20

Como una corriente de agua fría en un mar caliente, algo dividió la lluvia. Podía sentir todo lo que pasaba a mi alrededor con claridad preternatural: la carrera de patas con zarpas y unguladas de los horrores de Radu, que se habían topado con algo más aterrador que ellos mismos; el ritmo de mi propia respiración nerviosa; los sonidos leves de pasos ligeros que se acercaban sigilosamente por detrás de mí. Me sentí suspendida en la parte de arriba de una ola que estaba a punto de romper.

—¡Sácala de aquí! —le dije a Heidar—. Haré que vayan más despacio.

—¡Tú no vas a hacer tal cosa! —Claire estaba en uno de sus mejores momentos incandescentes—. Puedo ayudar…

Le puse una mano sobre la boca y miré a Heidar.

—¿Tienes un problema de oído?

—No puedes ganar —dijo rápidamente—. Ellos…

—¿Te he preguntado eso? —Lo cogí por el brazo, lo bastante fuerte para hacerle daño—. Si ella muere, te cortaré el cuello.

Se irguió con dignidad, con la espalda derecha, y me clavó una mirada ecuánime.

—Si ella muere, yo ya estaré muerto, defendiéndola.

Asentí con la cabeza.

—Buena respuesta.

—¡Dory! —Había acercado a Claire hacia Heidar, que estaba demasiado ocupado sacando una espada de la eslinga de su espalda para acallarla—. ¡Siempre haces esto! ¡Hay otra gente que también tiene fuerza!

—¡Cógela y llévatela! —gruñí. Heidar me pasó silenciosamente la espada, echó a Claire sobre sus hombros y desapareció en las vides. No vi ninguna de las figuras oscuras separándose para seguirlos, lo que era al mismo tiempo reconfortante y preocupante. ¿Tenían a otros puestos alrededor de la finca para atraparlos desprevenidos?

Luego algo saltó sobre mí desde el cielo hirviente. Le di un golpe violento instintivamente, escuchando más que viendo, y la cabeza de Geoffrey rodó por el suelo hasta llegar a mis pies. La empujé ligeramente, y la furia apareció en sus ojos aún vivos. Un vampiro de nivel maestro podía curar una herida como ésa en medio siglo más o menos, con un cuidado excelente. Pero Geoffrey no era un maestro o, al menos, no luchaba como uno. Un segundo más tarde daba igual, de todas formas. Una bota le dio un golpe al cráneo, rompiéndolo como una nuez y moliéndolo en el barro.

Salté hacia atrás, con la espada en alto. Levanté la vista y miré unos ojos de color del peltre que brillaban con energía como la luz de las estrellas que brillan intermitentemente. El reconocimiento fue instantáneo y yo me lancé a por él, pero la espada literalmente saltó de mi mano y se fue volando hacia él. Trastabillé cuando una pared de frío me golpeó de frente, tan repentina y tan helada que tuve problemas para respirar.

El duende examinó el arma con una pequeña sonrisa.

—La espada de los reyes, en las manos de una zorra híbrida. —La voz era baja y musical y extrañamente hermosa—. Qué… perturbador.

Me las apañé para levantarme, aunque el frío me quemaba la piel como un hierro marcado al fuego. Miré a mi alrededor, pero no había salida. En cada dirección, la luz de la luna alumbraba caras pálidas.

—No estés preocupada —me dijo el duende, pero sus ojos estaban fijos en el arma. La probó para experimentarla, partiendo la lluvia de forma elegante. La superficie clara brillaba a la tenue luz, reflejándola a lo largo de su borde afilado como una advertencia.

—Una vez, hace mucho tiempo, esta espada cortó la cabeza de un rey svarestri. No lo deshonraría utilizándola contigo.

El frío intenso estaba acabando con mi calor rápidamente. Si no hacía algo pronto, me quedaría congelada en el mismo sitio donde estaba. Pero teniendo en cuenta mis probabilidades desfavorables, parecía que la conversación era la mejor oportunidad para darle tiempo a Claire para que se fuera.

—Quizá deberías usarla con quien sea que estés persiguiendo inútilmente.

—¿Qué quieres decir? —Él seguía aún más interesado en su nuevo juguete que en mí. Decidí que eso era insultante.

