Mi estado de ánimo no mejoró cuando descubrí, después de arrastrar mi cuerpo ensangrentado por un montón de bares de demonios en Las Vegas, que la mayoría de mis antiguos contactos o se habían ido de la ciudad o estaban muertos como Benny. No fue hasta que el cielo se volvió azul pálido y sin nubes, anunciando el final oficial de la lluvia del año, cuando logré encontrar a un viejo amigo.
No suelo irme mucho al oeste, la proximidad de MAGIC es un gran impedimento, pero de vez en cuando un trabajo da como resultado una salida a la zona. Encontré a uno de esos tipos que en ocasiones utilizaba como ayudante cuando eso sucedía, preparándose para su numerito habitual de rata que abandona el barco. Otra hora y ya no habría estado allí.
—¡Jay, cómo me alegro de verte! —Golpeé la puerta para entrar en su habitación de hotel barata; alquilable para cualquier periodo de tiempo desde una hora hasta un mes, y sonreí. Recibí el tipo de impresión que me esperaba, principalmente por la sangre seca que enredaba mi pelo y la mueca en la que se convertía mi sonrisa por causa de la raja de mi labio. Aún no me había visto en un espejo, pero las reacciones de las multitudes en los bares habían sido bastante como para decirme que seguramente la intimidación no era un problema.
—¡Dory! —La cara del demonio de nsquital, que era capaz de pasar por un humano si entrecerrabas los ojos, se volvió violeta y le brotaban pequeñas protuberancias que parecían acné, pero que no lo eran.
—Si me pulverizas, te mataré antes de derretirme. —Enseñé un poco mis colmillos, pero no llevaba armas en las manos—. He venido para hablar, Jay. Relájate, ¿vale?
—Yo… yo no te envenenaría, Dory. Lo sabes.
—Ya lo sé. Por eso es por lo que he venido. —Me senté en el colchón cubierto de bultos y golpeé su maleta de plástico—. Qué suerte que te he pillado, ¿eh?
—Ya sabes cómo va esto. —Jay volvió a su modo de humano feo, sus dientes grandes, orejas como asas de jarrones y la cabeza zanahoria que le hacía parecerse a la versión en grande del tipo de la revista MAD. Los pantalones de pana holgados, necesarios porque los vaqueros tienden a dejar ver la cola, y la camiseta andrajosa de color avena no ayudaban mucho con su aspecto, pero le daban un lado patético que casi me relajaba—. No me gusta demasiado el vecindario ahora que es una zona de guerra.
Seguramente ésa era la verdad. A los nsquital no les gusta la violencia. Su posición como dos veces malditos, que es lo que significaba la traducción literal de su nombre, aseguraba que eso fuera así. Eran una pandilla variopinta de distintas razas de demonios, la mayoría, de nivel menor, que habían obtenido una medida de libertad porque cada uno de ellos había matado a su propio maestro y huyeron del castigo. Cualquier cosa que hubiera sustituido a su propietario muerto podía encontrarlos y obligarlos a volver, pero no merecía la pena cazar a la mayoría de ellos. Jay había sacrificado a un sirviente menor en la corte de Mammon, alguien que no le gustaba demasiado a nadie. Su sustituto le haría picadillo por puros principios si alguna vez se tropezaba con él, como en una zona de guerra, por ejemplo, pero por el contrario, probablemente él estaba bien.
A menos que alguien lo delatara, claro.
—Entonces la visita ha sido justo a tiempo. Si te vas a ir, ¿no te llevarás todo ese armamento pesado contigo, no?
Suspiró, parpadeando con los ojos azules descoloridos que siempre me habían recordado a los de un contable. Claro que eso era lo que él había sido una vez, más o menos.
—Venga Dory. ¿Tienes una idea de cuántas veces me han atracado esta semana? Un tipo tiene que vivir.
—Exactamente. ¿Así que por qué estás rechazando a un cliente?
Jay pareció conmocionado.
—¿Estás pensando en pagarme?
Sonreí. Se volvió a poner pálido, pero no fue más que un sonrojo violeta esta vez.
—Bueno, no exactamente.
—Dory, ya sabes que yo no acepto créditos. Éste es un negocio estrictamente de pagar y llevar. —Habría sido una buena advertencia de no ser por el temblor de su voz.
