6

El jet del Senado estaba encima de la pista de aterrizaje; parecía puro e inocente bajo el cielo azul brillante. Irradiaba un blanco cegador, como si alguien lo hubiera lavado hacía poco. Un camión cisterna se alejaba retumbando mientras mirábamos, así que ya había repostado y estábamos listos para irnos. Me dio escalofríos.

—¿Vienes? —Louis-Cesare estaba impaciente y la verdad es que no podía culparle. Yo me había quedado detrás de un vagón de equipajes vacío durante casi veinte minutos, esperando a que acabaran de repostar, intentando decirme a mí misma que no había problemas en seguir adelante. Pero la base de mi espina dorsal no opinaba lo mismo. El hormigueo que en un principio me había hecho detenerme y esperar a que los humanos salieran de la zona ahora se había convertido en un escalofrío con todas las de la ley. Algo no iba bien en el avión.

Lo miré fijamente, ignorando la expresión en la cara de Louis-Cesare. Su rostro me decía que sinceramente le importaba un bledo si me gustaba o no y que estaba a punto de irse sin mí. Ya que luchar con él y ponerlo contra el suelo era la única manera de evitar que lo hiciera, y eso últimamente no había funcionado demasiado bien, estaba resignada a tratar con lo que fuera o con quien fuera que estuviera esperándonos. Pero eso no significaba que me gustara.

No es que pensara que Drac nos iba a matar, incluso aunque nos estuviera esperando dentro. Él disfrutaba jugando al gato y el ratón, y acababa de empezar a jugar. Él quería que yo pagara por todos aquellos largos años que se había pasado en cautividad; algo que una muerte rápida no compensaría, no en su opinión. En los viejos tiempos, él había hecho empalar a personas en estacas, bien lubricadas, asegurándose que tardarían un par de días en morir, y eso era cuando ni siquiera estaba tan enfadado. Estaba bastante segura de que él tenía mucho más planeado para mí. Pero claro, ése era el problema con los maníacos: nunca podías estar completamente seguro de lo que harían. Quizá tenía prisa por llegar hasta Radu y acabaría con nosotros a la primera oportunidad que tuviera. La verdad es que no pensaba que fuera así, pero no estaba dispuesta a arriesgar mi vida en ello.

—Ya discutimos esto —me recordó Louis-Cesare, más calmado de lo que me había esperado—. Tenemos que ponernos en contacto con lord Mircea y preguntarle qué es lo que desea hacer.

Me importaba una mierda lo que Mircea quisiera. Mi mano estaba sobre el brazo de Louis-Cesare, justo por encima del codo, de donde le había agarrado instintivamente cuando había empezado a caminar.

—Creo que hay un problema con el avión.

Intentó que le quitara la mano de encima, pero yo seguí sujetándole el brazo.

—¡No seas ridícula! Ésa es la única línea segura que tenemos disponible para llegar al Senado.

La verdad es que no era así. Podríamos dirigirnos a MAGIC, la Metafísica Alianza de Grandes Interespecies Asociadas y hablar con Marlowe en persona. Probablemente Mircea no estuviera allí, pero yo no estaba tan preocupada por mantener a papi informado como parecía estarlo Louis-Cesare. Mantener la cabeza firmemente pegada a mis hombros era lo que tenía en mente en ese momento y para eso necesitaba ayuda. Marlowe podría proporcionárnosla y aunque sin duda primero me lo haría pasar mal, no sería nada comparado con lo que me haría Drac. Pero Louis-Cesare no quería abandonar la zona en donde se había visto a los hombres de Drácula conduciendo hasta el cañón aislado cerca de Las Vegas donde se encontraba MAGIC.

—Te lo estoy diciendo, ponernos cerca de ese avión es una mala idea. Ellos sabían que nos íbamos a reunir en el Hog. Kristie les podría haber dicho que íbamos a llegar allí en avión y es difícil no ver esta cosa.

