Simon no dejaba de pensar en Calvin mientras observaba con aire ausente las imágenes reflejadas en el espejo retrovisor. Le intrigaban tanto las singularidades de las habitaciones del americano, como la total ausencia de detalles personales y la extraña escasez de libros académicos en los estantes. Difícilmente se podía considerar el alojamiento de un estudiante aplicado de posgrado. También le llamaba la atención la explicación, nada ingenua, con que Calvin había intentado responder a su comentario acerca de que los libros que usaba para estudiar eran demasiado antiguos y valiosos como para que fuera posible sacarlos de la biblioteca. ¿Eso le permitía obtener alguna conclusión? ¿Qué se traía Calvin entre manos?
Simon oyó el eco de las palabras de Yago: «No soy el que soy», pensó que eran muy acertadas. De pronto algo interrumpió su reflexión: vio asomar súbitamente tres cabezas que se acercaban a toda prisa hacia él. Encendió el motor.
Lucy había permanecido sumida en sus pensamientos durante todo el vuelo desde Orly, ya que se sentía protegida por la proximidad de Alex, y no había pensado en peligros ni urgencias a pesar de la amenazadora y alarmante llamada telefónica y el posterior hallazgo en el jardín, no consideró nada hasta que vio el gesto forzado de Grace, que la esperaba en el aeropuerto, y la mirada furtiva de Simon mientras ella se deslizaba en el asiento trasero de su maltratado vehículo con tracción en las cuatro ruedas. Se estremeció. Grace hizo lo propio junto a Simon; este arrancó antes de que hubieran terminado de cerrar las puertas.
—Te debo una, Simon. Espero no haber sonado demasiado enigmático por teléfono.
—No lo suficiente, Alex —respondió Simon con una risa forzada—. ¿Vamos a tu casa o al apartamento de las chicas?
Alex registró el comentario de Simon con la esperanza de que fuera una broma, pero en vista de la manifiesta ansiedad de su amigo evitó ahondar sobre el tema y prefirió referirse al lugar de destino.
—En realidad, me gustaría invitaros a cenar en The Cricketers, en Long-parish, a menos que tengáis otros planes.
—Un gran pub… Era el favorito de Will, por su cerveza. Hace tiempo que no lo visito, pero ¿por qué hoy? —preguntó Simon sin apartar la vista del espejo retrovisor.
—Lucy ha desenterrado nuevas piezas arqueológicas. Esta vez, en la casa de Francia.
La aludida aflojó el cinturón de seguridad y se inclinó hacia delante para que piloto y copiloto echaran un vistazo a la llave de la Ducati aún sujeta con una cinta adhesiva a la baldosa.
—La dejaron allí para que germinara en el jardín de rosas —comentó.
—Extraño lugar para guardar la llave de repuesto —opinó el conductor, sonriéndole a través del espejo—. ¿La Ducati está en el garaje de tu padre? —Alex asintió y Simon miró a Grace—. En ese caso, cenamos en The Cricketers —repuso y aceleró, todavía atento al espejo retrovisor—. Tenéis muchas cosas que contarnos, sin duda, pero antes os voy a dar una clase de historia moderna, pues también yo he desenterrado algunas cosas en las últimas cuarenta y ocho horas. Intenté encontrarte en tu apartamento, Alex, y Siân me puso al tanto de lo ocurrido. —Al oír esas palabras, Grace se volvió hacia Lucy y apretó afectuosamente su mano—. Entonces le hice una breve visita a Calvin.
Los ojos del conductor iban y venían de la carretera al espejo retrovisor. De pronto, señaló un vehículo situado en el acceso a la autopista. Había una rotonda a la salida del túnel. Adelantó a otro coche cuando se acercaban a ella, subió la rampa y regresó al camino de circunvalación para sorpresa de los pasajeros. El camino elegido recorría unos kilómetros dentro del área del aeropuerto. Sin embargo, el otro automóvil seguía detrás de ellos, más cerca que antes; luego, volvieron a alejarse. Lucy torció el gesto cuando se acercaron a la rotonda de acceso de la M25 a las terminales de carga. El vehículo perseguidor volvió a aumentar la velocidad. Los faros parpadearon y en un abrir y cerrar de ojos estuvieron a la par. Uno de los pasajeros bajó el cristal de la ventana. Simon frenó en seco, haciendo que el otro vehículo girara sobre el pavimento. El pasajero gritó una obscenidad a través de la ventana. Luego el coche viró bruscamente y se perdió de vista.
