Una hora más tarde, Louis-Cesare y yo estábamos en un avión hacia California, tratando de llegar antes que el sol. Si no ganábamos, tampoco es que fuera a pasar nada importante. Estábamos escondidos en un jet privado que era propiedad del Senado y estaba equipado para evitar que sus ocupantes experimentaran la luz del sol no filtrada. Sin mencionar que el vampiro sentado en uno de los lujosos asientos giratorios a mi otro lado sería perfectamente capaz de soportar el sol si tuviera que hacerlo. Todos los vampiros mayores podían, al menos durante un rato, aunque pagaban por ello con una enorme pérdida de energía. Puesto que tenía un interés personal en mantener el nivel de energía de Louis-Cesare alto, me alegraba de que las ventanas fueran ahumadas.
No me gustaba la manera en la que las cosas se estaban desarrollando, pero al menos íbamos a encontrarnos con José y a Kristie al final de esta excursión después de cruzar el país. El Senado había movido algunos hilos y había apartado a Kristie de los magos y soltado a José de sus propias celdas de detención. Les habían dicho a los dos bribones que si me ayudaban a completar la misión satisfactoriamente, se retirarían todos los cargos. Había hablado con ellos por teléfono desde uno de los clubs cutres de Las Vegas en donde se encontraban celebrando las noticias. No me opuse, ya que ellos podían coger un avión en una hora o dos y aún podían llegar antes que nosotros a San Francisco. Yo tan solo esperaba que su fiesta no se convirtiera en el equivalente de una última comida. Ninguno de ellos sabía aún de lo que trataba la misión, y cuando lo descubrieran, no iban a necesitar que les contara las probabilidades que teníamos de volver con vida.
El sonido de un teléfono que acababan de colgar con fuerza hizo que levantara la vista. Unos ojos azules entrecerrados perforaron los míos.
Levanté una ceja en una imitación deliberada de Mircea.
—¿Sí?
—Tenemos que discutir tu relación con los duendes —me comentó Louis-Cesare.
—No hay ninguna relación —le dije, levantándome. No había ningún sitio adonde ir, pero necesitaba moverme. Mis manos querían temblar, mi piel se sentía extrasensible y mi boca estaba agria por la adrenalina. Estaba completamente tensa y no había nadie a quien aporrear.
—¿No has atacado nunca a los duendes?
—No. —La prueba era que aún estaba viva. Tenía bastante de depredador para saber cuando había conocido a uno aún mayor y el líder de los duendes me había estremecido más de lo que me gustaría admitir. No me gusta huir, pero en este caso la retirada había sido una buena idea. Claro que no tenía intención de admitirle eso a Louis-Cesare.
—¿Entonces, por qué te asaltaron? —Su voz tenía el mismo sutil desprecio que había usado en presencia de Mircea, la misma voz que indicaba la desaprobación de todo lo que yo era y siempre había sido. Me hubiera mostrado poco colaboradora incluso aunque sabido de qué iba todo. Ya que no lo sabía, no atenderle era fácil.
—Escuchaste a su embajador. O bien nos lo imaginamos todo o bien el Círculo Negro nos engañó con una ilusión para romper nuestra alianza. —No me habían hecho partícipe de la conversación que había tenido lugar por teléfono una vez estuvimos en el aire, pero con mi oído, escuchar a escondidas era fácil.
Louis-Cesare hizo un sonido que, alguien menos elegante, lo hubiera llamado un bufido.
—El Círculo Negro es la bestia negra del mundo mágico y por eso es un chivo expiatorio conveniente. Los de hoy no eran magos.
No lo dije, pero estaba de acuerdo en secreto. La magia humana era completamente distinta. Lo que yo no podía entender era por qué los magos o los duendes se estaban preocupando por mí. A lo mejor me las había apañado para sacar de quicio a alguien importante en los últimos tiempos, pero no me vino nadie a la cabeza. La mayoría de las personas se alegraban de ver muertas al tipo de criaturas que yo cazaba.
Louis-Cesare dejó de hablar del tema, pero inmediatamente cambió a otro que era igual de molesto.
—Lord Mircea me ha informado de lo que él sabe acerca de las tácticas de su hermano…
—La verdad es que eso lo dudo mucho. —Conseguí no hacer ninguna mueca. Mis nervios necesitaban un descanso, no un recordatorio del enorme lío en el que estábamos metidos. Paseé arriba y abajo, pero no sirvió de nada. Aún sentía que mi piel me quedaba demasiado apretada.
