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El tipo muerto que menos me gustaba tenía sus pies encima de mi mesa. Odio eso. Seguramente sus botas estaban más limpias que mi juego de escritorio, pero aun así, me molestaba. Demostraba una total falta de respeto.

Empujé aquellas ofensivas botas del número cuarenta y tres al suelo y lo miré con cara de enfado.

—Sea lo que sea, la respuesta es no.

—De acuerdo, Dory. Lo que tú digas. —Kyle parecía amable, cosa que nunca era una buena señal—. Debería haber supuesto que no te iba a importar lo que le ha pasado a Claire. Después de todo, por lo que parece no hay dinero de por medio… —Se detuvo para echar un vistazo a mi oficina, que parecía un agujero de ratas—. Y parece ser que no estás como para hacer nada gratis.

Ya me estaba levantando para darle una patada a su culo muerto y echarle de la oficina, pero cuando dijo eso volví a sentarme despacio. Kyle era una persona realmente despreciable, incluso para ser un vampiro, pero a veces escuchaba algo que era útil, lo que explicaba por qué yo aún no había caído en la tentación de clavarle una estaca. Y si había algo que tenía que ver con Claire, mi compañera de piso y mi mejor amiga, aceptaría todo lo que me ofrecieran. Había desaparecido hacía casi un mes y yo ya había investigado todas las pistas que tenía. Dos veces. Antes de que apareciera aquel perdedor, estaba a punto de empezar a revisar el archivo por tercera vez, por si acaso se me había pasado algo, aunque ya sabía que ese no era el caso. Y con cada hora que pasaba, cada vez parecía menos probable que lo me encontrara al final de la búsqueda fuera a ser satisfactorio.

—Habla —le dije, esperando que lo que me dijera me obligara a darle una paliza. Tenía mucha frustración reprimida que necesitaba sacar, pero, por supuesto, él decidió utilizar sus buenos modales. O lo que sea que eso signifique en nuestro círculo.

—Se dice que está viva. Pensaba que ya la habrían exprimido y empaquetado para venderla, pero por lo que se oye en la calle, no es cierto eso de que la han secuestrado.

Con exprimir se refería a un proceso de magia negra muy desagradable en el que un neutralizador proyectivo, una bruja o un mago capaz de bloquear la energía mágica dentro de un radio en particular, se convertía en un arma conocida como «bomba neutralizadora». La energía del neutralizador se absorbía para hacer un dispositivo capaz de que toda la magia que había en una zona se congelara. El alcance del efecto dependía de la fuerza del neutralizador que estaba siendo sacrificado: cuanto más joven y más poderoso, más energía tendría para dar. Y Claire era muy joven y muy poderosa.

Para hacerla incluso más atractiva estaba el hecho de que los buscadores de información, como se conocía a los magos que se especializaban en esa práctica tan ilegal, podían en ese momento pedir un buen precio por el arma. El Senado vampiro, el autoproclamado guardián de todos los vampiros de los Estados Unidos, estaba en guerra con los magos oscuros del Círculo Negro, y el precio de las armas mágicas se había disparado. La idea de que alguien hubiera cogido a Claire para convertirla en una herramienta para su estúpida guerra era la razón principal de que yo me hubiera quedado sin fuerzas tratando de encontrarla.

—Se comenta que ella se escapó con uno de la banda de Michael —dijo Kyle. Se inclinó sobre mí para reírse en mi cara y mostró bastante los colmillos para que yo supiera cuánto estaba disfrutando con esto. Él había intentado flirtear conmigo la primera vez que nos conocimos y no se había tomado muy bien el que yo me hubiera reído a carcajadas. Había estado esperando algo para restregármelo por la cara, y ésta era su gran oportunidad.

—Parece que se ha quedado preñada.

Le devolví la sonrisa.

—Esa pequeña mentira te va a costar cara —le prometí, deslizando una mano dentro del cajón de mi escritorio. Claire, la bruja con «fuerza femenina» prácticamente tatuado en la frente, ¿escapándose con una persona despreciable que tenía que ver con la pandilla de Michael? No creía que fuera así.

