo antes acerca de una mujer que había invadido la cocina…

—Vete a la cocina. Encuentra a Claire y…

Radu cogió mi estaca y se la lanzó a un vampiro que estaba avanzando. Le dio en el centro del pecho, no en el corazón, y aunque se resbaló con la sangre, no se cayó. Supuse que era el segundo maestro. Radu le arrebató la espada al vampiro muerto y la levantó a tiempo para encontrarse con uno que se dirigía directamente hacia él.

Me acuclillé, desnudando el cuerpo del vampiro y encontré un arma más corta, pero tuve que lanzársela a un trío de magos que estaban intentando acercarse lo bastante como para lanzar un hechizo de red. Sobre mi cabeza, la espada de Radu se deslizó contra la parte de la empuñadura de la del maestro, girando su muñeca en un ángulo inesperado. En el medio segundo que éste tardó en ponerla derecha, Radu superó su plano defensivo y lo alcanzó, llevando un codo contra su garganta. Parecía que su habilidad con la espada había mejorado con los años.

El vampiro se tambaleó y nos lanzamos hacia él. Radu le sacó la estaca del pecho y se la clavó en el corazón mientras yo le cortaba el cuello. No fue un trabajo bonito, pero fue efectivo.

Nos llevó poco tiempo, mientras todo el mundo se detenía, esperando a ver quién era el que atacaba primero.

—¡Ve tú a la cocina! —dijo Radu, pareciendo un poco loco—. Aquí me necesitan.

—Creía que me habías dicho que no eras un luchador, ¿no?

—No tengo ningún deseo de enfrentarme a mi hermano. Con los demás puedo. Ahora vete y dile al chef que les suelte. Podemos utilizarlos como distracción.

—¿Soltar el qué? —No obtuve ninguna respuesta porque los dos magos que quedaban atacaron a Radu con la red mágica. Si hubiera tenido mi mochila, me habría ocupado de ellos en un segundo; sin ella, lo mejor que podía hacer era evitar que me cogieran. Por suerte, parecía que los magos veían a Radu como la amenaza más grande. Me di la vuelta y corrí.

La parte de atrás de la casa era un desastre mayor incluso que la parte de delante. El pasillo hasta la cocina había sido destrozado, hasta el punto de que le faltaban piezas grandes. Salté por una grieta en la pared rota, pensando en ahorrar tiempo acortando a través de la despensa, ya que ahora estaba abierta hasta el vestíbulo. Pero inmediatamente tuve que reducir la marcha. Ya tenía varios cortes en mis pies descalzos, cortesía del candelabro, y la escena que había delante de mi parecía especialmente diseñada para añadir algunos cortes más. Botellas rotas, botes hechos pedazos y estanterías rotas en trozos estaban por todos lados. Había demasiado vidrio esparcido llenando el suelo de azulejo blanco que parecía escarcha.

También había personas. Muchas de ellas tenían que ser del grupo de Drac, porque no las conocía. Pero el humano joven y atractivo que había alimentado a Louis-Cesare después de que hubiéramos llegado estaba en el suelo en medio de la puerta de la cocina. Parecía que algo se había alimentado de él, porque su caja torácica estaba abierta y la mitad de sus huesos estaban limpios.

Pasé por encima de él y alguien me golpeó fuerte en la cabeza. Agarré el arma y estrellé a quienquiera que le estuviese agarrando contra la pared y me encontré cara a cara con un humano indignado con ropa blanca de chef, sujetando con fuerza un rodillo de amasar de mármol. Incluso después de verme, parecía que no entendía que yo no era una enemiga. Me vi reflejada en el frigorífico brillante de acero inoxidable: el pelo cubierto de barro sobresaliendo en todas las direcciones, ojos salvajes y un cuerpo sucio cubierto de sangre y de sudor. De acuerdo, quizá él tuviera razones, pero no tenía tiempo de explicárselo.

—¿Dónde está ella? ¿Dónde está Claire? —Señaló con el rodillo de amasar a una puerta cubierta de aluminio al otro lado de la habitación—. ¿La metiste en el frigorífico? —Volví a golpearlo contra la pared—. ¡Dime que está viva!

—Ella… lo estaba cuando entró. Fue idea suya —rompió, mientras le arrastraba por el suelo de la cocina que una vez había estado limpio. Ahora estaba cubierto por pisadas sucias, marcas de garras y zarpas. Estaba claro que las mascotas de Radu habían encontrado la cocina. Pero seguramente estuvieron allí y se fueron, porque no había ninguna.

Mantuve una mano sobre el chef, que iba a experimentar un mundo de dolor si me había mentido, y tiré de la puerta. El pesado cierre se separó solo un poco, así que tiré más fuerte y se abrió. Claire me miró a través de unas gafas empañadas. Estaba sentada en el suelo, rodeada por algunos de la colección de animales de Radu. Me moví hacia delante con un grito, luego me detuve. Muchos de los híbridos estaban muertos, pero uno o dos se arrastraban por los escombros del frigorífico, a algunos les faltaban miembros, otros dejaban un rastro de sangre detrás de ellos.

—¡Claire!

Levantó la vista y las gafas se le resbalaron por la nariz. Sus ojos eran enormes y era obvio que había estado llorando.

