12

Me desperté desorientada y con un dolor agudo. Lo primero era porque estaba boca abajo, colgando de una jaula volcada con el culo en el aire, y lo segundo porque estaba sangrando, supongo que por la media docena de heridas que tenía. No obstante, la mayoría de ellas eran claramente leves, comparadas con la barra de metal que Louis-Cesare estaba intentado sacar de mi costado. Me había atravesado completamente para perforar la parte de arriba de la jaula. Dio un tirón final y la cosa se soltó con el sonido de metal chirriante y carne rajada. Sin nada que me sujetara allí arriba, me caí al suelo, sangrando por más sitios de los que podía contar.

—¿Estás en tus cabales, o lo que eso signifique en tu caso? —preguntó en un susurro medio ceceante. Reconocí el sonido, ese de un vampiro con los colmillos completamente extendidos, y no es que lo hubiera escuchado muy a menudo. La mayoría de las veces, cuando llegaban a esa parte, no estaban muy interesados en hablar.

Asentí con la cabeza débilmente. El animal que había reconcomido mis entrañas había desaparecido por el momento. Podía sentir los vestigios ásperos de la ira confusa, pero eso era normal. Pasaría, e incluso si no, dudaba que pudiera hacerme más daño enseguida.

Antes de que él pudiera responder, el francés estaba en el aire, aterrizando a unos cuantos metros de distancia. Dos ojos marrones gigantes aparecieron en mi campo de visión, entornados, en una cara pequeña y deformada. El pelo gris desgreñado oscurecía la mayoría de sus rasgos, incluyendo cualquier señal de una nariz, pero tenía unos cuantos colmillos deformes. Me di cuenta de que varios de ellos estaban mal colocados, hacia arriba como dientes caninos, mientras otros cuantos habían crecido de tal manera que eran más una amenaza para la criatura que para su presa.

Dejé de pensar si estaba a punto de convertirme en el almuerzo de alguien y luché por levantarme. Por desgracia, eso hizo que la habitación se moviera violentamente y mi sangre saliera a borbotones. Un dolor desgarrador y agudo corroía mi costado cada vez que me movía o respiraba.

—¡Túmbate quieta si quieres vivir! —ordenó Louis-Cesare con crudeza—. Y llama a esa cosa o me veré obligado a matarla. ¡No puedo ayudarte mientras estás constantemente esquivando el ataque!

—¿Qué es esto? —La habitación seguía moviéndose de un lado a otro en mis ojos, pero logré enfocar la cosa gris que revoloteaba. Me recordó a la cabeza del muñeco Mr. Potato montada por alguien de dos años. Todas las partes estaban allí, pero no estaban necesariamente en el lugar adecuado. La comparación se intensificó debido a sus piernas y brazos delgados como palos e incongruentemente largos que sobresalían en ángulo recto de su pelaje. Tenía las rodillas alrededor de la cabeza mientras se ponía de cuclillas de modo protector a mi lado, lo bastante cerca para que el hedor que emanaba hiciera que me lloraran los ojos.

—Es un lote que no se pudo vender. Estaban a punto de matarlo cuando te volviste loca. —Louis-Cesare le dio un golpe cuidadosamente con el pie y la cosa le gruñó de una manera tan malvada que uno de sus colmillos doblados atravesó su labio inferior, causando que un chorreo de sangre negra se uniera a la suciedad desgreñada y a lo que fuese que había en su barbilla—. Parece que tiene la impresión de que le has salvado la vida. —Un apéndice deforme que vagamente se parecía a una mano se extendió para darle una palmadita a mi pelo—. Qué emotivo. ¡Venga, échala de aquí!

—¿Y cómo lo hago?

—Improvisa. —Él tenía su mano en su espadín y yo no dudaba que lo usaría.

Suspiré.

—Está bien —le dije a mi pequeño admirador—. Si me deja morir, papi lo matará por ti.

