—Es una negociación bastante simple, Dorina. —Drac estaba sentado en su suite en el Bellagio y me sonreía. Podría haber sido más eficaz si no hubiera notado en su expresión sus ojos completamente fríos y muertos—. Esperaba que incluso tú lo entendieras.
Está claro que todos los vampiros están técnicamente muertos, pero la mayoría se las apaña para no parecerlo. A Drac no le importaba. No había ninguna razón en absoluto para olvidar que el cuerpo alto y delgado que estaba cómodamente sobre el sillón era, de hecho, un muerto frío como el hielo. No respiraba, ni parpadeaba, ni tragaba saliva. Su piel era de un blanco mate que cualquier geisha habría envidiado, y sus ojos eran de un verde opaco como el cristal de una botella de cerveza, sin ningún centelleo en absoluto en lo más profundo de ellos. La sonrisa, la única expresión en su cara, no tenía ningún significado en absoluto y hubiera quedado perfecta en el maniquí de un centro comercial, solo que habría puesto a los clientes muy nerviosos. Yo también me estaba sintiendo un poco de esa manera.
—¿Qué parte de la conversación no has entendido? —Drac estaba hablando en rumano, supongo que era porque le apetecía. O a lo mejor no quería que sus matones lo entendieran. De todas formas, no me estaba haciendo mucha gracia. Mis recuerdos del antiguo país constituyen un gran porcentaje de mis pesadillas, aunque no había vuelto allí en casi tres siglos.
—La parte en la que yo conservo mi miserable vida a cambio de ayudarte —respondí. Hablé en mi idioma. Si no le gustaba, me era igual.
—¿Crees que te traicionaría?
Me encogí de hombros intentando no parecer indiferente. Los vampiros son como perros: el mostrar miedo solo hace más probable que te corten en pedazos.
—Se me ha pasado por la cabeza. Después de todo, yo ayudé a que te atraparan. Dudo que esté en la lista de tus amigos preferidos.
Parecía que Drac encontraba esto divertido. Los ojos no se llenaron de vida, nunca había visto que esto ocurriera, pero la risa sonaba muy real.
—¡Ay Dorina! Te halagas a ti misma. —Se incorporó lentamente y volvió a cambiar su expresión. Creo que podría haber sido un intento para parecer más serio. La mayoría de las veces, su aspecto era simplemente inexpresivo. Los vampiros más nuevos tienen ese problema muchas veces, hasta que se les ocurre cómo hacer que sus rasgos muertos formen las expresiones adecuadas. Drac nunca había estado realmente interesado en aprender.
—Vamos a ser claros, ¿vale? Tú eres dhampir. Una criatura bastarda sin ningún concepto del honor, así que ¿cómo puedes traicionar? Actuaste de esa forma por dos razones: forma parte de tu naturaleza cazar a los de mi clase y mi hermano solicitó tu ayuda. No puedo culparte por lo primero más de lo que podría culpar a una serpiente por morderme o a un escorpión por picarme. Podría aplastarlos en las circunstancias adecuadas, pero ¿culparles? No. Respecto a lo segundo, podrías haberte negado a las órdenes de mi hermano, pero habrías sido tonta por haber corrido ese riesgo por mi culpa. Yo no te habría dado las gracias por eso y mi hermano seguramente te habría castigado. En tu posición yo habría actuado de la misma forma.
—Bueno, si no me guardas rencor, entonces me iré. —No me molesté en levantarme; hubiera sido en vano y el matón que tenía detrás de mí parecía que estaba esperando la oportunidad para volverme a sentar en cuanto pudiera. Preferiblemente en pedacitos.
Ya había calculado las probabilidades de escaparme de allí y no me gustaban. Me habían quitado el alijo de Benny junto con las otras armas y me habían dado un golpe que me había dejado inconsciente durante el camino para llegar hasta donde estaba. Eso no es fácil de hacer con un dhampir, y tenía la cabeza como si un martillo perforador le hubiera estado dando golpes. Cuando me desperté, me encontré con que Drac tenía a una docena de seguidores en la habitación y un conjunto de magos y vampiros. Juntos, hacían que cualquier intento de correr hacia la puerta fuera un suicidio.
No reconocía ninguno de los vampiros que antes pertenecían al grupo antiguo de Drac, pero tampoco ninguno de ellos era un bebé de días. Por ejemplo, el que estaba detrás de mí era por lo menos un maestro de cuarto nivel y, por lo tanto, tenía que ser un préstamo de alguien. Apostaba a que era de Rasputín, el autoproclamado líder del otro bando enfrentado en la guerra. Tenía un montón de vampiros de repuesto, pero el Senado acababa de dejarle en evidencia. Tenía que estar loco de contento con la oportunidad de soltar a Drac contra el Senado. Podía mantenerse oculto y lamerse sus heridas mientras el tío mantenía ocupados a sus enemigos, sin mencionar el privarles de un miembro poderoso si tenía suerte. El hecho de que Rasputín estuviera aliado con el Círculo Negro también explicaría lo de los magos.
