Alex atisbó una fina telaraña en el marco de la puerta de entrada del subsuelo al insertar la llave en la cerradura. Sus hilos brillaban a la luz del sol. Él tuvo la sensación de haber estado ausente varias semanas en lugar de unos días. En el felpudo encontró la correspondencia, pero apenas reparó en ella. Fue hacia el dormitorio para cambiarse la camisa y elegir una corbata. Miró el reloj: eran las ocho y cuarto. Podría llegar al hospital a las ocho y media.
Había dejado a Lucy durmiendo en la cama de Will, donde ella se había refugiado instintivamente al llegar la medianoche, mientras él guiaba a Grace y Simon hacia el cuarto de huéspedes. La había encontrado allí, medio dormida. La perspectiva de pasar la noche en la habitación que su hermano había ocupado durante treinta y dos años le había parecido extraña, pero como no quería dejarla allí y dormir solo en su propia cama, se había deslizado silenciosamente junto a ella, la había rodeado con sus brazos y había dejado que sus pensamientos fluyeran serenamente en la quietud de la habitación. Alex y Lucy estaban aún en la misma posición cuando la alarma del reloj les indicó que debían despertarse. Ella se había vuelto hacia él para besarle, sonriendo. Luego, le había dicho que deseaba quedarse ese día en la casa para proseguir con el revelado de las fotografías. Henry estaba de acuerdo, y habían convenido que él la llevaría a la estación cuando regresara de los juzgados. Ella iría a trabajar al día siguiente. Alex no había puesto objeciones, se había despedido con un beso y había partido en compañía de Simon y Grace.
Su teléfono móvil sonó mientras subía brincando los peldaños de la escalera para ir a la cocina.
—Ti amo, Alessandro.
—Y yo a ti. Te llamaré más tarde. No te olvides de desayunar.
Alex apenas sonrió y cortó. Un sobre colocado sobre la mesa de la cocina atrajo su atención cuando recogió el maletín. Estaba escrito a mano y lacrado. Siân lo había dejado allí de forma intencionada. Él observó la caligrafía, lo sopesó, inspiró profundamente y rasgó con cuidado el sello. Miró el contenido: una hoja en blanco de papel grueso y un objeto metálico. Torció el gesto al extraer el contenido del sobre. Eran los trozos de la cadena de oro de Lucy y la réplica de la llave con la perla engarzada que él había encargado para su cumpleaños. ¿Calvin la había recuperado? Quería creerlo, pero albergaba serias dudas. Se puso el abrigo y guardó el sobre en el bolsillo. Marcó un número de teléfono en el móvil mientras se dirigía a la puerta. Estaba cruzando King’s Road cuando Siân contestó su llamada.
—Gracias por ocuparte de mis cosas. Veo que has sobrevivido —saludó Alex, intentando dominar la ansiedad que asomaba en su voz.
—Me encantó. Max se pasó casi todo el fin de semana enfrascado con esos documentos que estuvisteis analizando el viernes por la noche. Me temo que los ha desparramado por tu escritorio, espero que no te moleste. Escucha, Alex, ahora no puedo hablar, voy de camino hacia el escenario de rodaje de un anuncio, pero dime una cosa, ¿está bien Lucy?
—Eso creo, Siân. Cuéntame rápido qué sabes del sobre que me dejaste en la cocina.
—Lo pasaron por debajo de la puerta el sábado. Max y yo habíamos salido a almorzar en el Rainforest Café y lo encontramos allí a nuestro regreso. Había algo dentro, no lo dejé en la entrada por temor a que se dañara. ¿Hay algún problema?
—No lo sé. ¿Se te ocurre quién pudo haberlo dejado?
—No, Alex, lo siento. ¿Qué había en el sobre?
—La cadena de Lucy y la copia de la llave de Will que yo había hecho para ella. Ellos se la arrancaron del cuello el viernes por la noche, en Francia. De esta manera nos hacen saber que llegaron aquí al día siguiente.
Siân percibió la misma actitud amenazante.
—¿Debería llamar a Calvin?
—Sí, por favor. Voy a llegar tarde a la clínica. Te llamaré esta noche. Gracias por lo del fin de semana.
—De nada, Alex. Dale besos a Lucy de mi parte.
Su secretaria le hizo señas en cuanto puso el pie en el hospital.
La doctora Anwar estaba en el quirófano desde primera hora y le necesitaba con urgencia. Jane Cook le había dejado un mensaje, uno de sus alumnos le buscaba y el señor Azziz llegaría desde Harefield en breve y quería tomar un café con él a las once.
—Y el doctor Franks le ha pedido que participe en una conferencia sobre linfocitos mañana por la noche en el Imperial College, si fuera posible.
Alex sonrió. Todavía no eran las nueve. Bienvenido a casa, pensó.
—No te preocupes, Emma. Di que sí a todos, ahora voy a reunirme con Zarina Anwar.
La luz del sol se derramaba sobre la mesa donde desayunaba Lucy. Le resultaba reconfortante permanecer allí, donde se sentía acompañada, pues Alex y su familia parecían siempre presentes. No le era fácil relacionar aquel momento con la realidad de la noche anterior, pues aunque nadie había hablado demasiado, todos habían comprendido que el Lancia de las fotos de Will sugería que ese vehículo le había seguido y que él lo había descubierto, aunque no imaginaban cómo. El escalofriante relato de Henry sobre el automóvil que le cerraba el paso en el hospital esa dolorosa mañana de domingo había invitado a Alex a hablar nuevamente sobre la hipótesis de Melissa, quien creía haber escuchado el motor de un vehículo cerca del puente cuando sucedió el accidente. Tal vez el mismo coche había estado rondando la casa cuando entraron intrusos esa misma noche y Lucy lo había visto en Chartres. Todos se habían ido a la cama pensando en esas coincidencias. Ella había dormido a pierna suelta pese a todo y sólo el ruido del despertador y el beso matinal de Alex a primera hora habían interrumpido su sueño. Nada alteraba su tranquilidad. Estaba en casa.
