15

Sabía que a Radu no le gustaría tener a Apestoso en la mesa de la cena, especialmente dado que se las había apañado para volver a cubrirse de barro, gracias a sus retozos debajo de los arbustos. Pero no iba a dejarlo solo. Dejar que corriera por ahí suelto, especialmente cuando el sitio estaba en alerta alta no era muy inteligente. Y la verdad es que Du había tenido peores invitados a cenar. De hecho, de todos los que estábamos sentados en la mesa esa noche, Apestoso era el que menos miedo daba.

Resulta que el comedor estaba al otro lado de la entrada grande del salón, pero no fuimos allí. Supongo que Radu creyó que la mesa, en la que parecía que se podían sentar cuarenta personas, era demasiado para un grupo íntimo. En lugar de eso, nos llevaron a la parte de abajo, a una bodega de vino, donde habían puesto una mesa mucho más pequeña para cinco. Dejé caer a Apestoso en la silla que había al lado de la mía y asentí con la cabeza en dirección a Olga. Ella inclinó su enorme cabeza también, y el hecho de que hubiera sido capaz de ver mi saludo me hizo ver cuántos candelabros había puesto Radu por todo el lugar. Estaba siendo un anfitrión detallista, asegurándose de que, aun sin electricidad, hubiese suficiente luz para los ojos débiles de un trol. En silencio, Geoffrey puso otra silla, sin dignarse a mirarnos a mí o a la bola de pelo que estaba a mi lado, luego volvió para echar el vino en las copas.

Louis-Cesare no estaba comiendo, (por lo visto el estereotipo sobre los franceses y la comida no era tan cierto), ni tampoco se estaba preocupando por disimular su antipatía hacia el duende. Estaba bien que tuviera la fama de alguien que podía manejarse en una lucha. Y no es que Caedmon pareciera preocupado.

El duende se había apoderado de un sitio a mi derecha y parecía tener la intención de ser el perfecto invitado de una cena. Se puso a elogiar la sopa de cebolla y los caracoles, que fueron el primer plato, e hizo lo mismo con el vino, de los mejores de Radu. Supongo que para un inmortal, cualquier cosa nueva estaba bien y esa cena era sin duda una cosa nueva. Al menos, dudaba que anteriormente se hubiera sentado en una mesa de vampiros con una dhampir, un duergar y una trol de montaña enorme, pero bueno, ¿yo qué sabía? Y ése era el problema, no me gustaba tener un aliado del que sabía tan poco, lo mismo que sentía Louis-Cesare.

Para cuando sirvieron el segundo plato, decidí que ya se habían intercambiado suficientes cortesías.

—Vale, Caedmon. Estamos aquí. Desembucha.

—Sin problema. —A diferencia del resto de nosotros, parecía estar disfrutando la versión especial de bistec tártaro de carne que el chef de Radu había preparado como plato principal. Ya había acabado la porción que Geoffrey nos había servido, y ahora utilizaba la punta de su cuchillo para atravesar otra de las pequeñas vacas que estaban vagando alrededor del plato central. El resto del rebaño en miniatura se dispersó, mugiendo, para esconderse debajo de las hojas de espinaca que bordeaban el plato—. ¿Qué te gustaría saber?

Louis-Cesare interrumpió antes de que yo tuviera la oportunidad de decidir cuál de las preguntas que llenaban mi mente le iba a hacer primero.

—¿Cómo sabes que la señorita Lachesis lleva en su vientre al heredero de los duendes?

Caedmon sumergió su presa, que mugía desesperadamente, en un plato de mostaza picante. La sangre se mezcló con la salsa, creando un dibujo en espiral.

—Porque ella lo dijo. Tiendo a tomarle la palabra a una señorita cuando dice algo así.

—¿A quién se lo dijo? ¿A ti?

—No. Ella se lo afirmó a uno de los humanos que llevaba la subasta. Él se puso en contacto con nuestra delegación en MAGIC para ofrecérnosla, por un precio sustancial, claro.

—Entonces, ¿cómo es que Drac la cogió primero? —Yo estaba sentada sobre mis manos para evitar agarrarle la garganta de marfil, pero no iba a funcionar mucho tiempo. Estaba desangrada, casi seca y agotada, suficiente para que mi genio se hubiera calmado al menos un poco. Pero no hubo suerte.

Caedmon utilizó su tenedor para cortarle la huida a un par de vacas, que habían hecho un descanso en la sombras alrededor del salero.