Los vampiros estaban por allí aparentemente al azar, pero estaban lo bastante cerca de las ventanas para asegurarse de que si incluso yo decidiera intentar tirarme diez pisos abajo nunca lo consiguiera. La posibilidad que tenía de salir de allí utilizando la fuerza era casi la misma que la de los idiotas del piso de abajo de ganar en la ruleta. Pero a diferencia de ellos, una pérdida para mí podría ser permanente.
Drac continuó como si yo no hubiera hablado.
—Digamos que, por el momento, no eres nada más para mí que otro dhampir cualquiera. Normalmente mato a todos los que son de tu clase y que son lo bastante idiotas como para cruzarse en mi camino. Es una precaución, como un granjero que pone trampas para los ratones. Pero bajo estas circunstancias, estoy dispuesto a hacerte una oferta de intercambio. Tu vida por que me ayudes con mi misión actual.
—Quieres que mate a Radu y a Mircea por ti.
Drac me miró fijamente durante un momento antes de empezar a reírse de nuevo a carcajadas. Al menos le estaba dando entretenimiento, aunque aún tenía todos mis órganos internos intactos.
—Se me había olvidado lo divertida que eres. —Drac se calmó después de un momento, su cara sin expresión sustituyó a la risa de antes—. Admito que me sorprende que nadie haya conseguido aún acabar con tu existencia, pero la verdad es que sobrestimas tus habilidades si crees que tienes una posibilidad de eliminar a alguno de mis hermanos. Hay que reconocer que Radu es un cobarde y un debilucho, pero no es lo bastante estúpido como para confiar en cualquiera, y en particular en alguien como tú. Y Mircea… siempre ha sido excepcionalmente difícil de matar.
Cuando dijo el nombre de Mircea, la cara de Drac por fin encontró una expresión: odio. La intensidad de su emoción retumbó por toda la habitación, como la sensación palpitante que se siente en el cráneo ante la inminencia de una tormenta. Y de repente me di cuenta de que a lo mejor había estado equivocada con el objetivo principal de Drac.
—Sí —asentí lentamente—. Se diría que tiene algún tipo de ángel de la guarda.
La cara de Drac se desencajó.
—Él no necesita uno. Siempre ha sido capaz de persuadir a otros para que se sacrificaran por él. Nuestro padre nos envió a Radu y a mí a los turcos, pero su preciado heredero se quedó a salvo a su lado. Mircea vivió como un príncipe mientras Radu se prostituía para salir de los calabozos y a mí me torturaban cada día, ¡eso durante años! —No tenía quejas sobre la falta de emoción de ahora. Sus ojos brillaban—. Incluso la muerte estaba a favor de Mircea —soltó—. Cuando los perros traidores de la nobleza lo lincharon, fue salvado por la misma maldición que estaba hecha para destruirle.
Me quedé mirando fijamente los ojos verdes incandescentes y al final lo entendí. Lo que yo había considerado locura estaba sonando mucho más a una envidia fuera de control. Incluso podía definirlo de una manera más extraña. Mircea siempre parecía estar seguro de su sitio en el mundo: él era Mircea Basarab, descendiente de una casa noble y príncipe del mundo sobrenatural. Llevaba la seguridad de su valía como una capa, mientras el bastardo que él había creado se estremecía en el frío.
—Siempre ha tenido mucha suerte —dije, y no todo el resentimiento en mi voz era fingido.
—No esta vez. —En un segundo, la cara de Drac era una vez más una máscara sin expresión. Me miró de cerca—. Aunque sea asombroso, tenemos algo en común, Dorina. Un hombre nos ha hecho daño a los dos durante mucho tiempo. Él te hizo la abominación que eres, condenada a vivir para siempre sola, rechazada, una marginada, mientras que a mí me condenó a una existencia de sufrimiento perpetuo por un solo error.
Me moría por preguntarle lo que había querido decir, pero me mordí los labios para quedarme callada. Preguntar a Drac era algo muy arriesgado. Nunca sabías cuándo iba a decidir que ya había tenido bastante y comenzar a entretenerse en otras cosas.
—No espero que te arriesgues a desafiarle —me dijo—. Simplemente quiero que lleves a mis dos hermanos juntos a un mismo sitio. A algún sitio lejos del Senado y la protección del enclave de MAGIC. Yo me ocuparé del resto. —Se quedó pensando durante un momento moviendo las manos en una mala interpretación de Sherlock Holmes—. Una residencia privada sería lo mejor, algún lugar retirado. La casa de Mircea en el estado de Washington sería perfecta e iría muy bien. Con el bosque circundante, se parece a nuestro antiguo hogar.
La conversación se estaba volviendo bastante surrealista. Mircea y yo no éramos lo que se puede decir íntimos y yo le había amenazado muchas veces, en alto y en público, con matarle. Pero ésta era la primera vez que alguien me había tomado en serio. ¿Realmente Drac pensaba que yo odiaba tanto a Mircea como él lo hacía? ¿De verdad se había olvidado de Londres o creía que un siglo había mitigado mis recuerdos? Contuve un escalofrío. Ése no era el tipo de cosas que se te van de la cabeza. Ni siquiera en un siglo, nunca.
