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Muestra a un hombre conduciendo un coche. Es la forma más simple de vídeo familiar. Ves a un hombre al volante de un Dodge de tamaño medio.

No es más que una chiquilla que apunta su cámara a través de la ventanilla trasera del automóvil familiar hacia el parabrisas del coche que les sigue.

Ya saben lo que pasa con las familias y sus videocámaras. Ya saben cómo les gusta intervenir a los críos, cómo la cámara les muestra que todo objeto se halla potencialmente cargado, millones de cosas que nunca ven con el ojo desnudo. Investigan el significado de cosas inertes y de animales de compañía y meten las narices en la intimidad familiar. Aprenden a ver las cosas dos veces.

Lo que aquí se protege es la intimidad de la propia niña. Tiene doce años y su nombre se mantiene en secreto, por más que no sea ni la víctima ni la autora de un crimen sino tan sólo el medio de grabarlo.

Muestra a un hombre con camisa deportiva al volante de su coche. No puede verse nada más. El vehículo se aproxima brevemente y a continuación pierde terreno.

Ya saben cómo los chiquillos con cámaras aprenden a trabajar esos momentos delicados que definen el grupo familiar. Quiebran toda confianza, espían el espacio no defendido, captan a mamá saliendo del baño con su grueso albornoz y su toalla a modo de turbante, con aspecto exangüe y desplumado. No es broma. Son capaces de filmarte en el retrete si consiguen un puesto de observación adecuado.

La cinta posee esa especie de banalidad a sacudidas que caracteriza al producto familiar. Claro está que en este caso el hombre no es un miembro de la familia sino un extraño en su coche, una figura al azar, alguien que ha aparecido de repente en el carril derecho.

Muestra a un hombre de cuarenta y tantos años que viste una camisa pálida abierta a la altura de la garganta, y su imagen se baña de reflejos y destellos solares, con numerosos instantes agitados.

No es simplemente un vídeo más de homicidios. Es un homicidio grabado por una niña que pensó que estaba haciendo algo sencillo y acaso medio ingenioso, grabando una cinta de un hombre en su coche.

El hombre ve a la niña y saluda brevemente, agitando una mano sin separarla del volante: una reacción discreta que resulta atractiva.

Es una grabación ininterrumpida que prosigue sin detenerse. Posee una determinación ciega, una persistencia que deja aparte el tema. Estás contemplando la esencia del vídeo casero. Es inocente, carece de objetivo, es decidida, es real.

Es calvo por la parte superior de la cabeza; cuarentón de aspecto agradable cuya vida parece abrirse por entero a esa cámara sostenida al hombro.

Pero existe también un elemento de suspense. Sigues mirando no porque sepas que algo va a ocurrir —claro está que sabes que algo va a ocurrir, y buscas ese motivo, pero también seguirías mirando si fuera la primera vez que ves la cinta sin conocer la parte final—. Opera aquí un poder desnudo. Sigues mirando porque las cosas se combinan para mantenerte atento: cierto sentido del azar, de lo amateur, de lo accidental, de lo inminente. No piensas en la cinta como algo aburrido o interesante. Es cruda, es descarnada, es inevitable. Es la parte agitada de tu mente, la película que se desarrolla en tu cerebro de hotel bajo todos los pensamientos que sabes que estás concibiendo.

El mundo acecha en la cámara, ya enmarcado, esperando al niño o a la niña que venga a coger el artefacto, a aprenderse el instrumento, para filmar al abuelo durante el desayuno, apopléjico hasta el punto de que se le abren los orificios de la nariz, la cuchara de cereales asida en su pálido puño como lo haría un niño.

Muestra a un hombre que viaja solo en un Dodge de tamaño medio. Parece no terminar nunca.

Hay algo en la naturaleza de la cinta, el grano de la imagen, los balbucientes tonos de blanco y negro, la desnudez, que te hace pensar que es más auténtica, que se corresponde más con la realidad, que el resto de las cosas que te rodean. Las cosas que te rodean tienen un aspecto ensayado y estratificado y cosmético. La cinta es hiperrealista, o acaso es hiporrealista como preferirías definirla. Es lo que subyace bajo el fondo raspado de todas las capas que has añadido. Y ese es otro motivo por el que sigues mirando. La cinta posee un realismo abrasador.