—Él llegó a la subasta antes que yo y se la quitó a los subastadores por la fuerza. —Caedmon no sonaba particularmente molesto. Estaba relajado, incluso informal—. Lo que no sé es si puede lograr controlar a alguien tan poderoso. —Se encogió de hombros—. A lo mejor si la mantiene sedada…

Estaba a punto de estallar, pero Louis-Cesare se me adelantó.

—Basta de tomarle el pelo. Dinos lo que sabes. —Su cara era igual que su voz, fría, dura y nada divertida.

La expresión amistosa de Caedmon cambió, su sonrisa creció tan frágil y brillante como cristal cortado. Parecía que no le gustaban las órdenes. No sé lo que habría pasado si Apestoso no hubiera elegido ese momento para atragantarse con una de las vacas más grandes, del tamaño aproximadamente de mi dedo índice, que él había intentado tragar entera. Olga le dio una palmada en la espalda con su enorme mano, haciendo que la criatura saliera volando de su boca como una bala se dispara de una pistola. Aterrizó en la bandeja de peras Amaretto que Geoffrey acababa de traer. Una docena de mariposas que habían estado decorando el plato se esparcieron en un revoloteo loco de alas de azúcar que giraban.

Radu parecía disgustado. Geoffrey no dijo nada, su cara siguió esforzadamente impasible cuando vio el plato destrozado y su camisa salpicada. Por otro lado, Olga parecía encontrarlo todo extremadamente divertido a juzgar por sus carcajadas. Ella había estado lanzando el rebaño de miniaturas al aire como si fueran palomitas, sin preocuparse siquiera de masticar y me imagino que Apestoso había querido hacer lo mismo que ella. Le eché un vistazo, pero parecía estar bien.

Me giré hacia Caedmon.

—Por favor, dinos lo que sabes.

Inclinó su cabeza en un gesto naturalmente aristocrático.

—Por supuesto. —La voz profunda se envolvió alrededor de mis nervios, instantáneamente tranquilizadora. Lo que era algo bueno, teniendo en cuenta lo que él tenía que decir—. Me temo que tengo más preguntas que respuestas, al igual que el domi, nuestra asamblea de ancianos. Un niño es una gran alegría entre nosotros, no algo que se tenga que esconder como si fuera vergonzoso. Pero nadie supo hasta hace poco que el rey estaba familiarizado con tu amiga, ¡y mucho menos que él podía haber engendrado un niño con ella! Y ahora me dices que tú tampoco lo sabías. —Caedmon me envió una sonrisa con los dientes rojos—. El misterio se hace más profundo.

Rompió una pierna de la criatura en apuros de su plato y se la tragó entera. Parecía que le gustaban solo las caderas. Media docena de torsos diminutos flotaban en un río de sangre en frente de él, unos pocos aún se movían débilmente.

—A lo mejor no es verdad —le propuse.

—¿Por qué se inventaría ella entonces una mentira tan fantástica? —preguntó Louis-Cesare.

Me encogí de hombros.

—¿A lo mejor con la esperanza de recibir ayuda para escapar de sus secuestradores? Cualquier cosa sería mejor que ser entregada a los cosechadores.

—¿Pero por qué ponerse en contacto con los duendes? —insistió—. No se les conoce precisamente por ser altruistas con los demás. Si la rescataran y descubrieran que estaba mintiendo, seguramente estaría incluso en más peligro que antes.

—¿Pero estaba mintiendo? —Me dirigí a Caedmon—. ¿Qué dice tu rey?

—Le preguntaría si no hubiera desaparecido hace ya varias semanas. Hubo una tentativa de asesinato, o eso es lo que parece. Él se fue a una expedición de caza con dos sirvientes de confianza y nunca volvió. Encontramos su caballo, sin jinete, y después de una búsqueda, encontramos a los dos sirvientes… muertos. Pero del rey no había nada.

Miré fijamente mi plato, mi estómago se estaba retorciendo como un pez fuera del agua. Conduje mis vacas hacia Apestoso, que parecía que tenía el apetito de un par de adolescentes hambrientos e intenté poner en orden mis pensamientos.

—Así que el domi te envió para que averiguaras la verdad —dije finalmente—. Porque si la afirmación de Claire no era una mentira desesperada, ella lleva en su vientre al heredero al trono. —La boca de Caedmon estaba llena, pero él asintió con la cabeza—. ¿Y si el rumor es cierto? —Tragó, pero siguió sin decir nada—. Estás planeando llevártela de vuelta contigo —le acusé.