—Quiero decir, capullo, que puede que yo sea híbrida, pero no soy bruja, no soy una neutralizadora y definitivamente no soy una pelirroja que mide metro sesenta.

La cabeza del duende se levantó al oír mis palabras.

—¿Qué?

Le enseñé los colmillos.

—¿Los ves? No son un equipamiento de serie de bruja. Soy una dhampir. —Sonreí—. Has estado persiguiendo a la mujer equivocada, genio.

Supongo que, después de todo, decidió que la espada no era tan sagrada, ya que un segundo más tarde, la tenía debajo de mi barbilla.

—¿Dónde está?

—¿Por qué? ¿Quieres rendir homenaje a tu futuro rey? Porque es un poco temprano para eso.

—El hijo híbrido de ese bufón blarestri nunca podrá gobernar, ni tampoco ningún niño que él engendre con otro híbrido. —La punta de la espada se clavó en la piel de mi cuello—. Dame lo que necesito y quizá puedas vivir. De lo contrario…

—Ya he escuchado esta charla una vez esta semana. El otro tipo lo hizo mejor.

—Ten cuidado, dhampir. —La voz del duende ya no era musical—. No sabes con quien estás tratando.

A pesar de todo, la conversación nunca había sido realmente mi fuerte.

—Tampoco tú —dije, y me abalancé sobre él. Me agaché debajo de la espada de reyes y fui derecha a por la yugular de aquel cabrón. Me lancé con todo lo que tenía, toda mi velocidad, y mis dedos arañaron la piel inesperadamente caliente de su cuello. Pero antes de que pudiera cerrar las manos, algo me tocó, deslizándose hacia abajo por mi espina dorsal como la hoja de un cuchillo de hierro frío. Se llevó mi velocidad, mi fuerza, todo, como si todos mis sentidos hubieran desaparecido a la vez. No podía ver, no podía escuchar, no podía sentir. Había desaparecido todo. Todo excepto las náuseas heladas y el miedo agrio.

Y luego recuperé los sentidos, y fue peor. Era agonía, como si miles de pequeños trozos de hielo me atravesaran a la vez. Me atraganté cuando sus manos se cerraron alrededor de mi garganta. No estaba intentando estrangularme, ni siquiera estaba apretando lo bastante fuerte como para hacerme daño, pero era como si, de repente, me ahogara en hielo. Mis ojos me decían que no había nada allí, pero mi garganta se insensibilizó, y mi reflejo nauseoso entró en acción, cerrando completamente las vías respiratorias.

—¿Deseas ponerte a prueba contra mí? —La voz era desapasionada y dura, como hielo sobre agua oscura y fría—. Muy bien.

Apoyó su mano en la parte de delante de mi camiseta, suavemente, apenas sin tocarme, pero sentí como si hubiera extendido sus dedos y los hubiera metido profundamente dentro de mi carne. No rompiendo y desgarrando, como un animal podría hacerlo, sino reptando lentamente, como la llegada del invierno, robando el color, el calor y la vida. Se me congelaron los pulmones; no podría haber respirado incluso aunque mi vía respiratoria hubiera estado abierta. Mi sangre disminuyó la velocidad a la de una sustancia congelada y lenta. El tacto de ese fantasma se hundió aún más en mi cuerpo, quemando como hielo seco, avanzando lentamente hasta escondrijos ocultos que yo ni siquiera sabía que existían hasta que él los agarrotó. La escarcha avanzó hasta mi espina dorsal; el hielo cubrió mi corazón.

Me caí, los huesos resonaron con un golpe irritante cuando me di contra el suelo. Ya no estaba empapado, sino duro como una piedra con una capa gruesa de hielo. El barro congelado brillaba blanco y cristalino contra la punta de mis dedos cuando mi mano cayó inútil delante de mi cara. Estaba vagamente sorprendida de que no se hubiera roto en pedazos con el contacto, como el cristal. Comencé a perder el conocimiento a causa del dolor y la falta de aire.

—Los svarestri dominan los elementos. —El duende me dio una patada en la espalda, luego se acuclilló a mi lado—. ¿Conoces los cuatro elementos, dhampir? El agua de alguna forma creo que la estás conociendo bastante bien. ¿Lo intentamos con otro?

