31

Los pubs ya estaba cerrados y el reloj de la catedral señalaba que habían pasado treinta minutos de una hora imposible de precisar. La penumbra y la tardía niebla de abril apenas permitían distinguir dos siluetas masculinas que aparecieron en el callejón trasero de St. Albans, la abadía que honra al primer mártir de Inglaterra. Ambos cruzaron como fantasmas la callejuela conocida como Holywell Hill. Uno de ellos llevaba una pequeña maleta. El otro sacó unas llaves del bolsillo del abrigo y abrió la puerta de una tienda de cerámica. No había un alma. Entraron sin ser vistos y desconectaron la alarma. No encendieron las luces.

Resultaba posible discernir los conjuntos de mesas redondas con sus respectivas sillas a pesar de la oscuridad. Sobre aquellas había un juego de cerámica pintada y pinceles para decorar platos y otras piezas antes de ser horneadas. La puerta y las ventanas de la fachada habían sido reemplazadas, tal vez durante el último siglo, y dejaban pasar una luz amarillenta que permitía a los potenciales transeúntes ver el interior de la tienda.

Había un mostrador y una caja registradora a la izquierda de la puerta principal. Por la puerta trasera se accedía a otro pasadizo y quizá a más habitaciones, si las había, detrás de la pared posterior. A lo largo de esa pared se alineaban tres estanterías de pino sin lustrar, cargadas de cerámica en espera de la inspiración artística que las convertiría en piezas esmaltadas. Detrás de los anaqueles se ocultaba un fino revestimiento de madera del siglo XVIII. Una linterna, encendida por unos instantes, permitió apreciar el color rojizo de la misma. Eran esos paneles de madera, más que cualquier otra cosa, los que habían despertado el interés de los intrusos.

Los dos hombres dirigieron su atención a esa pared y trabajaron en silencio con sistemática eficiencia para vaciar los estantes y apilar con cuidado la cerámica sobre las mesas. El alumbrado de la calle proyectaba un misterioso resplandor sobre los paneles y creaba extrañas sombras. Una vez vaciados los anaqueles, apartaron las estanterías de la pared y las utilizaron como una mampara que les permitía moverse sin ser vistos desde el exterior.

Luego se quitaron los abrigos y los colocaron sobre la parte posterior de las estanterías para bloquear cualquier atisbo de luz que pudiera dejar al descubierto sus movimientos. Uno de los hombres encendió una linterna láser para que su compañero pudiera coger de la maleta un grupo de herramientas cuidadosamente envueltas. Las colocó en el suelo junto a otra linterna similar y una maza revestida de goma. Los hombres usaban guantes. Ninguno de ellos habló. El más alto se apostó para vigilar con atención la calle.

A continuación, el otro estudió con detenimiento los paneles. Eligió un cuchillo fino y de hoja delgada y lo sostuvo entre las manos a la luz del pequeño haz de la linterna antes de hundirlo para sondear los paneles. Dudó, luego deslizó el cuchillo en la unión de los dos paneles hasta que se topó con algo más sólido. Retiró ligeramente la hoja, eludió la obstrucción y siguió con su trabajo hasta que se encontró con otro similar.

Silbó para llamar la atención de su compañero en la penumbra. Este se acercó y observó el panel mientras el primero repetía el procedimiento, pero esta vez, cuando se topó con un obstáculo, presionó con la hoja del cuchillo en lugar de eludirlo y rompió la madera. Los paneles inferiores se desplomaron a sus pies en medio de un gran estrépito. El hombre próximo a la ventana se lanzó al suelo y los dos asaltantes se mantuvieron expectantes por si el ruido había alertado a alguna persona que dormía en el pub de la planta alta o a un peatón que pasaba por Holywell Hill. Un automóvil se iba acercando, cada vez más despacio. Se oyeron voces y brillaron las luces de otro coche que dobló raudamente la esquina. Los intrusos estaban alerta. No se movieron y permanecieron a la espera incluso cuando oyeron más voces. Luego, la puerta de un vehículo se cerró bruscamente y el coche se alejó en dirección a la colina. El hombre situado junto a los paneles volvió a inclinarse hacia la pared en cuanto transcurrieron cinco minutos e iluminó con el fino haz de luz de su linterna la abertura que había creado su cuchillo. Vio la textura irregular de un antiguo muro de ladrillo y reprimió un grito. No obstante, repasó las herramientas con gesto decidido y seleccionó la maza revestida de goma y un escoplo reforzado, junto con una lámina de plástico que extendió cuidadosamente en el piso. Acto seguido procedió a derribar un sector de la pared de ladrillo lo más silenciosamente posible, haciendo frecuentes pausas para corroborar que el ruido no atraía a personas indeseadas. Su compañero lo tranquilizaba con el pulgar hacia arriba. Aparentemente, todo estaba en orden.

El antiguo mortero de barro cedió con increíble rapidez y pudo aflojar los ladrillos con la mano. Luego, los dejó serenamente sobre la lámina de plástico. Logró atisbar una hermosa construcción oculta detrás de la pared a través del boquete recién abierto. Quizá algunos siglos antes había sido parte de la chimenea o el escondite secreto de un sacerdote. Con la ayuda de la linterna siguió curioseando a través de la abertura y llamó a su cómplice. Divisó dos cofres antiguos entre el polvo y las telarañas: el más grande era cuadrado y estaba atado con una cuerda vistosa; el otro tenía una tapa dorada y convexa, donde se leía una inscripción.

Los dos hombres se apresuraron a retirar los ladrillos restantes y arrastrar los arcones hacia el sector que estaba detrás de las estanterías. De inmediato prestaron atención al más pequeño. El primer intento de abrirlo reveló que estaba cerrado con llave. El rayo de luz láser permitió ver que estaba provisto de dos cerraduras ornamentadas a ambos lados de la tapa. Una mano enguantada la desempolvó para leer la inscripción. Los hombres vacilaron y se miraron inquisitivamente. Luego, hicieron a un lado ese cofre y se concentraron en el más grande.

El nudo del cordón estaba tieso, era difícil desatarlo. El más alto de los dos hombres se esforzó en vano. Su socio le entregó un cuchillo. Vaciló un instante antes de cortar limpiamente la cuerda.

