Alice permaneció inmóvil en la cama, preguntándose qué la habría despertado. Últimamente se despertaba con facilidad porque su preocupación por Ibrahim le impedía dormir profundamente. Mirando el reloj que tenía en la mesita, vio que era pasada la medianoche. Prestó atención en medio del silencio de la casa y se sobresaltó al oír unas pisadas delante de su puerta. Cuando poco después oyó otras pisadas, comprendió qué era lo que la había despertado: había gente caminando a toda prisa por el pasillo.
Pero no oyó voces ni gritos de alarma. Se levantó de la cama, se acercó a la puerta, la abrió y alcanzó a ver a Nefissa y a una prima doblando la esquina al final del pasillo. Al parecer, se dirigían a la habitación de los niños.
Alice se puso una bata y las siguió.
A Camelia no le gustaba que la despertaran antes de hora; le encantaban los sueños y la comodidad de la cama. Al notar que una mano la sacudía suavemente, pensó que era su hermana Mishmish que a veces la despertaba durante la noche porque tenía una pesadilla o temía que su papá jamás regresara a casa. Sin embargo, cuando la pequeña Camelia de siete años abrió los ojos, se sorprendió de ver a su Umma inclinada sobre ella.
—Ven, Lili —le dijo cariñosamente Amira—. Ven conmigo.
Camelia se frotó los ojos y siguió medio adormilada a su Umma hasta el cuarto de baño. Al volver la cabeza, vio a Yasmina todavía dormida en la cama. Después entró y Umma cerró la puerta.
La intensa iluminación del cuarto de baño le molestaba la vista; la niña se extrañó de ver a tía Nefissa y a la prima Doreya y a Raya e incluso a la anciana tía Zu Zu.
—Yo la sujetaré —dijo Nefissa, extendiendo los brazos hacia Camelia y mirando a la niña con una sonrisa tranquilizadora—. Esta noche seré su mamá.
Camelia, que todavía estaba medio dormida, no preguntó qué estaban haciendo las mujeres: se sentó sobre una gruesa toalla que tía Nefissa había extendido en el suelo y se reclinó hacia atrás, sostenida por los brazos de su tía. Sin embargo, cuando Doreya y Raya intentaron separarle las piernas, Camelia empezó a oponer resistencia.
—¿Qué estamos haciendo, Umma? —preguntó.
Amira actuó con rapidez.
En el dormitorio a oscuras, Yasmina veía en sueños grandes cuencos de dorados albaricoques; todos se los iba a comer ella. Acurrucada en la cama con los brazos alrededor del osito de felpa que su tío Edward le había enviado desde Inglaterra, se consoló con un delicioso sueño en el que papá regresaba de sus largas vacaciones y la casa volvía a ser feliz. Se estaba celebrando una gran fiesta y mamá lucía su traje de noche de raso blanco y sus pendientes de brillantes y Umma sacaba de la cocina grandes cuencos de natillas y muchos albaricoques entre risas.
Después vio a Camelia bailando y llamándola entre risas.
—Mishmish! Mishmish!
Yasmina abrió los ojos. El dormitorio estaba a oscuras y sólo unas finas cintas de luz de luna se filtraban a través de las persianas cerradas. Prestó atención. ¿Había soñado que su hermana la llamaba? ¿O la había llamado de verdad…?
Un grito rasgó el aire.
Yasmina se levantó de un brinco y corrió a la cama de su hermana, pero la encontró vacía y con el cobertor doblado hacia atrás.
—¿Lili? —dijo—. ¿Dónde estás?
Entonces vio luz por debajo de la puerta del cuarto de baño.
Se acercó corriendo y, justo en el momento de llegar allí, se abrió la puerta y salió Umma llevando en brazos a una llorosa Camelia.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Yasmina.
—Nada —contestó Amira, colocando a la niña de siete años en su cama, arropándola y enjugándole las lágrimas—. A Camelia no le pasa nada.
—Pero ¿qué…?
—Vamos, Yasmina —dijo cariñosamente Nefissa—. Vuelve a la cama.