Le muestra saludando con un gesto abreviado, la palma rígida, como una bandera de señales en una vía muerta.

Ya saben los juegos que se inventan las familias. Esto no es más que otro juego en el que la niña va inventándose las reglas a medida que lo practica. Le gusta la idea de grabar en vídeo a un hombre que va en su coche. Probablemente, nunca lo ha hecho antes, y no ve motivo para modificar el formato o concluir demasiado pronto o realizar un barrido hacia otro coche. Éste es su juego, y está aprendiéndolo y practicándolo al mismo tiempo. Se siente medio ingeniosa y ocurrente y acaso algo indiscreta también, con una especie de descaro que proporciona chispa a cualquier juego.

Y sigues mirando. Miras porque así es la naturaleza de la cinta: abrir un sendero delimitado a través del tiempo, para proporcionar a las cosas una forma y un destino.

Claro está que si hubiera realizado un barrido hacia otro coche, el coche adecuado en el momento preciso, habría captado al pistolero en el momento de disparar.

La azarosa cualidad del encuentro. La víctima, el asesino y una niña con una cámara. Energías casuales que se aproximan a un punto común. Hay algo en ello que te interpela directamente, diciendo cosas terribles en relación con fuerzas situadas fuera de tu control, líneas de intersección que atraviesan la historia y la lógica y toda capa razonable de expectación humana.

Irrumpió en él sin darse cuenta. La niña se perdió e irrumpió con los ojos abiertos en el horror. Esto es un cuento infantil sobre el peligro de alejarse demasiado de casa. Pero no es el coche familiar el instrumento de la curiosidad infantil, de su tendencia a la exploración. Es la cámara lo que la sitúa en el cuento.

Ya saben cómo son las vacaciones y las conmemoraciones familiares y cómo aparece alguien con una grabadora de mano y los parientes circulan alrededor y apenas reaccionan porque están entumecidamente habituados al proceso de ser grabados y archivados y exhibidos a través del vídeo con el café y la tarta.

Resulta alcanzado poco después. Cuando has visto la cinta varias veces sabes por el movimiento de la mano el momento exacto en que será alcanzado. Es algo, naturalmente, que esperas. Le dices a tu mujer, si estás en casa y ella también está allí, Y ahora es cuando le disparan. Dices, Janet, date prisa, aquí es donde ocurre.

Y aquí es donde le disparan. Le ves sobresaltado, como por una descarga eléctrica… entonces, se agarrota y cae hacia la puerta o acaso se recuesta o se desliza sobre la puerta sería el modo de decirlo. Resulta terrible y anodino al mismo tiempo. El coche se mantiene en el carril derecho. Se aproxima brevemente y luego pierde velocidad.

Normalmente no llamas a tu mujer para que acuda junto al televisor. Ella tiene sus programas, y tú los tuyos. Pero aquí existe una cierta urgencia. Quieres que contemple lo que ocurre. La cinta lleva funcionando una eternidad y ahora, por fin, va a ocurrir y quieres que ella esté allí cuando le disparan.

Aquí está, en efecto. Le disparan, a la cabeza, y la cámara reacciona, la niña reacciona: se produce un movimiento sobresaltado, pero sigue filmando, se produce una reacción simpática, una reacción nerviosa, su corazón late más deprisa, pero mantiene la cámara apuntada hacia el personaje mientras éste se desliza sobre la puerta e incluso mientras le ves morir estás pensando en la niña. La niña tiene que estar presente ahí a algún nivel, contemplando lo que tú contemplas, desprevenida: la niña está viendo aquello en frío, y no puedes por menos de maravillarte ante el hecho de que siga rodando.

Muestra algo espantoso y desprovisto de acompañamiento. Quieres que tu mujer lo vea porque esta vez es real, no la violencia de diseño de las películas: es la realidad bajo las capas de percepción cosmética. Date prisa, Janet, aquí viene. Muere tan rápido. No hay acompañamiento de ningún tipo. Resulta sumamente descarnado Querrías decirle que es más real que lo real pero entonces ella te preguntaría qué significa eso.

