30

La combinación del manzano silvestre y la magnolia en el jardincillo de delante hacían de la casa la más bonita de la manzana, sin duda. Una silueta esbelta y rubia apareció en la puerta y le besó la mejilla. Alex desapareció en el interior con una orquídea en la mano. Lucy contempló la escena desde el coche con una creciente sensación de pánico. Sus pensamientos eran inconexos y su pulso, arrítmico. Ante sus ojos se ofrecía el pasado de Alex y un primer atisbo de lo que podía ser su futuro.

Ella le había estado rehuyendo desde su regreso de Nueva York, aterrorizada ante la posibilidad de volverse dependiente de los sentimientos inigualables que Alex despertaba en ella. Únicamente habían estado juntos dos noches y la actitud tensa de la joven había impedido el contacto físico. Lucy necesitaba que las cosas se calmaran, quería reencontrarse consigo misma y se había refugiado en la obligación de poner al día el trabajo pendiente para evitar a Alex. El viernes anterior había sido el día memorable de su estudio de veinticuatro horas en Harefield, seis meses después del trasplante. Él había decidido tomarse el día libre y compensarlo trabajando el fin de semana a fin de poder acompañarla. Se había quedado a su lado mientras ella permanecía delante de los monitores hasta terminar aquella aburrida y dura prueba. Lucy estaba debilitada anímicamente, irritable, y malhumorada con Alex. Él optó por conservar la calma. Algunas veces, no obstante, creyó que iba a perder la paciencia. Se preguntó si Lucy intentaba disgustarle de forma premeditada.

Alex llevó a Lucy a su casa una vez terminada la investigación con el desconcierto escrito en el rostro, detalle que Grace advirtió de inmediato.

—Lucy, no juegues con los sentimientos de la gente —le espetó furiosa cuando él se marchó—. No eres la única persona a la que siempre han lastimado. Es hora de que dejes atrás a la niña herida en sus sentimientos y vivas como una mujer.

Ella jamás le había increpado de esa manera, pero acusó el golpe y supo de sopetón que le habían dicho la verdad. Nadie mejor que ella sabía que Alex había ocultado sus sentimientos, que era un actor consumado. Una vez más, había relegado su propio dolor por alguien que, según creía, necesitaba de su fortaleza. Su benevolencia había prevalecido, como siempre. Grace la había acusado con toda justicia de estar egoístamente sumergida en su propio drama. Ella misma advertía que al replegarse en sí misma no hacía más que repetir los esquemas del pasado, pero no lograba encontrar la salida. No obstante, o tal vez como consecuencia de esa realidad, había evitado a Alex durante los días previos a las festividades de Pascua. Se había sumergido en el trabajo, sabiendo que él haría lo mismo. Habían transcurrido quince días desde que regresara de Nueva York sin que hubieran mirado el material de Dee.

Y ahora, en un instante, antes de que pudiera prepararse, Alex apareció nuevamente en la puerta con su hijo y una maleta de fin de semana. Anna cerró la puerta y siguió a su exmarido hasta el coche. Lucy tragó saliva. Alex las presentó con una calma desconcertante y guardó el equipaje en el vehículo. Ellas intercambiaron saludos, Anna comentó con alegría la suerte que habían tenido con el tiempo, muy propicio para la salida de fin de semana. Lucy se quitó las gafas de sol, le estrechó la mano e incluso logró sonreír. El pánico había disminuido. Alex le explicó a su hijo que el flamante monopatín último modelo era un regalo de Lucy, que lo había comprado en los almacenes Bloomingdale’s de Nueva York. El muchacho le sonrió con afecto. Anna le dio recuerdos para Henry mientras el niño se acomodaba en el asiento trasero, entusiasmado porque su padre había bajado la capota. Luego, Max le dio un CD a Lucy, y Alex encendió el motor. Anna les saludó con la mano mientras se alejaban. Todo había sido absurdamente simple. Alex le aferró la mano en ademán de comprensión. Las gafas de Lucy ocultaron unas lágrimas que escaparon silenciosamente.

Lucy y Max cantaron a viva voz durante todo el viaje. Cuando llegaron a Longparish, ella saludó a Henry con un abrazo conmovedor, el que habría deseado darle a Alex para pedirle disculpas. La sonrisa de este dejó claro que comprendía mejor que ella misma su inseguridad y su timidez. Lucy se enclaustró en la cocina y, para deleite de Max, preparó platos que estaban prohibidos en su estricta dieta. La primera parte de la tarde del Viernes Santo la dedicó a leer en el jardín en compañía de Henry mientras Max y su padre salían a practicar con el monopatín.

Alex le había entregado un gran sobre antes de marcharse con su hijo. Al abrirlo encontró una hoja tamaño A4 con una hermosa ilustración: una esfera de cristal con montañas en el centro, similar a un planeta transparente, rodeada por las ramas de un gran árbol. Al pie se leía: «Axis Mundi». Recordó que Alex lo había mencionado antes del viaje a Nueva York y que ella no había comprendido el significado de la referencia. En ese momento observaba absorta la imagen. Era el centro del mundo, el lugar donde el cielo y la tierra se unían. Había dibujado con su propia pluma un caduceo, símbolo de la medicina, en otra hoja más pequeña acompañada de una nota con su letra inconfundible, donde explicaba que la vara era una representación del mismo axis y las serpientes eran el medio a través del cual el sanador cruzaba el eje de este mundo para volver con la sabiduría del mundo superior. El símbolo se relacionaba de diversas maneras con el número 34. Alex comentó brevemente que Dante había elegido ese número —los cantos del Inferno eran 34— precisamente porque representaba ese punto de convergencia, el centro de la Tierra, el límite con el infierno y el punto emergente para la armonía espiritual, para «volver a ver las estrellas».

Se acerca al centro y vuelve a alejarse, pensó Lucy mientras Henry podaba unos arbustos. El camino a Jerusalén. El laberinto.

Más tarde, Henry le pidió a Alex que lo acompañara a la biblioteca. Si bien no la habían excluido, Lucy consideró que debía permitirles cierta intimidad y decidió ir en busca de Max y dedicarle su tiempo. Aprendió quiénes eran los Sims, le escuchó hablar de su adorada abuela, que le había enseñado a chapurrear un poco de francés, y de su tío, al que tanto echaba de menos. Aún estaban compartiendo ese momento cuando Alex y Henry salieron de la biblioteca para reunirse con ellos. Sin embargo, descubrieron que los dos deseaban permanecer en el escritorio. Simon y Grace llegarían al día siguiente y Siân la mañana del Domingo de Pascua, de modo que los señores Stafford se dispusieron a acondicionar las habitaciones de la planta alta para recibir a las visitas.