Procuró actuar con normalidad a pesar de la amenaza latente. Estaba de acuerdo con Alex en la necesidad de conservar la calma y no perder los estribos. Él le había dejado encima de la mesa los cereales del desayuno y Henry le había dejado su número de teléfono en Winchester.
—Estaré en los juzgados por la mañana, pero déjale un mensaje a mi secretaria si me necesitas. Nos veremos a las cinco si todo estuviera en orden. A las cinco y media pasa por la estación el tren procedente de Andover. Lamento que debas marcharte. Ven a visitarme con Max y Alex para Pascua —le había dicho al despedirse. Luego estrechó su mano, le dio un juego de llaves y se marchó.
Lucy ya había seleccionado los negativos que deseaba ampliar al cabo de una hora. Se puso a imprimirlos y a las once pudo ver la primera tanda de fotografías. Se había visto obligada a ajustar un poco el foco en las copias de los documentos, pero el trabajo de Will era brillante y había obtenido un material de excelente calidad.
Lucy contuvo la respiración cuando, bajo la luz coloreada del cuarto oscuro, leyó las primeras palabras, escritas con una caligrafía clara y femenina, probablemente en el siglo XVIII:
Lucy Locket perdió la bolsa…
Y luego:
Ah, pero la hija del rey corre el peligro de dar una puntada equivocada, perder el hilo y marearse.
Y más adelante:
TAURUS 4. LA MARMITA DE ORO DEL ARCO IRIS.
Y escritas con una antigua máquina de escribir de tipografía extraña:
Hoy murió la música.
Por un momento tuvo la sensación de que esos textos se referían a ella: se llamaba Lucy, no había perdido una bolsa, pero sí una llave, era la hija del señor Rey[13] y había estado muy atenta para no dar una puntada equivocada mientras cosía el cubrecama de retazos en el hospital, y el hilo era un símbolo de su vida. ¿Era una simple coincidencia? ¿Y el arco iris? Ella y Alex siempre bromeaban a ese respecto, pero la última frase era demasiado enigmática. Aquella Lucy, sin duda, era ella misma. Por lo demás, le mostraría el texto a Alex y Simon para que trataran de ayudarla a descifrarlo. Ninguna otra persona tenía los elementos para hacerlo. No les adelantaría nada y esperaría sus comentarios.
Una vez terminada la primera tanda de fotografías, Lucy decidió tomar un té antes de continuar. Era casi mediodía. Pensó en llamar a Alex únicamente para oír el sonido de su voz.
La tetera silbó y ella vertió el agua sobre la bolsita de té. Cogió el móvil y se dirigió hacia la salida posterior en un intento de alejarse de los gruesos muros de la casona para que la señal fuera más potente. Volvió a probar suerte. Logró comunicarse con la línea directa de Alex en el hospital. La atendió la secretaria, con tono de perro guardián. Antes solían hablar para decidir el horario de las consultas, pero la relación entre Lucy y Alex ya no era la misma.
—No, lo siento. Parece que no está en el edificio, señorita King. Yo misma lo he buscado hace un momento. Está muy ocupado y tiene actividades programadas en distintos lugares hasta última hora. ¿Quiere dejarle algún mensaje?
Lucy se cohibió. Sintió una punzada de culpabilidad ante esa intromisión. Dijo que no era importante, que hablaría con él más tarde.
El teléfono de la casa sonó y ella trató de ignorarlo, no muy segura sobre la pertinencia de atender esa llamada.
—Puedo pasarla con el doctor Lovell si se trata de una emergencia.
La joven australiana le explicó amablemente que no había urgencia alguna y que esperaría para hablar con el doctor Stafford en otro momento. El teléfono fijo había dejado de sonar cuando dio por terminada la conversación. Estaba desconcertada, pensó en la posibilidad de llamar a Alex a su móvil. A menudo estaba apagado mientras él trabajaba en el hospital, en especial si estaba visitando pacientes o cerca de los equipos de revisión, pero al menos podría dejarle un mensaje personal. Trató de pensar en positivo: sería un consuelo oír su voz, aunque fuera una grabación.
—Buongiorno, Alessandro. Pensé que, por casualidad, podría encontrarte, pero no estabas en el despacho y tu secretaria te protege de cualquier intrusión. ¿Podemos hablar más tarde? Las imágenes de la primera tanda de fotografías son interesantes. Allí se ve qué sucedía cuando recibiste esa llamada, a la una. No olvides la diferencia horaria entre Inglaterra y Francia. Vaya, el teléfono de la casa está sonando otra vez. Lo atenderé. Tal vez seas tú. Ciao.
Lucy cortó, corrió hacia la cocina y descolgó el auricular.
—No imaginas lo que acabo de descubrir en los archivos fotográficos de Will. No los había mirado desde que Alex los envió por correo electrónico a mi ordenador.
—Hola, Simon —contestó Lucy, tratando de ocultar la desilusión.
Simon le informó que había descubierto cuatro fotografías tomadas por la Nikon digital de Will en Sicilia y en Roma en las cuales se veía el famoso Lancia. Tres de ellas estaban algo borrosas, pero en la imagen restante se veía claramente. Tenía previsto hablar con su contacto en Scotland Yard e intentaría ampliarlas para leer el número de la matrícula.