Caedmon se echó hacia atrás en la silla dura e incómoda como si estuviera en un trono, sus piernas estiradas enfrente de él con una elegancia supina.

—Creo que me estoy perdiendo algo —dijo Radu en voz baja, con una diminuta pierna marrón que se le salía por la esquina de la boca. Parecía que estaba teniendo problemas con la comida de su propio chef. Un momento antes, un toro se había caído sobre el borde de su plato, y cuando él había intentado levantarlo con la cuchara a hurtadillas, le corneó un dedo—. Creía que la sangre del heredero tenía que ser en su mayoría sangre de duende. ¿Por qué el hijo de Claire, suponiendo que esté embarazada, sería un candidato?

Caedmon sacudió la cabeza, haciendo que todo su pelo dorado brillara como un estandarte de seda atrapado en la brisa.

—Perdóname, pero parece que no sabes mucho acerca de la dama en cuestión. El domi acaba de enterarse de que su madre tuvo una aventura con un poderoso duende oscuro noble. Si Claire fuera el resultado de eso, el niño que naciera de ella y de nuestro rey sería tres cuartas parte duende. Y, de hecho, sería un rival muy fuerte.

Me quedé mirando fijamente a Louis-Cesare y podía decir que los dos estábamos pensando lo mismo.

—«Híbrida». —Él lo dijo primero.

Yo asentí con la cabeza. El duende que nos atacó no venía a por mí en absoluto; me habían confundido con Claire, la otra híbrida que vivía en esa dirección. Después de todo, parecía que Kyle había obtenido información que era cierta. Claire llevaba a un niño en su vientre que no era humano, pero el padre era un duende, no un vampiro. Sentí una ráfaga de alivio tan extrema que empecé a reírme en alto. Esto hizo que recibiera unas pocas miradas preocupadas, pero no me importaba. Me había quitado un enorme peso de encima. Por desgracia, yo no era la única.

—Tenía la impresión de que los duendes cogen a los bebés humanos y los sustituyen por otro bebé —dijo Radu—. ¿Por qué abandonaría un duende a un niño?

Caedmon hizo un grácil gesto indeterminado con la mano.

—Probablemente porque la dama no le dijo que iba a tener un hijo. A lo mejor tenía miedo de que se llevara al niño si se enteraba.

—¿Entonces cómo lo averiguó el rey? —pregunté—. La madre de Claire murió cuando ella aún era un bebé. Y si su padre real no sabía…

—Ésa es una de las muchas preguntas que a mi también me gustaría hacer, si hubiera alguien que pudiera responderlas —dijo Caedmon—. A lo mejor su madre le dijo a su marido la verdad antes de morirse. A lo mejor se las arregló para conseguir una prueba. Hay muchas que pudieron haberle mostrado la verdad, tanto mágicas como mundanas. Nosotros sólo podemos especular.

Los ojos azules de Louis-Cesare se entrecerraron como si no le hubiera gustado la respuesta de Caedmon.

—El Senado cree que la lucha por la sucesión ha sido llevada a nuestro mundo hace poco. Tanto el príncipe Alarr como su oponente, un noble svarestri llamado Ǽsubrand, han sido vistos en Nueva York en este último mes.

Lo miré fijamente.

—¿Dónde has escuchado eso?

—Me lo dijo Kit Marlowe. —Fruncí el ceño. La cucaracha no se había preocupado de mencionarme esa pequeña noticia tan interesante.

Louis-Cesare tenía el aspecto de alguien que estaba pensando mucho. Prefería eso que la compasión en la cara de Caedmon. No quería que Claire necesitara compasión.

—Si el rey está muerto —dijo Louis-Cesare lentamente—, el trono está en pugna. Deshacerse de Claire, si ella lleva en su vientre al hijo del rey, también eliminaría a otro rival.

—Tenemos que encontrarla y resolver el tema de la sucesión —acordó Caedmon—. En la última guerra civil, más de diez mil de los nuestros fallecieron. —Su mirada era distante, como si estuviera viendo otra época—. Las flechas rayaban el cielo. La sangre caía como lluvia. El humo de las piras funerarias llenaba el aire hasta que todo lo que quedaba visible era una neblina sucia que hacía que los ojos te picaran y que la garganta se te cerrase. —Su voz tamborileaba en el aire como la nota sostenida en un punteo, y de repente, realmente pude ver la escena que sus palabras describían.

