Se produjo una vibrante discusión sobre el significado de «estar preparado para el Rapto» durante la cena. Simon dejó momentáneamente de lado el rechazo hacia quienes proponían esa teoría y se divirtió ridiculizándolos. Explicó que una mujer había diseñado un inodoro especial, con el retrato de Jesús en la taza a fin de que los ángeles vieran la imagen en el retrete e identificaran a qué grupo religioso pertenecían, por si los creyentes del Rapto o Arrebatamiento se encontraban en una situación embarazosa cuando llegara el Salvador. Algunos de ellos se sentaban todas las noches a la mesa familiar anhelando que una fuerza invisible les despegara de su silla y los elevara a través del techo hasta las nubes. Y otros «rapturistas» especialmente elocuentes sostenían que los católicos tenían buenas intenciones pero estaban mal informados: el Papa era el Anticristo. De otro modo, no habría accedido a orar junto a personas de otras religiones, que creían en falsos dioses: Dios se sentía traicionado por ese «adulterio espiritual».
Simon contaba con un auditorio embelesado que pasó de la incredulidad a las carcajadas.
—Es la pura verdad, lo juro —aseguró mientras alzaba las manos para defenderse de los ataques de sus amigos—. Quizá os parezca un tanto extravagante, pero las personas que se adhieren a estas ideas no hacen una lectura crítica de los elementos ficticios de la propaganda. He decidido hacer un artículo para dar a conocer sus ideas en el Saturday Review. Esperad a que lo publique.
A Henry le encantó esa idea. No obstante, le pareció oportuno diferenciar el relato que Simon les había ofrecido con tanto humor de los aspectos verdaderamente peligrosos de esa creencia. Le preocupaban las implicaciones políticas. Mencionó a un amigo suyo a quien había conocido cuando ambos estudiaban en Oxford y que ahora era deán en Winchester. Solía almorzar con él e iba a aprovechar una de esas ocasiones para preguntarle acerca de los Sionistas Cristianos. Quizá aportara otra perspectiva. También le aconsejó a su hijo que no tuviera una visión demasiado idealista de la medicina. Sabía que Alex prefería creer que la mayoría de los médicos estaban comprometidos con la tarea altruista de salvar vidas.
—Sé que elegiste tu especialidad movido por la creencia de que ese tipo de investigación hará posible un mundo mejor, en especial, un mundo con menos niños enfermos. Crees honestamente que las células madre constituyen una de las mayores esperanzas para el futuro, pero al regresar de algunas de tus conferencias has confesado que no todos comparten esa posición y que ciertos grupos con influencia en la política la rechazan abiertamente. Me has dicho que te acusan a ti, y a tus colegas, de querer usurpar las atribuciones de Dios y que apelan a argumentos beligerantes y ofensivos para desalentarte. Esas personas tienen muchos motivos para restringir tu investigación, más allá de sus objeciones morales, y esos reaccionarios que has encontrado en tus conferencias se parecen mucho a los fanáticos que ha descrito Simon. Si esos documentos de tu antepasado te han convertido en blanco de esa gente, ten cuidado. La carrera elegida es una muestra de tu actitud ante la vida, pero sería un error ignorar la perversidad que anima a esta clase de fanáticos. Son gente muy corta de miras, incapaces de admitir un punto de vista diferente al suyo y no están dispuestos a debatir. Hay odio e intolerancia en su discurso, y quizá también miedo. No pueden permitir que los liberales ni los científicos tengan razón, pues eso debilitaría los fundamentos de su ideología. Ellos le asignan arbitrariamente un significado a las palabras de la Biblia y no aprecian a los disidentes. No subestimes su locura.
Henry era un hombre de talante moderado, razón por la que le impresionó la nota de alarma en la voz y lo apasionado de su alegato. Alex cayó en la cuenta de que debía llamar a Anna, seguramente ya había regresado, para confirmar que ella y Max estaban bien, aunque tenía pensado restarle importancia al asunto del viaje para no preocuparlos. Sin duda, él y Lucy eran el principal objetivo, por estar directamente involucrados en el descubrimiento de los documentos.