La cosa tuvo que haber entendido algo, porque caminó arrastrando los pies hacia atrás unos cuantos pasos, dejando que Louis-Cesare se acercara lo bastante como para examinarme. Me eché hacia atrás en el suelo, mientras él me tocaba la mejilla amablemente, luego me acarició la garganta. Ligeros dedos mentales traspasaron mis protecciones ruinosas y de repente pude respirar sin dolor. Sentía sus manos calientes sobre mi piel y su tacto hizo desaparecer lo último que quedaba de mi histeria confusa. Me hacían sentir más estable, segura, y me di cuenta de que me había inducido algo. Normalmente ese tipo de cosas no funcionaban, pero mis protecciones estaban hechas jirones. Y ya que me había quitado casi todo el dolor, no me apetecía protestar.

Cerré los ojos y dejé que un maravilloso entumecimiento se extendiese lentamente por mi cuerpo, desde el cuello hasta las rodillas. La habitación estaba girando hasta el punto de que sabía que había perdido mucha sangre, suficiente para que fuera peligroso incluso para mí. No intenté catalogar mis heridas, ya que parecía que no podía concentrarme y decidí utilizar lo poco que me quedaba de capacidad mental para cosas más importantes.

—¿Claire?

—Ella estuvo aquí, pero no en el momento en el que nosotros llegamos. Hay una nota para ti, cuando te encuentres lo bastante bien para leerla te la daré.

—¿Una nota? —Solo Claire encontraría tiempo en medio de una subasta de esclavos ¡para dejar una nota! La chica necesitaba terapia. Me reí y me dolió, así que paré de reírme—. Ya me siento bastante bien ahora —le dije y cometí el error de intentar ponerme derecha de nuevo. La habitación se movió como algún tipo de caleidoscopio extraño y comenzó a oscurecerse.

—¡Quédate quieta! —me dijo de un modo salvaje—. ¡No podrás leerla nunca si estás muerta!

Decidí que podía tener razón y volví a echarme hacia atrás. El armatoste retorcido que formaba la jaula se cernía amenazante sobre nosotros, y tuve que tener cuidado de no moverme mucho o entraría en contacto con algunos de los cientos de trozos de madera astillada que llenaban el suelo. Finalmente los identifiqué como los restos de las sillas plegables que los pujadores habían utilizado. El grupo de Olga debía de haberse vuelto loco.

Había perdido el abrigo de Mircea en algún sitio y ahora Louis-Cesare me partía la camiseta en dos.

—Ni siquiera hemos cenado aún —protesté débilmente, y él me miró con los ojos encendidos con un brillo interior—. Los de papi se vuelven dorados —le dije confidencialmente, y me reí nerviosa.

—Ahora mismo deberías estar inconsciente —murmuró.

—Dhampir —le recordé. Louis-Cesare no respondió, pero subió el tono volviéndome a advertir. Me encontré mirando fijamente unos ojos como acero iluminado por las estrellas, susurró alguna parte poética insospechada de mí, o como un relámpago cruzando un cielo de verano. La verdad es que aquellos ojos eran asombrosos—. Bonitos —observé, lo que pareció sorprenderle.

Olga apareció detrás de él, su volumen empequeñecía a Louis-Cesare como si fuera un niño. Se inclinó para verme mejor, lo bastante cerca como para que su barba dorada me hiciera cosquillas en la barbilla.

—¿Está viva?

—Por el momento sí. —La voz de Louis-Cesare sonó muy tensa.

—Bien. Ese vampiro no está aquí —me informó Olga—. ¿Dónde seguimos cazando?

—Estoy pensando en ello —le dije. Ella asintió con la cabeza, satisfecha, y se fue moviéndose pesadamente.

Louis-Cesare comenzó a explorar alrededor de mi pecho buscando algo. Una bala, recordé vagamente. Los subastadores habían tenido armas y a juzgar por donde estaba haciendo su cirugía improvisada, alguien había disparado muy bien. No le había dado al corazón, pero se quedó cerca.

—No podemos llevarla con nosotros —comentó. Me llevó un momento darme cuenta de que estaba hablando de Olga.

—Claro que podemos.

—¡No sabes nada acerca de ella!