El dolor se cambió de hielo a llama en un instante. Lo que antes estaba congelado, ahora ardía. Jadeé cuando el estrangulamiento de mi garganta desapareció, y me entró aire ardiente en los pulmones. Una mirada de peltre, médica, observaba mientras yo me arqueaba en agonía, mi cuerpo se dobló como un lazo cuando las llamas me atravesaron. El fuego corroyó mis terminaciones nerviosas, pero en lugar de insensibilizarlas, seguía habiendo dolor, y cada segundo era peor, hasta que sentí que mis huesos se iban a salir de mi cuerpo.

El hielo que tenía alrededor se derritió y el charco comenzó a echar vapor. Parecía como si el mismo aire se hubiera convertido en fuego, una masa hirviente de luz anudada. Estaba sorprendida de que mi piel no estuviera haciendo lo mismo; sentía como si mi sangre estuviera hirviendo en mis venas. El duende volvió a poner una mano sobre mí, pero donde había habido hielo antes, ahora había fuego. Mi camiseta comenzó a chamuscarse como si la tela se hubiera dejado demasiado tiempo debajo de una plancha. Pude sentir mi piel comenzar a cocerse debajo de ella.

Luego, tan repentinamente como había comenzado, se detuvo. Me desplomé en el suelo, cayendo en un charco de agua lo bastante caliente como para que quemara. Mi carne palpitaba con cada latido del corazón; mi aliento se enganchaba en los pulmones cuando intentaba respirar. Me asfixié con el olor acre que salía de los bordes quemados de mi camiseta, como el humo de una vela que se acababa de apagar. El duende retiró la mano y se puso de cuclillas. Parte de mi camiseta se había quemado, mostrando piel roja y con ampollas que iban desde el esternón hasta debajo del ombligo. Me llevó un segundo darme cuenta de por qué la forma de herida me era tan familiar. La huella perfecta de una mano con largos dedos me había marcado como un símbolo.

—Si no te estuviera protegiendo, ya estarías muerta —me dijo—. Pero aún nos quedan dos elementos más, ¿verdad? —No me estaba tocando ahora, pero de repente sentí un estrangulamiento en la garganta. Mis manos escarbaron la arena ardiendo que había debajo de mí, pero no tenía la fuerza para levantarlas hasta el cuello; ni siquiera podía arañar la soga que no había. Mordí el aire como si pudiera romper pedazos de él con mis dientes, pero no pasó nada. Había demasiadas necesidades en mi cabeza: luchar, obtener aire para mis pulmones, chillar pidiendo clemencia.

Casi como si hubiera escuchado mi último pensamiento, el duende se inclinó para mirarme a los ojos.

—Si quieres seguir con vida, dime dónde puedo encontrar a la neutralizadora. —El estrangulamiento se relajó y pude respirar, aunque parecía que mis pulmones se habían olvidado de cómo hacerlo. Esperó mientras yo jadeaba y me sofocaba—. ¿No tienes nada que decir? —Levanté la vista y lo miré, tenía cada nervio en carne viva y casi no podía ni mirar. Suspiros jadeantes e inútiles acompañaban a cada respiración, pero no dije nada. Solo deseaba que me quedara suficiente agua en mi boca deshidratada para escupir.

Luego me di cuenta de que la diversión no había terminado aún, cuando mis pulmones comenzaron a expandirse después de llenarse todo lo que podían. Parecía que tenía dos globos en el pecho, globos que se estuvieran estirando hasta el límite. Pronto explotarían; probablemente no podrían aguantar más. Mis ojos se nublaron por el dolor y no pude evitar un escalofrío violento. Estaba empezando a perder la visión. Algo estaba chillando dentro de mi cabeza, un sonido alto, inhumano, que no tenía ni principio ni fin, una vibración de agonía húmeda.

Justo cuando me estaba hundiendo en la oscuridad, la presión se detuvo y pude soltar aire. No tosí esta vez. El aire salió de mí lentamente, y yo respiré unas cuantas veces de manera débil después de eso, como si mis pulmones tuvieran miedo de hacerlo más veces.

Lo había pasado mal en otras ocasiones, pero ésta sin duda estaba entre las diez peores. Puede que incluso entre las tres peores. El duende me miró pensativamente, un dedo dibujó las quemaduras de mi pecho delicadamente.

—Me sorprendes. La mayoría de tu clase habrían chillado y ya estarían afónicos ahora.