Todos guardaron silencio, conscientes de la maniobra de Simon, que volvió a dirigir el coche al camino y condujo en dirección a la M25.
—¿Era necesario? —inquirió Alex con voz serena, aceptando que su romántico fin de semana había terminado definitivamente. Comenzaba a sentir el mismo abatimiento que se había apoderado de él mientras hablaba con Calvin, dos noches antes.
—Podría haber provocado un terrible accidente, nada más siniestro —convino el conductor; su nerviosismo sorprendió a Lucy—. Entonces, primero la M3 y luego la A303, ¿verdad, Alex?
—No tardaremos mucho si vamos en dirección contraria al tráfico de los domingos. Estaremos allí alrededor de las seis. ¿Me dejas tu móvil para telefonear a mi padre y avisarle de que estamos de camino?
—No uses el tuyo si te han llamado a ese número —le recomendó Simon al tiempo que le entregaba a Alex el teléfono. Soltó un hondo suspiro cuando terminó de hablar. Tenía una larga historia que contar, y sabía que para Lucy y Alex sería difícil escucharla. Era irracional y a la vez tan simple que incluso él se había asustado.
No logró disimular su enorme enfado a pesar de que les informó con la mayor calma posible de que el día anterior había tenido una acalorada discusión con Calvin. Simon era periodista y había entrevistado a todo tipo de personas. Desde su punto de vista, la esencia de su trabajo consistía en observar a los demás y dejar que el público extrajera por sí mismo las conclusiones sobre el material que él les ofrecía; llegarían a la verdad si interpretaban correctamente los hechos. Lo que él percibía en el grupo de gente a la cual se enfrentaban Lucy y Alex era la absoluta convicción de ser dueños de la verdad, por lo cual no se sentían obligados a respetar las leyes.
—He conocido dictadores, presidentes, líderes religiosos. Y como sabes, Alex, cuando Will estaba disponible, los entrevistábamos juntos. Yo era el experto con las palabras y sus imágenes contaban la historia. Al final del día solíamos sentarnos en el bar de cualquier hotel internacional, en la capital de algún país remoto, y nos preguntábamos cómo demonios esos tipos gozaban de tanta impunidad. A veces nos enfurecían las cosas que nos decían, nos dejaban sin palabras. Nuestras conclusiones variaban, pero en general alzábamos nuestra copa para brindar por la libertad, la democracia y el estilo de vida occidental: «Larga vida…». Era algo extrañamente emotivo.
»Conocí de qué pasta estaba hecho Will durante una temporada de trabajo en África. Nuestro cometido en un principio consistía en hacernos eco del interés excepcional suscitado por la princesa Diana. Decidimos viajar juntos durante un mes y terminamos en el hotel Polana de Maputo, en la época posterior a la guerra civil que había vivido Mozambique: era un clásico escenario colonial en medio de una absoluta pobreza. Los niños se divertían y reían en las sucias calles sin más juguetes que una lata de Coca-Cola. Esa realidad le afectó a Will más que a mí. Al segundo día fuimos testigos de la explosión de una bomba en un autobús. Los pasajeros eran mujeres que viajaban con sus hijos. Ese atentado formaba parte de una oscura agenda que ninguno de los dos pudo comprender. Nos parecía inaceptable que algunas personas fueran capaces de cualquier cosa para imponer su voluntad, su visión del mundo. Una niña de cinco años murió en mis brazos. Will fue incapaz de fotografiarla. Sabía que el mundo debía ver eso, pero dijo que le parecía una violación.
