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—Éste es Louis-Cesare. Te agradecería que te contuvieras y que no lo atacaras mientras estés bajo mi techo. Me había vuelto a deslizar hasta el salón sin avisar, pero estaba claro que me habían escuchado. Me sentí aliviada ya que al menos no me habían olido cuando entré, o por lo menos no tan fácilmente como antes, ya que era la primera vez en días que me había duchado. También llevaba puesta una de las camisas de vestir, blanca inmaculada, de mi anfitrión sobre mis vaqueros manchados de sangre; se contuvo de hacer ningún comentario, aunque apretó los labios de una manera extraña. Yo sonreí. Probablemente le había costado tanto como el alquiler que yo pagaba al mes y me llegaba hasta los tobillos, pero no había tenido mucho donde elegir. El armario en su habitación estaba casi vacío, otra buena señal, ya que el tipo era un fanático de la ropa. Si hubiera estado cerca de las tiendas de Nueva York durante unos cuantos días, el lugar se había parecido a una tienda de Armani.

—Lo tendré presente —le dije, caminando despacio hasta la barra, donde me preparé un trago doble. Con el metabolismo que tengo, el alcohol se quema demasiado rápido en mí como para emborracharme: una de las pocas ventajas de ser lo que soy—. ¿Dónde está el chico?

—Ya le he curado, se lo han llevado hace un rato.

Apreté fuerte la botella y conté hasta diez. No era un récord (él se las había apañado para sacarme de mis casillas más rápido en otras ocasiones), pero estaba cerca de serlo.

—Necesitaba hablar con él —le dije cuidadosamente mientras me daba la vuelta—. Era la única pista que tenía. No tenías ningún derecho a…

—Conserva sus recuerdos, por ahora —me dijo—. Puedes hablar con él más tarde si tienes que hacerlo. Pero en este momento hay cosas que son más importantes.

Miré hacia abajo al escuchar un crujido y vi que había empezado a resquebrajar la botella. La puse con cuidado encima de la barra e ignoré el güisqui que escurría por la madera oscura. Cinco siglos luchando por controlarme y todo lo que conseguí fue no terminar de hacerla pedazos contra su cabeza. ¿Cómo lo hacía? No había nadie más que consiguiera que llegara a esa pérdida de control tan rápido, al menos ya hacía tiempo.

—Preferiría hablar con él esta noche —le dije de manera serena—. Tengo algo de prisa.

Me di cuenta de que el pelirrojo se había acercado un poquito, como si pensara que su amigo podía necesitar ayuda. Contuve la risa. Al menos ahora tenía su atención.

—Está fuertemente medicado, Dorina. No será capaz de decirte nada hasta dentro de unas ocho horas más o menos. Si querías que hubiera sido de otra forma, tendrías que haberlo mencionado antes.

Sentí cómo se me hacía un nudo en el estómago y el corazón me iba más rápido. Intenté que mi respiración, que se había acelerado de repente, fuera más despacio, sabiendo lo que iba a pasar si no podía controlarlo, pero en todo lo que podía pensar era en Claire. Pensé en el mes anterior, en las pistas inútiles y en todas las noches sin dormir, en todos los favores que había pedido y todo lo que había prometido a los tipos completamente equivocados para obtener información que al final había resultado que no servía para nada. Pensé en la cara zalamera de Kyle cuando me contó cuál podía ser el peor de los casos y aún hacía que quisiera chillar, y luego un sonido precipitado me inundó los oídos y perdí el conocimiento.

A veces me pasa eso, aunque la mayoría de las veces lo tengo bastante controlado. Pero esa noche era como en los viejos tiempos, cuando había ido a saqueos que dejaban docenas de muertos y después nunca era capaz de recordar nada más que fogonazos. Era la naturaleza real de un dhampir y la razón por la que nadie nunca confiaba en nosotros, especialmente los vampiros, que eran nuestras presas preferidas. Era una de las muchas razones por las que esperaba que Claire hubiera sido mucho más lista de lo que Kyle había dicho.

Por fin recobré los sentidos, lo que me sorprendió bastante. Uno de estos siglos, espero plenamente morir en medio de algún arrebato de cólera guerrera y ni siquiera saber cuándo sucede. Me había acercado más veces de las que podía recordar, despertándome rota y sangrando, rodeada por cuerpos en lugares que no reconocía y, algunas veces, unos días después de mi último recuerdo. Esta vez había sido mejor que la mayoría de las veces. Había algo punzante que clavaba mi hombro a la pared, y la quemazón del dolor que me era familiar me ayudó a concentrarme lo bastante como para acabar con el resto del trance.