No le iba a dar la satisfacción de decirle la verdad, que se me había bloqueado la garganta y que había sentido tanto dolor que casi grito.

—Nunca has conocido a nadie de mi clase. —Mi voz salió como un graznido seco, pero pareció que lo había entendido.

—No. —Los ojos con color de tormenta se entrecerraron—. Supongo que no. Bien, entonces. —Se levantó y me arrastró por los pies. Tropecé, pero ese agarre de hierro no me iba a dejar caer. Después de un momento se me pasó el mareo y para mi sorpresa me di cuenta que podía mantenerme en pie. Estaba incluso aún más sorprendida de que no me hubiera dado un ataque. El dolor de esa magnitud siempre los provocaba. Nunca había tenido tanto control, a menos que…

A menos que Claire anduviera por allí.

Me obligué a no mirar. Ese maldito Heidar. Ya había prometido matarle, pero por esto, lo mataría lentamente.

—Ya que te comportas como una guerrera, te trataremos como tal —dijo el duende—. Te daré la oportunidad de morir luchando. —Me puso una mano alrededor de la cintura para mantenerme derecha. El roce de eso hizo que el sudor en mi cuerpo de repente se enfriara—. ¿Ves la casa?

Ya que estaba iluminada como un árbol de Navidad en contraste con la oscuridad profunda del cielo, era una pregunta bastante estúpida.

Pero lo cierto es que daba la impresión de que el duende no tenía mucho respeto por la inteligencia humana. Asentí con la cabeza. Cualquier cosa era mejor que tener que pasar por el cuarto elemento. No sabía la forma que podía adquirir, pero de alguna manera, dudaba de que disfrutara con la lección.

—Si llegas a la casa, te dejaré ir.

—¿Llegar a la casa? —Mi voz sonó fina y velada, para nada como era común. Pero estaba agradecida por eso. Si mis cuerdas vocales aún funcionaban, no podía estar tan dañada como me sentía, ¿no?

—Mi gente no intentará detenerte. Pero lo hará el cuarto elemento. Toca la casa, cualquier parte de ella, y te dejaremos. Si no lo haces —se encogió de hombros—, le diré a tu gente donde tienen que excavar para encontrarte.

Supuse que había dicho eso literalmente, ya que el único elemento que faltaba era la tierra. Maldito duende y malditos juegos. Había escuchado las historias, pero nunca había pensado mucho en ellas. La verdad es que nunca había pensado que podía morir en una de ellas. Y lo que era incluso peor, que podía morir por nada.

Mis ojos hicieron un rápido reconocimiento a la viña, pero si Claire y Heidar estaban allí, se estaban escondiendo bien. Pero ¿lo estaban haciendo? El nivel de control que de alguna forma aún mantenía parecía que apuntaba a que sí, pero en ese caso, ¿por qué no estaba reaccionado ninguno de los duendes? Heidar había sabido que los svarestri estaban aquí antes que yo; ¿seguramente eran capaces de detectarlo? Y luego, el suelo se elevó a ambos lados como olas negras en el mar y yo corrí.

Puedo correr más que la mayoría de las cosas sobre la tierra, pero descubrí que no más que la misma tierra. Llegué al borde de la fila de vides antes de que una pared de suciedad me golpeara como un palo. Intenté atravesarla, pero parecía que no tenía final. Acres de lodo chocaban contra mí, sobre mí, mis músculos puestos a prueba gritaban mientras luchaba inútilmente. Me estaba ahogando en finas partículas que me rodeaban asfixiándome. Mis pulmones maltratados se llenaron de polvo, mis ojos y mis oídos se taponaron con tierra y pesados terrones cayeron sobre mí como golpes de cien puños.

Luché, arañando contra el peso con todas mis fuerzas, pero ya no estaba del todo segura de qué camino estaba tomando. ¿Estaba excavando hacia el aire y la vida, o me estaba alejando de eso? ¿Estaba ayudándome a liberarme o estaba cavando mi propia tumba? No tenía ni idea.

Luego, algo áspero y duro se enroscó en mi tobillo y tiró de mí. La tierra no quería soltarme, pero la soga invisible que me sujetaba no aceptó un «no» por respuesta. Dio un gran tirón y salí disparada del montículo de tierra como la bala de una pistola.