Kyle levantó las manos sucias con manchas marrones y supuse que revelaban lo que quedaba de quien fuera que hubiera sido su almuerzo.

Le habría dicho que su vida amorosa podría mejorar si le pagaba a alguien para que le limpiara raspando la sangre seca de debajo de sus uñas de vez en cuando si no hubiera pensado que se comería al manicuro.

—Sin mentiras, Dory. No entre tú y yo. —Se echó hacia atrás en la silla y cruzó las piernas, adoptando un aire demasiado cómodo para mi gusto—. Y no has escuchado la mejor parte aún. Se rumorea que el padre no es exactamente humano, bueno, ya me entiendes. —Su sonrisa se volvió fiera—. Renunciar a mí porque tenías miedo de traer al mundo a otro mestizo fue una pérdida de tiempo, ¿a que sí? Parece que estás a punto de ser tía de un bebé dhampir rebosante de salud.

No tuve que mirarme en el espejo que había detrás de su cabeza para saber que mi expresión no había cambiado a pesar de la sorpresa. Después de quinientos años de práctica, cualquiera puede perfeccionar una cara de póquer decente. Incluso alguien que es de por sí tan… expresiva… como yo.

—La verdad es que te rechacé porque los psicópatas homicidas con aliento a perro no me ponen nada —le dije de manera agradable, sacando la mano de mi cajón y lanzándole un frasco sin tapa a la cara. Lo que se dice del agua sagrada es un mito, pero hay otras pociones que no sientan demasiado bien a los no muertos pelotas, y ésta era una de ellas. La sangre de dragón no lo mataría, pero no tendría muy buen aspecto durante algunos días. Claro que, puesto que se trataba de Kyle, apostaba a que nadie notaría la diferencia.

Arrojé su cuerpo por la ventana mientras él lanzaba gritos después de que revelara unos pocos hechos que ya conocía, como por ejemplo el nombre del bar donde podría localizar a unos cuantos gamberros del grupo de Michael. Rebotó en la acera tres pisos más abajo y cayó en un aparcamiento, abollando el metal de un coche con su frente antes de andar a cuatro patas calle abajo. Una pena que no hubiera sido a la luz del día.

Si hubieran cogido a Claire, seguramente ahora ya estaría muerta. Pero había una pequeña posibilidad de que Kyle, el eterno pelota, hubiera escuchado realmente algo útil. Y cualquier pista, por muy pequeña que fuera, era mejor que las que yo tenía.

Me detuve sólo el tiempo suficiente para hacerle una mueca a mi reflejo que casi tenía tan mal aspecto como lo que yo sentía dentro. Necesitaba maquillaje para cubrir los círculos oscuros que en ese momento eran casi tan negros como el color de mis ojos; y lavarme el pelo castaño grasiento por primera vez en una semana tampoco me haría ningún daño. No había ninguna posibilidad de hacer de mujer fatal esa noche, pero eso era normal en mí. Me pongo de muy mal genio cuando no duermo ocho horas por la noche y, puesto que ocho horas debía ser más o menos el total de lo que había dormido la semana anterior, me estaba sintiendo malhumorada. Cogí un trozo de tubería de plomo y lo añadí a la colección debajo de mi abrigo. Había muchísimas otras maneras de obtener información.

Una hora más tarde estaba sentada con cara de enfado sobre una pila de cadáveres. El bar donde había encontrado a dos de los hombres de Michael dándose un festín con una adolescente medio muerta ahora era un amasijo de mesas y vidrio roto. Me moví para esquivar la piscina de sangre multicolor que se escurría de los cuerpos que estaban debajo de mí y miré fijamente hacia la oscuridad en la parte de afuera. Parecía que Kyle no había mentido en nada de lo que me había dicho. Uno de los chicos me había explicado servicialmente, después de que le golpeara la cabeza contra la barra una docena de veces, que Michael sí tenía a Claire. Y si Kyle no había mentido sobre eso, había una mínima posibilidad de que no hubiera mentido en nada, pero aún tenía que verlo para creerlo.