—No creo que sea probable —comenté blandamente.
—¿Hay algún problema? —preguntó Drac, casi educadamente.
—Sí. En este momento Mircea no está en Washington. La última vez que lo vi estaba en Nueva York y fue hace unos días, pero me dio la impresión de que no tenía pensado quedarse allí mucho tiempo. Y no está en Las Vegas. Está en alguna misión para el Senado, no estoy muy segura de qué tipo de misión, pero ahora que estamos en guerra, dudo que vuelva a casa en bastante tiempo.
—Es posible. —Drac pensó durante un momento—. ¿Y Radu?
No dudé. Radu y compañía tenían una ventaja de cuatro horas, sin mencionar una escolta del Senado. A decir verdad, simplemente un obstáculo menor: cómo informarle de la jugada a Drac.
—Puede que tengas más suerte con él. Radu se iba a su casa y a mí me habían invitado a ir con ellos como guardaespaldas hasta que otro equipo se pudiera reunir para sustituir al que tú mataste.
—¿Por qué deja ahora el cubrimiento de MAGIC, sabiendo que lo estoy persiguiendo? —Drac me miró con perspicacia—. ¿Estabas esperando, pequeña dhampir, que yo mismo fuera tras él?
—Sí, esa idea se me ocurrió a mí. —No tenía ningún sentido negarlo, ninguna otra explicación hubiera tenido sentido.
—¿Y dónde está la casa de Radu?
—Nunca me ha invitado a cenar, así que la verdad es que nunca la he visto. Pero está en California, una bodega de vino antigua que compró por una miseria en los sesenta.
—¿Por qué piensa que estará a salvo allí?
Tampoco podía negar que sabía eso. Como guardaespaldas de Radu, no había manera de que le hubiera dejado elegir la ubicación a menos que yo la hubiera investigado y hubiera determinado que podía soportar un ataque.
—Mircea es miembro del Senado. Tiene un montón de enemigos, y Radu siempre se ha visto como su punto débil. Algunos guardias destacados han sido colocados allí, casi tan buenos como los de MAGIC, solo por si alguien intentara llegar a Mircea a través de su hermano.
Drac no hizo nada tan humano como relajarse echándose hacia atrás en su silla, pero de alguna forma, aun así, daba la impresión de estar satisfecho.
—Bien. Entonces él mismo piensa que está a salvo. Como su protectora, tendrás razones para averiguar la naturaleza exacta de esos guardias. Me comunicarás esa información y te las apañarás para tener a mis dos hermanos allí al mismo tiempo.
Me moví inquieta.
—¿Y qué pasa si eso no es posible? Ya te lo dije, no sé dónde está Mircea. Sin mencionar que es muy poco probable que venga corriendo cuando le llame. Quizá pueda averiguar algo sobre los guardias, pero…
—Tengo otras maneras de llegar a los guardias, Dorina —dijo Drac, y aunque él no me había presentado a sus amigos magos, los dos sabíamos de quién estaba hablando—. Tu información facilitará las cosas, pero sólo eso no te salvará la vida. Una muerte más fácil, quizá, pero nada más. Quiero a Mircea.
Tragué saliva.
—¿Qué excusa le puedo dar? Eso asumiendo que pueda encontrarlo, claro. Él no confía del todo en mí.
—Claro que no. Mi hermano no es idiota.
—Pero te das cuenta que eso hace que las cosas sean de algún modo…
No vi venir el golpe, ni siquiera lo sentí llegar. La primera vez que me vino a la cabeza que a lo mejor estaba haciendo demasiadas preguntas fue cuando mi cuerpo golpeó la pared con un ruido sordo repulsivo. Me resbalaba por el papel pintado beis, escogido con buen gusto, cuando una figura oscura se cruzó en mi visión borrosa.
—Si quieres vivir, tendrás que apañártelas. Estaré esperando tu llamada. No me defraudes.
Uno de los incordios de ser un dhampir es que tu cuerpo sigue funcionando. Supongo que es una precaución, ser capaz de seguir avanzando en situaciones realmente difíciles, pero hay veces en las que se necesita un buen desmayo. La vuelta desde la guarida de Drac fue una de esas veces.
Supongo que sus chicos se imaginaron que no era muy probable que él se quejara si ellos reforzaban su argumento un poco más, ya que él mismo se había acercado a darme una paliza de muerte. Como resultado, cuando por fin me dejaron en un callejón detrás de un club de estriptis, la verdad es que deseaba poder escaparme al fabuloso mundo de los sueños mientras mi cuerpo comenzaba a reparar alguno de los daños causados. Pero no.
Habría gemido, pero parecía que mi boca estaba más llena de lengua de lo normal. Intenté levantar la cabeza, pero parecía estar soldada a algo áspero debajo de mi mejilla que apestaba a basura antigua y a orina. Por fin me esforcé en abrir los ojos hinchados, los entrecerré y enfoqué el mundo a través de una cortina de pestañas.