—Creo que Jamie McPherson puede descubrir algo. Es muy discreto, así que no te preocupes. Es un chico joven pero listo. Déjalo de mi cuenta. También encontré varias fotos de una chica hermosa, que se parece en algo a ti, aunque tiene el cabello más largo y muy rizado. Y llamaré a Roland Brown, más tarde, cuando en Nueva York la gente ya esté despierta. ¿Cómo va tu trabajo?
Lucy comentó algunos detalles de lo que había visto en las ampliaciones, y le dijo que sentía que ella estaba implicada en los juegos de palabras de los documentos. Oyó que su teléfono móvil sonaba, pero Simon estaba entusiasmado con la conversación y era difícil interrumpirlo. Quería que se encontraran para cenar. Las nuevas pistas les permitirían seguir el rastro. Lucy se despidió rápidamente y cogió el teléfono móvil. Sólo escuchó un mensaje:
—Lucilu, son las doce y cuarto. Me he escapado a un lugar más tranquilo para llamarte. Como no atendiste el teléfono de la casa y en tu móvil responde el contestador, supongo que aún estás en el cuarto oscuro. Esto es una jaula de grillos. Estuve recorriendo las salas toda la mañana, y me pidieron ayuda en el quirófano, pero trataré de llamarte después del almuerzo. Dime en qué tren llegas e iré a esperarte a Waterloo. Ahora voy a reunirme con Amel para hablar un poco sobre ti. Llámame a la línea directa cuando te quedes libre. Es más seguro.
—Maldición —estalló Lucy.
Se dejó caer en el banco de roble, frustrada por haberse perdido las dos llamadas. En fin, dejaría que hablase con Amel e hiciera su trabajo, y le telefonearía después del almuerzo. Tomó su taza de té y se dirigió al laboratorio de Will, pensando en el acertijo de Lucy Locket.
—Te veo diferente —observó Amel…
… antes de convidar al invitado a un buen café y ofrecerle compartir su faláfel y unas hojas de parra. Alex sonrió con aire enigmático.
—Me siento diferente. Este fin de semana me vi transportado a un lugar desconocido, lo cual no es tan enigmático como pueda parecer —repuso, y miró a su mentor—. ¿Qué opinas de la memoria celular, Amel?
—¿Te refieres a la teoría según la cual las células del cuerpo contienen información sobre el gusto y la personalidad? —Amel guiñó el ojo a su discípulo favorito—. Es un tema interesante para ti, Alexander. ¿Guarda relación con la pregunta que le hiciste a Jane el sábado?
—¿Te lo contó?
—Está muy preocupada por las consecuencias que puede tener para ti. Cree que podría «alterarte». Le dije que no le diera más vueltas, que no te iba a afectar en absoluto. ¿Estoy en lo cierto?
—Sí, no me ha influido para mal. Sólo siento que Lucy es una persona aún más cercana a mí. Lo que me perturba es la manera en que ella lo descubrió.
—Courtney lo rechazaría de plano. Diría que es totalmente absurdo. No obstante, existen otras opiniones. Hay teorías que quizá te ayuden a comprender ese concepto. Tal vez Lucy ha dicho algo que despertó tu interés.
—Ella nota cambios como la alteración de los hábitos alimentarios o la intensidad de los sueños, síntomas que, a mi modo de ver, obedecen en buena medida a la medicación, pero hay un par de cosas intrigantes. Will era un melómano apasionado y ella tiene el deseo compulsivo de volver a tocar el piano después de muchos años. Asegura que su interés por la música clásica se ha renovado desde el trasplante. Quizá sea debido a factores psicológicos, lo admito, aunque me parece notable si lo relaciono con otros elementos. Asimismo, dice reconocer a los amigos de mi hermano, sabe qué piensan sobre algunos temas, lo cual es sorprendente, y lo más raro de todo, desde la operación tiene tendencia a usar la mano izquierda, algo que no puedo atribuir a los fármacos.
—¿Will era zurdo?
—Y ligeramente disléxico. Podríamos suponer, por ejemplo, que después de la operación ha predominado su lado izquierdo. Aunque hay otras cosas. Procuro ser objetivo, pero las actitudes de Lucy se parecen a las de Will cuando ella reacciona espontáneamente.
Amel asintió.
—Recuerdo una conversación con un brillante neurocardiólogo en el transcurso de una conferencia en Holanda, hace algún tiempo. Él estaba interesado en la manera en que el sistema nervioso relacionaba el cerebro y el corazón. Suponía que la relación entre los dos órganos era dinámica, un mutuo intercambio. Cada órgano podía influir en la función del otro. Compartía la idea de que el corazón era un cerebro en sí mismo, que poseía una red de neuronas, transmisores, proteínas y células de apoyo que le permiten funcionar con cierta independencia del cerebro, y quizá, incluso, tener sentimientos y experimentar sensaciones. —Alex escuchaba a su mentor con creciente interés. Él prosiguió—. Por lo tanto, la información se transforma en impulsos neurológicos, viaja desde el corazón hasta el cerebro a través de diversas vías y llega a la médula. Esos impulsos regulan el funcionamiento de las vías circulatorias y de los órganos. Tal vez podrían influir en nuestras percepciones y ciertos procesos cognitivos si alcanzaran ciertas partes del encéfalo.