Supe cuándo lo había conseguido por el hecho de que, de repente, mi hombro se sentía como si le hubieran prendido fuego. Como incentivo añadido, era la dueña orgullosa de una mandíbula dolorida, un martilleo en la cabeza y una necesidad urgente de vomitar. El pelirrojo estaba sujetando un espadín que me había clavado como una mariposa en un pasador, dejando mi brazo izquierdo temporalmente inútil, y mi anfitrión estaba utilizando las dos manos para aguantar el derecho. Me alegré al ver que parecían bastante hechos polvo. El bonito jersey blanco del pelirrojo estaba manchado con sangre que no olía como la mía, y el moreno tenía un navajazo largo en el lateral de la cara que casi había hecho que perdiera su ojo derecho. Aunque no era profundo, y comenzó a cerrarse mientras miraba. Maldición.

—Milord, no quiero entrometerme, pero ¿quizá las restricciones…? —La voz tenía un leve acento francés, lo que explicaba por qué no lo había conocido. El pelirrojo era un miembro del Senado, pero de la versión europea, no de la estadounidense. Y yo no había estado en Europa desde una visita muy memorable durante la Primera Guerra Mundial. Parecía un poco asustado, lo que me hubiera complacido bajo otras circunstancias. No obstante, en ese momento, estaba distraída con mi anfitrión, que estaba levantando una mano para agarrarme por la garganta.

—Te daría unos azotes si pensara que eso iba a hacer algún bien —me dijo con un tono grave.

Al otro vampiro parecía como si le acabaran de pegar una bofetada. Me reí.

—Cree que es una perversión sexual tuya —le dije, deteniéndome para escupir un diente que se me estaba moviendo. No había de qué preocuparse. Me crecería uno de repuesto enseguida y al menos esta vez era uno de la parte de atrás. Sonreí al vampiro francés, que parecía ligeramente enfermo con el pensamiento de que alguien hiciera algo conmigo, excepto quizá clavarme una estaca en las costillas—. ¿No se lo has dicho, a que no?

El moreno suspiró y me soltó, deteniéndose para sacar el espadín. No hice ninguna mueca de dolor. En ese momento, el dolor casi me sentaba bien, un recordatorio de que, una vez más, a pesar de los pronósticos, había vencido y vivía. No es que esta vez hubiera estado en grave peligro. Él no me iba a matar porque necesitaba mi ayuda. Bueno, al menos no hasta que le rechazara.

—Estaba pensando en presentaros y no me has dado la oportunidad —me dijo con un tono mordaz.

La expresión del pelirrojo ahora estaba bordeando la repulsión. Tenía que haber un cerebro dentro de esa bonita cabeza porque parecía que estaba sumando dos y dos, pero no estaba dispuesto a creer lo que sus instintos le estaban diciendo. Decidí echarle una mano. Me dirigí a mi anfitrión, que me estaba mirando con cierta irritación que ya no se preocupaba en ocultar. Lancé mi brazo bueno sobre su cuello y le di un beso fuerte en la mejilla.

—¡Hola, papi!

Quince minutos más tarde estaba tirada en el suelo llorando, y no era de dolor. No me había reído tanto en muchos años, hasta el punto de que casi no podía respirar y me dolían las costillas. Claro que eso podía ser a causa de una de las nuevas heridas que tenía, entre la pelea en la barra y la pérdida de conocimiento estaba un poco destemplada, pero no me importó mucho en ese momento. Me limpié los ojos llenos de lágrimas e intenté sentarme.

Mircea, más conocido como mi papi querido una vez que se molestó en reconocer su conexión conmigo, estaba sentado en el sofá con los brazos cruzados, esperándome. El tipo francés se había puesto él mismo una copa, fuerte incluso para mi nivel, y se la había llevado hasta la ventana que iba del techo al suelo y que tenía vistas a la ciudad oscurecida. Nos estaba dando la espalda. No estaba segura de a quién estaba intentando apartar, si a la abominación o a quien la había creado.

Me arrastré hasta llegar a un sillón y valientemente luché para contenerme. Era difícil, con todo lo que me acababan de decir. No suelo tener oportunidades así muy a menudo, así que saboreé el momento.

—¿Estaría fuera de lugar decir «te lo dije»? —pregunté, con una cara casi seria.

—Nunca te había visto preocupándote por lo que es apropiado o no.

—Ésa fue la respuesta mordaz.