»Últimamente, no tuvimos necesidad de viajar al Tercer Mundo para contemplar el horror. Estuvimos en Washington y contemplamos boquiabiertos la devastación y la columna de humo que se alzó desde el Pentágono durante días, el aire fétido, lleno de ceniza untuosa a causa del incendio. Como es comprensible, a ese hecho le siguió un clima de temor. Los fundamentalistas de todas las religiones aprovecharon la situación para perseguir sus propios objetivos. El derrocamiento de Sadam, los bombarderos suicidas, los fanáticos de todo tipo, cada uno reaccionó a su manera… —Simon hizo una pausa. Temía que su discurso no fuera lo suficientemente coherente para que sus amigos comprendieran el peligro que corrían—. Alex, lo que impulsó a Will a realizar esa épica búsqueda después de la muerte de tu madre fue, en mi opinión, la necesidad de descubrir algo sobre sí mismo: el motivo de su permanente inquietud, de su incapacidad para tolerar o, más específicamente, para consentir la injusticia.
»Quizá encontró algo y ese hallazgo le costó la vida. No estoy convencido de que la caída al río haya sido accidental después de hablar con Calvin.
—Siempre he pensado lo mismo y estos nuevos detalles me dan la certeza de que hubo algo maligno, como tú también presientes, pero prefiero no formular acusación alguna sin pruebas. Por favor, ninguno de nosotros debe mencionarle esta suposición a mi padre. Ya es suficientemente difícil para mí tolerarlo, a pesar de que la muerte forma parte de mi escenario cotidiano. —Después de reflexionar un momento, Alex agregó—: Y creo que por el momento sería mejor no decirle por qué motivo fui a buscar a Lucy a Francia. Hablaré con él cuando la ocasión sea más oportuna. Durante este último año ha sufrido demasiado y honestamente, no quiero preocuparle más de lo debido, pero, Simon —continuó Alex, después de un largo suspiro— lo que no entiendo es qué quieren y tampoco quiénes son.
—Lucy y tú habéis descubierto un documento que abre la puerta a la salvación, o eso creen ellos. Están convencidos de que su contenido, sea cual sea, les conducirá a una especie de Arca de la Alianza en la cual podrán hablar con los ángeles a fin de establecer el momento y los detalles precisos de «el Rapto», o bien que Dee ya dejó registro escrito de esa conversación hace cuatrocientos años. Según dice Calvin, una de las hipótesis sugiere que Dee se lo llevó consigo a la tumba por considerarlo demasiado conflictivo. Da la impresión de que enterró muchas otras cosas. Secuestraron a Lucy para lograr que tú les entregaras lo que tenías. Ahora han descubierto que sólo disponen de una parte del rompecabezas y quieren que consigas la porción restante, aunque tú no sepas por dónde empezar a buscarla. Y no están dispuestos a esperar.
La australiana había permanecido cavilando en silencio sobre las implicaciones de la pregunta de Alex y la respuesta de Simon hasta que de pronto advirtió que había perdido el hilo de la conversación.
—Disculpa, Simon, pero no te sigo. ¿De qué y de quién estás hablando? ¿A qué te refieres cuando hablas de «el Rapto»?
Grace comprendió la confusión de Lucy. Aunque Simon solía transmitir la información con claridad, en esa ocasión la ansiedad se lo impedía. Su razonamiento partía de hipótesis tácitas y hablaba de forma errática.
—Tú y yo hemos estado hablando sobre esto desde que visitaste a Calvin, pero más valdrá que rebobines y les cuentes tu descubrimiento… ¿No podrías hablar un poco más despacio? —le pidió, dirigiéndose a él; luego, se volvió para disculparle ante sus amigos—. Está un poco alterado.
—Tienes razón, Grace, lo siento. Alex, las personas interesadas en ti y en tu antepasado son teólogos fundamentalistas, aunque te parezca desacertado denominarlos así, teniendo en cuenta todo lo que implica. Para nuestro propósito, debemos comprender que los amigos de Calvin son sólo un puñado de personas que comparten con muchas otras la idea de que la religión goza de autoridad absoluta y no admite críticas. Esperan que ciertos mandatos y prescripciones bíblicas no sólo se reconozcan públicamente, sino que se impongan por ley. Consideran que en la actualidad el rol de la religión en la sociedad está desacreditado y están empeñados en revertir esa tendencia. Estos integristas no son musulmanes sino cristianos, por supuesto, aunque la moral que impregna su visión del mundo y sus ideas tenga poco de piadosa o de cristiana. Defienden el creacionismo, vilipendian a Darwin e insisten en que su fe es la única verdadera, pero sobre todo les interesa el Apocalipsis, y analizan la historia desde una perspectiva apocalíptica. En consecuencia, consideran que todos los momentos históricos cruciales son sencillamente la expresión de una contienda universal. Para ellos, Jesús no es el Cordero de Dios o el Mensajero de la Paz, sino un Mesías sanguinario en busca de venganza.
