La fina capa de polvo depositada sobre el piano relucía bajo el sol de la mañana. Siân abrió la tapa y suspiró. La noche anterior había invocado al fantasma de Will con tanto anhelo que había tenido la convicción de que iba a regresar para sentarse junto a ella, hasta el extremo de que había permanecido ojo avizor, acurrucada en un sillón. Había bebido mucho vino y creyó haberle oído en determinado momento; no era la primera vez, pero ni ella era Heathcliff y ni él Cathy. Como de costumbre, no se oyó ningún sonido. Le habría gustado ser capaz de tocar el piano para revivir los acordes que él había interpretado. Cerró la tapa, apoyó los brazos en la madera y apretó la cara contra ella para sentir el olor, deseando que una nota rompiera el silencio. ¿Dónde estaban esos ángeles guardianes que acudían cuando los llamaba algún doliente? Calvin le había hablado de ellos cuando Will murió y ella le había creído, pero ninguno la escuchaba en ese momento, y ni siquiera podía llorar.
Siân se preguntó por qué se empecinaba en incordiar a Will cuando tocaba el piano. La respuesta le llegó de inmediato: porque pensaba que él se refugiaba en la música para huir de ella. Ahora comprendía que era la manera en que él expresaba sus ideas y sus emociones cuando las palabras no podían hacerlo. Pasaba días tocando el piano sin hablar cuando regresaba después de haber trabajado en otro país. Ella se sentía excluida de su vida. No obstante, esas circunstancias nunca habían dañado su relación sexual. Él percibía la confusión de Siân y la llevaba a la cama sin decir una palabra por mucho que le acosaran pensamientos sombríos y aporreara las teclas, produciendo sonidos, alegres o tristes. Ella no comprendía su sensibilidad ni lograba traducir los silencios de Will a un lenguaje comprensible. La inseguridad la dominaba y siempre terminaba provocando una pelea.
Siân se preguntaba si ella, en alguna medida, era responsable de la muerte de Will. Alex la había llamado la noche anterior y de sus palabras se deducía que estaba descubriendo vinculaciones entre los amigos de Calvin y las situaciones vividas por Max y Lucy, y si bien no lo había dicho explícitamente, sus preguntas le sugerían que el accidente de Will también podía estar relacionado con esa gente. Se horrorizó. No se consideraba una persona estúpida, pero solía actuar de una manera terriblemente irracional. No podía ocultarse a sí misma esa realidad. Se sintió espantosamente sola por primera vez desde el accidente de Will, y acusó la pérdida mucho más que en el primer momento. Además, le perturbaba el recuerdo de sus antiguas discusiones.
Oyó el timbre. El sonido le pareció similar al zumbido de una avispa. Dio un respingo. Era Calvin. ¿Debía recibirlo? Prefería permanecer enclaustrada junto al fantasma de Will. Las dudas acerca de la lealtad de Calvin la inquietaban. Se preguntaba si había hablado de más, si había sido un medio para que alguien lograra su objetivo. Tal vez había sido indiscreta con respecto a la vida de Will y su familia. El timbre sonó otra vez, con más insistencia. Ella miró el pedazo de cielo que se veía a través de la ventana, luego bajó la vista hacia Redcliff Square y se inclinó un poco para ver mejor. El día estaba increíblemente soleado y tranquilo. Un Audi verde oscuro con la capota baja estaba aparcado en doble fila. Velozmente, fue hasta el timbre para abrir la puerta de entrada al edificio. Luego, abrió la puerta de su apartamento y esperó.
Cuando él apareció en lo alto de la escalera, las lágrimas ardientes comenzaron a fluir una tras otra. Alex la abrazó y cerró la puerta.
—La única persona… —murmuró, apretada contra su traje de lino negro, incapaz de mirarle a la cara.
Alex la tomó por el mentón y le obligó a levantar la cabeza.
—Sabía que estabas afligida. Debía llevar a Max y pensé en venir a verte —explicó. Luego acarició con los pulgares las mejillas emborronadas de Siân, la miró a los ojos y frunció el ceño—. ¿Qué cenaste anoche, una botella de Sancerre? —Alex habría deseado preguntar con qué la había acompañado.
