—¡Dorina! —Unas manos me agarraron con fuerza y desesperadamente los hombros. Quien fuera el que me estaba cogiendo, estaba temblando.
Agarré los fuertes brazos con las dos manos, luchando para conectar de nuevo con el presente.
—¿Estás bien? —preguntó alguien.
Me di cuenta que ya había recobrado los sentidos, aunque aún estaba conmocionada.
—Nunca he estado mejor. —Mi risa sonaba débil y rota incluso para mí.
Dejé de reírme.
Mis ojos se centraron lo bastante como para ver a Louis-Cesare mirándome fijamente. Él no parecía mucho más tranquilo que yo. El pánico le había robado el color de la cara, dejándole los ojos locamente azules.
—No estás bien.
—No fue tan terrible —le dije aún medio confundida sobre dónde estábamos. Mis ojos veían césped, estrellas y luciérnagas, pero mi cerebro seguía diciéndoles que no estaban en el lugar correcto. Sólo la iluminación estaba bien: el brillo tenue de la casa, parecido a la llama de una vela—. Quiso asegurarse de que duraría lo bastante como para entregar el mensaje…
Louis-Cesare dijo algo extremadamente grosero en francés. Parpadeé. Tardé un momento en darme cuenta de que él estaba hablando de Drac. ¿Pero cómo sabía…?
—Lo has visto.
Asintió con la cabeza de forma sombría. Sentí la doblez de los bíceps fuertes bajo las palmas de la mano cuando me agarró más fuerte.
—Como si el recuerdo fuera mío.
Me despegué un poco de hierba húmeda que tenía en la mejilla. La sentí fría y húmeda, como el tacto de las manos de Jack.
—Lo siento por eso. —Parecía bastante inadecuado, pero era lo mejor que podía hacer en el momento.
Me las apañé para ponerme derecha. Las manos que estaban sujetando mis hombros me soltaron, pero los dedos avanzaron lentamente, casi de mala gana, por mis brazos. Fue algo breve, que duró lo que dura un latido de corazón, pero hizo que algo ingrávido se arremolinara en mi estómago.
Me incliné contra la parte resbaladiza de la fuente para apoyarme, pero no fue suficiente. La escena alrededor de mí se condensó sin avisar y me caí de morros encima del césped húmedo. Louis-Cesare me volvió a coger con sus brazos. Debería haber protestado, pero el calor de su pecho en mi espalda era tranquilizador. Me levantaría y afrontaría lo que había pasado; obligaría a mi cuerpo a tener una fuerza que no sentía, en un minuto…
Nos quedamos allí sentados sin decir nada. Estaba demasiado confundida para hablar. Me dolía, pero no en los sitios que tenía que doler. Quería apretarme el estómago, aunque era una de las pocas partes de mi cuerpo que no me dolían. Pero sentía que debía doler, como si aquellas agujas estuvieran aún hundiéndose en mi carne. Como si todo realmente acabara de volver a suceder. Y luego estaba la sensación del corazón de Louis-Cesare latiendo contra mi espalda, sus piernas sólidas a cada lado de las mías. Había dejado caer su cabeza sobre mi hombro y el sonido de su respiración en mi oído era constante y dulce.
—Yo también lo siento —susurró y me di cuenta de que yo no podía hablar en absoluto.
Sus pulgares comenzaron a presionar en los músculos agarrotados de mis hombros, dándome un masaje y quitándome la tensión. Después de viajar desde mi cuello hasta la parte de abajo de la espalda, volvieron a subir masajeando mi dolorido cuerpo. Cerré los ojos, sintiendo como mis músculos se relajaban uno a uno, y mi cabeza se cayó hacia delante. Escuché mi propio murmullo de satisfacción, pero sonaba imposiblemente lejos, perdido en las caricias hipnóticas de las manos de Louis-Cesare.