Había agua sucia goteando por una pared de ladrillos. Me quedé echada enfrente de algunos contenedores de basura, sangrando sobre un par de repollos rojos. Bueno, eso explicaba la parte del olor. Un tipo entró rápidamente en el callejón, orinó contra una pared, me vio y salió corriendo. Y eso explicaba el resto.
El tejado que estaba encima del club chorreaba una corriente constante de agua de lluvia sobre mi cara que ahora estaba boca arriba. Sabía a alquitrán y quemaba siempre que tocaba uno de los varios cortes que tenía. Después de unos pocos minutos pensando en la última vez que había acabado con tanto dolor y cómo con todas mis fuerzas me había prometido a mí misma que no sería tan estúpida otra vez, decidí incorporarme. Esto requirió golpear a unos gatos que me habían estado siseando por bloquearles el camino a la basura para que se me quitaran de encima y también un montón de palabrotas. A mis costillas rotas que se marcaban en mi piel, azul y morada a través de mi camiseta rasgada, no les gustaba mi nueva posición, pero ni se me pasaba por la cabeza quedarme tirada en un callejón lleno de basura durante toda la noche, temblando y sintiendo pena por mí misma. Para cuando conseguí un tipo de postura recostada contra uno de los contenedores de aluminio, había pasado del dolor a una quemazón agradable y lenta.
Si mi querido papi me hubiera escuchado, ahora ninguno de nosotros estaríamos en esta situación. Y si Radu se hubiera preocupado por moverse tan solo una vez durante el encarcelamiento de Drac, podría haber matado al hijo de puta antes de que hubiera tenido la oportunidad de volver a escaparse. Ninguno de ellos se merecía que yo obtuviera un corte en su nombre y mucho menos mi estado actual. Si hubiese habido algún modo de llegar a Claire sin jugar a estos juegos, habría arrastrado mi cuerpo destrozado y les habría dejado que se defendieran ellos mismos. Siempre podía continuar con la caza más tarde, después de que ella estuviera a salvo. Y si tenía suerte, entretanto, alguien le clavaría una estaca a Drac en mi lugar.
Por desgracia, no tenía ni idea de dónde encontrarla y sin los recursos formidables del Senado, no tenía muchas esperanzas de un rescate. Especialmente ahora que mi número de armas especiales era cero. Drac se había llevado mi mochila, así como los artículos que había adquirido del maletín de Benny, dejándome sin ninguna estaca ni nada en absoluto.
Me quité una piel de plátano del pelo, haciendo una mueca de dolor cuando mis músculos tensos protestaron de modo vehemente. Parecía como si la mitad de los ligamentos de mis hombros estuvieran fuera de uso o deseando estarlo, ese probablemente fuera el resultado de tener a un vampiro que casi los saca de su sitio sujetándome para que otro me golpeara duramente. Solo podía esperar no meterme en ninguna lucha durante un buen tiempo. Pero no me podía permitir esconderme en algún sitio y sangrar durante unas cuantas horas. Tenía gente a la que ver y el primer nombre de mi lista no era difícil de encontrar.
El Strip brillaba por las llamas de los fuegos artificiales que explotaban por encima de la cabeza de las carrozas patrocinadas por el casino; cada una de ellas parecía decidida a superar en ostentación y patriotismo a todas las demás. Y, el cuatro de julio, eso significaba fuego. La decoración blanca, roja y azul que rodeaba la entrada del Dante en el patriótico desfile ardió ante mis ojos.
El Dante, el casino principal de las Vegas, propiedad de un vampiro, también resultaba que era de la familia, por decirlo de alguna manera. Su director actual estaba engendrado por uno de los hijos con peor reputación de Mircea y, por lo tanto, esperaba que me hiciera un favor. Eso suponiendo que pudiera llegar hasta él antes de que la carroza se fuera al infierno y se lo llevara con ella.
Corrí hacia delante y me agarré al lateral de la carroza festivamente en llamas. Estaba diseñada para que pareciera un barco pirata; así era el Dante, siempre a la última: con una tripulación esquelética. La multitud que bordeaba el Strip aplaudía y agitaba bengalas ante el capitán acosado, mientras sus seguidores supuestamente leales saltaban al barco. Eran humanos vestidos con trajes negros y pintados de plata iridiscente. El único miembro real de lo sobrenatural a bordo estaba aún allí, congelado en el mástil, mirando a su alrededor con una expresión de pánico.
Entendí su aspecto cuando las calaveras de adorno que aseguraban las banderas comenzaron a detonarse. Parecía que nadie más lo había notado: las cosas estaban explotando por todos sitios, pero la expresión en la cara del capitán era suficiente para decirme que esto no era parte del espectáculo. Algo golpeó la cubierta al lado de mi mano y me eché hacia atrás. Era una flecha en llamas, el extremo estaba cubierto de alquitrán. No había visto nada igual en siglos. ¿Qué demonios era esto?
—¡Casanova! —grité para que me escuchara por encima del ruido de los fuegos artificiales que estaban explotando en los dos barriles a cada lado de la cubierta, y la multitud, que estaba pegando gritos de satisfacción. Un humano no me habría oído, pero el capitán no era uno de ellos.
