5

El Electric Hedgehog era un cibercafé rebelde que llevaban un par de tipos ingleses y que Kristie conoce en una calle trasera cerca de la bahía. Es un sitio pequeño y original donde puedes conectarte a Internet, ponerte un pendiente y comprar algo de hierba ilegal: todo al mismo tiempo. Una tienda para todo: eso me gusta.

Aunque sea difícil de creer, yo solo había venido para comprar hierba. También necesitaba un lugar seguro para encontrarme con el resto del equipo y Kristie había sugerido que podíamos hacerlo en el trastero del Hedgehog. Daba fe de las distintas actitudes y estilos de sus dos propietarios. Mientras la parte de delante tenía paredes completamente negras y pintadas de neón, la parte de atrás tenía más bien el estilo de una elegante cafetería jipi con alfombra vintage de pelo largo y pósteres de Che Guevara.

Me pasé el tiempo sorbiendo un té realmente repugnante, que era la cosa más apetitosa que había en el menú, y mirando los colores que lanzaba la cortina de abalorios iridiscentes que separaba las habitaciones. Louis-Cesare prefirió caminar hacia delante y hacia atrás como un animal enjaulado. Éramos los únicos en la parte trasera en ese momento, lo que no era una gran sorpresa ya que la cafetería normalmente no se animaba hasta el anochecer. Ya que ahora eran las siete de la tarde en San Francisco, no había mucha gente interesada en tomar café malo y en poesía aún peor. Después de probar lo primero y leer muestras de lo último que los propietarios habían garabateado en las paredes, decidí que para el anochecer ya estaría fuera.

—Esto es lo más irresponsable…

—¿Quieres calmarte? —Parecía que no era el típico tío paciente—. Vendrán ahora. Y deja ya de dar vueltas. Me estás mareando.

—¿Y no puede ser que eso sea resultado de la enorme cantidad de marihuana que te has fumado en las últimas ocho horas, ola mitad de la botella de tequila que tú llamas desayuno?

—Al menos no me tomé un tentempié a costa de los propietarios. —Me había dado cuenta del tiempo que le había estrechado la mano a Alan, el propietario más alto con el pirsin en la lengua. Los vampiros más mayores no tienen que utilizar los colmillos para alimentarse. Un roce con la piel, o, en el caso de los que eran realmente poderosos, simplemente la proximidad a la víctima también funcionaba. Louis-Cesare había tenido que soportar el sol en el aeropuerto y en el taxi durante todo el camino hasta llegar aquí, y estaba hambriento. No era muy difícil de adivinar.

—Eso ha estado totalmente dentro de las normas. —Él quería decir que no había tomado lo suficiente como para causarle algún daño y que el propietario no se había dado cuenta de nada. Era la manera políticamente correcta de alimentarse, y él lo había logrado sin ninguna dificultad. Eso no hizo que lo viera menos como una violación.

Me encendí el último porro de Claire y le sonreí. O hacía eso o destrozaba el trastero del Hedgehog intentando hacerle trizas.

—Lo que tú digas.

—Lo que yo estoy intentando aclarar —dijo después de un momento—, es que a menos que tus amigos…

—Conocidos.

—… sean incluso más irresponsables de lo que yo me estaba esperando, ya deberían haber llamado. Existe una buena probabilidad de que se hayan fugado.

Sacudí la cabeza.

—De ninguna forma. No es que ellos no sean capaces de traicionar al Senado o al Círculo en un abrir y cerrar de ojos, pero han llegado a un trato conmigo. Ellos saben lo que haría si rompen ese trato. —Me levanté y me estiré, y sentí cómo mi espina dorsal se volvía a poner en su sitio—. Además, ellos aún no saben cuál es el encargo. Una vez que lo sepan a lo mejor sí que tendríamos que echarles un ojo.

La verdad es que lo dudaba. Había elegido a José y a Kristie tanto por sus actitudes como por sus habilidades; eran los únicos dos que conocía que estuvieran lo bastante locos como para pensar que ir tras Drac constituía un gran reto. También ayudaba el hecho de que ellos nunca lo habían conocido. Para cualquiera que lo hubiera hecho sería mucho más difícil.

