He tenido acceso a un escalafón lo suficientemente alto de la comunidad de inteligencia israelí como para que éste sea un relato autorizado. Como en el caso de mis libros anteriores, me decidí por el tema del Mossad sin tener conocimientos previos. He usado la información proporcionada por sus miembros de la manera en que lo hace cualquier escritor que se ocupa de un servicio de inteligencia: comprobándola una y otra vez.
Grabé ochenta horas de conversaciones, entre ellas las repetidas entrevistas a personas relacionadas directa o indirectamente con el Mossad y otras a gente a la que el Mossad había tratado de matar, como Leila Khaled —que se hizo famosa durante la época de los secuestros de aviones por parte de la OLP, en los años setenta— y Muhammad Abbas —que organizó la toma del Achille Lauro, en la que un pasajero norteamericano judío y en silla de ruedas fue arrojado por la borda.
Me encontré con ellos en mayo de 1996, en Gaza. Se les había permitido visitar Israel como parte del acercamiento con la OLP. También hablé con Yasser Arafat, en otro tiempo blanco principal del Mossad.
Me puse a escribir sobre temas de inteligencia en 1960, cuando colaboraba con Chapman Pincher, por entonces el escritor británico más importante en la materia. Ambos trabajábamos para el Daily Express de Londres. Varias de nuestras historias —principalmente el fiasco de Burgess y Maclean para la inteligencia británica— ayudaron a cambiar la percepción de cómo debía informarse acerca de estos temas. Una postura que he tratado de mantener en libros como Viaje a la locura, Pontífice y Caos bajo el paraíso.
He informado sobre las guerras secretas de inteligencia entabladas contra Irán, Irak, Siria y Afganistán, áreas con las que el Mossad sigue directamente involucrado. También he escrito extensamente sobre las relaciones entre el Mossad y el Vaticano. Mis propios contactos en la Santa Sede me fueron útiles para llevar a cabo posteriores entrevistas de fondo para este libro.
En 1989 estuve en China durante el estallido de descontento estudiantil. Fui testigo una vez más de las maquinaciones de las agencias de inteligencia y detecté la mano del Mossad en lo referente al temor de que la exportación de armas chinas a Irán e Irak llegara a significar una amenaza para Israel. Seguí escribiendo sobre el papel del Mossad en la guerra del Golfo y en el poscomunismo soviético.
En agosto de 1994 recibí una llamada de Zvi Spielmann. Spielmann es una especie de leyenda viva de Israel: se distinguió luchando en la guerra de independencia y fundó los Estudios Cinematográficos Unidos de Israel. Ha producido una gran cantidad de películas, muchas de ellas coproducciones con Hollywood. Spielmann me preguntó si me animaba a escribir y presentar un documental sobre el Mossad. Me aseguró que tendría las manos libres y que la única restricción para informarme serían mis propias preguntas; cuanto más preguntara, más iba a profundizar.
Descubrí que, aparte de los libros de Víctor Ostrovsky y la obra de Ari Ben Menashe había muy poca información sólida sobre el Mossad, en marcado contraste con los cerca de doscientos libros dedicados al trabajo de la CIA, los cincuenta del servicio de inteligencia británico y un número similar sobre el KGB y los servicios alemán y francés. Pero un vistazo a sus contenidos revelaba lagunas en las guerras secretas que habían librado. Estaba claro que el Mossad podía llenar algunas de estas lagunas.
En viajes a Israel, algunos por encargo del Canal 4, el proceso de las entrevistas se desarrolló como cualquier otro. El marco temporal de la historia que mis entrevistados debían contar inicialmente abarcaba un extraño período entre la historia reciente y los recuerdos lejanos. Gradualmente, a medida que íbamos conociéndonos y sus relatos se acercaban al presente, se volvían más precisos, más capaces de recordar los detalles.
Era evidente que aun aquellos que habían ayudado a fundar el Mossad recordaban con claridad un período que formaba parte de la historia que les había tocado vivir y que nunca había sido relatado desde su perspectiva. Y, más importante todavía, podían relacionar aquellos primeros días con el presente. Por ejemplo, cuando hablaron del papel del Mossad en los últimos días del sha de Persia, lo interpretaron como la raíz del actual azote del fundamentalismo islámico.
Cuando revelaron la intervención en Sudáfrica pudieron compararla con la presente situación de ese país. Una y otra vez demostraron que el pasado forma parte del presente de Israel y de qué manera el Mossad había tendido un puente entre el entonces y el ahora.