Ella hizo una mueca. Él ya había sido testigo de algunas de sus crisis.
—Escucha, Siân, Max se encuentra a salvo y esta mañana estaba como una rosa. Llegó a la escuela con una magnífica herida de guerra de la cual jactarse. Creo que fue una advertencia, que no tuvieron intención de dañarle verdaderamente. No hay razón para que te culpes por esto. No es propio de ti sospechar de las personas. De todos modos, necesito hablar con Calvin. Me parece que puede aclararnos algo. ¿Aún no has tenido noticias suyas?
—Nada, no responde al móvil ni tampoco al fijo de su habitación, aunque he llamado a la centralita de la residencia de estudiantes. Tal vez haya comenzado ya las vacaciones de Pascua —le informó Siân mientras Alex meneaba la cabeza—. Empiezo a preocuparme por él.
—Quizá deberíamos hacerlo —comentó Alex.
Calvin podía encontrarse en una situación desagradable si en realidad tenía una visión distinta acerca de la cruzada de sus compañeros y no apoyaba su ideología de forma incondicional, sobre todo si conocía sus planes en detalle, aunque también era posible que él fuera un espía consumado, capaz de simular una gran preocupación por Lucy para sugerirle que se deshiciera de los documentos de Dee. De esa manera, lograban su objetivo de la manera más sencilla. Alex no terminaba de comprender de qué lado estaba Calvin. Simon también había sugerido que él era un oportunista, que pertenecía a ese grupo porque trataba de obtener un beneficio personal. Aunque también podía ser un «rapturista» ferviente. No obstante, nunca había comentado ese tema con Siân.
—Hablaste con él por última vez el sábado. ¿No has sabido nada desde entonces?
Los rizos le cayeron sobre la frente cuando ella negó con la cabeza.
—Ya habíamos discutido en otras ocasiones y él había desaparecido uno o dos días. Nunca había reaccionado así. Nuestra relación ya lleva ocho o nueve meses. No habría esperado esta actitud, creo que evidentemente no le conozco. Tal vez comprende que estoy confundida y prefiere alejarse.
Alex la miró, pensativo, y se preguntó qué sentía verdaderamente por Calvin.
—Escucha, tengo el coche en doble fila y voy a llegar tarde al trabajo, pero me preocupa mucho verte así. Puedo decir que me ha surgido una emergencia si quieres que me quede contigo. Incluso yo puedo visitar a un paciente en su domicilio de vez en cuando.
Ella contempló los claros ojos verdes de Alex —los de su hermano eran castaños— y sonrió sin querer cuando percibió en ellos esa fortaleza inagotable a la que ella había apelado más de una vez.
—Sobreviviré. Tú debes ir al hospital. Te llamaré si tengo alguna novedad. Gracias por haber venido. Te necesitaba.
—Hablaremos más tarde. Esta noche estaré en el Imperial College y después cenaré con Lucy, pero llámame si me necesitas. Bebe un poco de agua. El alcohol deshidrata, provoca depresión y… tal vez esté acompañado de algo más. —Alex miró discretamente la mesa de café tratando de descubrir rastros de medicamentos o drogas. Ella prefirió no sincerarse y él evitó dar un sermón—. Prepárate un desayuno y luego ve a dormir. Olvidaste hacerlo anoche —le recomendó. Luego la abrazó y se dispuso a marcharse. De pronto se volvió hacia ella—. Podríamos cenar mañana. ¿Estás libre?
—Por supuesto, salvo que sepa algo de Calvin.
—Está invitado. Yo iré con Lucy. Elegiremos un lugar especial. A ella le encantará verte y yo podría hablar con Calvin. Si no has sabido de él hasta entonces, ya veremos. Te llamaré antes, pero de todos modos estaré aquí alrededor de las siete.
Alex perseveraba. Sólo había pasado una hora desde que Will apareciera en su puerta —el día de mayo en que él y Siân se separaron— cuando decidió hacer una visita a Siân. Temía que la situación la superara. La encontró desesperada. Nunca se lo dijo a su hermano. Ahora la veía peor incluso que aquella noche lejana y debía ocuparse de ella por muchas responsabilidades que tuviera. Siân se sentía engañada y estaba al borde del abismo.
