—¡Ey, Marlowe! ¿Has pensado alguna vez en clavarle una estaca a tu decorador? —Miré alrededor de la suite que una vez había estado inmaculada y que ahora, como la mayor parte de MAGIC, se parecía a un mercadillo en un vecindario en el medio de la ciudad. Una marca de una quemadura con forma de cuerpo humano estropeaba una pared del laboratorio, cerca de la puerta que daba al pasillo y que tenía las bisagras flojas. Y si había un tubo de ensayo o un vaso de laboratorio que estuviera entero en ese sitio, yo no lo veía.
—¡Ah! —El vampiro moreno atractivo se giró en su taburete de laboratorio para ponerse de cara a nosotros. Olía a puros cubanos, canela y algo de ungüento hediondo con demasiados ingredientes para poder ponerlos en una lista. Lo último emanaba de las vendas enrolladas alrededor de su cabeza. Sus rizos se escapaban de debajo de ellas en mechones lacios, pero no me apetecía reírme. Cualquier herida que un vampiro no pudiera curar sin recurrir a compuestos que olían fatal era bastante para matar a un hombre. Parecía que la guerra le había alcanzado hacía poco—. Eso explica el mal olor —dijo, con una sonrisa que nunca alcanzó sus ojos de hielo marrones—. Pensaba que alguien se había muerto aquí dentro, pero no, eso será en unos diez segundos.
—No al menos que quieras a papi dándole una patada a tu culo —le dije insolentemente. Las pocas veces que había estado en MAGIC habían sido con Mircea. Mircea tiende a hacer que los otros vampiros suden, gateen y se arrodillen. Ahora yo no tenía esa ventaja, pero me imaginé que podría enfrentarme con un vampiro medio muerto, incluso con Marlowe si fuera necesario—. Estoy aquí por negocios familiares.
—Eres una pésima mentirosa.
—La verdad es que soy una mentirosa muy buena, y no es que te tenga que preocupar en tu caso. Es mucho más divertido decirte la verdad. —Coloqué una pieza de metal quemado con sangre en la mesa enfrente de él—. A propósito, el jet se prendió fuego. Creo que esto es lo que quedó del ala izquierda, pero no estoy segura. —Miró fijamente sin ningún tipo de expresión a la pieza que yo había sacado de la cabeza del auxiliar de vuelo. Me puse en el taburete de al lado e intenté hacer como que sentía lástima—. Ya no los hacen como solían hacerlos, ¿eh?
—Estoy bastante seguro de que no necesito esto —dijo Marlowe, dándole la vuelta a un portapapeles que había al lado para que yo no pudiera leerlo. Seguramente no contenía nada interesante, aparte de la estimación de los costes de la reparación, pero él le da una definición completamente nueva a la palabra paranoia; incluso hace que yo parezca una persona tranquila.
—Podría tener algo que tú necesitas —le dijo Louis-Cesare, deshaciéndose del mago aún inconsciente y poniéndolo en el suelo cubierto de residuos—. Éste estaba entre los que nos atacaron.
Marlowe miró indignado al mago por encima del hombro, mientras yo miraba a Louis-Cesare. Sus ojos estaban perfectamente claros, como el cielo en un día soleado de junio. No estaba preocupado, lo que significaba que el desastre que había en el suelo no sabía una mierda ni de él ni de Jonathan. Aquellos ojos veraniegos coincidieron inquisitivamente con los míos sobre la cabeza de Marlowe y yo me encogí de hombros. No tenía ningún interés personal en ayudar al Senado, y tenía un montón de razones para disfrutar viendo cómo se retorcían. Su secreto estaba a salvo conmigo.
—El dislocador —dijo Marlowe con desprecio después de echarle una buena mirada a nuestro cautivo. Me miró—. ¿Sabes cuál es la multa si te cogen con uno de ésos?
—Los magos oscuros —le dije, sacudiendo la cabeza con pesar—. No puedes confiar en ellos.
—¿Esperas que me crea que uno de sus aliados se lo lanzó?
Me quedé sorprendida, incluso conmocionada.
—¿Qué otra explicación hay si no?
Marlowe empujó suavemente al tipo con su pie, dándole en las costillas.
—¿Es eso lo que él va a decir cuando se despierte?
—¿Quién sabe? Los magos son tan mentirosos… —No estaba preocupada. No era probable que el capitán delatara a la persona que le había salvado la vida y Louis-Cesare había prometido a Mircea que no haría nada que pudiera hacerme daño. Entregarme a Marlowe definitivamente iba contra esa promesa. Parecía que los dos teníamos secretos.
Aun así, seguía con mi bolso cerca de la mano, ya que aún había otros dispositivos ofensivos dentro. Habría muchos más tan pronto como tuviera la oportunidad de visitar a un viejo conocido en Las Vegas. Drac quería que siguiera viva por ahora, pero ¿por qué? ¿Y por cuánto tiempo?
—Necesitamos tu ayuda —estaba diciendo Louis-Cesare, y pareció obtener la atención de Marlowe más que con mis intentos de entablar una conversación. Les dejé que hablaran porque vi una sombra que me era familiar pasando rápidamente al lado de la puerta y entrando en una habitación al otro lado del pasillo. Si hubiera estado más lejos, habría dejado que se marchase. Tengo un sentido excelente de la dirección y normalmente no me pierdo, aunque los planos de MAGIC parece que cambian cada vez que estoy allí. Podría ser un hechizo, una de sus muchas defensas integradas o simplemente que yo estaba nerviosa. Sospechaba fuertemente que un corrillo completo de magos oscuros serían mejor bienvenidos aquí que yo.