Du-te dracului —dije automáticamente, antes de darme cuenta de lo irónico que era mandarle al demonio en esas circunstancias.

—Yo te estoy proponiendo mandarte a ti a verle a él en lugar de eso —contestó Mircea con tranquilidad.

Asentí con la cabeza al otro vampiro.

—¿Le has dicho a tu amigo de ahí que ésta es una misión suicida? —Miré al vampiro atractivo—. ¿Tienes ganas de morir, amigo?

El francés me ignoró, pero Mircea decidió discutir, como de costumbre.

—Él no va a ir a solo. Es por lo que me tomé la molestia de localizarte. Su trabajo es el de atrapar a Vlad. El tuyo es…

—¿Le contaste que podrías haber eliminado al tío Drac la última vez, pero que estabas demasiado ocupado seduciendo a algún miembro del Senado como para tomarte la molestia de hacerlo?

—… mantenerle con vida. Él no conoce a mi hermano. Tú sí.

—Y precisamente por eso es por lo que no voy a ir a ningún sitio del que él ande cerca. —Me levanté, me estiré y miré a mi alrededor para ver si veía mi abrigo. Claire me lo había comprado después de que una caza hubiera estropeado el último que tenía de piel. Ella había tenido la esperanza de que fuera más resistente, que fuera incluso lavable, pero yo no estaba tan segura. Mi armario se actualiza constantemente ya que destrozo la ropa con tanta frecuencia como otra gente tira los pañuelos de papel: gajes del oficio. La última vez que vi el abrigo, estaba cubierto de algo muy pegajoso junto con mi camiseta. Supuse que los había dejado tirados en el baño.

—¿Adónde te crees que vas?

—A ver si mi tintorería puede quitar lo que sea que segregaran los demonios de varos cuando te escupen. El légamo púrpura rosado huele como a familia de mofetas y corroe la tela como el ácido.

Me dirigí a la puerta, pero antes de que pudiera llegar, papi estaba en el medio, apoyado contra la jamba.

—Siéntate.

Suspiré. La verdad es que no esperaba que fuera tan fácil.

—No tiene sentido. —Mircea tan solo se quedó allí de pie, así que di más detalles, más por el beneficio del idiota que se había unido a este lío que por el bueno de papá. Quizá el pobre bastardo aún pudiera escaquearse de todo esto. Por su bien, esperaba que fuera así, ya que, sin duda, delo contrario tenía los días contados.

—Londres, 1889. Una noche oscura y tormentosa. ¿Te suena de algo? Creo que la frase exacta fue: «Si no acabas con esto esta noche, si le dejas cualquier camino por el que pueda volver, me lavo las manos. La próxima vez, lo perseguirás tú solo». —Miré al tipo francés, que se había dado la vuelta para mirarnos fijamente—. Fui mucho más pretenciosa entonces —expliqué—, pero ya te haces una idea. Apenas sobreviví al último intento, no pienso volverlo a hacer, especialmente cuando todo lo que estás planeando es ponerlo en otra de esas trampas tan seguras y esperar a que él encuentre otro camino para escapar. Y eso, suponiendo que no te destripe y haya alguien lo bastante tonto para seguirte primero. Ahora quítate del medio, querido papi; tengo un trabajo real que hacer.

—Éste es tu trabajo, hasta que yo te diga lo contrario.

Sonreí. Me estaba sintiendo bastante blanda para variar. No estaba segura si era por toda la violencia de antes o por toda la risa, pero de cualquier forma, la verdad es que no me apetecía arrancarle la cabeza.

—Y tú que solías tener tan bien el sentido del oído.

—No me desobedecerás en esto.

Esperé un minuto, pero él seguía allí de pie, mostrándose serio y muy macho. Era la cara que normalmente hacía que los otros vampiros se cayeran de rodillas, murmurando disculpas e intentando besar sus pies cubiertos con cuero caro. Eso nunca había funcionado conmigo.

Umm, me imagino que no has terminado la frase. Porque la verdad es que no veo…

—Claire. —Esa única palabra me detuvo en mitad de mi recriminación.

—Espero haberte malinterpretado —le dije suavemente.

—Te gustan los humanos, ¿verdad?

—Si tuvieras algo que ver con…

—No la cogí —me dijo de forma calmada—, pero podría acordar traerla de vuelta para ti. Puedo pedir los recursos del Senado y tienes que admitir que son mucho mejores que los tuyos.

—La encontraré yo sola.

Arqueó una ceja oscura y expresiva, y me echó su habitual sonrisa condescendiente.