Ojeé una pila de revistas sin interés que el auxiliar de vuelo nos había dado, cuando lo que de verdad quería era desgarrarlas con mis manos. Tampoco hubiera sido una pérdida muy grande (aparentemente el Senado no lee la revista Rolling Stone), pero las volví a poner con cuidado en su pequeño estante. Hacía tiempo que no me había sentido tan tensa, me picaba todo: el aire de los respiraderos sobre la cabeza, las vibraciones suaves del avión por debajo de mis pies, el crujido de los cubitos de hielo cuando Louis-Cesare se sirvió un trago…
Necesitaba beber algo. O una lucha. Sí, una buena lucha era exactamente lo que necesitaba.
—¿Perdona? —Louis-Cesare pareció molesto cuando le confisqué su vaso, bebiéndomelo todo de un trago. Era un líquido claro, con poco olor o sabor, pero podría haber servido para grabar metal.
—Tienen demasiada historia como para que te la haya podido contar toda —le solté—, aunque Mircea hubiera hablado sin parar durante los últimos días. Lo que tú obtuviste fue la versión condensada de la revista Reader’s Digest. Y seguramente ni siquiera eso: Drac no era exactamente lo que se dice un tema popular alrededor de la mesa de la cena.
Louis-Cesare frunció el ceño y cogió otro vaso.
—Soy un miembro de la familia de lord Mircea y creo que sé lo suficiente para…
—Tú eres un maestro de primer nivel. Seguramente Radu te liberó de la esclavitud hace algunos años.
—Eso es irrelevante. —El zumbido de un cronómetro que había en la mesa al lado de mi codo le interrumpió. Frunció el ceño al mirarlo—. Tenemos que discutir la estrategia. No va a ser fácil encontrar a lord Drácula.
Apenas pude contener una risa histérica.
—¡Uy! No creo que eso sea un problema. —Entré en el espacioso baño del avión. Era evidente que el Senado no creía que la austeridad fuera buena para el espíritu, pero al menos la elegancia del mármol y el enchapado en oro era silenciosa. Desenrosqué la toalla alrededor de mi cabeza y puse mala cara al ver el resultado. Había tenido que comprar un tono más claro de lo que me habría gustado, ya que la droguería del aeropuerto tenía un suministro limitado de tintes. No era un morado de verdad, era más un negro con toques berenjena. A lo mejor brillaba cuando se secara. Si éste iba a ser mi número final, quería salir teniendo buen aspecto.
Volví a entrar en la cabina principal después de aclararme y peinarme mi pelo corto.
—¿Te importaría dejar de hacer eso? —El tono de Louis-Cesare era comedido, como era común en él, pero un dedo estaba golpeando ligeramente el lateral de su vaso.
—¿De hacer el qué? —Busqué a tientas en los bolsillos de mi chaqueta uno de los porros especiales que Claire hacía para mí. Ella es una experta en hierbas y aunque su mezcla, como el alcohol, tiene un efecto muy limitado sobre mí, tranquiliza mi carácter. Tenía el presentimiento de que iba a necesitar toda la ayuda que pudiera obtener para no arrancarle la garganta a mi nuevo compañero.
—De interrumpirme. Me gustaría ser capaz de acabar una frase.
—Acabas de hacerlo. —Encendí el porro y sonreí cuando la familiar neblina me rodeó la cabeza. Qué gustazo. Un segundo más tarde, un vampiro enfadado me había quitado el porro de los labios y lo estaba partiendo en trocitos.
—¡Necesito tu intelecto, por poco que sea, claro y capaz de concentrarse! —me informó, justo antes de que lo enviara volando hasta la otra punta del avión. Una azafata preocupada miró desde detrás de las cortinas que separaban la cabina de la cocina, pero se retiró rápidamente. Louis-Cesare se puso de pie y yo encendí otro porro que tenía.
—Vuelve a jugar con mi hierba e informaré a papi de que hubo una baja antes de tiempo en la misión. —Lo vi estremecerse porque había llamado «papi» a Mircea y sonreí. Odiaba que el cabeza de familia tuviera esa marca negra en su nombre. Seguramente pensaba que también le hacía quedar mal a él—. Como estaba diciendo, no tenemos que preocuparnos por el tío Drac. Él nos encontrará bastante deprisa.
—No lo llames así. —Louis-Cesare parecía menos contento en ese momento.
