19

—Milord… Puedo explicarlo —comenzó Louis-Cesare, y parecía no estar muy seguro de ser capaz de hacerlo.

Radu levantó una mano.

—Estoy seguro de que hay una buena razón por la que mi sobrina está desnuda y atada a su cama. Y también estoy igual de seguro de que no quiero escucharla.

Las manos de Louis-Cesare iban un poco a tientas, pero consiguieron soltar mis muñecas. Cogí mis vaqueros.

—¿Qué ha pasado con las protecciones?

—Han caído hace unos pocos… —Radu se detuvo cuando las ventanas se oscurecieron repentinamente, casi como si la noche hubiera decidido volver a repetirse—. Bueno, esto no pinta bien —dijo enfadado.

Llegué a las ventanas medio segundo antes que Louis-Cesare. La vista no era alentadora. El cielo hervía con nubes negras verdosas, bordeadas por rayas plateadas. La presión del aire formaba olas palpables, como una serpiente enroscándose cada vez más y más cerca. Un relámpago golpeó una plantación decorativa de tres palmeras cerca del camino de entrada, partiendo una por la mitad. La reverberación sacudió el suelo, enviando vibraciones desde mis pies hasta mi cerebro.

—Ésta no es época de tormentas —estaba diciendo Radu detrás de mí. No contesté; estaba demasiado ocupada observando las sombras moverse en los viñedos más allá de la casa. Figuras oscuras desplegaban sus alas como ropa harapienta en una brisa. Unos pequeños pinchazos fríos subían y bajaban por mi espina dorsal.

—Du, cuando dijiste que las protecciones habían caído, ¿a cuáles te referías exactamente? —Las figuras se concentraron en torno a la casa, pasando rápidamente por delante de la ventana con el pesado batir de alas de los grandes pájaros negros. Más abajo, podía escuchar algo luchando con garras como espadas para asirse a la escayola.

—Bueno, a todas. —Se puso más cerca para ver lo que había llamado mi atención—. Tienen una fuente común de poder. Yo…

Una cabeza de pájaro sobre un cuello de serpiente chocó contra la ventana, el cristal le desfiguró la cara en un rictus sonriente. Radu se retiró torpemente hacia atrás dando un pequeño grito. La cabeza desapareció y una garra con zarpas al final se estrelló con la ventana, y pasó a mi lado tratando de cogerlo. Golpeé el ala de la cosa con una lámpara de noche, pero rebotó sobre el apéndice sin ni siquiera dejar una abolladura, enviando un dolor palpitante desde mi brazo hasta el hombro.

Louis-Cesare agarró la pata de la cosa y tiró de ella hacia dentro. Sus alas se quedaron atascadas en el espacio entre la ventana y el pequeño balcón de hierro fundido más allá, evitando que avanzara. También bloqueó a sus amigos para que no se metieran dentro, al menos por el momento. Eché un buen vistazo a sus ojos amarillos verdosos, pero solo veía inteligencia animal. Me pregunté dónde estaba su compañero astuto.

Louis-Cesare había girado a Radu para ponerlo fuera de alcance.

—Tienes que levantar las protecciones, ¡rápido!

—¡Eso nos atrapará aquí con ellos! —La cosa en la ventana comenzó a chillar y a vibrar. Una mirada por las pequeñas ventanas explicaba su problema: sus amigos habían empezado a atacar con la brutalidad de una jauría de perros salvajes, desgarrando las grandes alas tan fácilmente como si fuesen telarañas negras.

—Es mejor eso que permitirles que se escapen a la población de los alrededores. Sólo son animales bobos, los acorralaremos o los destruiremos.

Radu sacudió la cabeza y el brillo del miedo en su cara me dijo que yo no era la única que había notado algo raro acerca de unos pocos de aquellos experimentos. Encontré la túnica de campesino debajo de la cama y la saqué de allí.

—¿Hay algo que quieras decirnos, Du?

Tragó saliva.

—No puedo. El Senado… —La cosa cayó por la ventana, chillando, al soltarse cuando sus compañeros le rompieron un ala. Inmediatamente fue sustituida por muchos otros, sus garras rasgaban la delicada barandilla del balcón para atraparnos, sus dientes cerrándose con fuerza mientras sus grandes alas golpeaban el aire.

—¡El Senado no está aquí! —le recordé—. Nuestras vidas están en juego. Venga, Du, dínoslo.

Louis-Cesare golpeó las cosas con un sillón, que embutió en el agujero que había en la ventana destrozada. Miré indecisa, dudando que la madera y el cuero aguantaran mucho. Apenas lo había pensado cuando el tapón improvisado explotó por toda la habitación metiéndose a presión en la puerta abierta que daba al pasillo y bloqueando nuestra retirada. Una de las criaturas más pequeñas se las apañó para gatear hasta dentro de la habitación y Louis-Cesare la agarró por el cuello y la apretó lo bastante fuerte como para que sus ojos se hincharan.