—De acuerdo. Entonces, consigue algo para que me lleve de aquí y no cobraré la recompensa que se ofrece por tu cabeza.
Los hombros de Jay se desplomaron ante la derrota, cosa que no me preocupaba mucho, ya que era una táctica de regateo estándar con él. Pero luego, comenzó a llorar y yo me inquieté. Odio cuando alguien llora. Quería darle una bofetada para hacer que parara, pero había una posibilidad de que eso sólo intensificara el sistema de abastecimiento de agua, y no podía decirle que estaba bromeando acerca de lo de la recompensa, ya que era la única cosa que temía lo bastante para que me diera lo que necesitaba.
—Oye, Jay. Mira. No…
—Sabía que iba a pasar algo como esto —sollozó, haciéndose una bola—. Estaba intentando escapar, pero quería terminar de vender el resto de la mercancía primero, para tener dinero para viajar. ¡Avaricia! —chilló—. Debería haber sabido que al final me pasaría esto.
—Éste no es el final, gilipollas —le dije, arrastrándole por el suelo—. ¿Quieres cerrar el pico y escuchar? No estoy teniendo un buen día. Haz que mejore y no te pasará nada malo.
—¡Pero apenas me queda nada! —se lamentó—. Ya te lo dije, me pasé la mayor parte de la noche vendiéndolo todo. Y a precios de ganga. Habría guardado algo en la parte de atrás para ti, Dory, ¡te lo prometo! ¡Pero no sabía que estabas en la ciudad! —Comenzó a llorar de nuevo. Miré a mi alrededor por si encontraba un pañuelo, pero no encontré ninguno.
—Bueno, dime quién queda para que pueda ayudarme. Todos mis contactos se han adelantado con lo de huir. —Me estaba enfrentando a un apocalipsis personal y estaba prácticamente indefensa. Típico, pero no necesariamente bueno.
Jay se limpió las lágrimas con el cubrecama áspero y me miró con ojos llorosos llenos de esperanza. A lo mejor la monstruosidad muy sucia y cubierta de sangre no iba a matarlo después de todo.
—No muchos —dijo finalmente—. Los magos oscuros han estado acumulando todo aquello a lo que lograban echarle el guante, y una vez que se lo imaginaron, el Senado comenzó a hacer lo mismo para intentar quitarles de las manos a los magos lo máximo posible. Luego los dos comenzaron a amenazar a cualquiera que abasteciera al otro, y después empezaron con todo esto. Ahí fue cuando decidí irme de la ciudad.
—Entonces el Círculo Negro está planeando algo, y pronto.
Él asintió con la cabeza, ansioso por ser de ayuda ahora que había decidido que tenía una oportunidad decente de vivir gracias a esta entrevista. ¿Por qué la gente siempre supone que quiero ser violenta con ellos? Incluso una dhampir puede tener un día blando.
—La cosa es que tienen algún aliado nuevo poderoso, solo que nadie está dando nombres. —Teniendo en cuenta que acababa de dejar a Drac rodeado de magos oscuros, la verdad es que no necesitaba ningún nombre.
—La mayoría de la gente piensa que van a volver a atacar MAGIC pero no estoy del todo seguro. Se rumorea que alguien les dejó entrar la otra vez, que tenían un topo que les dio las llaves a los guardias, pero, claro, desde entonces los han cambiado a todos. Atacar ese sitio ahora sería una locura.
—Entonces, ¿cuál es tu teoría?
—¿La mía? —De repente, Jay parecía recordar que tener opiniones no era normalmente sano en nuestro círculo—. Yo no creo nada. Yo simplemente quiero salir de aquí antes… antes de que las cosas empeoren.
Cuando los demonios empiezan a marcharse, no es una buena señal. Suspiré. Las Vegas iba a tener que defenderse por sí sola; yo tenía otros problemas.
—Vale, ¿qué me dices de esto? ¿Dónde está el almacenamiento que están reuniendo los magos oscuros? —Se me quedó mirando fijamente durante un minuto, y luego le comenzaron a temblar los labios. Pensé que iba a volver a empezar a llorar de nuevo, así que más o menos me sentí aliviada cuando me di cuenta de que se estaba riendo. Incluso aunque no tuviera sentido—. ¿Qué? ¿Estás colocado?
