11

Recobré el sentido y me encontré sollozando contra una gran mata de pelo; me di cuenta vagamente de que era la barba de Olga. Durante un segundo, la aflicción continuaba machacándome por dentro, caliente y fiera. Tragué saliva e intenté concentrarme lo bastante para sacarla completamente fuera. Respiré hondo, y luego, otra vez. Y mientras el mar de los recuerdos se retiraba, se me ocurrió un pensamiento extraño.

Fuera el hechizo que fuera, no podía producir estos recuerdos tan precisos, no de eventos que nadie más había visto nunca. Tenía que estar sacándolos de mi propia mente, y si era cierto, lo que acababa de ver se había creado a partir de lo que mis ojos habían registrado hacía mucho tiempo. Y eso me dejó con una pregunta muy importante.

—¿Dónde estaba la sangre? —grazné, irguiéndome.

Olga me miró de una manera extraña y yo le devolví una mirada fija. Estaba claro que ella no había visto la visión, o al menos, no la misma que yo. Pero no hizo ninguna pregunta, lo que estaba bien ya que mi cerebro ya estaba repleto de ellas.

Yo me había negado deliberadamente a revivir aquellos recuerdos después de haberme escapado de aquel bosque maldito. Ellos se habían quedado en la parte de atrás de mi mente como una magulladura reciente, delicada y desagradable cada vez que los tocaba. Pero quizá había sido un error evitarlo. Si yo era la asesina, como siempre había supuesto, ¿por qué no había estado empapada en sangre? Todos los demás lo estaban; incluso los perros parecía que se habían estado bañando en ella. Pero cuando me estiré el delantal esa mañana, no había habido ningún residuo pegajoso en mis manos ni manchas secas marrones en mi ropa. Y ni siquiera yo podía lograr una matanza como aquélla sin dejar huellas, no especialmente en pleno ataque de furia animal.

Pero si yo no lo había hecho, debería haberme despertado mientras pasaba. Incluso sin una percepción sensorial mejorada, hubiera sido muy difícil dormir con algo como aquello. Pero si no había sangre…

—¿Pasas? —preguntó Olga pacientemente—. Lars vendrá pronto si no volvemos y hacemos mucho ruido.

De repente me di cuenta de que, a diferencia de mí, Olga no estaba abatida moralmente.

—¿Por qué no te está afectando el hechizo? —le pregunté.

Me miró con sinceridad.

—Mi marido muere hoy y mi negocio se va a la ruina. ¿Qué puede ser peor que eso?

La miré, sintiéndome culpable. No sabía que Benny tuviera una mujer. No era de extrañar que el hechizo no funcionara con ella: ella ya estaba viviendo el peor día de su vida. Cualquier recuerdo que el hechizo le trajera a la memoria seguramente sería un alivio si bloqueaba el presente. Yo, por otra parte, tenía quinientos años de pesadillas de las que podía escoger las que quisiera. Aún podía sentir zarcillos del hechizo intentando moverse alrededor de mí, pero la conmoción de que el mayor de los miedos de toda mi vida podría haber sido una mentira me permitió apartarlos. En algún momento y muy pronto, iba a sentarme y a hacerme a mí misma algunas preguntas difíciles sobre aquella noche, pero ahora no era el momento.

Miré bien a mi alrededor y me di cuenta de que el hechizo había atrapado a alguien más; Louis-Cesare estaba acuclillado en una esquina dándome la espalda. Tenía que haber estado siguiéndonos de muy cerca para haber pasado por la puerta antes de que el hechizo bloqueara el camino. Parecía como si deseara haber ido un poco más lento.

Vi cómo temblaba, una lenta vibración que comenzaba en la parte de abajo de la espalda y subía hacia su espina dorsal. Parecía que alguien había estado dando arañazos a su chaqueta de cuero y a sus pantalones anchos, que antes estaban inmaculados, y una mirada a sus uñas rotas y ensangrentadas me dijeron quién había sido. Parecía que no había disfrutado del espectáculo mucho más que yo.