Me encontré con otro vampiro, uno de los chicos de Marlowe, que entraba por la puerta en ese momento, y le sonreí. Dejó al descubierto sus colmillos, pero al mismo tiempo se encogieron lentamente, como si de verdad yo fuera a clavarle una estaca delante de su maestro ya cabreado. Pasé al lado de él y crucé el pasillo, notando que estaba inundado de trozos de hierro serrado que estaba medio enterrado en el suelo. Normalmente, estos forman lo que pasa por decoraciones en los fortines y candelabros del lugar, pero en épocas de ataque, se convierten en proyectiles letales que apuntan a cualquiera que no está aprobado en la lista. Puesto que mi nombre no estaba de ninguna manera en ese documento, me alegré al ver que parecían estar inactivos.
Abrí la puerta empujándola y vi a quien me esperaba.
—Hola tío.
Radu, con su atuendo habitual de espadachín, de satén color champán en este caso, se quedó helado al verme. Tenía la mirada culpable de alguien a quien los faros de un coche pillan de pronto con un cuerpo, una pala y un agujero. Encontré su expresión muy interesante, ya que no hay mucho que desconcierte a los vampiros más viejos, especialmente no a los que han visto y hecho tanto como él había hecho.
Miré a mi alrededor, pero no había nada que pareciera fuera de lo normal. Estábamos en una de las habitaciones pequeñas e insignificantes que llenan las madrigueras de los niveles más bajos de MAGIC. Como la que estaba al otro lado del pasillo; esta parecía que pertenecía más a un hospital o a un laboratorio que a una fortaleza sobrenatural. Pero no había cuerpos alienígenas en formaldehído u otra cosa para explicar la expresión de Radu. Él sonrió de manera nerviosa; los famosos ojos de color turquesa que una vez le habían dado el apodo de «el Guapo», estaban abiertos de par en par y asustados.
—Deja de mirarme como si esperaras que saque un arma y vaya tras de ti —le dije, irritada. No sé por qué hacía eso; la verdad es que yo nunca había intentado matarle, pero seguramente se imaginaba que siempre hay una primera vez. Me senté en el borde de un mostrador que había al lado y me encendí un porro, intentando parecer informal para que se sintiera cómodo. Teniendo en cuenta la tensión que prácticamente irradiaba de él, no parecía que lo estuviera consiguiendo.
—Vuelves a tener el pelo moreno —dijo, y luego se puso nervioso cuando se dio cuenta de que hacer comentarios personales no era la mejor manera de comenzar una conversación.
—Temporalmente.
Intentó que su sonrisa fuera más amplia, pero le temblaban los labios y rápidamente dejó de intentarlo.
—Eh… ya hace mucho tiempo, Dorina.
—Dory, y sí, es cierto. —Pensé durante un minuto—. Veamos, la Segunda Guerra Mundial aún no se había acabado. Lo recuerdo porque tú andabas quejándote de los alemanes, que estaban hundiendo algún barco con un montón de material tuyo.
—El bloqueo, ya sabes, alrededor de Gran Bretaña. —Hizo gestos de impotencia—. Un problema enorme. Algunas de las hierbas más raras simplemente ya no se podían encontrar en ningún sitio.
—Eso es. —Miré alrededor de la habitación a las filas de estanterías que contenían ingredientes valiosos—. Apuesto a que ya no hay ningún problema para obtener material poco común, ahora que trabajas en MAGIC.
No existía ninguna razón en el mundo para que Radu se sobresaltara por ese comentario. El Senado le había utilizado durante el último siglo como uno de sus investigadores raritos, deambulando por los niveles más bajos, componiendo Dios sabe qué. No había nada de nuevo en eso, así que su reacción me interesó. Pero ya que sabía que tenía casi la misma posibilidad de sacarle información que de que el mundo de los vampiros me votara como la más popular, cambié de tema.
—Ahora estoy trabajando con Louis-Cesare, ¿te lo ha dicho alguien?
Asintió con la cabeza vigorosamente.
—Mircea me comentó algo. ¿Y qué tal os lleváis vosotros dos?
—Fenomenal, hasta que apareció Jonathan.
Miré a Radu cuidadosamente, pero no hubo ninguna señal que me indicara que él reconocía ese nombre. Y si lo hubiera reconocido, se le habría notado. Nunca dejaba de asombrarme que él y Mircea fueran hermanos.
—¿Quién?
—Nada. —Le puse una de mis sonrisas más dulces y, por alguna razón, él palideció—. Estoy muy contenta de haberte encontrado, tío. Necesito un favor.
—Existen tres grandes casas de los duendes de la luz. —Eso me lo había dicho el pequeño vampiro indefinible que Radu había sacado de algún sitio. Olía a libros mustios y antiguos, y a polvo, y era completamente gris: el pelo, los ojos, la ropa y los dientes. Pero el ratón de biblioteca sabía de lo que hablaba; por una vez, el tío resultaba útil—. Los blarestri o los elfos azules son los que actualmente gobiernan, pero su autoridad no es firme porque su rey no tiene heredero; o más bien, tiene un hijo, el príncipe Alarr, pero él no puede gobernar.
—¿Por qué no? —Me senté encima del escritorio rebosante, un escritorio de persiana enorme como algo sacado de Dickens, que ocupaba la mayor parte de la pequeña oficina. El vampiro era uno de los escarabajos de Marlowe, un grupo unido a la red de espionaje que actuaban más como bibliotecarios que como espías. Era uno de los responsables de estar al tanto de la información sobre los duendes, y Radu le estaba cobrando un favor que le debía para que él me permitiera intercambiar un par de ideas durante media hora. Hasta ahora, no había obtenido mucho.