—Entonces, ¿dónde están? —Louis-Cesare había comenzado otra vez a caminar. Miré el reloj y sentí una leve punzada de preocupación. Era verdad, José podría haber perdido el conocimiento bajo una mesa en una taberna en cualquier sitio, pero ese no era el estilo de Kristie. E incluso si se hubiera emborrachado, ya habría llamado por teléfono. Ella no iba a arriesgar de ninguna forma el volver a ponerse en las amorosas manos del Círculo, si podía evitarlo. A menos que algo hubiera ido mal, ella ya estaría aquí.

—Quizá decidieron venir en coche y luego el coche se averió. José cree que es mecánico y normalmente conduce algún coche viejo que está intentando arreglar. —La verdad es que no me lo creía, pero podía ser una posibilidad.

—¿Y ninguno de ellos tiene móvil? —preguntó Louis-Cesare.

—Acaban de salir de la cárcel —le recordé, pero yo tampoco me lo creía. Kristie había estado un paso por delante del Senado y de los magos durante años, especializándose en toda clase de objetos mágicos ilegales. Ella no era de las que se arriesgaban. De ninguna forma habría accedido a cruzar el desierto en uno de los coches viejos de José sin detenerse en un minimercado y comprar primero un móvil de tarjeta prepago—. Y mi teléfono está estropeado la mayoría del tiempo —añadí, intentando convencerme más a mí misma que a él.

Louis-Cesare miraba intencionadamente al teléfono que había detrás de la barra. De acuerdo, tenía razón, pero hacer un agujero en el suelo de tanto caminar tampoco iba a ayudar mucho.

—¿Sabes? —le dije, poniéndome de pie—. Creo que desayunar podría ser un buen plan. Vi una pastelería en la parte de abajo de la calle cuando vinimos.

—No vas a ir sola —me informó.

—Como quieras. —Cogí mi bolso grande con mis juguetitos y me lo colgué del hombro. Le dije a Alan que me iba a dar un paseo y que le dijera a Kristie que volveríamos pronto si aparecía.

—¿Quieres que más tarde te ponga un pendiente en la ceja? —preguntó—. Te quedaría bien.

Vaya hombre de negocios, siempre in tentando vender algo.

—Me lo pensaré —le aseguré. Alan asintió con la cabeza alegremente y yo sacudí la mía. Un punki madrugador era una idea totalmente incongruente.

La pastelería tenía la ventaja de tener unas cuantas mesas en la parte de fuera con una vista clara de la puerta delantera del Hedgehog. Dejé que Louis-Cesare se sentara cerca de la pared de la cafetería, ya que había bastante sombra, e inmediatamente me arrepentí. Sentí el escozor familiar de los nervios entre mis omóplatos en cuanto me senté, me di cuenta de lo desnuda que estaba mi espalda y de que no tenía nada con lo que taparla. Deslicé mi silla un poco acercándola a la de Louis-Cesare y terminamos prácticamente uno al lado del otro. Pedí tres dónuts, un cruasán, una baguette de jamón y queso y un café con leche de verdad.

Louis-Cesare miró la carga que el camarero me puso delante unos minutos más tarde con los ojos ligeramente abiertos.

—Metabolismo —le dije antes de que pudiera preguntar.

Se echó para atrás en su silla cuando le estaba poniendo mantequilla a la baguette. Un rayo de sol penetraba a través de un agujero en el toldo, pero él no se movió para evitarlo. Presumido.

—¿De verdad que vas a dejar que ese hombre te pinche? —preguntó finalmente.

Me atraganté con el café con leche.

—¿Perdona?

—Con la aguja. Comme ça. —Hizo un gesto señalando su frente.

Me reí a pesar de que no quería.

—No, me curo demasiado deprisa. —Él no lo entendió—. La primera y única vez que intenté ponerme pendientes, tuve que arrancármelos después de que creciera carne sobre ellos. Tardó una hora en suceder. —La verdad es que no me gustaría saber lo que se siente arrancándome media ceja.

—Tú te curas más rápido que un humano, pero más despacio que un vampiro, ¿es así?

Lo miré fijamente desconfiada. Esperaba que no lo estuviera preguntando para una futura referencia.

—Depende del vampiro.

—Entonces, ¿los que son de tu clase ganan poder con el paso de los siglos, como nosotros?

No me apetecía dar una clase de introducción a los dhampir, sobre todo ya que la respuesta en mi caso era que no.

—Depende del dhampir.

Para mi sorpresa, Louis-Cesare cogió la indirecta y cedió.

—Hay otros tipos de joyería —comentó, como si ese pensamiento nunca se me hubiera ocurrido a mí.