Comenzó a mecerse lentamente hacia adelante y hacia atrás, los músculos de su espalda estaban agarrotados, sólo se le veía la curva agraciada de su cuello bajo la cortina de pelo que escondía sus rasgos. Estaba gimiendo suavemente, y dijo algo, supongo que a alguna persona de su pasado. Mi francés es suficiente aunque no elegante, pero él estaba pronunciando las palabras demasiado deprisa para que yo las entendiera. Luego comenzó a reírse, un sonido roto y agrio, como el cristal bajo unas botas. Me dio tanta grima como el sonido de unas uñas en una pizarra. Me acerqué hasta él, sin pensar; simplemente quería detener ese sonido tan horrible. En el mismo instante en el que mis manos tocaron su piel, fui arrastrada a su pequeña esquina del infierno.

Una celda oscura, donde él estaba en el suelo, indefenso y atado. Los carceleros lo desnudaban bruscamente, tirándole de la ropa, la navaja en su cuello era una amenaza silenciosa. No hizo que dejara de intentar luchar, de dar golpes hasta que ellos lo apalearon dejándole casi sin sentido, los puños y las uñas se movían sin compasión. Finalmente sus extremidades se negaron a obedecerle y el sabor a polvo y a paja, y el gusto fuerte y metálico de la sangre llenaron su boca. Su respiración entrecortada sonaba muy lejos; casi se podía imaginar que procedía de otra persona. Hasta que comenzó un dolor nuevo, algo que nunca habían osado hacerle antes, algo que lo dejó horrorizado.

Apretando los dientes en un chillido, jadeó en una niebla roja de dolor y furia mientras su cuerpo se retiraba de la invasión, su desesperación estaba más allá de su control. No podía vencer el temblor de sus extremidades, la resistencia o los jadeos medio ahogados, pero no chillaría. La humillación se asentó como una roca en su intestino, mezclándose con la agonía mientras ellos iban en turnos y se tomaban su tiempo. Uno de ellos se rió y él pudo sentirlo en su barriga, dejándole saber que esto no acabaría pronto. La bilis le quemaba la parte de atrás de su garganta, pero una calma helada se aposentó en él. Encontraría una manera de salir de allí, se prometió a sí mismo, y cuando lo hiciera, nadie volvería a convertirlo de nuevo en una víctima.

Me eché hacia atrás dando tumbos, sudando frío y maldiciendo a los magos que habían puesto esta trampa. Después de que mi respiración comenzara a ser de nuevo normal, le cogí prestado un pañuelo a Olga y lo enrollé en mi mano. Ya no iba a haber más contacto de piel a piel, no aquí.

Me puse de cuclillas e intenté tener un contacto visual, pero no pude verle la cara hasta que le eché hacia atrás un mechón de pelo que tenía en la frente. Su perfección pálida común se había descolorido y ahora era de un blanco yeso y sus ojos eran oscuros y estaban amoratados. Sentí una oleada de compasión nada habitual. Parecía tan joven, sin esa expresión cerrada y superior que normalmente utilizaba cuando estaba cerca de mí. No parecía Louis-Cesare, el miembro de Senado y el cabrón arrogante. Parecía el Louis-Cesare del pelo castaño rojizo, los ojos azules y la sonrisa devastadora. Extendí la mano, mi dedo seguía la línea de una sola lágrima que le bajaba por la mejilla. Luego le di una bofetada.

La primera no tuvo mucho efecto, pero para la cuarta, ya le había cogido el tranquillo y su cabeza aporreaba la pared cada vez que se mecía de vuelta. Una mano delgada se extendió y me enganchó el brazo antes de que pudiera darle una quinta bofetada.

—¿Has salido ya de ahí o tengo que seguir golpeándote? —le pregunté—. Porque la verdad es que no me importaría.