Dentro de la caja había un gran pergamino cubierto con bocetos de complejos dispositivos mecánicos y anotaciones. Debajo, una serie de toscos instrumentos de experimentación científica: una extraña selección de tubos metálicos manchados, algunas abrazaderas, espejos y un objeto con forma de prisma que, a la luz de la linterna, reveló ser de fino cristal transparente. Envueltos por separado en una tela delicada, encontraron un conjunto de bocetos y anotaciones extraordinariamente detalladas, grabados o dibujados sobre un vidrio.

Los intrusos tomaron el contenido de la caja y lo depositaron cuidadosamente en el suelo para analizarlo. Por fin, uno de los hombres habló.

Non angli, sed angelí —dijo y contuvo la risa. Las suyas fueron prácticamente las únicas palabras que se oyeron en la tienda.

Los dos asintieron, enrollaron cuidadosamente el pergamino, envolvieron el vidrio dibujado en la tela y volvieron a colocar ambos objetos en el cofre junto con las demás piezas. Un hombre sopló un tubito para desparramar una nueva capa de polvo sobre el cofre más pequeño, que permanecía intacto. En unos instantes lo devolvieron a su escondite original y conservaron el más grande.

Necesitaron una hora de trabajo a oscuras y en el mayor silencio posible para reparar la pared. Cuando el polvo se asentó, el primer hombre subió a una mesa y dedicó un rato a hacer ajustes con un destornillador en la lámpara del techo. El otro se escabulló detrás del mostrador y se ocupó de un aplique que estaba en la pared trasera, sobre los estantes. Diez minutos después, ambos se dirigieron a la puerta, cargando el cofre. Uno de ellos echó un vistazo final a la tienda para cerciorarse de que nada iba a delatar su visita.

El callejón estaba desierto. Reactivaron la alarma y cerraron la puerta al salir, para luego perderse en la oscuridad de la noche.

El carillón había anunciado con insistencia el día de San Jorge durante quince minutos ininterrumpidos. La voz de Lucy era casi inaudible en medio de la cascada de sonidos. De pronto apretó la mano de Alex y señaló el río con una indicación de la cabeza. Una de las dos figuras que caminaban hacia ellos se contoneaba con la provocativa elegancia de una modelo que recorre la pasarela. Lucy sonrió.

La mañana del domingo de Pascua, mientras los demás buscaban huevos escondidos, Lucy había encontrado a Siân en el dormitorio de Will, silenciosa y acurrucada contra la cabecera de la cama. Había pasado una hora desde su llegada. La chaqueta, con las costuras rasgadas, estaba sobre la cama. Siân la trajo hacia ella.

—Nunca tuve la oportunidad de despedirme —le explicó a Lucy—. Él se marchó una noche, furioso. La despedida iba a tener que esperar hasta el momento en que estuviéramos menos enfadados, y nunca llegó.

Lucy había considerado la posibilidad de hacer algún comentario, pero prefirió que el silencio hablara por ella y dejó que Siân realizara sus propias reflexiones y sólo la abrazó. Después de las lágrimas y las confesiones, le ofreció amablemente:

—¿Me permitirías arreglar la cazadora? Puedo coserla bien para que la uses. —Lucy comprendía, de una manera que tal vez habría fascinado a Alex y sin duda habría enfurecido a Simon, que esa prenda sería un símbolo de esa despedida, un extraño memento mori. Siân le entregó la prenda.

Más tarde, mientras Alex llevaba a Max, Simon y Grace a pasear por Winchester, Lucy se quedaba en casa, cosiendo con destreza, en compañía de Henry y Siân. Había encontrado en el estudio de Diana los utensilios para hacer labores con cuero. Esa tarea relajante le recordaba los días de espera en el hospital. Era consciente del profundo cambio que había experimentado su vida. Sin embargo, la perturbaba el contraste entre su buena fortuna y la pena de Siân. De pronto, Henry comenzó a hablar.

—Me he preguntado cuándo sería oportuno decírtelo, Siân. He conversado con Alex y él me asegura que este es el momento indicado, de modo que confiaré en su buen criterio. —Henry hizo una pausa para dedicarle una mirada tranquilizadora. No iba a dar una mala noticia—. No sé si estás al tanto de que Will había suscrito una póliza de seguros que le cubría ante las eventualidades que podían presentarse cuando trabajaba en lugares de riesgo. —Siân miró a Henry sin comprender. Cerró la revista que estaba leyendo y le dedicó toda su atención. Él sonrió y continuó—. Será mejor hablar claro. Soy el administrador de los bienes de mi hijo y desde que, hace un mes, el encargado de la investigación judicial dictaminó que Will no fue responsable del accidente que le provocó la muerte, obra en mi poder un documento por el cual se establece que la mitad del importe de la póliza, que él había renovado poco antes, te corresponde a ti. En otras palabras, recibirás una herencia considerable. Tendré el cheque antes de fin de mes. Yo pensaba explicarte todo esto cuando te lo entregara, pero Alex opina que te haría bien recibir noticias alentadoras, y decidí adelantarme.

Completamente desconcertada, Siân tomó ciertas precauciones.

—Henry, nosotros nos habíamos separado. Seguramente se trata de un error.

—No, en absoluto. Él adoptó esa decisión en junio, cuando ya se había marchado del apartamento que compartía contigo. El otro beneficiario es Max. Creo que Will quería que gozaras de cierta independencia, seguridad y bienestar, aunque ya no fuera parte de tu vida. Es evidente que eras alguien muy importante para él. Todavía no sé a cuánto asciende el importe total de la indemnización, pero yo diría que puede constituir un adelanto sustancial para la compra de un apartamento. En lo personal, me siento muy feliz con su decisión, y lo mismo le ocurre a Alex.

Ante el extraordinario descubrimiento de que Will se preocupaba por ella tanto como para hacer esas previsiones, las lágrimas brotaron de los ojos de Siân. Lucy se puso rápidamente de pie y rodeó con sus brazos a Siân y Henry, sin separarse de su costura. En el entusiasmo se pinchó un dedo, e instintivamente lo apretó contra el forro de la cazadora, para amortiguar el pinchazo y restañar la sangre que comenzaba a manar de él. Al hacerlo, sus dedos palparon algo pequeño y rígido que había caído del bolsillo de la prenda y había quedado atrapado en el interior del forro. No tuvo dudas: ese «algo» era de oro, y tenía un rubí incrustado. Lucy sonrió incluso antes de verificar de qué se trataba.