Le lancé un pañuelo al chico aturdido e inclinado sobre el cuerpo de uno de sus recientes atacantes. Lo miró con los ojos en blanco.

—Para tu cuello —le expliqué. Los vampiros no tenían que morder para alimentarse; de hecho, iba en contra de las normas, ya que dejaba cadáveres difíciles de explicar. Pero nadie le había prestado demasiada atención a la ley últimamente. Normalmente así era como me gustaban las cosas, pero ahora me dejaba con un dilema.

Por lo general, los magos estarían dispuestos a ayudar a una bruja con problemas, especialmente a una neutralizadora poderosa como Claire. Ésa era la única razón, ella era una herramienta muy útil, por lo que no querían que acabara en el mercado negro mágico, fuera de su alcance. El Círculo Plateado, los llamados usuarios de la magia blanca, sin duda habrían enviado a alguno de sus hombres tras Michael en tiempos más normales, pero dudaba que pudieran permitírselo en este momento. Había una guerra que ya había comenzado, y estaban aliados con el Senado contra una serie de fuerzas que eran lo bastante espeluznantes para hacer que todo el mundo palideciera. Sin mencionar que ellos me odiaban a muerte.

Si quería que Claire volviera, iba atener que arreglármelas yo solita.

—¿Qué…? —El chico se detuvo, tragó saliva y volvió a intentarlo—. ¿Qué eran aquellas… cosas?

Me levanté, fui a la otra parte de la barra y alargué la mano hasta la estantería de arriba. ¡Qué demonios! De todas formas iba a prenderle fuego a ese sitio.

—¿Quieres beber algo?

Intentó ponerse de pie, pero estaba demasiado débil y se volvió a caer.

—No —dijo lentamente—. Tan solo dímelo.

Me serví un Tanqueray doble y deslicé el resto de la botella en uno de los bolsillos hondos de mi abrigo negro vaquero. Ignoré su pregunta y volví a salir de la barra del bar. Normalmente mi sentido del olfato puede distinguir a un humano de lo demás en una habitación, pero el estado del bar estaba interfiriendo con mi olfato. El polvo y el humo estaban suspendidos en el aire, y ríos de sangre y bilis y lo que quiera que fuese aquel fluido que las razas de demonios más extrañas utilizaban como combustible corrían debajo de mis pies. Estaba bastante segura de a qué me estaba enfrentando, pero quería estar completamente convencida.

Le di una patada a la cabeza de un demonio de varos y la quité de en medio; me quedé acuclillada delante del chico, olfateando con cuidado. Una gota de sangre, verde, pero no suya, había caído justo en el centro de su pecho. Olía que apestaba y explicó mi confusión. Le cogí el pañuelo sin utilizar y lo limpié. Incluso después de todo lo que él había pasado, no parecía asustado. Medir un metro con cincuenta y dos centímetros y tener hoyuelos siempre había sido una de mis principales cualidades.

—¿Llevas aquí ya un rato, verdad? —le pregunté. Era una pregunta estúpida: tenía seis grupos de marcas de mordiscos en su cuerpo desnudo y delgado, y ninguna de ellas parecía que fuera del mismo tamaño. Los vampiros tenían que conocerse muy bien entre ellos para alimentarse en grupo, ya que se consideraba un acto íntimo, así que seguramente el chico había estado tumbado por allí como un aperitivo gratuito del bar durante al menos unas cuantas horas. Pero quería comenzar lentamente para darle una oportunidad de espabilarse un poco, si es que aún podía, ya que había una posibilidad de que él hubiera escuchado algo que me sirviera. Los dos vampiros que me había encontrado me dijeron que había habido un tercero que se había ido una media hora antes de que yo llegara, y que ese vampiro era uno de los maestros de nivel bajo de Michael. Eso no quería decir que supiera algo más de lo que ellos sabían, pero difícilmente podía saber menos.