La salle de bain, vite! —Hizo gestos señalando la puerta del baño y yo empujé a Radu hasta allí sin contemplaciones. Había una puerta que conectaba con la habitación de al lado, que resultó ser la de Louis-Cesare.

Por desgracia, se estaba produciendo un asalto similar en su ventana. Una ráfaga de aire cargado de lluvia me abofeteó la cara procedente de los cristales destrozados mientras empujaba a Radu hacia el pasillo. No lo conseguí. Una garra larga avanzó a rastras y me tiró al suelo.

Tuve un momento confuso de desorientación mientras el pájaro se lanzaba por el balcón. Luego uno de mis pies entró en contacto con la barandilla y conseguí mantener uno enganchado debajo de un barrote de hierro. Estuve a punto de perder la pierna cuando la cosa comenzó a intentar desplazarme, golpeando el aire con sus alas, lanzando arcos de lluvia en mi cara, chillando furiosa. Luego, su otra garra me golpeó en el pecho, lo bastante fuerte como para sacar todo el aire de mis pulmones y llenar mi garganta y senos nasales con ácido. Un relámpago relumbró, el cielo tembló y yo no podía respirar.

Me solté, pero antes de que la criatura pudiera hacer cualquier avance, alguien clavó un trozo largo de cristal roto en la delgada piel que había sobre su caja torácica. Una larga cuchillada roja apareció en la piel negra por un instante, antes de que la lluvia la limpiara. Tuve un momento para ver a Radu intentando coger mi mano; luego la garra se replegó y yo me caí.

A medio camino del suelo, de repente paré. Supe al sentir el dolor causado por unas zarpas hundiéndose en mi pantorrilla que no había sido salvada de una manera milagrosa. Una zarpa huesuda me mantenía suspendida en el aire casi a cuatro metros de altura, balanceándome sin que yo pudiera hacer nada. Tuve exactamente un segundo para pensar en lo que podía hacer sin armas cuando noté que una agonía ardiente se clavaba en mi espalda. Otro grupo de garras había descendido sobre mis hombros, con las zarpas hundiéndose profundamente. Apreté los dientes en un chillido cuando las dos criaturas empezaron a tirar en direcciones contrarias. No hacía falta ser un genio para averiguar que si seguían tirando resolverían la discusión partiéndome a la mitad.

Un cuchillo de mango largo surgió de la nada, cortándole la garganta a la criatura que sujetaba mi pantorrilla. Por desgracia, no retiró sus zarpas antes de desplomarse en el suelo, su peso nos llevó a mí y a la criatura más grande con ella todo el viaje hasta abajo. Aterrizamos con tal golpe que me rechinaron los dientes, conmigo encima de la que se estaba muriendo. Saqué el cuchillo de lo que quedaba de su garganta, pero aunque tenía un arma, es difícil darle a algo que no puedes ver. Las zarpas hundidas en los músculos de mis hombros se aseguraban de que no me pudiese dar la vuelta para ocuparme de mi otro atacante.

Por suerte, una de las otras criaturas decidió que la posición también aseguraba que mi atacante tenía el movimiento limitado y se precipitó hacia ella. Sus garras salieron de mí, giradas hacia arriba. Sentí la resistencia mientras el cuchillo le cortaba el corazón en dos, escuché el gran músculo pulsar y luego dejar de funcionar: luego la criatura se cayó, casi espachurrándome debajo de ella. Saqué el cuchillo y salté hacia atrás, justo a tiempo para encontrarme con mi nuevo atacante. ¿Cuántas malditas cosas de ésas había?

Ésta era más grande que las otras, tan grande que sus alas gigantes eran apéndices inútiles; había tenido que esperar a que la víctima se hubiera ido al suelo. Una víctima como yo. Lentamente rodeé la caja torácica enorme de la criatura que se estaba muriendo, su torso se movía agitadamente con temblores. El cuchillo estaba tan resbaladizo por la sangre y la lluvia que estaba cayendo, que amenazaba con caerse de mis dedos. Incluso lo que era peor, la criatura parecía más lista que las otras. No tenía los ojos humanos que me habían perturbado del líder, pero no obstante me observaba con una vista calculadora, esperando a que yo cometiera un error. Tuve la sensación de que con uno bastaría.

La electricidad había vuelto al caer las protecciones, haciendo que la luz del paisaje se encendiera. La comodidad de la luz dorada estaba en un contraste sombrío con el plateado que cubría de rayas el cielo. El resplandor iluminaba figuras extrañas de resplandor en la penumbra, permitiéndome ver otros horrores distintos escabulléndose a los lados, dándonos un amplio atracadero mientras nos movíamos hacia la casa. La cara de Louis-Cesare me estaba mirando fijamente, un óvalo pálido en contraste con la oscuridad, y gritó algo. Pero la tormenta de lluvia se tragó su voz y no tuve tiempo de preocuparme por lo que había dicho, porque la criatura me atacó.