—¡A estas pobrecitas las lanzaron aquí dentro juntas y cuando yo entré, comenzaron a comerse las unas a las otras!

—¡Claire! ¡Abate todas las protecciones que haya en este edificio! ¡Hazlo ya!

—¿Qué? —Parecía confusa—. Pero el chef dijo que los vampiros estaban intentando reconstruir…

—¡Todas! ¡Ahora! Claire, por favor…

—Pero estas cosas, Dory, ¡son todas mágicas! Me estoy protegiendo lo más fuerte que puedo y aun así estoy haciendo que enfermen. —Miró a su alrededor de manera desconsolada, las lágrimas le vibraban en las pestañas—. No lo sé, maté a la mayoría de ellos cuando yo…

Respiré hondo y chillé.

—¡Claire! —La sacudí por los hombros. Jonathan o Louis-Cesare: uno de ellos iba a morir esta noche y Louis-Cesare no podía ser el que muriera. Porque no me había gustado el comentario de Jonathan de «una última vez». Tenía un presentimiento muy malo de que lo que fuera que tenía previsto para Louis-Cesare, no era algo de lo que Louis-Cesare pudiera escapar. No esta vez—. Escúchame. Una persona se va a morir muy pronto si no echas abajo todas las protecciones. Todas. Ahora.

Parecía perdida y más que un poco conmocionada, pero asintió con la cabeza. Varias de las criaturas a su lado se cayeron tambaleándose y se quedaron quietas.

—De acuerdo.

—Hazlo.

Se puso las gafas en su sitio. La criatura más cercana a ella se encogió en el suelo. Se parecía a aquella rata que me había atacado en el árbol.

—Acabo de hacerlo —dijo tristemente—. Dory, ¿qué eran esas…?

No escuché el resto, ya estaba en la mitad de la cocina e iba volando hacia la entrada. Esquivé el campo de minas de la despensa y en lugar de eso fui por el pasillo. Era más largo, pero seguramente sería más rápido. Y lo habría sido, excepto por la garra que me enganchó del pie y me levantó a través de un agujero en la pared.

Durante un breve instante estuve en el aire, lo que me dio el tiempo suficiente para desear que le hubiera pedido a Claire que matara a todas las cosas malvadas, y luego me soltó en el tejado de ladrillos rojos. Me di un golpe seco, pero no me caí rodando a pesar de la inclinación pronunciada, lo que estaba bien, porque un mago en algún sitio de abajo comenzó a lanzar hechizos, a mí o al gran pájaro. Supuse que era a mí ya que la criatura de repente no estaba a la vista. Un hechizo explotó contra la ventana sobre la entrada y envió una cascada de cristales a lo que fuera que estaba pasando allí.

Las tejas estaban aún húmedas y resbaladizas por la lluvia, pero me las apañé para gatear y cubrirme detrás de la chimenea. Tenía que llegar hasta la entrada. El hechizo protector que el mago había puesto sobre Louis-Cesare con algo de suerte estaría anulado, pero no tenía ni idea de si eso sería suficiente o no. Había perdido un montón de sangre y Dios sabía qué le habían hecho después de que yo me fuera. Y Radu tenía demasiado entre manos para ser de mucha ayuda.

Parecía que la chimenea estaba en contacto con la del salón, pero no pensaba ni de broma imitar a Santa Claus bajando por allí. Ni siquiera un gato cabía allí dentro. Estaba mirando la ventana rota sobre la entrada, preguntándome si mi parte trasera se podría escurrir por allí; y de pronto una cabeza con la nariz en forma de gancho se asomó sobre la parte de arriba del tejado. Miré fijamente sus ojos extrañamente humanos y de color verde amarillento, y me maldije por estúpida. Debería haberlo recordado, en la lucha en el corralito el líder había esperado hasta que los otros se habían agotado antes de entrar. Como había hecho ahora.

Tan pronto como el ojo sin párpado en ese lado de su cabeza me echó una buena mirada, soltó un grito penetrante y se llevó la mitad de la chimenea de un golpe con su garra. Volví a gatear por las tejas hacia abajo, mientras ese pico malvado bajaba detrás, rompiendo en dos cada teja que golpeaba.

La cola de la criatura se partió y resbaló por las tejas, lanzando una cascada y deslizándose hacia el borde del tejado, conmigo acompañándola en el viaje. Buscando un asidero, cualquier cosa que parara mi caída, mi mano encontró el canalón. Ya desbordado por lo excesivo de la inundación, se separó del tejado y me dejó balanceándome sobre el patio justo encima del mago.

Estaba bien ver que estaba teniendo suerte.

Una corriente de agua sucia fluyó de la tubería directamente hasta el mago, dejándole ciego temporalmente. Me solté de la tubería y caí al suelo, lo bastante cerca del hombre para ponerle mis brazos alrededor de la cintura. Una sombra oscura cayó sobre el patio mientras el líder extendía sus enormes alas de piel; luego se puso encima de nosotros, su peso y su impulso hicieron que nos estrelláramos contra el suelo. Esperé hasta que oí el chillido del mago cuando las garras se cerraron sobre él, luego gateé para salir de allí debajo y eché a correr hacia la entrada.