Su boca se torció en una expresión de dolor que podría haber sido una sonrisa, excepto por el brillo de horror en sus ojos.

—Dorina.

—Esa soy yo.

—Gracias. —Había un agradecimiento tranquilo en su voz que me hizo sonreír como una idiota, y algo de desolación en su expresión se desvaneció.

—Ya sabes —le dije mirando a otro hechizo Mortaja de fuego que bloqueaba la puerta detrás de él—, podrías alegrarme el día y decirme que tienes algo para atacarlo.

Parpadeó mirando la pared gruesa de fuego como si se sorprendiera de verla allí.

—No.

—Entonces tenemos un problema. —Era un eufemismo.

Ahora sabía por qué los magos no se habían molestado en desperdiciar personal que les cubriera las espaldas. Cualquiera que pasara sin ser visto hasta aquí dentro estaba atrapado hasta que viniera uno de ellos y acabara con él o lo dejara allí para que se descompusiera. No me atraía ninguna de las dos opciones, pero tampoco que las llamas me asaran. Podría sobrevivir a la llama, pero me pasaría un mes desvalida después de eso por tener cada centímetro de mi piel quemado. Olga también podría vivir a través del proceso, la piel más delgada de un trol tiene aproximadamente la consistencia del cuero, pero no había ninguna forma de que Louis-Cesare lo lograra. Los vampiros arden como si hubieran sido empapados en líquido combustible incluso sin ayuda mágica. Necesitábamos una alternativa.

Louis-Cesare ya se había puesto de pie, pero estaba apoyado fuertemente contra la pared, con la cabeza sobre su antebrazo.

Merde. —Decidí ver si Olga tenía alguna idea; parecía que él necesitaba algo más de tiempo.

Ojeé las paredes de la cueva inquisitivamente.

—Olga, ¿crees que puedes cortar esto? —Ella no tenía un pico, pero tampoco lo había tenido antes.

Se encogió de hombros.

—Con tiempo. Pero Lars vendrá pronto. —Lars no me había dado la impresión de ser un gigante mental y había permitido que Louis-Cesare llegar hasta allí, pero quizá se me estaban pasando sentidos profundos escondidos. Debía de parecer escéptica, porque ella señaló con la mano la pared—. Él hará una puerta nueva. —Vale, eso tenía que verlo. Los magos tienden a olvidar que existen otros modos de resolver un problema aparte de la magia. Puedes poner todos los hechizos que quieras en una puerta, pero si alguien le da una patada y echa abajo la pared y puede hacer una nueva no es que importe mucho, ¿verdad? Solamente esperaba que Lars no hiciera que el techo se nos cayera encima con su entusiasmo.

—¿Dónde estamos? —Louis-Cesare había decidido unirse a la conversación.

Me volví hacia él, y por un momento tuve la sensación desorientadora de una doble visión, de ver a alguien que era el mismo de siempre y a la vez muy distinto. A la fuerza aplasté la empatía que quería entorpecer mi enfoque. Ahora no me lo podía permitir.

—No sabía que iba a venir aquí hasta hace unas pocas horas —le acusé, mi voz fue más áspera de lo que pretendía—. ¿Cómo es que me encuentras siempre?

La expresión de Louis-Cesare se cambió del atontamiento de la conmoción a una exasperación arrogante.

—La verdad es que eso ahora no es relevante.

—¡Es relevante para mí!

Aparentemente decidió que responder era más fácil que discutir.

—Por el móvil que te di. El Senado fue capaz de utilizarlo para identificar tu posición.

Lo saqué de mis vaqueros y lo miré fijamente. La funda negra lisa y reluciente brillaba inocentemente a la tenue luz. Debería haberlo sabido. Puse en el suelo el dispositivo traidor bajo el tacón de mi bota y lo aplasté.

Louis-Cesare lo observó con una curva irónica en sus labios.

—Estoy empezando a entender tus problemas con la electrónica.