Calvin se había vuelto a ausentar de forma repentina. Había viajado nada menos que a Jerusalén, modificando así el sorpresivo plan de visitar a su familia en Nantucket para presentar a Siân, razón por la cual Alex había decidido hacer una invitación de última hora. Lucy consideraba la decisión de lo más desafortunada pues sólo podría provocar incertidumbre a Siân. No le había sorprendido que Alex apoyara la idea original de Calvin, pero la había desconcertado por completo que no se cuestionara el posterior cambio de plan. Tal vez se debía a que aparentemente la situación se había equilibrado: después de su regreso de Nueva York, Calvin había entregado los documentos a sus superiores y el enfrentamiento había cesado. Ellos tenían los originales mientras que Lucy y Alex disponían de copias para proseguir con la investigación. El precioso bolso bordado seguía aún en poder de Lucy. No estaba dispuesta a cederlo, ni siquiera a Alex. No habían vuelto a saber de sus adversarios desde entonces. Tal vez a Alex le disgustaba que ellos poseyeran algo que no les pertenecía, pero no hablaba sobre el asunto. De todos modos, Lucy no confiaba en Calvin y la alegraba la perspectiva de que Siân les acompañara en Longparish después de visitar a su madre en Gales. En su opinión, ella debía librarse de ese hombre, no comprendía que Alex se mostrara tan ecuánime. Su criterio siempre le parecía respetable, pero en este caso creía que estaba un poco ciego con respecto a Calvin, quizá a causa del parentesco. Únicamente ese vínculo podía explicar esa actitud.

Max se rindió, agotado tras un día de actividad incesante, y subió al ático donde estaba su dormitorio por su propia voluntad a las nueve en punto. Los tres adultos conversaron durante la cena. Alex había conseguido salmón y lo había servido con una salsa holandesa al estragón. Lucy no comprendía por qué él siempre se disculpaba a la hora de presentar sus platos.

—¿A quién desearías igualar, Alex? Nunca me has servido una cena mala. Eres un gran cocinero, tus manos huelen como un jardín de hierbas —dijo Lucy, besándolas, y se sorprendió al comprobar que eran las primeras palabras afectuosas que le había dicho desde el viaje a Nueva York.

Henry comprendió que Alex y Lucy necesitaban estar a solas y se retiró a su cuarto para leer un buen libro, cerrando la puerta al salir. Sin embargo, ellos terminaron de fregar los platos sin haber intercambiado más que algunos monosílabos. Por fin, Alex rodeó las caderas de Lucy con sus brazos y la miró a los ojos. Era día festivo y no se había afeitado. A ella le encantaba verle así, tocó su barba incipiente, ese era su Alex, un hombre menos rígido, menos controlado. Ella se distendió un poco, pero todavía no lograba soltar la lengua. Él decidió hablar.

—Estuviste magnífica hoy. A Max le encantó estar contigo.

—¿Por qué no me dijiste que él era tan dulce y que todo iba a ser tan fácil?

Alex rió.

—No me lo preguntaste. No te dejes engañar, no es un ángel, pero creo que somos verdaderamente afortunados.

—Me he comportado de una manera intolerable.

—Intolerable —confirmó Alex con cierto humor—. Muy cautelosa.

—Totalmente inaccesible —comentó Lucy, tratando de reírse de sí misma.

—Me lo advertiste… —admitió él. En la sonrisa resignada de Lucy advirtió que estaba cansada de atormentarse. Abrumada por la dualidad de sus emociones, estaba dispuesta a sacrificar la felicidad que podía resultar de una relación sólida para evitar los conflictos y las tensiones que, como sabía, eran inevitables. Alex se apenó al verla tan afligida. Mirándola a los ojos, le preguntó—: ¿Qué es lo que quieres? ¿Cómo puedo ayudarte?

Ella se lo pensó durante un instante y luego dijo con naturalidad:

—¿Puedes llevarme a la cama y hacerme el amor?

Esta vez Alex la llevó a su habitación. En Francia, el deseo y el momento largamente demorado habían aplacado su angustia, y Lucy se había entregado a él sin pensarlo, pero había tenido tiempo de cavilar en el transcurso de las semanas siguientes, e incluso en ese momento, aunque quería confiar en sus sentidos, estaba observándose a sí misma. Alex la desvistió silenciosamente y la acarició con ternura. Sin embargo, pese a que su felicidad estaba en juego, Lucy no lograba controlar la necesidad de reprimir sus sensaciones.

Alex intuyó cuáles eran los pensamientos que le ensombrecían los ojos. Se tendió de espaldas junto a ella y deslizó un brazo por debajo de su cintura mientras que con la otra mano acarició el perfil de la silueta delicada y femenina de Lucy durante una eternidad, hasta que comprobó que respiraba de forma acompasada. Entonces, su cálida voz le susurró al oído:

—¿Qué palabra o color elegirías para describir lo que sientes cuando te toco aquí? —Alex recorrió con sus dedos los senos de Lucy y la cicatriz que había entre ellos.

—Intimidad —respondió ella, mirándole a la cara.

—¿Y aquí, en el vientre?

—Ternura, calidez —contestó estirándose y curvando la espalda como un gato.

Alex se incorporó ligeramente para examinar la maravilla de su cuerpo, las caderas y el abdomen, la ondulación de su cintura, el cuello y los delicados pezones, la espalda y la curva de las nalgas, rozándolos con la punta de los dedos, con la lengua, con su cara sin afeitar, a veces con el pulgar. No tenía prisa. Lucy debía prestar atención a las sensaciones y responder a ellas. Hubo más risas tiernas que respiraciones agitadas. Luego Alex elevó un poco más el torso para besar sus labios. Con la palma de la mano recorrió la parte interna del muslo, flexionó suavemente la pierna de Lucy y siguió subiendo con sus caricias. Ella contuvo el aliento y extendió los brazos hacia atrás.

—Violeta, azul y estrellas que titilan después de una tormenta.

—Eso no vale. Es más de una palabra. Sólo puedes pronunciar una. Concéntrate.

Los dedos de Alex habían alcanzado la parte más sedosa de su piel y suavemente se abrieron paso dentro de ella. Lucy contuvo el aliento, luego pronunció su nombre.

—¿Cuál es la palabra para esto? —preguntó Alex. Su cuerpo era firme, pero su voz era muy suave.

—Sublime… Alex, quiero que…

Moviéndose lentamente, él penetró en su cuerpo.

—¿Y ahora?

—Paraíso.

Lucy se dejó llevar por la pasión y comenzó a respirar agitadamente. Cuando el beso de Alex desdibujó los sonidos que salían de su boca, ella creyó que le iba a estallar el corazón. Él interrumpió su beso apenas un instante, para pedirle al oído que pronunciara una nueva palabra.

—No las hay. —Lucy lo atrajo hacia sí, le invitó a hundirse más profundamente en ella. Los movimientos suaves de Alex, sus besos, hicieron que su respiración se volviera cada vez más agitada. Ningún amante podía ser más laborioso, más insistente, más excitante.

—Lucy, ¿cuál es ahora la palabra?

Alex advirtió que un leve rubor teñía el rostro de Lucy. No necesitaba más que ese gesto de confianza para saber que se había entregado a él.

—Libertad. —La palabra fue casi un suspiro. Lucy no tenía fuerzas para hablar. Su cuerpo estaba enlazado al de Alex. Percibió un temblor, pero no pudo discernir cuál era el cuerpo que temblaba. Su cuerpo y sus ojos estaban unidos a los de su amante. Los movimientos y la respiración comenzaron a fluir al unísono—. Colores desconocidos, aún para el arco iris —susurró Lucy.

