23

—¿Champán, papá? —preguntó Alex entre risas—. Es una extravagancia para un domingo por la noche. ¿No te basta el Laphroaig?

Alex cogió la botella helada, la descorchó y escanció las copas. Únicamente Lucy rehusó beber con un gesto amable, pues probaba el alcohol en contadas ocasiones desde la operación.

—Hoy es el Día de la Madre, Alex. Podríamos brindar por los ausentes. —Henry y sus invitados recién llegados alzaron sus copas.

—La señora de la limpieza estuvo aquí el viernes y dejó puestas sábanas limpias en todas las camas, Simon. La habitación de invitados está a vuestra disposición si os apetece disfrutar de unas copas con la cena y regresar mañana a primera hora.

—Es muy amable de tu parte, Henry, y sería una grosería no aceptar esa invitación, pero ¿estáis todos dispuestos a levantaros temprano? —preguntó el aludido. Sus amigos asintieron con gesto distendido—. Veo que os ha cambiado el humor. Grace, por favor, recuérdame que debo llamar a mi madre o, de lo contrario, mañana tendré problemas.

—Yo llamé a la mía —comentó Grace con tranquilidad—. Por mi madre y la tuya, Simon —propuso, alzando su copa—. Y especialmente —agregó con suavidad—, por la señora Stafford.

—Lucy, ¿podemos brindar por tu madre también? Supongo que en Australia la fecha de esta celebración es otra.

Henry habló con una simpatía tan natural que para Lucy fue sencillo responder.

—Me encantaría beber por la madre de Alex, Henry. Alex, tomaré un poco de champán. —Él le entregó su copa y sirvió otra—. Por Diana —brindó Lucy, y todos se hicieron eco de su brindis.

—Aunque parezca extraño, papá, quiero hablar de ella en cuanto haya telefoneado al pub para pedirle a Elaine que nos reserve una mesa —apostilló Alex.

—Me encargué yo, Alex. Nos está esperando. He reservado una mesa junto a la ventana para las siete y media. Tenemos una hora por delante antes de salir hacia el pub si os parece bien la hora.

El mundo de Alex parecía haber experimentado un ligero cambio desde que visitara el jardín de Normandía en compañía Lucy. Siempre había sido consciente de la serena fortaleza de su madre y de la diversidad de sus intereses y sus conocimientos. Siempre había pensado que su afición por el arte era una expresión de algún aspecto de su personalidad que había postergado por el bien de su matrimonio. Tal vez habría podido ser una pintora o una escultora profesional, o incluso diseñadora si hubiera pertenecido a la generación de sus hijos, pero ella estaba sujeta a las convenciones de las mujeres de clase media, para quienes lo primero era la familia. Los hijos y el hogar suponían la principal tarea y el arte embellecía los contornos, pero ese día Alex había descubierto un secreto, una faceta desconocida de su madre y estaba ansioso por saber más. A su padre le sorprendería que él hiciera ese tipo de preguntas. Las habría esperado de Will. La vida de Alex había estado llena de certezas y seguridad; sin embargo, allí había algo menos tangible, menos claro, más difícil de aprehender.

—Aún no te he dicho que Lucy y yo hicimos un viaje imprevisto a Normandía. Pasamos momentos muy agradables, aunque llovía mucho —comenzó Alex, mirando fijamente a su padre—. ¿Por qué compraste la casa de L’Aigle? ¿Fue cosa tuya o un deseo de mamá?

—Me alegra saber que estuviste allí, Alex.

Simon estaba a punto de llenar nuevamente la copa de Henry. Al mirarle para pedir su aprobación, vio que sonreía a su hijo y a Lucy. Lo interpretó como una bendición y descubrió que Henry, a pesar de su impenetrable silencio con respecto a las muertes que había sufrido la familia y al fracaso del matrimonio de su hijo, se había preocupado por Alex mucho más de lo que cualquiera habría imaginado.

Henry respondió a la pregunta de su hijo.

—Lo decidió ella, y me atrevería a decir que, más que un deseo, fue su firme voluntad y yo me alegré de acompañarla. El clima es mucho más templado en la Provenza, pero ella dijo que como el Pays d’Auge estaba cerca, podríamos disfrutar de la casa a menudo —explicó; luego, miró inquisitivamente a su hijo—. ¿Por qué lo preguntas?