Jay simplemente se rió con más fuerza. Mientras esperaba a que él se controlara, aproveché la oportunidad para echar un vistazo a su maleta. Él estaba en lo cierto: no había nada más que unas pocas armas humanas que yo podía robar de cualquier tienda de artículos deportivos y un hechizo de encubrimiento en un frasco antiguo y áspero que parecía que había explotado; estaba limpio.
—Tú… ¿de verdad que vas a hacerlo? —soltó finalmente.
—¿Hacer el qué?
—Atacar a los magos —dijo ansiosamente.
Me encogí de hombros.
—Depende de lo difícil que sea. Pero voy a necesitar un montón de material y ellos lo tienen.
Jay se lamió los labios y lanzó una mirada nerviosa a su alrededor.
—He escuchado algunas cosas. Nada definitivo, pero podría tener… una idea. Los magos no… Se preocupan por el Senado, ¿sabes? Y el Círculo Plateado está claro que también. Pero el resto de nosotros… ellos no piensan que importemos.
Hubo un matiz de ira en ese último comentario que me interesó.
—Como que te robaron voluntariamente —le dije lentamente, observando su reacción—, y mataron a Benny sin pensárselo dos veces.
—¿Benny? —Jay parecía conmocionado. Recordé que habían trabajado juntos de vez en cuando. Quizá debería haber dejado eso de lado—. ¿Está… muerto?
—Eso es por lo que yo tengo esta pinta. Me dirigí primero a él para obtener provisiones, pero cuando estábamos haciendo un trato anoche, un grupo de magos oscuros prendieron fuego a su almacén con nosotros aún dentro. Yo salí, pero Benny… lo siento, sé que te caía bien.
Jay no volvió a llorar, pero se quedó mirando fijamente la alfombra manchada como si ni siquiera la estuviera viendo.
—Le dije que debería marcharse —dijo suavemente—, pero él me dijo que estaría bien. Que yo debería irme por lo de la recompensa, que se estaba poniendo muy mal todo para mí aquí, pero que él no se iría.
Puse un brazo alrededor de sus hombros huesudos y encorvados.
—Pensé que lo habías escuchado. El almacén explotó, se encendió como una vela romana.
—No, me quedé sin material alrededor de la medianoche y me fui a un restaurante a comer chino. —Esperaba que quisiera decir comida china. Vio mi expresión antes de que pudiera ocultarla—. Cerdo mu-shu —me dijo indignado—. Y luego volví aquí.
—Bueno, siento haber sido yo la que te lo haya dicho.
—Me alegro de que lo hicieras. —Esto lo dijo con una nota de resolución poco corriente en él—. Me alegro de no haberme ido antes. —Salió de un salto de la cama y levantó la maleta—. Hay algo que tengo que hacer antes de irme. ¡Algo por Benny!
Le cogí del brazo.
—Eso es fantástico y está muy bien, Jay, pero te estás olvidando de que necesito algo de información.
—No te preocupes —me aseguró, lanzando las posesiones que le quedaban de cualquier modo en la maleta ya llena—. Voy a hacer más que decirte dónde puedes encontrar a esos cabrones. ¡Voy a enseñarte dónde están!
Así es como me dirigí, tres horas más tarde, como líder de un grupo de troles, demonios y unos pocos humanos, todos variopintos y la mayoría amigos y antiguos empleados de Benny, hacia una bolera con tablones en una parte chunga de la ciudad. Realmente esperaba que este plan no fuera tan psicótico como parecía, pero por una vez, al menos no era mío. Jay me había arrastrado para ir a ver a la secretaria de Benny, una trol de montaña, que se llamaba Olga. Tenía una nariz ancha con forma de champiñón aplastado y una barba dorada impresionante y sus pequeños ojos aún estaban rojos de llorar. Después de oír nuestra propuesta, había cogido su espada y su Rolodex y había empezado a organizar alguna venganza. Me había pasado varias horas sintiéndome bastante inútil, esperando a que las tropas se reunieran y a que se les ocurriese algo parecido a un plan, aunque Olga me acompañó hasta su baño, donde logré quitarme la mayor parte de la sangre.