—¿A tiempo?

No respondí durante un momento mi cerebro estaba ocupado con una repetición de aquella noche en Londres. Todo lo que podía oír era el sonido débil de tacones sobre los adoquines, muy lejos pero acercándose. Esas pisadas rítmicas acompasadas habían hecho eco en mi cabeza durante años.

No pensé en lo que había pasado después de que los pasos se hubieran detenido, justo enfrente de donde yo estaba oculta. No. Nunca pensé en ello en absoluto.

—Tío Drac. —Me refería impertinentemente a él para evitar hablar incoherentemente: era la única cosa en el mundo que realmente me aterraba. Creo que mis risas de antes no tenían mucho que ver con que papi finalmente admitiera que era buena en algo y tenían mucho más que ver con la histeria causada por el pensamiento de ir contra Drac de nuevo. Había ejercido mucha presión para que se solucionase el problema hacía más de un siglo, ya que atraparlo había sido tanto suerte como habilidad. Sin nada más que hacer para pasar las décadas, seguro que debía de haber examinado detenidamente aquella noche un millón de veces, analizándola en su mente brillante y rota, imaginándose exactamente qué era lo que había hecho mal. Drácula se merecía su leyenda, aunque gran parte de ella estaba confundida debido a ese escritor victoriano. Él no volvería a cometer los mismos errores dos veces; de hecho, dudaba que cometiera alguno en absoluto.

Una imagen mental de la cara de Claire ondeó delante de mis ojos. Ella era una de las pocas amigas a la que yo había sido capaz de soportar durante más de algunos meses. No era que los ataques de cólera no le dieran miedo, sino más bien que nunca se había visto expuesta a ellos. Nunca había pensado en mí misma como un ser mágico antes de conocerla, pero no había duda que ella tenía el mismo efecto calmante sobre mí que cuando preparaba un hechizo o una defensa. Vivir y trabajar a su lado me habían dado lo que más se acercaba a la paz y a una vida normal que yo nunca había conocido. Aún tenía arrebatos ocasionales, pero sólo cuando estaba fuera de su órbita, e incluso entonces, eran muy poco comunes. La idea de no ver nunca su cara pensativa mientras examinaba mi último cuadro, intentando imaginarse qué demonios se suponía que era aquello, era brutal.

Pero Claire era más que una amiga; también era la única oportunidad para mí de dominar mis arrebatos de ira para siempre. Ella proviene de una de las familias mágicas más antiguas de la tierra, la Casa Lachesis, que se especializa en la curación. Tienen acceso a conocimientos antiguos que ni siquiera el propio Círculo conoce. Una vez Claire me dijo que hay una rama de la familia que lo único que hace es rastrear en zonas tan periféricas que hacen que la Antártida se parezca a la esquina de Broadway con la calle Cuarenta y Dos, en busca de curas, pociones y amuletos poco comunes. Otra rama investiga nuevos tratamientos, y otra produce hechizos de debilitación para vendérselos a los tipos malévolos para asegurar un abastecimiento estable de ricos enfermos.

A pesar de que ella había trabajado en el área de negocios más que en la de investigación y el desarrollo, había estado utilizando sus contactos para intentar encontrar algo que redujera mis arrebatos. Debido a mi metabolismo, las drogas humanas no se quedaban en mi sistema el tiempo suficiente para hacer efecto. Yo estaba esperando una solución mágica que fuera definitiva, pero nunca nadie había pensado en desarrollar algo para los dhampirs. Somos muy pocos dhampirs como para que sea rentable y no estamos exactamente en lo alto de la lista de la popularidad. Había una buena posibilidad de que el trabajo de Claire fuera el primero de ese tipo que se había hecho nunca. Y si no la encontraba pronto, también podría ser el último.

La encontraría, de eso no había duda, pero Mircea, maldita sea, tenía razón. Podía ser que no lo lograra a tiempo. Michael solo era un maestro del nivel bajo, creo que del nivel seis, que hacía mandados para un par de vampiros jefes en Brooklyn. Podía encargarme de él con los ojos cerrados, pero la información que había obtenido de sus gamberros era que había desaparecido hacía poco. Nadie sabía dónde estaba, y seguirle la pista sólo haciendo uso de mis propios recursos iba a llevar su tiempo. Un tiempo que quizá Claire no tuviera.