—De una manera totalmente imprevista, Lucy y yo comprendimos hoy que ella había creado su jardín con forma de nudo con un propósito. Mamá nos habló sobre el significado de su jardín lunar cuando Will y yo éramos niños, ya sabes, eso de que estaba dedicado a la diosa Diana y que el nudo que había elegido para el diseño de ese jardín era el símbolo heráldico de la familia Stafford, por lo que el lugar era una especie de enigmática representación isabelina de su nombre. —Henry asintió y Alex continuó—. Pero creo que también era un lugar sagrado, un relicario. ¿Lo que digo tiene sentido para ti?

—Continúa —le invitó Henry con gesto sereno, reflexivo. Grace y Simon, por su parte, escuchaban inmóviles.

—Creo que esa región de Francia tenía un significado importante para ella. Tal vez por su proximidad a Chartres. Hoy hemos descubierto de forma casual que el jardín era el lugar de reposo para… algo que no podemos determinar con certeza. Encontramos una baldosa floja debajo de la cual hay un hoyo cuya profundidad permitiría colocar una estatuilla o tal vez otra caja, similar a la que Lucy nos señaló debajo de la morera. —Alex miró a su padre con la mayor franqueza, sabía que le sorprendía su curiosidad—. ¿Tienes idea de que hubiera planificado algo por el estilo?

—Alex —repuso Henry—, tu madre diseñó un jardín sólo para esconder un objeto secreto durante un periodo no determinado. ¿No lo sabíais ni Will ni tú? —preguntó, y bebió el champán de un trago.

—No tengo manera de averiguar cuándo lo decidió, pero aparentemente mamá guardó allí un objeto o cierta información. Yo no sabía nada al respecto y diría que tampoco Will, pero, por determinados motivos, creo que él acabó por averiguarlo y de eso quería hablarme con tanta urgencia —explicó—. ¿Tú estabas al tanto?

—Ella me lo ocultó, Alex. Yo no era la persona más indicada para hablar de temas místicos o de personas como John Dee y sus secretos, o de cualquier otro dato misterioso, pero en tu madre había una combinación fascinante. No era religiosa en el sentido convencional, y sin embargo, sentía respeto y curiosidad por todas las religiones. Podría decirse que era un ser «espiritual». Era tolerante con las distintas ideas sobre Dios y la fe. Tenía su punto de vista personal sobre el tema, y no le preocupaba en absoluto nuestro… agnosticismo. Diría que tú eres más ateo que yo.

Henry no parecía inquieto por las preguntas. Fue hasta el pasillo que conducía a la escalera y regresó con un tapiz.

—Mencionaste la región. ¿Recuerdas este bordado? Tu madre lo hizo hace mucho tiempo. Hay un almohadón con el mismo diseño en la casa de Normandía —explicó. Henry le entregó a Alex un tapiz al que no le había prestado atención hasta ese momento aunque estaba allí desde su niñez—. Guarda relación con la sagrada geometría de Chartres —agregó nada más recordar el significado que tenía para su esposa.

Alex observó el tapiz. Vio un ángel alado, un ser femenino bordado con hebras blancas y otras de tonos azules. En una mano tenía una hoja de palmera y en la otra una gavilla de trigo. Diferentes matices de azul formaban el fondo; la mayoría eran claros, pero había zonas oscuras como el cielo nocturno. Había un cometa dibujado encima de las prendas y el rostro del ángel estaba bordado con hilos dorados; la larga estela del mismo se prolongaba hasta la esquina inferior izquierda. La figura del cometa se repetía debajo de la criatura seráfica, aunque desprovista de rasgos humanos. Alex lo inclinó para que pudiera verlo Lucy, que estaba sentada junto a él.

—Creo que es la constelación de Virgo —aventuró ella, vacilante.

—Sí, Lucy, me parece que tienes razón —asintió Henry—. Ella comenzó a bordarlo cuando nació Alex. Ese es tu signo, ¿verdad? —preguntó luego, dirigiéndose a su hijo. Él asintió, perplejo—. Compramos la casa antes de concebir a Will, tú no habías cumplido un año. A principios de la primavera nos alojamos en la casa de tus abuelos, cerca de Ruán, para comenzar la búsqueda. ¿Sabes que te bautizaron en Chartres? Tu abuelo conocía a alguien allí, él hizo los arreglos necesarios y a tu madre le gustó la idea. Will fue bautizado en Winchester.

Lucy miró a Alex que, sorprendido, sacudió la cabeza.

—No lo sabía.

Luego, ella fijó la atención en el tapiz y advirtió que el hilo dorado dibujaba círculos en torno a cada estrella de la constelación de Virgo, diminutas figuras cristalinas formadas por puntos brillantes como piedras preciosas, y el conjunto formaba la figura del cometa, repetida en el diseño que se veía más abajo. Los vértices de las estrellas en la figura de la parte superior tenían símbolos que Lucy no logró descifrar. Simon y Grace se inclinaron hacia el tapiz para verlos.