Y así fue como aquella mañana de abril…

… una joven encantadora enfundada en una característica cazadora Ducati devolvió el saludo a Lucy, mientras los turistas y los aficionados al teatro paseaban por los alrededores de la iglesia, en una atmósfera festiva. La sonrisa de Siân irradiaba serenidad por primera vez en mucho tiempo mientras la pareja se acercaba a Lucy y Alex, que esperaban delante de la iglesia de la Santísima Trinidad. Incluso Alex sonrió al verla tan atractiva con la cazadora y Lucy admitió que Calvin estaba muy guapo con esos vaqueros de color claro y el cabello muy rubio y bien peinado, y notó que su estatura prácticamente igualaba la de Alex. También se le veía menos rígido que en el primer encuentro, y si bien no era el tipo de hombre que le atraía, comprendió por qué había despertado interés en Siân.

—Buen día, Kitty Fisher —la saludó Lucy, y la abrazó.

Siân rió y retribuyó el abrazo.

—Me alegra verte, Lucy Locket.

La proximidad de ambas permitió que Alex observara el contraste entre sus respectivos estilos. Apreció la audacia de Siân, vestida con sus vaqueros ajustados y la chaqueta de cuero. Y Lucy le pareció hermosa, con su chaquetilla corta de hilo de seda gris y un solo botón y su ceñido pantalón de hilo. Les sonrió y, tras reprimir un bostezo, se dispuso a caminar detrás de ellas en compañía de Calvin.

Los cuatro se dirigieron a la iglesia. Era viernes 23 de abril, y si bien la celebración principal por el día de San Jorge se realizaría al día siguiente, habitualmente se celebraba el sábado más próximo al día que indicaba el santoral, la iglesia ya estaba llena de ofrendas florales, y albergaba a devotos y curiosos por igual. Alex compró un permiso para que Lucy pudiera tomar fotografías con la Leica de Will. Esa cámara tenía las consabidas lentes de tinte rosado que conferían a las imágenes una sutileza que ella adoraba. Lucy retrocedió un poco por la nave lateral. Mientras enfocaba juguetonamente a Alex vio que Calvin tomaba discretamente de la mano a Siân y la conducía hacia el altar. Un hombre vestido con ropa cara leía en la primera fila de bancos. Su refinamiento era perceptible aun en la distancia. Esa imagen le resultó cautivadora e inquietante a la vez, no lograba apartar la vista de él. Únicamente se relajó cuando volvió a enfocar a Alex, que trataba de deslizarse subrepticiamente al otro lado de la reja de hierro que aislaba la tumba de Shakespeare del sector abierto al público.

Lucy fue hacia allí. El sepulcro también estaba cubierto de flores, a pesar de que la reja impedía el acceso, lo cual le pareció irritante. Se encaminó hacia la nave lateral, donde había visto un guía, y le enseñó su acreditación. Al cabo de unos minutos él la acompañó nuevamente al sector del altar y quitó reverentemente las ofrendas florales para que pudiera fotografiar la tumba. Alex meneó la cabeza. Aunque pareciera imposible, Lucy siempre conseguía que los demás hicieran su voluntad. Luego, leyó:

BUEN AMIGO, EN NOMBRE DE JESÚS ABSTENTE DE CAVAR EL POLVO AQUÍ ENCERRADO.

BENDITO SEA EL HOMBRE QUE RESPETE ESTAS PIEDRAS Y MALDITO EL QUE REMUEVA MIS HUESOS.

Hacer cálculos ya se había convertido en un hábito para Alex. La letra número 34 era una «g», no tenía demasiada utilidad, sólo podía atribuirla a «gamma», en relación con Chartres, pero la asociación le pareció absurda. De pronto, Lucy se acercó a él.

—Las primeras 34 letras dicen: «Buen amigo, en nombre de Jesús abstente de cavar», lo cual me dice que no es este el lugar que buscamos —indicó con un hilo de voz—. Nada excepcional va a suceder aquí hoy. ¿Qué piensas?

Lucy pareció no esperar respuesta alguna a juzgar por cómo estudiaba el busto del dramaturgo. Se preguntó qué pensaría el caballero isabelino que blandía una pluma de esas dos personas que trataban de resolver un enigma creado por él. Fue entonces cuando se fijó en la Biblia abierta sobre el atril. Llamó la atención de Alex con el codo y le pidió que mirase en aquella dirección. Estaba abierta en el salmo 46. Él entrecerró los ojos.

Súbitamente, Lucy le miró.

—Alex, ahora comprendo: «Will I am». Era el tema del documento central. Basta con sumar los valores numéricos de cada letra: cinco más nueve más tres más tres; la «I» vale nueve y las dos últimas letras, uno y cuatro respectivamente.

Lucy meneó la cabeza cuando obtuvo el resultado. Alex tardó apenas unos segundos en llegar a la misma conclusión.

Durante los quince minutos siguientes los dos se dedicaron a pensar posibles «principios» y «finales». Lucy se dirigió hacia la entrada de la iglesia, preguntándose todavía si el día de San Jorge les depararía algún descubrimiento útil. Atravesó el pórtico y se detuvo en el atrio para esperar a sus compañeros.

Calvin se había acercado a su primo en el transepto. Cuando le dio una palmada en el brazo, Alex advirtió que sus ojos le señalaban la primera fila de bancos. Vio a aquel hombre y le observó detenidamente unos segundos. Luego ambos esperaron a Siân, que regresaba del altar, y los tres atravesaron las puertas de madera para reunirse con Lucy. En cuanto salieron a la luz del sol, advirtieron que dos hombres estaban junto a ella. Uno se dedicaba a examinar un artístico llamador.

—Doctor Stafford —le saludó una voz familiar con acento de Kentucky. Alex trató de disimular la inquietud que le provocaba ese timbre—. Soy Guy Temple. Hemos hablado por teléfono.

Siân vio al hombre corpulento junto a Lucy e instintivamente se llevó la mano a la mejilla. Temple siguió hablando.

Je suis très content de faire votre connaissance.

—Lo mismo digo.

Alex tenía la convicción de que al menos uno de esos hombres había tenido alguna participación en el accidente de su hermano. Los ojos de Lucy le confirmaron que el sujeto robusto e impecablemente ataviado que le cerraba el paso era el mismo que la había raptado en Francia.

—Creo que las damas ya han disfrutado de la compañía de Angelo en otras ocasiones —continuó Guy con una sonrisa cínica e intimidatoria.

