17

—Deberías haberte comido la cena, Dorina —me reprochó Radu—. El chef estaba bastante enfadado. Es un hechizo complicado, ¿sabes?, y él pensó que no te gustaba. Y eso además del Incidente de la Pera. —Su tono lo hizo sonar como un nombre propio—. Estará de morros una semana.

Tendrás suerte si mañana te prepara u sándwich de mantequilla de cacahuete.

—La verdad es que eso suena muy bien. —Al menos no tendría que cazarlo antes de poder comérmelo.

Lo que fuera que Radu estuviera a punto de decir fue interrumpido por un fuerte golpe y una maldición por encima de nuestras cabezas. Ya hacía cinco minutos que se escuchaban sonidos como de una carnicería. Pensé que era una pena; si destrozaban la casa, probablemente Radu la redecoraría. Miré a mi alrededor, temiendo por los toques artísticos originales que quedaban. No estaba buscando una posible salida, pero Geoffrey se puso tenso desde su posición al lado de la puerta. Él me había dado la colcha de terciopelo, que yo había envuelto como una toga a mi alrededor, pero era obvio que no iba a dejar que me uniera de nuevo a la fiesta.

—Necesito comida —comencé. Ya que estaba atrapada en la sala con Radu, se me ocurrió que también podría comer algo. Necesitaba recuperar las fuerzas. Entre otras cosas, tenía que vencer a un mayordomo.

Radu suspiró.

—Siéntate —me ordenó—. Te traeré algo. Si el chef escucha mañana que estuviste merodeando en su espacio, tiemblo al pensar en las consecuencias.

—Si es uno del grupo de Mircea, seguro que puedes ordenarle que…

—Está claro que no lo es —dijo Radu, tirando ligeramente de una cuerda para tocar la Campanilla pasada de moda al otro lado de la chimenea—. ¿Has oído hablar alguna vez de un chef vampiro?

—Bueno, no, pero…

—Ni tampoco lo oirás. La muerte, ¿sabes? —dijo pícaramente, mientras los pedazos de un espejo se esparcían por todos lados en algún sitio sobre nuestras cabezas—, echa a perder las papilas gustativas.

—Pero tú comes, bueno, a veces, y Mircea…

—Yo soy del segundo nivel, Dory, y tu padre está un escalón más arriba. Con el poder vienen algunas ventajas, ¿pero de verdad crees que el puñado de maestros de niveles más altos en todo el mundo no tienen nada mejor que hacer que preparar a la brasa una pierna de cordero? Eso es lo que se supone que íbamos a comer mañana, por cierto, con romero de cosecha propia, pero quién sabe lo que tendremos ahora. El chef lo tiró después del Incidente de la Pera.

Esperé mientras un sirviente entraba y recibía instrucciones. En algún sitio en la distancia, sonaba como si un armario lleno de porcelana se hubiera ido escaleras abajo. Después de que el hombre se fuera, miré a Radu.

—¿Cuál es exactamente el problema de Louis-Cesare?

—¿Cuál de ellos? —Levanté una ceja; aparentemente Radu no le había perdonado a su hijo la escenita de la cena. De repente, un brillo inquisitivo iluminó sus ojos. Me puso nerviosa—. Tiende a ser muy protector con las mujeres —dijo pensativamente—. Tú eres una mujer, Dory.

—Gracias por señalar eso, pero no pensaba que los dhampirs contaran.

El techo tembló, tan fuerte que algo de yeso se agrietó y cayó en trozos pequeños. Radu sonrió satisfecho.

—Parece que has subido de categoría. —Moví la silla ligeramente, para evitar estar directamente debajo del candelabro grande que se bamboleaba y miré hacia arriba para encontrarle mirándome con esa misma mirada inquietante—. A lo mejor al final deja de culparse por esa chica —reflexionó.

Sabía que me arrepentiría, pero se lo pregunté de todas formas.

—¿Qué chica?

—La eternamente trágica Christine. —Radu tiró un nuevo leño en las ascuas, aparentemente solo para tener la oportunidad de apuñalarlo cruelmente con un atizador. Vio mi expresión.

—¿No has escuchado la historia?