—El símbolo de arriba, a la izquierda, es el número tres escrito al revés —opinó Grace, sin éxito.

—Son letras griegas, nada más críptico que el alfabeto griego —le rectificó Alex—. La que se ve aquí, donde el ala roza el brazo —dijo, señalando el tres invertido— es la letra épsilon. Esta otra, en la parte inferior de la figura con forma de diamante, es gamma, y la que está encima del ala es ny. Son las tres mayores estrellas de la constelación de Virgo. Las demás son mucho más pequeñas, pero aun así, brillantes. Ny se sitúa el extremo derecho de la constelación. Eta se halla en el medio de la figura del cometa y esta otra es beta, la que se ve en el vértice del romboide. Delta está frente a ella y alfa, la más brillante, está en la cola del cometa, señalando el triángulo. —A continuación, Alex señaló otros grupos de puntos junto a los cuales había una serie de minúsculos símbolos—. Esto es de lo más inusual. Tengo la impresión de que todas las estrellas de la constelación de Virgo están señaladas con letras griegas, pero en el dibujo de debajo se ve el contorno de la constelación sin la figura inscrita en ella.

Todos los presentes se acercaron para mirar. Lucy leyó en voz alta los nombres de varias ciudades francesas bordados junto a las estrellas.

—Aparentemente, Bayeux corresponde al punto señalado por épsilon; Amiens, a ny; Évreux coincide claramente con delta. Alex, ¿puedes decirnos qué indican las demás letras?

—Beta coincide con Reims, localidad donde está una de las catedrales más importantes de Francia, allí se coronaba a los reyes. Me parece que a Lyón le corresponde kappa, ¿estáis de acuerdo? —Alex frunció el ceño—. París coincide con eta y Chartres, con gamma. Muy extraño. Pero ¿por qué lo hizo?

Henry se quitó las gafas y respondió con sorprendente alegría.

—Recorrimos juntos esas catedrales cuando eras un bebé, Alex. Tu madre me dijo que esas grandes catedrales góticas de Francia son iglesias de «Notre Dame», es decir, que todas están consagradas a Nuestra Señora. Dijo que representan la constelación de Virgo, es decir, la virgen, en la tierra. Siempre creí que era una idea algo fantasiosa, pero a ella la hacía feliz. Virgo es la única constelación femenina del zodiaco, se la relaciona con Ceres, la diosa del cereal, y en el panteón egipcio, con Isis…

—… y por supuesto, en consecuencia, con la Virgen María. —Lucy llegó a esa conclusión a partir de lo que había leído en la guía de Chartres. Las otras catedrales, Reims, Bayeux y Amiens, también tenían laberintos, aunque sólo el de Chartres se conservaba intacto desde el año 1200. Fascinada, recordó la hoja de palmera plegada en forma de cruz que había caído de la Biblia—. Es curioso, la figura de Virgo sostiene una hoja de palmera, y tú fuiste bautizado un Domingo de Ramos. Dijiste que la estrella situada al final de la cola del cometa era alfa, ¿podría ser la casa de L’Aigle?

Alex la miró.

—Es una idea interesante: «Mi alfa y mi omega». ¿Crees que guarda relación con el documento de Will?

Lucy le sonrió.

—Es posible, si lo que había en el jardín era la estrella alfa de Virgo y a la vez, la última clave, es decir, omega: el principio y el fin.

Alex se sintió repentinamente incómodo.

—Papá, tú no crees que esta geometría sagrada tenga un significado, ¿verdad?

Henry meditó un instante antes de responder.

—Lo importante no es saber si lo tiene en realidad. Quizá sí, ¿quién sabe? Lo trascendente es que los arquitectos encargados del diseño de las catedrales góticas estaban convencidos de que era así.

»Da la sensación de que las construyeron con esa idea, aunque tú no la aceptes. Quizá lo que emocionaba a tu madre es que ese lugar, revestido de cristiandad, fuera un santuario consagrado a una deidad femenina más antigua. Le encantaba descubrir que un mito profundamente arraigado daba origen a otro y producía diversas manifestaciones de fe. Seguramente, le parecía conmovedor que hubieran conservado los antiguos ritos en lugar de erradicarlos. De esa manera, se hacía evidente que las distintas religiones tenían un principio común y, sin duda la alegró la relación entre Virgo y la Virgen María.