Había un callo rasposo en el lateral de su dedo índice. Se sobresaltó un poco cuando extendí el brazo y le cogí esa mano; él permaneció muy quieto mientras yo la acariciaba ligeramente. La piel no era uniforme, era un poco áspera, y la carne de debajo estaba dura. Él observó como le tocaba y yo pude escuchar como se quedaba sin respiración.
No podía recordar la última vez que había estado sentada así con nadie. Amabilidad después de la crueldad, calor en un sitio frío, ternura en lugar de malicia: se supone que nada de esto tenía que venir a mí, y desde luego no de un vampiro. La incertidumbre me daba vueltas en el estómago. ¿Qué estaba haciendo? Solté su mano y comencé a moverme para separarme de él, cuando su voz me detuvo:
—¿Por qué te torturó Drácula? —preguntó suavemente.
—¿Qué te hizo a ti Jonathan? —le grité, esperando que con esto se acabara la conversación.
Me sorprendió.
—Algo similar. El Círculo Negro se llevó a alguien muy importante para mí… una bruja… Tenían la intención de… Ya sabes, ellos roban poder de quienquiera que sea, ¿no? —Asentí lentamente, apenas sin mover la cabeza. No dije nada por miedo a que se rompiera el ambiente, por miedo a que él volviera a desaparecer y a meterse dentro de su coraza y yo nunca averiguara lo que estaba pasando—. Lo que puede que no sepas es que, llevado a los extremos, mata a su víctima.
La verdad es que eso ya lo sabía. Un humano normal no es simplemente alguien sin magia; es una especie completamente diferente. Si las criaturas mágicas perdieran toda su magia, de alguna forma no se convertirían en humanos. Morirían al serles arrebatado algo que ellas necesitan para existir, lo mismo que los humanos necesitan la sangre.
—¿Qué pasó? —pregunté con prudencia.
Louis-Cesare se encogió de hombros y yo pude sentir el movimiento a lo largo de mi espalda.
—Me ofrecí yo a cambio de ella.
—¿Hiciste eso? —Estaba segura de que no había escuchado bien.
—Jonathan es adicto a la magia del mismo modo que algunos humanos son adictos a las drogas. Pero, como los adictos a las drogas, tiene dificultades para encontrar una fuente de abastecimiento constante. Los usuarios de la magia poderosa, la única clase que puede calmar su hambre, no son fáciles de capturar. E incluso si lo consigue, el sacrificio solo puede proporcionar un «chute». Entonces el sujeto muere y se tiene que conseguir otro.
—No entiendo. —Entonces ¿por qué de repente me había quedado helada?
—Un vampiro maestro puede curar casi cualquier pérdida, incluso una pérdida total de magia. Puede desangrarse toda la noche, pero aún se levanta a la noche siguiente, siempre y cuando su cabeza y su corazón estén intactos. Es el sacrificio perfecto, interminable.
Durante un momento no pude respirar; el frío se había extendido por todo mi cuerpo y me había quedado congelada, incluido mi cerebro. No pregunté los detalles. No quería detalles. De repente estaba enormemente agradecida de que si habíamos tenido que compartir un recuerdo, hubiera sido el mío.
Tragué saliva.
—¿Cuánto tiempo?
—Fui su prisionero durante un mes. Habíamos acordado una semana, pero Jonathan se negó a que me fuera. Dijo… dijo que le gustaba mi sabor más que ninguno que hubiera probado. —Me giré hacia sus brazos para poder verle la cara. Una mirada a aquellos ojos y supe que no estaba bromeando. En la tenue luz, brillaban como el cristal, como zafiro visto a través del hielo, reflejando perfectamente cada emoción—. Si Radu no me hubiera encontrado, puede que aún siguiera allí.
—¿Radu te encontró?
—Sí. Como mi maestro, fue capaz de seguir mi rastro. Estaba en una celda con paredes de piedra, demasiado débil para escaparme durante el día y sujeto a las atenciones de Jonathan cada noche. Ya casi había perdido la esperanza, hasta que una tarde escuché una voz fuera de la ventana diciéndome que me echara hacia atrás. No la reconocí; no había visto a Radu en años, pero pensé que sería prudente obedecer. Justo cuando lo hice, toda la pared se desprendió y me dejó mirando fijamente a un hombre cubierto de polvo que intentaba en vano controlar al caballo que había encadenado a las barras de la ventana mientras éste se alejaba.