—No lo entiendo —me dijo el chico con voz temblorosa—. Tú los mataste. Tú los mataste a todos. ¿Por qué yo no pude hacerlo?

—Porque tú no eres dhampir. —La voz que respondió por mí, desde cerca de la puerta destrozada, era casi un susurro, pero se oyó perfectamente en toda la habitación. Conocía esa voz en miles de humores y tonos posibles, desde el latigazo frío de la furia hasta el mimo caliente del orgullo, aunque este último nunca había estado dirigido a mí. Maravilloso. Justo lo que necesitaba para completar el día.

El chico estaba observando fijamente al recién llegado con una sensación de alivio. Claro, pensé amargamente, yo hago el trabajo y tú te guardas las miradas de adoración para el demonio atractivo con la sonrisa encantadora. No te olvides de que él podría arrancarte la garganta con tan solo hacer rechinar esos dientes blancos como perlas una sola vez. A pesar de todo su carisma y su de sus trajes caros, él es un predador.

Uno incluso más peligroso que yo.

Me puse a trabajar echando un poco del caro licor que tenía en mi bolsillo sobre la parte limpia del pañuelo y lo apreté sin misericordia contra las heridas del chico que tenían peor aspecto. Chilló, pero ninguno de los dos prestamos atención. Estábamos acostumbrados a eso.

—Necesitará asistencia médica —dijo la voz, mientras el vampiro con pelo oscuro a quien pertenecía atravesaba la habitación con mucho cuidado para evitar estropear su traje de dos mil dólares y sus mocasines de Ferragamo. Olía a coñac del bueno, a nicotina y a pino fresco. Nunca había entendido ese último olor en él, pero siempre estaba ahí. A lo mejor es una colonia terriblemente cara, mezclada en una perfumería italiana para su uso exclusivo, o posiblemente era sólo mi imaginación. Quizá un recuerdo de mi hogar.

—Estoy segura de que el Senado puede hacer algo, teniendo en cuenta que hicieron un gran esfuerzo el mes pasado para proclamar que este tipo de cosas ya no ocurren. —Derramé un poco más de alcohol sobre las marcas de los mordiscos en el cuello y el pecho del chico, antes de continuar con el feo desgarro que tenía en la cadera. Se desmayó unos segundos más tarde, lo que nos dejó con un, al menos por mi parte, incómodo silencio. Yo fui la primera que lo rompió, más interesada en acabar con todo esto que en ganar algún tipo de estrategia.

—¿Qué quieres?

—Hablar contigo —me dijo con calma—. Necesito tu ayuda.

Levanté la vista al oír esas palabras. En quinientos años, nunca había escuchado esas palabras salir de su boca. Tampoco me había imaginado nunca que las diría algún día.

—¿Disculpa?

—Me encantará volver a repetírtelo, Dorina, pero creo que ya me has oído la primera vez. Tenemos que hablar y este joven necesita atención médica. Podemos hacer las dos cosas en…

—No pienso ir allí.

—Estaba a punto de decirte que en mi apartamento. Soy muy consciente de tus sentimientos hacia el Senado.

Me reprimí para no mirarlo, pero dudaba que mi famosa cara de póquer fuera lo bastante buena para él. Nunca lo había sido anteriormente. Además, él podía escuchar la velocidad de mi ritmo cardiaco con la adrenalina extra de furia y probablemente detectar el rubor delatador que mi piel pálida no podía ocultar. Me dije a mí misma que no me importaba. Habían pasado doce años desde la última ocasión en que lo había visto, y en aquella ocasión yo había amenazado con matarlo por enésima vez y después me había ido dando un portazo. Siempre me sacaba de mis casillas. Siempre. Incluso aunque no lo hiciera a propósito. No creía que esta vez fuera a ser diferente.