Por otra parte, Mircea podía meter en la búsqueda una organización que hacía que la CIA, el FBI y la Interpol parecieran un grupo de niños retrasados, incluso más que normalmente. Mañana a esta hora, ella podía estar de vuelta en nuestra ruinosa casa destartalada cloqueando sobre su herbario y sus dos gatos mimados. Y, si el asunto ese del embarazo no era una invención de la imaginación desbocada de Kyle, tendría tiempo de hablar con ella y de explicarle unas cuantas verdades duras.

Miré al otro vampiro y lo único que vi es que me miraba con desprecio. Seguramente pensaba que lo estaba ocultando, pero había aprendido algunas cosas acerca de leer las expresiones de las caras durante los años. O quizá a él no le importara si yo sabía que él pensaba que yo era una cobarde. Después de todo, tenía bastante razón, al menos en lo que se refería a mi tío aterrador. Cualquiera que no le tuviera miedo era un lunático o realmente estúpido. Me preguntaba qué tipo era el que Mircea me estaba intentando endilgar.

—Primero preferiría tenerla de vuelta. El pago solo se realizará con la entrega.

—No. —Mircea ni siquiera se preocupó de fingir que lo sentía—. Vlad lleva fugado más de una semana. Darle más tiempo para que haga sus planes es una locura.

—Ya ha tenido más de un siglo para hacer sus planes —señalé. No me gustaba la referencia de Vlad. Si Mircea tan solo se olvidara una vez de que el monstruo por el que estábamos discutiendo era su hermano, haría que las cosas fueran mucho más fáciles. Pero él tenía ese extraño afecto por la familia que yo nunca había entendido. Se aseguraba de seguirme la pista cada pocas décadas, incluso sabiendo que acabaríamos en una discusión interminable, y eso había evitado que le clavara a Drácula una estaca cuando tuvo la oportunidad.

—Es cierto, pero no sé si recuerdas que desmantelamos su red de apoyo. A menos que planee moverse completamente solo, necesitará tiempo para encontrar seguidores. En este momento, debería ser vulnerable. Pero no seguirá siéndolo durante mucho tiempo.

No me preocupé de señalar que las palabras «vulnerable» y «Drácula» realmente no pertenecían a la misma frase. En ningún momento él había sido otra cosa que no fuese absolutamente capaz y completamente cruel. Pero Mircea tenía razón. Si tenía que enfrentarme a Drac, prefería inmensamente que él no hubiera encontrado a ningún ayudante. Ya era bastante malo él solo, pero el grupo que solía dirigir había sido otra fuente de pesadillas, hasta el punto de que me había pasado más de una década persiguiendo al peor de ellos. Me había dejado dormir un poco mejor después, aunque solo un poco. Saber que su señor y maestro estaba sólo a un paso de volver al negocio nunca había sido bien acogido. Sentí que mi humor se encendía con el pensamiento de que si, solo una vez, Mircea el perpetuo terco me hubiera escuchado, Drácula estaría en una tumba permanentemente en este momento y nada de esto sería necesario. Claro que, en ese caso, no habría tenido ayuda con Claire.

—Está bien. Pero si empiezo a buscarle esta noche, quiero que la búsqueda de Claire empiece al mismo tiempo.

—Hecho.

No pedí ninguna garantía. Mircea es un montón de cosas, pero mantiene su palabra cuando la da. Pero es mejor que estés completamente seguro de cuál es su palabra, porque es uno de los cabrones más escurridizos que hay cuando quiere serlo. Decidí que quería aclarar las cosas una vez más.

—Si está viva, quiero que me la traigan. Si no…

—¿Prefieres ocuparte de las partes responsables tú misma o quieres que lo hagamos nosotros?

—¿Tú qué crees?

Mircea sonrió levemente.

—Les ordenaré que las guarden para ti. Supongo entonces que tenemos un trato, ¿no?

Miré al tipo francés y no me alegré de lo que vi. Sí, había bastante energía emanando de él para rivalizar con el aura de Mircea, que me ponía los pelos de punta cada vez que estaba a unos pocos metros de él, pero derrotar a alguien como Drácula iba a requerir más que fuerza bruta. Mucho más que eso.

—Sí, pero preferiría a un compañero que ya conozca —le dije, intentando suavizar el insulto—. No tenemos tiempo para aprender los estilos de cada uno. ¿Qué está haciendo Marlowe?

Kit Marlowe, vampiro, dramaturgo, y una vez chico malo isabelino era el jefe de inteligencia del Senado. Era un maldito hijo de puta, yo podía dar fe de eso a nivel personal, y no éramos exactamente amigos. Pero si tenía que seguirle la pista al vampiro más malvado del planeta, me gustaría tener a uno de los finalistas como ayuda. Siempre y cuando no me estuviera disparando a mí esta vez.