Alex rió.

—Has comprendido. Eres una diosa. Celestial —repuso, besándola suavemente después de cada frase. Los sentidos de Lucy no necesitaban más estímulo.

Sí, había comprendido. Había llegado a un lugar donde nunca había estado: era amada.

Lucy se tendió sobre la manta y los dos cuerpos se fundieron en uno.

Acondicionaron la mesa del jardín al amparo de un cortavientos y a las cuatro de la tarde, cuando llegó la hora del té, Lucy sacó del frigorífico las delicias que había cocinado el día anterior. Simon y Grace le agregaron un detalle aún más sibarita con una excelente botella de champán y pasaron una tarde muy agradable en los aledaños de The Oíd Chantry.

Max estaba feliz. Esa mañana, Lucy y su padre habían salido a pasear en bicicleta con él por el campo soleado. Si bien Alex no se había llevado ninguna sorpresa, el niño estaba impresionado por el estado físico de Lucy, que prácticamente les había aventajado. Ella estaba muy satisfecha con el resultado de tanto ejercicio en la bicicleta estática y había bromeado con Alex, diciendo que representaría al hospital, junto con él y Courtney, en la próxima maratón de Londres.

Simon no logró dominar su impaciencia e intentó obtener explicaciones sobre el comportamiento de Calvin en cuanto Max se puso a jugar con un amigo del pueblo. Deseaba saber cuál había sido su comportamiento desde el horrible episodio que había vivido Siân y quería aclarar el asunto antes de que llegara ella.

—Yo tengo la misma curiosidad. ¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —inquirió Lucy.

Ella sabía que Alex prefería evaluar todas las pruebas antes de sacar conclusiones arbitrarias mientras que Simon solía actuar primero y reflexionar después, pero el sufrimiento de Siân le afectaba personalmente. Instintivamente deseaba protegerla y estaba furiosa con Calvin.

Alex había visitado a su padre el día anterior al asalto a la casa de Siân, por lo cual Henry ignoraba lo sucedido. Al enterarse, comentó:

—Es sospechoso.

Alex asintió.

—Lo sé —afirmó, y dirigiéndose a Simon, agregó—: Pero yo estaba en el apartamento de Siân a la mañana siguiente, con tu amigo de la policía y su equipo forense cuando Calvin llegó del aeropuerto y se encontró inesperadamente en medio de esa vorágine. Estaba desolado. No participó en ese episodio, incluso es posible que originalmente el ataque estuviera dirigido contra él. Tal vez no lo sabía hasta ese momento, pero ama a Siân. No pudo articular palabra cuando la vio en mi apartamento y luego se mostró verdaderamente cariñoso con ella. Aunque nunca estuve de su lado, su actitud me sorprendió.

—Alex, ¿cómo puedes ser tan benévolo con él? —Simon echaba espuma por la boca y golpeaba torpemente su plato contra la mesa—. Yo tomaré partido por Will y le acomodaré su costosa dentadura. No me importa cuánto cariño pueda inspirarle Siân. Es probable que ella quiera creer en él, pero tú eres demasiado sagaz para creerle. Sabes que pertenece a una agrupación repulsiva. Deseo que él y sus amigos encuentren realmente lo que buscan y descubran que pesa sobre ellos una maldición. De los relatos bíblicos, mi favorito es el que cuenta lo que sucedió cuando el Arca de la Alianza cayó en manos de los filisteos. ¡Todos terminaron con hemorroides! En este caso, eso también sería hacer justicia.

Grace se atragantó con el champán y Alex lanzó una carcajada.

—¡Era un castigo bastante duro para una época en la que no existían los medicamentos! Ahora hablando en serio, entiendo tus sentimientos hacia Calvin, pero creo que, al menos por ahora, deberíamos otorgarle el beneficio de la duda. Me encontré con él en el hospital, para almorzar, y hablamos largo y tendido. Solucionó el asunto de los documentos lo más deprisa posible, y desde entonces no he sabido nada de ellos…

—Ellos no deberían tener esos documentos —le interrumpió Simon con vehemencia.

—… y yo albergo la esperanza de que él se haya convertido en nuestro aliado —replicó Alex con deliberada lentitud, mirando a su amigo con franqueza—. Confía un poco en mí, Simon. A mi modo de ver, Calvin tiene una filosofía equivocada y sus creencias son totalmente ajenas a las mías, pero es un verdadero hombre de fe, y no puedo culparle por eso. Ha elegido un camino que no es el mío, pero es una persona reflexiva y tiene conciencia.

—¿Y tú crees que ama a Siân? Yo ni siquiera estoy convencida de que sea un hombre a quien le atraigan las mujeres. —Lucy estaba tensa, pues sentía que Alex ocultaba algo.

—¡Qué curioso, eso mismo pensé yo! No obstante, creo que está enamorado de Siân y la pobre necesita cerrar el pasado y seguir adelante. Ya ha sufrido bastante. Tratemos de apoyarla en la medida de lo posible.

Alex miró a su padre, que asintió. Grace, que hasta ese momento se había limitado a beber champán y escuchar, formuló una pregunta dirigida a todos los presentes.

—Si a Calvin le importa Siân, ¿por qué dio la vuelta al mundo sin decírselo, Alex? ¿Tenía miedo? Y ¿por qué la desilusionó con tanta crueldad con respecto al viaje a los Estados Unidos? Ella estaba entusiasmada.

—No puedo responderte a eso, aunque estoy de acuerdo en que la cancelación del viaje ha sido un duro golpe para ella, pero el grupo del profesor Walters se encuentra en Jerusalén por algún motivo, que seguramente podemos adivinar y nos disguste. Espero que Calvin sepa lo que hace al reunirse allí con ellos —dijo Alex, sirviendo en las copas de los invitados el champán que quedaba en la botella. Luego cambió súbitamente de tema—. Y bien, ¿cómo le ha ido a los detectives con los «archivos Dee»? Es hora de revisar nuestros logros si queremos competir con ellos por el premio.

Lucy estaba segura de que Alex ocultaba algo, pero era evidente que no iba a hablar más. Ella estaba reflexionando sobre el asunto cuando advirtió que no había oído lo que Henry estaba diciendo.

—… esta semana una cena muy entretenida con mi amigo John, el deán de Winchester. Tiene algunas ideas interesantes acerca de estos Sionistas Cristianos de Simon.

—¡Bien, Henry! —exclamó Simon—. Pero, por favor, no los denomines así, como si fueran mis criaturas.

Henry levantó una mano.

—Te pido disculpas, Simon. Parece ser que son unos tipos detestables. John tenía noticias acerca de ellos y corroboró cada una de tus afirmaciones. Ni que decir tiene que no aprueba las ideas que derivan del Antiguo Testamento, porque se fundan más en las profecías que en la palabra de Jesús. John cree que la doctrina de este grupo puede desembocar en una guerra devastadora en Oriente Próximo, un verdadero baño de sangre, y que es necesario controlarlos para impedir que eso ocurra. Sería deseable que los servicios secretos tomaran cartas en el asunto. Esa idea del Rapto que tú mencionaste, Simon, significa que no les interesa el resto de la humanidad. Su premisa es «únete a nosotros o prepárate a morir», y a John le preocupa la inquietante cercanía de algunos miembros de la Iglesia Evangelista a la Casa Blanca, pues teme que estén exportando una teología violenta y apocalíptica, muy lejana al cristianismo, y que apelen a fuertes incentivos para lograr el reclutamiento. Espero que tu primo no haya sido atrapado por medio de esa estrategia, Alex. Y ahora, Lucy, me gustaría saber cómo recuperasteis los documentos. ¿Resultó difícil conseguirlos?