Una cara morena que encajaba perfectamente con la camiseta hinchada y un parche en el ojo me echó una mirada por el borde del nido de cuervo, donde se había escondido horrorizado. Apartó los rizos negros y revueltos que colgaban sobre su hombro y gimió de una manera dramática.
—Ay, Dios. Justo cuando pensaba que las cosas no podían ir peor.
Siempre está bien que te recuerden.
—¡Tengo que preguntarte algo!
—¿Ahora?
—Ésa es la idea. —Salté a bordo justo cuando el barco empezaba a balancearse hacia delante y hacia atrás por la carretera. Gateé por la cubierta en llamas lo más rápido que pude mientras el barco se inclinaba de un lado para otro. Por suerte, parecía que habían ajustado la mayoría de los puntos de apoyo.
Me agarré al aparejo y me levanté rápido y de repente una flecha apareció enfrente de mis ojos, aún temblando cuando se clavó en el mástil. Parpadeé, y un segundo después, estaba colgando por un brazo de la cubierta en llamas. Casanova tiró con fuerza para levantarme y yo aterricé mitad dentro y mitad fuera del nido del cuervo mientras un bombardeo de flechas golpeaba la madera que había a mi alrededor. Otro tirón y ya me había arrastrado a la seguridad relativa de una cesta de gran tamaño que había en lo alto del mástil. La multitud aplaudía salvajemente a los dos lados.
Cuando volví a recuperar el aliento, levanté la vista y me lo encontré haciendo algo con la masa de interruptores y alambres revueltos a un lado del nido.
—Me harías muy feliz si me dijeras que todo esto es parte del espectáculo.
—Y tú me harías sentir mucho mejor si me dijeras que el que nos está lanzando flechas está cabreado contigo —contestó, revolviendo frenéticamente entre los cables.
—Lo siento, esta vez no es así. —Quien fuera el que estaba atacando el barco ya le había disparado cuando yo llegué. Por una vez, parecía que otra persona era el objetivo.
Me agaché rápidamente cuando otra flecha voló por encima de mi cabeza, llevándose la calavera y la bandera de las tibias cruzadas justo por encima de nosotros.
—¿Qué estás haciendo?
—Intentando parar los fuegos artificiales. Esta cosa está cargada de ellos, y si todos explotan a la vez…
—De acuerdo. Quizá es mejor que te haga esa pregunta ahora.
—¡Dorina! —El grito procedía de algún sitio en la multitud. Vi una cabeza castaña rojiza meneándose hacia nosotros y maldije. ¿Cómo demonios me había encontrado?
—Necesito armas —le dije a Casanova apresuradamente—. Un montón de armas.
Se me quedó mirando mientras otro barril de fuegos artificiales explotaba, llenando la cubierta y la mitad de la calle de chispas azules brillantes.
—¿Por qué me lo cuentas?
—Porque tu antiguo jefe era un miembro y tenía una buena posición en la mafia de los vampiros. Seguramente tengas más armas guardadas que el maldito Senado.
—¡Dorina! —Ignoré al vampiro muy nervioso que me estaba gritando desde lo que ahora parecía que era la cubierta. No sabía lo que pensaba que estaba haciendo allí entre el fuego suficiente como para asar a unas cuantas docenas de su clase. Quizá fuera verdad que estaba loco.
—¿Y…? —Casanova había dejado los alambres y estaba mirando por encima del borde del nido del cuervo con aprensión.
—Se rumorea que hace poco que tu jefe se fue de la ciudad. Hasta dentro de un tiempo no va a luchar en una guerra. Así que ayuda a esta pobre chica. Puedo hacerte una lista…
—Ahórratela. Vete a ver a tus suministradores de siempre. —Casanova agarró unos cuantos aparejos y los puso en la cubierta de una manera muy sencilla como un marinero experimentado. Yo cogí una pieza de madera del lateral del nido, reventé una pieza para dejar clara mi postura y seguí sus pasos.
—Mi suministrador de siempre está fuera del negocio. —Para siempre.
—Entonces, ¡vete a molestar a otra persona!
—Te estoy molestando a ti.
—Ya me he dado cuenta —gruñó Casanova, mirando a mi estaca improvisada y haciendo un tipo de baile loco por la cubierta para evitar las zonas calientes.
Le hubiera seguido, pero una mano me rodeó el brazo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Y tú? —Me caí a la cubierta, llevándome a Louis-Cesare conmigo. Una pieza de lona en llamas pasó rápidamente por el aire, justo donde él estaba—. Creí que te había dicho que te quedaras con Radu.
—No me dijiste nada. ¡Tampoco me explicaste adónde te ibas o cuándo volverías! Robaste un vehículo muy caro del Senado y te marchaste así sin más.
—Hablé con tu señor —le dije, intentando no sonar a la defensiva. No me parecía que le debiera una explicación—. Y estás evitando la pregunta.
—¡Vine a por ti! —dijo, arreglándoselas muy bien para lanzarme una mirada furibunda teniendo en cuenta que tenía pegada la cara a la cubierta—. Informaste a Radu de que te ibas a Las Vegas para difundir rumores de nuestras actividades. Creí que era poco probable que Mircea apreciara que permitiera a uno de los suyos andar por Las Vegas hablando con la clase de tipos de mala reputación a los que escucharía Lord Drácula.