—Pulseras y collares hacen un ruido metálico en momentos inconvenientes y son un peligro en una lucha —le dije brevemente. Eso lo había averiguado a la fuerza, cuando un vampiro casi consigue estrangularme con mi propia gargantilla.

—No tienes que luchar cada día.

—Tampoco tengo que comer cada día, pero cuando no lo hago me pongo de muy mal humor.

Comment?

—No importa. —Podía vivir sin fustigarme por mis inconveniencias físicas—. El color del pelo es la única ornamentación que tanto mi cuerpo como mi profesión me permiten —añadí, para evitar más preguntas.

—¡Ah! —Pareció como si algo de lo que había dicho por fin tuviera sentido para él—. Eso explica el color morado.

—Berenjena.

Parecía que Louis-Cesare iba a discutir ese tema, pero se lo pensó mejor.

—¿Quién es Claire? —preguntó después de un momento.

Entrecerré los ojos. ¿De qué iba eso de jugara quién es quién de repente? ¿Estaba intentando psicoanalizarme, encontrar algún tipo de debilidad al preguntarme acerca de mi vida y mis amigos? ¿Ya se había olvidado de quién era papi? Si alguna forma de chantaje mental funcionara conmigo, Mircea me habría tenido trayéndole sus zapatillas hacía mucho tiempo. Le eché una mirada sin interés y me comí la baguette.

—Si vamos a trabajar juntos, deberíamos saber algo el uno del otro —apuntó con calma. Seguramente pensaba que lo estaba ocultando, pero había una evaluación fría y crítica en su forma indolente de observarme. Al parecer, mi nuevo compañero no estaba convencido de que Mircea no le hubiera endilgado un peso muerto. Ya éramos dos que pensábamos lo mismo.

Respondí a su evaluación mirándolo de arriba a abajo de una manera deliberadamente descarada. Un rayo de sol estaba bailando en su pelo como una llama capturada, resaltando unos pocos mechones más cortos que se rizaban justo debajo de la línea marcada de su mandíbula. El color iba bien con la cachemira color crema y los ojos, que, en ese momento, eran de un azul ingenuo y angelical. Saqué conclusiones de mi propia evaluación: sofisticado, peligroso y condenadamente sexi.

Algo se tuvo que haber reflejado en mi cara porque él sonrió burlonamente. Presumido. Por una parte era guapo, decidí furiosa, pero la verdad es que Louis-Cesare no tenía mucho que ofrecer. Era un hijo de puta crítico, condescendiente y presumido. Y ahora que lo pienso, era como todos los vampiros que había conocido.

Me eché para atrás en la silla, estirándome exuberantemente, dejando que mi chaqueta se abriera de manera deliberada. Como era de esperar, sus ojos se movieron por todo mi cuerpo; algunas cosas nunca cambiaban, ni siquiera después de la transformación. Sonreí y aparté la vista; una sonrisa arrepentida apareció en sus labios. Acabé de desayunar tranquila.

Cuando me había comido el último mordisco cargado de calorías, saqué mi patético móvil. Como esperaba, se había vuelto a estropear. Los portales juegan mucho con las cosas magnéticas, sin mencionar que el maldito chisme había venido con un par de peculiaridades integradas. Siguiendo la pista a Drac, la última cosa que me podía permitir era un equipamiento con fallos, pero mis nervios no estaban en forma para afinar nada. Hice lo que hacía siempre y cuando vi que seguía sin encenderse, lo golpeé contra la mesa y lo miré.

Louis-Cesare lo cogió. Lo miró por encima, luego me hizo una mueca.

—Si puedo reparar esto…

—¿Sí?

—Entonces yo elijo el tema de la conversación.

Le eché una mirada. La mayoría de los vampiros que tenían siglos ni siquiera sabían lo que era un teléfono móvil, y mucho menos cómo arreglarlos. Casi todos ellos eran trogloditas respecto a la tecnología.

—¿Crees que podrás hacerlo?

—¿Hacemos el trato?

—Claro. Inténtalo.

Miró el pequeño diablo blanco durante un momento, luego le dio la vuelta en sus manos. Presionó, empujó suavemente y enredó con él con la convicción tranquila de un hombre que piensa que sabe lo que está haciendo. Lo miré, completamente segura de que no había manera de que fuera capaz de…

La pantalla LED comenzó a brillar. Louis-Cesare levantó el teléfono.

—Listo —dijo sin necesidad.