Levantó ligeramente el labio dejando ver sus dientes. Hizo que se pareciera más al depredador que realmente era en vez de a míster Enero.

—Tienes miedo.

Me encogí de hombros.

—Llámalo como quieras, pero no he durado quinientos años por ser una estúpida. Si entras ahí, ya no volverás a salir.

—¿Y eso te importaría?

—La verdad es que no especialmente —admití—, excepto porque podría necesitar ayuda para robar un coche.

—Por última vez, ¡no vamos a ir en coche a Las Vegas! Nos llevaría todo el día.

—No del modo en que yo conduzco.

Louis-Cesare se separó de mí con un movimiento brusco que casi hace que me quedara tirada en el hormigón. Supongo que estaba cansado de discutir. Salió de la estrecha línea de sombra que proyectaba el vagón de equipajes y se sobresaltó ligeramente cuando la luz del sol cayó directamente sobre él.

—Quédate aquí si estás preocupada. Esto no me llevará mucho tiempo.

Lo miré mientras caminaba a grandes pasos, sabiendo que no era lo bastante fuerte como para detenerlo. Era una sensación poco habitual para mí y no me gustaba nada. Maldito vampiro obstinado. Si despegaban cuando él subiera a bordo, no tendría ninguna forma de alcanzarlo a tiempo. Por otro lado, morir a su lado no nos ayudaría a ninguno de los dos. De repente recordé todas las razones por las que odiaba trabajar con vampiros. Cazarlos era muchísimo más reconfortante.

Miré cómo caminaba a través de la calima que brillaba sobre la pista de aterrizaje, intentando ignorar las preocupaciones que me carcomían por dentro. Entró en el jet y durante un momento no pasó nada; comencé a pensar que quizá estaba siendo un poco más paranoica de lo normal. Luego volvió a salir, arrastrando al piloto y al auxiliar de vuelo con él. El auxiliar de vuelo no se movía y no me gustaba la manera en la que su cabeza se bamboleaba. O estaba muerto o daba esa impresión. El piloto estaba casi fuera del alcance de mi vista; colgaba encima del hombro de Louis-Cesare, así que todo lo que podía ver era su trasero uniformado y la parte izquierda de los pantalones cubiertos de sangre.

Estaba a punto de avanzar cuando me di cuenta de que muchas otras siluetas estaban haciendo lo mismo. En unos pocos segundos, el avión estaba rodeado de un grupo de figuras oscuras que, a pesar de mis mejores esfuerzos, no podía enfocar con claridad. Eran magos bajo un hechizo de encubrimiento. Esto no era bueno, especialmente teniendo en cuenta que Louis-Cesare había salido de un jet del Senado y resultaba que los vampiros estaban en guerra con los magos oscuros. Pensé en lo irónico que resultaría que nos mataran otras personas antes de que Drac pudiera encontrarnos, y me incliné para abrir la bolsa de contrabando que tenía a mis pies.

Mi mano se cerró en una esfera pequeña y oscura casi al mismo tiempo que el primer borrón alcanzaba a Louis-Cesare. Apunté al círculo de sombras que se estaban acercando y la esfera aterrizó en el medio del grupo, explotando en cuanto tocó la pista de aterrizaje. Hubo una luz plateada más tarde y tres de las personas aparecieron en el suelo. No parecía que fueran humanos, pero teniendo en cuenta que acababan de ser golpeados por una bomba dislocadora, no era nada sorprendente.

Uno de ellos tenía la cabeza mágicamente pegada a su muslo y ahora un brazo le estaba creciendo de la frente. Ya que el brazo no era del mismo color que el resto de su piel, me imaginé que pertenecía a la persona que tenía a su lado y que había adquirido un nuevo par de orejas en su mejilla izquierda pero había perdido la nariz. A diferencia de estos dos, que estaban montando el numerito que cabía esperar en esas circunstancias, la tercera figura estaba en el suelo, quieta. Me di cuenta del porqué mientras me acercaba con el dislocador que me quedaba en la mano. Un gran número de órganos que una vez fueron internos ahora estaban pegados a su lateral; y el corazón, al que le eché un vistazo, ya no latía. Él había sido el que había tenido suerte; el hechizo no era reversible, lo que significaba que los otros dos se enfrentaban a un futuro interesante.