—¿Así, cómo? ¿Tío? —Me encogí de hombros—. ¿Por qué no? Es cierto. —Eché el humo en su dirección y observé como luchaba por no hacer un comentario—. ¡Ah, sí! Mis queridos familiares dementes. Drac, el maníaco homicida; Radu, el lunático pretencioso y el querido y cobarde papi, enviándonos para que nos las apañemos con lo que él mismo no se atreve a enfrentarse. —Sonreí, de una manera deliberadamente provocativa—. Imagínate, la verdad es que yo soy la normal de esta familia; más o menos como esa rubia de La familia Monster.
Esta vez, cuando Louis-Cesare fue a por mí, ya me lo esperaba. Quería una lucha, necesitaba una después del día que había tenido, y él era el único blanco fácil que había por allí. Descubrí que también era un aprendiz rápido. Las maniobras que anteriormente le habían cogido por sorpresa, ahora las contraatacaba fácilmente, obligándome a improvisar alocadamente. Se las apañó para inmovilizarme los brazos a los lados momentáneamente, tirando fuerte de mí contra él al mismo tiempo. Hasta ahora nunca había tenido una percepción real de su energía, pero ahora la sentía como electricidad en la piel, luchando con la mía. Intenté darle con la rodilla en una zona sensible, pero él deslizó una pierna entre las mías, aplastándome entre su cuerpo y la puerta del baño.
La pelea se detuvo. No conseguí que dejara de agarrarme, pero él no pudo aprovechar su ventaja sin arriesgarse a que me resbalara y me escapara. Su respiración estaba yendo más rápido, y yo tuve un segundo para disfrutar con el pensamiento de que al menos lo había dejado sin aliento. Después, la sensación de ese pecho sólido moviéndose arriba y abajo contra el mío provocó otra emoción completamente distinta. Todo mi cuerpo estaba agarrotado, respiraba más rápido, los pezones se endurecieron. Temblé, atrapada entre la furia y la excitación, levanté la vista y miré fijamente la cara que reflejaba la misma sorpresa que yo sentía.
Louis-Cesare me agarró más fuerte, haciendo que mi pulso retumbara en mis oídos. No estaba acostumbrada a encontrarme a alguien más fuerte que yo, a ser incapaz de separarme. El instinto de lucha o de salir huyendo entró en acción, y a pesar de la atracción inesperada, se apoderó de toda mi fuerza de voluntad y me obligó a fundirme contra él.
No fue un gran cambio, ya que ya estábamos casi tan cerca como podíamos estar, pero se sentía de una forma distinta. Un segundo antes, su cuerpo se había parecido a una roca tallada; ahora estaba caliente: carne musculosa que era definitivamente masculina. Comenzó a dejar de apretarme, convirtiéndose en algo que se parecía más a un abrazo. Resultaba sorprendente, desgarradoramente agradable. Me moví lujuriosamente contra el muslo musculoso que abría mis piernas y solté mis brazos de su agarre. Los subí por su pecho y el roce de sus pezones a través de la fina cachemira trajo una oleada urgente de deseo, fuerte y penetrante. Me moví rápidamente, enrollando mis brazos alrededor de su cuello.
Algunos cabellos se habían soltado y se le cayeron delante de la cara en una nube de bronce, oro y cobre brillante. Me pregunté brevemente si era tan suave como parecía; mis dedos se doblaban con el repentino deseo de enterrarse en esa mata brillante y enredarse en un puñado de ella… En lugar de eso le quité la horquilla delicadamente, dejándole el pelo suelto para que le cayera sobre los hombros.
—Louis-Cesare —murmuré—. Tengo que decirte algo.
Un eje de luz proveniente de una lámpara iluminó el azul sensual de sus ojos. Se le levantaron las cejas y una sonrisa irónica salió de su boca. Oh, sí, él sabía que era guapo.
—¿Y qué es eso que quieres decirme?
Mis labios trazaron a lo largo de su cuello un beso suave, respirando en el aroma caliente y dulce del hombre, el que mi cerebro había tercamente etiquetado como sirope de caramelo. Su sonrisa se hizo más grande, más suave, más auténtica, y se le formaron hoyuelos en las esquinas de sus labios. Rizando una mano en el grosor de seda de su pelo, tiré de él aún más fuerte, hasta que la curva de su oreja estuvo contra mis labios.
—Me has vuelto a subestimar.