—Alarr es medio humano, y la mayor parte de la sangre del gobernador siempre tiene que ser sangre de duende —explicó el escarabajo—. Pero hay algunos que dudan que él intente seguir lo establecido si le privan del trono. La gente teme una guerra civil ya que si el rey muriera, ya hay otro pretendiente. La hermana del rey se casó con un noble svarestri y tuvieron un hijo con la sangre completamente de duende de sangre real blarestri. Lo llaman Ǽsubrand, que significa «la Espada de Ǽsir».
—Sólo he entendido una palabra de las siete que has dicho —le dije sinceramente—. Volvamos atrás. ¿Quiénes son los svarestri? —El curso preparatorio sobre la política de los duendes ya me estaba dando dolor de cabeza; y ni siquiera me podía quejar porque yo había preguntado por ella.
—Los elfos negros, tal y como se les conoce, son la segunda gran casa del reino de la Fantasía. Y debido a que los alorestri, los elfos verdes, nunca han mostrado demasiado interés por la política, son los svarestri los que presentan la mayor de las amenazas para el gobierno de los blarestri. —Se detuvo para encender una pipa—. De hecho, según la leyenda, ellos gobernaron una vez, hace mucho tiempo, cuando los Ǽsir caminaban por la tierra.
—¿Los qué?
—¿Cómo has podido vivir tanto tiempo y ser tan ignorante? —preguntó, irascible.
—Los Ǽsir eran los señores de la guerra —dijo Radu.
El escarabajo lo miró con aprobación.
—Bastante. Cuentan que amaban más la guerra que el aire que respiraban: Odín, Thor y todos ésos. Ellos desplazaron a Vanir, los dioses de la fertilidad más antiguos y desterraron a sus seguidores, los blarestri, de Eluen Londe…
—¿Qué?
—Eluen Londe. —Lo miré, con cara de no entender—. ¡El reino de la Fantasía! —aclaró impaciente—. Entregaron su gobierno a aquellos que se comprometieron a su servicio, los svarestri, que lo gobernaron hasta que los Ǽsir se marcharon.
—¿Se marcharon adónde?
—Bueno, ése es el gran misterio, ¿no es así? —preguntó Radu excitado—. Nadie lo sabe. Un día, plaf, simplemente ya no seguían estando allí.
Levanté una ceja, pero no pregunté nada. La verdad es que no me importaba adónde se podrían haber ido de vacaciones unos seres míticos.
—De acuerdo, ¿y si hablamos de historia más moderna? ¿Cuál es la situación ahora?
El escarabajo parecía ligeramente perturbado. Titubeó durante un rato, pero la conclusión fue que los vampiros no sabían nada. Había rumores de revuelo en la capital de los duendes y nadie había visto al rey durante semanas, pero nadie podía decir si eso significaba un golpe de Estado. Había pasado por toda esa lección de historia y no había descubierto absolutamente nada útil.
—Todo lo que quiero saber es por qué una parte de los duendes quisieron matarme —dije acaloradamente.
Los labios del escarabajo se abrieron lo bastante como para mostrar los colmillos.
—¿No es lo que quiere hacer todo el mundo? —Radu me metió prisa para que saliera antes de que pudiera averiguar si el pequeño cuerpo regordete del vampiro entraría en el repleto escritorio.
Radu me escoltó hasta los alojamientos de Marlowe, luego se excusó y desapareció en dirección a su laboratorio. Cerró la puerta y esperó unos cuantos segundos para ver si yo le había seguido y continuó hacia la pared blanca que tenía enfrente cuando yo lo había detenido. Sabía esto porque había dejado un Ojo de Argus atado alrededor de la parte de atrás de una silla cercana. En cuanto Radu desapareció de la pared, me metí en el laboratorio, recuperé mi pequeño globo ocular y lo volví a poner en mi llavero. Era el momento de averiguar lo que tenía al tío tan nervioso.
La entrada oculta a un pasillo esculpido en piedra arenisca local no estaba protegida. Me detuve cuando me di cuenta de eso, bastante preocupada, ya que donde el Senado no tiene guardias, tiende a tener cosas incluso más malvadas. La mayoría de los hechizos protectores están designados para mantener a algo o a alguien fuera de la zona, o para activar la alarma cuando un intruso pasa a través de ellos. Las trampas explosivas se usan cuando al Senado no le interesa hacer un interrogatorio y solo quiere muerto a cualquier curioso, y eso normalmente ocurre de una manera bastante desagradable.
Me llevó mucho tiempo recorrer el pasillo, porque estaba convencida de que una trampa me estaba esperando en algún sitio y tuve que comprobar cada pisada antes de atreverme a seguir adelante. Tengo un talismán que hace que cualquier trampa mágica en una zona de medio metro sea visible, pero tarda veinte segundos más o menos en activarse otra vez cuando se necesita otra lectura. Tenía que moverme medio metro, esperar, hacer que el encantamiento hiciera su tarea, obtener una lectura negativa y volver a empezar con todo el proceso de nuevo. Era una de esas cosas que hacían que quisiera chillar.
Pude adivinar por el olor que Radu había entrado por la puerta izquierda de las dos que había al final del pasillo. Era bastante extraño, ya que él odia el océano, pero Radu siempre olía como un día en la playa: sal y ozono. Hoy, eso estaba recubierto con algo más, un aire rancio y extraño que yo no podía reconocer. Puesto que mi catálogo cerebral de olores es bastante amplio, eso debería haberme preocupado más de lo que lo hacía. Pero en vez de angustiarme me había impacientado, lo que a su vez hacía que estuviera más impulsiva de lo normal, aunque las cosas probablemente habrían ocurrido de la misma forma en cualquier caso.