Pasé corriendo al lado de ellos hacia donde al menos otros seis borrones habían llegado a la rampa y estaban escalando por encima de un cuerpo que bloqueaba parcialmente el camino. No había visto lo que había pasado, pero Louis-Cesare tenía que haber matado a su atacante, lanzarlo escaleras abajo y volver a arrastrar a los miembros de la tripulación dentro del jet. Al ser propiedad del Senado, estaba claro que el avión estaba diseñado para resistir ciertas formas de ataque mágico, pero dudaba que sus defensas aguantaran mucho tiempo contra toda esa cantidad de magos. Además, ¿cómo se había hecho daño a la tripulación a menos que ya se hubiera encontrado una manera de entrar?

Me detuve a poca distancia de las figuras que estaban subiendo por la rampa y lancé mi otra bomba. Solo la mitad de ellos consiguieron sacar sus protecciones a tiempo. Los otros tres se cayeron rodando por la rampa y aterrizaron a mis pies; charcos de carne desplazada que en dos casos ni siquiera podrían chillar: ya no tenían las partes necesarias en los lugares adecuados.

Uno de los magos que quedaba, que o estaba realmente concentrado o no se había dado cuenta de nada, siguió corriendo hacia la puerta del jet, pero los otros dos se giraron y se pusieron frente a mí. No esperé a averiguar lo que la figura que estaba más cerca tenía planeado, sino que lancé otra pequeña sorpresa hacia la rampa. Esta tampoco estaba en la lista de dispositivos mágicos aprobados, pero a diferencia de los dislocadores, era un antiguo invento que esperaba que no hubieran visto antes o contra el que no supieran cómo defenderse. O yo tenía razón o sus reflejos eran lentos, porque la pequeña bolita roja se quedó parada al lado de su bota. Instintivamente se echó hacia atrás, pero no lo bastante rápido.

Un rizo de humo de color carmín le envolvió la pierna y rápidamente subió por todo su cuerpo. Un instante más tarde, donde había habido una mujer relativamente joven sólo quedaba una vieja arrugada, su vida aspirada por el humo que ahora estaba volviendo a su recipiente. Colocó con fuerza una mano marchita contra su pecho y se puso de rodillas mientras yo saltaba a la rampa, sosteniendo en la mano mi bolita, ahora amarilla brillante, mientras caminaba. No necesitaba la vida que contenía, pero alguien más pagaría un alto precio por ella, posiblemente lo bastante alto como para dejarme recuperar mis pérdidas en este rescate. Los dislocadores no eran baratos.

El otro mago, el que tenía la piel parecida al cuero y una cara como la de un boxeador profesional cuarentón, gritó algo. Un momento más tarde, algo que se parecía al puño de un gigante me golpeó en la cara, me cogió y me lanzó a unos diez metros del avión. Choqué contra la pista de aterrizaje con un golpe seco, después de hacer unos cuantos giros desorientados en el aire. El impacto resonó en todo mi cuerpo, haciendo que me mordiera el labio lo bastante fuerte como para probar mi sangre. Levanté la vista y vi al mago, que estaba saltando sobre la barandilla hacia mí, como si fuera el protagonista de alguna peli de acción, y sonriendo. La verdad es que casi nunca me empleaba a fondo en una lucha hasta que no había un poco de dolor.

—¡Sopor! —gritó el mago, mucho antes de acercarse tan siquiera a mí. No había reconocido la palabra que había usado antes, pero ésta era otra historia. Sentí una oleada de letargo que comenzaba en mi espina dorsal, amenazando con enviarme a ver al coco por última vez y haciendo que mis extremidades se adormecieran y se quedaran inútiles en el proceso. Podría haber funcionado, pero ya me las había visto con este hechizo antes. Me mordí fuerte el destrozado labio inferior y el fuerte dolor hizo que el letargo aminorara lentamente.