—Hay algo escrito en el dorso del tapiz —indicó Grace.

Al girarlo, Lucy leyó con entusiasmo:

—Ella es hermana y novia. Evidentemente, tu madre le asignaba a esta frase un significado, Alex. Hizo este tapiz, creó ese jardín. Le rondaba una idea por la cabeza, y Will seguramente había comenzado a descubrirla, ¿no lo crees?

En ese momento, Alex miró los rostros intrigados que le rodeaban y le pidió amablemente a Lucy:

—¿Puedes mostrarle a mi padre lo que encontramos en el jardín?

Ella sacó la baldosa y la giró con cuidado para que vieran la extraña figura de la estrella, la frase grabada debajo y la llave pegada con una cinta en el centro.

—Will encontró antes lo que había allí. Esta es la llave de su motocicleta, ¿verdad?

Henry estudió con atención ese objeto.

—«Y salimos a ver otra vez las estrellas» —leyó con melancolía—. El Inferno de Dante. Son las mismas palabras inscritas en el reverso de la miniatura. La examiné cuidadosamente cuando la devolvió la Interpol.

Alex arqueó las cejas al oír a su padre. Henry comenzó a cavilar acerca de la motocicleta. Sacudía la cabeza mientras jugaba con el pulgar sobre la llave.

—Aunque no estaba muy dañada, la Ducati estuvo en reparación durante semanas. La policía la examinó con mucho detenimiento, supongo que allí no queda nada. En las alforjas encontramos sólo la mochila. Hasta ahora no hemos recibido nada más.

Alex pensó que entretanto tal vez alguien había tenido acceso a ella, pero no lo dijo.

—Tienes razón. De todos modos, podríamos revisarla, sólo para estar seguros.

La moto de carreras relució primorosa cuando Alex retiró la cubierta que la protegía del polvo.

—Es hermosa —admitió Grace con admiración—. Mi hermano se arrodillaría ante ella para rendirle honores.

—Era perfecta para Will —observó Simon mientras acariciaba el asiento y luego la estructura con las yemas de los dedos—. Él siempre quería lo mejor. Decía que era más fácil de conducir que su primera Ducati. Por supuesto, no puedes beber cerveza si quieres conducir una moto tan veloz como esta. Sólo pueden hacerlo personas diestras y es francamente incómoda para recorrer grandes distancias. ¿Dónde está la llave?

Lucy vaciló sin saber la razón antes de despegar la llave de la baldosa y entregársela a Simon. De inmediato él montó sobre el asiento, apretó el acelerador y puso en marcha la moto. El novato hizo rugir el motor, que arrancó en primera e instantáneamente se caló y se apagó. Todos rieron ruidosamente.

Alex recuperó la llave sonriendo y abrió el baúl. Estaba vacío, tal y como Henry había anticipado. Luego, también él recorrió con sus manos los costados del vehículo. No había nada inusual, ningún compartimento además del tanque de combustible, y él sabía que Will no habría introducido nada que hubiera podido perjudicar el funcionamiento de su Ducati.

—¿Había algo en la bolsa trasera de la moto o en la mochila? —preguntó Alex a su padre sin dejar de sacudir la cabeza.

—Que yo recuerde, nada fuera de lo común. Por supuesto, yo no busqué nada en particular. Podemos revisar el contenido otra vez. ¿Qué esperas encontrar?

Alex advirtió la expresión meditabunda de Lucy, que permanecía en pie a varios metros de distancia, y se preguntó si se trataba de uno de sus imprevistos cambios de ánimo, si se sentía mal o simplemente estaba reflexionando. Aunque Alex tendía a creer que era una respuesta psicológica, sin duda sus reacciones tenían relación con Will, con los temas que le involucraban. No obstante, esa noche se la veía serena y dueña de sí misma. Ella sencillamente tendió su mano, pidiendo la llave. Él sonrió y se la entregó.

Lucy se apoyó en el asiento y se agachó para mirar desde abajo y tantear la parte inferior; con la mano derecha quitó la cubierta de un compartimiento situado detrás del asiento y con la izquierda insertó la llave en el espacio que había quedado a la vista. Alex se puso en cuclillas para mirar. El soporte del asiento se deslizó unos centímetros hacia atrás, revelando un compartimiento pequeño, cuidadosamente diseñado, evidentemente hecho por encargo de Will. Lucy quitó la tapa, que se mimetizaba con la carrocería de la motocicleta, y hurgó en el interior del mismo.