Grace le interrumpió abruptamente.
—Y por supuesto, en su mundo únicamente deciden los hombres.
—Sí, debo decir que es verdad —confirmó Simon, y continuó—. Bien, estos teólogos fundamentalistas, entre los que se cuenta Calvin, tienen la certeza de que en breve se producirá la segunda llegada de Cristo. Si bien este nuevo advenimiento es un principio básico del cristianismo, lo alarmante es que quieren acelerarlo para demostrar la veracidad de sus teorías, no les importa que el precio sea la vida de muchas madres y muchos niños. —Simon hizo una pausa para recobrar el aliento y asegurarse de que el auditorio seguía su razonamiento. Todos permanecieron inmóviles. Lucy estaba aturdida y un poco cegada por las luces de los vehículos que iban hacia Londres por el carril contrario; apretó la mano de Alex sin darse cuenta. El conductor siguió con su relato—. Este grupo cree que los hombres de fe serán literalmente elevados desde la tierra al paraíso eterno. Esto es lo que denominan «el Rapto».
—¿Se elevarán desde la tierra? ¿Así de sencillo? —preguntó Lucy, creyendo que tal vez se tratara de una ironía.
—Como la mujer de Cien años de soledad —repuso Alex—. Es demasiado hermosa para ser enterrada en una tumba, de modo que la sábana que la envuelve la eleva hacia el cielo.
—Me temo que ellos no son tan literarios como García Márquez ni tienen el mismo grado de elevación espiritual. Una serie de libros de ciencia ficción ha popularizado esa teoría demencial, por extraño que pueda parecer, y ahora se venden por cientos, y para millones de estadounidenses lo que dicen esos libros no es ficción. Por lo cual, Alex, supongo que en cierto modo vale la comparación.
»Ahora bien, únicamente va a ser abducido un grupo selecto, por lo que los amigos de Calvin han formado una especie de club elitista y desprovisto de conciencia. El resto de los mortales, y eso incluye a la mayoría de los cristianos sensatos y humanitarios, a unos seiscientos millones de chinos, trescientos millones de asiáticos de otros países y no sé cuántos musulmanes, hindúes, judíos y, por cierto, a todos los cínicos como yo y los hombres de ciencia como tú, Alex, nos quedaremos aquí en la tierra, enfrentados a la alternativa de demostrar nuestra aptitud para la supervivencia o ponernos manos a la obra y arreglar el caos.
»Nosotros, los humanistas seculares, debemos afrontar el Apocalipsis y perecer en él, o eso prevén, mientras ellos, esos académicos dementes amigos de Calvin, beben champán con San Pedro.
A Alex todo aquello le causaba gracia, pero sabía que su amigo hablaba muy en serio.
—Simon, sé desde hace tiempo que las personas que tienen fe a menudo están dispuestas a morir por ella. Es su derecho. Pero la fe implica la voluntad de creer sin más. No hay explicaciones, razonamientos posibles. En el mundo de hoy la gente es educada, no puede existir un grupo capaz de imponer su fe ciega y sus ideas inverosímiles hasta ese extremo y recibir además apoyo gubernamental para que todos estemos dispuestos a dar nuestra vida por ellas. Al menos, no en Occidente. Es una visión demasiado pesimista.
—No intentes racionalizar los argumentos de esa gente, Alex. Esto no tiene nada que ver con la lógica, sino con el miedo a ser excluido, y ellos trabajan fervientemente para dar marcha atrás en el tiempo y abolir la Ilustración. Recordad a Jaime I y a su cazador de brujas. ¿Qué le diría hoy Shakespeare a un líder de Occidente, un presidente de «facetas fantásticamente oscuras», de quien se rumorea que está a favor del Rapto, que podría aprovechar una situación como aquella, o promoverla? Este es el quid de la cuestión.