Luchar con magos nunca es tan sencillo como a mí me gustaría. Yo prefiero un bonito enfrentamiento físico donde sobre todo se trate de fuerza, velocidad y de quién hace los mejores movimientos. Con los magos, es casi siempre como una pelea para ver quién tiene los juguetes más malvados. Teniendo en cuenta que me estaba enfrentando a un mago oscuro de la guerra, no tenía ninguna duda de que su colección de juguetes se equiparaba a la mía y por eso fue por lo que ignoré el impulso de divertirme un poco y simplemente le lancé el cuchillo que saqué de mi bota. El tipo ni siquiera se sobresaltó ni intentó esquivarlo, supongo que actuó bajo el supuesto de que sus protecciones lo detendrían. Lo habría hecho si yo no hubiera pagado una pequeña fortuna por haberlo encantado.

Ése es el problema de la protección mágica: tiene la misma fuerza que el mago que la lanza y no ayuda en absoluto si el poder mágico de tu oponente es mayor que el tuyo. Por suerte, había valido la pena pagar por ese hechizo. La última expresión en la cara del hombre antes de que golpeara la pista de aterrizaje fue de sorpresa mientras miraba la hoja que estaba clavada en su corazón.

Recuperé mi cuchillo y corrí de nuevo hacia la rampa, sacudiendo la cabeza para deshacerme de lo que me quedaba de letargo, pero el mago que quedaba había traspasado las defensas del avión mientras yo estaba ocupada en otras cosas. Me lo encontré dentro, luchando con Louis-Cesare. Apenas me di cuenta de que estaban allí, ni del estado desvalijado del avión. Toda mi atención se centró en el maltrecho piloto, que estaba mirando horrorizado una caja pequeña conectada al suelo cerca del copiloto. Ponía 01.34 cuando miré por primera vez en su dirección, y un segundo más tarde, 01.33.

Las piernas del piloto estaban destrozadas y el fémur le sobresalía de la tela azul oscuro de los que una vez habían sido sus bonitos pantalones ajustados. Lo agarré y miré a mi alrededor.

—¿Hay alguien más a bordo?

Él parpadeó pero no contestó. No parecía que le doliera nada, lo que significaba que o Louis-Cesare ya se había encargado de él o que sufría una conmoción. De cualquier modo, dudaba que fuera de mucha ayuda, pero me imaginé que merecía la pena intentarlo.

Le di un pequeño meneo y señalé la bomba.

—¿Puedes desactivar esa cosa?

—No lo sé. —Sus ojos estaban dilatados—. Quizá, si tuviera más tiempo…

Observé el rostro inexpresivo del tipo, y la cara pálida y sudorosa. La primera vez que lo vi, pensé que no tenía el aspecto de alguien que debiese trabajar para un grupo de monstruos chupasangres, con su pelo rubio arena, mejillas enrojecidas y una mirada bizca que de algún modo no desentonaba con su sonrisa abierta y amable. Ahora encajaba mejor en el papel.

—Vamos —le dije, echándomelo al hombro. Dejé mis manos libres para las armas ya que supuse que las necesitaría.

—¡Dorina! ¡Te ordené que esperaras! —Louis-Cesare me lanzó una mirada mientras esquivaba un golpe del mago que estaba enfrente de él. A mí me parecía un empate, ya que las protecciones del mago estaban desviando los golpes del vampiro, pero Louis-Cesare era demasiado rápido para que el mago le golpeara. El tipo podría haber utilizado algo un poco más malvado que un cuchillo largo que llevaba si no hubiera estado en una zona sellada mágicamente. No me podía arriesgar a utilizar mis juguetes por la misma razón: era demasiado fácil que explotasen, dadas las defensas que el Senado había puesto.