Extendió los brazos para coger al chico, suponiendo con su habitual arrogancia que yo estaría de acuerdo con cualquier cosa que él hubiera planeado. No me opuse, ya que llevar al joven a un hospital local conllevaría explicar quién o qué le había hecho todo eso, algo que supondría un reto incluso para alguien con mi capacidad de exagerar la verdad. Y correr a la sucursal del Senado estaba definitivamente descartado, teniendo en cuenta lo que había pasado la última vez que me había dejado caer por allí. Claro que, probablemente, el seguro habría cubierto todos los daños y el sitio ya necesitaba una remodelación, pero dudaba que ellos lo vieran de esa manera. Podía llevarme al joven a mi casa, pero aunque pudiera apañármelas con sus heridas físicas, no podría borrar todo esto de su memoria. Pero el cabrón exageradamente peripuesto que tenía a mi lado podía conseguirlo con casi tan solo pensarlo.

—No sabía que tuvieras un apartamento en Nueva York —le dije, y eso me preocupaba. No había ninguna razón por la que él estuviera aquí. Mucho menos con lo que seguramente era un apartamento escandalosamente caro con vistas a Central Park. Los vampiros tienden a ser territoriales por naturaleza y normalmente están apegados a sus casas. Claro que el Senado había declarado ilegales las antiguas fronteras hacía algún tiempo para reducir las enemistades, así que técnicamente él podía ir a cualquier sitio que quisiera, pero por lo que yo sabía, no tenía ningún tipo de negocio ni ningún interés personal en Nueva York. Excepto yo, quizá.

—Es una nueva adquisición.

Entrecerré los ojos y le seguí por la puerta. Esto podría significar un montón de cosas, desde que por pura diversión se había gastado alguno de los millones que había acumulado a través de los siglos, hasta que se había batido en duelo con otro maestro y había adquirido sus posesiones. Realmente esperaba que fuera una de esas dos cosas y no algún complot para tenerme controlada. Era muy consciente de que estaba tratando con un miembro del Senado, uno de los vampiros más poderosos y más peligrosos del planeta. Yo misma me había subestimado demasiadas veces como para hacérselo a otro, independientemente de lo humano que pareciera. Especialmente no a éste.

—Bueno, espero que tenga una ducha —le dije, vertiendo el resto del alcohol sobre una pila cercana de cuerpos de vampiros altamente inflamable y encendiendo una cerilla—. Necesito un baño.

El apartamento era de lujo, en la Quinta Avenida, y era cierto que tenía vistas al parque. Me sentí aliviada al ver que también había sido decorado en colores beis y crema bastante sosos por el diseñador, para que fuera virtualmente aceptable para cualquier gusto, excepto el mío. Eso significaba que no había estado allí el tiempo suficiente como para imponer su propio estilo, así que, a lo mejor, no me había estado espiando. No desperdicié ni un suspiro para mostrar mi alivio, sino que me centré en el único otro ocupante de la habitación. No me habían llevado a rastras a la base local de operaciones del Senado, pero a no ser que estuviera equivocada, al menos uno de sus miembros estaba sentado en un sofá de color camel pálido, esperándonos.

El vampiro extraño se levantó cuando entramos en la habitación, y sus ojos examinaron al chico antes de quedar fijos en mí. Me preparé para obtener la típica reacción, pero no hubo ninguna. Eso me decía que o que ya le habían advertido con anterioridad, o que él era incluso mejor que yo en eso de poner cara de póquer. No era sorprendente, y ya que ellos no tienen que respirar o tener latidos a menos que quieran, no hay muchas pistas que delaten a la mayoría de los vampiros. En especial los más mayores, y suponía que por la sensación de poder que éste llevaba como quien lleva una capa, que rebasaba la treintena que aparentaba su rostro.

Lo examiné con interés, ya que nunca lo había visto antes. Eso no era probable si era tan mayor como yo pensaba. Los novatos vienen y van, la mayoría de ellos mueren antes de que consigan durar más que un humano normal (demasiado para la inmortalidad), pero intento mantenerme informada sobre los principales jugadores en el mundo de los vampiros. No hay muchos maestros de primer nivel por ahí, pero éste no estaba en mi amplio archivo mental. Rápidamente agregué un nuevo documento.