La australiana había escuchado atentamente a Henry, sin hacer comentarios, y luego sugirió que, si él no se oponía, desearía utilizar el cuarto oscuro de Will para procesar las películas encontradas. Las fotografías podían proporcionarles información acerca del objeto oculto bajo la baldosa, o al menos sobre el itinerario de Will en Francia antes de que subiera al transbordador.
Alex ignoraba que ella supiera hacer ese trabajo. Decidió que lo más conveniente era simular lo contrario, pero había sido una jornada larga y tensa para ella y le preocupaba su salud.
—Es tarde, Lucy. Prefiero que regresemos algún día de la semana para que te ocupes de las películas.
Lucy tenía presente la advertencia de Henry y no quería demorarse.
—Yo preferiría hacerlo cuanto antes. El tiempo no juega a nuestro favor. Puedo tener las hojas de contactos en una hora… Si tú estás de acuerdo, Henry.
—No tengo ningún reparo. ¿Tú sabes hacerlo, Lucy? Yo no tengo la menor idea. ¿Y tú, Alex?
—Lucy es una mujer con dotes sorprendentes —respondió Alex, dedicando una sonrisa irónica a la joven—, pero no llegaremos a casa antes de las once, y hemos de despertarnos temprano y partir alrededor de las siete para llegar a Londres sin problemas. Debo llegar y ponerme al tanto de lo sucedido durante mi ausencia después de tres días lejos del trabajo.
Alex pidió la cuenta y planificaron los detalles de la partida mientras esperaban. Entretanto, Henry fue hasta la barra. Regresó a la mesa con una expresión satisfecha y sugirió que era hora de retirarse. Alex entrecerró burlonamente los ojos.
—¿Qué has hecho?
—Déjame que yo invite. Es un placer compartir la cena con cuatro personas inteligentes. No discutas, Alex. Me habéis salvado de comer pan y queso en casa, y oír los comentarios escépticos de Simon sobre la supervivencia del género humano ha sido como tener una parte de Will de nuevo entre nosotros. Hacía meses que no me reía tanto como hoy.
Alex se alegró al oír a su padre. Él y Lucy le flanquearon y, cogidos del brazo los tres, regresaron a la casa, mucho más animados.
A las diez y cuarto, Grace y Henry discutían sobre las diferentes interpretaciones del Apocalipsis. Alex preparaba otra cafetera una vez que se aseguró de que todo estaba en orden en casa de Anna y de encargarle a su vecina que alimentara al gato.
Simon estaba deseando escabullirse para ver qué hacía Lucy. Le sorprendía que ella estuviera al tanto de la existencia del cuarto oscuro de Will, ya que no era habitual que alguien hiciera su propio revelado. Él había observado al maestro muchas veces, aunque no recordaba los pasos con precisión suficiente para replicarlos y deseaba estar allí mientras ella trabajaba, de modo que se excusó en cuanto se sirvió una taza de café.
La antigua despensa de la casa, que disponía de agua corriente y un fregadero enlosado, se había transformado en cuarto oscuro. Simon encontró la puerta cerrada. Golpeó con firmeza y llamó a Lucy.
—¿Simon? —preguntó ella, y al oír que su amigo gruñía a modo de afirmación, explicó—: Dame un minuto. Podré abrirte en cuanto haya fijado los negativos.
Poco después una mano cubierta con un guante de algodón blanco apareció en el borde de la puerta, haciéndole señas para que entrara. Los ojos de Simon se adecuaron al resplandor satánico de la habitación. Lucy le invitó a sentarse en un banco mientras ella completaba el trabajo en la cubeta de revelado. Desechó los productos que había utilizado para fijar los negativos y la enjuagó con agua, luego volvió a abrirla cuidadosamente, cogió los negativos revelados y colgó las tiras sobre el fregadero para que comenzaran a secarse.