—¿Hay alguna otra cosa en la que podamos ofrecerle nuestra ayuda, señor Temple? —inquirió Alex, esforzándose por mostrarse impasible.

La ira le dominaba a pesar de que era un sentimiento impropio de su temperamento. Vio a Calvin por el rabillo del ojo, había rodeado con su brazo la cintura de Siân. Todos sabían qué debían hacer. Sintió un profundo alivio al pensar que esa mañana Simon había elegido otro itinerario. Era poco probable que hubiera sido capaz de controlar su temperamento, puesto en aquella tesitura.

—Qué curioso, lo pregunta como si hubiera encontrado algo que nosotros buscamos —respondió Temple. Él y su secuaz cambiaron de posición en la escalinata y bloquearon por completo la salida.

—Si es una tumba lo que desean, han elegido el camino correcto —dijo Alex, y se inclinó hacia el hombre más alto tratando de aferrar la mano de Lucy, pero ella estaba demasiado lejos—. Sin embargo, me temo que no hay ángeles esperándole.

Guy permaneció indiferente al sarcasmo de Alex. Debía hacer su trabajo y quería demostrar su capacidad de lograr el objetivo sin armar ningún alboroto. Él sabía que ese día ocurriría algo trascendente, pero no estaba dispuesto a revelarlo.

—Dejemos de lado las formalidades, doctor. Sabe por qué estamos aquí. Es más, sin duda estaba esperándonos. Desapareceremos en cuanto obtengamos lo que queremos. —Angelo comenzó a llevar a Lucy hacia la puerta—. No ignora que necesitamos colaboración de su parte, o de la señorita King. Ella es la pieza fundamental, incluso quizá sea la poseedora de la llave. No desearíamos tentar al destino forzando las cerraduras.

Los devotos de la doctrina del Rapto creían supersticiosamente en la importancia de cumplir todas las prescripciones. Alex comprendió que esperaban de verdad ser raptados y elevados hacia el cielo, donde se encontrarían con el Señor, ese mismo día.

Lucy giró bruscamente para eludir a su custodio y se dirigió a Temple.

—¿Sabe dónde fue encontrada esa cerradura?

—Tal vez sea la persona indicada para decírmelo, Señora de la Luz. Es usted la Ariadna que nos guiará hacia la salida del laberinto, cuando acepte que nuestro interés es tan inexorable como legítimo y que le conviene ayudarnos a avanzar por sus rectas y sus curvas. Angelo la escoltará para que regrese junto a su ángel guardián.

Lucy frunció el ceño al oírle. ¿Cómo se atrevía a decir que su interés era legítimo? Él leyó sus pensamientos y dijo:

—Sí, señorita King. Nosotros también hemos esperado nuestro momento. Ya estábamos al corriente del interés de Dee por el Apocalipsis, y sabíamos que tanto las estimaciones de aquella época como las de esta época confirman que este es el momento óptimo para que suceda. Todas las medidas son susceptibles de interpretación, pero Dee había recibido instrucciones de los ángeles. Lo poco que obtuvimos de Calvin no hizo más que corroborar lo que ya sabíamos.

Calvin se había debatido entre la pasividad y una hostilidad mesurada hasta ese momento en que optó por hablar para disminuir la creciente hostilidad que expresaba el lenguaje corporal de Angelo, un personaje que, según advertía, podía causar problemas. Alex había llegado a la misma conclusión.

—Creo que a FW le agradaría que lográramos una solución pacífica, Guy —contestó con serenidad, con lo cual, tácitamente se estaba dirigiendo también a Angelo, el custodio.

Lucy se estremeció cuando oyó que Calvin pronunciaba el nombre de Temple con acento francés, lo cual confirmaba su sospecha de que ambos tenían una estrecha relación. Miró a Alex, para que de algún modo le indicara cómo actuar, pero él estaba concentrado, tratando de tomar una rápida decisión. Angelo, el hombre que estaba frente a él, obviamente era el mismo que había raptado a Lucy, atacado a Siân y muy probablemente también a Max. Todas las discusiones y las conjeturas previas sobre lo que haría si esa gente apareciera en Stratford le parecieron nimias. Calvin opinaba que los «rapturistas» debían evitar la violencia para no frustrar su «hallazgo», pero Alex, al ver por primera vez a Angelo, descubrió que era un hombre verdaderamente violento, indigno de confianza, y que seguramente había sido el causante del accidente de Will. Temple carecía de autoridad sobre él. Rápidamente trató de idear otro plan. No debía permitir que separaran a Lucy del grupo.

Calvin comprendió que Alex estaba ideando una estrategia. Tomó a Temple del brazo y le llevó hacia el parque, permitiendo que los demás le siguieran, por supuesto, custodiados por el robusto Angelo. Desde la nueva posición, Alex distinguió al tercer miembro del grupo, más alto y también impecablemente vestido, que esperaba al final del sendero, cerca de la calzada. Estaba tan quieto que parecía un muerto. No obstante, les observaba atentamente.

—Has de convencer al doctor Stafford de que Lucy estará a salvo, de lo contrario no colaborará contigo. A juzgar por los acertijos, le necesitas. —La voz de Calvin no revelaba lo que verdaderamente sentía por Guy Temple—. Creo que Angelo es el problema.

Daba la impresión de que Calvin confiaba en el hombre con quien caminaba tranquilamente sobre la hierba.

—Piense lo que piense el profesor, Calvin —repuso Temple, que se había detenido de forma repentina—, me parece que ellos no comprenden a qué se enfrentan en esta fecha crucial. No es la primera vez que FW se equivoca. —La respuesta evidenciaba para Calvin tanto como para Alex, que estaba casi a la par que ellos, que Temple estaba desorientado y no sabía cómo proceder—. De todos modos —agregó, levantando un dedo para indicar al hombre apostado en el final del sendero que no se moviera de allí— estoy seguro de que el doctor Stafford se negará de plano a que nos llevemos a Lucy, con o sin Angelo, aun cuando ella deseara hacerlo.

Alex había escuchado lo suficiente como para actuar y se ofreció para acompañar a Temple y sus secuaces.

—Siempre y cuando liberéis de inmediato a Siân y Lucy, sin condiciones —agregó enfáticamente, en un tono que no admitía discusiones.

—No —rechazó Temple tajante—. Obviamente, ella es nuestra garantía de que no habrá trampas.