—Estamos en estado de guerra, Dorina. Difícilmente puedo sacar al jefe de seguridad para un encargo personal en un momento así.

—No va a ser personal mucho tiempo —señalé—. Nuestros nombres podrían encabezar la lista del tío, pero tampoco somos los únicos en ella. La guerra podría parecer una atracción secundaria si él de verdad se pone manos a la obra.

—Aun así, la cónsul nunca lo permitiría. —Incluso Mircea se pensaría dos veces oponerse a las órdenes de la líder del Senado y no podía culparle.

La había visto sólo una vez y había sido más que suficiente. Mi opinión personal era que ella estaba más loca que Drac, pero nadie me había preguntado.

—Entonces, ¿quién va a venir con nosotros? —Esperaba que él tuviera algún apoyo mejor en mente que los tipos que normalmente usábamos. Uno o dos podían encargarse de algunas situaciones bastante duras, pero nada como esto. Los únicos conocidos que podían haber sido útiles estaban por el momento incomunicados, encerrados por crímenes que a los vampiros o a los magos no les habían gustado, pero que no eran lo suficientemente serios como para encerrarlos bajo tierra para siempre. Y desde que la guerra había comenzado, sus procesos judiciales estaban en espera permanente: no hay nada parecido a un hábeas corpus en el mundo sobrenatural.

—Preferiría que esto quedara en familia —dijo Mircea.

Resoplé. No lo dudaba. Cualquiera que no estuviera bajo sus órdenes directas no tendría ningún problema en clavarle una estaca al bueno de Drac a la primera de cambio. Desde luego, ése era mi plan; suponiendo que él no me cogiera a mí primero.

Se me ocurrió algo.

—¿Qué es lo que está haciendo él aquí? —Señalé con el dedo pulgar al figurín. No estaba muy puesta en los nombres de la familia, pero al menos sabía quién era quién. Y míster Antipatía no estaba en la lista.

—Te lo dije —dijo Mircea con esa voz impaciente que reserva para mí y para los que tienen enfermedades mentales—. Éste es Louis-Cesare. —Yo lo miré, expectante. Él suspiró—. La adquisición de Radu.

Le eché al vampiro atractivo una mirada más interesada.

—No me había enterado de que mi tío ligeramente cuerdo tuviera descendientes.

Estaba siendo amable. Radu, el hermano menor de Mircea y de Drácula, era un tipo realmente raro. No del tipo «homicida aspirante al título de peso pesado de los homicidios» como Drac, pero era casi tan escalofriante. Entre otras cosas, insistía en vestirse como en la película de Los Tres Mosqueteros, sólo se ponía de mala gana ropa moderna cuando lo intimidaban. A algunos vampiros les gustaba vestir como lo habían hecho en vida cuando estaban fuera de la vista de los humanos, pero Radu se había criado en el siglo XV en Rumania, no en el siglo XVII de Francia; de ahí lo extraño. Por otro lado, nunca había (o eso era lo que yo pensaba) creado otro vampiro en su vida, aunque había sido un maestro de segundo nivel durante siglos. Alguien tan poderoso sin un grupo no tenía precedentes. Los seguidores te daban ganancias, así como protección, ¿y quién renunciaría voluntariamente a esas dos cosas? Él utilizaba el grupo de Mircea como si fuera suyo, pero gorronear al hermano mayor a mí me hubiera resultado fastidioso. Pero bueno, a nadie le preocupaba mucho lo que pensaba la oveja negra de la familia.

—Éste es el único. —Esperé, pero Mircea no fue más explícito. De nuevo, no me sorprendió. ¿Para qué decirle a alguien que es carne de cañón más de lo que necesita saber?

—Vale. Entiendo que tú quieres que venga conmigo, y eso está bien. Estoy segura de que puedo encontrar algo que hacer para él, pero…

—Creo que estás elucubrando a partir de un malentendido —interrumpió el francés; su acento era un poco más obvio de lo que lo había sido antes—. Hablas como si tú fueras a decidir la estrategia. Tú estarás bajo mis órdenes y no al revés.

Me giré lentamente para ponerme frente a él y algo en mi expresión hizo que él bajara una mano hasta la empuñadura de su espadín. No lo sacó, pero tampoco apartó su mano de él.

—No sé quién te crees que eres —le informé imparcialmente— y no me importa. Pero no voy a recibir órdenes de nadie. ¿Está claro?