De pronto se abrió la puerta del dormitorio y apareció Alice envuelta en una bata y con el cabello enmarañado y los ojos todavía hinchados por el sueño.
—¿Qué ha pasado? He oído un grito. Me ha parecido que era Camelia.
—Ya pasó —dijo Amira, acariciando el cabello de Camelia.
—Pero ¿qué ha pasado?
Alice observó que las demás mujeres iban completamente vestidas a pesar de que era de noche.
—Todo va bien. Camelia se curará en cuestión de pocos días.
Mientras las demás mujeres la miraban sonriendo y le aseguraban que todo iba bien, Alice vio la navaja ensangrentada en la pila del cuarto de baño.
—¿Se curará? Pero ¿qué le ha pasado?
—Ha sido su circuncisión —dijo Nefissa—. Dentro de unos días lo habrá olvidado todo. Ven a tomar el té con nosotras.
—¿Su qué? —preguntó Alice mientras una de las mujeres le murmuraba a otra:
—Los ingleses no lo hacen.
Amira apoyó una mano en su brazo y le dijo:
—Ven, querida, yo te lo explicaré. Nefissa, ¿quieres encargarte de vigilar a Camelia, por favor?
En cuanto las mujeres abandonaron el dormitorio y tía Nefissa se dirigió al cuarto de baño, Yasmina se levantó sigilosamente de su cama y se acercó a su hermana, la cual estaba sollozando muy quedo con el rostro hundido en la almohada.
—¿Qué te ha pasado, Lili? —le preguntó—. ¿Estás enferma?
—Me duele mucho, Mishmish —contestó Camelia, enjugándose las lágrimas de los ojos.
Echando la manta hacia atrás, Yasmina subió a la cama y rodeó a Camelia con sus brazos.
—No llores. Ya has oído a Umma. Te pondrás bien.
—Por favor, no me dejes —dijo Camelia mientras Yasmina tiraba de la manta hacia arriba para que ésta las cubriera a las dos.
En su dormitorio, Amira tenía dispuesto un servicio de té de plata. Mientras llenaba dos tazas, preguntó:
—¿Es cierto que los ingleses no practican la circuncisión?
Alice la miró, perpleja.
—A los niños, a veces… creo. Pero… madre Amira, ¿cómo se puede circuncidar a una niña? ¿Qué les hacéis?
Cuando Amira se lo explicó, Alice la miró, horrorizada.
—Pero eso no es lo mismo que la circuncisión de un niño. ¿No es perjudicial?
—En absoluto. Cuando Camelia crezca, sólo le quedará una pequeña cicatriz. Yo he cortado sólo la puntita. Por lo demás, está igual que antes.
—Pero ¿por qué lo hacéis?
—Se hace para preservar la honra de las niñas cuando sean mayores. Se elimina la impureza y con ello se consigue que sean esposas castas y obedientes.
—¿Quiere esto decir que no podrá gozar del sexo? —preguntó Alice frunciendo el ceño.
—Por supuesto que podrá —contestó Amira con una sonrisa—. Ningún hombre quiere tener en su casa a una mujer insatisfecha.
Alice contempló el reloj de la mesita de noche de Amira. Eran casi las dos de la madrugada. La casa, el jardín y la calle de las Vírgenes del Paraíso estaban a oscuras y en silencio.
—Pero ¿por qué practicáis la circuncisión a esta hora y tan en secreto? —preguntó—. Cuando circuncidaron a Zacarías, se celebró una gran fiesta.
—La circuncisión de un niño tiene un significado distinto de la de una niña. En el caso de un niño, significa que ha ingresado en la familia del Islam. En cambio, en el de una niña, supone una vergüenza y por eso se hace de una manera rápida y en secreto. Es un ritual al que se someten todas las niñas musulmanas —añadió Amira al ver la expresión de desconcierto de Alice—. Ahora Camelia podrá encontrar un buen marido porque éste sabrá que no se excita fácilmente y que, por tanto, puede fiarse de ella. Es por eso por lo que ningún hombre como es debido se casa con una mujer incircuncisa.
El desconcierto de Alice era cada vez mayor.