En cuanto mi encantamiento dio una lectura negativa en todas las sorpresas, abrí la puerta y me deslicé dentro. Me vino a la memoria aquella vieja historia sobre la mujer o el tigre, y tuve tiempo de pensar que era obvio que yo elegiría lo último, antes de que la cosa estuviera sobre mí[1]. Olí el aliento fétido de algo que había estado tomándose un bocado de carne cruda recientemente y no se había preocupado en limpiarse los dientes, sentí garras en la parte delantera de mi chaqueta y escuché el familiar zumbido en mis oídos que precede a un periodo de locura inducida por un dhampir.
Cuando recobré los sentidos, me encontré a Radu pinchándome con un palo.
—¡No, no, no! —estaba cantando, y por el estado áspero de su voz, sonaba como si hubiera estado chillando durante un rato. Era bastante extraño, teniendo en cuenta el nivel de ruido, que nadie más se hubiera unido a nosotros, a menos que se contaran las varias cosas extrañas encogidas de miedo en las esquinas. Era difícil verlas porque una pantera que parecía prehistórica, del tamaño de un caballo pequeño, estaba tirada sobre mi pecho, su cuerpo inerte, sin vida. Puesto que mis manos aún estaban enterradas en su garganta, no tuve que preguntar qué era lo que la había matado.
Cuando por fin mi visión se aclaró del todo, me di cuenta de que Radu, estaba intentando quitarme esa cosa de encima a golpes. Su puntería no era demasiado buena, y me alcanzaron tantos golpes como al que acababa de morir. Me dolían las costillas lo bastante como para hacerme saber que esto había durado un buen rato.
Me incorporé, echando el cuerpo a un lado y cogiendo el palo mientras descendía de nuevo. Intenté no darme cuenta de que muchas de las criaturas en las esquinas inmediatamente comenzaron a comerse los restos del gatito.
—Estate quieto de una vez. Ya tengo suficientes moratones.
—Dorina, ¿no estás herida? —Parecía conmocionado. No sé cómo cree la gente que he vivido tanto como lo he hecho. El rumor es que tengo mucha suerte, y aunque no lo niego, ésa no es la única razón.
—No, no me apetecía sentirme comida de gato. —Me miré todo el cuerpo, pero todas las partes parecían estar presentes y no faltaba ninguna, aunque ninguna tenía una pinta especialmente buena. Había un montón de sangre, de la que la mayoría no era mía, y unos pocos mechones de pelo pegados en la parte de arriba.
—¡Mierda! —Me quité la chaqueta y la levanté a la luz. Largas marcas de cortes habían perforado el duro cuero y me dejaba ver partes de la habitación. Su grosor le había evitado a mi cuerpo bastantes laceraciones, pero eso no me hacía sentir mucho mejor.
—Ésta es la segunda vez en menos de un día —me quejé—. El Senado va a recibir una factura para un nuevo fondo de armario si esto sigue así.
—¡Estás bien de verdad! —Radu lanzó sus brazos alrededor de mí e hizo que apretase los dientes del dolor cuando apretó las heridas que las partes del jet me habían hecho en la espalda—. ¡Estaba tan preocupado, Dorina! No podía pensar en lo que le diría si…
—Sí, odiaría que mi muerte te causara problemas con papá —le dije con un sarcasmo evidente. Parecía que Radu no sabía cómo responder a eso, y no es que no le diera la oportunidad—. Y bueno, ¿qué mierda de sitio es éste? —Me di cuenta de que ninguna de las criaturas, algunas en cajas y otras caminando sueltas, me resultaban familiares.
Las dos cosas que se comían al animal muerto daban la sensación de que alguien había golpeado una rata gigante y el contenido de un contenedor de la basura con un dislocador: nada tenía sentido y nada estaba donde se suponía que tenía que estar. Una de las ratas parecía haber agarrado una pierna humana, lo que en un principio yo pensé que se estaba guardando para el postre. Aparté la vista cuando me di cuenta de que estaba unida al lateral de una cadera peluda y se estaba moviendo lentamente como si intentara ganar una posición en el suelo resbaladizo por la sangre.
Después de cinco siglos de horrores, había ya muy poco que me pudiera sorprender. Aún podía sentir asco, pero hubiera dicho que «aterrada» ya no estaba en la lista de mis sensaciones. La última vez que lo había sentido había sido durante la Primera Guerra Mundial, cuando un cazador me metió en las trincheras en Francia justo después de la batalla del Somme. Una montaña de cadáveres, demasiado destrozados y empapados de sangre para descubrir a qué ejército habían pertenecido, se cayeron encima de mí mientras un vampiro resucitado y yo estábamos jugando al escondite. Excavar para poder salir no había sido muy agradable. A veces aún sueño con ello, aún sueño con caerme en una cama de fango, cuerpos descompuestos empujándome por todos lados, la tibia de alguien manchada de lodo clavándose en mis costillas y ratas del tamaño de conejos comiéndose el festín que el hombre, en su infinita estupidez, les había suministrado. Unos pocos hombres en el montón aún seguían vivos, aunque estaban ocupados en expectorar lo que había en sus pulmones en jirones espumosos de color rosa, cortesía de un ataque reciente de gas mostaza. Realicé algunas matanzas piadosas y salí volando de allí, dejando al resucitado detrás. Era la única vez en mi vida que había salido corriendo de una cantera y no estaba orgullosa de eso. Pero al menos creía que había visto la cara más fea de la humanidad.