—Exactamente. El hecho de que el sistema nervioso del corazón funcione con independencia del cerebro resulta ventajoso para un trasplante. Habitualmente, el corazón y el cerebro se comunican por medio de los cordones nerviosos de la columna vertebral, pero el sistema nervioso del corazón le permite funcionar en un nuevo organismo si esas conexiones nerviosas se cortan y no logran reconectarse durante un tiempo. Si aceptamos que el corazón tiene una suerte de cerebro propio, es posible que conserve algo semejante a lo que denominamos memoria. —Amel miró a Alex y siguió adelante con el razonamiento—. No hemos dicho nada sobre la posibilidad de que el espíritu de Lucy esté agregando algo. Hemos hablado de los fundamentos científicos de una teoría. También podríamos considerar la posibilidad de que su personalidad sea… particularmente compatible con la de tu hermano. Ella significa mucho para ti, tú tenías una relación estrecha con él. ¿Percibe Lucy matices sutiles, parece capaz de acceder a la esencia de Will de una manera que no sea posible explicar?
—¿Como si fueran gemelos?
—Sí, quizá. No hablo de algo científico y verificable de forma empírica, como la memoria celular, ¿a que es fascinante? Personalmente, todas estas hipótesis me producen una gran curiosidad, pero prefiero mostrarme cauteloso en la interpretación. A menudo cometemos el error de establecer arbitrariamente ciertas relaciones para apoyar un punto de vista personal. Eso no impide mantener una actitud abierta frente a este tipo de investigaciones. Pacientes inteligentes como Lucy, atentos a los cambios que experimentan y poco propensos a fantasear acerca de ellos, permitirán finalmente llegar a conclusiones más sólidas. Te sugiero conversar con los médicos e investigadores con experiencia en este campo en el transcurso de tu próxima conferencia. —Amel miró a Alex con preocupación—. Ahora bien, hay otro aspecto importante: ¿cómo os influye eso a vosotros dos?
—No puedo decirlo por ahora. No tengo motivos para dudar de la sinceridad de Lucy. En realidad, estoy seguro de que no fantasea. Hay cosas muy convincentes. Intentaré abordar el tema en futuras conferencias para invitar a otros a opinar. Si sólo se trata del efecto de los fármacos, sin duda es un efecto interesante.
—No me refiero a eso, sino al hecho de que tu hermano haya sido el donante del corazón de Lucy, al conflicto que eso supone. Crucé una apuesta con Jane y tendré que invitarla a almorzar en un buen lugar si pierdo. Le aseguré que eso no sería un obstáculo para vosotros, pero sin duda es algo extraño. Una parte de Will está en el cuerpo de Lucy, lo cual, de alguna manera la convierte en una especie de hermana para ti. Y no podemos olvidar las circunstancias por las cuales ella recibió ese corazón. Ella figuraba la primera de la lista, uno o dos días antes estuvimos a punto de operarla. Y sabes que no me gusta poner a los pacientes en esa situación para luego dar marcha atrás, pero el órgano disponible no era apto para una mujer tan joven. Es notable que la compatibilidad con el corazón de Will fuera casi perfecta. —El busca de Azziz los distrajo un instante, pero Amel leyó el mensaje y siguió hablando tranquilamente con su invitado—. Por supuesto, ninguno de nosotros conocía la identidad del donante, como bien sabes.
—¿Es un milagro? —preguntó Alex, sonriente—. Parece increíble que una parte fundamental de él esté tan cerca de mí, aunque es maravilloso. No me asusta, tú sabes que nosotros no permitimos que ese tipo de cosas nos afecten, pero para ella es extraño manifestar algunas de sus percepciones. Únicamente espero que no adopte los puntos de vista de Will. Afortunadamente, Lucy tiene una personalidad propia y definida. —Esta vez sonó el busca de Alex y él se puso en pie, dispuesto a marcharse—. Y por supuesto, es mucho más hermosa que Will —afirmó; luego, miró el mensaje y comprobó aliviado que era una emergencia de las que solían presentarse en el hospital.
—Ya lo sé —repuso Amel entre risas, mientras su colega abría la puerta. Alex estaba bien, no había motivo de alarma, no perdería su apuesta—. Es la válvula de Hancock, necesitaré que vengas conmigo al quirófano para trabajar con el anestesista. La respuesta inmunológica está creando problemas.
Alex cogió el busca para indicar que ya estaba al tanto de la urgencia. Ambos salieron presurosos por el corredor. Al cabo de unos minutos Alex advirtió que el reloj del quirófano indicaba que era casi la una. Se preguntó cuánto tiempo lo retendrían allí. Debatiéndose entre el deber y la preocupación, miró a Amel por encima de la máscara.
—¿Puedes darme diez minutos? Tengo que hacer algo urgente a la una en punto.
Amel le guiñó el ojo a modo de autorización.
—Ven cuando puedas.
Alex desapareció silenciosamente por la puerta de vaivén.
En el reloj del pasillo faltaban cuatro minutos para la una; en el reloj que Alex llevaba en el bolsillo, sólo uno. Súbitamente, asomó la cabeza por encima de la mampara del escritorio de Emma.
—¿Alguna llamada?
—Lucy King le llamó, Jane Cook quiere hablar urgentemente con usted y la doctora Anwar me pidió que le diera las gracias, ah, y esa estudiante tan bonita con piernas muy largas y falda muy corta acaba de dejar aquí su informe. Aseguró que no había podido terminarlo a tiempo —agregó Emma, mirando la expresión desconcertada de Alex—. Nada más. Jane llamó tres veces.
El tono cortante de Emma le causó gracia pero, sin hacer comentarios fue rápidamente hacia la puerta de salida, mirando su teléfono móvil. De pronto, volviéndose hacia su secretaria, preguntó:
—¿A qué hora llamó Lucy?