—El carné de conducir está a nombre de un diplomático, razón por la cual Jamie McPherson tiene las manos atadas y no puede decirme nada más. No es un elemento suficiente para vincularle con un delito, por lo que estamos en un callejón sin salida si no podemos encontrar alguna prueba. Hasta ahora, sabemos que el vehículo tiene matrícula de Roma y el conductor es diplomático en Francia.
La frustración de Simon era evidente. Hurgó entre los papeles de Lucy, miró las copias de las fotografías que Will había tomado con la cámara digital y las dejó sobre el escritorio para que ella las revisara.
—¿No basta mi secuestro?
—No presentaste cargos y por el momento no pueden localizar los datos existentes sobre la denuncia. Muy conveniente.
—Cumplimos al pie de la letra sus instrucciones y mantuvimos a la policía lejos del asunto, y Alex fue demasiado cauteloso. Entonces ¿son verdaderamente intocables?
—Nadie goza de tal grado de impunidad. Debo intentarlo de otra manera, eso es todo.
Lucy decidió abandonar una edición de texto que estaba tratando de terminar. Hacía rato que el protector de pantalla ocultaba el guión que no lograba escribir. Era inútil luchar contra las distracciones: estaba absorta en las hojas de laurel de Alex, el jardín de rosas de Diana y la inquietante proximidad de un hombre que olía a lima. Su cuerpo estaba allí, consagrado al trabajo, pero su alma estaba lejos. Se lo dijo a su inesperado visitante, cuando lo vio en la recepción de la oficina de producción. Él estaba demasiado impaciente, en lugar de llamarla había decidido verla personalmente y ella, honestamente, agradeció la oportunidad de hacer una pausa.
—¿Quién los financia, Simon? —inquirió ella en voz baja.
—Probablemente, The College. Yo también me lo pregunto. Los alumnos de esa universidad han sido designados para ocupar numerosos cargos públicos. Lo estoy investigando, pero ¿cuál es el papel de Calvin en todo esto? Es un escapista más diestro que Houdini.
La joven se sobresaltó al oír la señal de un teléfono móvil. Luego comprobó que era el suyo y miró un poco avergonzada a Simon antes de responder a la llamada. Se alegró al oír la voz que le decía «buenos días».
—Sí, lo son. ¿Cómo va todo?
—Max está en plena forma, pero Siân parece a punto de desmoronarse. No debo perderla de vista. Anoche estuvo tomando vino con algo más, pero esta mañana me faltó valor para reprenderla. Se siente responsable de esta situación, aunque no lo sea. ¿Alguna novedad por allí?
—Pobre Siân. No, Alex. Hasta ahora impera un silencio monacal, roto únicamente por Simon, que ha invadido mi oficina y se esfuerza por echar a perder mi dieta saludable y mi ética protestante.
—¡Oh, haz una excepción y come un pastel! —gritó Simon, para que lo oyera Alex, cuya respuesta fue una carcajada en vez de la esperada protesta.
—Creo que puedo confiar en ti. Te llamé porque acabo de recordar algo obvio: esas tablas con números. Como recordarás, una de ellas formaba parte del primer grupo de documentos y la otra estaba debajo de la baldosa. Sin duda, ya has descubierto que las dos son cuadrados mágicos y que el resultado en ambos casos es 34. La más antigua es conocida como Tabla de Júpiter. Tengo la impresión de que guarda cierta relación con Dee y la invocación de los ángeles. En especial, las palabras que la rodean, las que designan a Dios y a los ángeles, sin duda eran relevantes para un círculo mágico. Pasé toda la noche revisando los libros de Will sobre esoterismo mientras velaba el sueño de Max. Por lo que he podido deducir, se considera que la influencia de Júpiter y Venus era capaz de contrarrestar la melancolía saturnina. Saturno era el planeta que gobernaba las mentes de los eruditos dedicados al estudio y práctica de la magia. La Tabla de Júpiter invoca claramente a Dios. Francés Yates, la historiadora experta en el Renacimiento, considera que podría ser el motivo por el cual Durero la incluyó en su Melancolía. Desde el punto de vista de Yates, el grabado muestra a un experto que durante la noche se dedica a la alquimia y la angeología, olvidando todos los placeres terrenales. La Tabla de Júpiter impide que el mago se obnubile, la protección de ese planeta equilibra su mente.