—La verdad es que para nada —respondió, igual de seco. Hubiera sido gracioso en otro momento, intentar acabar el uno con los planes del otro, pero ahora no me apetecía reírme. Esto ya iba a ser bastante difícil sin ayuda de alguien que no podía seguir las órdenes.

—Entonces tenemos un problema —le dije sinceramente. Me di la vuelta y miré a Mircea, que tenía una expresión que en cualquier otro hubiera descrito como petulante.

—Ya sabes lo que está en juego aquí. Sé que no te gusto más de lo que tú me gustas a mí, pero ya hemos trabajado juntos antes. Creo que fue suerte, pero quizá volvamos a tener suerte otra vez. Y tú ya sabes cómo funciono.

Mircea estaba sacudiendo la cabeza antes de que incluso pudiera terminar de hablar.

—Normalmente ésa es la forma en la que yo decidiría proceder. Pero no ahora.

—¿Por qué no? —Pensé que mi pregunta era razonable, pero de repente parecía que se había enfadado.

—¿Después de todos estos años, no puedes obedecer una simple orden?

—No, cuando probablemente esa orden me va a matar, no. —Miré a uno y a otro, intentando imaginarme la comunicación tácita que estaban llevando a cabo. Durante un breve instante, sentí algo, no exactamente ira, sino algo más sutil ante el hecho de que Mircea y este extraño pudieran comunicarse tan fácilmente sin palabras. Porque eso era exactamente lo que estaban haciendo. Un humano normal no hubiera notado las pocas miradas apenas perceptibles, pero yo sí las noté. Ésa era una de las partes más duras de la experiencia de un dhampir: el hecho de que tus sentidos nunca te permiten ser ajeno a todo, que nunca te dejan durante un momento que te engañes pensando que tienes un sitio.

Una vez, cuando era muy joven e incluso más tonta de lo que soy ahora, dejé que un vampiro intentara convertirme. Yo solamente había cumplido un siglo y había visto a mis conocidos mortales crecer y morir delante de mis ojos, y al último lo habían enterrado la semana anterior. Estaba completamente sola y cansada de todo eso. No es que siempre hubiera encajado muy bien con los humanos, pero Dios, lo había intentado con todas mis fuerzas. Así que pensé, «¿por qué no?». De todas formas, ya estoy casi ahí, ¿por qué no cruzar y ser realmente parte de algo para variar?

Por supuesto, sabía que era un riesgo, incluso aunque el vampiro no solo me desangrara y me dejara seca y me dejara morir allí, la mayoría de los vampiros se pasan toda la eternidad atados a un maestro al que no pueden desobedecer. Son casi como esclavos hasta que alcanzan el estado de maestro (cosa que pocos consiguen) e incluso entonces su responsabilidad hacia el maestro deja una deuda cuyo pago se puede reclamar en cualquier momento. Pero por entonces, eso no me importaba demasiado. No obstante, resulta que había elegido bien y él lo dio todo, supongo que esperando la fama que tendría por ser el primero hasta la fecha que había convertido a una dhampir. Pero a la mañana siguiente me levanté exactamente igual que antes, quizá un poco aturdida por la pérdida de sangre, pero sin haber cambiado un ápice. Así que añadí otra norma a los libros: no se puede convertir a un dhampir. Esto significaba que, después de torturarme durante algunos días o semanas o el tiempo de que él pudiera disponer, Drac ni siquiera intentaría añadirme a su nuevo grupo.

—Estoy arriesgando mucho con esto —les dije, en lo que tenía que ser por fuerza el mayor eufemismo de, al menos, mi último siglo—. No creo que sea demasiado preguntar por qué no puedo tener ayuda decente.

No lo vi venir. A pesar de que había sobrevivido más tiempo del que cualquiera hubiera apostado al ser increíblemente paranoica y muy buena en la defensa, no lo vi. Tampoco lo oí, olí, ni me enteré de lo que estaba pasando. Un segundo me estaba enfrentando a Mircea y al siguiente estaba boca abajo en el suelo, inmovilizada de una manera muy eficaz por el cuerpo pesado que estaba encima de mí.

Mi reacción fue inmediata e inconsciente. Cuando has estado literalmente en más luchas de las que puedes contar, a menudo contra adversarios más grandes que tú que no sientes remordimientos en absoluto por luchar de manera sucia, aprendes unas cuantas cosas. Primero las utilicé todas y luego solo algunas, pero el hecho de estar contra el suelo no cambió. Estaba conmocionada, casi sin dar crédito. Esto simplemente no estaba pasando. Habría creído que Mircea estaba ayudando, de no ser porque él se había movido para apoyarse contra la barra. Podía verle los zapatos perfectamente brillantes y la doblez perfecta de los pliegues de su pantalón, lo que significaba que yo estaba, por muy increíble que pareciera, sujeta por un solo vampiro.