Una vez que todo el mundo se hubo reunido, el ritmo empezó a aumentar: hubo tantas maldiciones, tantas armas siendo violentamente agitadas y tantas burlas sobre los magos que lo cierto es que no había logrado escuchar el plan. Simplemente intenté coger cualquier cosa que pudiera mientras las tropas se llevaban a los magos, suponiendo que no se diera la situación contraria. En mi propia defensa, intenté hablar con ellos de eso, pero la idea del linchamiento se había impuesto y no había mucho que yo pudiera hacer. Olga simplemente me había aplastado contra su enorme pecho y me había prometido echar un ojo para que nadie me hiciera daño. Cogí un par de cuchillos y una cuarenta y cuatro automática del equipamiento de la oficina de Benny y silenciosamente pensé lo mismo para mí.
Fue casi divertido, ya que nuestro equipo de unos cuarenta aficionados muy enojados y unos pocos profesionales con miradas decididas rodearon el pequeño edificio de color amarillo.
—Quédate detrás de mí, pequeña —dijo Olga, luego se olvidó de la sutileza y le dio un golpe a la puerta con la espada.
El resto del grupo siguió su ejemplo y comenzaron a encontrar sus propias entradas a través de ventanas, escotillas de servicio y, en el caso de un trol particularmente grande, una pared de ladrillos. Seguí a Olga cuando entró, aunque, a pesar de su gordura considerable, se las apañó para pasar apretujada por la hendidura. Fue un poco decepcionante darnos cuenta de que el edificio estaba vacío. Y lo que era aún peor, tenía la sensación de que era un sitio que había estado así durante mucho tiempo. No había electricidad que alimentara las luces de la parte de arriba, una capa fina de polvo cubría todo y el único olor perceptible era el débil hedor de las filas de zapatos azules y rojos detrás de un mostrador bajo.
Me apoyé contra una de las paredes de cemento y observé a la multitud destrozar el sitio.
—No hay nadie aquí —dijo Olga, entrecerrando sus ojos inadecuados y mirando alrededor. Dudaba que pudiera ver muy bien a pesar de los numerosos agujeros que habían hecho en aquel lugar, dejando que entrara la luz del mediodía, pero su sentido del olfato era probablemente tan bueno como el mío y yo no olía a nadie.
—¿Deberíamos decírselo? —pregunté, con un ánimo repentino.
—No, déjales que se diviertan. —Saltó encima del mostrador que crujió ligeramente bajo su peso y contempló la destrucción—. ¿Qué piensas? —preguntó cuando yo no dije nada.
Cerré los ojos y mentalmente filtré el olor de maleza, de piel enmohecida y de trol sudoroso. Un débil pero perceptible indicio de aire rancio llegó hacia mí desde algún sitio cercano.
—Me estaba preguntado qué es lo que hay detrás de esos zapatos.
Olga levantó su espada y se asomó para ponerse frente a la colección.
Cortó la parte del centro en dos.
—Eso —dijo servicialmente.
Miré con desaprobación las escaleras que descendían hasta un suelo de tierra. Odio las escaleras oscuras, especialmente cuando sé que no me va a gustar lo que me voy a encontrar al final. Miré a Olga.
—Sería mejor sino intentamos meterlos a todos ahí dentro. No quiero que nadie bloquee la salida.
Ella asintió con la cabeza y llamó a un trol enorme para que viniera. Llevaba puestos unos vaqueros, lo que me sorprendió, ya que no sabía que hacían vaqueros de su talla; lo que no llevaba eran zapatos. Me quedé mirando fijamente sus pies nudosos, que tenían el número normal de dedos de un trol: tres, y me contuve para dejar de mirar.
—Espera aquí —dijo Olga severamente—. No dejes pasar a los demás. Si no hemos vuelto en media hora, baja y mata todo lo que veas.
Se expresó con un gruñido y tuve problemas para descifrar lo que quería decir, pero parecía que Olga lo había entendido perfectamente. Parecía que nadie había notado que estábamos allí, cosa que no me sorprendía teniendo en cuenta que los demonios estaban prendiendo fuego a las cabinas de plástico rojas y los troles habían comenzado a tirar los bolos a través de los carteles de cerveza apagados. Su puntería era pésima, pero había un montón de bolos y los crujidos que resonaban y los tintineos de los cristales parecía que los entretenían. Juegos de bolos de los troles.
Me giré hacia Olga.
—No hay ninguna posibilidad en absoluto de que quienquiera que esté allí abajo no sepa que vamos a bajar. Vamos a echar un ojo, pero si te digo que volvamos a subir, lo haces, sin discutir, ¿vale?