Tiré fuerte de la mano, obligando a que su cabeza se echara para atrás y moví la otra mano hasta el centro de su pecho. En ese mismo momento, me giré, utilizando mi impulso para lanzarlo hacia atrás contra la puerta con la fuerza suficiente como para romper el plástico. Me puse contra él y tiré más fuerte de su pelo, con tanta fuerza que se quedó mirando fijamente el techo.
—Por eso es por lo que siempre tengo el pelo corto.
—Gracias por el consejo —dijo, apretando los dientes. En un movimiento relampagueante, enganchó su pie por detrás de mi pierna y tiró hacia atrás, haciendo que perdiera el equilibrio y que me cayera al suelo. No pude detener la caída, pero aún tenía su pelo agarrado y lo tiré al suelo conmigo. Él aterrizó en la parte de arriba, y su peso hizo que el aire de mis pulmones saliera como un silbido. Antes de que pudiera ponerme de pie, Louis-Cesare había sujetado mis brazos y se había montado a horcajadas sobre mis muslos, inmovilizándome de una manera eficaz. Los pocos golpes que conseguí dar fueron ignorados y en unos pocos segundos me había tomado de las muñecas y las había puesto a ambos lados.
Durante un momento, nos miramos fijamente el uno al otro; el único movimiento era la débil vibración del suelo del avión por debajo de nosotros.
—Ningún… dhampir me dominará, ni me manipulará ni me controlará —dijo finalmente; su voz era dura—. ¡Independientemente de su linaje!
Me resistí, pero sus muslos se doblaron, sujetándome ambos lados.
—Lo mismo te digo —le dije furiosamente—, sólo sustituye «dhampir» por «vampiro arrogante».
Sus ojos descendieron y casi tangiblemente trazaron un camino a lo largo de mi cuerpo.
—Parece que estás bastante controlada. Y si te puedo dar algún consejo, tus habilidades de combate cuerpo a cuerpo requieren mucho entrenamiento.
Me arqueé hacia arriba contra el peso que estaba encima de mí, deliberadamente rozando la evidencia inconfundible de que su cuerpo no estaba de acuerdo con él.
—¿Eso crees? Nunca había tenido ninguna queja.
La ira y el calor brillaron en sus ojos que repentinamente habían adoptado el color de una tormenta, pero su respuesta no fue la que yo esperaba. En un momento, todo cambió. No fue nada que yo pudiera definir, sino solamente un conjunto de gestos: una ceja levantándose en un arco elegante, apenas una inclinación de sus labios, a lo Mona Lisa, una caída leve de pestañas tan largas como las de una chica. Detalles insignificantes, pero el aire entre nosotros de repente se electrificó, tan rápido como si él hubiera encendido un interruptor. Estaba apretándome contra él antes de darme cuenta.
Agarroté cada músculo para detener el movimiento, mientras Louis-Cesare, maldito sea, sonreía. Deslizó una mano por mi hombro hasta la nuca, sus dedos enredados en mi pelo mientras acariciaba la parte de atrás de mi cabeza. No me gusta sentirme dominada, y cuando eso sucede, contraataco. Pero ahora no estaba luchando. Le había dejado que me manipulara hasta llegar a una posición y ahora le estaba dejando que me tocara. Recuerdo haber pensando, «oh, no, no lo está haciendo»; incluso cuando siguió tocándome hacia abajo. Dejó caer su otra mano en mi cintura, colocó firmemente mi cuerpo contra el suyo y me besó.
Una presión tan perfecta sobre mis labios, una lengua tan experta en mi boca… Había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que me habían besado con experiencia y pasión. Una lengua caliente se enroscaba expertamente en la mía, enviando señales a todo mi cuerpo. No le había prestado demasiada atención al corto abrazo en el coche. Me había quedado conmocionada y paralizada, y más interesada en los duendes que en Louis-Cesare. Ahora él tenía toda mi atención. Una mano fuerte se movió lentamente hacia abajo hasta que me agarró el trasero, apretándome con fuerza.
Me ordené a mí misma no responder, pero mi cuerpo no estaba escuchando. Mis manos, que ya no se reprimían, estaban acercándolo más a mí, mis dedos giraban en la suave perdición de su jersey y yo lo estaba besando de un modo salvaje. Estaba furiosa conmigo misma, sabiendo que en un momento él me apartaría, pero incluso sabiéndolo, parecía que no podía parar. Mi pierna izquierda se enganchó a la suya, apretándole fuerte contra mi cuerpo, y comenzamos a movernos el uno contra el otro, buscando ansiosamente el contacto y deseando la intimidad.