—Mi héroe —le respondí con sequedad. Estaba realmente arreglado. No me había pasado meses haciéndole pequeños ajustes a esa maldita cosa sin aprender sus pequeños trucos malignos.

—¿Quién es Claire?

No respondí; estaba ocupada con una cuenta atrás interna… nueve… ocho… siete… Cuando llegué al cinco, le dije con calma:

—Cincuenta pavos a que deja de funcionar cuando acabe con esta frase. —La pantalla se oscureció con un punto repentino pequeño impertinente.

Louis-Cesare buscó en su bolsillo y sacó un móvil nuevo e impecable en una funda negra brillante. Lo empujó encima de la mesa hacia mí.

—¿Quién es Claire?

Podía haber señalado que la apuesta había sido reparar mi viejo móvil y no darme uno nuevo. Pero él llevaba exactamente el mismo modelo que había deseado durante meses, pero que no había podido permitirme. Tomarme mi tiempo para buscar a Claire había arruinado mi cuenta bancaria.

—La conocí en Gerald & Co., la casa de subastas. —Me detuve un minuto para machacar aquel montón de circuitos poseídos y romperlo en cien pedazos—. A veces, Gerald se encontraba con un objeto que era peligrosamente inestable pero potencialmente valioso. Necesitaban un neutralizador para evitar que le pasara cualquier cosa rara mientras su gente decidía si lo que quiera que fuese se podía estabilizar. Ella también trabajaba en algunas de las subastas para mantener la mercancía más volátil tranquila mientras los compradores más arriesgados estaban pujando por ella.

—¿Y por qué estabas tú allí? —preguntó Louis-Cesare después de un momento; su tono lograba transmitir desconfianza al pensar que ellos habían dejado entrar a alguien con tan mala fama como yo en una subasta elegante. Era obvio que él nunca había estado en Gerald.

—Para hacer una puja. —Empecé a enredar con mi nuevo juguete, que tenía todos los timbres y tonos conocidos.

—¿Por qué?

—¡Guay! ¡Esta cosa también tiene Internet!

Louis-Cesare tan solo se me quedó mirando. Cedí con un suspiro como si me estuviera explotando.

—El primer gobernador de Valaquia era un transilvano que se llamaba Radu Negru. Sobre el año 1300 decidió construirse una nueva catedral gigante para él en Curtea de Arges, que ahora es pueblo de mala muerte, pero que en su momento era la capital. Según la leyenda, la construcción iba un poco lenta y Radu amenazó a su arquitecto jefe, un tipo llamado Manoli, porque no veía ningún progreso. Intentando disculparse, Manoli afirmó que espíritus malignos se estaban oponiendo al proyecto. La solución: sepultar a una mujer viva en la base para apaciguarlos.

—¿Qué tiene que ver eso con que conocieras a la neutralizadora? —Louis-Cesare parecía pensar que le estaba tomando el pelo.

—Ya estoy llegando a esa parte. De todas formas, Radu y Manoli acordaron que la primera mujer que estuviera en ese lugar al día siguiente tendría ese honor. Al parecer, la señora poco afortunada fue la señora Flora Manoli. Le suplicó compasión a su marido, y cuando eso no funcionó, los maldijo a él y a cualquier otro hombre que tocase su tumba. Muy poco tiempo después de eso, Manoli se cayó del tejado de la catedral y se mató. —Parecía que Louis-Cesare estaba confuso y un poco enfadado—. La leyenda dice que él golpeó la tierra justo al lado del lugar donde había emparedado a su señora.

—Aún no veo…

—Después de un número de muertes sospechosas, se quitó la piedra que había sobre la señora Manoli y fue sustituida con una versión nueva y libre de maldiciones. Rompieron y enterraron la antigua roca, pero las lugareñas emprendedoras la encontraron y vendieron las piezas. La mayoría de ellas se habían perdido durante el paso de los años, pero unas cuantas sobrevivieron. De alguna forma, Gerald & Co., se hizo con una de las piezas que quedaban. —Había esperado obtenerla casi por nada, pero alguien con los bolsillos más llenos también se había creído la leyenda—. Conocí a Claire durante la subasta y después nos fuimos a tomar algo. Y resultó que necesitaba una compañera de piso.