Era como enfrentarse a tres oponentes en lugar de a uno solo. Las alas coriáceas me pegaron en la cara con la fuerza de puñetazos sólidos, las garras me desgarraron la piel y ese maldito pico de ave se hundió en el suelo justo a mi lado, haciendo un surco en la tierra donde había estado hacía justo un segundo. Solté un golpe, pero se movió con una velocidad líquida, rápida como un vampiro y mi cuchillo solo le dio a una parte pequeña del ala. Flexionó sus garras y su larga cola como un látigo, un grito agudo de desafío salió de su garganta.

Me di cuenta de que era más rápida que yo. Parecía imposible; solo los vampiros maestros normalmente pueden hacer esa afirmación, pero no había ninguna duda al respecto. Le puse la mano encima una vez, pero la lluvia y la textura resbaladiza de su piel la hicieron tan resbaladizo como el cristal con aceite y no pude sujetarla. En unos segundos, se convirtió en un punto borroso mientras me veía forzada a abandonar todos los pensamientos de ataque. Di todo lo que pude para evitar que me desgarrara con aquellas zarpas feroces o que me empalara con ese pico punzante.

No ayudó nada a mi difícil situación el hecho de que las patas con garras de la criatura agitaran la tierra del patio de Radu, mezclándola con la lluvia para crear una superficie escurridiza y traicionera. Su peso mucho mayor le daba ventaja para mantener el equilibrio, algo que yo no tenía, especialmente con los pies descalzos. Me giré para evitar una garra que se dirigía rápidamente a mí y resbalé en el barro, acabando justo debajo de su bajo vientre. Su cola se arrastró y se enrolló en mi cuello, dejándome inmóvil como el granito.

Aproveché la única oportunidad que tuve y le asesté un cuchillazo, dándole en lo que era como un pellejo protuberante: un exterior coriáceo sobre un centro blando. Una corriente de sangre y de intestinos viscosos me empapó en una masa pegajosa y repugnante. Intenté luchar por salir de allí, pero la criatura no estaba muerta aún y tenía la intención de llevarme con ella; esa maldita cola me apretó hasta que no pude respirar en absoluto.

Le di otro cuchillazo, por fin logrando cortar la cola en dos y tomar aliento, temblando, cuando ya no tenía nada apretándome la garganta. Pero aunque estaba libre, no había ningún sitio adonde ir. El único modo de evitar ese maldito pico era mantenerme fuera de su camino, y solo tenía una oportunidad para conseguirlo.

El enorme cuerpo se había hundido sobre mí. Hice más grande el corte y gateé dentro de su cavidad dividida, excavando hacia arriba. No podía ver, e intentar respirar era una vez más imposible. Luché a ciegas, el cuchillo iba delante de mí, desgarrando todo lo que se encontraba por el camino. Sentí en mis brazos cuando se encontró con hueso y empujé hacia arriba con un único movimiento. Las costillas se fracturaron, la carne se rompió y la criatura se cayó; al retorcerse me dio un empujón que me movió de un lado a otro, sus chillidos amortiguados por su propio cuerpo.

Por fin sus movimientos se hicieron más lentos, pero había perdido el agarre en el cuchillo con la agitación. Comencé a desgarrar el tejido que me rodeaba con las manos. Apenas me quedaba tiempo, tenía que respirar pronto o me ahogaría, pero probablemente estaría ciega durante un momento cuando saliera debido a la sangre. Tenía que estar segura de que la cosa no estaba en forma para un ataque final en ese punto o yo sería tan vulnerable como lo era ahora mismo.

Me agarré a cualquier cosa, destrozando y dando arañazos, pero no me quedaba mucha fuerza y sin el cuchillo no podía hacer mucho daño. El cuerpo se había calmado a mi alrededor y me estaban quemando los pulmones en el pecho, chillándome que corriera el riesgo, que saliera mientras aún tuviera bastante fuerza. Empecé a moverme hacia atrás, y luego me di cuenta de que tenía un nuevo problema: la cosa se había derrumbado sobre su vientre, cerrando la herida y taponando la única salida que tenía. Empujé y luché desde dentro, pero no se podía pasar por la piel coriácea aun con todos los intentos de romperla. Se estiraba, pero aguantaba y mis esfuerzos se estaban haciendo más débiles mientras la quemazón en mi pecho esparcía debilidad por todo mi cuerpo.

Una de las manos que estaba buscando encontró algo blando que tenía una elasticidad que me resultaba familiar. Lo mordí hasta que se abrió un orificio pequeño, pegué la cabeza contra la cavidad e inhalé. Había estado en lo cierto, el pulmón de la criatura había retenido el aire suficiente para respirar una vez y a pesar de ser húmedo y apestoso, lo sentí dulce en mis pulmones.

Tardé un rato, pero no mucho, y parecía como si mis extremidades se estuvieran moviendo a través de la melaza. Luego, mi mano se cerró alrededor de algo largo, afilado y duro y lo agarré como la salvación que era, aunque la hoja me cortó la palma de la mano. Estaba intentando girarla, obtener un borde cortante contra la condenada piel, cuando un agujero enorme se abrió en la oscuridad. Una cascada de gotitas de agua me llegó inesperadamente, y yo jadeé en una gran bocanada de aroma frío y limpio de lluvia.