Habían llegado a un callejón sin salida. El tiempo parecía haberse detenido mientras el grupo permanecía de pie bajo el sol. La proximidad entre Angelo y Lucy inquietaba al doctor, que trataba de imaginar qué sucedería si en un lugar tan transitado como ese, sencillamente se arriesgara a empujarlo y huir, pero, además de su preocupación por lo que podría sucederle a Max y a Anna, sabía que era necesario poner un punto final a aquella situación. De lo contrario, esa gente seguiría acosándoles. Tenían autorización de Dios para hacerlo, y los justificaba la inminencia del hecho que tanto habían esperado.

Lucy había advertido el cambio sutil en la expresión de Alex. Su angustia no era visible para los demás, pero ella la percibió y de inmediato adoptó una decisión. Hizo una nueva propuesta: acompañaría a Temple y Angelo si ellos permitían que Siân, Alex y Calvin se marcharan, sin más condiciones.

—De ningún modo —objetó Alex, ignorando que Temple y Angelo estaban presentes—, estos hombres orquestaron tu secuestro en Francia, el asalto a la casa de mi familia, los ataques a Max y Siân en Londres. Dios sabe qué le hicieron a Will, pero yo sé que a la policía les encantaría atraparlos. Nunca han cumplido los tratos que hicieron conmigo. Es imposible confiar en ellos.

—Alex, sabes que yo no soy su objetivo. Ellos desean desvelar el misterio y tal vez lo mismo pueda decirse de nosotros. Sólo ese descubrimiento dará por terminado este asunto —afirmó Lucy, mirándole fijamente. Una sonrisa iluminó su rostro y dirigiéndose a Temple, dijo, desafiante—: Ya sabe que soy Ariadna, las pistas le han dicho que soy la persona que necesitan. Creo saber cuál será la respuesta final, aunque no la he encontrado en Stratford. De todos modos, soy la única persona que puede abrir la última cerradura —afirmó Lucy, exhibiendo una llave de oro con un rubí engarzado que estaba oculta debajo de su camisa. Todos la miraron con indescriptible fascinación. Calvin abrió exageradamente los ojos, los de Alex expresaban una infinidad de preguntas. Lucy permaneció imperturbable.

—Es un motivo por demás justificado para que no vayas con ellos —declaró enérgicamente Alex—. Lo que estamos buscando estuvo oculto y protegido durante siglos, sin duda para que esta clase de gente no acceda a la sabiduría o el conocimiento que contiene.

—Se equivoca, doctor Stafford —interrumpió el angloamericano—. El «final de los tiempos» es inevitable. Está escrito. Nada de cuanto usted o yo hagamos podrá detenerlo.

—Esa es exactamente la razón por la cual no quiero que Lucy le acompañe —replicó Alex con firmeza—. Deberíamos buscar maneras de mejorar el mundo en lugar de aceptar que una profecía anuncia su destrucción. Cualquier ideología o filosofía que sea digna de respeto se orienta a enseñarnos a vivir plenamente en lugar de incitarnos a morir a cambio de la salvación garantizada. La esperanza es la fuerza que nos guía, a través de Dios, de la ciencia o de ambos. Quienes sólo pueden abogar a favor de un inevitable Armagedón han abandonado este mundo y cualquier esperanza. Nos arrastran a la desesperanza absoluta, a la cual ningún Dios piadoso desearía llevar a sus criaturas.

—Como prefiera, doctor Stafford —respondió Temple con hastío, y desvió la mirada. No estaba dispuesto a involucrarse en una discusión de ese tipo.

Alex sabía que no tenía sentido tratar de razonar. Temple prefería conseguir seguidores por medio del miedo. Nada le haría cambiar. No era posible convencerle de que el terror y la violencia eran inadmisibles para defender la fe.

Lucy se adelantó silenciosamente hacia Alex. Le sonrió y aferró sus manos: entre ellos se creó un secreto.

—Has hablado como lo habría hecho tu padre, y yo estoy de acuerdo contigo, pero no sé si reír o llorar. Serías un brillante abogado frente a cualquier jurado racional, pero iré con ellos porque, a pesar de lo que dijiste… Lucy Locket perdió su bolsa, y Kitty Fisher la encontró.

Alex había argumentado con elocuencia, con el corazón, frente a todos, para modificar la decisión de Lucy. El suyo había sido un alegato impresionante, pero ella era tan categórica como siempre.

Lucy y Alex se besaron.

—Alex, de todas las personas que he conocido eres la única que comprende que la verdadera fortaleza no consiste sólo en controlar la ira sino, muy a menudo, en controlar la acción. Sé fuerte ahora y confía en mí, deja la acción por mi cuenta. —Él la abrazó en silencio—. Y no te preocupes —agregó ella—, sabes que hay un ángel en mí.

Luego dio media vuelta para seguir a Temple hacia la calzada. En ese momento otro individuo misterioso salió de la iglesia y se dirigió presuroso hacia un Lancia Thesis gris oscuro, un coche que ninguno de ellos había visto, aparcado al final del sendero. Lucy se giró un instante, sólo para mirar a Alex antes de que se marcharan ella y sus extraños aliados.

Simon contestó al teléfono móvil a las siete y media.

—Grace y yo estábamos hambrientos y decidimos atiborrarnos de bacalao y patatas fritas en The Herne’s Oak, en Old Windsor. ¿Muy apropiado, verdad? Herne es otra versión de «George el verde».

—Estáis disfrutando de una cena mejor que la nuestra —repuso Alex, mirando los tres rostros tensos congregados en torno al portátil de Calvin. Los bocadillos estaban intactos. Nadie tenía apetito, mucho menos Alex—. ¿Descubristeis algo?

—Sí y no —respondió Simon—. Nada especialmente interesante. Mortlake fue una completa pérdida de tiempo, tal y como pensaba Lucy. El alfa y el omega no están allí. Luego, fuimos directamente a la capilla más famosa consagrada a san Jorge, que está aquí, en Windsor. Un par de ojos oscuros no nos quitaron la vista de encima en todo el día, y por ahí siguen, en algún lugar del pub. Una cosa está clara, en ese lugar hay muchos ángeles esculpidos, pero no están los cofres del tesoro. Sin embargo —prosiguió con énfasis—, hemos obtenido un premio inesperado. Escucha esto.