Parece que mis miedos estaban justificados.
—¿Y ahora quién está rescatando a quién? —le señalé, intentando contener la necesidad de golpearle en la boca.
—Yo no veo ningún rescate —dijo, levantándose del suelo—. Te veo en una trampa, con tu vida en peligro.
—¿Y tú lo estás mejorando?
—¡Dory! ¡Échame aquí una mano! —El tono de Casanova no tenía la amabilidad habitual. Salté antes de que Louis-Cesare pudiera agarrarme y me lancé hacia la dirección de donde provenía su voz. Si se prendía fuego, mi mejor oportunidad de sustituir el material de Benny se quemaría con él.
Lo encontré encajado en una puerta pequeña en la cubierta; solo se le veían la cabeza y los hombros.
—¿Conduces? —preguntó, sonando un poco chillón.
—¿Conducir el qué?
—Esto. —Salió de un salto del agujero, mostrándome un mecanismo de navegación náutica que, supuestamente, mantenía la carroza en curso. Todo parecía que estaba bien excepto un pequeño problema.
—¿Dónde está el conductor?
—Desertó, junto con todos los demás.
—¿Por qué?
—¿Por qué crees? Con el jefe fuera de combate, el control del negocio está ahí para el primero que lo coja.
—Y alguien está intentando arrebatártelo. —Mi capacidad para aparecer siempre en el momento oportuno nunca deja de asombrarme. Me deslicé en aquel espacio claustrofóbicamente pequeño y eché una mirada de cerca. La carroza estaba construida sobre el chasis de un tractor, por lo que se conducía con marchas manuales. Y lo que era aún peor, estábamos acercándonos a un viraje en el camino. Hasta ahora, la carroza había permanecido más o menos en su ruta por inercia, pero no iba a quedarse así mucho tiempo. Una mirada más allá del pequeño espacio debajo de la proa me mostró lo que se nos venía encima si no podíamos conseguir que esta cosa girara—. No sé conducir con marchas…
—¡Yo tampoco!
—Pero sé de alguien que sí que lo hace. —Aparté a Casanova y agarré a Louis-Cesare por el tobillo—. ¡Baja!
Afortunadamente, no perdió tiempo en preguntar el por qué. Y una vez que estuvo abajo, el porqué ya era algo obvio. Un grupo grande de turistas se había colocado en gradas para el desfile; seguramente habían estado esperando allí medio día para que un barco pirata ficticio les aplastara.
Louis-Cesare maldijo para sí, pero se sentó en el asiento mientras yo salía gateando del agujero que había a su alrededor. Cerré la trampilla cuando salí y agarré a Casanova por su bonita corbata de encaje.
—Necesito un favor.
Dijo algo extremadamente grosero. Yo simplemente sonreí.
—No es un favor para mí. Es para un trabajo para Mircea. Ya sabes, ¿el patriarca de la familia? Y, a propósito, ¿tu jefe?
La actitud de Casanova cambió inmediatamente, una sonrisa congraciadora y totalmente fingida se extendió sobre sus rasgos como una máscara. Pero la respuesta seguía siendo la misma.
—¡Te he dicho la verdad! ¡No tengo nada!
—Estás mintiendo, hijo de…
No tuve la oportunidad de decirle a Casanova lo que pensaba de él, porque la tripulación aprovechó ese momento para unirse a nosotros. Aparentemente se habían cansado de esperar a que el barco acabase con su jefe y habían decidido hacerlo ellos mismos. Y habían encontrado amigos. Casanova agarró una espada que se había caído en la cubierta y me la lanzó.
—Espero que recuerdes cómo se utiliza una de éstas —dijo, antes de sacar su propia arma y salir volando hacia el lateral del barco.
—¡Aún no he acabado contigo! —le chillé, cuando una figura vestida con un disfraz pésimo de Halloween arremetió contra mí.
Afortunadamente el tipo en cuestión era humano; de lo contrario, habría perdido la cabeza, pero mis reflejos le tuvieron que haber dicho que yo no lo era. Me giré y vi miedo en su cara sudorosa. Se echó hacia atrás, sujetando la espada de una manera tan torpe como si nunca hubiera visto una en toda su vida. Sonreí, y sus ojos se hicieron enormes, como dos huevos en la oscuridad. Dio unos cuantos pasos apresurados hacia atrás y se cayó de la carroza, sus brazos giraron inútilmente en. El aire antes de que golpeara el asfalto. Miré por encima del borde justo a tiempo para verlo arrastrándose a cuatro patas hasta que la multitud se lo tragó.