—¡Dorina! —Me sacaron de la caverna llena de sangre, mi cuerpo hizo un sonido como de chapoteo cuando se liberó—. ¡Dorina! —Tenía sangre en los oídos; apenas podía oír, pero de algún modo, me llegó el sonido de la voz de Louis-Cesare. Abrí los ojos, parpadeando, y él me dio un intenso abrazo. El brazo que sostenía el sable estaba enrojecido hasta el hombro, y su otra mano estaba enguantada, con sangre coagulada. Nunca había estado tan contenta de ver a alguien.

—Estoy bien —conseguí decir, preguntándome si era verdad mientras el mundo me daba vueltas alrededor. Sentí como me elevaban. En un segundo estábamos al lado del animal muerto, y al siguiente, estábamos al lado de la casa. Louis-Cesare me empujó contra el estuco, agarró mi cara con una mano larga y llena de barro y me besó. Luché para apartarme después de un momento, jadeando y buscando aire, intentando evitar que la masa pesada de pelo que caía sobre sus hombros desnudos me ahogara.

—¡No es el momento! —le solté.

Est-ce que vous êtes folle? —Su voz era áspera.

—No más loca que tú —le solté, escupiendo algo esponjoso que no miré muy de cerca—. Y teniendo todo en cuenta, realmente pienso que puedes tutearme.

—Te dije que venía… —Por alguna razón, estaba temblando.

Tenía un mal sabor en la boca. Escupí de nuevo, y mi saliva era roja, pero no creía que la sangre fuera mía.

—¿Qué? ¿Pensabas que un pequeño pájaro iba a acabar conmigo? —Mis músculos, hechos pulpa por la fatiga, me obligaron a apoyarme contra la casa para evitar caerme. Cogí aire profundamente—. ¡Demonios! Eso ha sido simplemente un ejercicio de calentamiento. —Louis-Cesare murmuró algo que no pillé. Seguramente era mejor así. Pasé una mano temblorosa sobre mí misma para comprobar que todas mis partes seguían aún allí. Parecía que estaba bien, excepto por las variadas marcas de garras. Las únicas que me preocupaban eran las que estaban sobre mis hombros maltratados. Eran lo bastante malas como para limitarme el movimiento.

Intenté salir del círculo formado por los brazos de Louis-Cesare; estábamos debajo de un saliente del tejado y teniendo en cuenta que estaba empapada con una sustancia viscosa de pájaro, prefería quedarme bajo la lluvia. Pero él me apretó con fuerza y me miró.

—¡No te vas a ir a ningún sitio!

—Ah, vale. ¿Vas a acorralar a los pequeños horrores de Radu y a defenderlo delo que sea que ya se haya colado en la casa y vas a levantar las protecciones tú solo? —Hice gestos señalando al paisaje oscuro, donde todo el follaje exótico susurraba amenazadoramente. Algo de eso se debía a la lluvia, pero no todo.

—Haré lo que tenga que hacer. —A pesar de su piel salpicada de barro y el hecho de que la toalla empapada estaba colgando peligrosamente, él se las apañó para parecer digno.

Contuve una sonrisa y un comentario bastante inapropiado.

—Puedo cuidarme yo sola.

Su mandíbula se cerró con fuerza.

—¿Como hiciste hace un momento?

Abrí la mano y le enseñé el cuchillo que aún tenía.

—Sí.

Louis-Cesare se quedó mirando fijamente el cuchillo un momento largo, inexpresivo.

—Estás herida —protestó finalmente.

Me quité un trozo de intestino del hombro.

—La criatura está peor que yo.

—Puedes ayudar a Radu…

—No sé nada en absoluto sobre hechizos protectores —dije rotundamente—. Sé mucho acerca de matar cosas. Tú y Du levantad las protecciones alrededor del corral y aseguraos de que me reconocen. Yo haré el resto.

No hubo respuesta, solo el entrelazamiento de dedos calientes y fuertes con los míos. El cuchillo estaba pegado a mi mano. Lo solté; de todas formas, necesitaba algo más grande.

—Louis-Cesare…

—¡No!

—Louis-Cesare —repetí tranquilamente—. Mírame. Estoy cubierta de sangre y de entrañas. Acabo de destripar a una criatura que le causaría un ataque de histeria a cualquier persona normal. Y hablando de ataques… Bueno, mejor no. Puedo cuidarme yo sola. —Cogí aliento—. No soy Christine.

Esperé furia por mi indiscreción. Lo que obtuve en lugar de eso fue una mirada completamente distinta a la que yo me esperaba y que me llevó un momento reconocer: la valoración profesional de un colega.

—Te enviaré ayuda —dijo al final—, y una vez que las protecciones del perímetro estén en pie, volveré para ayudarte. —Me puso una espada en la mano.

Asentí con la cabeza.