Simon echó mano a la libreta donde tomaba notas en taquigrafía y miró rápidamente a su alrededor para cerciorarse de que nadie más le escuchara. Cuando Grace asintió, confirmando así que el espía no podía oírle, Simon comenzó a relatar la breve y extraña saga acaecida unas horas antes.

El ambiente festivo de la fecha había empezado a decaer a las 3.40 p.m., hora de Greenwich. Algo asustada, Grace apretó la mano de Simon. Ambos estaban totalmente absortos, contemplando las insignias de la Orden de la Jarretera exhibidas en la capilla de San Jorge. De pronto, oyeron ecos de pasos que resonaban en el enorme edificio. Ella se tensó al ver que un personaje vestido con un hábito se acercaba a ellos, mirándoles fijamente. Cuando estuvo lo suficientemente cerca para que Grace pudiera ver los poros de su piel, una sonrisa le iluminó el rostro y el hombre se presentó como el sacristán. A continuación preguntó la razón de su interés por los antiguos emblemas que se exhibían en la capilla. Grace hizo gala de su pasión por la historia y la heráldica, lo cual deleitó al sacristán. El religioso les reveló entonces que era alquimista y miembro de la orden de los Rosacruces. Luego, les invitó a recorrer el exquisito edificio y les explicó que las rosas blancas simbolizan la esencia femenina tanto para los alquimistas como para los Rosacruces. «Frecuentemente se olvida que la rosa blanca de los York se debe a que descendían de Edward III por línea femenina; la rosa roja de los Lancaster indica la línea masculina», indicó con orgullo. El sacristán respondió una serie de preguntas de Grace y a partir de esas respuestas, ella pudo concluir que las rosas blancas simbolizan la esperanza de que el corazón puro y el buen juicio prevalezcan ante la pasión egoísta. «Ese debería ser el objetivo espiritual de todos los seres humanos», afirmó el sacristán.

—He tomado notas, Alex —dijo Simon en voz baja—. Todos los iniciados en esta antigua sabiduría se esfuerzan por estar «abiertos a la gracia de la rosa». Will lo escribió, ¿te acuerdas? Habitualmente se asocia a la rosa con el amor romántico, pero este increíble mensajero nos dijo hoy que, paradójicamente, simboliza al mismo tiempo pureza y pasión, deseo carnal y perfección celestial, virginidad y fertilidad, vida y muerte. Casi tuve la certeza de que era un enviado que debía decirnos que la rosa vincula a las diosas Isis y Venus con la sangre de Osiris, Adonis y Cristo. Cuando la rosa roja, símbolo de la esencia masculina, se une con la blanca, como la rosa de los Tudor, se convierte en la base de la magia y la metamorfosis del alma. Él dijo que eran «los medios a través de los cuales la divinidad emana de nosotros».

—Esta es la metáfora subyacente en toda la búsqueda de Dee —le interrumpió Alex—. El mensaje de la rosa está presente en todas las corrientes espirituales e incluso estéticas. Si logramos armonizar las características opuestas que representa, nos convertiremos en seres cuasi divinos. Para decirlo de una manera sencilla, la unión de las rosas blancas y rojas simboliza una boda celestial, que reúne lo mejor de la esencia terrenal de lo «femenino» y lo «masculino».

Simon no estaba seguro de haber comprendido todo lo que Alex había dicho, pero asintió, revisó sus notas y continuó.

—La rosa blanca simboliza específicamente pureza, inocencia, tolerancia, amor incondicional. Está relacionada con la energía femenina, a veces necesariamente pasiva, y es la elegida para iniciar a todos los nuevos miembros de la orden en la Antigua Sabiduría. El jabalí que mata a Adonis es el invierno que mata al verano, esa es la base filosófica de los Rosacruces. Las flores que brotan de la sangre del jabalí abatido por Adonis, es decir, el Sol, simbolizan la resurrección, lo cual también es muy sexual y femenino, como dijo Henry. ¿Sabes quién fue uno de los fundadores de la orden de los Rosacruces?

La respuesta era innecesaria.

—Has obtenido un buen dato de una manera imprevista, a través de un mensajero del otro mundo, que llegó en un momento muy especial. A juzgar por tu relato, te estaba esperando. Sin duda, no es casual que tuviera ese aspecto, pero ¿quién lo envió? ¿Alguien más sabe algo sobre este día? ¿Qué averiguaste sobre San Jorge?

—La fraternidad de la Cruz Rosada tuvo su origen en Alemania a comienzos del siglo XVII, poco después de que Dee viajara a Praga en 1580 bajo los auspicios de la reina Isabel y Leicester.

»Dee difundió personalmente las ideas isabelinas relativas a la ciencia, la poesía y la mística. El nombre “rosacruz” deriva de la cruz de San Jorge y la caballería inglesa. En la Europa medieval, y aún hoy en día, pertenecer a la Orden de la Jarretera era un honor.

Grace le arrebató el teléfono a Simon para hablar brevemente con Alex con una impaciencia inusual en ella, pero deseaba transmitirle toda la información obtenida en el transcurso de la extraordinaria e impactante conversación de esa tarde.

—Alex, con respecto a la rosa, Dee la eligió, al igual que otros antes que él, porque es el símbolo que congrega fraternalmente a toda la humanidad. Si logramos comprender su mensaje, al combinar el rocío, que como tú dijiste es el aliento divino, con el espíritu de la rosa, se produce una suerte de magia que trasmuta el alma humana en oro y realiza un acto de sanación. Esa es la teoría y me encanta la idea.

Alex la había escuchado atentamente, sin emitir juicio alguno, apreciando la filosofía que subyacía en sus palabras.

—Gracias, lo has expresado de una manera muy hermosa, Grace.

—Y una cosa más para finalizar —dijo Simon, que había recuperado el teléfono—. Concéntrate en el correo electrónico que Will no pudo enviarte. Nuestro sacristán alquimista asegura que los iniciados en la alquimia y la masonería, al igual que los Rosacruces, estos últimos seguidores de Bruno y Dee, consideran que la luz es la Fuente Divina. Ellos asisten a reuniones a las que denominan «encuentros de luz», en las cuales expertos del presente y el pasado superan los límites temporales para compartir «la luz y la sabiduría de la rosa». ¿Comprendes el significado de la luz que atraviesa los vitrales de un rosetón en una gran iglesia como Chartres? Allí estuvo Will. Me pregunto si logró establecer ese vínculo con otros, a través del tiempo y el espacio. Y ahora, dime, ¿qué novedades tenéis por ahí?