—Hace un rato —respondió secamente Emma. Advertía que si bien Alex se había tomado su tiempo, era obvio que él y Lucy ya habían comenzado una relación amorosa—. Unos minutos antes de las doce —contestó en voz más alta. Él ya se había ido.
Alex se encaminó hacia el jardín, donde un grupo de enfermeras del servicio de cardiología fumaban el cigarrillo de después del almuerzo. Su teléfono tenía buena señal y vio que había perdido dos llamadas y había recibido dos mensajes. Pulsó la tecla que le permitía recibir llamadas y esperó un minuto hasta que en el visor apareció la hora: la una y dos minutos. Su reloj —estaba seguro de que coincidía con la hora de Greenwich— marcaba la una y cinco. Después de deliberar un instante, se armó de valor y escuchó la cadenciosa voz sureña de Guy. Los mensajes aparecían en orden inverso, es decir, el más reciente era el primero. Luego escuchó el mensaje de Simon: había visto el automóvil en las fotografías digitales. Alex lo borró inmediatamente, antes de oír el resto. Hablaría con Simon por la noche. Luego escuchó un mensaje breve y hermoso de Lucy, que le hizo sonreír. Le respondería en un instante. El teléfono indicaba la una y cuatro minutos. Según su reloj, habían pasado siete minutos desde la una. Esperó, pensó en llamar a Lucy, y luego decidió no ocupar la línea.
Pasaron otros tres minutos. Se ofuscó, sintió que se burlaban de él. Habían dicho que llamarían a las dos, ¿ignoraban la diferencia horaria? El teléfono sonó cuando comenzaba a caminar nuevamente hacia el edificio. Alex contuvo la respiración.
—Sí, Alex Stafford —dijo, antes de comprobar que era nuevamente el buzón de voz. Le informaba de que había recibido un mensaje a la una y tres minutos. Alex sintió náuseas. «Doctor Stafford, es la hora convenida. No me gusta que me hagan esperar. Le llamaré más tarde. Si no tiene nada para mí, hay algo que puedo llevarme».
La voz era totalmente impersonal. Alex volvió a escuchar el mensaje y miró la hora en que había sido recibido. Lo había perdido por uno o dos minutos, seguramente mientras escuchaba los mensajes de Simon y Lucy. Se sintió frustrado. Pulsó las teclas, tratando de encontrar el número de teléfono de procedencia, pero no estaba registrado. El número de la persona que se había comunicado con él estaba bloqueado. La habitual calma del médico se volvió tensa. Decidió grabar un nuevo mensaje en su casilla: explicó que durante el horario de trabajo no siempre podía atender las llamadas y pidió que se comunicaran con su línea directa en el hospital. Sin embargo, no confiaba en que esa medida bastase y decidió llamar a Calvin. Seguramente él tendría algún número telefónico con el cual podría comunicarse, pero este no respondió. Alex trató de ordenar sus ideas. Regresó junto a Emma y le entregó su teléfono móvil y le encargó que lo atendiera mientras se alejaba hacia el quirófano, dejándole el encargo de ponerse en contacto con él de inmediato si recibía alguna llamada en cualquiera de las dos líneas, lo cual, sin duda, sucedería. De pronto surgió en su mente una idea más desagradable y regresó corriendo hacia ella.
—Comunícame con mi padre. Si está en los juzgados, pídele a su secretaria que le envíe un mensaje diciendo que me llame sin demora. —Mientras Emma le observaba, Alex fue rápidamente a su oficina para llamar a Lucy. Volvió a responderle el contestador, evidentemente ella seguía en el cuarto oscuro. Dejó un mensaje con una voz deliberadamente calmada, sólo Amel y la mujer a quien llamaba habrían advertido que su serenidad era artificial.
—Lucy, llama a mi oficina en cuanto recibas este mensaje, por favor, y no abras la puerta.
Luego, Alex marcó el número de la casa, con la esperanza de que ella pudiera oírlo. Nada. Emma le miró a través del vidrio y al verlo tan abatido meneó la cabeza. Alzó el dedo índice para explicarle que Henry no estaría disponible por lo menos durante una hora. Él permaneció en pie, en silencio, tomó el abrigo que estaba colgado en la puerta y esperó. Súbitamente lo arrojó sobre la silla y se giró hacia el escritorio, y se puso a revisar la agenda de su móvil. Localizó un número y llamó desde su línea directa.
—Melissa, gracias a Dios. Soy Alex Stafford. ¿Podrías hacer algo por mí?
Lucy estaba a punto de terminar la impresión de los cuatro rollos de película cuando descubrió a su doble, una mujer algo más joven, con una gran melena rizada ondeando al viento por encima del mar. Sí, a primera vista eran sorprendentemente parecidas. Ella sintió que miraba a un fantasma. Se preguntó si se trataba de otra novia de Will. Le parecía haber visto esa cara en sueños, tal vez fuera únicamente su imaginación.
No obstante, el descubrimiento fundamental se produjo después. Lucy no advirtió su importancia hasta que amplió un poco más la fotografía. Al principio pensó que era sólo la baldosa con la llave de la Ducati que Will había dejado en el jardín de rosas, y no se equivocó, pero la llave era completamente distinta. Al ver la imagen aumentada comprendió que Will había pegado la llave de repuesto en el centro de una baldosa que con anterioridad había albergado otra llave. Amplió la imagen tanto como le fue posible sin distorsionar la imagen. La nueva llave se parecía mucho en forma y tamaño a la de plata, pero esta era dorada y además, mientras que la llave de plata tenía una espiral y una perla, esta otra tenía grabado un símbolo con un rubí incrustado. Daba la impresión de ser un ciervo muy similar al que se veía en el retrato en miniatura que le había enseñado Alex. Lucy recordó que, según él le había dicho, Will también había dibujado un ciervo.