—¡Déjale! —le grité a Louis-Cesare—. ¡Tenemos que irnos!

—Vete tú —contestó, dando otro golpe inútil con su espadín—. Jonathan va a morir hoy.

Miré al mago; su hechizo de encubrimiento se había venido abajo ya que él estaba utilizando toda su fuerza extra para mantener sus protecciones. Los dos hombres eran casi de la misma altura, pero los hombros flacos y delgados del mago hacían que pareciera más pequeño. Lo analicé en mi cabeza inmediatamente: pelo corto, rubio platino, grandes ojos grises, una nariz incluso más grande, cara pálida; no, no lo conocía, aunque intento mantenerme lejos de los magos en general y de los oscuros en particular.

—Tenemos que salir de aquí antes de que esta cosa explote, ¡si no, moriremos todos! —Hice un gesto señalando la bomba, en la que ahora se leía 00.52—. ¡Vamos!

Tanto Louis-Cesare como su oponente miraron el reloj; luego el mago optó por la prudencia y salió volando por la puerta. No intenté detenerle; estaba demasiado ocupada corriendo tan rápido como podía detrás de él. Louis-Cesare me seguía de cerca, arrastrando con él el cuerpo laxo del auxiliar de vuelo, y los tres corrimos hacia la alambrada metálica cerca de la pista de aterrizaje. El mago, que no llevaba ningún cuerpo, la alcanzó primero y la saltó. Louis-Cesare soltó al auxiliar de vuelo y se fue tras él, saltando la alambrada de casi dos metros y medio como si ni siquiera estuviera allí.

Yo solté al capitán al lado de su compañero de trabajo justo cuando el avión explotó en una erupción de llamas naranjas y humo negro. Varios pedazos blancos y calientes de metal chocaron contra mi espalda después de que me moviera para proteger al capitán. Estaba tratando de alcanzar al auxiliar de vuelo cuando una pieza de plata que llegó volando le cortó en pedazos la frente, quitándole el cuero cabelludo antes de incrustarlo en el poste que tenía detrás de la cabeza. Me acuclillé sobre el cuerpo del capitán que aún respiraba y esperé a que acabara. Hay días que es mejor no levantarse de la cama.

Media hora más tarde, estábamos en un nuevo Mustang brillante dirigiéndonos a Las Vegas. Lo habíamos elegido por el fuerte revestimiento ultravioleta en las ventanas, pero también venía equipado con una transmisión manual. Lo había estado mirando dudosamente después de que lo localizáramos en el amplio aparcamiento de la oficina de alquiler de coches.

—Deberías haberme dejado robar algo. Yo no conduzco coches con cambio manual.

—Yo conduzco —dijo Louis-Cesare, deslizándose en el asiento bajo tan fácilmente como si lo hubiera hecho cientos de veces—. Tú estás borracha.

Ojalá lo estuviera.

—Me he tomado solo dos cervezas, sobre todo por el contenido en agua.

—Si necesitabas agua, ¿por qué no bebiste agua?

—No me gusta el agua.

—Sube o te quedas aquí, Dorina.

Me subí. Quería estar allí cuando le dijera al Senado que habíamos destruido un avión de un millón de dólares en menos de un día. Me senté en el asiento del copiloto, mientras nuestros dos pasajeros se ponían en los asientos de atrás. Uno era el capitán, que se había quedado dormido con un poco de persuasión por parte de Louis-Cesare; el otro era el único mago oscuro, exceptuando a Jonathan, que había sobrevivido a la explosión. Si es que se le podía llamar así.

Louis-Cesare había insistido en que lo lleváramos con nosotros, pero el tipo me estaba dando pánico. El pie que le salía por el lateral del cuello y el hecho de que ahora tuviera literalmente ojos en la parte de atrás de la cabeza probablemente tuviera algo que ver con eso. Después de cinco minutos de escucharle chillar, ya había tenido bastante, así que le golpeé y lo dejé inconsciente.