Estaba equivocada.
Creo que fue el conocimiento instintivo el que me dijo que, fueran lo que fueran esas cosas, su creación no había sido accidental. Observé algo con una cabeza de lobo y un cuerpo gigante de lagarto colocándose en el suelo y dirigiéndose hacia nosotros; su boca fuerte y llena de dientes chorreaba saliva en el suelo y sentí tanta pena como repulsión. Esos dos sentimientos fueron eclipsados un momento más tarde por una marea apresurada de ira pura.
—¿Esto qué es, tu nueva afición, Radu? —No me extrañaba que no hubiera querido que lo siguieran—. Y yo diciéndole a alguien hace poco que uno de mis tíos estaba medio cuerdo. Supongo que tendré que replantearme lo que dije, ¿no?
—Por favor, Dorina, no es lo que piensas…
—¡El nombre es Dory! —Me di cuenta que había agarrado a Radu de tal forma que si hubiera sido humano le habría roto más que unas cuantas costillas. Lo aparté de mí y él se fue haciendo eses hasta acercarse a lo que quedaba del gatito, haciendo que las cosas parecidas a ratas rechinasen sus dientes en dirección a él. Dio unos cuantos pasos para atrás en mi dirección, pero se detuvo en medio, como si tuviera problemas para decidir qué peligro era peor. Si él había estado haciendo lo que yo sospechaba, definitivamente el peor peligro era yo—. De acuerdo, dime lo que debería pensar, porque ni siquiera querrás saber las ideas que se me están pasando por la cabeza ahora mismo.
—Se supone que no tenías que estar aquí —lamentó Radu casi llorando—. ¡No tenías que ver todo esto!
—Eso seguro. —El hedor procedente de las cajas y las vísceras que se estaban comiendo las dos ratas estaba empezando a afectarme. Tan solo porque yo oliese peor no significaba que lo encontrara agradable—. Vamos. Me lo puedes explicar mientras robo una chaqueta nueva.
Los aposentos de Mircea en MAGIC eran, como su propietario, refinados, ricos y de algún modo intimidatorios. Claro que el simple tamaño podría haber tenido algo que ver con lo último. Había una recepción protegida por un vestíbulo majestuoso, un comedor íntimo, una biblioteca y un baño tan grande como mi oficina. Tenía dos habitaciones grandes, una de las cuales era la casa temporal de Radu y cinco pequeñas, supuse que para el caso de que alguien necesitara darle un hogar a una horda de sirvientes. Al único que había visto hasta ahora era a un inglés viejo y agrio (un vampiro, por supuesto) que Mircea le había prestado hacía mucho tiempo a su hermano. Sospeché que había sido provocado menos por generosidad que por la mala disposición constante de la criatura. Geoffrey me había mirado con cara de pocos amigos cuando llegué, pero ya que Radu estaba conmigo, había tenido que dejarme entrar.
Radu y yo nos refugiamos en la suite principal. Paneles de nogal revestían las paredes excepto donde una estantería empotrada interrumpía para exhibir una colección impresionante de lo que seguramente eran primeras ediciones. Una antigua alfombra Kashan de vivo color dorado, marrón y crema cubría el suelo. La cama era enorme y se alzaba por encima del suelo con postes de madera robustos en las esquinas que proporcionaban amarres para las barras de las cortinas que la perfilaban. Las cortinas eran de terciopelo de color coñac con cintas para amarrar de satén marrón oscuro que hacían juego con el edredón acolchado pecaminosamente suave. Estaba bien saber que papi no se estaba privando de nada.
Radu se sentó encima de la cama y me miró con ojos aprensivos mientras yo elegía una chaqueta del enorme armario antiguo de Mircea. Los tallados eran rumanos tradicionales: árboles de vida florecían en cada puerta, y alrededor de ellos, en un diseño elaborado, una cuerda retorcida, flores y dientes de lobo trataban de alejar a los espíritus malignos. Teniendo en cuenta dónde estaba situado, creía que estaba siendo optimista.
Aunque no me sorprendió verlo allí. A Mircea le encantaba el arte popular rumano, en especial cualquier cosa hecha de madera, y había reunido una enorme colección con el paso de los años. Su principal hacienda, en un lugar aislado en el estado de Washington, estaba repleta de esas cosas, desde puertas antiguas de gran valor de Maramures, el centro de la artesanía en madera de la madre patria, hasta cucharas baratas pero bonitas y talladas a mano que habían atraído su atención. O al menos así estaba la última vez que me habían arrastrado hasta allí para una reunión familiar en los ochenta. Nunca lo entenderé. Todo lo que yo poseo, excepto mi colección de armas, puede caber en un coche pequeño. Me gusta que sea así, tener movilidad y poder cortar mis ataduras, marchar y dejar a todo el mundo y todas las cosas atrás en un momento, conduciendo hacia el amanecer…
—Creía que tenía que ser al atardecer. —No me había dado cuenta de que había hablado en alto hasta que Radu elevó la voz.
—El amanecer es mejor. De esa manera, tienes un día completo de ventaja respecto a cualquier noctámbulo que pudiera estar buscándote.
Hice caso omiso de un bosque de abrigos de telas muy caras con suaves solapas y me decidí por algo más firme.
—Éste puede valer. —Saqué a la fuerza un abrigo de cuero en forma de capa de la parte de atrás del armario y me lo puse sobre los hombros. Era de piel muy suave y de color amarillo pálido con un forro marrón que parecía seda. Claro que era demasiado grande, pero eso solo significaba que podía ocultar más material debajo de él.