—¿Debería haberla escuchado?

—La verdad es que no. Es larga y extremadamente deprimente. Es suficiente decir que, hace siglos, Louis-Cesare la convirtió para salvarle la vida. La habían torturado por su culpa y se sentía en deuda. Pero él no se paró a pensar que ella era una católica ferviente y más o menos una que se creía las antiguas historias sobre nosotros. Ella pensó que el cambio la había maldecido y le informó una vez que se alzó que habría preferido una muerte de verdad.

—¿Así que él la mató?

Radu puso los ojos en blanco.

—¡Ojalá! —dijo fervorosamente. Vio mi expresión e hizo muecas—. No me mires así, tú no la conoces. La mujer es imposible, siempre está metida en algún lío. Hace poco, Alejandro la secuestró. —Radu lo dijo como si yo debiera conocer el nombre—. El líder del Senado latinoamericano —añadió impaciente cuando vio mi cara de ignorancia.

—Entonces, ¿por qué está aquí Louis-Cesare en lugar de ir a rescatarla?

—¡Pues porque nadie sabe dónde está! —Radu me miró de manera sospechosa—. ¿Estás siendo sarcástica?

—No, simplemente no me puedo imaginar a la familia tragándose un insulto como ése.

—Tú lo simplificas todo —dijo Radu de muy mal humor—. ¡No todos los problemas se pueden resolver golpeándolos con un palo!

—No, sólo nueve de cada diez veces.

Pude ver como Radu se contenía.

—Un subordinado de Alejandro, un vampiro llamado Tomas, le retó —explicó con una paciencia exagerada—. Alejandro quería que Louis-Cesare fuera su defensor. Pero los rumores sobre esa corte… Es deshonroso.

No necesité preguntar lo que quería decir esta vez. Tenía mala fama por su sadismo, incluso entre los vampiros.

—Supongo que Louis-Cesare se negó, ¿no?

Radu asintió con la cabeza.

—Le dijo que parte del propósito de un reto era deshacerse de maestros incompetentes, crueles o locos, y que si él no podía luchar sus propias batallas, no se merecía su puesto.

Me estremecí. La diplomacia no parecía ser el punto fuerte de Louis-Cesare.

—Así que Alejandro secuestró a Christine para hacerla su motivo de batalla —supuse—. Claramente típico.

—Qué pena que no estuvieras allí para advertirle a tiempo —dijo Radu mordazmente—. En cualquier caso, Louis-Cesare venció a Tomas, pero se negó a matarlo, ya que el hombre no había hecho nada malo. Así que Alejandro se negó a liberar a Christine, afirmando que él había estipulado dejarla marchar solo cuando la amenaza no estuviera y, mientras Tomas viviera, la amenaza seguía ahí.

—Y el Senado no pudo intervenir en su nombre —razoné. Los acuerdos entre maestros apenas eran cuestionados por el Senado, especialmente si los dos involucrados eran miembros de distintos cuerpos de Senado. Era demasiado fácil que un altercado personal se convirtiera en una guerra.

—Que es por lo que esto ha durado tanto tiempo.

—¿Cuánto tiempo?

Radu giró una mano.

—¡Oh! Un siglo. —Miré fijamente mientras seguía despreocupadamente—. Y desde que se la llevaron, Louis-Cesare no ha sido el mismo. Sabe que podría estar sufriendo y se siente responsable por ello, doblemente culpable, de hecho. Con todo esto, el humor le ha cambiado de una manera extrema.

—¡Radu! Torturaron a la mujer, la obligaron a unirse a los que no mueren y la secuestraron, todo por su culpa. ¿Se te ha ocurrido que a lo mejor tiene algo por lo que sentirse culpable?

—¡Suenas igual que él! —dijo Radu irritado—. Él no la torturó, la torturó el Círculo Negro.

Parpadeé.

—¿Cómo dices?

—Estaban intentando robar poder, como de costumbre. Ella era una bruja sin formación, bueno, antes del cambio. Muy poderosa mágicamente, pero su fe hizo que ella no lo aceptase. Ignoraba cualquier manifestación o la descartaba por ser obra del diablo. —Radu sacudió la cabeza—. Era sólo cuestión de tiempo que los oscuros la encontraran.

