—En realidad —continuó Braxton—, si lo piensa usted bien, lo que queremos que haga por nosotros no es nada comparado con lo que nosotros le estamos ofreciendo a usted. Lo que nosotros le ofrecemos a usted, señor Toole, es sencillamente la libertad de su padre sin ningún tipo de cargos. Libre, absolutamente libre. Además, por supuesto, nos hacemos cargo de la situación en la que saldrá cuando obtenga la libertad y de lo difícil que le será conseguir un trabajo, por lo tanto también estaríamos dispuestos a ayudarlo con una pequeña aportación económica para que pueda empezar a rehacer su vida. Como ve, no está nada mal para alguien que no ha dudado en apretar el gatillo contra otro ser humano para robar un puñado de dólares.
Pero nuestra generosidad no acaba ahí, señor Toole. Hasta ahora solo he hablado de su padre, pero no crea que en ningún caso nos hemos olvidado de usted. Usted, señor Toole, después de realizar un pequeño trabajo para nosotros, que no dude le pagaremos con una suma mucho mayor de lo que pueda imaginar, podrá elegir trabajar en la empresa que a usted más le guste: televisión nacional, productora cinematográfica… O por qué no, su propia productora. Nosotros correríamos con todos los gastos. Eso si es que quiere usted seguir trabajando, porque si no es así, el Gobierno le ofrece una jubilación anticipada. Un sueldo vitalicio que en la actualidad sería de doce mil dólares anuales y que sería revisado cada año.
—¡Había dicho doce mil dólares! —le indicó Toole a Ramiro—. ¡Nada menos que doce mil dólares de 1969! ¡Una auténtica fortuna! Y continuó diciéndome:
—¿Cuántos años tiene usted, señor Toole? ¿Veinticinco? ¿Menos? Seguro que menos de treinta. No está nada mal, ¿verdad? Poder jubilarse antes de los treinta años y hacer lo que le venga en gana. Sin obligaciones, sin tener que aguantar a ningún jefe todo el día detrás dando órdenes, sin incómodos despertadores sonando de madrugada. Marcharse a una isla paradisíaca rodeado de mulatas en bikini que le untan la espalda de crema, tomar cócteles hechos a base de zumos naturales… Suena bien, ¿verdad?
He de decirle, señor Toole, que yo no tengo esa suerte y que ahora mismo le envidio. No me importaría que cambiásemos los papeles y que yo fuese el que estuviese sentado en su silla y usted estuviese frente a mí ofreciéndome todo esto.
Y a cambio, ¿qué le pedimos nosotros a usted, señor Toole? Muy poca cosa en comparación con todo lo que estamos poniendo a su disposición. Si hubiese prestado atención a la grabación, hubiese visto que los rusos nos están pisando los talones en la lucha armamentística y en la carrera espacial. Nosotros, y creo que usted estará de acuerdo, no podemos dejar que los rusos nos tomen la delantera. ¿O acaso usted quiere vivir en un mundo gobernado por los comunistas? ¿Quiere que sus futuros hijos crezcan en un mundo sin oportunidades, donde a todo el mundo se le obligue a vestir igual y ni siquiera tenga libertad a la hora de elegir qué refresco quiere tomarse o qué quiere desayunar? Creo que la respuesta es no, señor Toole. Ahora usted tiene la oportunidad de ayudar a su país y a toda la humanidad para que esto no pase, y al mismo tiempo su país tiene la oportunidad de agradecérselo.
—Estaba deseando —Toole levantó los ojos y se dirigió a Ramiro— que terminase de una puta vez toda aquella perorata y me dijese qué coño tenía todo eso que ver conmigo y qué era lo que quería que hiciese. Pero estaba tan asustado que no me atreví a interrumpirle y dejé que continuase.
—Lo único que le pedimos, Albert —Braxton se dirigió a mí por mi nombre de pila y con un tono más familiar—, es que ejerza su profesión para el Gobierno. Que realice el pequeño montaje de una película en el que además tendrá la oportunidad de trabajar con grandes profesionales y aprender mucho. Sabemos que es usted un gran montador, probablemente el mejor, y necesitamos al mejor. ¿Qué le parece, señor Toole? Fácil, ¿verdad? Tampoco le estamos pidiendo nada del otro mundo, nada que no sepa hacer.
—¿Simplemente eso? ¿Simplemente se trata de montar una película para ustedes? —pregunté sorprendido. A esas alturas me esperaba cualquier cosa.
—Nada más que eso. Ve como no era para tanto.
—Bien, pero supongo que no se tratará de cualquier película. ¿De qué trata?
—Por supuesto que no se trata de una película cualquiera, señor Toole. Es la mejor que usted haya montado jamás y todo un reto para un profesional de su talla. Ni más ni menos que la llegada del hombre a la Luna…
No podía dar crédito a lo que estaba oyendo: ¡la llegada del hombre a la Luna! Habían perdido el juicio por completo. Solté una estridente carcajada.
—Perdone que me ría, pero si no he entendido mal, usted quiere rodar la supuesta llegada del hombre a la Luna y tenerlo ahí guardado para enseñárselo a los rusos en un determinado momento.
—No, señor Toole. Nosotros queremos rodar la supuesta llegada del hombre a la Luna y televisarla en un falso directo a nivel mundial.
—¡Joder! Usted está mucho más loco de lo que yo pensaba. Eso es completamente absurdo. ¿Quién va a creer semejante chaladura?
—Todo el mundo, señor Toole, todo el mundo. Para eso hemos contratado a profesionales como usted y vamos a poner a su disposición los mejores medios. No dude que todo el mundo va a creer que el hombre pisará la Luna el 20 de julio de 1969. Tenemos más de cinco meses para prepararlo, y no dude que lo prepararemos, con su ayuda y con la de otros muchos genios, los mejores en su campo.
Me quedé callado unos instantes; Henry Braxton me miraba fijamente esperando una contestación. Realmente aquello no era ninguna broma, hablaba completamente en serio. Los otros dos no habían intervenido prácticamente en toda la conversación, a no ser para bajar la pantalla o poner en marcha el proyector, pero ahora también me miraban fijamente. Finalmente dije:
—Mi padre fuera de la cárcel con una ayuda económica y yo con doce mil dólares anuales, además de una cuantiosa suma de dinero que me permitirá no dar ni palo al agua el resto de mi vida… Está bien, acepto. A fin de cuentas son ustedes los que van a hacer el ridículo delante del mundo.
—Sabía que era un tipo razonable, y sabía que llegaríamos a un acuerdo —dijo ofreciéndome su mano para que la estrechara.