Había demasiado polvo en mis ojos para que pudiera ver, pero lo sentí cuando choqué con las vides como un trapecista cayéndose en una red de seguridad. Amortiguaron la caída, pero no mucho. El poco aire que me quedaba en los pulmones se vio obligado a salir cuando golpeé el suelo, lo bastante fuerte como para que mis huesos crujieran. Me quedé allí echada durante un momento, conmocionada e inmóvil. Luego comencé a levantarme y a escupir una sustancia viscosa marrón y entremedias intentaba aspirar todo el aire que podía.

Escuché los sonidos de la batalla a mi alrededor, pero mi cerebro tardó varios minutos en encontrarles sentido. Por fin, me limpié la boca con la parte de atrás de la mano y luché para abrirme camino por las vides, incluyendo la que aún estaba firmemente enrollada en mi pie, justo a tiempo para ver a Claire enfrentándose a un svarestri. Fui tambaleándome, segura de que sería muy tarde, segura de que estaba muerta. Pero en lugar de eso, vi al duende haciendo eses y cayéndose de rodillas, chillando. No me podía imaginar lo que Claire le estaba haciendo, ella ni siquiera lo estaba tocando, pero él actuaba como si lentamente le estuvieran torturando hasta morir.

Vacilé y salí de las vides, cubierta de tierra que no paraba de caérseme en los ojos, y ella me vio. Le dio al duende una patada cruel en las costillas y corrió hacia mí, chillando algo que mis oídos llenos de tierra no pudieron entender. Detrás de ella, Heidar estaba peleándose con dos duendes y parecía que estaba aguantando. Lo que no podía averiguar era quién estaba ocupándose de los demás, especialmente del líder. Luego Claire se lanzó hacia mí, sollozando y temblando. El impacto fue suficiente para que se me cayera la porquería del oído izquierdo, así que habría sido capaz de escuchar como me echaba la bronca del siglo si ella hubiese logrado que sus palabras fuesen mínimamente coherentes.

Miré a mi alrededor frenéticamente buscando al líder, pero no lo vi. Lo que sí que vi fue a Caedmon, cayéndose de rodillas contra el suelo, no, en el suelo. Sus dedos se quedaron enterrados en la mugre húmeda y negra.

Las vides se habían enrollado en sus brazos y por su espalda, flotando como un manto viviente detrás de él. Él no me vio: sus rasgos estaban distorsionados en una concentración intensa que parecía estar al borde del dolor. Al lado, había dos duendes en el suelo, inmóviles, empalados en las vides más pequeñas que, incluso mientras observaba, crecían a través de sus cuerpos como unos brazos verdes desplegados y ondeándose en el cielo oscuro.

—… A hacerlo otra vez. Yo misma te mataré. Dios mío, pensé que estabas muerta. —Claire de repente me abrazó, lo bastante fuerte como para dañar mis costillas. Gruñí de dolor y ella me soltó, me miró durante un segundo y se puso a llorar.

Escupí más inmundicia y la miré fijamente, sin estar segura delo que hacer. Nunca había visto a Claire tan enfadada; normalmente ella era la calmada. Levanté la vista a tiempo para ver a Heidar cortándole la cabeza a uno de sus oponentes antes de dirigir toda su furia contra el otro.

—¿Dónde está el líder? —conseguí articular.

Pareció ser la cosa perfecta para detener las lágrimas de Claire. Se transformaron en rabia de repente.

—Ǽsubrand —soltó, sus mejillas estaban ruborizadas y húmedas—. Cuando encuentre a ese maldito cabrón, voy a… voy a… ¡Ay Dios!, no puedo pensar en nada lo bastante horrible ahora mismo, pero será muy, muy malo.

Heidar había acabado casi con su otro oponente y decidí que era seguro derrumbarse. Así que lo hice. E inmediatamente me arrepentí cuando Claire empezó a llorar de nuevo y comenzó a sacudirme.

—No estoy muerta —le dije lo más claro que pude con el interior de mi garganta lleno de tierra.

—Agua —jadeó—, necesitas agua.