—Eres una mujercita divertida —dijo, y comenzó a bajar las escaleras.
Suspiré y la seguí.
Yo tenía una visión mejor que la de los humanos en la oscuridad, pero aun así, no podía ver mucho en aquellas escaleras. No dudo que Olga estuviera completamente ciega, pero nunca se tambaleaba. Los troles no son exactamente lo que se dice agraciados, pero tienen un centro bajo de gravedad para escalar montañas y fiordos, así que me imaginé que sería más probable que me cayera yo en lugar de ella. Por suerte para mí, ciento ochenta kilos de trol estaban entre yo y lo que fuera que hubiese allí abajo, algo que yo encontraba vagamente reconfortante.
Cuando finalmente llegamos al final de las escaleras, nos encontramos con un túnel tallado en piedra arenisca local. Se parecía a alguna de las zonas más profundas de MAGIC, aquéllas que los vampiros preferían en lugar de los pisos más altos que pertenecían a los magos, excepto por el techo bajo claustrofóbico. Sólo había una débil iluminación que venía de las escaleras y que nos guiaba, y no podía ver que hubiera una vela o lámpara por allí, lo que era extraño en un sitio como ése, incluso aunque no se utilizara mucho.
Olga y yo cambiamos las posiciones, después de explicarle que podía ser que yo tuviera más suerte para detectar las varias sorpresas repugnantes que un grupo de magos oscuros podrían haber dejado para nosotras, pero mi ritmo la exasperaba. Drac había cogido mi llavero y sus talismanes junto con todo lo demás, pero me las apañé de alguna forma esparciendo puñados de tierra por delante de nosotros para ver si nos habían dejado alguna trampa obvia. No pasó nada, ni siquiera sentimos el crepitar de alguna protección de detección temprana, lo que hizo que me pusiera más nerviosa mientras seguíamos adelante. No ayudaba mucho el que cuanto más nos alejábamos de las escaleras, más difícil se me hacía ver algo.
Debido a que no había ningún tipo de luz, descubrí el derrumbe de rocas al chocar contra él. Olga se precipitó contra mí y a mí se me llenó la boca de piedra arenisca antes de que nos separáramos. Así que esto era por lo que nada había intentado apuñalarnos, incinerarnos o aplastarnos mientras entrábamos.
—Un derrumbe —le dije, escupiendo—. Tiene que haber otro camino, por el otro lado.
—Sí, pero ¿dónde? —preguntó Olga sensatamente, empujándome hacia un lado—. Iremos por aquí. —Por medio de puro fuerza bruta, se abrió paso a través de las rocas, haciendo un camino que era dos veces más ancho que yo a través de una pila de casi dos metros de profundidad de piedras y tierra. Incluso en mi mejor momento, me hubiera llevado treinta minutos o más de trabajo duro el hacer ese agujero; ella lo había conseguido en aproximadamente dos minutos. Me hice otra nota mental: «evita luchar contra los troles».
Cuando dejé de ahogarme con la nube de polvo, me di cuenta de que podía ver de nuevo. La expresión paciente de Olga era visible a la luz de un farol cercano que estaba metido en un rincón. Lanzaba sombras sobre las paredes, mostrándonos un tramo de pasillo ancho y de aspecto inocente en el que yo no confiaba en absoluto. Los magos podrían haber causado el desmoronamiento para bloquear una entrada vulnerable, pero cualquiera de las zonas que se usaban regularmente iban a estar protegidas por algo o por alguien. Y puesto que éstos eran magos oscuros, probablemente sería algo mortal.
—Vamos a tener que ir con más cuidado de ahora en adelante —le dije a Olga, que me lanzó una mirada impaciente. Me di cuenta de que tenía su espada en la mano y asentí con la cabeza. Estábamos pensando lo mismo.
Nos llevó casi diez minutos de movimiento muy cuidadoso llegar a la gran cueva al final del pasillo. Pero quizá diez segundos después de que entráramos, se me ocurrieron dos grandes pistas sobre por qué nada nos había agarrado aún. Un dispositivo complejo llamado Mortaja de fuego saltó sobre nosotras, bloqueando el camino de vuelta y una oleada de emociones me golpeó tan fuerte que literalmente hizo que me cayera de rodillas.