—¿Sobre qué están conversando ahora? —preguntó sonriente mientras tomaba una gamuza para quitar el exceso de líquido de la película.
—Sobre el Ángel del Apocalipsis. ¡Henry y Grace! No sabía que sus conocimientos eran tan amplios.
Lucy sonrió orgullosa al oír el cumplido que Simon había dedicado a su amiga.
—Es una chica muy inteligente, y también canta con una voz llena de emoción. Son muchas las cosas que no sabes sobre ella.
—Estaban hablando sobre la Revelación de Juan, escrita en el siglo I de la era cristiana, una alegoría que profetiza la destrucción del mal, la derrota de Satán y la llegada del reino de Cristo a la tierra. Se supone que el autor es Juan el Evangelista aunque no hay evidencias que permitan corroborarlo, lo cual es comprensible, considerando que se trata de un texto que predica el cristianismo, escrito bajo el dominio del Imperio Romano. La profecía se ha interpretado de diversas maneras a lo largo de la historia.
Si bien Simon hablaba con su característico entusiasmo, estaba completamente concentrado en los movimientos de Lucy. Ella le sonrió, siguió cortando los negativos y los dejó en el secador.
—Este cuarto oscuro tiene un equipamiento increíble. No estoy acostumbrada a lujos tales como una máquina para el secado —comentó Lucy. Encendió la luz al finalizar y se dispuso a pasar al área seca para trabajar con las hojas de contactos.
—¿Ya has revelado todos los rollos de película?
—Todos menos uno, porque debo seguir unas instrucciones especiales —contestó Lucy con aire pensativo—. Deberé hacerlo con cuidado, tal vez la dificultad resida en la luz con que fueron tomadas las fotografías. En cuanto a los demás, una vez que has cargado el primero, es fácil seguir con los otros. Fijaré las hojas de contactos hoy mismo y podremos seleccionar las que nos interesa imprimir en cuanto sepamos qué tenemos.
Simon estaba impresionado. Observó a la joven mientras esta colocaba con soltura las tiras de negativos en las placas de contacto. Sin duda, sabía lo que se traía entre manos.
—Eres una chica admirable, Lucy. Le habrías agradado a Will. Creo que Alex habría contado con la aprobación sin reservas de su hermano. Él tenía una característica notable: siempre descubría algo especial en las mujeres, en todas ellas. Descubría el rasgo único y singular que constituía su verdadera belleza, y lo celebraba. Esa actitud daba muestras de su generosidad, pero creo que de haberte conocido le habría abrumado la cantidad de elogios que hubiera podido dedicarte.
Lucy se emocionó profundamente al oír a Simon. Se quitó los guantes y le dio un beso en la frente.
—Gracias, Simon. Es muy importante lo que me has dicho.
Luego encendió la luz roja y sacó de la caja unas hojas de papel para imprimir. Las colocó en la superficie seca y puso los contactos encima de una de las hojas. Simon la observó mientras los exponía a la luz por unos segundos y dejaba la hoja en un lugar oscuro. Lucy repitió los mismos pasos con cada una de las hojas de contactos.
—¿Cuánto tiempo crees que te llevará? ¿Quieres que te traiga un café?
—Supongo que otros quince minutos. Gracias por el café, pero sigo una dieta muy estricta y tengo prohibida la cafeína. —Sin apagar la luz roja, Lucy volvió al área húmeda se puso unos guantes de goma y colocó las hojas de contactos en la bandeja de revelado, cogiéndolas con pinzas.
—Te han prohibido el café, el chocolate, la crema, las grasas, la sal, el tabaco. Puedes beber muy poco alcohol… Espero que te hayan permitido otros placeres.