—Pero tu hijo se casó conmigo, ¿no?
Amira se sentó y tomó la mano de Alice entre las suyas.
—Sí, es cierto. Y porque te casaste con el hijo de mi corazón, tú eres la hija de mi corazón. Lamento muy de veras que eso te haya disgustado tanto. Hubiera tenido que prepararte primero, explicártelo y después invitarte a participar. El año que viene, cuando le toque el turno a Yasmina…
—¿A Yasmina? ¡No estarás pensando hacerle eso a mi hija!
—Ya veremos lo que dice Ibrahim.
Alice contempló la taza de té y, de repente, no pudo beber.
—Voy a ver a las niñas —dijo en tono vacilante.
Nefissa estaba sentada junto a la cama, bordando en un pequeño tambor.
—Las dos están dormidas —le dijo a Alice con una sonrisa, indicándole a las dos chiquillas cubiertas por la manta.
Alice miró primero a Camelia, cuyo negro y húmedo cabello aparecía desparramado sobre la almohada, y después a su hija, cuyos rubios bucles se mezclaban con los más oscuros de su hermana. Apoyando la mano sobre la frente de Yasmina, recordó el juego de las niñas vistiéndose con la melaya y vislumbró un futuro aterrador en el que Egipto volvería a sus antiguas costumbres y seguiría circuncidando a las mujeres y cubriéndolas con velos.
«No permitiré que eso te ocurra a ti, mi pequeña», le juró en silencio a Yasmina. «Te prometo que tú siempre serás libre».
De pronto, experimentó la necesidad de hablar con su hermano. Besando a cada una de las niñas, le dio las buenas noches a su cuñada y después cruzó la inmensa y silenciosa mansión, llegó al gran salón y subió por la gran escalinata para dirigirse al ala de la casa reservada a los hombres. Eddie lo comprenderá, pensó. Me ayudará a encontrar un apartamento. Me llevaré a Yasmina y viviremos los tres juntos hasta que Ibrahim regrese a casa.
Fue a llamar con los nudillos a la puerta de su hermano, pero, recordando que éste tenía un sueño muy profundo y no la oiría, entró con la intención de sacudirle suavemente por el hombro y despertarle.
Sin embargo, al abrir la puerta, vio las luces del salón encendidas. Había dos hombres. Alice no comprendió al principio qué estaban haciendo: Edward inclinado hacia delante y Hassan al-Sabir detrás de él, ambos con los pantalones bajados hasta los tobillos.
Los hombres levantaron la vista, sobresaltados.
Alice lanzó un grito y escapó corriendo.
Bajó a trompicones los peldaños de la gran escalinata y, mientras corría pisando el reluciente suelo del vestíbulo, resbalo y cayó. Entre lágrimas, trató de encontrar algo a lo que agarrarse y, cuando estaba a medio levantarse, notó que una mano le apresaba el brazo. Era Hassan. Trató de huir, pero Hassan la obligó a volver el rostro hacia él bajo el charco de luz de luna que penetraba a través de una ventana.
—¿Es que no lo sabías? —le preguntó con una sonrisa—. No, por la cara que pones; yo diría que no tenías ni la más remota sospecha.
—Eres un monstruo —dijo Alice entre jadeos.
—¿Yo? Vamos, querida, el monstruo es tu hermano… Hacía el papel de mujer, es él quien tiene que avergonzarse.
—¡Lo has corrompido!
—¿Que yo lo he corrompido? —Hassan soltó una carcajada—. Mi querida Alice, ¿de quién crees que partió la idea? Edward me quiere desde que llegó aquí. Tú pensabas que quería a Nefissa, ¿verdad?
Alice trató de apartarle, pero Hassan se acercó todavía más y le dijo con una amarga sonrisa:
—Pareces estar celosa, Alice. Pero me pregunto de quién de nosotros dos estás celosa.
—¡Me das asco!
—Sí, ya me lo dijiste. Entonces pensé que, como no podía tener a la hermana, me conformaría con hermano. Supongo que, desde este punto de vista, sois bastante parecidos.
Alice consiguió zafarse de su presa y echó a correr.