—Muy gracioso.

—Lars está aquí —anunció Olga, poniéndose de pie con fuerza.

—¿Te has traído troles contigo? —Aparentemente parecía que Louis-Cesare acababa de notar las dos montañas mirándose fijamente la una a la otra a través de una cortina de fuego.

—Bueno, casi que ellos me trajeron a mí. —Dejé que se las arreglara solo y fui a ver lo que Olga pensaba que Lars podía hacer.

—Llama a los otros —le dijo Olga. Obedientemente Lars se dio la vuelta y se movió pesadamente por el pasillo, haciendo que el suelo temblara ligeramente mientras corría—. No llevará mucho tiempo —dijo, mirándome a mí y luego a Louis-Cesare—. ¿Conoces a este vampiro?

—Por desgracia, sí. —Dejó al descubierto sus dientes y yo me apresuré a explicarle.

—Es de los buenos, solo que es muy quejica.

Bajo el agotamiento y el dolor y el hartazgo, Louis-Cesare parecía que casi se estaba divirtiendo, hasta que Olga le dio un golpe en la espalda. El gesto amistoso había hecho pedazos la espina dorsal de un humano.

—Bien. He escuchado rumores —nos informó—. Dicen que los vampiros rebeldes y los magos oscuros trabajan juntos. Cuando Lars vuelva, entraremos por estas paredes. Tú —le dijo a Louis-Cesare como un general tratando a un soldado—, percibe a cualquier vampiro, despierto o dormido. Nosotros lo mataremos. Luego recuperaremos lo que es nuestro.

—¿Quién es «nosotros»? —preguntó Louis-Cesare incrédulamente—. El propio Senado no se atrevería a atacar un sitio como éste, por lo menos, aún no. ¿Pero tú propones hacerlo con qué? ¿Con una banda de troles?

Él me había preguntado a mí, pero Olga respondió.

—Si tienes miedo, vete —le dijo encogiéndose de hombros.

La boca de Louis-Cesare se abrió y se cerró unas cuantas veces, como si estuviera teniendo problemas en procesar el hecho de que una señora con barba que parecía salvaje le acabara de llamar cobarde, pero no le dejé seguir.

Me giré hacia Olga.

—Podría haber una complicación.

Levantó las cejas peludas y comencé a sentirme culpable. Probablemente tendría que haberle mencionado esto antes.

—Existe la posibilidad de que los magos y los vampiros estén obteniendo una pequeña ayuda extra estos días. —Me pasé los siguientes cinco minutos informándola de mis recientes aventuras—. No me malinterpretes, si aún quieres pegarle una patada en el culo a algún vampiro, yo soy tu chica. Pero no creo que tu grupo esté preparado justo ahora para enfrentarse a Drac. —Me las apañé para no mencionar que a mí tampoco me apetecía mucho, aunque creo que el tema salió por casualidad.

—¿Tú sabías dónde estaba, incluso el número de habitación y no dijiste nada? —preguntó Louis-Cesare—. ¿Quieres atraparle o no?

—¡No! —respondí acaloradamente—. Eso es asunto de Mircea. Yo quiero matarlo. Creo que he sido bastante clara en eso. Pero voy a tener una sola oportunidad, y la verdad es que no estoy preparada justo ahora. Por eso fue por lo que vinimos aquí primero, para obtener algunas armas decentes.

—¡El Senado tiene armas!

—Y estoy segura de que estarían encantados de dármelas a mí. Además, ellos no tienen el tipo de material que yo necesito. O si lo tienen, no creo que sea probable que lo admitan.

—Por eso era por lo que no querías que estuviera contigo. ¡Estabas planeando comprar armas ilegales!

—Sí, hasta que mataron a Benny. Ése era el plan. Ahora el plan es robarlas.

La frente gigante de Olga estaba arrugada como si pensar le causara dolor. Aunque cuando habló, estaba claro que había seguido toda la conversación.