—Dory, no puedes decir nada de lo que has visto aquí. Tienes que prometérmelo. —Radu me estaba mirando de la manera en la que un niño podría mirar algo a lo que le salen tentáculos y rezuma pus que acaba de enfangar todo al salir de un armario. Me estaba enfadando con él de nuevo.
—Tranquilo, no te voy a morder. —Cualquiera diría que yo era el vampiro aquí. Cómo Radu había podido dirigir alguna vez un país en los difíciles y encarnizados viejos tiempos era todo un misterio. El tipo se ponía nervioso si lo mirabas durante mucho tiempo.
—Yo no soy… Yo no…
—Ahórratelo. Simplemente dime lo que está pasando. —Me tambaleé en una silla de cuero de la época de los cuarenta. Se parecía a algo que a Bogart le hubiera gustado y era decadentemente cómoda.
—Se supone que no puedo hablar sobre ello —protestó Radu, mirando a su alrededor como si esperase que alguien le rescatara. Era muy poco probable. No había visto a ningún sirviente aparte de Geoffrey y él no era del tipo heroico. Él había intentado clavarme un cuchillo en la espalda la primera vez que nos conocimos, supuestamente antes de saber quién era yo, pero lo máximo que me hacía era burla.
—Inténtalo.
—Es… son un experimento; o parte de uno.
—No sabía que te iban ese tipo de cosas. —No era la primera vez que había visto intentar manipular a las especies. Por un lado, los demonios siempre estaban intentando mejorar sus linajes de cualquier forma que pudieran, para ganar a los clanes rivales en la lucha interna constante, y los duendes habían estado haciendo reproducciones selectivas durante siglos. Pero ésos eran intentos para mejorar las especies, por muy extraños que les pudieran parecer a los de fuera y nada de lo que había visto en el laboratorio me había parecido una mejora. Sin mencionar que yo siempre había pensado que Radu, el científico loco residente del Senado, tenía algún tipo de código ético.
—¡Yo no fui! ¡Yo no lo haría! —Radu se detuvo, enrolló el bonito cobertor de Mircea haciéndolo una bola y me miró fijamente, parecía que estaba completamente desconcertado—. Los capturamos en un asalto en una de las cazas del Círculo Negro. Me pidieron que descubriera la razón por la que se creaban.
Me incliné a creerle, sobre todo porque ni siquiera podía imaginarme por qué el Senado iba a desperdiciar en ingeniería genética tan valiosos recursos, y menos durante una guerra.
—No los has guardado muy bien si son un secreto tan grande.
—¡Están muy bien guardados! —dijo Radu, ofendido—. Tú fuiste capaz de atravesar los filtros sólo porque están preparados para dejarme pasar solo a mí, o para ser más específico, a cualquiera con mi sangre. Ya que las únicas otras personas que cumplen con esa descripción son miembros de la familia en quien confío, era infalible. —Parecía malhumorado—. Nos olvidamos de ti.
—Siempre lo hacéis. Entonces, ¿qué es lo que has descubierto? —Su expresión pasó en un momento de una indignación moral a un tono evasivo y engañador. Mentalmente sacudí la cabeza—. Déjame adivinar. Ésa es la parte de la que se supone que no puedes hablar.
—¡Se supone que no puedo hablar de nada de esto! Y Dory, mejor que tú tampoco lo hagas. Al Senado no le gustará que tú lo sepas.
Me encogí de hombros.
—Básicamente no les gusta que respire, así que, ¿cuál es la novedad?
Radu cruzó la habitación tan rápido que casi no me dio tiempo a verlo. Un segundo más tarde yo estaba colgando a más de medio metro del suelo, mientras aquellas manos que parecían delicadas me sacudían como a un perro. Justo cuando te olvidas de que son vampiros…
—¡Prométemelo! ¡No puedes decir nada! El Senado se está tomando esto muy en serio. Si se enteran de que tú sabes todo esto…
—¿Qué? ¿Me matarían? ¿Y en qué se diferenciaría de la situación que existe ahora? —Forcejeé para quitarme de encima a Radu y me alisé las arrugas que sus puños habían hecho en mi chaqueta nueva—. A propósito, tenemos que hablar. —Le empujé hacia la silla que yo había dejado vacía y me incliné hacia él lo más amenazadora posible con cara seria—. ¿Qué te parece si tú y yo discutimos el problema mutuo que tenemos?
—¿Qué problema?
—No te hagas el tonto. Estoy segura de que Mircea te lo mencionó, ¿quizá de pasada? La fuga de Drac. —Radu asintió con la cabeza, tragando saliva. Parecía que se estaba poniendo un poco enfermo y yo me tomé eso como una señal esperanzadora. Mostraba que tenía cerebro y que conocía a su hermano—. ¿Qué planeas hacer con eso?
—Ya lo he hecho —me dijo, señalando a su alrededor—. ¿Por qué te crees que estoy aquí? No me gusta este sitio. Nada está nunca donde yo lo dejo, y siempre hay algún miembro del Senado rondando por aquí, pidiendo informes de los progresos. Podría trabajar de una manera mucho más eficaz en casa, pero Mircea dijo que Vlad no intentaría cogerme aquí.
—No, supongo que no. —Teniendo en cuenta que él tendría que atravesar el Senado y sus dispositivos de retención, el Círculo Plateado y su grupo de magos de la guerra psicóticos y quién sabía a cuántos hombres lobos, duendes y lo que fuera que estuviera rondando alrededor en ese momento, parecía una apuesta segura—. ¿Así que cuál es el plan? ¿Estar aquí atrapado para siempre? No parece que vaya a ser muy divertido, Du.