—Fue un episodio peculiar. Nos pusimos frenéticos cuando supimos que Calvin estaba en Boston al mismo tiempo que Roland, pero nuestras sospechas eran infundadas. El paquete de Will estaba en casa de Roland. Él fue sumamente amable —explicó, recordando el conmovedor encuentro y las emociones que él le había provocado. Lucy miró a Alex y le sonrió. Sólo ella podía comprender el significado de esa sonrisa.

—Se apenó al enterarse de la muerte de Will —agregó Simon—. No había recibido la noticia, tengo entendido que pasó un año en México o en Sudamérica. Prometió escribirte.

Henry asintió con tristeza. Sin embargo, involucrarse en algo que le permitía sentirse otra vez cerca de su esposa y su hijo le brindaba algún consuelo.

—Pero ¿tenía la llave que buscabais?

—Me temo que no —respondió Simon—. No sabía nada de ella. Únicamente tenía el paquete y una nota de Will, en la que le pedía que lo conservara hasta que fuera reclamado. Había guardado una rosa blanca en la bolsa de los documentos. Lucy cree que la cogió del jardín de Diana.

Alex salió del embeleso que le producía ver el interés que la búsqueda había despertado en su padre y miró de pronto a Lucy.

—¿Una rosa blanca? El símbolo de los misterios femeninos… Creo que la rosa es tan importante como el número 34.

—Tanto como las llaves, según creo —añadió Grace con entusiasmo—. Simon y yo revisamos los enigmas mientras tú editabas tu documental, Lucy —agregó mirando a su amiga—, y creemos que la primera página se refiere a San Pedro, «la roca», el custodio de las llaves del Paraíso, una de oro y la otra, de plata. «Marta», a quien se menciona dos páginas más adelante, era la hermana de María Magdalena y la leyenda dice que fue a Francia. Las llaves también eran su símbolo.

Alex puso sobre la mesa una libreta y abrió la carpeta con las copias de los documentos.

—¿Las llaves que abren las puertas del cielo son de oro y plata? Entonces, nuestro par puede asociarse con esa idea. —Alex anotó sus reflexiones en la libreta y ordenó las páginas de los documentos—. En ese caso, es vital hallar la segunda llave, la del rubí. Quizá lo que abra nuestra llave es el lugar de entrada al cielo y necesitamos la llave de plata. —Concentrado en sus pensamientos, Alex no había bebido su champán.

—Y aún la conservamos —dijo Lucy—. Se les olvidó pedirla y yo no la mencioné.

Alex se preocupó un poco al oírla, pero asintió y revisó otra vez sus papeles.

—Probablemente el «símbolo de nuestra unión», como Marta, está en Francia. ¿Chartres quizá?

—O el jardín con forma de nudo de L’Aigle —sugirió Henry—. Un nudo representa matrimonio y lealtad.

—¿El lema de la familia está relacionado con ese significado? —preguntó Alex a su padre.

—«Leal y sincero», aunque Henry Stafford, duque de Buckingham, no hizo honor a su lema. Durante la Guerra de las Dos Rosas cambió de bando más a menudo que de caballo, pero nuestro antepasado fue Humphrey, siempre leal a York, por lo que Enrique Tudor le condenó a muerte. Lucy, la otra noche tú mencionaste al Stafford que fue embajador de Francia y conoció a Giordano Bruno. Esta mañana, en la biblioteca, revisé nuestra historia familiar y confirmé que se trataba de Edward, uno de nuestros antepasados. John Calvin fue padrino de uno de sus hijos.

—Es evidente —dijo amablemente Lucy— que los Stafford son tan importantes como los Dee en esta historia. —Y le dedicó a Henry una sonrisa. Seguramente Diana también lo había pensado.

—Pero un nudo donde se ve a Cupido o a Venus y Marte representa el amor —continuó Henry mirando cariñosamente a Lucy—. «El amor vence a la guerra», decía tu madre, Alex. Como sabes, fue St. Martin el personaje que eligió para la tesis con la cual se graduó en Apreciación de las Artes en la Sorbona. —Henry hizo una pausa para explicar a los demás—: Yo la conocí en París mientras estaba asignado a la policía militar de la OTAN.

Alex meditaba. Recordaba la historia de sus padres y sabía que sus antepasados habían luchado en el bando de la rosa blanca en la batalla de Bosworth. ¿Eso tenía algún significado?

—¿El símbolo de los Stafford tiene un nudo y un cisne?

—Y la cruz de san Jorge, y no te olvides del nudo gordiano: tu madre te regaló unos gemelos con forma de nudo para tu graduación.

Alex estaba pensando que, si bien al morir su madre le había dejado la llave a Will, él estaba incluido en el misterio de la familia desde su nacimiento. Miró a su padre sin decir nada, mordisqueó un trozo de pastel y recogió los papeles.

—Las rosas blancas de Siân. Will era partidario de York, un caballero «leal y sincero». ¿Se trata de una pista falsa o de una idea digna de ser considerada?

Lucy miraba a Alex con aire ausente, sumida en sus propias reflexiones. Tenía una taza en la mano, y observaba las rosas del juego de té de Diana.

—Comienzo a entender qué significan las rosas blancas. Los girasoles se orientan en dirección al sol, las rosas reviven a la luz de la luna. Algo distinto sucederá cuando la noche sea el verdadero día y una mujer ostente otra vez el poder, como la reina Isabel en la época de John Dee. Tal vez suceda ahora, mientras reina Isabel II. —Las palabras de Lucy habían conmovido a todos. Ella continuó rápidamente—. Y creo que en el segundo texto el «amoroso Enrique» es Enrique VIII, el monarca que se casó ocho veces —dijo Lucy con una sonrisa—. De acuerdo con lo que leí sobre Isabel I, su madre, la segunda esposa de Enrique, llevaba un «ciervo» colgado del cuello y se decía que era capaz de convertirse en una liebre. La frase «las doncellas son mayo cuando son doncellas…» es una cita de Shakespeare en Como gustéis. Ejecutaron a Ana Bolena en el mes de mayo vestida de gris. ¿Creen que el acertijo se refiere a ella? St. Lucy era una «señora de Luz» y yo nací en febrero, el mes de las candelarias.

—Los documentos también aparecieron el día de tu cumpleaños, el 3 de febrero, aquí, en el jardín. Otro recorrido que comenzó el trigésimo cuarto día del año —apuntó Alex. Luego, sirvió té en la taza de Lucy y salió para llenar otra vez la tetera. Cuando regresó, traía té recién preparado y una carpeta antigua y amarillenta. Tenía la sensación de que Lucy la había materializado con un hechizo.