—Este Drac del que estáis hablando, ¿fue el que mató a mi querido?

—Sí. Tiene magos que fueron los que hicieron el trabajo sucio, pero él estaba al mando.

Olga asintió con la cabeza, como si eso fuera todo lo que necesitaba saber.

—Si él está aquí, lo mataré por ti —dijo simplemente.

Louis-Cesare y yo intercambiamos las miradas.

—Eh… Olga… —Me detuve porque no tenía ni idea de cómo explicarle lo improbable que era y también porque el grupo acababa de llegar. Por lo menos suponía que estaban detrás de Lars, pero su volumen cubría la entrada, haciendo imposible saber si estaban detrás o no.

—Echad abajo la pared —les dijo Olga, señalando a un lugar al lado de la puerta—. Luego empezaremos a matar cosas.

Lo que encontramos después de cortar dos paredes de roca sólida fue un almacén. Pero no se parecía en nada a lo que yo me esperaba. Diseminadas en una línea larga a ambos lados del pasillo toscamente tallado, había celdas pequeñas y poco profundas, casi como pequeños surcos en las paredes. La mayoría de ellas estaban vacías, pero había algunas que no. Y una me llamó la atención inmediatamente porque, aunque estaba al final del pasillo, el olor que emanaba de ella era inconfundible.

La celda estaba vacía, pero el olor era muy fuerte. Demasiado fuerte para que el ocupante se hubiera ido hacía mucho. El camino llevaba a una puerta que, incluso antes de llegar a ella, me di cuenta de que estaba fuertemente protegida. Levanté la cabeza, acallando los sonidos que había detrás de mí y concentrándome. Sí, lo que había pensado.

Corrí hacia el otro extremo del pasillo, esquivando a los troles y demonios y a las distintas criaturas que se estaban liberando de las celdas y cogí alguno de los trozos de piedra que había alrededor de la puerta que acabábamos de crear. Corriendo de la manera en la que iba, logré esquivar a Louis-Cesare, que estaba de pie en medio del pasillo mirándome con una expresión aturdida, y volví a llegar a la puerta. Lancé las rocas a la puerta protegida, cada nervio de mi cuerpo me decía que me diera prisa.

Las protecciones se mantuvieron firmes, como yo había supuesto que harían, pero el guardia al otro lado, el que había estado tintineando monedas en su bolsillo y tarareando desafinado, de repente empezó a prestar atención. Puede que no fuese capaz de oírnos a través de la puerta, pero sí que podía escuchar la estridente alarma que se había disparado cuando los hechizos protectores fueron puestos a prueba.

—Venga —dije susurrando—. Tú puedes manejar esto. Probablemente algún estúpido esclavo se ha soltado. ¿Volviste a revisar la última puerta que cerraste? Porque si no lo hiciste y vas a buscar ayuda se te va a caer el pelo. Entra y revísala tú solo. No hace falta que nadie lo sepa.

No tengo la habilidad de controlar la mente que tienen los vampiros, pero si me concentro lo suficiente, puedo meterle una idea en la cabeza a alguien. Sin embargo, no tiene la misma fuerza que los pensamientos de Mircea, nadie se ve obligado a actuar a causa de una de mis pequeñas dudas, pero de todas formas la gente suele hacerlo. Especialmente si suenan como algo que podrían haber pensado ellos mismos.

Louis-Cesare vino detrás de mí, pero por una vez se contuvo y no dijo nada. Un momento más tarde, los guardias desaparecieron; podía sentir los zarcillos disipándose como el humo sobre nosotros, y la puerta se abrió. El guardia no era un completo idiota. Tan pronto como escuchó la cacofonía que una docena de troles estaba causando mientras desguazaban las puertas de acero, intentó cerrar de nuevo el bloque pesado de metal, pero mi pie estaba en medio y un segundo más tarde mis manos estaban alrededor de su cuello.