—Louis-Cesare dijo que tú le rescataste de algunos magos oscuros una vez. Supongo que estamos hablando del mismo grupo, ¿no?

Radu parecía enfadado.

—No debería haber mencionado eso.

—¿Por qué no?

—Porque le prometí a Mircea que no tendría ningún contacto con él.

—Por esa cosa del tiempo —supuse.

—¿Qué cosa del tiempo?

—La que yo sabría si estuviera al día con la familia.

—¡Oh! Sí, eso es. Pero entonces, cuando nadie pudo encontrarlo… bueno, ¿qué se supone que debía hacer? ¿Dejar que lo torturaran hasta morir cada noche? De todas formas, no le comentes esto a tu padre. Mircea no necesita saberlo todo.

Lo mismo pensaba yo.

—¿De verdad tiraste abajo el techo?

Radu ignoró la pregunta con un desdén aristocrático.

—Como te estaba diciendo, Christine ha tenido varios cientos de años para reconocer que no somos monstruos. Yo mismo le expliqué que el vampirismo no era una enfermedad. Ella no culpa a los hombres lobo por transformarse en bestias perversas con regularidad, pero continúa viéndonos como el mismo Satán. Es insultante.

—Quizá los hombres lobo no le han complicado la vida —comenté, sobresaltada por el sonido de cristal rompiéndose en algún lugar por encima de nosotros.

—La cosa es que él ya no se permite acercarse a nadie. ¡Eso no es sano! —pronunció Radu, como si él fuera el epítome de la salud mental.

Comenzó a caminar de un lado para otro, el dobladillo de su elegante bata de vestir verde brillante se arremolinaba alrededor de sus pies agitados. Parecía un hombre al borde de sus fuerzas, y yo hice una deducción brillante:

—Hay algo más aparte de los problemas de Louis-Cesare que te tiene preocupado.

Radu me lanzó una mirada nada tierna.

—Mi hermano está intentando matarme, otra vez, y para evitar eso, es probable que tenga que matarlo yo en su lugar. Mi ordenado hogar ha sido tomado por criaturas extremadamente extrañas, por no decir violentas, y mi chef está completamente furioso por…

—El Incidente de la Pera. Sí, lo sé. —Lo miré entrecerrando los ojos. Algo en esa lista me preocupaba—. Dijiste que no tenías problema en matar a Drac. Estuviste de acuerdo conmigo en que era el camino más inteligente. No te estarás ablandando, ¿no, Du?

Me preocupó que no me contestara inmediatamente. Se había ido a apoyar a la repisa de la chimenea, pero no estaba mirando al fuego. El retrato que había encima parecía que le había llamado la atención. El nuevo leño reventó y llenó de chispas el silencio, mientras el viejo lentamente se desintegraba en un suave rojo por debajo.

—Yo tenía ocho años —dijo finalmente—, cuando nos convertimos por primera vez en rehenes. Vlad tenía trece.

—¡Radu! No me digas que te estás poniendo sentimental. —No me podía creer que estuviera haciendo eso—. Él intentó matarte, ¡repetidas veces!

—No es sentimentalismo —insistió Radu, mirando a los aún colores vibrantes del retrato—. Tampoco ninguna conciencia oxidada que vuelve a nacer. La verdad es que nunca tuve mucha, ya sabes. Incluso antes del cambio.

—¿Qué, entonces?

Me miró por encima del hombro.

—¿Por qué crees que tengo este cuadro, Dory?

—Bueno, supongo que era tu amante…

Se rió, pero fue una risa chillona.

—Nunca fuimos amantes. Al menos no hubo amor en nada de lo que hicimos. —Se puso a enredar con algunas de las cosas que había encima de la chimenea, como si necesitara hacer algo con las manos—. Como era un príncipe, Mehmed tenía un mapa que mostraba no solo las tierras turcas sino también toda Europa. Me dijo que el destino dictaba que sólo hubiera un imperio en el mundo, una fe y un rey. Fue la creencia de que yo podía ayudarle a conseguir sus ambiciones lo que le atrajo hacia mí. Había docenas de oghlanlari atractivos en la corte, pajes reales que eran mucho más guapos que yo. Los elegían tanto por su apariencia como por su habilidad, eso era lo que decían. Y ninguno de ellos le atacó jamás con una espada.