Llevaba puesto el tipo de traje sencillo que mi anfitrión podría haber llevado si hubiera decidido que era un día informal; uno diseñado para realzar lo que la naturaleza le había concedido con mano generosa. El jersey de color hueso le quedaba lo bastante apretado como para mostrar una parte superior del cuerpo bonita y los pantalones de ante marrones estaban ajustados a sus muslos musculosos. Un mechón castaño rojizo estaba intentando escaparse de una pinza de oro en su nuca. Parecía la clase de pelo de las mujeres que anuncian champú: exuberante, superabundante y con brillo. Debería haber parecido afeminado en un hombre, igual que los ojos grises azulados con largas pestañas, pero los hombros anchos y fuertes y su mandíbula arrogante eran muy masculinos. Lo miré con cara de pocos amigos. Los vampiros ya tenían una gran cantidad de ventajas; tampoco necesitaban tener buen aspecto. Catalogué su aroma (una combinación de güisqui, cuero fino y, extrañamente, sirope de caramelo) para una próxima referencia, y volví a prestar atención a su compañero.

—Hay una ducha en el baño al fondo del pasillo, o si quieres, puedes utilizar la que hay en mi habitación —me dijo. Mi anfitrión colocó al chico en el sofá, sin prestar atención a la cara tapicería, y el vampiro con el pelo castaño rojizo, fuera quien fuese, se movió para ayudar sin decir ni una palabra. Ni siquiera se preocupó de mirarme, lo que me pareció ligeramente insultante. Había matado a los de su clase durante medio milenio y ¿ni siquiera me merecía un parpadeo? Debía de imaginarse que todas las probabilidades estaban a su favor. Teniendo en cuenta que estaba en una habitación con dos maestros de primer nivel, seguramente tenía razón.

Bajé por el pasillo, que olía vagamente a algún ambientador genérico. Seguramente lo anunciasen como «aroma a lilas», pero me recordaba más a tinas de productos químicos que a campos completamente abiertos y a flores. Los sentidos superdesarrollados tienen sus inconvenientes, como ocurre con tantos otros aspectos de mi persona. Claro que también tiene sus ventajas. Forcé un oído, pero no había demasiado que escuchar. Una chica estaba hablando por teléfono en el piso de al lado, quejándose de algún tío a una amiga, y alguien, un piso más abajo, estaba o hablando con su gato, o teniendo un episodio psicótico, pero las dos voces eran más claras que los sonidos suaves que procedían del salón. Supuestamente los vampiros estaban limpiando las heridas mejor de lo que yo había sido capaz de hacer en el bar y las estaban vendando. Sabía que nadie estaba planeando tomarse un aperitivo, sería como ofrecer a la gente que está acostumbrada al caviar de beluga y a Dom Pérignon una bolsa de Fritos rancios y una Coca-Cola sin gas. Probablemente un segundo plato cutre no sería nada apetecible.

Entré en la enorme habitación principal y miré a mi alrededor. Lujosa, sobria, rica. ¡Qué sorpresa! Aquí dentro, el decorador se había arriesgado y había elegido una paleta de colores grises, desde carbón sobre la ropa de cama hasta ceniza en las paredes. Fruncí el ceño mirando los colores con disgusto y deseé mis pinturas tanto que me picaban las manos. Una buena media hora de trabajo en el trozo desnudo de pared sobre la cama habría marcado una gran diferencia. A mí nunca me habían devuelto aún una fianza, pero claro, en mi trabajo, de todas formas eso se daba por hecho. Y nunca había vivido con paredes grises y lisas.

El baño estaba lleno de azulejos blancos relucientes en lo que me imagino se suponía que era un estilo industrial elegante. Cogí toallas (blancas, por supuesto) del armario y metí mi roñoso cuerpo en la ducha de vidrio y cromo. Al menos era grande.