—Acerca de lo que dijiste, Alex, yo no lo había visto de esa manera —comentó ella, mirándole un poco confundida—. La «princesa Isabel», es decir, la protectora de Dee, era la hija de Ana. Podría decirse que tanto ella como yo somos «hijas del rey». Mis padres se conocieron al final de la guerra, al poco de que los aliados liberaran Italia. Mi madre era siciliana y mi padre inglés, de allí proviene mi apellido y mi nacionalidad.

Alex la miró con ternura. Desconocía esos datos, pues ella no solía hablar nunca acerca de su familia.

—Tal vez esta búsqueda nos concierne a nosotros y a ellos, a tu madre y a ti, pero me gustaría proponer algo más. María Bolena, la hermana de Ana, tuvo un hijo y una hija que llevaron el apellido Carey a pesar de que muy probablemente fueran hijos de Enrique VIII. El hijo de María se llamaba Enrique, en honor a su verdadero padre, y fue el lord chambelán de la reina Isabel y el principal mecenas de la compañía teatral de Shakespeare.

—Por supuesto, se llamaba The Lord Chamberlains Men —acotó Henry.

—Y este Carey era a la vez hermano y primo de Isabel, pero fue la hija de María Bolena, es decir, la hermana del mecenas de Shakespeare, quien recibió la finca y los terrenos de Longparish que hasta la disolución de los monasterios habían pertenecido a la abadía de Wherwell. Por lo tanto, esta casa, que ha pertenecido a tu familia a lo largo de muchas generaciones y originalmente fue una capilla, estaba en los terrenos de María, la hija ilegítima del rey.

Alex abrió la carpeta que había traído y extrajo con mimo algunos papeles.

—Esto sugiere que existe una relación entre tu familia, los descendientes de Dee —indicó Simon, que había permanecido inmóvil, sosteniendo su copa—, o incluso el propio John Dee y un grupo de personas que podrían estar conectadas con Shakespeare a través del lord chambelán.

—Eso creo, Simon. Para decirlo claramente, la hermana del mecenas de Shakespeare era propietaria de este terreno, por lo cual supongo que ella donó esta casa o el terreno donde fue construida, a uno de mis antepasados, pero ¿por qué motivo?

—No olvidemos que en la Inglaterra católica una capilla era un lugar sagrado —observó Grace mientras examinaba con atención la parte más antigua de la casa—, dedicado a honrar a un muerto y a preservar la paz de su alma.

Alex sintió la mirada de Lucy fija en él.

—Es verdad —confirmó— pero aún hay más. —Alex desplegó un documento ajado, formado por varios pergaminos—. Ayer papá me dio esto. Forma parte del título de propiedad de la casa. Aún se distingue el nombre, aquí arriba —dijo, señalando un renglón del documento, escrito con una caligrafía antigua, difícil de leer. Grace se puso de pie inmediatamente para verlo de cerca—. Es cedida en este acto… —comenzó a leer.

Grace se inclinó hacia el documento para ayudarle.

—… en el año trigésimo cuarto del reinado de Isabel, por la Gracia de Dios Reina de Inglaterra, Francia e Irlanda… —Grace pasó por alto varias palabras y siguió leyendo lo que señalaba el dedo de Alex—… a la señorita Lanyer —concluyó, sorprendida—. Isabel subió al trono a finales de 1558. Nos ponemos en 1592 o 1593 si le sumamos 34 años.

Alex escuchó con interés el comentario de Grace.

—Una de las mejores candidatas a ser la «dama oscura» de los sonetos de Shakespeare —concluyó al cabo de un instante— era la amante de Enrique Carey, Emilia Lannier, cuyo apellido paterno era Bassano. Su familia era oriunda de Venecia, era una mujer de una belleza deslumbrante y exótica, aficionada a la música, que más tarde publicó un poema notable donde absolvía a Eva. Habrías simpatizado con ella, Lucy. Algunos historiadores sugieren que Shakespeare fue su amante y confidente. De ser así, quizá gracias a ella logró expresar un punto de vista claramente feminista cuando sus obras lo requerían.

—¿Cómo lograste relacionar esos datos? —preguntó Lucy, algo angustiada.

—Ayer descubrí que uno de los libros que fue robado de esta casa era un ejemplar antiguo y muy valioso del poema de Emilia Lannier. Supongo que algo la vincula a esta casa, tal vez fue un legado que recibió de Henry Carey a través de su hermana, la propietaria de estas tierras. Si bien después de esa época hay una ausencia de datos un poco frustrante, aparentemente los hechos apoyan la hipótesis.

—Alex, te consideraba un científico —afirmó Grace mientras se hundía nuevamente en el sillón. Exhausta a causa de tantas emociones, decidió cortar un trozo de pastel de limón para ella y ofreció otro a Henry. De pronto, recuperó su sentido del humor—. No es mala tu historia, aunque sea literatura.

El médico rió, un poco avergonzado.

—¿De verdad lo crees, Grace? Yo era un niño interesado en la ciencia en una familia de artistas y debía esforzarme para estar a su nivel. Mi madre nos llevó a Will y a mí a ver infinidad de obras de Shakespeare en cuanto tuvimos edad suficiente para permanecer sentados y en silencio. Mi educación incluyó también otras más ligeras, como Winnie the Pooh y Alicia en el País de las Maravillas, pero no necesito leer el argumento en el programa cuando voy a ver una obra en el Globe Theatre. Más allá de mis experiencias, he vuelto a interesarme por estos temas durante las últimas dos semanas, como todos nosotros.

—No le escuches, Grace —bromeó Lucy, después de comprobar que el descendiente de Dee tenía muchas de sus características—. Alex sabe tanto de poesía como yo. En cambio, yo ignoro qué son las células madre.

El padre de Alex, que había permanecido silencioso, con los ojos cerrados, bajo el sol increíblemente cálido para esa época del año, le sonrió enigmáticamente.

—A partir de mi experiencia, diría que los hombres de ciencia suelen tener profundos conocimientos sobre las artes. Por el contrario, quienes nos dedicamos a las humanidades sabemos mucho menos sobre las disciplinas científicas, pero no pongas a Alex en un pedestal. No le gustan las alturas. —Henry había pronunciado esas palabras sin énfasis. Lucy no terminaba de comprender cuál era su significado. Tal vez Anna le había colocado en un lugar demasiado alto y la caída había sido inevitable—. Todas las interpretaciones propuestas son válidas —continuó él—. La reina Isabel, Lucy y Katherine Carey. Sería fascinante que la «dama oscura» de Shakespeare estuviera vinculada con esta casa. A tu madre le habría gustado, Alex. Tal vez ella lo sabía. —En las palabras de Henry se advertía que lamentaba profundamente el hecho de que su familia nunca se hubiera interesado en su propia historia—. ¿Qué significa «mayo» en relación con el acertijo?

—Creo que la época del año es un elemento importante —observó Alex y miró los pensativos rostros circundantes—. Simon, estás desconcertantemente callado.

Y así era, en efecto. El aludido no había despegado los labios, lo cual era de lo más extraño.