Alex estaba embelesado por esa extraordinaria información y se demoró un instante en responder la penúltima pregunta de Simon.

—Simon, creo que lo hizo pero no puedo explicar por qué lo creo.

Alex recordó lo que Lucy había dicho acerca de la luz y el aroma a rosas en el laberinto. Sabía que había vivido algo inusual, que tal vez había percibido la presencia de Will. Se sintió privilegiado por estar cerca de ella y también sintió menos temor por lo que pudiera ocurrirle. Luego siguió relatando los últimos acontecimientos.

—Mordieron el anzuelo, pero cuando llegó el momento de dejarla partir, apenas logré hacerlo. Ya han pasado horas desde entonces.

—No te preocupes por ella, Alex. Lucy es única. Es una criatura de Shakespeare, una heroína disfrazada, como Viola o Rosalind. Será más lista que ellos.

Alex pensó que Simon estaba en lo cierto, más de lo que él mismo podía suponer. Y le reconfortó el elogio.

—Lo sé. Debo irme. Te veré aquí más tarde. No pierdas de vista al tipo que te vigila. Esos ojos oscuros pertenecen a un israelí intolerante con quien me crucé en Francia. Se llama Ben Dovid. Se asoció a Temple y Walters porque quiere tener su propio templo en Jerusalén. Calvin le conoció mejor cuando estuvo allí en Pascua. Es partidario de la idea de destruir las mezquitas del Monte del Templo. No le provoques.

Simon se preguntó por qué motivo Calvin le había dado esa información, pero no hizo comentarios. Alex cortó y de inmediato marcó otro número.

Fitzalan Walters presidía la mesa en la suite del hotel. Iba impecablemente ataviado y estaba flanqueado por Angelo, el hombre de los ojos amarillentos, y el francés de cabello cano que había conducido el vehículo en Francia. El profesor sirvió el vino para su invitada con exagerada amabilidad y se detuvo al llegar a la mitad de la copa.

—Sé que el alcohol inhibe el efecto de la medicación y le han prohibido beber, pero un sorbo no va a hacerle daño. Este vino blanco de Borgoña es perfecto para acompañar el rape.

Lucy mantenía una postura estudiada, se esforzaba por demostrar seguridad y capacidad de decisión. No obstante, se estremeció al comprender las implicaciones de las palabras de Walters. La ponía a prueba una vez más. Poco antes, le había preguntado cuántos años tenía cuando su madre se marchó de Sidney. Ella había tratado de ocultar su alarma. Comenzó a sonar el teléfono situado encima de una mesa auxiliar.

—Es Alex. Seguramente está preocupado por mí. Será mejor que me permitan contestarle —dijo Lucy.

Su anfitrión asintió sin discutir. Era sorprendentemente gentil, inteligente y educado.

—Me encuentro bien, Alex, y antes de que me lo preguntes, sí, como con regularidad. Me han ofrecido una buena cena. Tú también debes comer algo. Te llamaré en cuanto terminemos con este asunto.

Lucy había procurado ocultar la emoción que le producía oír la voz de Alex. No quería demostrar debilidad. En cuanto terminó su conversación, miró desafiante al profesor Walters, que a su vez tenía la vista fija en la llave que asomaba de su chaqueta.

—Ha sido muy afortunada, señorita King, su médico le dedica un cuidado muy personal. Tal vez deberían sancionarle. Es aceptable perder una paciente, pero nunca dormir con ella. —Lucy no comprendió el significado preciso de esas palabras. Podían indicar rechazo hacia la sensualidad o una tendencia al voyeurismo. No obstante, ignoró la impertinencia y permaneció impasible. Walters cambió de tema—. ¿Por qué debemos esperar hasta las once de la noche? —preguntó, con una suavidad amenazadora.

La puerta de estilo Tudor se abrió. Guy Temple regresó a la suite y se reunió con ellos sin pronunciar una palabra.

—En primer lugar —respondió Lucy—, porque será más fácil si El Ciervo Blanco está cerrado, de lo contrario, podrían aparecer muchos curiosos. Además, creo que la hora ha de ser absolutamente precisa. El zodiaco estará a cuatro grados de Tauro a eso de la medianoche si mis cálculos son correctos. Algo va a suceder entonces.

—Entiendo, es la hora en que Hamlet ve al fantasma. Muy poético. ¿Está completamente segura de que ese lugar, adonde ha aceptado llevarnos, es el correcto?

—Sin duda. Mortlake fue el fin de Dee, pero no el principio, había nacido cerca de la Torre de Londres. Y si bien Stratford fue el principio y el fin de Shakespeare, él no podía saberlo antes de morir. Después de analizar las pistas, tengo la seguridad de que él fue el autor de los acertijos, es probable que estuvieran dedicados a Dee. Por lo tanto, ha de estar en la posada. Es el único lugar donde convergen todas las pistas. El Ciervo Blanco, Shakespeare, la rosa, Venus y Adonis. Aparentemente, era el lugar que ambos elegían para conversar sobre temas esotéricos.

Fitzalan Walters, Guy Temple y Lucy King habían pasado la mayor parte de la tarde en la suite que Walters ocupaba en Alveston Manor, el hotel de Stratford, estudiando los textos. Lucy observó detenidamente los originales una vez más, y sintió placer al tocarlos. Le divertía pensar que sus captores no habían descubierto el laberinto dibujado en el reverso de las hojas y que, en consecuencia, no habían visto el rostro que se distinguía claramente al armar el rompecabezas. Sólo un niño brillante de siete años de edad había cazado al vuelo la importancia de esos dibujos.

Sin embargo, ellos tenían la extraordinaria Biblia del siglo XVII que había pertenecido a la familia de Diana. Al tocarla, Lucy había sentido que transmitía una poderosa energía. Le indignaba que ellos la hubieran robado, que la hubieran estudiado. Ella y Alex no habían tenido acceso a la información que ese libro había proporcionado a los ladrones. No obstante, también les había ocultado algunos de sus secretos. Ciertas palabras que se veían en el estuche bordado también estaban anotadas allí: a lo largo de los Proverbios, todas las alusiones a la sabiduría, las perlas y los rubíes estaban subrayadas. Los versos finales de cada pergamino estaban copiados en la portada del libro, rodeando la misteriosa Tabla de Júpiter. ¿Eso sugería que esas palabras debían utilizarse para hacer algún cálculo, similar al que Alex había realizado con el salmo? Lucy intuía que de allí podía surgir un claro mensaje.