Apoyé la cabeza contra la pared, que rápidamente se cubrió de vaho e intenté no imaginarme a Claire con una pequeña versión de mí en sus brazos. Los dhampirs, los hijos de mujeres humanas y vampiros machos, nunca eran algo bueno. Afortunadamente, somos realmente poco comunes, ya que el esperma muerto no nada demasiado bien. No obstante, había unos pocos casos en los que un vampiro recién convertido y recién salido de la tumba había sido capaz de engendrar a un niño. Los niños normalmente nacían locos de remate y vivían muy poco; tenían unas vidas muy violentas.

Claro que no todos los dhampirs eran iguales. Pasa igual con los niños humanos, nunca sabes cómo se van a combinar los genes. Había conocido a algunos, poco comunes, que seguían el ejemplo de la madre y lograban vivir, en su mayoría, vidas normales. Aparte de por sus sentidos intensificados y su fuerza, nunca podrías haber sabido lo que eran. Pero aquéllos eran incluso más escasos que la variedad rara, y de algún modo dudaba que Claire tuviera tanta suerte.

La conocía. Cualquiera que fuera la historia que hubiera detrás de la concepción de su hijo, lo amaría, lo alimentaria y lo defendería como una fiera, al menos hasta que creciera lo bastante como para lanzarla por un edificio en un ataque de ira que él ni siquiera recordaría. Realmente esperaba que Kyle hubiera estado mintiendo. En caso contrario, me estaba enfrentando a tener que matar al hijo de mi mejor amiga, a pesar del afecto que ella alguna vez hubiera sentido hacia mí, o a esperar a su violenta muerte.

Sería inútil intentar hablar con Claire. Nunca había comprendido el peligro que corría, ni tampoco estaba dispuesta a dar los pasos necesarios para afianzar su seguridad. Era ese maldito respeto por la vida sobre el que siempre me estaba dando charlas, el mismo que la hizo convertirse en una vegetariana estricta y que me obligaba a tener que salir sigilosamente para comer carne. Después de todo, podía escucharla argumentar: «Te conozco desde hace años y nunca has querido matarme». Ella simplemente se sentiría herida y confusa si le explicaba lo confundida que estaba. Aunque haya adquirido cierto control a través de largos siglos de práctica, aún soy un monstruo. Y como a la persona que me engendró a mí, siempre me encantará la muerte y la destrucción un poco más que cualquier otra cosa, o que a cualquier persona.

No sé mucho sobre mi madre, excepto que era una joven sirviente lo bastante tonta para creer que el guapo hijo del lord local no solo estaba pasando un buen rato con ella. Habían estado juntos durante varios meses antes de que él sufriese la maldición del vampirismo, un estado que él no reconoció inmediatamente. A diferencia de la manera normal de hacer un vampiro, la maldición tardó un tiempo hasta completar la transformación. No hubo ninguna terrible escena de muerte ni arañazos dramáticos para salir de su propia tumba. En lugar de eso, hizo caso omiso de los murmullos del gitano como si fueran los desvaríos de una mujer loca y siguió con su estilo de vida donjuanesco durante unos pocos días fatídicos. Afortunadamente yo fui la única a la que él le pasó los genes vampíricos que él acababa de obtener.

En pocas palabras, nueve meses más tarde, después de que él se hubiera ido a ordenar sus pensamientos, un bebé rebosante de salud, yo, entró en el mundo y se encontró con que el mundo no se alegraba mucho de verle. Los humanos con los que yo crecí sabían bastante acerca de todas las cosas relacionadas con los vampiros y se imaginaron lo que era la primera vez que vieron mis colmillos de bebé. Le dijeron a mi madre que me arrojara al río y que así se ahorraría un montón de problemas. Aún no sé si me alegro de que en lugar de eso me hubiera entregado a una banda de gitanos que pasaba por allí. Ella murió por la peste algunos años más tarde, así que nunca la conocí. Y mi padre, bueno, digamos, simplemente, que tenemos problemas.