—Cierto, es que le he estado dando vueltas a estos datos nuevos —contestó con entusiasmo—. Grace y yo descubrimos una conexión con tu número mágico en el texto que comienza con «En un brazo, la rienda del brioso corcel…». Es el verso trigésimo cuarto de Venus y Adonis, de Shakespeare. Lucy señaló ya varias veces la referencia a esos personajes. —Simon efectuó una pausa para leer en voz alta la página que contenía la cita—. Grace tiene aquí una copia de Venus y Adonis, cuyo original se exhibe en la National Gallery y el código de referencia en el catálogo de la misma es NG34, es decir, fue la trigésimo cuarta obra que adquirió el museo a principios del siglo XIX. Representa el ocaso del amor de Felipe y María Tudor. María también era hija de Enrique VIII. Venus le ruega a Adonis que no salga de caza, supongo que la pintura expresa así que María no quería que Felipe se alejara de ella.

—¡Para refugiarse en los brazos de su hermana Isabel! —exclamó Grace. La amiga de Lucy había tomado de su canasta una postal de la obra, que fue pasando por las manos de Simon, Lucy y Alex, hasta que al fin llegó a Henry.

—Por supuesto, en aquella época era posible numerar los versos —continuó Simon—, pero, a finales del siglo XVI o principios del XVII, ¿cómo podían saber que doscientos años más tarde a la pintura le correspondería el código NG34?

Cuatro rostros le observaron atentamente. Alex reprimió una risa escéptica.

—Ya puestos, también podrías agregar que ahora el código para llamar por teléfono a Felipe de Borbón es el 34.

Era una coincidencia absurda, pero no por ello menos asombrosa. En cierto modo, el número era un disparador de dudas existenciales. ¿La vida imitaba al arte?

A Lucy le entusiasmó la idea.

—Me encanta, pero consideremos el texto anterior: «¿Dónde dejé a la dulce dama dormida?». Le he cogido mucho cariño a Ariadna, la dama dormida que Teseo abandonó en Naxos. El cuadro de Tiziano la muestra observando el barco en el que Teseo se aleja cuando Dionisio atrae su mirada. Ariadna no debe morir y la más benévola de las Parcas le concede un indulto, le da un nuevo corazón, y se convierte en diosa por haber rescatado a un hombre del laberinto. Esa pintura es una de las más famosas de la National Gallery. Creo que podría resolver ese enigma.

Alex revisó sus papeles y al fin halló la página que buscaba. Hizo una marca con el lápiz y la separó.

—Pasemos a esta otra, que habla del río Estigio. Tiene otra referencia a Venus y Adonis. Lucy, desde la noche de nuestro paseo, le damos ese nombre al Támesis, tuvimos que pagar al barquero y vimos a la Parca. —Alex hizo una pausa para explicárselo a su padre—: El hospital había organizado un festejo de Halloween.

—Alex —respondió Lucy—, la «diosa celestial de la Luz» y el hombre cuya vida terrenal termina y está en condiciones de ingresar en las «Islas Bienaventuradas del Alma…».

Todos esperaban que Lucy completara la idea, pero ella no encontraba palabras para expresarla. Era demasiado rara. Recordó que su corazón había palpitado al ver esa extraña barca. De pronto comprendió que había sucedido cuarenta días después de su operación y de la muerte de Will. Tantos como había pasado Jesús en el desierto y Moisés en el Monte Sinaí. Era el periodo de tiempo que los egipcios estimaban necesario para la purificación de una momia, el mismo que un alma pasaba en el limbo. Quizá en ese momento el alma de Will había partido hacia los Campos Elíseos mientras su corazón permanecía con ella.

—Los documentos cuentan nuestra historia —fue todo lo que logró decir.

La respuesta de Alex la asombró.

—Sí, así es —concedió, sonriendo sutilmente.

La experiencia estaba resultando demasiado intensa para Lucy, cuyas emociones más íntimas estaban desbocadas. Necesitaba quedarse a solas, razón por la cual se escabulló a la cocina de Diana con la excusa de preparar más té y café mientras Grace seguía interrogando a Alex acerca de la mujer que había sido propietaria de los terrenos. Dejó que su mente flotara en ese santuario y luego se dirigió hacia el estudio de Diana, donde se sintió una intrusa mientras se calentaba el agua. El pequeño retrato de la mujer del siglo XVI con el hermoso corpiño con bordaduras de árboles, insectos y ciervos volvía a ocupar su lugar de siempre encima del escritorio. Lucy lo levantó y observó a la misteriosa beldad. Se preguntó quién era y si podía agregar algo a la historia que intentaban desvelar.

La tetera aún no silbaba. Lucy se sentó frente al portátil de Alex, en el mismo lugar donde ella y Max habían trabado amistad el día anterior. Escribió «Emilia Lannier, 1592». El apellido aparecía escrito de distintas maneras, pero su atención se concentró de inmediato en una información. Regresó velozmente a la cocina. Vertió el agua hirviendo con tanto apresuramiento que poco faltó para que se quemara la mano. Luego salió al jardín, embargada por la emoción.

—Lucina era la amante de Adonis —le decía Henry a Grace, que se había puesto las gafas para leer la página seleccionada— y ella lo liberó de su confinamiento en el árbol sagrado de mirra, así como Próspero liberó a Ariel del pino.

Todos miraron a Lucy mientras ella dejaba la tetera y la cafetera en la mesa.

—¿Qué sucede? —preguntó Simon.

—Creo —respondió, guiñando el ojo— que la miniatura que fue robada y restituida retrata a Emilia, la agraciada amante del lord chambelán.

Alex sabía cómo se había recuperado la pintura, y a instancias de quién. Se había enterado recientemente, pero no lo había dicho. Se arrellanó en el sillón de mimbre y cruzó los brazos, sorprendido.

—Continúa.

—No sabemos si se trata de la dama oscura, pero en 1592 estaba vergonzosamente embarazada del lord chambelán, por lo cual se casó apresuradamente con un músico llamado «Lannier». Sin embargo, bautizó a su hijo con el nombre de su verdadero padre, es decir, Enrique. Era la ocasión perfecta para que el lord chambelán le regalara una parcela en una heredad alejada, aunque oficialmente el propietario no fuera él, sino su hermana.

—Eso ocurrió en el año 34 del reinado de Isabel I —confirmó Alex—, pero ¿qué sucedió después? ¿Cómo llegó nuestra familia a ser dueña de esta casa?

—Tal vez existe algún vínculo entre ella y Shakespeare, o Dee o alguno de sus hijos —propuso Simon.

—Ella lo sabía todo —afirmó Lucy— y tal vez el legado que menciona el documento que estaban analizando sólo tiene valor afectivo, e incluye el retrato. Creo que ella pertenecía al círculo de Dee.

Ese descubrimiento impulsó a Alex a orientar la conversación hacia un tema que le intrigaba, y que tenía connotaciones menos personales.