De pronto oyó golpes en la ventana cubierta por las cortinas que impedían el paso de la luz. Una voz femenina gritaba su nombre. Lucy ordenó las fotografías y fue rápidamente hacia el corredor que comunicaba con la puerta trasera de la cocina.
—¿Puedes llamarle ya mismo?
Lucy le hizo señas invitándola a entrar, pero la mujer se fue de inmediato. Confundida, se dirigió hacia el teléfono de la casa para llamar a su línea directa y comunicarse con él.
—¿Estás bien?
—Sí —respondió Lucy, intrigada.
—No quise alarmarte, pero debía decirte que no salgas de la casa ni le abras la puerta a nadie. Papá irá directamente a casa en cuanto reciba mi mensaje.
—Alex, Melissa no habría podido pedirme que te llamase si no hubiera abierto la puerta. Anoche era Simon quien decía cosas incoherentes, y ahora tú. ¿Qué sucede?
—No lo sé. Nada, tal vez. Programé la alarma para que sonara casi a la una, a esa hora debía responder a la llamada de ellos y luego me reclamaron en el quirófano por una emergencia; logré salir justo a tiempo, al menos eso pensé, pero la llamada llegó mientras oía otros mensajes. Debí haber esperado, lo sé, pero ellos se retrasaron unos minutos. No me inspiran confianza. Estoy seguro de que me vigilan a mí, pero tal vez siguen creyendo que tú tienes la llave original o alguna otra cosa que les resulte atractiva, y lo más probable es que Calvin les haya dicho que tú desenterraste los documentos ahí, en esa casa. Lucy, no te muevas hasta que veas el coche de papá. Y asegúrate de que él te vea partir en el tren. He intentado comunicarme con Calvin y volveré a intentarlo ya mismo. Te llamaré nuevamente dentro de una hora para quedarme tranquilo. Por Dios, he dejado solo a Amel en el quirófano. ¿Has entendido?
Lucy apenas pudo responder antes de que Alex cortara. Se sintió ligeramente molesta. Miró la hora, era casi la una y media. Preparó té y recorrió la casa. Todo era grato, había olor a fuego encendido, a flores, se sentía cómoda, nada la inquietaba. Pensó que Alex estaba exagerando. Decidió encerrarse nuevamente en el sereno refugio de Will y continuar con su tarea.
Sus ojos volvieron a concentrarse en la baldosa. Will había cambiado las llaves. Había dejado el duplicado de la llave de su Ducati y se había llevado la otra. ¿Estaría en poder de Roland? Lucy rastreó todas las fotografías una vez más, en busca de pistas, hizo una segunda copia de algunas de ellas. Cuando miró la hora advirtió que ya eran más de las cuatro. Se sintió culpable y se angustió al pensar en Alex. Le llamó de inmediato.
«Lucy Locket perdió la bolsa…», pensaba mientras esperaba que él respondiera. «Y el gatito la encontró». ¿Dónde estaba el gatito?
Lucy oyó la voz de Emma, inesperadamente agitada.
—Hola, Lucy. Él me pidió que le comunicara si tú llamabas, pero salió del hospital hace diez minutos. Intenta llamarle al móvil, aunque no sé si responderá. Parece ser que su hijo ha sufrido un accidente.
Lucy salió del taxi y subió de puntillas. Las luces estaban encendidas y las cortinas descorridas. A través de los grandes ventanales pudo ver el cabello de Alex. Subió algunos peldaños y se inclinó hacia el subsuelo para ver mejor. Él descansaba en el sofá, con los ojos cerrados, y la cabeza inclinada en una posición incómoda. La joven vaciló, no se atrevía a tocar el timbre por temor a despertarle. En el bolsillo del abrigo tenía las llaves que Henry le había entregado. Abrió la puerta principal del edificio y luego la puerta del apartamento de Alex. Oyó los suaves acordes de una sinfonía de Mozart, dejó silenciosamente su bolso en el pasillo mientras el gato le rozaba los tobillos y de pronto advirtió que él tenía compañía. Cuando giró la cabeza y le sonrió, vio su rostro exhausto.
Alex habló con voz pausada. No parecía estar alarmado, lo cual era una buena señal.
—Te estaba esperando.
Ella respondió con la misma suavidad.
—Te llamé, pero tenías el móvil apagado y preferí no molestar.
Lucy fue hacia la sala de estar y enmudeció. Alex se incorporó. Su hijo dormía con una parte del cuerpo tendido en el sofá y la otra acurrucada en sus brazos. La imagen la cogió desprevenida, le provocó una mezcla de ternura y pena. El niño tenía una sutura en la frente y un raspón en la nariz, pero por lo demás, su aspecto era sereno y angelical.
—Por Dios, Alex, ¿es grave?
—No, está bien. Convencí a Anna para que me permitiera traerlo a mi casa con el argumento de que lo tendría en observación, pero lo hice porque me sentía culpable, en realidad no corre peligro. Sólo está agotado, no hay anormalidades en las pupilas ni en el pulso y en ningún momento estuvo inconsciente. Estoy abusando de mis prerrogativas.
Lucy se apoyó en la mesa de café y despejó suavemente un mechón de cabello rubio que caía sobre la frente de Max.
—Se parece mucho a ti. Cuéntame qué ocurrió. ¿Por qué te sientes culpable? —dijo Lucy en voz baja.