—Eso suena a Radu.
—Luego el tejado se derrumbó. —Lo dijo de una manera tan impasible que no estaba segura de si estaba bromeando. Pero los labios de Louis-Cesare hicieron una mueca, se suavizaron y sonrieron. Me reí aliviada—. De verdad que se derrumbó —insistió.
—No lo dudo. —Du era muchas cosas, pero no era un ingeniero maestro—. Pero aún sigo sin entender lo que pasó en el avión. ¿Por qué estaba Jonathan intentando hacerte volar en pedazos?
—No lo estaba haciendo. Ha estado intentando volver a capturarme desde que me escapé, pero tenía que tener cuidado para no provocar una guerra con el Senado.
—Ya estamos en guerra.
—Y eso le daba la excusa perfecta. Al destruir el jet del Senado, esperaba convencer a la familia que yo también había sido destruido, que no había ninguna necesidad de buscarme esta vez.
—Pero… ¿por qué no se lo has contado al Senado? ¿Por qué no les dejas que lo maten por ti? Como tú has dicho, ya estamos en guerra con su Círculo. ¿Qué importa un mago muerto más? —Me encantaría hacer yo misma esos honores.
—Utilizar los recursos de la guerra para una venganza personal requeriría que explicara los cargos contra él.
—¿Y?
Louis-Cesare simplemente me miró.
—¿A cuántas personas les has contado lo que pasó aquella noche, Dorina? ¿Cuántas saben por qué tu odio hacia Drac es tan intenso?
Entendí lo que quería decir.
—A ninguna. Mircea amenazó a Augusta con daños físicos si alguna vez decía una sola palabra sobre aquello. Que yo sepa, nunca dijo nada.
—¿Y no había nadie más?
—No. Excepto Jack. Pero como su maestra, las palabras dirigidas a Augusta también iban dirigidas a él. ¿Por qué?
—El hechizo que encontramos en las cuevas… los únicos que conozco están localizados, unidos a un sitio específico. Deberíamos haberlo dejado atrás cuando vinimos aquí. Pero eran tus recuerdos, ¿verdad?
Dudé. Parte de la escena me había resultado bastante familiar: la secuela de la pequeña sesión de tortura de Drac en Londres. Pero la última parte… ésa era nueva. Siempre había supuesto que Mircea quería que Drac se mantuviera con vida por algún sentimiento confuso. Ahora ya no estaba tan segura. A lo mejor el viejo tenía más entereza de la que yo me pensaba.
—La mayoría sí. Quizá todo. No lo sé, no estaba exactamente bien en ese momento.
—Algunas leyendas dicen que los duendes pueden inducir visiones. Que influencian a la gente de esa manera.
—Caedmon no pudo haber provocado esa pesadilla, incluso aunque tuviera razones para hacerlo. —Me puse lentamente de pie, probando mi cuerpo, aliviada porque respondía, aunque perezosamente. Iba a tener que intentar evitar que me dieran una paliza en unos cuantos días—. No hay ninguna forma de que él pudiera haber sabido todo aquello. Nadie podría saberlo.
Alcancé la túnica de Radu, queriendo llevar puesto algo más caliente que una camiseta andrajosa, pero moví la parte que no debía. Un dolor intenso me atravesó desde el hombro que los chicos de Drac habían intentado dislocar.
—¡Joder!
—No estás curada. —Louis-Cesare se levantó y se puso a mi lado, sin su habitual agilidad. Reprimí una sonrisa irónica; ¡y nosotros éramos los campeones invencibles de Mircea!
—Estoy bien. —La magia del duende era algo único, pero no me había repuesto la considerable pérdida de sangre, solo el tiempo haría eso, sin mencionar que ya había tenido un montón de daños incluso antes de la lucha. Pero eso no era nuevo.