»Ahora bien, los números de la estrella de la baldosa también suman 34, una cifra que, según parece, simbolizaba el poder en la Antigüedad. Se le relacionaba con Dios y con la Divina Proporción. Es el número de Fibonacci. Eso me llevó a preguntarme si existiría alguna relación entre ese número y los enigmas de los textos.
Lucy parecía petrificada. Se llevó un dedo a los labios para pedir silencio a Simon.
—¿Crees que el número podría ser la clave?
—Sí. Dante lo eligió específicamente: esa es la cantidad de libros que componen el Inferno. Y efectivamente, en el dorso de la baldosa con la estrella están inscritas las últimas palabras de esa obra. ¿Me sigues, Lucy? Son las palabras finales del canto número 34. Se dice que ese número simboliza el eje del mundo, el poder de comprensión del hombre, las dotes divinas, para decirlo en otras palabras. De modo que sí, creo que posiblemente sea una clave. ¿Recuerdas el acertijo de los esmaltes y las miniaturas? Diría que existe una relación entre ambas cosas, y el que habla sobre «la niñita en el estado del torbellino» y el vestido de la Madonna están específicamente vinculados con ese número. Me debes una cena como no la descubras —añadió socarronamente Alex—, que ya puedes pagarla ahora que has vuelto al trabajo, y a propósito, el último texto fue escrito con la antigua Olivetti de mi abuela. Reconocí inmediatamente la tipografía.
—«Es extraño, dijo Alicia». —Lucy decidió sondear un poco—. Pues sí que has mirado con atención las fotografías, o eso parece. ¿Eso significa que no has abandonado por completo la investigación?
—«Extraño, sin duda, dijo Dorothy». Doy por hecho que no has pasado por alto cuántas veces se menciona a la «hija del rey». Digamos que despertó mi curiosidad. Telefonéame en cuanto sepas algo. Emma prometió enviarme un aviso al busca.
Ella removió las fotografías hasta dar con las dos mencionadas por Alex y las puso delante de Simon.
—Mira esto. Alex aseguró que el número 34 está en algún lugar de estas imágenes, y que su abuela copió o escribió esa parte. Al parecer, se trata de la letra de su máquina de escribir. Está en juego mi orgullo. Hemos de encontrar la conexión.
Simon terminó su café e inclinó la cabeza hacia el escritorio para mirar las fotografías junto a Lucy.
—Me intriga sobremanera lo relativo al torbellino, la niña y el vestido de la Madonna. ¿Tiene alguna relación con la vida de algún santo?
Lucy había recibido una educación católica. Intentó recordar lo que había aprendido sobre los primeros mártires.
—¿En el año 34 de la era cristiana ocurrió algún hecho relacionado con el Rapto?
—«La historia del estado está escrita en la bandera y todo comienza en la seda del mismo color que el vestido de la Madonna» —leyó Simon en voz alta; luego, comentó—: La palabra «estado» me suena demasiado moderna. Las posibilidades son muchas, pero lo más obvio es, sin duda, pensar en los Estados Unidos. ¿De qué color es el vestido de la Madonna?
Ella se entusiasmó.
—Aunque parezca increíble, en Chartres tienen un tesoro único: el vestido que, según dicen, usaba la Virgen cuando dio a luz a Jesús. Yo lo vi, es blanco. Sin embargo, en las obras de arte, María suele aparecer con un vestido azul, que representa el cielo, que ella preside. Y su verdadero vestido o hábito podría ser rojo. Puedes sacar tus propias conclusiones.
—Claro como el barro. El vestido puede ser blanco, azul o rojo. Son tantas las banderas de esos colores que podríamos organizar una reunión cumbre. ¿Qué me dices del torbellino que se menciona en el párrafo siguiente? Se refiere a un tornado, ¿verdad?
Los dos leyeron al unísono:
«La niñita en el camino del torbellino miró el cielo, que presagiaba tormenta. Se desató una verdadera tempestad. Si el clima hubiera sido otro, la historia nunca habría comenzado. El aroma de los azahares se parece a un paseo por un campo de girasoles, uno de los cuales ha sido cortado y colocado en el centro de la escena. El camino de ladrillos es del mismo color, pero los zapatos, no».