No me imagino que sea demasiado sorprendente, teniendo en cuenta que los dhampirs y los vampiros son enemigos mortales. Algunas leyendas dicen que Dios dejó que los dhampirs existieran para que vigilaran el número de vampiros que había por ahí pululando. Una explicación más científica es que el instinto predador en los dhampirs es necesario para permitirles que se alimenten, pero sobrecarga el sistema suprarrenal de nuestro cuerpo. Creo que al menos una parte de la ira que tenemos es una reacción natural por ser forzados a vivir en un mundo al que no tenemos ninguna posibilidad de pertenecer en ningún momento. Los vampiros nos odian y nos temen, y normalmente intentan matarnos inmediatamente. Los humanos piensan que somos uno de ellos durante un tiempo, hasta que nos da uno de nuestros arrebatos de ira y nuestra naturaleza real se hace evidente. Entonces volvemos a fugarnos, intentando evitar las multitudes enfadadas de las dos especies, mientras cavamos un nicho fuera de los dos mundos para nosotros solos.

La mayoría de los niños como yo se consumen pronto, ya sea por cargar demasiado sus sistemas o, mucho más a menudo, por morir en una lucha. Sólo sé de otro dhampir que es tan mayor como yo, un faquir indio alelado que vive en el desierto de Rajastán, lo más lejos posible de los humanos. Me llevó más de dos meses encontrarlo la única vez que me molesté en hacerlo, y él no tuvo demasiados consejos útiles que dar. Él consigue contener las situaciones mediante la meditación secular, controlando su naturaleza real simplemente negando cualquier contacto con una posible víctima. La verdad es que ése no es mi estilo. Yo prefiero el método tradicional de sacar mi otra naturaleza a cazar de vez en cuando, cuidando de que mate solo lo que ya está muerto. O demonios, o algún hombre lobo ocasional, o cualquier cosa que no sea humana. Es un poco lioso, pero funciona e incluso me llevó al trabajo que tengo.

Me eché champú en mi pelo grasiento y me pregunté si ésa era la razón por la que me habían localizado. Parecía poco probable. Si el Senado quería a alguien muerto, estaba completamente segura de que no necesitaban contratarme para que lo hiciera. Tenían un montón de matones propios y un departamento de inteligencia insuperable. Podían prescindir de tres al cuarto.

También estaba el pequeño asunto de que yo tenía la costumbre de rechazar asignaciones a no ser que conociera todas las circunstancias involucradas: todas. Me había prometido a mí misma limitar mis excesos a aquéllos que, como dice el dicho, necesitaban ser asesinados. Pensaba que, puesto que era mi mano la que sostenía el hacha, o la estaca, el rifle, o lo que fuera, era cosa mía estar segura de que no asesinaba a alguien que simplemente había irritado a un usurero local. Pero esa rareza, como seguramente el Senado así lo veía, me habría hecho baja varios puestos en su lista de talentos a contratar, incluso si el accidente de mi nacimiento no me hubiera hecho ya una persona no grata. Así que mis habilidades de caza probablemente no fueran lo que ellos necesitaban ahora.

Aunque por mucho que lo intentaba, no me podía imaginar qué más podía ser. De vez en cuando, me ganaba unos cuantos pavos examinando el movimiento clandestino sobrenatural que las autoridades humanas no podían tratar o ni tan siquiera podían entender. Pero tampoco en eso yo podía ofrecer nada que el Senado no pudiera hacer, y probablemente mucho mejor que yo. Considerando todas las posibilidades, no sabía a qué atenerme. De todas formas, no es que importara. Tan pronto como obtuviera algunas respuestas del chico aperitivo, me iría a perseguir a Michael. Fuera lo que fuera que el Senado quería, bien podía ocurrírsele otro modo de conseguirlo. Y por lo que respectaba a mi anfitrión, por mí podía caerse muerto. Otra vez.