Además, sus captores contaban con una minúscula reproducción del «retrato arco iris» de la reina Elizabeth, pintado a mano en el interior de la contratapa. En el margen se leían anotaciones sobre Astrea, la diosa de la justicia, sobre la cual había hablado Henry. También se veían citas de los Proverbios, que mencionaban las perlas, los rubíes y la Sabiduría, a la cual siempre denominaban «ella».

Lucy se percató en ese momento de que habían presentado a la reina Isabel, engalanada con perlas y rubíes, como la encarnación viva de la Sabiduría, lo cual restaba importancia al hecho de que fuera una mujer quien gobernaba. Quizá Dee era uno de sus propagandistas, el creador de su «estilo». Lo más probable era que en aquella época él ya había anticipado que existiría otra mujer sabia y poderosa, tal como había sugerido Henry. Los nuevos descubrimientos planteaban nuevos enigmas. Lucy siguió reflexionando mientras bebía su té, sin compartir esas ideas con sus acompañantes.

La Biblia les había guiado hacia Stratford, el alfa y el omega de Shakespeare, y había permitido que ella les convenciera de que hallarían la «marmita de oro» mencionada en el último texto, el que Diana había escrito. Explicó entonces que una semana antes, mientras buscaba en Internet información sobre Venus y Adonis, el poema de Shakespeare, había visto por primera vez un dato que intuitivamente le había parecido muy importante. Pidió al profesor que introdujera ese dato en su lujoso ordenador portátil, y juntos esperaron a que apareciera la imagen: una magnífica pintura de la obra de Shakespeare, la única existente, un «patrimonio nacional», de acuerdo con la cita. El mural había permanecido oculto durante siglos, era obra de un artista contemporáneo al escritor y había sido descubierto casi por accidente, al quitar un panel para reparar una vieja pared. ¿Escondía algún secreto acerca del propósito original de la habitación? ¿Qué rituales habría presenciado? ¿Por qué una obra de esas características había sido pintada en la vulgar pared de una modesta posada? Según se explicaba, aparentemente databa del año 1600, una fecha muy cercana a la muerte de Giordano Bruno. Ella y Alex habían considerado la posibilidad de que él formara parte de su búsqueda y él había sugerido que el santuario consagrado al primer mártir de Inglaterra podría ser el lugar apto para que se produjera el Rapto de los seguidores del profesor Walters. «¿Por qué no?», había preguntado, encogiéndose de hombros. Lucy omitió ese comentario y entusiasmó a sus dos acompañantes con su relato y con la insinuación de que la antigua posada de St. Albans era un lugar donde se habían pronunciado antiguas profecías y donde se produciría una revelación.

Luego, desde su propio teléfono, Lucy hizo los arreglos necesarios para conseguir las llaves de la parte de la posada que no se utilizaba.

—Tiene que ser esta noche —insistió.

—¿Qué puede decir sobre la pista del alfa y el omega? —preguntó Guy Temple.

—Supongo que El Ciervo Blanco es el lugar donde surgió la idea de esta búsqueda y por lo tanto, allí terminará —contestó Lucy, con una seguridad abrumadora.

—Y, como corolario, algo comenzará una vez que hayamos encontrado lo que está enterrado allí —concluyó, satisfecho, el profesor Walters. Tanto él como Temple estaban de acuerdo con Lucy—. Eso significa que el Rapto comenzará hoy, cerca de la medianoche, no antes —reflexionó Fitzalan al tiempo que agitaba una copa de vino—. Ellos han comprendido la importancia que esta fecha ha tenido durante siglos: el número, la Realización del Hombre. Es el número vinculado con la piedra fundacional del mundo entero, el centro del Templo de Jerusalén. Seguramente fueron los ángeles quienes se lo dijeron a Dee. Estamos en el lugar indicado, en el momento indicado. O, mejor dicho, estaremos. Por ahora, podemos prolongar nuestra cena —propuso Walters—. Ha de comer un plato con fruta después del pescado, la comida previa a la iniciación es muy importante, al igual que la última cena. Debe ser adecuada para el encuentro de los hombres con los ángeles. Incluso Próspero alimentó a Ferdinand con mejillones y agua de mar antes de permitirle ver a los dioses, además de a su futura esposa. Y esta noche nosotros debemos estar preparados para algo extraordinario, señorita King. —Lucy advirtió que Walters estaba exaltado y farfullaba incoherencias. Aunque tal vez tuvieran alguna relación que ella no podía comprender. Walters siguió parloteando—. Guy siempre come fruta. ¿Sabía que también él fue sometido a una intervención de corazón? Un baipás. En verdad, estuvo al borde de la muerte. ¿No le habló de ello mientras los dos estaban secuestrados en Francia? Un ángel habló con él, sólo una vez, y ahora come saludablemente.

Lucy detectó una nota de cinismo en las palabras del profesor. Le sorprendió que el hombre al cual se refería no hiciera comentarios, incluso le vio un poco angustiado.

El reloj del salpicadero de nogal del Lancia, un modelo más espacioso que el reluciente cupé utilizado para secuestrarla en Francia, indicaba que faltaban veinte minutos para la medianoche. Atravesaron los arcos en dirección al aparcamiento de la posada El Ciervo Blanco. Angelo, que estaba sentado junto a Lucy, abrió la puerta para que ella bajara mientras Temple salía del asiento delantero. El simulacro de caballerosidad la desconcertó, hasta que comprendió que esos hombres creían verdaderamente que estaban a punto de ser testigos de un momento trascendente.

—Angelo y yo estaremos en la puerta principal en diez minutos —dijo Walters, y partió con su coche.

La extraña pareja formada por Lucy y Temple se dirigió a la recepción del hotel.

—Soy Lucy King. Trabajo para una productora de televisión. Hablé hace unas horas con el señor McBeath. —La información no había despertado el menor interés en la joven que atendía la recepción. Apenas levantó la vista del libro de contabilidad que tenía delante para mirarles. Lucy sonrió, pensando que, obviamente, no sabía nada acerca del Rapto.

—¡Ross! —gritó la joven, mirando hacia la escalera.

Lucy y su carabina esperaron en la penumbra.