—Así que, ¿quién es Jonathan? —pregunté, enredando con las rejillas del aire para que estuvieran lo más abiertas posible. El sol estaba tan caliente que podía saborearlo, y la carretera brillaba enfrente de nosotros como una serpiente negra que se ondulaba. Era el tipo de calor que aparece en los titulares de los periódicos y que hace que las personas comiencen a hacer horrendas predicciones acerca del calentamiento global. Me había traído conmigo el resto de las cervezas del paquete de seis, pero como yo, la botella que tenía en la mano ya estaba sudando mucho.

La única respuesta que obtuve fue un leve aumento en la velocidad.

—«Si vamos a trabajar juntos, deberíamos saber algo el uno del otro» —cité textual y píamente.

—El mago no es importante.

—¿Has arriesgado tu vida para intentar matarlo y no es importante?

Lo único que recibí como respuesta fue un silencio sepulcral. Los ojos de Louis-Cesare estaban puestos en la carretera, pero podía verlos claramente por el espejo. Eran perfectos receptores y mostraban cada reacción en aquellos iris vívidos. Su rostro era inexpresivo, la superficie de su cara era como la de una estatua, fría e inquebrantable. Pero cuando pensaba en Jonathan, había algo parecido a la angustia en sus ojos.

—Como te he dicho, has arriesgado tu…

—No es cosa tuya.

—¿En serio? Porque eso no es lo que me parece. No hay ninguna razón para que el Círculo Negro atacara ese avión. Sí, pertenece al Senado y sí, hay una guerra de por medio. Pero no solo atacaron y se fueron. Esperaron a que nosotros volviéramos. Nos esperaron.

—Ya sabíamos que teníamos un traidor.

—Sí, pero ahora sabemos… —Un jadeo ahogado del mago que había en la parte de atrás me interrumpió. Teniendo en cuenta su estado actual, no creía que golpearle para que se callara todo el camino hasta llegar a MAGIC fuera una buena idea; no si alguien quería interrogarlo después. Encontré un dardo adormecedor en mi mochila y me aseguré que estuviera inconsciente durante todo el viaje.

Me di la vuelta y me encontré con los ojos de Louis-Cesare puestos en mí.

—Ahora también sabemos algo más —continué—. Tenemos que deducir que Drac está trabajando con el Círculo Negro, a menos que tú pienses que tenemos dos filtraciones: una que informa al tío de nuestro paradero y otra que le da la misma información a los magos. Personalmente creo que es un poco difícil de tragar.

—No es imposible —dijo Louis-Cesare tercamente—. Hace poco ha habido casos donde los vampiros, algunos bajo juramento a maestros de primer nivel, han conseguido romper su lealtad. Otros incluso intentaron matar a su propio señor.

Mi cerveza había dejado un círculo de condensación en la parte de abajo de mis pantalones. Lo froté e intenté digerir este nuevo bombazo.

—¿Y por qué yo no sé nada de todo esto?

—El Senado lo está manteniendo en secreto. Temen que si lo hacen de otra forma alienten a cualquier vampiro insatisfecho con su posición para que rompa el vínculo con su maestro. —Me miró—. ¿Entiendes el riesgo que eso conlleva?

Asentí con la cabeza de manera torpe. Una de las principales cosas que mantienen al mundo vampírico tan ordenado la mayoría del tiempo, es la imposibilidad casi total de que cualquier vampiro rompa el control que su señor tiene sobre él. Cada maestro responde por sus hijos, hasta el mismo nivel del Senado. La única excepción a la norma, o al menos eso era lo que yo había pensado hasta entonces, eran los vampiros que alcanzaban el estado de primer nivel. Me preguntaba cuántos seguirían siendo fieles si tuvieran otra alternativa. ¿Por qué me daba la sensación de que no serían muchos?

