Capítulo 2

Un ojo y un asesinato

John Star se incorporó de súbito en su litera y miró fijamente la ventana abierta, al otro lado de la cual se extendía el enorme patio. Lo que lo había despertado no era una alarma identificable, sino más exactamente un súbito escalofrío de miedo instintivo, una intuición de terror.

¡Un ojo! No podía ser más que un ojo que le miraba fijamente. Pero tenía ni más ni menos que treinta centímetros.

—Debo decírtelo. Es importante. Como sabes, los emperadores ejercían un poder despótico. Eran inmensamente ricos, controlaban flotas espaciales privadas y eran los dueños de planetas enteros. Gobernaban con implacable crueldad. Cuando no mataban a sus enemigos, los deportaban a Plutón. Uno de mis antepasados, Charles Anthar, fue enviado allí… ¡porque hizo un comentario fortuito a favor de la libertad de palabra y de investigación, en presencia de un hombre a quien consideraba su amigo! Era el mejor físico del Sistema. Pasó catorce años en las frías mazmorras del Planeta Negro. Allí, en Plutón, hizo un descubrimiento científico. La teoría que desarrolló en su celda era de matemática pura, y ese trabajo duró nueve años. A continuación sus compañeros de prisión hicieron entrar clandestinamente los materiales' que necesitaba para el aparato que había planeado. Era muy sencillo, pero tardó cinco años en fabricar las piezas. Cuando lo terminó, destruyó la guardia de la prisión. Desde su celda obligó a Adam III a obedecer sus órdenes. Si el emperador se hubiera resistido, Charles Anthar habría destruido el sistema solar. Desde entonces, su descubrimiento ha salvaguardado la paz del Palacio Verde. Es tan peligroso que sólo una persona de cada generación puede conocerlo. Esto es lo único que se ha consignado por escrito: una sigla.

La joven le mostró las letras AKKA tatuadas sobre la palma de su mano.

—¿Y ahora corres peligro? —susurró John Star.

—Sí. Verás, los púrpuras no perdieron su riqueza e influencia, y han conspirado constantemente para restaurar su imperio. Lo único que obstaculiza sus planes es el tremendo poder del AKKA. Ellos quieren adueñarse del secreto, pero los descendientes de Charles Anthar siempre lo han custodiado eficazmente, en nombre del Palacio Verde. Yo me llamo Aladoree Anthar. Hace seis años, antes de morir, mi padre me transmitió el secreto. Tuve que renunciar a la vida que había soñado y formular una solemne promesa. Por supuesto, los púrpuras supieron, desde el principio, de la existencia del AKKA. Han conspirado, sobornado y asesinado sin pausa para conseguir el aparato. Con él, podrían reinar eternamente. Ahora creo que Eric Ulnar ha venido a robarlo.

—¡Debes confiar en Eric! —protestó John Star—. Pero si es un explorador famoso… ¡Y el sobrino del comandante de la Legión!

—Por eso sospecho que nos han traicionado.

—No entiendo…

—Ulnar —dijo ella— era el apellido de los emperadores. Creo que Eric Ulnar es el heredero directo, el pretendiente al trono. No confío en él, ni en su tío, un conspirador…

—¡Adam Ulnar conspirador! —exclamó John Star, indignado—. ¿Hablas así del comandante en jefe?

—¡Claro que sí! Sospecho que ha utilizado su fortuna e influencia para obtener su cargo, y de esta forma poder averiguar mi escondite. ¡Él envió a Eric aquí! Anoche, esa nave trajo refuerzos para los traidores, y también servirá para secuestrarme.

—¡Es imposible! —exclamó John Star—. Vors, tal vez, y Kimplen, ¡pero no Eric!

—Él es el jefe. —La voz de la joven estaba cargada de fría certidumbre—. Anoche se deslizó fuera de la fortaleza; regresó al cabo de dos horas. Estoy segura que fue a comunicarse con sus cómplices, los de la nave.

—Eric Ulnar es un héroe y un oficial de la Legión.

—Yo no confiaría en ningún hombre llamado Ulnar.

—Mi apellido es Ulnar.

—Tu apellido es Ulnar… —susurró ella, atónita—. ¿Eres pariente…?

—Lo soy. Debo mi puesto a la generosidad del comandante.

—Entonces, ¡ya entiendo por qué estás aquí! —dijo la muchacha con amargura.

—Estás equivocada con Eric —insistió él.

—¡Recuerda sólo que eres un traidor al Palacio Verde! —le espeto ella, con furia—. ¡Recuerda que estás destruyendo toda la libertad y la alegría!

Tras decir esto, dio media vuelta y bajó corriendo por la vieja escalera de piedra. Él la siguió con la mirada; estaba desconcertado. Aunque había defendido a Eric, no podía evitar la duda. Recelaba profundamente de Vors y de Kimplen. La proximidad de la extraña nave lo había alargado. Y en ese momento lamentaba mucho haber perdido la estima de Aladoree Anthar. Eso haría mucho más difícil la tarea de protegerla… Y, además, ¡ella le gustaba!

Eric Ulnar salió a su encuentro cuando volvió al patio, y le dijo con una sonrisa cínicamente cruel:

—Parece, John, que esta noche han asesinado al capitán Otan. Acabamos de encontrar el cadáver en su habitación.