Cuatro rostros silenciosos la observaron cuando extrajo cuatro bolsitas de cuero y algo enrollado en un trozo de terciopelo negro, sujeto con un cordón de cuero. El rostro de Simon se ensombreció cuando Lucy le entregó a Alex el último objeto.

Grace observaba a su amiga, tan intrigada por el descubrimiento en sí mismo como por la extraña manera en que se había realizado.

—¡Dios santo! —exclamó Henry, no menos asombrado.

—La Leica de Will —indicó Alex, sin poder creerlo—. Me preguntaba dónde podría estar. Él siempre la envolvía así, incluso cuando estaba trabajando y la llevaba en el bolsillo. Ahora es casi imposible comprar una cámara como esa. Cuestan una pequeña fortuna. Las bolsitas seguramente contienen lentes de repuesto, al menos dos.

La voz de Alex había recuperado el tono habitual. Sin embargo, Amel habría detectado un matiz diferente en la misma, tal como lo hicieron Henry y Lucy. Simon sopesó una de las bolsas de cuero.

—Según recuerdo, fue un regalo de tu abuelo, ¿es así? —le dijo a Alex. Luego, dirigiéndose a Henry, aclaró—: Tu padre, Henry. Will me dijo que se la regaló el día que cumplió ochenta años.

Henry parecía sereno, pero su rostro se contrajo.

—Mi padre cambió esta cámara por un cargamento de comida en las afueras de Francfort a finales de 1944 o principios de 1945. Sospecho que la aceptó únicamente para que el dueño se sintiera mejor, pero la verdad, nunca comprendió el valor de ese objeto. Aparentemente, ese hombre y su familia iban a cocinar un caballo que habían encontrado muerto en la nieve. Los niños tenían un aspecto penoso y estaban hambrientos.

Simon asintió.

—Will me dijo que su abuelo había entregado prácticamente todas las provisiones de su batallón a unos refugiados hambrientos. Habían llegado desde Dresde, huyendo de los rusos, y uno de ellos casi le obligó a aceptar la cámara. Para Will, ninguna cámara moderna era tan refinada como una Leica de aquella época.

Alex desató el cordón con sumo cuidado y abrió el paño que la cubría. Los engastes eran de níquel y la cubierta de ebonita. Tenía el aspecto de un objeto preciado y muy usado, pero estaba en excelentes condiciones. Descubrió que Will había utilizado parte del rollo de película al mirar el contador.

Entretanto, Lucy había abierto las demás bolsas de cuero para averiguar su contenido; encontró lentes originales en dos de ellas, tal y como había anticipado Alex, pero en la tercera había cuatro tubos con películas para revelar. Simon encontró dos más en su bolsa, y un tercero que parecía vacío al agitarlo. Lucy se lo quitó y abrió la tapa.

—Aquí hay una serie de indicaciones para el revelado, y un comprobante de envío. Remitió la película a alguien llamado Brown, con domicilio en la calle 34 de Nueva York, a través de un servicio especial desde la oficina de correos de Caen.

Alex se acercó para ver la nota.

—Roland Brown es un fotógrafo independiente que trabaja para la agencia fotográfica Magnum. Ellos vendían en los Estados Unidos las mejores fotos de Will. Roland era un buen amigo, creo que también tiene una oficina en Londres. Adoraba la Leica II de Will porque con las antiguas lentes se obtenían fotografías de una calidad completamente distinta, y la apreció más aún cuando se impuso la fotografía digital.

—A Will le encantaba porque el obturador era silencioso y nadie advertía que él estaba tomando sus fotografías —afirmó tranquilamente Lucy.

Simon asintió y Grace la miró sorprendida.

—¿Cómo demonios lo sabes?

Lucy sonrió.

—Las personas que hacen documentales en Sudamérica aprenden muchas cosas inútiles, distintas de las que saben los que se dedican a los programas de entretenimiento —respondió.

Alex la miró. Sin duda, el secreto de Lucy habría sido difícil de asimilar y sumamente emotivo para todos. Aunque no habían hablado sobre el asunto, en ese momento tuvo la certeza de que no debían divulgarlo.

—Vamos con retraso —les apremió él al tiempo que le tomaba la mano con cariño—. Será mejor que llevemos esto al pub, es demasiado valioso para dejarlo aquí.

Henry apagó la luz del garaje, todos se pusieron los abrigos y se encaminaron bajo el aire fresco.

—Son sólo cinco minutos de caminata —les aseguró Alex. Luego tomó a Lucy del brazo y le dijo al oído—: Sólo cinco minutos hasta el final del arco iris.