Demostraron que las leyendas atribuidas al Mossad empalidecían hasta la insignificancia comparadas con la realidad. Recuerdo a Rafi Eitan riendo por lo bajo y diciendo: «Casi todos los hechos publicados sobre el secuestro de Eichmann son puras tonterías. Lo sé porque soy el hombre que lo capturó».
De muchas maneras, Eitan y sus colegas transformaron los mitos en realidades convincentes. Me pidieron que no hiciera menos.
Escuchando a Eitan, sus logros parecían tan inacabables como su energía.
Había librado una gran guerra secreta. Era un hombre con mucha visión y todo lo que pedía era vivir para ver el día en que Israel alcance la paz.
Pronto me di cuenta de que había bandos distintos y opuestos entre mis entrevistados. Estaba la gente «de Isser Harel» y la «de Meir Amit», y el desdén que unos sentían por los otros no había menguado con los años. Comprendí que jamás cederán.
Esto constituye un problema añadido: hay que calibrar el énfasis puesto en la información. Mis entrevistados también corren una carrera contra el tiempo.
Hombres como Meir Amit están en el ocaso de la vida. Cabe atribuirle el mérito de soportar largas entrevistas y preguntas repetitivas. Me concedió la última poco después de regresar de Vietnam, adonde había ido para conocer de primera mano cómo el Vietcong había burlado a la inteligencia norteamericana durante la guerra.
Una de las entrevistas más fascinantes fue la de Uri Saguy. Sentado en la oficina de Spielmann, habló francamente de temas como la necesidad de Israel de llegar a un acuerdo con Siria y el problema que había tenido a veces para «dar faena» al Mossad cuando era el supremo jefe de inteligencia de Israel.
David Kimche raramente bajaba la guardia e insistía en ver las preguntas de antemano. Sin embargo, me dio importantes pistas sobre su actitud personal hacia la gente y los hechos. Lo que más recuerdo de él es que, mientras alimentaba a su perro, destruía con elegancia la credibilidad de aquellos que no estaban a la altura de sus exigencias.
Yaakov Cohen me abrió las puertas de su casa y también su corazón y su mente. Compartimos muchas horas en el kibutz donde ahora vive, mientras recordaba lo que había hecho y dicho en aquellos tiempos. Por ejemplo, sólo él recordaba el miedo y los remordimientos que sintió al matar por primera vez. Su reacción contrastaba radicalmente con los sentimientos de Rafi Eitan acerca del asesinato.
Yoel Ben Porat tenía una mentalidad de abogado de abogados, dedicado sólo a los hechos y poco dado a las conjeturas. En muchos casos fue capaz de rellenar lagunas históricas. Reuven Merhav fue mi fuente de información sobre la postura del Mossad en el marco de la política de Israel.
Entre los periodistas israelíes con los que hablé, dos merecen mención especial. Alex Doron alardeó sobre la inteligencia israelí de una manera ingenua y refrescante. Su aportación fue valiosa. Por otro lado, Ran Edelist, que había sido contratado por el Canal 4 para el documental sobre el Mossad que me habían encargado, visitaba a menudo la oficina de Spielmann e insistía en que en muchos casos no sería «conveniente» dar «detalles precisos». A veces parecía más preocupado por lo que no debía salir en el programa que por lo que debía salir. En algunas de las entrevistas a las que asistió, interrumpía con frecuencia a los invitados con un «Tenga cuidado». Afortunadamente, pocos siguieron su consejo.
Sin que Ran Edelist estuviera presente me encontré con otros agentes de inteligencia que se franquearon con la condición de no ser citados directamente.
Me invitaron a sus casas; conocí a sus familias y algo de sus vidas privadas: los espías no viven en una sola dimensión. Todavía me acuerdo de una larga entrevista con un ex agente que relató cómo había matado. De repente, recorrió con la mirada el salón adornado con cuadros de paisajes bíblicos, suspiró profundamente y dijo: «Este mundo no es este mundo».
Sigo escuchando sus palabras. Creo que quiso decir que, a causa de su pasado trabajo, por debajo del pulso y las apariencias de la vida, jamás lo ha abandonado una sensación de oscuridad y amenaza. Detecté eso mismo en varios de los otros con quienes hablé.
Un triste recuerdo de que el mundo de la inteligencia es visto muy a menudo, como san Pablo veía el paraíso, «a través de un cristal borroso».