—¿Atacaste al sultán y viviste? —me reí burlonamente.

—Al hijo del sultán en ese momento, y sí. Él se me insinuó y yo intenté golpearle. No es que le hiciera mucho daño, nunca fui un buen espadachín. Y luego mostré mi verdadero temple, huyendo y escondiéndome subiéndome a un árbol. Sólo bajé cuando hizo un juramento solemne de que no me mataría. —Sonrió agriamente—. No me castigó muy duramente porque él sabía que yo podía ser útil. Necesitaban un príncipe al que pudieran manejar como una marioneta y Vlad no estaba cooperando.

—Me sorprende que conserves una imagen de él. Yo, personalmente, la quemaría. —El sirviente volvió y me puso una bandeja con comida delante. Era pollo, y afortunadamente no estaba cacareando.

Radu despidió al vampiro y se sentó conmigo en el sofá.

—No lo guardo por cariño, Dory, sino como un recordatorio de lo fácil que fue para alguien moldearme una vez. Me convertí exactamente en lo que mis captores querían, me vestía como ellos, pensaba como ellos, incluso me convertí. Lo juro, durante un tiempo, fui más turco que ellos. Guardo el retrato para que me recuerde lo que fui.

Resoplé.

—Date un respiro. Eras un niño. Ellos te lavaron el cerebro.

Radu sacudió la cabeza.

—Por mucho que me gustara afirmar eso, sólo es cierto en parte. Tenía once años cuando él me sedujo, un niño aún hoy en día, pero en el mundo en el que vivíamos, ya no era tan joven. Mehmed había comenzado a gobernar una provincia del imperio con la misma edad. Me lavaron el cerebro porque yo lo permití. La única alternativa era impensable, así que tomé el camino de menos resistencia. Me llevó mucho tiempo entender que, al final, todos somos responsables de nuestras propias acciones.

—Al igual que Drac.

Radu se quedó callado durante un momento.

—A veces me pregunto a cuál de los dos moldearon más, a mío a Drac. Mis falsos delirios se desvanecieron hace mucho tiempo, pero él aún está atrapado en los suyos. Lo convirtieron en un monstruo, Dory, en aquellos calabozos.

Contuve un comentario por respeto a lo que Radu había pasado, pero no estaba segura de ser capaz de quedarme callada si él profundizaba más.

Había escuchado la historia antes. Era algo así: Drac era un adolescente heroico que se negó a dejarse atemorizar por las amenazas turcas. Siempre que los guardias se metían con él, él les devolvía los insultos. Cada insulto de ellos recibía un insulto de él, normalmente incluso más inventivo porque él había tenido bastante educación para proporcionarle inspiración. Los maldijo, a sus antepasados y a su profeta. Fue brutalmente derrotado, luego lo lanzaron a una celda solitaria desde la cual él podía ver los castigos incluso peores que les aplicaban a los demás. Los métodos de ejecución variaban dependiendo del alcance de la ofensa de los prisioneros: a algunos de ellos los ahorcaban, mientras a otros los mataban con lanzas, los decapitaban o, lo peor de todo, los traspasaban con una estaca.

El empalamiento estaba reservado para aquellos culpables de los crímenes más atroces, pero en tiempo de guerra, se acabó utilizando claramente de un modo muy frecuente. El Vlad adolescente tuvo un asiento en la primera fila de un cadalso semanal y aparentemente tomó notas. Miraba a los cuervos coger los cuerpos que dejaban bajo el ardiente sol turco hasta que solo eran carne con ampollas. Quizá se las apañó para soportar su castigo soñando con clavarles una estaca a sus torturadores un día, no lo sé. Pero cuando finalmente tomó el trono de Valaquia, se convirtió en su modo preferido de atemorizar a los invasores y de reforzar sus decretos.