—Adelante. —Bajé la vista y no pude evitar sonreír un poco—. Y, Louis-Cesare: ponte unos pantalones.

Geoffrey se unió a mí unos momentos más tarde, mientras yo estaba atando fuertemente algo que había cogido de los arbustos. No era mucho más que un amasijo de garras y colas, y un montón de protuberancias irregulares. Había mirado las protuberancias con preocupación, pero aparentemente solo eran ornamentales, porque nada salió a chorros ni me escupió.

—Vamos a necesitar más cuerda —le dije—, mucha más. Encontré algo de cuerda en el cobertizo del jardinero, pero tiene que haber cientos de esas cosas deambulando por aquí y Radu no quiere que matemos más de las que sean necesarias.

—Tendré eso presente —respondió, y me apuñaló. Vi venir la hoja. A diferencia de la mía, intencionadamente desafilada, él estaba utilizando una bonita y brillante que resplandecía como un faro en la luz tenue del jardín. Pero no fui lo bastante rápida para evitarla completamente. Me dio en la parte carnosa del costado en lugar de en el corazón, y no es que eso me pusiera de mucho mejor humor.

—¡Tú eres el traidor! —le dije estúpidamente, andando a tropezones hacia atrás.

—Deberías haber muerto en San Francisco —dijo furiosamente. Tropecé con una manguera en el jardín y me caí contra una pileta para pájaros, mientras apenas conseguía evitar que me volviera a dar. Perdí la espada, que se fue volando de mi mano como una flecha plateada. O Geoffrey era más rápido de lo que tenía derecho a ser a su edad, o yo estaba aminorando la velocidad. De cualquier forma, eso no era bueno.

—Siento decepcionarte —le dije y le lancé a la cabeza una pesada maceta de barro, llena de hibiscos. La esquivó y gruñó. Algo bastante extraño en esa cara normalmente estoica.

—O en la cena, ¿cómo supiste que no tenías que comer? —preguntó. Parecía altamente indignado por el hecho de que yo fuera tan difícil de matar.

—¡Envenenaste a Apestoso! —Vale, ahora estaba enfadada. Le clavé en la barriga el pedestal de piedra de la pileta para pájaros, lo bastante fuerte como para hacer que se cayera de rodillas y que tuviera arcadas. Busqué el recipiente que con suerte sería lo bastante pesado como para acabar con él, pero en los pocos segundos que tardé en localizarlo, Geoffrey ya no estaba, se había ido. Las huellas de sus rodillas en el suelo aún permanecían allí, rápidamente llenándose de agua, pero no había ninguna señal del vampiro.

—El monstruo comió de tu plato, ¡se suponía que era para ti! —Se abalanzó sobre mí desde las ramas de un seto de callistemon empapado, arremetiendo con el cuchillo, pero lo esquivé. Un ataque de su arma desgarró la parte de arriba de la túnica de campesina, pero no me dio a mí. Tuve un segundo para alegrarme de que esta vez fuera el armario de ropa de Radu el que se estaba destruyendo en lugar del mío, cuando Geoffrey se cayó en el barro. Luego se levantó y vino otra vez a por mí.

Elevé el recipiente como un escudo, escuchando la raspadura del cuchillo en la piedra, luego se lo lancé a la cara y salté hacia atrás, pasando alrededor de un enrejado que rodeaba la casa por un lado. Creaba un entramado pequeño y muy oscuro, sombreado por vides del grosor de mis muñecas. Algo me tomó por la fuerza desde el follaje. Tuve una impresión rápida de un cuerpo escamoso, una cola desnuda y un hocico afilado con dientes caninos finos como un alfiler. Recuperé mi espada, que aún estaba moviéndose desde el punto donde había aterrizado en el suelo, y la empujé hacia la cosa. Se echó para atrás, gritando disgustada. Por desgracia, no creía que Geoffrey fuera tan fácil de disuadir. Después de haberme atacado, tendría que matarme o Mircea le haría pedazos.

Examiné el jardín, con la espada en la mano, pero no lo vi. La parte interior del entramado era como una herida oscura al lado de la escayola más brillante; no podía ver lo que había dentro y la lluvia y el siniestro susurro de las vides significaban que tenía muy pocas probabilidades de escucharle. Si es que estaba allí dentro.

Miré a mi alrededor, pero no había muchos más sitios donde esconderse. El trío de palmeras aún estaba echando humo, a pesar de la tormenta de lluvia, y ya no estaban en un estado en el que pudieran camuflar mucho. El camino cubierto con grava hasta la parte delantera estaba despejado y el siguiente viñedo más próximo no comenzaba hasta una docena de metros más allá.

Vi algo moverse entre las vides, una ondulación negra que pasaba velozmente entre las hileras, silenciosa y peligrosa. Deslizándome en silencio por la tierra húmeda, salí del círculo de luces que rodeaban la casa y llegué hasta los límites más oscuros que estaban más lejos. No estaba tan oscuro como me habría gustado, los relámpagos habían empeorado, las luces estroboscópicas plateadas brillaban intermitentemente en el paisaje, pero era mejor que permanecer contra la escayola con mi silueta iluminada claramente, casi suplicando que me atacaran.