—Ya sabes que odio ese diminutivo tan absurdo —me dijo irritado—. ¿Por qué no puedes dejar los nombres de la gente tal y como son? ¿Te causa algún tipo de daño físico pronunciar una sílaba extra?
Sonreí.
—Parece que acabo de tocar tu punto sensible.
—¡Tonterías! —Radu se sentó un poco más derecho y me empujó para echarme hacia atrás unos treinta centímetros más o menos. Hablar de su difícil situación parecía que había evaporado mi potencial para causar miedo: no hay muchas cosas que parezcan aterradoras al lado de Drac—. Mircea dijo que tú te encargarías de él inmediatamente y que después me podría ir a casa.
Parecía molesto.
—¿Por qué no estás ya intentando cazarle en lugar de estar fisgoneando por aquí? Pensaba que te gustaba matar cosas.
—¡Ajá! —Le di una palmada en la espalda—. Sabía que no era la única lista en la familia. ¡Tú también lo quieres muerto! —Me fui a servir una copa al tipo. Se la había ganado.
—¡Por supuesto que lo quiero muerto! —soltó Radu inmediatamente—. ¿Te haces una idea de lo que le gustaría hacerme? Él siempre me ha despreciado.
—Así que estamos en el mismo barco. —Cogió el vaso de güisqui que le di mientras me ponía cómoda sobre el cojín que había a sus pies, o lo intentaba antes de ver cómo me caía de culo así sin más. Me levanté y volví a intentarlo, pero lo único que conseguí es que volviera a pasar lo mismo. Esta vez, miré más de cerca la banqueta, un taburete bajo grueso cubierto con cachemira y con flecos gordos en cada esquina y noté algo raro, incluso para mí. Estaba levantado del suelo unos pocos centímetros, sus pies no llegaban a tocar la alfombra.
—Se tapizó con una antigua alfombra voladora —explicó Radu, viendo la manera en la que lo estaba mirando—, y tiende a ser muy temperamental. Yo no… —Agarré la cosa y me encontré con que, de repente, se meneaba como un perrito demasiado enérgico. Se me escapó de entre las manos, pero yo salté encima y la sujeté—. No le gusta que la utilice nadie excepto Mircea —dijo Radu—. Creo que hay otra silla en…
—Me gusta ésta —le dije, mientras el caballo salvaje trotaba y me lanzaba contra el poste de la cama, estrellando mi muslo contra la dura madera.
—Yo tampoco le gusto —dijo Radu mientras yo cogía una de las cintas para atar las cortinas del poste de la cama. El plan era sujetarlo, pero de algún modo, parecía saberlo y se fue dando rápidos saltos en la otra dirección, sacudiéndome tan salvajemente como pudo en el proceso—. De todas formas, no creo que Vlad te odie, Dory —suspiró Radu—. O si te odia, es simplemente por accidente.
—Y por esa nadería de haber ayudado a atraparlo durante un siglo más o menos.
—Bueno, sí, por eso también. —Radu vació el vaso mientras yo luchaba para que la cinta para amarrar las cortinas se enrollara alrededor de uno de los pies del cojín. Al final lo conseguí, pero luego tuve que imaginarme dónde unir el otro lado para poder tener una posibilidad de sujetarlo—. Pero a mí me tiene mucho más odio. Mircea y yo somos hermanos, pero él y Vlad siempre fueron los amigos del alma. Dos guerreros y un debilucho pedante: era ridículo —dijo agriamente—. Intenté seguirles el ritmo, al menos al principio, pero no era bueno en eso. Incluso con la mejor instrucción en el país, mi habilidad con la espada nunca fue mejor que la media y era un desastre montando a caballo. La verdad es que aún lo soy.
—¡Vaya por Dios! La vida es injusta. —No sentí ninguna lástima en absoluto. El cojín nos llevó hasta la estantería y se me ocurrió una idea. Cogí un montón de volúmenes pesados y, efectivamente, sus travesuras se fueron reduciendo perceptiblemente. Los metí a empujones debajo de mis pies y rápidamente cogí dos más. El cojín lentamente comenzó a moverse hacia el suelo y pensé que ya lo tenía, pero luego se levantó fuertemente y nos lanzó a mí y a los libros hacia el otro lado. Se fue volando; los flecos se movían con prepotencia.
—Toma esta silla, Dory —me ofreció Radu, empezando a levantarse, pero yo le dije que no con la mano.
—No, de verdad. Estoy bien. —Comencé a acechar al cojín, pensado en destriparlo—. ¿Qué es lo que estabas diciendo?
—Bueno, sí, que las cosas se deterioraron después de que padre estuviese de acuerdo en que fuéramos rehenes, claro. Efectivamente ellos se volvieron inconmensurablemente peores. Yo me libré de gran parte de la tortura después de que padre rompiera su tratado con los turcos y nos echaban a los calabozos. Yo debería haber sido más fuerte, debería haberlos desafiado del mismo modo en que lo hizo Vlad, pero no sabes cómo era. —Se pasó la lengua por los labios y puso el vaso a un lado con una mano ligeramente temblorosa—. Vi el aspecto que tenían algunos de los antiguos prisioneros, aquellos que habían estado allí dentro algún tiempo. Les faltaban las narices y los labios, tenían los dientes rotos, las extremidades arrancadas, quemaduras por todos sitios…
—Sí, terrible, terrible. —Había visto cosas que hacía que los turcos parecieran niños jugando, pero, por otro lado, Radu también. La gran diferencia es que él era bastante joven, apenas un adolescente, si recuerdo bien, para estar tratando con esa clase de cosas tan horrorosas. Puesto que ahora él estaba manejando el parque zoológico del Senado, algo que me hubiera dado pesadillas, él tenía que estar hecho de material más duro de lo que parecía.