La joven estaba a la espera de que apareciera la imagen impresa y soltó una risa al oír la ocurrencia de Simon. El rubor de las mejillas pasó desapercibido bajo la luz roja. Era extremadamente reservada y prefería no hablar de ese tema con él por muy a gusto que se sintiera en compañía de Simon.
—Haces que me sienta una persona aburrida. Otros placeres están permitidos, pero eso no te autoriza a ser libidinoso —repuso con seriedad. Sin embargo, mientras enjuagaba nuevamente los contactos y los colgaba para que se secaran, en sus labios se dibujó una leve sonrisa.
—Hmm…, me alegra oírlo —repuso Simon. No quería tocar un tema sensible, pero Grace le había hablado de las frustraciones que Lucy había experimentado con Alex. Él tenía la seguridad de que este había adoptado una actitud profesional y se había tomado su tiempo después de la operación, pero había advertido un cambio en ella a su regreso de Francia. Se le veía muy sexi. Me alegro por ti, cariño, pensó.
Ella se dio la vuelta, le miró impasible y volvió a encender la luz.
—Ponte esos guantes y ayúdame a sacar esto de las bandejas.
Simon obedeció. La voz recelosa de Lucy le indicó que no debía formular más preguntas.
Ella tomó algunos negativos y los rotuló mientras Simon luchaba con las películas. Luego, algo atrajo su mirada. Tomó el visor y lo colocó sobre la hoja, cerca de la fuente de luz. Alguien golpeó la puerta. Simon preguntó si podía abrir. Ella asintió sin apartar la vista de la hoja de contactos. Alex entró con una infusión de hierba limón, ansioso por saber qué ocurría. Advirtió que Lucy miraba fijamente las imágenes. Se alarmó. Fue directamente hacia ella y apoyó una mano protectora en su espalda.
—¿Qué pasa?
—Esto… Este vehículo —indicó. Miró a Alex, luego a Simon y volvió a observar las imágenes—. No sé dónde tomó Will estas fotografías, pero este es el coche en el que me introdujeron cuando me secuestraron en Chartres.
—¿Estás segura?
—Absolutamente.
Lucy se sentó en el banco de madera al cabo de unos minutos y se puso a observar a los demás mientras analizaban la última hoja de contactos tratando de detectar en las imágenes algún elemento conocido. Alex no se apartaba de su lado, atento a sus reacciones; se la veía tranquila, pero pensativa.
—Aquí está —gritó de pronto Simon, que examinaba con el visor las últimas miniaturas del rollo encontrado dentro de la cámara; únicamente se habían utilizado treinta y dos de las cuarenta exposiciones posibles—. Will fotografió unos textos, y aquí parece que hay… —Simon los contó rápidamente— dieciocho otra vez. Igual que antes. Es imposible apreciar los detalles en la miniatura del contacto, pero parecen escritos a mano con diferentes caligrafías.
Lucy y Alex se precipitaron a la mesa para verlas. Alex comprendió que allí estaba lo que buscaban, lo que Guy el Templario y sus socios deseaban con tanta desesperación. Seguían sin saber qué había descubierto Will, pero indudablemente había fotografiado cada página con una lente de veinticinco milímetros.
—Esta fue tomada en el jardín de rosas —aseguró Alex con firmeza—. Sospecho que envió los originales a Roland. Will quería ponerlos a salvo, es obvio.
—Entonces —intervino Simon—, debemos ampliar estas imágenes y tratar de rastrear los originales. Es evidente que Will sabía que era material altamente sensible o peligroso —afirmó, tan alarmado como Alex y Lucy.
Henry y Grace, por su parte, estaban desconcertados. No obstante, fue Henry quien rápidamente siguió analizando otro grupo de imágenes que le habían llamado la atención. Por fin, dijo:
—Alex, cuando termines con el visor, ¿puedes dármelo un momento?
Su hijo advirtió un leve cambio en la voz de Henry y le entregó el visor.