—El documento siguiente, Lucy, contiene la pista que te mencioné a ti y a Simon cuando hablamos por teléfono, acerca del elemento esencial de la luna, y hace referencia a las miniaturas y los esmaltes —dijo, entregándole la hoja—. En un sentido, la esencia de la luna es femenina, pero el acertijo se refiere al selenio, ahora utilizado en la fabricación de señales de tránsito y esmaltes porque les confiere una tenue luminosidad. En los últimos tiempos ha adquirido importancia en la medicina, dado que al parecer tiene algún papel en la prevención del cáncer y sobre todo, en la eficacia del sistema inmunológico. Aún queda mucho por investigar, pero los ensayos parecen indicar que podría ayudar a los enfermos con VIH. Lo extraño —continuó, frunciendo ligeramente el ceño— es que ocupa el lugar número 34 en la tabla periódica de los elementos, que ni siquiera existía en la época de Dee.

—Tal vez un ángel le habló a Dee sobre el selenio —respondió Lucy.

Alex rió.

—Eso genera una pregunta: ¿quién escribió estos documentos? ¿Fue Dee o debemos suponer que alguien agregó más tarde la segunda tanda? Quizá lo hicieron las sucesivas generaciones de mujeres de la familia de mamá, porque sin duda ella agregó esta última pista. Son diecisiete, más el cuadrado mágico situado debajo de la baldosa, así como la primera tanda también está compuesta por diecisiete documentos y la Tabla de Júpiter.

—Ahora todo empieza a cobrar sentido —agregó Simon.

—¿Será que el tiempo «está maduro», como diría Lear? —sugirió Alex—. Nos estamos acercando a la respuesta después de cuatrocientos años.

—Son diecisiete mujeres y sus respectivas parejas, si tienes razón con respecto a que cada texto corresponde a una generación. Eso significa que Will y tú sois descendientes de esas 34 personas. —Lucy no quiso decir más que eso.

Era incapaz de pensar con claridad y el corazón le palpitaba de forma descontrolada. Las circunstancias debían encajar con exactitud, y así era. La muerte de Will le había dado la vida. Lucy era quien, simbólicamente, le había rescatado y le había resucitado, y lo mismo había hecho él por ella. Detrás de la explicación obvia, los textos ocultaban un significado que sólo ella y Alex podían percibir, pero también tenían un significado concreto, sin duda había una razón por la cual esos documentos aparecían, y esas ideas se aclaraban, precisamente en ese momento. Sin duda, la explicación se relacionaba con los «rapturistas», lo cual implicaba que ellos estaban inevitablemente involucrados.

—Esto es Bab El Rameh, Calvin, —le informó Fitzalan Walters mientras contemplaban las piedras doradas de la antigua construcción. El sol de la tarde se desparramaba sobre los arcos romanos creando un resplandor dorado que suavizaba los contornos de los bloques de piedra.

—También se conoce como el Portal de la Misericordia. La tradición judía asegura que por allí va a entrar el Mesías.

La simetría y belleza de un portal que había sido testigo de la historia a lo largo del tiempo impresionaron profundamente a Calvin a pesar de haber pasado los dos últimos días visitando sitios antiguos y venerados. Tres religiones lo consideraban sagrado. Calvin llevaba una camisa demasiado abrigada para la ocasión. Por fortuna, comenzaba a refrescar ligeramente, pues tenía la nuca empapada de sudor al término de ese sofocante día de abril. La ciudad permanecía relativamente tranquila a pesar del elevado número de peregrinos llegados con motivo de la Pascua, judía o cristiana. Los fieles se dirigían hacia las numerosas sinagogas e iglesias de Jerusalén, un lugar tan rebosante de historia y belleza, de sufrimiento y conflictos, que conmovió profundamente a Calvin.

—Pero, además, el Arco Dorado, o Arco de la Misericordia, es precisamente el portal que atravesó Jesús al entrar en Jerusalén, y el próximo paso de la profecía divina será el rapto de los santos, Calvin, para llevarlos ante el Señor. —FW hablaba con el fervor que reservaba únicamente a los grandes escenarios y a las ocasiones aún más grandiosas. No había indicio alguno de sudor ni en su sombrero de paja ni en la inmaculada chaqueta, por lo que daba la impresión de que no le afectaba el calor—. Si los textos sobre los ángeles de Dee están en lo cierto, eso sucedería aquí mañana, Domingo de Pascua.

—Amén —dijo Guy, que se acercó cuando el profesor terminó su arenga. Hasta ese momento se había mantenido en un discreto segundo término para permitirles vivir plenamente esa experiencia—. Aquí, en Jerusalén, está su alfa y su omega. Aquí murió y aquí regresará a nosotros.

—Todas las pistas dan por resultado ese día de abril —repuso FW con solemnidad—. Mi corazón se colma de júbilo. Mañana veremos el caballo blanco, y los cielos se abrirán. Jesús vendrá a unirse con su novia: nosotros, sus fieles, los que hemos vuelto a nacer.

Calvin se puso las gafas de sol tanto para proteger los ojos de la luz intensa como para ocultarlos del hombre que estaba a su lado. Observó de nuevo el edificio.

—Según el Corán, ese es el Arco de la Misericordia, por donde pasarán los justos el día del Juicio Final, ¿verdad?

FW no le oyó, estaba absorto en sus visiones.

—Su sayo está bañado en sangre y su nombre es la palabra de Dios —dijo con voz exaltada, citando el texto de sus amadas Revelaciones.

Calvin tembló bajo el sol.

La tarde transcurrió entre posibles soluciones y resignadas incertidumbres al lado de las páginas llenas de antiguos acertijos. En un momento dado, Lucy alzó los ojos, miró a Alex y le comentó que deseaba consultar un libro.

—Seguro que en la biblioteca están las Obras completas de Shakespeare —conjeturó él mientras se levantaba para entrar en la casa en su busca…

… pero antes de entrar oyó gritar a Simon:

—Busca también un atlas.

Alex se demoró un rato. Echó un vistazo a los niños para verificar que todo estuviera en orden y buscó ropa de abrigo. Regresó a tiempo de oír la interesante pregunta que Lucy le formulaba a su padre.

—¿Qué podemos decir de Dido? ¿Cuál fue la imagen que le consoló?

—La reina Dido decidió arder en la pira funeraria cuando Eneas la abandonó. Juno se apiadó de ella y encargó a Iris que cortara un mechón del cabello de Dido para liberar su alma. Iris dejó una estela de siete colores mientras bajaba del cielo, y esa fue la imagen de consuelo. La idea de que el alma abandona el cuerpo cuando puede unirse a un objeto era bastante común en la mitología grecorromana. El arco iris era considerado un puente hacia la sabiduría superior, el sendero al Paraíso.

—A Newton le atrajo ese simbolismo —comentó Alex mientras ayudaba a Lucy a ponerse una enorme chaqueta de punto. Los dos habían descubierto juntos que el arco iris simbolizaba la sabiduría superior. Alex se preguntaba si era posible que algún alma habitara en el objeto que Lucy había encontrado debajo del árbol.

Todos permanecieron absortos en sus propias cavilaciones durante un rato, ocupados en sus respectivas investigaciones. De pronto, Lucy apartó la vista del libro de Shakespeare.

—En más de un texto se citan versos del soneto 34, más precisamente de la última estrofa —exclamó para luego recitar—: «Ah, pero esas lágrimas son perlas que vierte tu amor». —Cuatro rostros serios la contemplaron.