Casi cualquier crimen, desde mentir y robar hasta matar, podía ser castigado con el empalamiento en el reino de Drac. Mircea me dijo una vez que su hermano puso una copa de oro en exposición en la plaza central de la ciudad para que los viajeros que tenían sed la utilizaran. Valía más que el salario de toda la vida de un trabajador, pero nunca la robaron. Estaría dispuesta a apostar que nadie pensó siquiera en hacerlo.

Incluso algo más famoso: dos embajadores turcos que fueron a la corte de Drac se olvidaron de quitarse sus turbantes en su presencia. Drac ordenó que les clavaran los sombreros a la cabeza para que nunca tuvieran que volver a quitárselos. De igual modo, una vez organizó un picnic en medio de un campo de cuerpos empalados sólo porque le apetecía. Y, cuando uno de sus nobles se tapó la nariz para evitar el olor, Drac le había clavado en una estaca más alta que al resto, para que él pudiera estar por encima del hedor.

Él justificaba sus acciones señalando la ausencia de ley en la tierra antes de que él la tomara. El problema de esa excusa era que la ley y el orden de Drac habían acabado matando a más gente suya de la que habría matado un serio desorden. Busqué estadísticas una vez, por curiosidad, y descubrí un hecho que me dejó de piedra: en su corto reinado de seis años, había tenido al menos cuarenta mil víctimas. No, la excusa de la necesidad a mí no me había convencido.

—Pero al final, fue Vlad el que escogió utilizar las tácticas que le habían enseñado tanto contra los turcos como contra su propia gente.

Parpadeé mirando a Radu, sorprendida de escuchar mis propios pensamientos en su boca.

—Se está haciendo un poco difícil seguir tu lógica, Du —le dije sinceramente—. ¿Me estás diciendo que estás a favor de matar a Drac?

Radu me lanzó una mirada molesta.

—Estoy diciendo que, aunque puede que sea necesario, no voy a disfrutar con ello. No porque le tenga afecto a Vlad, a decir verdad creo que nunca se lo tuve, sino porque podría haber sido yo. Si él hubiera nacido con la cara capaz de seducir a un príncipe, y a mí me hubieran dejado en el calabozo, ¿nuestras posiciones serían iguales hoy en día?

Así que eso era lo que le estaba reconcomiendo por dentro.

—Lo dudo, Du. Tú mismo lo has dicho, tú siempre has sido distinto.

—Cierto. Dudo que hubiera sobrevivido en los calabozos. Nunca he sido valiente.

—Habrías sobrevivido. —El tono áspero de Louis-Cesare me hizo saltar. Torcí el cuello y allí estaba, a menos de tres pies de mí, y yo no había escuchado nada. Sino dormía algo pronto, iba a ser completamente inútil. Caedmon no estaba a la vista, pero ya que Louis-Cesare no estaba cubierto de sangre, supuse que aún seguía vivo—. Hay muchas formas de coraje —dijo Louis-Cesare—. Tú habrías hecho lo que hubiese sido necesario. Pero nada más.

Asentí con la cabeza mostrando acuerdo y le di a Radu un beso ligeramente grasiento.

—Los turcos no hicieron de Drac un monstruo, Du. Tan solo sacaron al que ya estaba allí.

Louis-Cesare y yo intercambiamos una mirada. La expresión en sus ojos decía que Drac de repente estaba mucho más cerca de encontrar un lugar de reposo permanente. No sé lo que había hecho que cambiara de opinión, pero no iba a protestar. Por una vez, estábamos en perfecto acuerdo.

Radu me acompañó hasta mi habitación tan pronto como acabé de comer. Esperé hasta que escuché desaparecer el ruido de sus pasos casi silenciosos, luego me escabullí para encontrar a Caedmon; o lo que quedara de él.

Después de una media hora de búsqueda poco provechosa, empecé a preguntarme si Louis-Cesare había decidido acabar con la tregua y se lo había dado de comer a las pequeñas mascotas de Radu. Luego, escuché un coche parándose fuera. Llegué a la entrada a tiempo y vi a Caedmon saliendo por la puerta principal, con su aspecto de siempre, perfecto. No parecía que se hubiera despeinado siquiera.

—Así que estás vivo.

—Pareces sorprendida.

—Un poco.

Caedmon sonrió.