—Le empujaron bruscamente cuando salía de la escuela, mientras corría a encontrarse con Anna. Ella vio a un hombre corpulento que pasó corriendo junto a él y al principio no advirtió que Max había caído tan violentamente. No fue un accidente, aunque es lo que ella cree.
Ella había comenzado a hacer conjeturas desagradables desde temprano, cuando Alex la puso en alerta. No obstante, trató de mantener la calma.
—¿Estás completamente seguro?
—La llamada perdida y un hombre robusto idéntico al que tú mencionaste son demasiadas coincidencias —explicó serenamente Alex—. Anna no sabe que tiene una sutura… Fui directamente a ver a Courtney y Max me dijo que el hombre le pegó deliberadamente. Tú sabes que esto tiene relación con la llamada perdida. Es una advertencia magistral, saben cuál es mi parte más vulnerable.
Lucy le miró con ternura.
—No había considerado verdaderamente el riesgo que corrían Max o Anna —dijo Alex, casi para sus adentros—. Ellos no tienen nada que a esa gente le interese ni están directamente involucrados. Yo me preocupaba por ti, porque creía que nosotros dos éramos los más expuestos, los que sabíamos acerca de los documentos, pero no cometeré otra vez ese error. Encontraré un motivo para convencer a Anna, le diré que se lleve a Max a casa de sus padres por unos días. Le apartaré del camino hasta que encontremos los papeles de Will. —Alex estaba disgustado consigo mismo—. El ataque a Max fue premeditado. Les daré lo que sea, lo que podamos encontrar. Nada justifica esto —declaró con firmeza, mirando al pequeño.
Lucy observó la imagen de ese padre con su hijito y sin darse cuenta se mordió el labio inferior.
Alex llevó al niño a la cama mientras ella preparaba una ensalada. Cuando él regresó, se abrazaron. No les impulsó el deseo sino la necesidad de brindarse mutuo apoyo. Luego, cambiando ligeramente el tono de voz, Alex preguntó:
—¿Papá te dio las llaves de Will?
Lucy asintió.
—¿Te molesta? Me sentí incómoda al aceptarlas, pero él insistió.
—Yo se lo sugerí, y tengo una más para ti. —Alex sacó el sobre lacrado que llevaba en el bolsillo del abrigo y lo dejó en su mano. Mientras ella miraba el contenido, se alejó un poco para elegir un CD. Luego miró a Lucy: estaba atónita.
—¿Cuándo llegó el sobre? —preguntó Lucy.
—El sábado, no sé exactamente a qué hora —contestó Alex. Ella respondió con un suspiro y él dijo, contrariado—: Querían hacernos saber que están al tanto de todos nuestros movimientos. ¿Has descubierto algo que podamos darles?
Lucy asintió mientras llevaba la comida a la mesa. Alex cogió una botella del refrigerador, y unas copas. Ella le habló de la otra llave, la que había descubierto en una de las fotografías de su hermano. Luego le hizo una pregunta, porque el tema la preocupaba.
—Si encontramos esa otra llave y los documentos originales, ¿deseas que se los entreguemos y nos resignemos a no resolver el enigma?
Alex meditó unos momentos. Sabía cuáles eran los argumentos posibles de Lucy: su madre se había esforzado por crear un lugar para que la llave y la segunda tanda de documentos estuvieran a salvo; sucesivas generaciones de mujeres de su familia habían preservado ese tesoro secreto hasta que llegara el momento en que debiera ser revelado, pero su hermano no había muerto por ese motivo, sin duda no era parte del plan.
—Mi madre no habría deseado ni lo de Will ni lo de Max, ni esta amenaza que empaña nuestra felicidad. Ya conoces mi opinión, Lucy. Confieso sentir una enorme curiosidad por todo este asunto y me intriga saber qué puede haber sido tan importante para mis antepasados, pero no existe reliquia familiar más valiosa que mis seres queridos. Debemos ceder. Mañana hallaré la forma de contestar a esa llamada y les entregaré las fotografías que has revelado. Espero que eso nos dé tiempo suficiente para descubrir los documentos restantes. No podemos hacer otra cosa. No quiero tener más trato con ellos.
—Alex… —Lucy iba a entrar en un terreno desagradable, por lo que eligió con cuidado cada palabra. Comprendía la reticencia de Alex, especialmente después de lo sucedido ese día, pero ella estaba involucrada de una manera particular en aquella historia, y tenía motivos apremiantes para continuar—. Puede ser doloroso considerar esta perspectiva, y sin duda es difícil para mí decirlo, pero si Will no hubiera muerto yo no estaría viva. Y Will no se habría convertido en algo que no era. Evidentemente, todo esto era más que un juego de salón, de otro modo tu madre no se habría esforzado tanto por preservarlo.
Alex la escuchaba sin enfadarse, Lucy hablaba con una pasión inusual, conmovedora. Sabía que sus emociones eran intensas, pero a menudo las reprimía. Al igual que él, ocultaba celosamente sus sentimientos más profundos. Ella comprendió el efecto que habían tenido sus palabras y decidió no darle tiempo para contradecirlas.
—Además —agregó—, Bruno ofrendó la libertad y la vida por aquello que consideraba importante. Dante colocaba en un lugar especial, una suerte de antesala del infierno, a las personas moralmente débiles, incapaces de alzarse contra la injusticia o de expresar una opinión, las que están dispuestas a negociar con respecto a cosas primordiales. Despreciaba a los indiferentes, los neutrales, los que vivían, según sus palabras, sin pena ni gloria.
—No merecían el paraíso, pero tenían prohibida la entrada al infierno para evitar que los condenados se sintieran superiores.
Lucy le sonrió y asintió.