El modo en que la cámara reacciona ante el disparo: una reacción sobresaltada que arroja compasión y terror sobre la imagen, la impresión de la propia niña, la identificación de la niña con la víctima.

No ves la sangre, que probablemente manará en un hilo tras su oreja para deslizarse por la nuca. El modo en que su cabeza se tuerce apartándose de la puerta, ese giro de la cabeza tan sólo te proporciona un perfil parcial y además por el costado que no es, no es el costado en el que le han dado.

Y a lo mejor te estás mostrando ahora un poco agresivo, forzando prácticamente a tu mujer para que mire. ¿Por qué? ¿Qué le estás diciendo? ¿Estás manifestando una modesta afirmación? Como: voy a echarte a perder el día por mala uva normal y corriente. ¿O una gran afirmación? Como: he aquí los riesgos de existir. De un modo u otro, le estás restregando la cinta por la cara y no sabes por qué.

Muestra el coche desviándose hacia la mediana y entonces vemos una agitada impresión de los otros dos carriles y de parte de otro automóvil, una borrosa fracción de segundo y la cinta concluye ahí, bien porque la niña dejó de rodar, bien porque alguna autoridad general, la policía o el fiscal del distrito o la estación de televisión han decidido que ya no hay más que ver.

Éste es el décimo o undécimo homicidio cometido por el Asesino de la Autopista de Texas. La cifra no es segura debido a que la policía piensa que una de las muertes pudo deberse a un imitador.

¿Y hay algo especial en los vídeos, verdad, y en esta clase en particular de crímenes en serie? Se trata de un crimen diseñado para ser grabado al azar y visto de inmediato. Te quedas ahí sentado preguntándote si esta clase de crímenes no se hicieron más factibles cuando los medios necesarios para grabar un acontecimiento y reproducirlo de inmediato, sin un intervalo neutral, sin un espacio y un tiempo equilibradores, se convirtieron en algo ampliamente disponible. La grabación y la reproducción intensifican y comprimen el suceso. Te tientan con la necesidad de hacerlo de nuevo. Te quedas ahí sentado pensando que el asesino en serie ha hallado su medio o viceversa: un acto de tecnología sombría, de tiempo comprimido e imágenes repetidas, desnudas y deslumbrantes e intrascendentes.

Al final, lo cierto es que muestra muy poco. Es un asesinato célebre porque está grabado y porque el asesino lo ha hecho muchas veces y porque el crimen fue grabado por una criatura. Con lo que la niña se ve envuelta, la Videoniña como la llaman de vez en cuando porque tienen que llamarla de alguna manera. La cinta es famosa y ella también. Es famosa en ese sentido moderno de ciertas personas cuyos nombres se mantienen estratégicamente en secreto. Son famosos sin nombres ni rostros, criminales menores de edad, que andan por ahí, en algún lugar situado en los límites de la percepción.

Ver a alguien en el momento de su muerte, de una muerte inesperada. Es suficiente motivo como para mantenerse pegado a la pantalla. Resulta instructivo, contemplar cómo matan a tiros a un hombre mientras conduce bajo un día soleado. Demuestra una verdad elemental: que cada inspiración que realizas tiene dos conclusiones posibles. Y eso es otra cosa. Aquí se encierra un chiste, una nota cruel de garrote de marionetas que estás dispuesto a disfrutar por más que te haga sentir ligeramente culpable. Quizá la víctima es un idiota, una especie de bobalicón de cine mudo, el típico tipo con mala suerte. En cierto modo se lo estaba buscando por dejarse filmar con una cámara. Porque una vez que la cinta comienza a avanzar, sólo puede acabar de un modo. Es lo que requiere el contexto.

No quieres que Janet te venga con monsergas de que está puesta constantemente, que la emiten un millón de veces al día. La emiten porque existe, porque tienen que emitirla, porque ése es el motivo por el que andan por ahí, para asegurar nuestro entretenimiento.

Cuanto más ves la cinta, más muerta y más fría y más inexorable se vuelve. La cinta extrae el aire de tus pulmones, pero no dejas de verla.