El aire se movió como algo que estuviese siendo estirado más allá de la tensión soportable mientras cruzaba lentamente el patio, arrimándome a lo que fuera que estaba escondido entre las vides. Éstas no eran tan grandes como las venerables muestras del emparrado, que parecía como si los mismos conquistadores las pudieran haber plantado. No fue hasta que estuve casi encima de mi presa que me di cuenta de lo que era.

Una figura salió de las vides, rodeada de sombras, su cara era solo una mancha pálida a través de la capa de lluvia. Mi pelo estaba pegado a mi cara y estaba empapada de agua, pero alrededor del recién llegado unos mechones brillantes de pelo se elevaron en una ráfaga de aire. Los ojos claros como el agua se encontraron con los míos. Agarré mi espada más fuerte y pensé en cosas muy groseras. Duendes. Perfecto, simplemente perfecto. Luego vino el ataque, rapidísimo e increíblemente fuerte, y no tuve tiempo de pensar en absoluto.

Mi espada golpeó de lado en el primer asalto y se fue dando vueltas por la vid. Debía de haberse alejado unos cincuenta metros, y en la oscuridad, entre la plantación tan densa, nunca lo encontraría. Algo me cortó a través de la manga y di un salto hacia atrás, detrás de una enredadera que de repente saltó de su hilera y reptó alrededor de mis pies, haciendo que me desplomase en el barro. Me eché a un lado y algo plateado pasó junto a mí, tan rápido como un relámpago y e igual de letal, sin llegar a darme por un solo milímetro.

Y luego todo se detuvo.

—¡Heidar! —La voz era chillona—. ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Para ya!

Me puse derecha y aunque aún tenía en los ojos barro y sangre y unas pocas entrañas de pájaro que se me debieron de haber pasado por alto, no necesité la vista para reconocer esa voz.

—¡Claire!

—Dory, ¿dónde estás? ¡Puta lluvia! Ya son más de las nueve y no puedo ver una mierda.

Me levanté y miré al duende, que parecía muy avergonzado delante de mí. Hubo un relámpago que me mostró el pelo rubio y los ojos azules pálidos. Entonces no era al que yo temía. Claire salió a través de un agujero en las vides y reafirmó esa impresión al darle una palmada en el hombro. Tenía que medir uno noventa y cinco o así, y sorprendentemente era muy musculoso para ser un duende, pero él se encogió ligeramente.

—¿Qué te dije? —Claire estaba furiosa, y muy en su línea, decidió aclararle las cosas antes de preocuparse por las fórmulas habituales de cortesía. Me apoyé contra un poste de la valla y esperé. Por suerte para la futura cosecha de Radu, la vid conservaba todas sus hojas.

Unos pocos minutos más tarde se detuvo el tiempo suficiente como para que yo lograra meter una frase en la acusación.

—Te he estado buscado —le dije suavemente.

La frente de Claire se estiró ligeramente.

—Sabía que lo harías. Sólo me fui un par de días, pero la maldita línea del tiempo de los duendes no está en sincronización con la nuestra y… bueno, espero que no te preocuparas.

Eché la vista atrás y pensé en el último mes, en las noches sin dormir, en los días agotadores, en las luchas, las llamadas, las amenazas y las palizas, y sonreí.

—Un poco.

—Lo siento mucho, Dory, pero no te vas a creer todo lo que… —Se fijó en que le estaba mirando la cara y se cogió la nariz, pareciendo avergonzada—. ¡Ay, Dios! ¿Estoy transformándome? ¡Dime que no me estoy transformando!

—No. ¿Se supone que tienes que transformarte?

—Sólo en el reino de la Fantasía, hasta el momento. —Claire parecía aliviada—. ¡No me mires así! Me asusta.

—Lo siento. Yo simplemente… ¿No se supone que tienes que tener orejas puntiagudas o algo?

—¡Los vulcanos! Los vulcanos tienen orejas puntiagudas. ¿Te parezco una alienígena?

—No, pero tampoco te has parecido nunca a un duende.

—Me gustaría disculparme por mi error, señora —dijo Heidar, metiéndose durante la pausa en la conversación, que duró apenas un nanosegundo. Obviamente había estado cerca de Claire un tiempo—. Me dio la impresión de que era un vampiro.

—Me lo dicen a menudo —le dije amablemente—. Soy Dory.

El duende se animó.

—¿Es aquí cuando yo me presento? —le susurró alto a Claire, que parecía horrorizada.

—¡Ay, Dios!

—He estado practicando —me informó Heidar orgullosamente, luego se lanzó a dar un recital de lo que tenían que ser cincuenta nombres, la mayoría con explicaciones.

—Nunca les preguntes su nombre —me aconsejó Claire mientras Heidar hablaba sin parar—. No lo hagas nunca.