—¿Estás segura? A lo mejor se me ha pasado algo.
No respondí. Una mano se había apoyado en mi pecho, y un dedo caliente estaba acariciando la ropa húmeda, dibujando el surco casi invisible que había dejado una de las balas. Comencé a decir algo, pero mi garganta se sintió extrañamente estrangulada. Luego sus dos manos se estaban moviendo sobre mi cuerpo, buscando las heridas escondidas. Accidentalmente un dedo pasó rozando un pezón, enviando chispas por todo mi cuerpo hasta los dedos de los pies. Los callos, decidí vagamente, pueden hacerte sentir muy bien.
—Tu reacción en las cuevas fue preocupante —me informó.
Estaba más preocupada por mi reacción de ahora. Me encontré queriendo chupar esos dedos con mi boca, ver los ojos de Louis-Cesare oscureciéndose por la lujuria y el deseo.
—Puedes ver que estoy bien —le dije a su camiseta, luchando contra un fuerte deseo de coger la delicada tela con mis dientes y romperla en pedazos. Fue tan intenso que por un momento tuve que cerrar los ojos y concentrarme en por qué eso no estaría bien a muchos niveles distintos: él era el espía de papi, estaba allí para asegurarse de que Drac no obtenía todo que se merecía, era un vampiro y un miembro del Senado. Ninguno de esos términos quería decir precisamente «amante» para mí.
Entonces, ¿por qué mi mano se extendió para ponerle detrás de la oreja un rizo suelto? Para mi sorpresa, Louis-Cesare se inclinó sobre el tacto de mi mano. Había una línea ligeramente rosa, más caliente que el resto de su piel, en su mejilla. La herida, que se curaba rápidamente, iba desde su mandíbula hasta cerca de su ojo, aumentando el efecto pirata de su ropa. La tracé con un dedo. Estábamos lo bastante cerca como para que yo pudiera contar los tonos de azul que se mezclaban en sus ojos, para ver el modo en el que los mechones dorados, marrones y rojos se entremezclaban en su pelo. Para notar la red de líneas cerca de sus ojos, las huellas finas de amargura en su boca. Tenía que ser la pérdida de sangre, decidí, acercándome para poner mis labios en los suyos.
Se quedó completamente inmóvil con mi tacto, luego, después de un momento de sorpresa, se apartó amablemente.
—Dorina, ¿qué estás haciendo?
—Si no lo sabes, eres el francés más estúpido que he conocido nunca.
—No estás bien.
—Deja que yo me preocupe por eso. —Sentí un hormigueo débil en la mano que estaba apoyada en la doblez de su biceps. La moví hasta su muslo y me encontré músculo duro debajo del cuero suave. No había suavidad en ningún sitio, excepto en el terciopelo de su cara, el tacto de su boca…
—No estás en condiciones de preocuparte por eso —me dijo, y su voz era extrañamente afectuosa. Me cogió las manos con las suyas—. Tuve que utilizar poder sobre ti antes y no estoy seguro…
—No me puedes influenciar. —Intenté quitar las manos, había cosas mucho más interesantes que se podían estar haciendo, pero él entrelazó nuestros dedos, apretando fuerte.
—Si tus protecciones están en su sitio, quizá no. Pero no lo estaban antes. Y los efectos remanentes de una influencia poderosa pueden ser…
La necesidad me inundó, áspera y salvaje. No quería una lección sobre el control mental, ¡maldita sea! Le corté poniéndome de puntillas y hundiendo mis dientes en aquel labio encantador, el que me había vuelto loca desde que lo conocí. Apenas tuve tiempo de probar la sangre de mi lengua antes de que sus brazos me rodearan y me apretaran fuerte hacia él. Pero no me besó, y con su altura necesitaba su cooperación. Tampoco me soltaba las manos, así que estaba eficazmente inmovilizada; mis brazos estaban atrapados detrás de mi espalda, nuestros dedos aún seguían enredados. Esa fuerza que antes me había irritado tanto me sujetó deprisa y de repente encontré extremadamente erótico no poder apartarme si él no me soltaba.