Las sensaciones me resultaban familiares y altamente indeseadas. Igual que la escena que las acompañaba, superpuesta a la real como una película que se mostraba en una pantalla transparente. Aún podía verla cueva, pero la mayoría de mi atención estaba puesta en las imágenes de mi pasado, que brillaban y cambiaban enfrente de mí. Era como si alguien hubiera tenido acceso a la parte de mi memoria etiquetada «adiós y muy buenas» y estuviera haciendo una cuenta hacia atrás de los diez eventos que más odiaba. Sólo que parecía que estaba empezando por el número uno.
Una chica de pelo oscuro se despertó en un nido de mantas cerca de una hoguera. Era verano, así que no había ninguna necesidad de dormir dentro de uno de los atestados carros, que siempre tenían esa peste a olor corporal y a ajo en el círculo que lo rodeaba. Los únicos que estaban despiertos a esa hora eran dos perros del campamento preocupándose por algo que había cerca del borde del descampado. La chica se quitó las mantas y alisó su ropa antes de ir a ver lo que era. Normalmente la comida colgaba de las ramas de los árboles para mantener a los animales alejados de ella, pero algunas veces una cuerda se rompía y ella sabía la que le esperaba si los perros se estaban comiendo el jamón cocido que habían conseguido en el último pueblo. Quería gritarle que corriera y que no mirara atrás, pero sabía que no iba a conseguir nada. Ella no podía oírme, estaba demasiado lejos y era muy terca para escucharme. Ahora o nunca, pensé mientras mis ojos seguían su figura pequeña que se dirigía hacia los grandes perros.
Las peludas criaturas grises eran mitad lobo, seres salvajes y fieros, que seguían ahí gracias a que había más comida que la que podían robar de la basura, y para asustar a los intrusos. No estaban lo bastante domesticados, pero a ella nunca se le ocurrió que pudieran ser peligrosos. Los perros de cualquier clase normalmente no muerden la mano que les da de comer, pero Dili, llamada así debido al hecho de que nunca había estado muy bien de la cabeza, estaba royendo algo que se parecía muchísimo a un brazo humano. Baro, su enorme amigo, también tenía algo en la boca, lo que un rayo de la luz del sol de la mañana mostró claramente como la cabeza de un hombre de mediana edad con barba.
Entonces la niña chilló al ver a Tsinoro, líder de su kumpania, que estaba siendo el desayuno de los perros. Chilló durante un buen rato hasta que se dio cuenta de que nadie salía de los carros pintados de forma brillante que llenaban el pequeño descampado. Sus llantos habrían levantado a un sordo y más aún a un grupo de gente acostumbrado a reaccionar rápidamente ante cualquier señal de problemas. Debió haber sido capaz de sentir inmediatamente por qué nadie había venido; su sentido del olfato era lo bastante bueno como para diferenciar el miasma de sangre y de heces que salía de los carros pequeños incluso sin haber entrado en ellos, pero no estaba pensando con claridad. De hecho, no estaba pensando nada en absoluto, estaba aterrada por encontrar algo o a alguien que aún respirara.
Corrió hasta el carro más cercano, uno de los más grandes, ya que pertenecía a Lyubitshka, la chovexani del grupo, que era respetada por el poder de su magia. Pero rápidamente se hizo obvio que esta no había sido lo bastante fuerte como para ayudarla esta vez. La niña se quedó mirando fijamente el cuerpo mutilado de la persona más poderosa que conocía y comenzó a temblar. Ella estaba asustada, no solo porque lo que fuera que había matado a la sabia mujer pudiera ir tras ella, sino porque también Lyubitshka le había gritado justamente el día anterior por haber hecho un agujero en su blusa cuando la estaba lavando, y ahora no tenía ninguna posibilidad de obtener su perdón. Hacer que alguien tan fuerte se fuera al mundo de los espíritus tan enfadada contigo era la peor cosa que la niña se podía imaginar. Lyubitshka sería un poderoso muló, un espíritu vengativo, que volvería para buscar a aquéllos que la habían ofendido en vida.