—De acuerdo. Parece que has estado ocupada. —Le di un golpecito en el centro del cuerpo—. ¿Hay algo aquí dentro que tenga que saber?

Palideció. Hizo que las pecas resaltaran como puntos sobre papel blanco.

—¿Cómo te has enterado?

—¿Te estás quedando conmigo? Hasta ahora, tenía a ese enano de Kyle…

—Lo odio. Odio a todos los vampiros. Ese sapo, Michael… Que me dijo que te habías quedado embarazada de un vampiro… Me secuestró y, ¿Kyle dijo qué?

Y luego un domi aparece y me informa de que…

—¿El domi envió a alguien aquí?

—… Que en realidad te has quedado embarazada del difunto rey de los duendes.

—¿El «difunto»? —chilló Heidar.

Me detuve y lo miré. Su pelo estaba milagrosamente casi seco, a pesar de la tormenta de lluvia. Por otro lado, el de Claire, estaba tan húmedo como el mío, encrespado y desperdigado por su cara como el pellejo de un animal muerto. Era difícil creer que los dos eran medio duendes.

—Deja que adivine, ¿eres Alarr?

—Significa «líder de los elfos» —me aclaró Heidar automáticamente—, pero por favor, se lo suplico, díganos todo lo que sabe sobre mi padre.

—Lo siento, no mucho. Sólo que no se sabe dónde está y que se supone que está muerto.

—Eso es imposible —dijo Heidar convencido.

No me apetecía discutir ese tema, especialmente cuando sospechaba que podría tener razón.

—Vale. —Miré a Claire con seriedad—. ¿Quieres decirme lo que ha pasado?

—Es una larga historia.

—Cuéntame lo principal.

—Bueno, Heidar y yo nos conocimos en el trabajo, él había venido para ofertar algo, solo que mi jefe, ¿te acuerdas de Matt, el gorila con traje? —asentí con la cabeza. Su antiguo jefe en Gerald parecía aterradoramente un mono depilado—. Él había decidido venderme a Sebastian, que al final me había seguido la pista, solo que no funcionó como ellos habían planeado. Heidar y yo nos escapamos al reino de la Fantasía, pero el maldito svarestri nos atacó. Nos escapamos, no quieras saber cómo, y regresamos a Nueva York, pero cuando me detuve en casa, Michael me cogió para obtener la recompensa… —Se detuvo de repente, como angustiada.

—… Que se te olvidó mencionarme.

Claire se recuperó rápidamente.

—¡Sabía cómo reaccionarías, Dory! Y tú no sabes cómo es la familia.

Ellos son… pueden ser personas indeseables.

—Y yo también.

—¡Ves! —chilló Claire—. ¿Lo ves? ¡Sabía que ibas a decir eso! Te habrías ido enfadada dando zancadas…

—Yo no doy zancadas.

—… Para ver a Sebastian, y mi patético primo ¡te habría matado! Estaba rodeado de guardaespaldas todo el tiempo, el muy mierda, y la mayoría de ellos eran magos. Con algunos de sus hechizos, bueno, pueden acabar con los vampiros, ¿lo sabías?

—Y estamos hablando de él en pasado porque…

—Ah, porque Heidar lo mató —dijo, como una reflexión. Decidí no preguntar o estaríamos allí toda la noche.

—Así que Michael te secuestró ¿y adónde te llevó? —pregunté.

—Donde Sebastian, por la recompensa. Sólo que, claro, Seb estaba muerto y la familia estaba ocupada luchando por la herencia y no se les podía molestar. La verdad es que Michael se enfadó conmigo, como si le hubiera pedido que me secuestrara o algo. Pero le dije que llevaba en mi vientre un niño medio duende y que su padre era el rey y que entonces él no podía matarme porque los duendes…

—Separarían su cabeza sin valor de su cuerpo enclenque —logró añadir Heidar.

—¿Así que no estás embarazada? —le pregunté para que me lo aclarara.

—Bueno… —dijo Claire, y se detuvo.

—Eh… —añadió Heidar, sonrojado.

Les miré a los dos. Era obvio que la historia de Caedmon se había adelantado una generación. Luego me acordé de algo.

—¿Un par de días?

—Sí, bueno, la verdad creo que fue un poco más de una semana…

Levanté la mano. Estaba empapada y tenía frío y me dolían los hombros. Podía pasar sin los detalles.

—Sólo dime cómo te escapaste de Michael. Sé que estuviste en las cuevas.

—Ese sitio —dijo Claire, arrugando la nariz con el típico asco de los virgo ante el desorden—. Michael decidió venderme a unos magos oscuros que él conocía como neutralizadora. Se imaginó que al menos así podía obtener algo para solucionar su problema, solo que los magos dijeron que no me tocarían hasta que no lo comprobaran con los duendes. Pero Michael me había estado transportando por todos lados durante más de un día para obtener un cheque y…

—¿Dónde estabas tú? —le pregunté a Heidar.

Parecía avergonzado.