—Tienes que estar de broma —le dije indignada después de tirarlo al suelo. Debajo de mí había simple y llanamente un humano. Lo olí para estar segura, pero no había duda de ello—. ¿Un humano? ¿Qué, están locos?

No debería haberme sorprendido, ya que un vampiro no se habría visto afectado por mis juegos mentales y un demonio me los habría lanzado de vuelta a la cara. Pero aún tenía problemas para creer que el Círculo Negro hubiera dejado a un humano de guardia. Son incluso más despectivos con los humanos comunes y corrientes que la mayoría de los magos. Los llaman «cretinos» y, la mayor parte del tiempo, ignoran su existencia.

Louis-Cesare logró ponerse de cuclillas de una manera elegante al lado del humano.

—Podría ser una trampa explosiva.

Moví la cabeza.

—No. —Ya había visto cosas como ésa antes: magos que usaban a los humanos como cables de detonación, con un hechizo diseñado para que detonaran si el corazón del humano comenzaba a acelerarse o con cualquier otro signo de que había un problema cerca. Pero conocía las señales, y este no tenía ninguna de ellas. Olía a miedo y a sudor, a calcetines que había llevado puestos durante mucho tiempo sin lavar y al sándwich de cebolla y de salchicha que se había comido antes. Podía decir el champú que usaba y que hoy se había masajeado con una crema su pantorrilla izquierda, r pero no había olor a magia oscura a su alrededor. De hecho, no había ningún olor que yo pudiera detectar por ningún sitio, lo que era más que extraño en una fortaleza del Círculo Negro.

—Mira, coged lo que queráis. Simplemente no me comáis, ¿vale? He comido ajo al mediodía —dijo, con tanto pánico que el blanco de sus ojos destacaba alrededor de sus pupilas grises.

—Bien, me encanta cuando la cena ya está aliñada. —Lo arrastré por los pies—. Tienes una oportunidad. ¿Qué está pasando aquí? Y sabré si me estás mintiendo.

—La subasta. Casi se ha acabado, pero seguramente puedas obtener unos pocos lotes si te das prisa. —Miró algo sobre mi hombro y el poco color que tenía desapareció—. O llévate lo que quieras. Todo, de verdad.

Miré hacia atrás y vi que Olga se había unido a Louis-Cesare con una multitud de distintas criaturas detrás de ellos. Uno de los troles más pequeños tenía algo en el pie posterior que identifiqué como un cachorro de hombre lobo. Me había llevado un minuto porque la luna llena ya había pasado hacía unas semanas, pero la pequeña criatura rabiosa estaba en el modo completo de lobo y en ese momento intentando morder a través de la piel dura del trol. El trol lo abofeteó lo bastante fuerte como para lanzarlo y que su cabeza se golpeara contra la pared, dejándolo aturdido y ligeramente más tranquilo.

Miré a Olga.

—Sin comer —le dije, esperando que ella estuviera de acuerdo ya que no había mucho que yo pudiera hacer si no lo estaba—. Tenemos que averiguar qué está pasando.

Tuvo una conversación en susurros con el trol, que frunció el ceño y de modo desafiante arrancó a mordiscos uno de los dedos del hombre lobo. La pequeña criatura lloraba de dolor y comenzó a revolverse incluso más, mientras Olga enviaba al trol de bruces contra la pared de la cueva. Ella bajó de golpe un pie sobre él cuando él rebotó, poniendo su considerable peso sobre su torso y él se alejó del hombre lobo. Loco de dolor y miedo, comenzó a cortar todo lo que había a su alcance hasta que Louis-Cesare lo agarró por el cuello y lo dejó sin conocimiento.

Me di la vuelta para mirar al humano y me encontré que había perdido el conocimiento. Suspiré y se lo di a Olga, que seguía machacando la cara del trol contra el suelo de la dura cueva.

—Volveré —le dije, y ella asintió con la cabeza de manera agradable.