—Bien, concentrémonos en el girasol —propuso Lucy y escribió la palabra en el buscador de su ordenador. Simon miró la información que apareció en el monitor.
—Comienza a florecer en julio… Hay once especies de girasol en… Kansas. Esto es interesante: aquí dice que el girasol es el símbolo del Estado de Kansas desde 1903. El color del girasol es amarillo, por lo cual el camino de ladrillos también es amarillo. —Lucy se puso de pie y cogió su teléfono móvil. Simon ocupó su silla y comenzó una nueva búsqueda—. «Pero los zapatos son de otro color…» —repitió Lucy y se perdió en sus razonamientos mientras esperaba que se estableciera la comunicación.
—Sorprendente. Tú mismo atendiste el teléfono. Aún no han llamado. Escucha, Alex, ¿en qué año nació tu abuela?
—Lucy, puedo decirte cuándo es el cumpleaños de mi hijo, el tuyo y el de mi madre, pero no me veo capaz de adivinar el de mi abuela.
—Inténtalo —pidió Lucy. Estaba chispeante y no iba a resignarse.
Alex hizo el cálculo en voz alta.
—Mi madre nació en 1942. Era la mayor de las chicas, pero los varones habían nacido antes y en medio estalló la guerra. Mi abuela debía de tener 38 o 39 años, por lo que diría que es muy probable…
—… que haya nacido en 1903.
—Sí, aproximadamente. ¿Por qué lo preguntas?
—Te lo diré más tarde, en la cena que me prometiste —repuso Lucy, y cortó—. Ya lo has oído, Simon. Es un camino de ladrillos amarillos, ¿verdad? Y los zapatos eran zapatillas rojas. Dorothy y El mago de Oz, pero no entiendo la relación con el vestido de la Madonna y el número 34. La abuela de Alex era mayor cuando nació Diana.
—Ajá —repuso Simon e inclinó el monitor para mostrarle lo que había encontrado. La bandera de Kansas tenía un girasol sobre un fondo azul, igual al vestido de la Madonna—. ¿Cuántas estrellas ves en la bandera?
—¿Debo contarlas? —preguntó Lucy. A continuación, las fue enumerando en voz alta—. La constelación tiene treinta y cuatro estrellas.
—Aparentemente, es el estado número 34 entre los que fueron admitidos en la confederación. Y, como tú descubriste rápidamente, el lugar donde transcurre la historia de El mago de Oz —explicó Simon, con la satisfacción de un gato que ha expulsado al perro de su sillón favorito—. Cielo, creo que Alex deberá pagar esta noche. Pídele que te lleve al restaurante de Gordon Ramsay.
Luego ambos se concentraron en el texto restante.
«La mujer que explicó acerca de ellos venció a su hermana en una ardiente final, pero fue escrito por un hombre, y es difícil saber cuánto comprendió. ¿No había un lugar mejor que el hogar o era tan sólo lo que la niñita con una guirnalda de flores debía cantar?».
—La película y el libro —afirmó Lucy—. Glinda era la Bruja Buena, supongo que la malvada era la hermana, y Dorothy regresa junto a la tía Em diciendo que «no hay mejor lugar que el hogar», pero el resto resulta un tanto misterioso.
—Es curioso. Estaba pensando que esa parte me recordó a los ardientes finales de las hermanas Williams, y pensé que el padre había escrito sus destinos, pero tu interpretación es más verosímil. Especialmente si consideramos el resto, que se relaciona con Kansas —comentó Simon, y siguió analizando el texto mientras Lucy miraba distraídamente a través de la ventana.
Sin duda Glinda había recibido el buen consejo pero, por supuesto, era el dominio del mago. Existe un paralelismo…
El marinero cuenta
cómo el barco
navegó hacia el sur
con buen viento
y cielo despejado
hasta que llegó a
la línea.
—Estos versos son una cita de La canción del viejo marinero, de Coleridge —aseguró Simon en un intento por encontrar una conexión; entonces, alzó los ojos y soltó de golpe los papeles sobre la mesa cuando vio el rostro demudado de su compañera—. ¿Has visto un fantasma?