—Me opuse al deseo de Claire de volver a tu casa. Los svarestri no conocen bien el mundo humano, pero algunas veces se han atrevido a entrar aquí. Consideré que el riesgo era…

—Sólo iba a dejarte una nota rápida —dijo Claire irritada.

—¿Así que abandonaste a tu único guardaespaldas con, veamos, los magos, los vampiros y los duendes detrás de ti?

—No hay ningún motivo para que adoptes ese tono, Dory. Y de todas formas, esto fue antes de lo de Michael, tampoco sabía que los vampiros venían a por mí.

Lo dejé estar. Íbamos a tener una larga conversación en algún momento, pero no ahora.

—Vale, y dime, ¿cómo te escapaste de Michael?

—Estoy intentando decírtelo. —Claire me acalló fulminándome con la mirada—. Bueno, Michael se cabreó con los magos, que no querían pagarle hasta estar seguros de que realmente serían capaces de utilizarme, y destrozó su escondrijo. Nunca has visto nada igual. Cuerpos por todos lados y demasiada sangre, ya sabes cómo me pongo con la sangre. Podría haber perdido el conocimiento.

Le eché un vistazo. A Claire le entran náuseas por un corte con un papel. Ella suspiró.

—Vale, me desmayé. Y cuando me levanté, me estaban llevando a la subasta. Michael había encontrado a algunos tipos que solían trabajar para los magos que no eran de los que hacían preguntas.

—Y Drac te encontró allí.

—Sí, simplemente me cogió; no pagó ni nada. Luego fuimos a ese motel, ese agujero de ratas, y lo digo literalmente: tenía ratas. Podías escucharlas en las paredes. —Asentí con la cabeza. Seguro que Drac no quiso arriesgarse a que yo le hubiera dado la información de su número de habitación del Bellagio al Senado y se movió al otro extremo del espectro—. Y uno de sus hombres no paraba de comérselas y yo dije que iba a vomitar fuera y ellos habían dejado las llaves puestas en el coche…

—¿No había hechizos protectores por allí? —Tan pronto como lo dije, me di cuenta de lo estúpida que era la pregunta.

Claire levantó una ceja, haciendo que cayese algo de agua de su flequillo que se le metió en los ojos.

—¡Malditas lentillas! Ésa es la otra razón por la que tenía que ir a casa; no he sido capaz de ver nada en días. Y una mierda, uso prolongado —masculló, rebuscando en su bolso unas gafas.

—¿Y cómo me encontraste?

—No lo hice. Por eso es por lo que me sorprendí tanto de verte. Está claro que le hablé a Heidar de ti. —Le volvió a dar un golpe—. Y le dije que tú podrías alcanzarnos antes o después, pero él nunca escucha, y bueno, de todas formas, si hubieras escuchado el contestador, ya sabrías que estaba bien. He dejado, no sé, como diez mensajes desde anoche.

—He estado un poco ocupada.

—Y tú nunca contestas al móvil.

—Mi móvil tuvo un pequeño accidente.

—Bueno, es igual, encontré a Heidar espiando en los alrededores del motel, me había encontrado pero no pudo pasar por culpa de las protecciones; pero luego condujimos hasta que vimos este fantástico hotel que hace excursiones por los viñedos y me acordé de que cuando estuve mirando ese artículo de la revista sobre el país del vino tú dijiste que tu tío tenía una casa por aquí, y pensé que quizá él sabría dónde encontrarte. Así que estuvimos preguntando y aquí estamos.

Miré su cara triunfante y me encontré a mí misma completamente sin habla. Había estado recorriendo el país del vino. Mientras la mitad del reino de la Fantasía la perseguía y yo me estaba volviendo loca lentamente, ella había estado comiendo galletitas saladas y debatiendo los méritos de la última cosecha de merlot.

Por fin conseguí aflojar la mandíbula lo suficiente para poder hablar.

—Claire. Esto es muy importante. ¿Accidentalmente abatiste las protecciones cuando llegaste?

—¿Qué protecciones?

—A lo mejor no te has dado cuenta, pero Radu tiene un sistema de hechizos protectores bastante complicado.

Claire parpadeó.

—¿Por qué iba a necesitar él esa clase de protección? Quiero decir, es un vampiro, ¿no? —Se detuvo repentinamente y se me quedó mirando, levantó una mano para taparse la boca—. Escucha, Dory, cuando he dicho que odio a todos los vampiros, no quise decir, ya sabes, a los buenos…

Svarestri —siseó Heidar, en un tono tan distinto al anterior tan alegre que tenía que miré alrededor durante un momento, esperando ver a alguien más. Pero solo vi hojas oscuras en contraste con un cielo profundamente gris, y solo escuché lluvia.

Luego, como la sombra de un tiburón justo por debajo de la superficie del mar, elocuente y peligroso, una figura salió de las vides. Una ráfaga de viento me enredó el pelo, tenía un aroma a medianoche fría que me dejó helada hasta los huesos. Un segundo escalofrío de oscuridad se unió al primero, luego otro, y luego dos más. Parecía que teníamos compañía.