Necesitaba dos meses de vacaciones en una playa, pero el agua también me valdría. Asentí con la cabeza y se marchó corriendo en dirección a la casa. Pensé en lo que Louis-Cesare me diría si me viera ahora, después de mi declaración de competencia, y decidí ponerme derecha. Caedmon había terminado de hacer crecer su cosecha: los dos duendes ahora eran montículos cubiertos de vides que ya habían empezado a formar pequeñas uvas verdes. Se dejó caer a mi lado, mostrándose orgulloso de sí mismo por alguna razón.

—Llegas temprano —gruñí.

—Parece que casi llegué tarde —contestó, elevando mi mano sangrienta, mugrienta y arañada—. Lo siento. —Luego me acercó a él y me besó.

El poder vibró en el aire. Lo sentí en mi lengua, grueso, acaramelado y dulce, y luego fluyó dentro de mi como una inundación primaveral, y mi cuerpo lo tomó como si tuviera sed. La mano de Caedmon acarició mi costado y todo mi cuerpo sintió un hormigueo y volvió a la vida. Abrí los ojos, pero no pude verlo. La criatura que me estaba sujetando era una luz brillante en la oscuridad, resplandeciente como un sol, eterna como una montaña y completamente inconfundible con ninguna otra cosa.

Gradualmente el resplandor se fue desvaneciendo y yo volví en mí. Mi primer pensamiento fue que Radu iba a necesitar un nuevo viñedo. Las líneas rectas y simétricas ya no lo eran. En su lugar había un amasijo de vides verdes y árboles pequeños floreciendo por todos lados, y guirnaldas delicadas y finas de buganvilla e hibiscos los envolvían. Los árboles florecientes se bamboleaban en la fría brisa, soltando una naranja de vez en cuando o pétalos intensamente rosas en el suave suelo cubierto de césped debajo de nosotros. Las nubes de tormenta se habían alejado y el cielo era de un azul pálido bañado en lluvia.

—Caedmon significa «Gran Rey» en gaélico —le dije, mientras una vid se convertía en flor encima de mi cabeza, como un fuego artificial vivo.

—¿Sí? —Caedmon parecía ligeramente interesado. Heidar dio un grito y persiguió a un duende que se retiraba en las vides.

—¿Y dónde están tus leales partidarios?

El rey se encogió de hombros.

—Sirviendo a mis intereses en el reino de la Fantasía. Por eso es por lo que nos íbamos a encontrar esta noche; necesitaba tiempo para ponerme en contacto con ellos y convocarlos. Pero cuando un informador me dijo que habían visto a los svarestri por esta zona, le dije a mi gente que se reunieran conmigo aquí, tan pronto como pudieran y que volvieran a estar disponibles en caso de que algo fuera mal durante mi ausencia.

Nos quedamos sentados en silencio durante un momento mientras cogía pétalos rojos de mi pelo.

—El tío de Claire tenía parte de duende —dije por fin—. Si no, él no podría haber hecho todo ese vino.

—Oh…

—Y su padre era un duende oscuro. Haciéndola ligeramente medio duende. —Le lancé a Caedmon una mirada oscura—. Tú planeaste esto.

Sus labios se torcieron mientras desenrollaba una vid demasiado cariñosa que estaba intentando subirse por su brazo.

—Mi querida Dory, te aseguro que no planeé las muertes de dos de mis partidarios más antiguos, no para que mi propio sobrino intentara asesinarme.

—Pero tú planeaste que Heidar acabara con Claire. Tú lo enviaste a esa subasta, ¿verdad?

—¡Lo que nosotros, los padres, tenemos que hacer para que nuestros descendientes sean felices!

—¿Por qué? —pregunté desconcertada—. ¿Por qué simplemente no los presentaste?

Sacudió la cabeza, soltando el grupo de mariposas que había ido a descansar allí. Algunas se fueron revoloteando, pero una se encendió en su tobillo, desplegando unas alas extravagantes naranjas en una presunción voluptuosa.

—Heidar sólo tiene ciento cuatro años, un adolescente según nuestras normas. Y, como la mayoría de los hombres de su edad, lo último que quiere es seguir las órdenes de su padre. Si le hubiera dicho por adelantado que ella era para él, no la habría tocado ni tampoco con toda probabilidad ella lo habría aceptado a él. —Me sonrió con aire de suficiencia—. Tal y como fueron las cosas, su atracción tenía la irresistible cualidad de estar prohibido.

—Eso dio como resultado un heredero tuyo.