Claire estaba trabajando para un grupo mísero como el de Gerald porque el negocio familiar estaba vinculado: un heredero se quedaba con el control de todo y el resto se buscaba la vida. Después de que su padre se muriera, ella y su primo Sebastian lucharon por conseguir el control del negocio y ella perdió. Y puesto que normalmente se mataba a los herederos rivales, ella prefirió tratar de no llamar la atención hasta que las cosas se calmaran. Yo le había dado unos cuantos consejos acerca de cómo no aparecer en el radar de su familia y en el proceso se enteró de que acababa de heredar una vieja casa laberíntica con montones de cuartos de invitados y tenía una necesidad urgente de dinero que le era imposible conseguir.

—¿Y ahora ella ha desaparecido? —recordó Louis-Cesare.

Fruncí el ceño.

—Sí. —Y ese hecho, entre otras cosas, me hacía parecer una puta incompetente.

Claire me había pedido un alquiler ridículamente bajo, diciendo que simplemente se alegraba de la compañía y también me había dicho que yo podría utilizar el ático como oficina. No me gusta aprovecharme de las personas, al menos no de las amables y en las que se puede confiar, pero necesitaba un alojamiento barato. Para aliviar mi conciencia, había decidido añadir protección a mi parte del trato. No podía actuar como su guardaespaldas a tiempo completo y aun así aceptar a otros clientes, pero había supuesto tontamente que con una dhampir como compañera de piso, el menos ella estaría a salvo en casa. Así que fue una sorpresa desagradable cuando la secuestraron delante de mis narices.

—¿Estás segura de que ella no se fue voluntariamente? —preguntó Louis-Cesare.

—Volví de un trabajo y me encontré la casa vacía sin ninguna nota.

—Eso sólo no…

—Claire es exageradamente virgo —le interrumpí. Esta conversación era casi tan agradable como pinchar una herida. Quería que se acabara—. «Quisquillosa» ni siquiera se acerca. Una concesión que tuve que hacer desde el principio era dejar siempre una nota. Ella se preocupaba si salía por la puerta y no ponía un pósit en el frigorífico diciendo cuándo estaría de vuelta. Es imposible que se haya ido sin ningún tipo de explicación, al menos no voluntariamente.

Louis-Cesare me miró, pero no dijo nada. No hizo falta. Un mes era mucho tiempo.

Mi brote de pesimismo se detuvo al ver a tres figuras desaparecer en la entrada del Hedgehog. Una de las pocas cosas comunes a todos los dhampirs, incluso a los que son mayoritariamente humanos, es nuestra habilidad de divisar a un vampiro bajo cualquier circunstancia. No estoy segura de cómo lo hacemos. Había estado en posiciones antes donde no había ningún modo de que pudiera oler, escuchar o ver nada fuera de lo común, y aun así sabía que un vampiro estaba cerca. Es como una picazón, una percepción de que en algún sitio cercano se puede encontrar una presa. Hasta ahora nunca me había equivocado y cada percepción que tenía estaba diciéndome que las tres figuras aparatosamente cubiertas eran vampiros. De algún modo, dudaba que se hubieran parado para mirar el correo electrónico

—Estoy lista —dije, bebiéndome lo último que me quedaba de café con leche—. ¿Qué te parece si volvemos ya?

Había examinado la parte de atrás del club anteriormente con el pretexto de buscar un baño; había aprendido hacia mucho tiempo que lo primero que había que hacer en cualquier situación era saber cómo salir de allí. La verdad es que no había pensado que pudiera necesitar esa información, pero es evidente que la paranoia puede ser un estado mental muy útil.

—¿Qué pasa? —preguntó Louis-Cesare en voz baja mientras yo me detenía al lado del contenedor de la basura en la parte de atrás del Hog.

—Acaban de entrar tres vampiros. Deja al menos uno vivo, tengo algunas preguntas. —Antes de que él pudiera discutirlo, le pegué una patada a la puerta trasera con una estaca en la mano. Sentí como me cogían el brazo un segundo más tarde, pero apenas lo noté. Estaba demasiado ocupada mirando fijamente a mi alrededor con una rabia creciente.

—¡Hijo de puta! —Me quité de encima su mano y corrí hacia la parte delantera, pero no había señal de los tres gilipollas que habían hecho esto. La calle de enfrente estaba vacía en las dos direcciones aunque eso no significaba nada. Podían haber desaparecido en otro callejón o en otra tienda, o lo que era más probable: en un coche que estuviera esperando. Debería haber enviado a Louis-Cesare a la parte de atrás mientras yo revisaba la delantera. ¡Estúpida, estúpida!