—Sé que Drac mató a su marido. No creo que ella tenga ninguna oportunidad de acabar con él, pero tiene derecho a intentarlo. —Puede que los humanos estuvieran dispuestos a luchar sus batallas en los tribunales y para cosas menores la comunidad mágica seguía su ejemplo. Pero alguien iba a sangrar por esto. Simplemente esperaba que fuera la persona correcta, ya que la idea de Olga retorciéndose durante sus horas finales en uno de los postes especiales de Drac no era muy atractiva.

—Es una trol de montaña —me informó, como si hubiera habido alguna posibilidad de que se me hubiera pasado.

—Pero, oye, una con muy mala leche. Tú no quieres que venga, está bien. Se lo dices tú. Ya he tenido toda la violencia que quiero por hoy.

Louis-Cesare parecía como si fuera a discutir, así que lo distraje con un quejido lastimoso. Era una pena que no fuera fingido. Volvió a la cirugía y a cambio de mi concesión de quedarme quieta mientras él me parcheaba, me puso al día sobre bastantes cosas que me había perdido.

—Parece que interrumpimos una subasta ilegal que presentaba experimentos fallidos de los duendes oscuros. Se los dieron a un grupo de humanos que ellos usan para hacer sus mandados como, ¿cómo se dice?, una bonificación —dijo, dejando la bala que me había extraído en el suelo—. Los prisioneros dijeron que no había magos aquí, solo humanos, creo que el Círculo Negro abandonó este sitio porque era demasiado vulnerable, y que los hechizos protectores que nos encontramos simplemente no se molestaron en quitarlos cuando se fueron.

—¿Y qué dijeron los humanos? Si trabajan para… —Me detuve por una punzada particularmente dolorosa.

—Les habríamos preguntado si tus amigos hubieran dejado a alguno con vida —fue la sarcástica respuesta. Otra pequeña bala golpeó el suelo. No era de extrañar que me sintiera como una mierda. Incluso yo logro evitar normalmente que me disparen dos veces en el pecho en el mismo día.

Luego asimilé lo que él había dicho. Miré a mi alrededor y por primera vez me di cuenta de que el hombre que había atacado al pequeño híbrido estaba ahora tendido encima de un par de jaulas que había a ambos lados de la habitación. Los miembros del subastador y de su personal estaban por todos los sitios, con un brazo aún agarrando una maza a un metro de allí.

Mientras Louis-Cesare me cosía, observé al pequeño trol de Olga, que parecía poco afectado por su nariz obviamente rota, cogerlo y meterlo en una cesta al lado de otros trozos mutilados. Comida para llevar, supuse.

—Espera un minuto. —Mi cerebro lento finalmente lanzó la pregunta obvia—. Si esto era algún tipo de subasta ilegal casera, ¿por qué estuvo Claire aquí? —La idea de que ella estuviera entre lo que se había clasificado como basura era ridícula.

Louis-Cesare no respondió, estaba demasiado ocupado intentando sacar una bala del calibre veintidós de mi muslo. Antes de que pudiera presionarle, alguien apareció y me hizo olvidar las palabras.

—¡Mierda! —Intenté levantarme, pero Louis-Cesare me mantuvo echada.

—¿Qué te pasa? —Estaba mirando por encima del hombro al recién llegado. O estaba alucinando o la amenaza no era tan grande como esperaba. Realmente prefería que fuera esto último, ya que no estaba en forma para defenderme.

El recién llegado se puso de rodillas elegantemente a mi lado. Intenté no mirar, pero no creo que funcionara. Al menos, merecía la pena, porque era el hombre más guapo que había visto en mi vida. Su pelo dorado le caía sobre los hombros y en la habitación oscura parecía brillar con una luz interior, los ojos verdes tan oscuros que casi eran negros le daban un contraste asombroso, especialmente enmarcados por sus pestañas con puntas doradas. Pero su cara era lo más sorprendente en él. Finas arrugas de risa apenas perceptibles se fruncían alrededor de sus ojos, y su sonrisa dejaba ver sus dientes blancos. A pesar de la perfección de sus rasgos, la primera palabra que habría utilizado para describirle serie «agradable», algo que nunca había asociado con un miembro de los duendes de la luz.