—No hay cobardes en tu familia. Prefieren ser valientes a ser despreciados, y tú no eres diferente. De cualquier manera, ¿podemos conformarnos con alejarnos de esos amigos de Calvin? —Lucy miró a Alex, aunque su pregunta no necesitaba respuesta—. ¿Qué opina él de este último acontecimiento? —inquirió, acentuando amargamente la última palabra.
—No he podido encontrarlo. Siân no sabe dónde está.
Lucy frunció el ceño antes de formular su pregunta.
—Alex, ¿puedo llevarme tu teléfono móvil mañana? Yo estoy en condiciones de responder la llamada en cualquier momento. No convivo con emergencias médicas. Déjame acordar la entrega. Yo me reuniré con ellos. Te aseguro que no tengo miedo.
—¿No? —Alex intentó sonreír. Para reanimarlo, Lucy le devolvió la sonrisa. Su Alex, siempre tranquilo y heroico, en ese momento era un hombre debilitado porque habían atacado a un ser querido. Era una sombra del hombre que ella conocía.
—¿De los bravucones? No, los conozco desde niña. Tal vez mi abuela haya sido el motivo por el cual mi madre se fue de casa. Es más temible que cualquier «rapturista». —La respuesta de Lucy era cómica y Alex sonrió—. Lo único que me aterroriza es depender de otra persona para ser feliz, o dejarme llevar por la pasión.
Alex enredó sus dedos en los cabellos de Lucy para contagiarse de su fortaleza.
—¿Todavía?
Ella asintió lentamente. Sólo habían pasado tres noches desde que recorriera el laberinto de Chartres, mientras Alex estaba allí con Max. Las emociones que había reprimido durante toda su vida habían comenzado a liberarse ese fin de semana y habían transformado su relación con Alex. Poco tiempo antes, nada tenía sentido. De pronto, todo tenía significado. Durante meses, la atracción magnética que existía entre ellos le había impedido pensar en otra cosa, sólo anhelaba tener a Alex. Ahora tenía que vencer el hábito de negar sus sentimientos más profundos. Alex comprendía sus temores, no le permitiría que se desanimara. Se entregó completamente a ella, la besó, aflojó la tensión.
—Quédate —le pidió.
—No puedo. —Lucy respiró profundamente, meneó la cabeza enfáticamente y dijo—: No sería correcto. Tú tienes que ocuparte de tu hijo.
Él estuvo de acuerdo.
—Podemos vernos mañana.
Alex asintió, luego dudó.
—Daré una conferencia a las seis —explicó, aún tratando de dominar su deseo—. Podemos cenar después.
Acordaron cenar al día siguiente y con enorme esfuerzo Lucy se dispuso a partir.
—He hecho dos juegos de fotografías —dijo, señalando un paquete que había dejado en la mesa de la cocina—. Examina los nuevos documentos si te sientes con ánimo y verás más acertijos laberínticos —agregó con una sonrisa apenada, advirtiendo que él estaba a punto de abandonar la búsqueda. Se preguntó si él tenía razón al creer que debían retirarse. Sin duda, el juego se estaba volviendo peligroso.
Alex la tomó de la mano y la llevó hacia su escritorio con vistas al jardín trasero.
—Antes de que te vayas, mira: lo hizo Max con el juego de copias, antes de que viajara a Francia para buscarte.
Lucy abrió los ojos. La inteligencia de un niño de siete años había descubierto algo que nadie había imaginado. Max había armado el rompecabezas uniendo las figuras que estaban en el reverso de los textos. Allí se veía que faltaba la mitad de la figura: una parte de un rostro en una especie de laberinto.
—Si tuviéramos todos los documentos originales posiblemente podríamos trazar un recorrido por los recovecos para llegar hasta el centro.
Alex señaló con el dedo el tramo que Max había trazado con lápiz: parecía un verdadero laberinto.
—Como tú dijiste, para hacerlo necesitaríamos los originales. Will ha fotografiado un solo lado. ¡Pero Max ha hecho un descubrimiento sorprendente! —exclamó Lucy, meneando la cabeza—. Es un niño inteligente, como su padre. —Estaba admirada y orgullosa de los dos—. Nunca presté atención a los dibujos que están en el dorso de los documentos. Mira este barco, ¿no te recuerda…? —No fue necesario que Lucy completara la pregunta. Alex también reconoció la barca que habían visto durante su paseo por el Támesis. Ella acarició la estela que dejaba en el río—. Y aquí hay alguien caminando en un laberinto. Alex, esto me da escalofríos.
Él asintió distraídamente. Ella advirtió que en su mente se formaba un collage de imágenes y reformuló la pregunta que le había hecho antes.
—Hemos llegado hasta aquí. Con honestidad, ¿podemos abandonar? Tú y yo hemos encontrado los documentos que estuvieron enterrados cientos de años. Will encontró el segundo juego. Tengo la convicción de que estaban destinados a nosotros, por alguna razón también yo debía participar. —Alex vaciló—. Al menos echa un vistazo a las fotografías ampliadas. Hay algunos acertijos fascinantes con los que podrás lucir tu genio matemático. —Ella dio unos pasos y luego se volvió hacia él, con súbita curiosidad—. Alex, ¿qué día murió la música?
Él la miró asombrado.
—¿La canción?
Sus ojos parpadearon afirmativamente. Él pensó, en voz alta, lo mismo que ella.
—¿El accidente aéreo?
Ella volvió a sonreír.
—¿En febrero?
Lucy asintió, dichosa.
—Que disfrutes de tu lectura —le deseó, y le besó suavemente en los labios. Luego se escabulló, antes de que él pudiera impedírselo.