Luego él se movió, de manera perfecta, y una sacudida de placer hizo estremecer mi cuerpo entero. Con mi aliento salió de mis labios un débil y tembloroso gemido cuando sus labios encontraron mi oreja. La punta de su lengua comenzó a trazar la espiral delicadamente; era una sensación tremendamente sutil en contraste extremo con su tacto, enorme y persistente, apretado fuerte contra mí.
—Dorina. —Delicadamente lamió toda la curva, suave y lentamente, hasta el lóbulo y lo agarró entre sus dientes lo bastante fuerte como para hacerme jadear. Después, su lengua se sumergió dentro de mi oreja, trazando el canal interior y dejando una leve humedad cuando la sacó. Su aliento sobre el centro húmedo me hizo temblar sin poder evitarlo—. Yo tampoco.
Tardé un segundo en darme cuenta de lo que quería decir. Luego me atacó una visión de mí misma estrangulándolo hasta que se pusiera más morado que mi pelo. ¡El malicioso y desquiciante hijo de puta! ¡Hacía que se me ocurrieran un millón de epítetos! Logré ponerle un pie en el estómago y le empujé con fuerza. Debido al ángulo difícil, no terminó volando por el pasillo otra vez, pero lo lancé con fuerza de nuevo a su asiento.
Cuando no intentó levantarse inmediatamente, me puse derecha y me aparté unos pocos metros con el pretexto de coger mi porro de la mesa. Lo necesitaba para calmar los nervios y prefería tener algo a lo que mirar aparte de a él. Me di cuenta de que estaba temblando, y me puso de muy mala leche. ¡Un beso y mi cerebro casi sale goteando por mi oído! Simplemente había pasado mucho tiempo. Me di cuenta que ya había pasado muchísimo tiempo desde que había probado el sabor de otro aliento en mi boca, el tacto de un pezón endureciéndose debajo de mi lengua, el modo en el que el músculo en la parte de arriba del muslo salta cuando lo muerdes…
Me senté y le di una larga calada. Por una vez, el experto compuesto de Claire parecía que no estaba funcionado.
—Eso ha sido divertido —pronuncié lenta e informalmente, sorprendida porque mi voz sonara tan normal—. Claro que el último vampiro que me besó acabó con una estaca clavada en el tórax.
Lo juro, ni siquiera lo vi moverse. Antes de que pudiera pestañear, estaba inclinado encima de mí, con las manos abrazándome los hombros, obligándome a echarme para atrás contra el asiento. Le cogí las muñecas, apreté lo más fuerte que pude y nos detuvimos, y nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro.
No sé qué aspecto tenía yo, pero las pupilas de Louis-Cesare estaban dilatadas, anchas y oscuras, y sus labios estaban separados. Sentí como mi cuerpo reaccionaba al calor de esa mirada fija y un escalofrío me recorrió entera. Seguramente tan solo era mi perversidad habitual entrando en acción: el vampiro mascota de papi era la última persona con la que yo debería pensar tener algo, pero por supuesto mi líbido se había aferrado a él.
—No me provoques, Dorina. —La voz era áspera, pero no del todo firme. Así que él no estaba tan impasible como a él le habría gustado aparentar. No era tampoco una victoria, pero en ese momento, me agarraría a cualquier cosa.
—¿Que no te provoque? —Miré fijamente sus labios. No podía evitarlo: estaban lo bastante cerca como para besarlos. Hazlo, decían los latidos de mi pulso. Hazlo, hazlo, hazlo—. ¿Por qué? ¿De verdad eres tan fácil?
Louis-Cesare se sobresaltó como si le hubiera dado una bofetada en la cara. Su expresión cambió y por una décima de segundo realmente dio la impresión de estar angustiado. No, pensé. No, no, no. Me sentí como si me hubiera retorcido una navaja en mi propio intestino, cuando me debería haber sentido victoriosa. ¿Qué demonios…?
Louis-Cesare se alejó precipitadamente. Se pasó una mano por el pelo y se me quedó mirando fijamente mientras yo intentaba mantener mi respiración bajo control. Cuando finalmente habló, no dijo nada de lo que esperaba escuchar.
—¿Por qué dijiste que lord Drácula vendrá a nosotros?
Busqué alrededor de la moqueta que había a mis pies y encontré mi porro. Eché otra calada que realmente necesitaba antes de contestar. Mi pulso latía tan fuerte que apenas podía oír, pero Louis-Cesare ya volvía a estar bajo control. Su jersey había salido airoso de nuestro revolcón sin una arruga; si no fuera porque estaba un poco despeinado, nadie sospecharía que había pasado algo.