No obstante, el sobrenatural aspecto del duende no evitó que fuera atacado por un manchón gris gruñidor.

—¿Qué tenemos aquí? —La voz musical y suave sonaba divertida cuando una mano flexible y temblorosa cogió a la criatura—. ¡Ah! Un bebé duergar. ¿Es tuyo? —Yo simplemente miré fijamente mientras tomaba al pobre duergar de manera segura por el cuello. Intenté arañarle, pero los brazos de los duendes son incluso más largos que ellos mismos y se puso fuera de mi alcance—. Pero ésta no puede ser la guerrera aterradora —dijo el duende, sus ojos se abrieron de par en par cuando me miraron—. Es demasiado joven y demasiado bonita.

—Tiene quinientos años —contestó Louis-Cesare con sequedad.

—Como yo pensaba —dijo el duende—. Una cría. —Levantó mi mano hacia sus labios y si la sangre seca que tenía le incomodó, no lo mostró en ningún momento—. Creo que te llamas Dory, ¿es así? A mí me conocen como Caedmon, al menos en tu mundo.

El duergar parecía tener problemas en que Caedmon me tocara y comenzó a sacudir sus extremidades largas y flacas como palos, como en un intento de arañarle los ojos. El duende lo miró.

—Pueden ser muy útiles: resistentes al veneno y a la mayoría de la magia, fieros en la batalla, extremadamente leales y muchos son herreros muy habilidosos. Una vez tuve un cinturón asombroso con una hebilla de oro, un trabajo exquisito, hecho por uno de sus artesanos más reconocidos. Pero si me perdonas el comentario —añadió—, éste no es un espécimen demasiado bueno.

Aparté a la cosa rabiosa del duende, y se quedó tranquila después de enrollar dos brazos largos y delgados alrededor de mi cuello.

—Sólo es un bebé —le dije a la defensiva.

Caedmon asintió con la cabeza.

—Es cierto, pero sin la formación adecuada y la supervisión de su gente, nunca obtendrá sus habilidades. Y creo que es muy poco probable que sea bien recibido entre ellos. Parece que ha habido alguna mezcla de sangre. Seguramente sería visto como una abominación. Sería muy bondadoso sacarlo de su miseria.

Abracé al duergar y reprimí una arcada. Después de un baño, se parecería a Animal, de Los teleñecos. Siempre me habían gustado Los teleñecos.

—Creo que lo llamaré Apestoso.

Louis-Cesare puso los ojos en blanco, pero Caedmon simplemente sonrió.

—Es perfecto.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté, dudando que hubiera venido a comprar algo. Los duendes tienden a ser un poco más particulares con sus esclavos.

Se encogió de hombros elegantemente.

—Parece que tenemos algo en común: yo también estoy buscando a tu amiga.

—El Consejo de los duendes le envió —explicó Louis-Cesare, lanzándole al recién llegado una mirada torva. Aparentemente se habían conocido antes de que yo me despertara y no parecía que Louis-Cesare estuviera muy impresionado.

—Para investigar este desafortunado asunto —añadió Caedmon—. Estoy muy preocupado por tu amiga. Tenemos que encontrarla y cuanto antes mejor. Creía que había descubierto su paradero, pero fue muy tarde.

—¿Por qué estás interesado en Claire? —Ella nunca había mencionado ningún contacto con los duendes. Y yo que creía que era yo la que tenía secretos.

—Estoy deseando discutir eso contigo —dijo Caedmon—, pero —su mirada recorrió mi cuerpo abatido—, ¿quizá cuando te hayas recuperado?

—Dímelo ahora. —Puse una mano en su brazo y sentí casi frío al tocarlo, o quizá era la sensación líquida de la seda. Si cualquier diseñador de moda viera cómo llevaba su túnica gris y sencilla, y sus mallas, el estilo medieval estaría en todas las pasarelas el próximo otoño. Incluso el dolor de la herida que Louis-Cesare estaba ahora tocando, apenas lo noté. No podía recordar un simple periodo de veinticuatro horas en el que hubiera perdido la conciencia tan a menudo, pero parecía que iba a volver a pasar.