—Simon, ¿cómo podían saberlo? Esto se escribió hace muchos años; habla de Calvin, ¿recuerdas dónde ha estudiado?
—¡Kansas! —exclamaron los dos al unísono.
El repiqueteo del teléfono de Alex sofocó una exclamación. La joven inspiró profundamente.
—Lucy King al habla —respondió con calma y voz firme.
—Oh, qué agradable sorpresa. Desapareció uno o dos días de nuestro radar. —Era la voz del hombre cuya compañía se había visto obligada a aceptar el viernes por la noche. Ella registró la información que él, tal vez torpemente, le había dado.
—Fue una necedad de su parte enemistarse con el doctor Stafford. El numerito de ayer fue de mal gusto. Yo la habría derrotado con más sutileza. —Lucy advirtió que hablaba con un ególatra y decidió aprovecharlo.
—Mi ayudante, a quien usted ha tenido el placer de conocer, puede ser un poco torpe a la hora de ejecutar mis órdenes. Es aconsejable que no lo olviden.
—Yo tenía la impresión de que usted controlaba mucho mejor a su equipo —afirmó Lucy. Al mirar a Simon, comprobó que estaba impresionado, y eso le infundió coraje—. Ahora hagamos nuestro trato. Por supuesto, no puede prescindir del doctor Stafford. Él está involucrado en la trama de esta búsqueda, es uno de los personajes de la saga y usted no puede extirparlo quirúrgicamente. Si ha tenido la agudeza suficiente para resolver alguno de los acertijos, sabrá que lo mejor es trabajar junto a él en lugar de perderlo.
—Una opinión valiosa, señorita King, pero no nos subestime. Nuestra mano llega muy lejos.
—Bien, veremos si lo bastante como para rascarse la espalda. ¿Podemos decidir cuál será el procedimiento?
Simon sonrió. Su adversario había encontrado una rival digna de él.
El aire límpido tenía un regusto a sal. Ante sus ojos se ofrecía una panorámica en la que llamaba la atención una franja de narcisos con algunos capullos en flor y otra de arena acumulada más arriba, coronada por otra más ancha, con distintos matices de azul y minúsculas pinceladas blancas. Se podía ver el mar desde la terraza con vistas al jardín. Faith Petersen dejó la tetera cubierta por una funda acolchada para aislarla de la temperatura exterior. Le parecía inadmisible perder la oportunidad de almorzar al aire libre con su hijo ese día tan espléndido. Se sentó en la silla de mimbre y se cubrió las piernas con una manta.
—¿Eso significa que no vendrás un par de semanas a casa para Pascua?
Durante un instante él se concentró en la mancha de color que surgió cuando un velón apareció en la lejanía.
—Te prometo intentarlo, pero tengo obligaciones en Londres y no puedo prever qué sucederá. Todavía no he terminado la investigación.
—Esperaba que vinieras con esa chica, Siân, queríamos conocerla. Parece encantadora. Ya lleváis un tiempo juntos. ¿Es algo serio? —La señora Petersen azuzaba a su hijo para que le revelara lo que se moría de ganas por saber. Tenía poco más de treinta años, era apuesto, un buen partido y, sin embargo, nunca había mostrado interés en casarse, y evitaba las compañías femeninas. Uno de sus amigos más cercanos había llegado a cuestionar su orientación sexual, lo cual había inspirado dudas incluso en su madre. Él nunca había intentado aclararlas, pues era de naturaleza reservada.
—Veremos —respondió, y cambió de tema—. Mamá, ¿alguna vez se te ocurrió que deberías haber sido la heredera de la llave después de la muerte de Diana? No tenía hijas. ¿Hablaste alguna vez de esa posibilidad con ella?
Faith había adivinado que él se traía algo entre manos y había esperado con paciencia a que lo dijera. Era impropio de su talante aparecer por sorpresa y ella intuía que la visita tenía un propósito definido.
—Es raro, ¿verdad? Es un misterio, todos queremos saber más, pero a decir verdad, Calvin, era poco probable que nosotros recibiéramos la llave. —Faith miró a su hijo con curiosidad—. ¿Realmente has visto ese pequeño y mágico objeto? Siempre me pregunté cómo era. ¿Es hermoso, valioso?