De repente el cojín cambió su curso y pasó rápidamente entre mis piernas, haciendo que me volviera a caer al suelo. Le lancé una mirada maligna; incluso los muebles que había por allí me odiaban. Luego salté repentinamente y me lancé encima de él. Puse a esa cosa malvada boca abajo y la até al poste de la cama antes de que tuviera oportunidad de intentar cualquier otro truco. Para cuando hube terminado, estaba atado con las cuatro cuerdas para atar las cortinas, la sábana y varios objetos del armario de Mircea.
—¡Venga! —Le sonreí triunfante—. Intenta moverte ahora, maldita sea.
Radu suspiró y se levantó para rellenar su vaso.
—Eso está muy bien, Dory, pero ¿cómo te vas a sentar encima ahora?
Uno de los flecos se agitaba, dando la impresión de que me estaba sacando el dedo. Muy bien. Podía quedarse así hasta que se pudriera. Me dejé caer en la silla que Radu había abandonado y le lancé a aquella cosa una mirada fulminante.
—¿Adónde quieres llegar, tío?
Se apoyó contra la barra y me observó con sobriedad.
—Sólo quería decir que yo fui débil. Me ofrecieron una salida y yo la cogí. Vlad nunca me perdonó por eso, por dormir con el enemigo, como se dice en esta época. Y luego, claro, él piensa que lo traicioné y le robé su trono.
—Le traicionaste y le robaste su trono.
—Bueno, sí, pero solo después de que él se volviera completamente loco —dijo Radu impaciente—. No era estúpido, Dory. Sabía que los turcos estaban intentando utilizarme, pero teníamos que hacer algo con Vlad. Nunca he olvidado la visión de los cadáveres, miles de ellos, empalados vivos con una estaca en los campos alrededor de Tirgoviste. En todos estos años, nunca he visto nada igual.
—Hubo mucho más muertos en algunas batallas de las guerras mundiales.
—Sí, pero no con esa… esa precisión, esa intención. Ya sabes, hacía que colocaran las estacas en formas geométricas, para así poder regodearse contemplando las imágenes que montaba.
—No, no lo sé. A mí me habían dado a un grupo de gitanos, ¿te acuerdas?
—Ah, sí. —Radu me miró ligeramente—. ¿Cómo te fue eso?
Lo miré fijamente. Quinientos años después y finalmente se atrevía a preguntar.
—¡Oh! Estupendo. Tenían gatos por todos lados para alejar a los ratones de la comida, y a mí para matar a cualquier vampiro que intentara comérselos. Buenos tiempos. —Bueno, hasta que todos acabaron muertos.
—Ah, qué bien.
Me callé una réplica. Estaba recordando rápido por qué normalmente evitaba las conversaciones con Radu.
—La cuestión, si dejas que te lo explique, es que los dos tenemos el mismo enemigo. Vale… —Levanté una mano para evitar otro montón de recuerdos sentimentales—. Drac podría estar planeando una despedida más elaborada para ti, pero aún está en sus planes que yo muera y eso no entra en los míos.
—Entonces, sería mejor que le dijeras a Mircea que tú no vas a ir tras él. Necesita saberlo para planear algo distinto.
Lo observé a través del vaso pesado de cristal. Una docena de pequeños Radus me devolvieron la mirada, cada uno de ellos tan ingenuo como el anterior.
—¿Y cuál crees que es exactamente su plan de emergencia? ¿Quién estaría lo bastante loco como para enfrentarse a Drac? Incluso aunque no estuviéramos en guerra creo que se podría decir que ésta es una misión que la mayoría de la gente dejaría pasar. —La verdad es que yo conocía a unos cuantos cazadores de recompensas que podrían serlo bastante estúpidos como para intentarlo, siempre y cuando obtuvieran la cantidad adecuada, pero dudaba que consiguieran algo más que insultar al tío. Justo antes de que él los convirtiera en carne picada.
—Mircea se ocupará de eso —ofreció Radu de forma poco servicial—, pero está intentando concretar una reunión de los seis senados.
—¿Por qué? —Tener a un grupo de vampiros jóvenes locos alrededor ya era bastante.
—Por la guerra, claro. Se está volviendo bastante molesta.
Decidí dejar esa conversación para otro momento. Cuanto menos supiera acerca de lo que Mircea estaba haciendo, mejor podría dormir.
—Así que, bueno, tenemos un enemigo en común…
—Eso es lo que tú dices.
Respiré hondo y lo intenté una vez más.
—Tal y como yo lo veo tenemos dos posibilidades. Podemos escondernos aquí por miedo hasta que Drac obtenga la fuerza suficiente para entrar y cogernos a los dos o podemos ponernos a la defensiva. Yo prefiero esto último, ya que dejar que él tenga el poder es una buena manera de acabar muertos o algo incluso peor —añadí, teniendo en cuenta que seguramente Radu tenía razón en lo que se refería a los planes de su hermano.
—¿Y cómo vamos a hacer eso? Ya te lo he dicho, no soy un luchador, Dory. Ese ejército que yo dirigí era turco, y sus comandantes también lo eran. Yo sobre todo, estaba allí como una figura decorativa para que la gente considerara como su gobernador a alguien de las viejas familias en lugar de a un príncipe turco. No tomaba ninguna decisión.
—No tendrás que luchar contra él —le aseguré a Radu.
—¡Ah, bueno! —Parecía aliviado.
Acabé mi bebida y le di una palmadita en la pierna con cariño.
—Tú eres el cebo.