Un escozor entre mis omóplatos me dijo que alguien había decidido ocupar el lugar que él había dejado. Me las apañé para sacar a tiempo mi espada, pero la fuerza del ataque hizo que me quedara de rodillas. Luego seguí cayéndome porque Louis-Cesare tomó la curva en la carretera sobre lo que parecía que eran dos ruedas, esquivando la primera fila de gradas. Me las apañé para agarrarme a una calavera y evitar ser lanzada por toda la cubierta y eché una mirada bien de cerca a las expresiones de los turistas mientras las banderas onduladas sacudían el polvo negro sobre sus playeras. Afortunadamente, el movimiento repentino también había hecho que mi oponente tropezara. Se cayó de frente mientras yo rodaba y me ponía de pie.
A diferencia de los humanos, éste sabía condenadamente bien para lo que servía una espada, seguramente porque él había empuñado una durante siglos. Nuestras armas chocaron ruidosamente, muy alto por encima de nuestras cabezas, mientras nosotros dos competíamos por tener la otra debajo de la nuestra. Me superaba en fuerza y mi hombro dañado me falló. El vampiro sonrió mientras hacía rodar mi espada hasta el suelo, y yo acepté lo inevitable con una mueca. Mierda, esto va a doler. Una sacudida irritante pasó de mi brazo hasta mi hombro maltratado mientras le clavaba la estaca en las costillas. Se me quedó mirando fijamente, conmocionado, aparentemente sorprendido de descubrir que tenía dos manos. Murió antes de que la sonrisa se desvaneciera de su cara, con pequeñas burbujas de sangre sobre su labio inferior.
Casanova pasó tambaleándose, con el humano pegado a su espalda haciendo un buen intento para cortarle la cabeza, mientras un vampiro intentaba ensartarle por delante.
—¡Creía que te habías largado! —le grité, mientras otro marinero me embestía.
—No es porque no lo intentara —soltó Casanova; le arrancó la cabeza del cuello al humano y lo lanzó casi dos metros más allá hacia mi oponente. Los dos hombres dieron bandazos por la cubierta durante unos pocos segundos antes de caerse hacia atrás de la carroza—. ¡Y creí que habías dicho que ese maníaco sabía conducir!
Me encogí de hombros.
—Comparado conmigo… —Un humano saltó sobre mí y tuvo tiempo para ver mi expresión sombría antes de doblarse en agonía mientras enérgicamente le daba con la rodilla en la ingle. Aparté de una patada su espalda antes de que él pudiera recordar que tenía una, y seguí con un golpe en la sien, dejándolo inconsciente. Había tenido que darle patadas porque mi hombro me estaba amenazando con ponerse en huelga si levantaba el sable una vez más. Me quedé de pie mirando a Casanova luchando contra media docena de miembros de la tripulación, mi pecho suspiró por el esfuerzo excesivo, y acepté el hecho de que no podía ayudarlo.
Abrí la escotilla y salté al lado de Louis-Cesare.
—Cambio de sitio —le dije, intentando sacarle el culo del asiento del conductor.
—Quoi? —Levantó la vista cambiando de marchas frenéticamente—. ¿Por qué? ¿Qué está pasando?
—Casanova necesita ayuda y yo no estoy en forma para echarle una mano. ¡Muévete! —Para mi sorpresa, Louis-Cesare se movió. Se lanzó hacia arriba a la cubierta mientras yo intentaba imaginarme cómo funcionaba aquel lío de marchas. Había hecho que pudiéramos girar, pero me había dejado en el momento en el que teníamos que evitar echarnos sobre la masa que movía las banderas y la que había más adelante. Pisé fuerte el freno y descubrí que era mucho más sensible de lo que yo pensaba. Un miembro de la tripulación que debía de haber estado demasiado cerca de la proa salió disparado hasta la carretera. Lo pude ver por la pequeña mirilla que tenía. Prácticamente le había plantado la carroza en la cabeza, pero al menos nos detuvimos.
Me asomé con precaución, a tiempo para ver que la mayoría de la tripulación se había caído por segunda vez esa noche. Muchos de los que quedaban estaban en el suelo, y a juzgar por su condición, no se iban a volver a levantar de nuevo. Un trío de vampiros fue más resistente y se habían confabulado contra Louis-Cesare. Estaban ocupados arrepintiéndose de esa decisión. El maldito hombre era un incordio, pero había una pequeña posibilidad de que se mereciera su reputación.
Enganchó a un vampiro en el mástil al atravesarle con una espada hasta que salió por la otra parte del poste de madera. Tomó el arma del vampiro de su mano destruida y se la lanzó al segundo. No lo mató, pero incluso un vampiro disminuye la velocidad con un sable clavado en el diafragma. Al tercero le golpeó el cuello contra el aparejo con el codo. El vampiro en cuestión había estado detrás de él en ese momento, pero su puntería fue perfecta. Tomé nota de recordar no intentar acercarme sigilosamente al tipo.
Aparentemente, Casanova había decidido que su ayudante llevaba bien las cosas y había encontrado un lugar donde las banderas se habían quemado, permitiéndole una zona libre de llamas para saltar a la carretera. Salté detrás de él y le agarré del pelo, y lo que obtuve fue que su larga peluca negra se me quedara en las manos. La lancé al asfalto y le enganché por su camiseta en lugar del pelo.
—¿A dónde vas?
Me lanzó una mirada maliciosa y recuperó su peluca.