—Espera, permíteme. —Caedmon puso una mano en mi frente. Su poder me rodeó, como la luz del sol en mi piel. A pesar del hecho de que estábamos bajo tierra, lanzó un montón de ramas que se movían gentilmente por mi cuerpo y doró el aire polvoriento hasta que todo brilló. Los sonidos de la limpieza se convirtieron en un ruido distante, sobrescritos por risas y voces musicales que cantaban canciones desconocidas. Respiré un olor rico a bosque, y sombras vagas giraban a mi alrededor en una tormenta verde y dorada, como hojas atrapadas por el viento. Por un instante creí que la cueva desaparecería del todo; luego una hoja imaginaria acarició mi mejilla y me aparté, luchando por fortalecer mis protecciones. Las sensaciones no habían sido amenazadoras, pero tampoco lo es el sol hasta que te quema.

No sabía si las imágenes eran envíos deliberados, un intento discreto de calmarme los nervios, o simplemente parte de lo que él era. De todas formas, pasaron rápidamente y con ellas se fue gran parte de mi letargo. Por desgracia, su paso también terminó con lo que había hecho Louis-Cesare y eso hizo que el dolor volviera a ser intenso.

Solté una retahíla de maldiciones en rumano que pensé que se me habían olvidado y aparté al vampiro a un lado. Apestoso le siseó algo.

—¿Qué estás intentando hacer? ¿Una amputación?

Me miré las piernas, que un momento antes habían estado acribilladas con heridas penetrantes y vi que todas se habían cerrado menos una, la única en la que él había estado escarbando. Mientras miraba, un bulto apareció debajo de la piel y en lugar de estar quieto, comenzó a moverse de una manera muy desagradable. Luego, de la herida saltó un objeto de metal aplastado que en la distancia me di cuenta de que era la bala que Louis-Cesare había intentado localizar. Un segundo después de eso, la herida se cerró.

Lo miré fijamente, atónita. Nadie curaba así excepto un maestro de primer nivel. O, por lo que parecía, un duende. Inmediatamente mi mente comenzó a preguntarse cómo sería matar a alguien que podía sanar las heridas más graves de esa manera tan rápida, mientras Caedmon me ayudaba a ponerme de pie.

—Eres un sanador.

Sonrió y fue conmovedor.

—Un talento menor.

—Ahora Cuéntame lo de Claire.

Su sonrisa se abrió de oreja a oreja.

—¿Eres una cosita testaruda, verdad? —Ya que él me sacaba al menos medio metro, decidí ignorar lo de «cosita». Desde su perspectiva, era cierto.

—Sí, además si reunimos nuestra información…

—Opino lo mismo —concordó, apoyándose en la jaula volcada como si estuviera posando.

Louis-Cesare se quedó de pie con los brazos cruzados, su boca era una línea lisa y dura. Parecía que algo del duende le estaba molestando o a lo mejor es que no le gustaba el giro que había tomado la conversación. Encontrar a Claire no era su misión, pero yo estaba contenta de ver que era lo bastante listo como para darse cuenta de que no había manera de sacarme de allí hasta que no supiera todo lo que podía saber. Radu estaba bastante seguro por el momento, y Claire no.

—Es una larga historia, adecuada para la canción de un poeta —dijo Caedmon, su voz estaba tomando un ritmo que casi parecía que estaba cantando. No tenía ningún acento que pudiera reconocer, pero hubiera sabido con los ojos vendados que la mía no era su lengua materna—. Pero quizá simplificaría las cosas si pudieras decirnos lo que dice esto. —Sacó un trozo de papel de la capa que llevaba y lo miró un poco irritado—. Los humanos son unas criaturas tan impacientes… Cada vez que visito este mundo tienen nuevas lenguas, yo ya no intento estar al día. —Me entregó un papel doblado y vi sorprendida que tenía mi nombre en la parte de fuera—. Parece que alguien sabía que ibas a venir.