—Me pareció ordinario hasta decir basta. No lo tuve en las manos, pero me causó esa impresión. —Calvin retomó el hilo de la conversación—. Tú y la abuela erais los familiares más cercanos de Diana, ¿no habría sido más lógico que hubierais heredado la llave?
—No, Diana tiene hermanos y uno de ellos tiene una hija. Quizá la recibió ella. También hay otros aspectos que se deben tener en cuenta.
—Tal vez, pero si la llave debía heredarse a través de la línea femenina, la sucesora debía ser descendiente de Diana. ¿Estaba previsto que fuera a parar a manos de uno de los hijos si ella no tenía una hija? Y otra cosa más que no entiendo. ¿Por qué nunca se dividió entre los hermanos la casa de campo en Inglaterra, la casa donde se crió la abuela?
—¿Te sientes estafado? No puedes quejarte ni pizca de tu posición. Tu abuelo nos proporcionó a todos holgados ingresos gracias a las casas de Nantucket.
—Sólo estoy intrigado. Como te conté, ellos encontraron los documentos de Dee enterrados bajo un árbol en esa casa. Me gustaría comprender mejor en qué consiste ese legado, ¿puedes explicarme esa idea de la maldición?
—Tradicionalmente, las deliberaciones sobre la llave y sus herederos siempre estuvieron restringidas a las personas involucradas directamente. Supongo que incluso Diana habló muy poco de ese tema con sus hijos. Probablemente le inquietara la dificultad que implicaba elegir a uno de ellos. No sé más. La leyenda de la familia asegura que la llave, un documento escrito y la casa, junto con un par de cosas que no recuerdo, deben pasar a la hija mayor, con lo cual se opone claramente a la tradición inglesa del primogénito varón. Una o dos veces fueron recibidas por una nieta, según creo, porque la madre había muerto antes que la abuela, pero no es posible revisar la elección una vez que se ha designado el destinatario, por lo que era habitual esperar un tiempo antes de adoptar una decisión. Los demás hermanos recibían alguna suma de dinero o les ofrecían pagar su parte de la casa. La heredad de Longparish comenzó a revalorizarse hace unos pocos años. Ignoro cuál fue la decisión de Diana, pero me temo que ella sabía que era la última de la línea y que algo sucedería.
—¿A qué te refieres cuando dices «la última de la línea» y que «no es posible revisar la elección»? —preguntó Calvin, mirando fijamente a su madre.
—Mamá siempre decía que la llave del tesoro estaba destinada a una persona, desde el principio. Ha pasado de una generación a otra la historia de que la llave debe encontrar a su verdadero dueño y de que si alguien trata de apropiarse indebidamente de ella padecerá una desgracia. Es algo similar a una maldición. La elección del destinatario ha de ser muy sopesada, pues no es posible recuperarla una vez que ha sido entregada.
—¿Es algo semejante al Arca de la Alianza? Estaba escrito que si alguien la robaba sería castigado con la enfermedad.
—Sí, algo parecido —contestó Faith, riendo francamente—, si crees en esas cosas. Por lo que sé, la tradición ha seguido vigente a lo largo de muchas generaciones, no podría decir exactamente cuántas, pero no te sientas desplazado. Esa llave es una bendición sólo para la persona a la cual ha sido destinada, y una carga para todos los demás. —Faith dio por zanjado el asunto con esas palabras y pasó a otro tema—. Hablemos de algo más importante. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? Ni siquiera me has dicho para qué has venido. ¿Tenemos tiempo de dar un paseo por la playa?
—Por supuesto. Me gustaría quedarme esta noche. Mañana tengo una reunión importante en Boston y ya he reservado un billete de avión para esa misma noche. En realidad, prefería regresar el miércoles, pero supongo que tendré que conformarme con llegar el jueves.
Faith pensó que su hijo no actuaba con naturalidad y, como de costumbre, no daba a conocer sus verdaderos pensamientos.
—Qué pena —se limitó a decir con despreocupación, a pesar de todo—. No tendremos tiempo para salir a navegar. Debes volver para Pascua con tu novia.