—¿Y qué es lo que está haciendo el Senado al respecto? —pregunté. Si el Círculo Negro había ideado un modo de emanciparse a voluntad, podríamos estar frente a un caos: cientos, quizá miles de vampiros resentidos tomando sus propias decisiones, sin ninguna norma, nada más que con la fuerza bruta.

—Investigar. Tenemos razones para creer que el método que los oscuros estaban utilizando ya no lo tienen disponible. No obstante, no se sabe cuántos vampiros se vieron afectados hasta entonces. Es poco probable que el número sea alto, pero es casi seguro que aún no los hemos encontrado a todos.

Las cosas cada vez se iban poniendo mejor…

—Vale, todo esto es muy interesante, pero eso aún no explica lo de Jonathan.

—Jonathan no tiene nada que ver con nuestra misión.

—¡A mí me pareció que estaba bastante involucrado!

Un montón de emociones distintas desfilaron por la cara de Louis-Cesare: orgullo, tenacidad, dolor profundo…, pero no dijo nada. Hacía mucho tiempo yo había aprendido la misma lección: mostrar tus puntos débiles solo hace que te puedan golpear más fácilmente. Y era obvio que Jonathan era un punto débil para Louis-Cesare. Pero tenía que insistir. Me gustara o no, estábamos juntos en esto. Y no hay nada que pueda odiar más que luchar contra enemigos de los que no sé nada.

—Se supone que ese ataque no era para mí —le dije a secas—. Drac ya me dejó un mensaje, ¿te acuerdas? Acabó con mi equipo y me lo restregó en mis propias narices. ¿Por qué iba a hacer eso si planeaba matarme una hora más tarde? Por alguna razón, él me quiere viva y asustada. —Al menos por el momento—. Así que él no ordenó que atacaran el avión. Los magos tramaron eso por su cuenta.

Esperé, pero la única respuesta a mi lógico argumento fueron las manos de Louis-Cesare apretando con fuerza el volante.

—No he tenido ninguna disputa con el Círculo Negro que pudiera explicar que enviaran a un equipo de asesinos a por mí —continué—. Así que iban tras otra persona. Y aquí solo somos dos.

Hubo una pausa larga.

—Jonathan es… un problema personal —me informó finalmente.

—No hay problemas personales en un momento como éste.

Louis-Cesare estiró la mano y encendió la radio. Puso una emisora musical de los ochenta donde Eddie van Halen iba a tocar un fraseo con la guitarra. Agradable, pero sospechaba que él solo quería algo alto. Fruncí el ceño cuando me vi reflejada en las ventanas de color berenjena, preguntándome cuándo mi compañero había decidido que acababa de ser lobotomizada.

El simple hecho es que cualquiera que el Senado desee muerto, muere. Eso es válido incluso para los magos oscuros poderosos. Podría ser más difícil en su caso y por lo tanto tardar un poco más de tiempo, pero no existe nadie al que no puedan coger al final. Pero Jonathan aún seguía vivo, lo que significaba que Louis-Cesare no les había pedido ayuda.

Ahora, quizá él simplemente quisiera ocuparse del mago él solo, había dicho que era algo personal, pero yo lo dudaba. Me sentía del mismo modo con Claire, pero si alguien le hubiera hecho daño, el Senado lo retendría para que yo le mostrara mis cariñosos dones. Aceptar su ayuda no significaba excluir la implicación personal. Así que había algo en la historia de Louis-Cesare con el mago que él no quería que se supiera.

—No puedes ocultárselo para siempre —le dije, simplemente para aclararle que me estaba enterando.

—No estoy escondiendo nada. —Las palabras eran bastante calmadas, pero el Mustang iba volando por la autopista.

Me quedé con la seguridad de que lo que fuera que Louis-Cesare estaba ocultándome era muy personal y muy perturbador. Pero no había nada que pudiera hacer.

—Si es eso lo que quieres.

Sus manos se doblaron en el volante, el agarre fuerte se fue soltando poco a poco.

—Eso es lo que quiero.