El viento azotaba mis ropajes contra mi cuerpo empapado en sudor. Debajo de mí, un campo de batalla fluía hacia un horizonte rojo como la sangre. Alrededor, columnas de humo sujetaban con fuerza el cielo como dedos leprosos. Había cuerpos en el suelo por todas partes, en armaduras aún humeantes, ahogándome con el olor a sangre y fuego y a piel quemada. Mis manos estaban en carne viva de agarrar la lanza que había utilizado contra mis enemigos, pero apenas lo noté. Había cenizas en mis ojos, cenizas que una vez habían sido el cuerpo de un camarada, una vida centenaria acabada por el disparo fortuito de un recluta novato. Se pegaron a mi cara, robando el orgullo de la victoria, mezclándose con mis lágrimas, amenazando con asfixiarme…

—¡Caedmon!

Sentí como si alguien me diera con la puerta en las narices. Regresé a la mesa, el corazón me latía fuertemente, los oídos me retumbaban y tenía la visión distorsionada. Estaba aturdida y desconectada, como si mi mente estuviera intentando ocupar dos sitios a la vez y no estuviera hecha para eso. Tenía la boca agria por la angustia de la muerte de alguien que nunca había conocido; mis venas bombeaban adrenalina por una lucha que nunca había vivido.

Radu estaba de pie, en su cara se reflejaba la confusión, y Louis-Cesare estaba fulminando con la mirada al invitado de honor. Caedmon lo ignoró, pero sus ojos mostraban preocupación cuando me miró.

—Mis disculpas, niña. No debería haberte dejado ver eso.

—¿Qué pasó? —Para mi sorpresa, mi voz era firme.

Caedmon parecía ligeramente avergonzado.

—Los frumfórn, lo que vosotros llamáis los duendes, existen en dos planos de existencia a la vez: el físico y el… lo que supongo que vosotros llamaríais el espiritual. Me siento aquí, como, hablo, pero no utilizo mi conciencia completamente en esas cosas. Existe, yo existo, en otro sitio también. Y por un momento, a ti te pasó lo mismo.

—¿Por qué?

Levantó su copa ligeramente.

—Quizá he tomado demasiado del excelente vino de nuestro anfitrión.

Louis-Cesare cogió rápidamente su copa y la olió con precaución. Se dirigió a Radu.

—¿Qué estás sirviendo?

Caedmon sonrió a su anfitrión.

—Tengo que felicitarte, suave, aterciopelado, con un gusto refinado que permanece en el paladar como un perfume.

Radu lo miró y luego miró a Louis-Cesare, intentando parecer orgulloso, confundido y compungido, todo al mismo tiempo.

—Pensé que era apropiado, considerando que nuestro invitado…

—¿Qué es? —volvió a preguntar Louis-Cesare.

Radu estaba empezando a parecer enojado. Algo me decía que esta fiesta no estaba saliendo según lo planeado.

—Geoffrey lo diluyó. La mayor parte es de mi cosecha particular…

Caedmon se rió ahogadamente.

—Y el resto es algo del mejor vino de duendes que he probado en años.

—¡Así que eso fue lo que lo hizo! —La expresión de Louis-Cesare podría haber cortado un diamante.

Los ojos de Caedmon se oscurecieron, como jade bajo el agua.

—¿Me estás acusando de algo, vampiro?

—Esa… sustancia… ¡nos torturó con recuerdos! Nos hizo revivir cosas del pasado. Cosas horribles.

La expresión de Caedmon era elocuente. Sin decir una palabra, se las apañó para dar la impresión de que era una prueba increíble estar obligado a compartir una mesa con una persona tan irrespetuosa. Luego suspiró y me miró.

—¿También has vivido tú esos recuerdos?

Asentí con la cabeza.

—Pensamos… encontramos un hechizo en las cuevas. Pensamos que los magos lo habían dejado.

—Tienes mucha razón, aunque nuestro vino intensificaría los efectos. ¿Has bebido algo antes de esta noche, bueno, en los últimos tres días?

—No, yo…

Louis-Cesare interrumpió.

—Bebiste un poco de mi copa en el jet. Yo había llenado una botella en la bodega de tu casa.

—Espera un minuto. ¿Me estás diciendo que la bodega de Claire está llena de vino de duendes?

—Sí. Me sorprendí al verlo, ya que solo los duendes pueden hacerlo. Siempre me pregunté por qué está tan fuertemente regulado en nuestro mundo. —Le echó una mirada fulminante a Caedmon—. Parece que ahora ya lo sé.

Caedmon parecía ofendido.

—En unos pocos días, tres en el exterior, los efectos desaparecerán. Lo más fuerte se irá en unas pocas horas.