Me senté precipitadamente en la esquina de la jaula y abrí la carta. Estaba en rumano e iba directamente al tema; al tío nunca le habían gustado mucho las pequeñas charlas. Drac no confiaba en que yo traicionara a Mircea sin un incentivo añadido, así que me había dado uno. Se había enterado de la subasta de sus amigos del Círculo Negro y reconoció el nombre de Claire. Parecía que se había preocupado en obtener mi currículo reciente y pensó que había una posibilidad de que quisiera recuperar a mi compañera de piso. Si yo prefería eso en lugar de algo que estuviera en cientos de pedazos, sugería que me pusiera a trabajar y le entregara a su hermano, Claire era algo para endulzar el trato.

Miré fijamente las palabras, escritas con una pluma de ganso y con sangre. Lo olí, sólo para estar segura, y la sangre era de Claire. La mayoría de la comunidad mágica había pasado a utilizar bolígrafos como todos los demás, pero Drac siempre había sido muy tradicional. Ya que la carta era básicamente un contrato sobre la vida de Claire, supongo que pensó que eso era lo adecuado.

Revisé mis opciones y eran decididamente horribles. Podía ignorar la orden de Drac y perder a Claire en lo que seguro iba a ser una muerte particularmente cruel, o podía traicionar a Mircea y a Radu. Hasta ese momento nunca se me había pasado por la cabeza entregar a la familia. Nunca me había sentido parte de ella, pero de algún modo era difícil pensar simplemente en no volver a estar allí nunca más. Había supuesto que podía encontrar una manera de engañar a Drac, ahora me daba cuenta de que la manera más fácil de conseguir lo que quería, quizá la única manera, era seguir sus planes.

Por alguna razón, ese pensamiento hizo que casi me dieran nauseas. Yo mataba vampiros, pero mis objetivos normalmente eran resucitados, los psicóticos sin amo que eran poco más que animales. Los vampiros que se quedaban, aunque marginalmente, dentro de la ley tenían poco que temer de mí. ¿Y ahora se esperaba que matara a aquellos que no solo seguían las normas, sino que ayudaban a hacerlas?

—Dory. —Tardé un momento en darme cuenta de que Louis-Cesare había estado hablando. Caedmon me estaba mirando con compasión. Mi confusión interior probablemente había estado derramándose por todos sitios.

Miré a Louis-Cesare y no supe qué hacer a continuación. Normalmente soy una mentirosa claramente elocuente, nada como el bueno de papá, claro, pero lo bastante buena en la mayoría de las circunstancias. Pero no podía pensar en nada que decir. Ninguna alternativa era aceptable, aunque al menos tenía opciones. Pero si Louis-Cesare descubría lo que Drac había planeado para Radu, nunca tendría una oportunidad de salir de ésta. Lo llevaría de nuevo a MAGIC incluso aunque tuviera que llevárselo físicamente, y eso sellaría el destino de Claire con tanta certeza como si yo misma la matase con mis propias manos.

—Drac tiene a Claire —dije finalmente, esperando que mi pausa no pareciera deberse a la conmoción—. Dice que no vayamos detrás de él ola matará.

Louis-Cesare asintió con la cabeza, pero Caedmon parecía confundido.

—¿Quién es? ¿Otro vampiro?

—Drácula —le dije, dándome cuenta de que había utilizado el diminutivo. Radu tenía razón; era una mala costumbre. Para mi sorpresa, parecía que el nombre completo no le decía mucho más que el diminutivo. Por lo visto la notoriedad del tío no era para tanto—. Quiero encontrar a Claire porque prefiero no dejar que mis amigos se enfrenten a muertes horrendas —le expliqué brevemente—. ¿Cuál es tu excusa?

Levantó la ceja, desconcertado.

—Yo estoy buscando a mi rey.

—¿Y tú crees que están juntos?

Me miró como si yo fuera un poco lenta.

—Yo diría que sí —me dijo a secas.

Tenía la sensación de que se me estaba pasando algo, pero me dolía demasiado para preocuparme.

—¿Cómo se llama el rey?

Caedmon se encogió de hombros de una manera atractiva, haciendo que su capa de terciopelo brillara a su alrededor, antes de que se volviera a poner en su sitio.

—No lo sé.

—¿No sabes el nombre de tu rey?