—Tu vampiro está demasiado orgulloso de sus habilidades. Es una debilidad. Algunos se aprovecharían de eso.

—Pero tú no.

—En otra ocasión a lo mejor me veo tentado.

—¿Y ahora?

—Ahora me estoy escabullendo avergonzado después de haber asaltado a la hija de la casa —me dijo alegremente—. Camina conmigo, Dorina. Permíteme que humildemente te suplique perdón por mi atroz conducta antes de marcharme.

Lo seguí hasta la parte de fuera, donde un coche conducido por uno de los sirvientes humanos de Radu se había parado. Lo rodeamos, separándonos bastante de la casa para que, con un poco de suerte, pudiéramos evitar que nos escucharan. Caedmon se apoyó en la valla del corralito donde Radu guardaba su colección esotérica. Los gruñidos, chirridos y chillidos que venían del interior nos daban protección extra contra oídos indiscretos.

—Probablemente me estén vigilando —me informó Caedmon— para asegurarse de que mi «naturaleza inherentemente depravada», y por cierto, eso es una cita textual, no me lleve a cometer más indiscreciones mientras me arrastro en mortificación.

—Así que te arrastras.

Una rosa que subía se dobló para acariciar su mano. Él acarició su tallo cariñosamente.

—Tú primero.

Un tentáculo cubierto de pelo castaño golpeó la pantalla que formaban los hechizos protectores que había frente a nosotros y chisporroteó dando un segundo golpe antes de caerse al suelo. El aire adquirió el aroma del beicon frito. Parecía que los nuevos miembros del parque zoológico de Radu estaban luchando para dominar a los viejos, y un par de híbridos más salvajes estaban intentando destrozarse el uno al otro. Las criaturas menos peligrosas estaban encogidas de miedo en las esquinas, seguramente esperando para merendarse a los perdedores.

Caedmon observó la escena con repulsa.

—Por curiosidad, ¿qué están intentando crear tus vampiros?

—Nada. Requisaron estos al Círculo Negro; o eso es lo que dicen.

—¿Por qué alguien desearía crear unos ejemplares tan claramente inútiles? —Moví la cabeza. Aún no tenía una respuesta—. Si uno fuese un poco suspicaz —meditó Caedmon—, casi podría pensar que están creando las criaturas más horribles como una distracción, para asegurarse de que sus experimentos verdaderos, si se encontrara alguno, quedasen ocultos entre la confusión.

—Quizá. Pero ¿cuáles son los reales y cuáles las pistas falsas?

—Es mejor preguntar por qué los vampiros están tan interesados en estas criaturas. No se les conoce por su caridad. Es probable que se involucren en ello para sacar beneficio o para crear una amenaza.

Unas zarpas largas acuchillaron la tierra y se abrieron grandes surcos de césped, hasta que una criatura gigante, parecida a un pájaro pero solo en la forma general y en las alas coriáceas, cayó desde su rama sobre un pequeño cobertizo. Aterrizó en medio del grupo que batallaba y comenzó a desgarrar a las otras criaturas con una feliz indiferencia hacia su propia seguridad. Pronto las esparció con ataques veloces como los de una cobra, con sus zarpas y su pico letal y puntiagudo. Cuando se terminó la matanza, en lugar de detenerse a comer, se paseó por los límites del corralito. Una cola larga se arrastraba por el suelo detrás de la criatura, como si estuviera buscando una nueva víctima.

—Dime, ¿cuál de ellas estamos viendo aquí? —pregunté, extrañamente fascinada.

Los ojos aterradoramente similares a los de un humano de la criatura se fijaron en los míos. A mi lado, Caedmon se reía.

—Si lo averiguo, quizá te lo diga. Somos socios, ¿no?

—¿Lo somos?

—Por supuesto. —Bajó la voz—. Debería hacer mi salida ignominiosa y regresar mañana como Mircea.

—Sigo pensando que no va a funcionar. —La criatura comenzó a alimentarse, arrancando grandes trozos de un cuerpo peludo medio muerto que daba tirones en un vano intento por escapar. Me recordó de forma perturbadora a la cena de Radu, especialmente porque esos ojos demasiado humanos seguían fijos en mí. Parecían hambrientos.