Me puse derecha, sintiéndome más yo misma. Olí mi vaso, pero no había ninguna señal de que hubiera estado bebiendo algo peligroso. Simplemente me había sabido como un vino tinto decente, frutal y sencillo.

—¿Qué es lo que hace?

—Nada perjudicial —me aseguró Caedmon—. Bajo las condiciones adecuadas, ayuda a alinear los pensamientos de dos personas o, en cantidades menores, sus emociones. —Unos ojos verdes oscuros me miraron de forma crítica—. Incluso con una gran cantidad de vino, pocos habrían sido capaces de sacar un recuerdo tan vívido. Casi pude oler el humo.

Asentí con la cabeza, pensando en la armadura fundida, como un charco negro alrededor de uno de los cuerpos, y en el viento abrasador. Para cuando ya había soplado a través de todos los fuegos, era como una brisa directa desde el infierno. Me trajo mis propios recuerdos de los fosos en Francia después de un ataque de mortero y empecé a sudar repentinamente. El corazón se me salía del pecho, la adrenalina me inundaba mientras mi percepción comenzaba a confundirse. Mi garganta se volvió a cerrar una vez más, llena de dolor, ahogada por las cenizas…

Caedmon acarició con su mano mi brazo, pasando poder a todo mi cuerpo como un líquido, disipando la sensación.

—Sí —murmuró—, extrañamente sensible. —Sonrió de un modo tranquilizador—. No dejes que te preocupe. Lo que viste pasó hace mucho tiempo, un recuerdo de nuestra última gran guerra. Incluso entonces, se tardó años en sustituir el número de pérdidas. Ahora, me temo, sería imposible. Pero una lucha por la sucesión podría provocar un cataclismo igual. Tenemos que encontrar a tu amiga.

—Me has leído la mente —le dije fervorosamente, temblando ligeramente por el poder de ese corto tacto.

—Los duendes no leen las mentes —dijo Louis-Cesare severamente, sus ojos estaban fijos en la mano de Caedmon.

Caedmon sonrió y no fue exactamente lo que se dice una expresión agradable. Me apretó con la mano.

—Quizá no, pero leemos otras cosas. Por ejemplo, vampiro, sé que tienes un cuchillo en tu manga izquierda, aunque no pueda verlo. El metal me lo dice; es un talento. —Me miró y su sonrisa fue deliberadamente provocativa—. Uno de tantos.

La ira de Louis-Cesare de repente llenó la habitación pequeña como agua, y en un abrir y cerrar de ojos, los suyos pasaron de estar teñidos de plata a dar la sensación de ser tan sólidos como dos monedas antiguas. Me quedé sentada, de piedra, cubierta por un mar de poder. Estaba empezando a entender por qué Mircea había querido que viniera conmigo, sólo que papi había olvidado mencionar su temperamento violento. Imagino que supuso que el pelo pelirrojo me sugeriría algo.

Caedmon estaba sentado muy tranquilo, sin ofrecer ningún reto pero tampoco evitándolo. No estaba segura de lo que hacer, con un vampiro repentinamente homicida a un lado y un duende para nada contento al otro. Miré a Radu, pero él estaba sentado como un ciervo atrapado por los faros delanteros, con aquellos preciosos ojos turquesa casi completamente redondos.

Al final, fue Olga la que calmó las cosas al soltar un eructo que juro que duró un minuto entero. Para cuando hubo terminado, todos estábamos mirándola fijamente completamente asombrados. Se considera de mala educación en las normas de los troles no demostrar aprecio por una comida buena con una función corporal adecuada. Parecía que a Olga le había gustado la comida.

Se dio palmaditas en el vientre y se levantó de la silla con toda la gracia de un hipopótamo preñado.

—Buena comida —anunció, con una dignidad casi majestuosa. Geoffrey corrió a toda prisa para enseñarle el camino de vuelta por las escaleras y Olga lo siguió para salir, su parte de atrás rozaba los laterales de la escalera de piedra estrecha mientras caminaba.

Decidí que ella tenía razón. Si Caedmon sabía algo más, se lo sacaría a la fuerza mañana cuando pudiera pensar mejor. Aparté a Apestoso del plato de queso, donde había decidido echarse una siesta.

—Creo que a mí también me basta por esta noche —dije, poniéndome a Apestoso sobre la cadera. No me molesté en dar las buenas noches. Radu estaba demasiado impactado para darse cuenta, y no era una tradición de los duendes. Además, tenía la sensación de que la noche no lo sería.