Maldito vampiro.
Dios, ¡pero sabía besar tan bien!
—Porque tres personas lo encerraron la última vez, pero sólo dos son familia —pude decir imparcialmente.
—Entonces, por lógica, él debería ir detrás de…
—No he acabado. Su distorsionado concepto de la lógica sólo tiene sentido si conoces la historia. Radu lo traicionó hace medio milenio, dirigiendo a un ejército turco para obligarlo a que abandonara su trono. Se pasó años en el exilio, tramando su venganza. Para cuando volvió, Radu se había unido a la rama menos vital de la familia: había cogido un caso malo de sífilis y Mircea lo convirtió porque en aquel momento no había ninguna cura. ¿Pero fue eso lo bastante bueno para Drac? ¡Claro que no!
Apagué el porro número uno después de utilizarlo para encender el porro número dos. Iba a necesitar conseguir algo de hierba en San Francisco al ritmo al que estaban yendo las cosas. No sería tan buena como la de Claire, pero con algo de suerte, ella volvería a ocuparse de su hierba altamente ilegal pronto.
—La única razón por la que no eliminó a Radu inmediatamente fue porque un sicario contratado por algunos nobles locales logró realizar un disparo afortunado. Por desgracia, papi eligió convertir a Drac en lugar de dejarle morir. Y tan pronto como él se recuperó, empezó a meterse con Radu como si nada hubiera cambiado. No era lo bastante fuerte como para matarlo, ya que sólo era un bebé vampiro, pero no dejó que eso le impidiera contratar a otros para que lo hicieran.
—Pero eso no salió bien. —Parecía que Louis-Cesare se había olvidado de con quién estaba hablando durante un minuto y la verdad es que parecía que ahora estaba escuchando.
—No. Pero Drac no supera las cosas. No lo hizo como humano y ahora tampoco lo hace.
—Pero él desistió a la larga. Hoy en día, Radu está bastante bien…
—Pura suerte —le dije sin rodeos—. No sé lo que te han dicho, pero Drac nunca detuvo sus juegos. Al final lo encerraron porque se descubrió que fue él quien había enviado a una multitud contra Radu en París, conduciendo a un desagradable encarcelamiento de tu señor que casi hace que lo maten.
—Lo sé. —Algo en la manera en que lo dijo me hizo levantar la vista, pero no había nada en su expresión que me diese una pista. Me pregunté cuándo se habían conocido exactamente Radu y él y bajo qué circunstancias. Decidí que era posible que Louis-Cesare pudiera saber más acerca del periodo que el tío había pasado entre rejas que yo misma. Pero sabía que era mejor no preguntar.
La mayoría de los vampiros viejos llevan un montón de lastre. Los humanos se adaptan de una forma impresionante, son capaces de reinventarse cuando los tiempos cambian, pero los vampiros lo pasan muy mal cuando pasan los siglos. Algunos hacen frente manteniendo su función constante durante el largo camino: Mircea es el jefe diplomático del Senado, por ejemplo, y lo ha sido durante algún tiempo. El mundo podría cambiar, pero la naturaleza básica de la gente no lo hace, así que sus vidas tienen un sentido de continuidad. Otros, como Radu, viven en algo así como una negación continua, intentando recuperar un pasado en el que ellos se sentían como en casa. Y algunos, como Drac, nunca dejan de intentar moldear el mundo a su imagen y semejanza. La verdad es que no me preocupaba en qué categoría encajaba Louis-Cesare. Su pasado era su problema; yo ya tenía bastante con el mío.
—Y después, cuando Drac escapó hace un poco más de un siglo, ¿qué crees que fue lo primero que hizo? —continué—. Volvió directamente a la caza como si nada hubiera cambiado. Fuimos capaces de volver a atraparle utilizando a Radu como cebo.
—No —Louis-Cesare sonó firme—. No permitiré que mi antiguo maestro se someta a ese nivel de riesgo…
—Radu está completamente a salvo, al menos por ahora. Él ya no es el objetivo principal de Drac. No me malinterpretes; estoy segura de que irá tras él en algún momento, pero su nombre ya no es el primero de la lista.
Sus perspicaces ojos que, gracias a Dios, habían recuperado su color azul, se encontraron con los míos.
—¿Y quién ostenta ese honor ahora?
Miré el humo que se convertía en figuras extrañas por el aire acondicionado del avión.
—Ahora mismo la tienes delante.