—No estoy seguro de que la chica noble le haya aún regalado uno —dijo lentamente. Me miró con curiosidad—. ¿Es posible que no lo sepas?

—¡No! —Di un salto y lo lamenté enseguida. La habitación se inclinó a los lados y caí de rodillas antes de que unos brazos fuertes me cogieran. Levanté la vista y vi un par de ojos esmeralda preocupados y descubrí que eran mucho más atractivos de cerca—. No lo sé. Después de un mes de búsqueda, no tengo ni puta idea. ¿Crees que puedes informarme?

—Pero si tú eres su amiga, seguramente ella te lo dijo.

—¿Decirme el qué? —Aún le estaba agradecida por la cura tan rápida, pero tenía los nervios destrozados. Si me sintiera mejor, probablemente le hubiera dado un par de bofetadas en su bonita cara.

Pareció darse cuenta y extendió sus manos con aire de disculpa.

—Que ella está embarazada. Tu amiga lleva en su vientre al siguiente gobernador del reino de la Fantasía.

Lo miré fijamente durante un buen rato, luego comencé a reírme. ¿Claire? ¿Una aventura, no solo con un duende, sino con su rey? ¿Cuándo lo había hecho? ¿Entre cultivar mi hierba y hacer la compra? Se me pasó por la cabeza una loca imagen mental de ella poniendo una nota en el frigorífico con su letra precisa y fina: «Estoy fuera follándome al rey de los duendes. Volveré sobre las ocho. No te olvides de dar de comer a los gatos». Era absurdo.

—¿Está bien? —le preguntó Caedmon a Louis-Cesare en voz baja—. No le he prestado energía a un humano en algún tiempo, quizá me haya pasado…

—Ella no es humana —le corrigió Louis-Cesare—. Es dhampir.

—¿De verdad? —Los ojos del duende brillaron sobre una sonrisa de sorpresa—. Había escuchado hablar de estos seres, pero nunca había tenido el placer de conocer a ninguno. —Se desabrochó la capa y me la puso alrededor de los hombros. Era suave y ceñida y olía ligeramente a algún tipo de colonia refinada o quizá fuera solo su olor. Parecía que no obtenía un catálogo de olores de los duendes. Era como si él fuera un soplo de viento que enviaba olores hacia mí desde todas las direcciones excepto la suya. Era confuso, pero también intrigante.

Me miró la cara, sus ojos estaban literalmente brillando de curiosidad.

—Mi gente no puede resistir ninguna experiencia nueva —dijo—. Muy pocas veces encontramos alguna.

—Vaya, vaya. —Se me pasó por la mente la idea de ver cuántas nuevas experiencias podría mostrarle—. ¿Y cómo acabó Claire teniendo una cita con un duende? —pregunté.

—Ésa es una buena pregunta —contestó Caedmon de forma poco servicial. Me puso más cerca de él, a pesar de que eso hizo que también tuviera un contacto más cercano con Apestoso, que estaba pegado a mí como una lapa. Mis pensamientos eran demasiado confusos como para protestar, incluso aunque me hubiera apetecido hacerlo. ¿Por qué Claire no me había mencionado nada de esto? ¿Y por qué yo no había notado nada poco corriente? Creía que recordaría algo como un duende de más de dos metros de alto paseándose por nuestro salón.

—Los duendes encontrarán a tu amiga. Tú no puedes hacer mucho más sin poner en peligro tu vida —comentó Louis-Cesare, cortando en seco el aluvión de ideas que me venían a la cabeza—. ¿De verdad piensas que Drácula dudará en hacer lo que dice?

No, no lo pensaba, lo que volvió a llevarme a mi dilema anterior. Podía ignorar el ultimátum de Drac, detenerme un tiempo y esperar a que Caedmon se las apañara para rescatar a Claire. Pero aunque pudiera ser muy poderoso, obviamente no conocía nuestro mundo muy bien y eso le daba a Drácula una ventaja enorme. No podía dejar el destino de Claire en manos del duende por más tiempo hasta que yo pudiera deshacerme de todo el problema de Mircea. De alguna forma, tendría que recuperarla yo sola. Simplemente deseé tener una vaga idea de cómo hacerlo.