Hijo de puta.

—Podemos continuar con esto tanto tiempo como sea necesario —dijo una voz exasperantemente calmada cerca de mi oído izquierdo—, pero estamos malgastando el tiempo. Sométete a mi maestría y podremos comenzar a planear cómo vencer a nuestra presa.

—¡Y una mierda! —Intenté derrocarlo de nuevo, pero no hubo suerte. El gilipollas era fuerte, pero de ningún modo un vampiro me hubiera tenido así él solo, si yo ya me lo hubiera esperado. Intenté ignorar la vocecita recordándome que una de las primeras lecciones que había aprendido era esperármelo siempre.

—No puedes creer en serio que puedes dirigir una misión de esta magnitud —continuó—. Conoces tu sitio, dhampir. Quédate en él y podrías ser de algún uso para la familia. Si no lo haces, estaré encantado de eliminar esta mancha en honor a milord. Para siempre.

—No harás tal cosa. —La voz de Mircea no era nada agradable y nos sorprendió a los dos—. Quiero tu palabra, Louis-Cesare, de que ni harás daño ni permitirás que le hagan daño a mi hija si puedes evitarlo.

—Milord, ¡ya sabe lo que es ella! —La voz por encima de mí parecía sobresaltada, como si no se hubiera pensado dos veces amenazar a la pequeña de papi en su presencia. Aparentemente, él no entendía la obsesión por la familia de Mircea, lo que era raro, teniendo en cuenta que, como adquisición de Radu, él era parte de nuestro clan disfuncional.

—Tu palabra.

Sonaba como si el francesito se estuviera ahogando, pero lo soltó:

—La tienes.

Contuve una sonrisa y me aproveché de su distracción. Relajé todos mis músculos como si me hubiera desmayado, lo que, teniendo en cuenta que la mayoría del aire estaba siendo expulsado de mis pulmones, no estaba muy lejos de ser cierto. Lo mejor que había esperado era que dejara de presionar tanto y me dejara un espacio pequeño para maniobrar, así que fue una auténtica sorpresa cuando de repente se levantó.

—No cuestiono su juicio, milord —oí desde las alturas, lo que me confirmó que el idiota se había levantado de verdad—, pero obviamente esta… mujer… no está a la altura de la tarea. ¿Podría sugerirle…?

Nunca averigüé lo que tenía en mente, porque aproveché la oportunidad que me había proporcionado de la manera más tonta. Dos segundos más tarde, el guapito estaba averiguando cómo olía la alfombra cuando le puse la cabeza sobre ella.

—Yo sí que cuestiono tu juicio —le dije a Mircea—, al esperar que trabaje con alguien tan estúpido como él. —Me detuve para dejar que el francés experimentara un poco más los placeres de la irritación producida por la alfombra.

—Pensaba que vosotros dos os llevaríais bien —murmuró Mircea.

—Eh, no me interrumpas. Si quieres que haga esto, lo haré a mi manera. Si no estás disponible porque tu manicuro no puede cambiar las citas o lo que sea, está bien. Juntaré un equipo. Ya tengo un par de nombres en mente, todo lo que tienes que hacer es sacarlos de la cárcel, y estoy segura de que Marlowe puede aportar algunos más. Escuché que había algún tipo experto en duelos que había venido de Europa para ayudar a la cónsul con un desafío. Alguien como él podría ser capaz de mantener a Drac ocupado el tiempo suficiente para que yo pueda ocuparme de él.

—Estoy bastante de acuerdo —dijo Mircea, sirviéndose él mismo una copa.

—Entonces, ponte manos a la obra y mira a ver si lo encuentras —le dije malhumorada. Quería que las cosas estuvieran aclaradas antes de dejar levantarse a la escurridiza criatura que tenía debajo.

—No necesito encontrarle —me dijo con calma—. Ya sé dónde está.

Bien, al menos ya había un problema resuelto.

—Espero que esté en algún sitio por aquí cerca.

Mircea le dio un gran sorbo al güisqui y se lo bebió de un golpe. Sonreí de un modo totalmente inapropiado. Pero la alegría pronto se desvaneció cuando dijo las siguientes palabras:

—Oh, sí. Estás sentada encima de él.