—¿Qué significa «Vaca dracului»? —preguntó una voz dulce detrás de mí. Volví a entrar y vi a Louis-Cesare mirando el mensaje que habían escrito en rojo por encima de la caligrafía dorada de los pasajes de poesía. Alan y su compañero, cuyo nombre no era capaz de recordar, habían suministrado la tinta. Lo que quedaba de ellos estaba tirado en una esquina junto con el cuerpo de un hombre mayor que había estado limpiando antes. Tres muertos en lo que no podían haber sido más de un par de minutos, y aún habían tenido tiempo para dejarme un mensaje. Parecía que Drac había conseguido ayuda capaz bastante rápido.

—«Vaca del diablo». Es el alias que tiene para mí. —La verdad es que de los que yo recuerdo, era uno de los más agradables.

—¿Quién? ¿Me estás diciendo que lord Drácula hizo esto?

—No personalmente. —Lo habría sabido si uno de los cabrones encubiertos hubiera sido mi tío. Su presencia era inconfundible, en especial para mí. Habría sido capaz de sentirlo en el aire, intenso y áspero como el olor a ozono de las tormentas eléctricas: el olor de la locura. Aparte los recuerdos repulsivos y me concentré en traducir el corto garabato. Estaba goteando en las paredes y era bastante confuso sobre la pintura negra, especialmente allí donde se cruzaba con la poesía, pero cogí la idea.

—Kristie y José están muertos —dije de manera uniforme. La nota no decía cómo y realmente lo agradecía.

—Drácula sabía que venían hasta aquí para vernos.

No era una pregunta, así que no respondí. Hurgué en mi bolso y saqué una botella de tequila que había robado del avión del Senado. Siempre está bien tener algo de combustible en este trabajo, sin mencionar que me gusta el tequila.

—A lo mejor prefieres esperar fuera —le dije—. Los vampiros tienden a quemarse muy fácilmente.

—¿Cómo lo supieron? —Sonaba más como si estuviera hablando consigo mismo que conmigo, así que no respondí. Además, había demasiadas posibilidades como para contarlas. Derramé alcohol por todos sitios, excepto por un sorbo que decidí que yo necesitaba más que el Hog. Me detuve al sentir que me agarraban el brazo con fuerza férrea. Solté la botella y se fue rodando por el suelo, derramando lo que quedaba dentro, hasta que se detuvo contra el cuerpo del hombre de la limpieza.

—¿Qué problema tienes?

—No vamos a seguir de esta manera —me dijo Louis-Cesare con un tono grave—. Puede que esté obligado a trabajar contigo, pero tú me mostrarás el debido respeto. Y cuando te haga una pregunta, la contestarás.

Lo miré. El tipo tenía cambios bruscos de humor peores que su maldito ego

—Colega, estás a diez segundos de que te pegue una patada en el culo y te mande de vuelta con papi.

—¡No lo llames así!

Intenté soltarme, pero esta vez no sucedió nada. Mi mochila estaba al otro lado de la habitación, cerca de la puerta de atrás donde la había dejado caer después de verla masacre, pero la verdad era que no la necesitaba. No tenía nada más que tres estacas en ese momento y solo necesitaba una escasa oportunidad para clavarle una entre las costillas. Por desgracia, eso me dejaría sin ninguna ayuda en absoluto y un Mircea seriamente malhumorado. No sabía si el razonar con este lunático podría funcionar, pero si no funcionaba, siempre tendría la oportunidad de clavarle la estaca después.

—Aunque a ti, a Mircea o a mí no nos guste, él es mi padre; y créeme, no estoy orgullosa de eso.

Louis-Cesare se rió agriamente.

—No, ¿por qué deberías estar orgullosa? ¿Te haces una idea de lo afortunada que eres? ¿Tener una conexión con la línea de Basarab, tener al mismísimo lord Mircea defendiéndote y reclamándote como suya? Si no estuvieras bajo su protección, ¡ya te habrían matado hace muchos años! ¿Y qué es lo que haces tú para devolvérselo? Burlarte de él, menospreciarlo, ¡y hablar como si él estuviera a tu altura! Tú, que sin duda has matado a docenas de su tipo…

—A miles —le corregí y vi como sus ojos brillaban en color plata. Un segundo después, una mano invisible me estaba sujetando contra la pared llena de sangre, mientras un vampiro psicópata se acercaba hacia mí. ¿La familia nunca había engendrado ningún vampiro cuerdo? La verdad es que no se les debería permitir reproducirse en absoluto.