—¿Ya? —La sonrisa presumida de Caedmon se hizo más grande—. Ése es mi chico.

Me contuve para no pegarle una bofetada.

—¿Cómo es que nadie lo sabía? Pensaba que los duendes se obsesionaban con la genealogía.

—Ah, sí, particularmente entre las casas nobles.

—Entonces, ¿por qué Ǽsubrand no sabía nada acerca del tío de Claire?

—Nos obsesionamos por nuestra ascendencia, Dory. —Cuando vio que yo aún no lo entendía, lo explicó—. La ascendencia de los duendes de la luz.

Me llevó un momento darme cuenta de lo que quería decir.

—¿Me estás diciendo que el tío de Claire era un duende oscuro?

—Creo que su tatarabuelo tenía un cuarto de brownie. Sólo hay porcentaje muy pequeño en Claire, pero bastante para dar a luz a un niño de ella y de mi hijo, que tenga más del cincuenta por ciento de duende. Y por lo tanto, por nuestras leyes, mi heredero legítimo. Suponiendo que sea niño, claro.

—¿Y tú crees que los svarestri aceptarán a un rey que tiene parte de oscuro? —No me imaginaba ver a alguien como Ǽsubrand haciendo una reverencia a Olga o a Apestoso. O a alguien con sangre similar.

—No hay nada en las antiguas normas que diga nada sobre qué tipo de sangre de duende tiene que ser —me aseguró Caedmon—. Supongo que se consideró tan obvio que tenía que ser de la luz, que nunca se escribió. Respecto a los svarestri, si estoy en lo cierto acerca de sus intenciones, ningún gobernador blarestri les va a satisfacer mucho tiempo.

—¿Que es por lo que tú has estado escurriendo el bulto y escondiéndote por aquí, haciendo que estabas muerto?

Caedmon sonrió con gran placer.

—¿«Escurriendo el bulto»? ¿De verdad? Qué… divino.

—¡Caedmon!

Se rió.

—¿Te haces una idea, Dorina, de cuánto tiempo hace que alguien se ha atrevido a tratarme con tanta familiaridad? «Escurriendo el bulto»… —Volvió a reírse.

Heidar salió del bosque de vides, arrastrando un duende inconsciente, o posiblemente muerto detrás de él. Miró hacia arriba y nos vio, y una sonrisa de satisfacción le cambió la cara. Era como la imagen de su padre en un espejo.

—Ésta es la razón —susurró Caedmon mientras su hijo se acercaba—, si los svarestri piensan que estoy muerto, creí que no tendrían ninguna razón para atacar a mi hijo, ya que saben que nunca podría gobernar. Me daría tiempo de encontrarlo a él y a tu amiga mientras mis partidarios buscaban a Ǽsubrand. ¡El único factor que no anticipé fue que Claire proclamara a todo el mundo que llevaba en su vientre a mi heredero!

—Lo que obligó a Ǽsubrand a ir tras ella si él quería el trono.

Caedmon suspiró.

—Mi hermana lo mimó; siempre le dije que acabaría mal.

—Pero no ha acabado. Él aún está libre y ahora sabe que estás vivo.

—Siempre hay problemas, Dory. Por eso es por lo que vivimos para los pocos momentos brillantes que hacen que el resto merezca la pena.

—¿Lo ha visto, señora? —Heidar se dirigió a mí, soltando su trofeo a los pies de su padre—. Ya le dije que no estaba muerto.

El duende se quejaba, así que me imaginé que aún seguía vivo.

—¿Dónde está lady Claire? —Parecía un poco aprensivo—. Tenemos… algo que decirte, padre.

Miré a mi alrededor frunciendo el ceño.

—Se fue a coger agua para mí. —Pero eso había sido ya hacía un buen rato, ¿no? No estaba segura. Mi sentido del tiempo había sufrido un revés.

Miré hacia la casa, y estaba misteriosamente tranquila. No había híbridos, ni duendes; de lo contrario vagarían por la parte de fuera, y si alguien se movía dentro, ya no era tan obvio. De repente, me acordé de que Louis-Cesare me había dicho que se uniría a mí. Y Radu debería haber vuelto a establecer las protecciones para entonces, solo que yo no había sentido nada.

Miré a Caedmon.

—Espero que hayas disfrutado un rato, porque creo que los problemas han vuelto.