—Esta podría ser de la catedral de Lucca, allí hay una plaza muy característica y muy bella. Tu madre y yo estuvimos allí hace algunos años, pero el coche que se ve aparcado aquí es exactamente igual a otro que he visto, muy característico de Italia, aunque diría que incluso en ese país es un clásico —observó, mirando fijamente a Alex—. Y lo que me llama particularmente la atención, es que aparentemente el mismo vehículo está aquí, en Chartres —agregó, señalando la imagen que ya había alertado a Lucy—. Es extraño, ¿verdad?
Lucy le miró sin parpadear.
—¿Ha visto este vehículo, Henry?
Ella evitó dar más información, pese a que cuando cerraba los ojos podía sentir el olor del tapizado de cuero, la fragancia a lima del hombre que estaba a su lado, el olor a tabaco del conductor. Se estremeció al recordarlo.
En efecto, Henry había visto el coche azul oscuro. Se quitó las gafas y trató de recordar. En un instante, su expresión cambió.
—Sí —respondió con convicción—. Es el automóvil que me dificultó la salida cuando estaba en el hospital de Winchester. Lo recuerdo muy bien, era medianoche, yo estaba con Melissa, no había otros vehículos aparcados en el sector de los visitantes y este coche se cruzó en mi camino y me cerró el paso. Fue necesario que maniobrara unos minutos para salir sin dañarlo. Tuve tiempo de sobra para observarlo. Es un vehículo espléndido, con el volante a la izquierda y matrícula extranjera. Un Lancia, azul oscuro, según me parece recordar. Pensé que una emergencia médica había arruinado las vacaciones de un turista.
—¿Estaba en el hospital la noche que Will pasó en la unidad de cuidados intensivos? —Alex estaba aterrorizado, aunque trataba de ocultarlo delante de su padre.
Henry asintió. Lucy miró a Alex, Simon a Lucy y Grace a Henry. Desde el pequeño estudio de Diana llegó el sonido inoportunamente musical del reloj de péndulo. La sala pareció súbitamente helada. Todos comprendieron.
Siân supo que era medianoche porque el telediario de las doce interrumpió su agitado sueño. Cogió el mando a distancia y apagó el televisor. La luz roja del contestador automático titilaba de forma continua, lo cual significaba que nadie había llamado mientras dormía. Atravesó la gran habitación en dirección a la pequeña cocina, sacó una botella de vino casi vacía de la puerta del refrigerador y se sirvió el escaso contenido en una copa. Regresó a la sala de estar y desde la ventana abierta miró en dirección a la plaza, sumida en la penumbra. Todo permanecía en silencio.
Era demasiado tarde para telefonearle otra vez. Ella y Calvin se habían despedido en medio de una situación muy tensa y con un sentimiento de mutua animosidad, pero ya habían pasado dos días y la habría reconfortado hablar con él. Volvió a la cocina, bajó la persiana y apagó la luz. Una vez más llegó hasta la sala y descolgó el auricular, pero dudó al mirar el reloj. Eran casi las doce y cinco. Sí, definitivamente era demasiado tarde para llamar, o al menos su orgullo le aconsejaba que no lo hiciera. Quizá él había salido con alguien, pero ella jamás le dejaría ver su preocupación, no iba a darle esa satisfacción.
Desconectó la lámpara de pie. La luz se apagó y ella se encaminó hacia el dormitorio, decidida a probarse a sí misma y a Calvin que podía dormir serenamente.
Dos ojos amarillos observaron desde la plaza cómo las luces del apartamento se apagaban una tras otra y luego siguieron el avance de la figura delgada de Siân hacia la luz más tenue, procedente de la parte posterior de la vivienda. Una mano regordeta sacó un teléfono móvil del bolsillo interior de una impecable chaqueta de seda azul oscuro y en la oscuridad escribió un mensaje de texto, comentando la hora y los hechos triviales que acababa de observar. Los ojos regresaron a la posición original y nuevamente se dedicaron a mirar fijamente su objetivo.