El túnel daba a uno mucho más largo, que a su vez llevaba a lo que parecía una cueva formada de manera natural, un piso por debajo de la boca del túnel. Había escalones de piedra tallados en el lateral que conducían a la oscuridad. Unas pocas luces, algunas mágicas y otras más prosaicas, alumbran el lugar a parches, especialmente la zona pequeña y despejada que servía como plataforma para la subasta. Podía ver incluso en la oscuridad, pero pronto deseé no poder hacerlo.

—El humano tenía razón —dijo Louis-Cesare por encima de mi hombro. Yo asentí con la cabeza intentando mantener la respiración.

Algún tipo de subasta ilegal se estaba llevando a cabo y no era por cigarrillos de contrabando. Un montón de las jaulas pesadas que rodeaban la plataforma estaban vacías, pero algunas aún tenían criaturas dentro. El hecho de que algunos de ellos se parecieran sospechosamente a las cosas deformadas del laboratorio de Radu hizo que el estómago me diera un vuelco. Pero lo que era incluso peor es que olí dos olores familiares en el aire: Claire había estado allí, probablemente en esa última hora. El otro era el olor de Drac.

Bloquéalo, me dije a mí misma duramente, hundiendo las uñas de los dedos en la palma de la mano lo bastante como para romperme la piel. No le haría ningún bien a Claire si ahora enloquecía, si por alguna casualidad ella seguía aún allí.

—Un espécimen poco común —dijo un anunciador humano—. Mitad duergar, mitad brownie, una combinación extraña. Protegerá nuestra propiedad mejor que un montón de perros guardianes y por si fuera poco os preparará el almuerzo. ¿Qué me ofrecéis?

Una criatura pequeña y gris oscura, de poco más de medio metro de alto, estaba de pie en el círculo cegador de luz, intentando proteger sus grandes ojos sin conseguirlo. Estaba temblando de miedo y haciendo un ruido alto que sonaba como una mezcla entre el chillido de un bebé y una sierra mecánica cortando metal. Hizo que me estremeciera y, aparentemente, a los compradores tampoco les gustaba mucho ya que nadie hacía ninguna oferta.

El subastador siguió intentándolo durante otros pocos minutos, mientras yo estaba allí de pie y utilizaba cada truco que conocía para evitar que la marea acelerada de mi cabeza me superara. ¿Había estado Claire en ese círculo siendo insultada por esa multitud variopinta? ¿La habían golpeado como estaban haciendo ahora con el híbrido intentando que se callara? La cosa tenía que ser más fuerte de lo que parecía, porque se las apañó para quitarle el palo al humano que lo sujetaba. La criatura se retorció a través de las barras de su jaula, luego se dio la vuelta hacia él, y comenzó a darle unos buenos lametones antes de que el hombre se arrastrara para quitarse de en medio.

—Ya está, Marco; todo listo. Métele una bala en el cerebro y sigamos.

El subastador había apagado su micrófono antes de hacer el comentario a un matón que tenía al lado, pero hizo eco en mi cabeza como si hubiera gritado lo que le había dicho. Con la imagen de alguien poniéndole una pistola en la cabeza de Claire, el maremoto llegó golpeando mis defensas y de repente estaba ahogándome en un mar de sangre.

—¡Dorina! —Escuché que alguien decía mi nombre, pero no me quedaba suficiente cordura para contestar. La familiar rabia asesina apareció como el vómito en mi garganta. Luché contra esa marea sangrienta durante otros pocos segundos, pero era más inútil que nunca y supe, en ese instante, que Claire estaba muerta o que ya se había ido hacía tiempo. No quedaba ni el más mínimo jirón presente de su calma bendita para ayudarme a mantenerme firme. Y con ese pensamiento, dejé de intentarlo. Si esas cosas la habían matado, haría que se unieran a ella. Podíamos irnos todos juntos al infierno. Después de todo, yo ya conocía al propietario.