—A otro sitio.
—¡No hasta que yo obtenga lo que he venido a buscar! Me lo debes.
—Entonces, tendré que seguir debiéndotelo. El Círculo asaltó el Dante esta mañana y lo confiscó todo. ¿Quieres armas? Te sugiero que vayas a verlos.
—Los oscuros no se atreverían a…
—No fueron los oscuros. —Comenzó a hacer gestos groseros a la carroza que estaba detrás de nosotros, cuya tripulación había comenzado a chillar para que nos moviéramos—. Aunque está siendo un poco difícil decir cuál es la diferencia en estos días.
Un enfadado George Washington saltó de la siguiente carroza que había en la fila y vino enojado dando zapatazos para ver qué era lo que estaba pasando. Casanova se adelantó hacia él, obviamente consintiendo una lucha con alguien a quien él podría ganar, pero le cogí del brazo.
—¡Pero esto va contra el tratado! El Senado…
—Trágate el insulto. Estamos en guerra y el Círculo Plateado es el aliado del Senado, solo por si acaso se te había olvidado. Me recordaron ese hecho en profundidad cuando muy amablemente les solicité compensación. «Nos ocuparemos de eso después de la guerra» —parodió agriamente.
—¡No se han podido llevar todo!
—Si quieres mirar por aquí y buscar, eres bienvenida. Si encuentras algo, estaré encantado de compartirlo contigo.
—¿En qué se está convirtiendo el mundo? —dije con furia—. «¿Cuando incluso los chicos malos no tienen armas?».
—Yo no soy un chico malo, al menos, no comparado contigo.
George nos había alcanzado y no parecía muy contento.
—¡Haz que esta cosa se mueva! Estás deteniendo todo el…
Me miró y se echó hacia atrás por alguna razón.
—Estoy teniendo unos cuantos problemas personales —dijo Casanova, en un intento de mostrar dignidad. Aparentemente había decidido que el hombre podría resultar útil, porque utilizó la sonrisa encantadora número cuarenta y ocho: para idiotas que estaban a punto de dar algo por nada—. ¿No habrá por ahí alguien que pueda conducir una de estas cosas?
George asintió con la cabeza, sus ojos no dejaron de estar fijos en mi cara mientras se iba rápidamente.
—¿Qué se supone que tengo que hacer? —pregunté.
Un vampiro se dio un batacazo al lado de nosotros, y Casanova le dio una patada maliciosa en las costillas.
—No lo sé, pero sea lo que sea, te sugiero que lo hagas pronto. Todas las personas que pueden salir de aquí se están dirigiendo a las colinas. Excepto yo —añadió, cogiendo al vampiro y golpeándolo contra el casco del barco—. Yo no me voy a ir a ningún sitio. ¡Todo el mundo podría entender eso justo ahora!
Suspiré y abandoné. Una mirada rápida me mostró que Louis-Cesare había despejado la cubierta y estaba atando con lo que quedaba del aparejo al único humano lo bastante idiota como para quedarse cerca de un barril. Era el momento de marcharme.
—No sabes por qué estaba aquí, nunca tuve la oportunidad de contártelo —le indiqué a Casanova, mientras un joven con peluca corría y se paraba, quedándose de piedra cuando nos vio.
—Maquillaje de teatro —le dijo Casanova, sin venir a cuento—. Hay una trampilla en la cubierta. —El tipo asintió con la cabeza y trepó a bordo, dando la sensación de estar un poco asustado.
Miré de arriba a abajo a Casanova. A mí no me parecía que estuviera tan mal.
—De todas formas, ¿quién se supone que eres?
—Jean Lafitte.
—¿Y eso se supone que es patriótico?
—Él luchó en la guerra revolucionaria, y en la guerra de 1812. De parte de los americanos.
—Creía que era un pirata.
—Y lo era. —Casanova se alisó su abrigo brillante marrón—. Te lo dije. Algunas veces los tipos malos pueden ser tipos buenos. Todo depende de las circunstancias.
—Gracias por esa información tan sabia. La llevaré en el corazón.
Casanova me ignoró.
—¿Y quién es ése? —Señaló con el pulgar a Louis-Cesare, que estaba de pie en la cubierta, examinando la multitud con cara de pocos amigos.
—El hijo de Radu.
—¿Has dicho Radu?
—No preguntes. La cosa es que dudo que cause una buena impresión a mis proveedores. —Eso asumiendo que pudiera encontrar a alguno. Sin mencionar que no le haría ningún bien a mi reputación el que me vieran por aquí merodeando con un miembro del Senado.
—Yo no te he visto —coincidió Casanova, saltando de nuevo al barco que lentamente se estaba empezando a mover de nuevo. Apoyó su cabeza hacia atrás sobre el borde con sus rizos negros balanceándose.
—Ah, y, chica, tenemos una oferta especial en masajes faciales esta semana en el balneario. Piénsatelo.
Lo miré con mala cara, pero no tuve tiempo de responderle de manera adecuada. Louis-Cesare me había visto y parecía un poco tenso. Me metí entre la multitud y me fui.