Por su parte, Simon había descubierto algo significativo en el atlas mientras examinaba el área donde la longitud y la latitud correspondían a 34°. Explicó que, mientras viajaban en el avión, Lucy y él habían relacionado los versos en los que el viejo marinero navega hacia la «línea» con Sidney.

—Bahía Botany es el nombre más reciente de bahía Stingray, y está situada a 34° de latitud sur. Allí nació Lucy —dijo Simon, y sonrió—. Y también hemos comprendido a qué se refería tu madre, Alex. «Siguiendo los pasos de Eva» es, sin duda, una referencia a las huellas fosilizadas halladas cerca de Ciudad del Cabo. Corresponden a nuestra más remota antepasada de la especie Homo sapiens, es decir, Eva. A causa de los tesoros arqueológicos que alberga, la línea que va desde Ciudad del Cabo a Port Elizabeth es considerada la cuna de la humanidad, y naturalmente, está a 34° de latitud sur.

Lucy, al igual que los demás, ya estaba más allá del asombro, pero el descubrimiento de Simon planteaba una dificultad.

—¿Eso sugiere que la «marmita de oro» podría estar en un lugar distinto de Inglaterra? ¿Es posible que Dee la dejara allí en alguno de sus viajes?

—Es cierto, tenemos que seguir profundizando en este punto. No obstante, el número 34 está implícito en todos los textos, en cada una de sus palabras. Sospecho que nuestro error es no comprender cuál es la relación entre ellos. Tenemos a Venus, Adonis y Ariadna, el mes de mayo parece tener un significado concreto y las rosas aparecen en más de un acertijo. La respuesta al enigma de la primera página, que ha sido transmitido a través de todas las generaciones, es William Shakespeare. Y diría que «rosa» es casi un homónimo, un homófono de la palabra latina «ros», que significa «rocío», un elemento fundamental para la alquimia. En los libros de consulta de Will, debajo de la mónada que Dee había elegido como símbolo, encontré estas palabras: «Que Dios os regale el rocío del Paraíso y la untuosidad de la tierra». Sabemos que la alquimia era el principal interés de Dee.

—Alex —comentó Henry, dejando a un lado la página que estaba leyendo—, me parece fundamental relacionar las rosas con la belleza y la energía de las mujeres. Por su forma, la rosa evoca el atractivo y la capacidad de engendrar vida que son propios de lo femenino. Diría que expresan algo positivo y esperanzador con respecto a ellas. El material que estuve leyendo esta ultima semana me recordó que en el círculo de Dee, y entre los cortesanos ilustrados, la reina Isabel, nacida bajo el signo de Virgo, era conocida como Astrea, la diosa de la justicia en la Edad Dorada, cuando el Paraíso estaba en la Tierra y los dioses moraban en ella. Tal vez, aunque parezca increíble, Dee esperaba una nueva Edad Dorada, que no se demoraría en llegar, bajo el reinado de un sucesor de la reina Isabel.

Alex comprendió que las palabras de su padre tenían un profundo significado. En ese momento sonó su teléfono móvil y entró en la casa para responder a la llamada. Cuando regresó, Lucy advirtió preocupación en su gesto. Sin saber cómo, adivinó que era Calvin quien había llamado y que Alex no iba a hacer comentarios al respecto. No obstante, le pareció que el hecho de que no le cayera bien al resto del grupo no era suficiente para justificar ese secretismo.

Eran casi las seis y comenzaba a hacer frío. Alex recogió la vajilla en una bandeja. Luego llamó a los niños para anunciarles que era hora de llevar al amigo de Max a su casa. Henry seguía pensando en Shakespeare. Grace y Simon se pusieron prendas más abrigadas y salieron a recorrer el jardín. Lucy, pensativa, eligió otro sendero. Le atrajo la morera, completamente desprovista de brotes. Se acercó, se arrodilló junto a ella, la contempló, y en su mente surgió la imagen de una mujer que, con la mano enguantada, aferraba algo que latía, un pájaro tal vez. La imagen era inquietante, pero no le producía rechazo. Regresó por el mismo sendero y cortó algunas flores: narcisos perfumados para llevar a la habitación que compartía con Alex. Le recordaban los días posteriores al trasplante. Luego buscó algunas anémonas para el cuarto de Siân. Estaba cortándolas cuando de repente se le aclararon las ideas.

—Alex, ahora lo entiendo. —Lucy pronunció inconscientemente esas palabras, aunque con tal convicción que todos se acercaron a ella—. Lo que importa no son los 34° de latitud o longitud. Yo, al menos, no lo creo, pero el tiempo juega un papel. Alex descubrió que mi cumpleaños es el trigésimo cuarto día del año. En consecuencia, comencé a pensar que el grado 34 del zodiaco estaría a cuatro grados de Tauro, el signo que se relaciona con abril, mayo y el Minotauro.

—Y el laberinto —agregó Alex.

—Correspondería aproximadamente al 23 o 24 de abril, dependiendo del grado que corresponde exactamente a determinado año —continuó Lucy—. Hay un acertijo que pregunta: ¿Qué son los hombres cuando cortejan? En Como gustéis, son abril. Y diciembre, cuando se casan. Ahora bien, el 23 de abril era el día de San Jorge, originalmente una fiesta pagana, el día de «George el verde», o «el hombre verde», y en el lenguaje de los acertijos «verde», el color central del arco iris, podría ser el segundo nombre de Iris.

Cuatro pares de ojos la miraban fijamente a la espera de que diera a conocer su descubrimiento.

—Henry, ¿la cruz de san Jorge forma parte del escudo de la familia Stafford? —En cuanto Henry lo confirmó, Lucy les desafió con una sencilla afirmación—: Ese día fue el alfa y el omega de una persona. ¿Recordáis de quién se trata?

Alex se quedó boquiabierto y contempló hipnotizado los enormes ojos castaños de Lucy. Ella disfrutaba de su poder.

—William Shakespeare, por supuesto. Muy perspicaz, Lucy. Ese es el texto que mamá escribió de puño y letra: «Tauro cuatro, la marmita de oro al fin del arco iris». Seguramente es el símbolo sabiano que corresponde al grado del zodiaco en la fecha de su nacimiento.

—¿Has dicho símbolo sabiano? —preguntó Grace, intrigada.

—Fueron creados en la década de 1920 por Marc Edmund Jones. Cada uno de los trescientos sesenta grados del zodiaco inspira una frase o una imagen, una aproximación intuitiva a esa porción de un signo. Mamá tenía una copia.

Al cabo de un rato de reflexión en silencio, Henry formuló la pregunta que rondaba en la mente de todos.

—En ese caso, ¿dónde deberíais estar vosotros y qué va a suceder el 23 de abril?

Casi dos horas más tarde, Max llamó entusiasmado a su padre y a Lucy. Siguiendo las líneas del laberinto, había compaginado en el portátil de Alex los dibujos escaneados del reverso de los documentos. El laberinto completo apareció frente a ellos y en su interior se distinguía un rostro inconfundible.

—Bien —sonrió Alex—, creo que el hombre de Stratford está tratando de darnos la respuesta.