Sentí un hormigueo en las manos con la necesidad de pasarlas por encima de su cuerpo, de romper aquella ropa ridícula y sentir piel caliente contra piel caliente en lugar de cuero contra algodón. Pero él no me dejaba.
Se me ocurrió que quizá Louis-Cesare tenía razón, a lo mejor había sido influenciada, pero en ese momento no me importaba.
Finalmente abandoné toda pretensión de control y me arqueé contra él. Me vi recompensada con un gemido bajo en esa voz profunda, en terciopelo y calor, y de repente me estaba besando. Las caricias agitadas con la boca abierta comenzaron fuertes y se hicieron más fuertes, casi desesperadas. Sentía como si el fuego se metiera dentro de mí, y sabía a fuerza bruta, caliente y dulce, ardiente y perfecta. El calor de su aliento estaba hirviendo. Dios, me iba a volver loca si no podía tocarle.
Luego, así de repente, estaba sola. Después de un segundo de confusión, me di cuenta que Louis-Cesare estaba en la otra parte de la fuente, frente a mí, lejos y con la espalda tensa. Cuando se dio la vuelta, sus ojos estaban ensombrecidos y su cara lucía un color agitado en sus mejillas. Aparentemente se había acordado de que estaba besando a una dhampir y encima, bastarda.
Como para esperar cumplidos.
Sentí el calor cerrando mi garganta y tuve que respirar hondo varias veces para recuperar el control. Dios, tenía que estar incluso más cansada de lo que pensaba. Me puse la camiseta horrenda, bajándome los vaqueros destrozados por debajo. No era mi estilo, pero me dio unos segundos para recomponerme.
—¿Por qué crees que ha venido el duende en realidad? —preguntó Louis-Cesare. Parecía que algo estaba mal con su voz.
Me metí en la túnica, con un hormigueo en las manos por el recuerdo de cómo había sido tocarle.
—Ya escuchaste lo que dijo. Está buscando a Claire.
—Tú ya le has dicho lo que sabes, que encontrará a la mujer con lord Drácula. ¿Por qué está aún aquí en lugar de ir a buscarlos?
—¿Por qué no se lo preguntas tú? —Sin duda no iba a perder más tiempo con esto. Caedmon había pedido retrasar los detalles hasta que llegáramos. Considerando que las condiciones en el coche no habían sido propicias para una conversación inteligente, yo no le había presionado. Pero la suerte ya estaba echada. Estaba cansada y confundida y no me iba a ir a la cama hasta que no supiera toda la verdad acerca de Claire.
—No se puede confiar en los duendes. Hablan con adivinanzas y medias verdades, y eso cuando se molestan en decir algo. Soy responsable de ti ante lord Mircea y no confío en la magia de los duendes.
—Y yo no confío en ti.
—Ya somos dos —dijo de forma un tanto oscura, pasándose la mano por sus rizos desordenados—. ¿Puedo verla nota que la mujer te dejó? —Habría sonado como una incongruencia para alguien que escuchara, pero para mi, tenía sentido. Louis-Cesare tampoco confiaba en mí.
Un vampiro listo.
—Su nombre es Claire, y no, no puedes.
—¿Y por qué no?
—La perdí.
Los ojos azules me apuñalaron con una evidente sospecha. Quería apartar la vista, pero no me atreví. Aunque pronto dejó de buscar en mí, supongo que pensaba que ya había hecho un buen trabajo antes, y yo tuve cuidado de no mirar mi bota izquierda, donde había metido la nota de Claire. Seguramente Louis-Cesare no sabía leer rumano, pero estaba segurísima que Radu sí podía. Y lo último que necesitaba era que ellos supieran nada acerca del ultimátum de Drac.
Saqué a Apestoso de debajo de los arbustos.
—Vamos —le dije de un modo cansado—. Vamos a obtener algunas respuestas.