—Porque me interrumpieron antes de que pudiera explicar mi ingenioso plan —me informó Caedmon despreocupadamente—. Es así de simple: Drácula verá llegar a Mircea, y muy poco después de eso, las protecciones caerán. Naturalmente, él creerá que tú estás cumpliendo tu parte del trato y montará su ataque. Yo tendré a bastantes de mis seguidores estacionados alrededor del perímetro de la finca para que se ocupen de él y para rescatar a lady Claire.

—¿Y si no la tiene con él?

Suspiró feliz.

—Entonces tendremos que encontrar la manera de convencerle de que nos diga dónde está. —Me vino a la cabeza una imagen momentánea de Drac siendo torturado por los duendes. Fue casi orgásmico.

—Suena genial —le dije sinceramente—, excepto que hay mil cosas que podrían ir mal, empezando por tu disfraz.

—Me duele que tengas tan poca fe —me reprochó.

—Se te tiene que ver siendo bienvenido como Mircea en la casa o Drac no se lo tragará. Pero si alguien ve a través de tu disfraz, se acabó el juego. Louis-Cesare nunca nos dejará quitar las protecciones y poner en peligro la vida de Du. Y si siguen levantadas, Drac no podrá acercarse a un kilómetro de este sitio. Así que a menos que tengas bastantes partidarios para cubrir un perímetro tan grande, cuando ni siquiera sabemos desde qué dirección vendrá hacia nosotros…

—Deberías confiar en mí, pequeña. En comparación con las maquinaciones que ocurren cada día en la corte, esto es una cábala menor. Tal como yo lo veo, solo hay un posible obstáculo: una interferencia del vampiro.

—Radu no tiene la costumbre de abrir su propia puerta. Es a Geoffrey al que tienes que engañar, al menos el tiempo suficiente para entrar, y eso no será nada fácil. Él es del grupo de Mircea. ¡Creo que conocerá a su propio maestro!

—Él no. El otro. Louis-Cesare.

Miré al duende. No veía ninguna herida ni miembros perdidos, así que parecía que había sido capaz de manejar a Louis-Cesare bastante bien.

—Tampoco es muy probable que ande por el vestíbulo.

—No, pero podría estar, como tú dices, rondando por otros sitios, como por ejemplo la fuente de poder de los hechizos protectores de tu tío.

—¿Qué sería…?

—La primera cosa que descubrirás para mí. Los hechizos protectores me dejarán entrar cuando vuelva ya que me reconocerán como amigo de la casa. Los bloquearé después de llegar, pero no tendré tiempo para buscar en la casa. Segundo, necesitarás asegurarte de que Geoffrey no está por allí y que alguien que apenas conozca a Mircea responda a la puerta. Uno de los humanos sería lo mejor. Y tercero, tienes que distraer a Louis-Cesare el tiempo suficiente para que yo reduzca a los guardias.

—¿Eso es todo? —pregunté sarcásticamente.

—Debería ser suficiente. —Sonrió con una tolerancia divertida—. Llegaré a las nueve de la noche mañana. Eso te da más de veinte horas. Confío en que te las arregles en ese tiempo.

La única razón por la que no le mordí fue por el conocimiento seguro de que él lo disfrutaría.

—¿Y por qué debería confiar en ti? ¿En un duende extraño que conocí ayer?

Caedmon sonrió amablemente.

—Creo que ya sabes el porqué.

Yo también pensaba que lo sabía. Puse mi mano sobre la suya.

—Siempre y cuando estemos de acuerdo respecto a Claire. Sin forzarla a ir al reino de la Fantasía contra su voluntad. —Caedmon puso una mirada inocente. Apreté su pulgar contra una de las espinas más largas de la rosa, lo bastante profundo como para que le llegara al hueso—. Si me traicionas, te destriparé y daré de comer tus restos al zoológico de Radu.

Caedmon apartó la mano de la rosa y acercó el dedo sangrando a mi boca, cubriéndome los labios de sangre.

—Qué cosas más dulces dices.

Inclinó la cabeza y me besó, quitándome la sangre. El sabor de sus labios fue una explosión de dulzura, como el verano condensado.

—Lo sé.