Después de bajar dando tumbos las escaleras del carro de Lyubitshka y de mirar salvajemente alrededor buscando el muló enfadado, la chica se volvió loca. Corrió a abrir las puertas de cada carro, pero lo único que encontraba dentro eran más cadáveres. Después de que su investigación, que cada vez le daba más pánico, demostrara que ella y los perros eran las únicas cosas vivas que quedaban en la kumpania, se derrumbó al lado del fuego, agotada, llena de lágrimas y estremeciéndose por la conmoción. Incluso después de que su capacidad de recuperación natural se accionara para que se calmara ligeramente, no se preocupó en lavarse ni tampoco en buscar artículos salvables para empaquetar. Ella no era tan joven como para no saber el modo adecuado de tratar a los muertos y no había nadie más que pudiera hacerlo.
Observé como cavaba un hoyo en medio del descampado, al que llevó a rastras cada cuerpo después de envolverlo en una manta para evitar tener que tocarlo directamente y arriesgarse al marimé o impureza. Debían haber estado vestidos con sus mejores ropas, pero había demasiada sangre y algunos ya ni siquiera estaban enteros y ella no sabía por dónde empezar para hacer que estuvieran presentables. Organizó los cuerpos en el hoyo y apiló encima de ellos su ropa, joyas, herramientas y las mejores vajillas como la costumbre requería. No había cera de abejas que utilizar para cerrar sus orificios nasales y evitar que un espíritu maligno entrara en ellos, pero teniendo en cuenta cuántas heridas tenían la mayoría de ellos, dudaba que los espíritus encontraran esos cuerpos demasiado útiles.
Mientras echaba la tierra en lo alto del montón de muertos, sollozaba por ellos, incluso por los que habían considerado impura por su descendencia. Ellos habían sido su familia, o lo más parecido que ella había tenido. Y ahora se habían ido. El sudor y la suciedad se mezclaron con sus lágrimas y la nariz le empezó a gotear, pero ella no se la limpió. Aún no había acabado.
Soltó a los caballos e hizo que se fueran del campamento, ya que la tradición permitía que sobrevivieran. Pero todo lo demás tenía que ser destruido. Era un trabajo difícil, pero al final se las apañó para romper cualquier plato o vaso que quedase, matar a los dos perros y apilar brazadas de maleza alrededor de cada carro. Encendió el fuego y se hizo a un lado, observando cómo todo lo que ella había conocido desaparecía entre las llamas. Pronto comenzaría a tener hambre y a preocuparse de cómo iba a sobrevivir cuando todo el dinero y objetos vendibles de su kumpania ahora estaban malditos y eran inútiles. Se preguntó quién la acogería, ya que los otros grupos gitanos seguramente la culparían por la tragedia, justo como ella ya estaba haciendo ahora mismo: culparse a sí misma.
No era muy mayor, pero sabía lo que susurrarían sobre ella cuando pensaran que no podía oírles. Sabía por qué la habían acogido y lo que ella podía hacer. Matar a los vampiros que de vez en cuando intentaban hacer daño a la kumpania no le resultaba más difícil que cualquier otra tarea que normalmente se le pedía: recoger leña o lavar. No se acordaba de nada de la noche anterior excepto de haberse ido a dormir como de costumbre, pero había sido otro periodo extraño de oscuridad en su vida y corrían historias sobre cosas que había hecho de las que ella no sabía absolutamente nada.
Y un hecho irrefutable estaba mirándole fijamente a la cara: ella era la única que quedaba.
El fuego se extendió a algunos árboles que había cerca mientras ella seguía allí de pie, pero no hizo ningún movimiento para escaparse del calor. Sentí de nuevo su desesperación y sabía que no le hubiera importado mucho si el fuego también la hubiera consumido a ella. La kumpania la había alimentado y vestido durante años, y todo lo que le habían pedido por eso era su protección. Ella estaba allí para asegurarse de que las antiguas pesadillas que se paseaban de noche alrededor, las cosas contra las cuales incluso hasta el gitano más fuerte no podría luchar, no deshicieran su pequeño grupo. El grupo no siempre había sido amable, pero habían mantenido su pacto. ¿Qué importaba si ella tenía que beber de un cubo separado o si se hacían a un lado para evitar tocarla? Se habían asegurado de que a ella nunca le faltase de nada. ¿Y cómo se lo había devuelto ella? Con el mismo destino que ellos habían intentado evitar. Ella debía haber dejado que el fuego se la llevara con él. Ellos tenían razón, ella estaba sucia y su nacimiento había asegurado que ella nunca llegaría a ser nada más.