—Algunos darían todo lo que poseen para tener lo que tú estás desperdiciando —siseó. Intenté moverme, pero no conseguí ir hacia ningún lado. Ése era el problema con los vampiros realmente viejos. Nunca sabías qué tipo de poderes extra habían obtenido con el paso de los años.

—Y yo se lo daría encantada —le dije sinceramente—. No sé qué es lo que te estás jugando con esto, pero yo estoy aquí para salvar a una amiga. No os debo nada en absoluto ni a Mircea ni a ti. Y respecto a tu pregunta, supongo que Kristie le dijo a los hombres de Drac dónde habían quedado con nosotros después de que la hubieran persuadido. —Por su bien, esperaba que hubiese hablado rápidamente.

—¿Y cómo supo que tenían que preguntarle a ella? —Advertí que cuando Louis-Cesare tenía que prestar atención al mismo tiempo a un problema y a mí, eso me daba cierto grado de libertad de movimiento. Comencé a mover mi mano derecha en mi bolsillo—. Tenemos un traidor —declaró, como si eso fuera nuevo.

—¡No jodas! Chico, me alegro de que estés aquí para que te des cuenta de cosas como ésa —le dije antes de poder contenerme. Por suerte, él no me estaba prestando demasiada atención.

—Tenemos que informar al Senado inmediatamente.

Logré tocar el pequeño cilindro de plástico de mi mechero Bic con un dedo.

—Sí, seguro. Ése es el plan. Le dejaremos claro al traidor cuál es nuestro siguiente movimiento para que le pueda decir a Drac cómo preparar la fiesta de bienvenida.

—¿Y qué otra alternativa tenemos? —preguntó Louis-Cesare.

—Estoy pensando en eso. Todo lo que sé ahora mismo es que el traidor puede estar en cualquier sitio: en la familia, en la central de vampiros, o puede ser alguien que consiguió espiarnos; no podemos estar seguros. —Bajé la vista y vi los ojos sin vida del empleado de la limpieza mirándome fijamente; sus labios eran una línea que casi parecía una sonrisa sarcástica. Esperé que no fuera una señal.

—Le prometí a lord Mircea que le mantendría informado.

—Él me conoce lo bastante bien como para esperarse eso.

—Entonces tenemos que dar gracias de que no estés al mando de esta misión.

—Si volvemos a eso de nuevo, también podríamos tirar la toalla ya mismo. —Parecía confuso con el modismo—. También podríamos abandonar —traduje.

—Puedes hacer lo que quieras —dijo Louis-Cesare; su comentario despectivo me decía que no se esperaba otra cosa—. Pero yo no tomo mi palabra tan a la ligera.

—No me conoces, pero conoces a Mircea. Supongo que confías en su juicio, ¿no es verdad? —Finalmente mis dedos agarraron el resbaladizo plástico.

—Por supuesto.

—Él me metió en esto porque sabía que necesitarías ayuda. Mi tío no lucha limpio. Utiliza cualquier táctica que funcione. Él no se va a quedar ahí y acceder a batirse en duelo contigo, y que gane el mejor. Si vamos a vencerle, tenemos que pensar como él. Y aparte de Mircea, yo soy la única que probablemente sea capaz de hacer eso.

—Estás intentando hacerte con el control de este encargo —dijo obstinadamente.

—No, estoy intentando hacer que te des cuenta de que ya tengo el control. No durarías ni diez minutos con Drac, no importa lo bueno que tú te creas que eres.

Fijó su mirada en mí, extendida contra la pared, con comprensible desdén.

—¿Y tú, qué?

—Yo tengo una cosa en común con la familia.

—¿Y qué es?

Sonreí y le di un golpecito al mechero para que ardiera.

—Soy una tramposa.

La respuesta de Louis-Cesare se perdió en el rugido de las llamas que atraparon la pila de humanidad cubierta de tequila bajo nuestros pies y rápidamente se extendió por todo el suelo. De repente, me sentí liberada y apenas logré evitar caer encima de la pila en llamas de trapos y carne bajo mis pies. El fuego se extendió por todo el Hog en ruinas, lamiendo mis zapatos mientras salía por la puerta. Eché la vista atrás y vi el humo ondeando detrás de mí.

—Primer asalto para el tío —murmuré.