»Un grupo denominado los Sionistas Cristianos sostiene que los judíos deben tener derecho a reconstruir el templo de Jerusalén y que deben recibir ayuda para realizar esa tarea a fin de que sea posible el segundo advenimiento. Eso supondría destruir uno de los lugares más sagrados del islam y podría disgustar a muchas personas, pero les da igual, pues se han comprometido en la creación del portal para la segunda llegada. Están bien relacionados, se ven a sí mismos como parte de una lucha universal, satanizan a sus opositores. Se oponen a la modernidad sin renunciar a aprovecharse de sus ventajas, pues se valen de todos los avances tecnológicos. Son ultraconservadores con respecto al papel de la mujer y de la investigación científica. Desaprueban con firmeza los valores de la Ilustración por los cuales nosotros veneramos a Kant y Voltaire, tus héroes, Alex, e incluso, los principios de la Constitución de los Estados Unidos. ¿No te parece irónico que estos personajes hayan cobrado poder y difundido sus ideas precisamente en el país idealizado como el paraíso del pensamiento liberal?
»Ten presente que no estoy hablando de un hombre oculto en una cueva en Afganistán, sino de cristianos reaccionarios con una fantasía vengativa en la cual ellos vencen de la manera más brutal al mundo de hoy, que, al menos en teoría, es racional, moderno y científico. La literatura y el control de los medios son los instrumentos que utilizan para librar su guerra verbal contra los pensadores liberales, los homosexuales, aquellas mujeres que desde su punto de vista son demasiado instruidas, los musulmanes en general, los países árabes y especialmente las Naciones Unidas.
»La obsesión por reconstruir el templo de Jerusalén obedece a que ese logro les facilitaría el reclamo del territorio bíblico de Judea y Samaria, es decir, la orilla occidental del Jordán. Insisten en que está escrito en el Antiguo Testamento, es parte de la inalterable alianza de Dios con el pueblo de Israel. Han interpretado la profecía reveladora de la segunda alianza de tal modo que consideran la unificación del territorio de Israel como una condición sine qua non para el segundo advenimiento.
»Jesucristo podrá regresar en cuanto los judíos tengan su templo —continuó Simon mientras miraba de refilón a Alex—. El Rapto tendrá lugar en cuanto el último bloque de piedra esté en su lugar, o tal vez incluso cuando se coloque la primera piedra. La democratización de Oriente Próximo nos parece un objetivo loable a todos, pero el objetivo verdadero en este caso no es mejorar la vida de sus habitantes. Por el contrario, la pretendida democratización se orienta a desvalorizar su fe para justificar la reconstrucción del templo. Ese y no otro ha sido el objetivo desde que se proclamó la independencia de Israel, en 1948. El templo ha sido la principal motivación para la constitución de ese Estado.
Alex miró con escepticismo a Simon.
—¿Intentas decirme que el primo que acabo de conocer y su mentor, un hombre de modales formalmente corteses que se declara descendiente de un caballero templario, creen verdaderamente en eso? ¿Y que ellos piensan que los documentos que Dee ocultó cuatro siglos atrás probarán milagrosamente esa teoría?
Simon se dispuso a salir de la carretera principal para ingresar en el camino que conducía al pueblo de Alex. La velocidad disminuyó y también los ruidos. Todos se sintieron aliviados. Las luces brillantes, el tráfico veloz y el aluvión de información habían agredido sus sentidos.
Sin embargo, Simon conservaba el mismo ímpetu y quería que Alex supiera cuáles eran los intereses en juego.
—Tales son sus pretensiones. Conocen los mecanismos de la propaganda. Más aún, están dispuestos a usar cualquier instrumento para atemorizar o intimidar, como tú bien sabes, Lucy, por tu propia experiencia. Por tanto, os aconsejo reflexionar si pensáis que la Inquisición fue un fenómeno irrepetible y trágico de la historia. Ellos cuentan con una financiación de dimensiones insospechadas. La actual configuración política les permite encontrar oyentes poderosos y crédulos. La intención implícita es la misma de siempre: convertir a los judíos al cristianismo. Mis disculpas a tu padre, Grace. Van en pos de otra Cruzada y prevén tal cantidad de muertos que la cifra empequeñecería la del Holocausto. Los límites de Israel serían la ribera del Nilo y el Eufrates, el mar Mediterráneo y el desierto del Jordán. Para lograrlo deberían enfrentarse a los egipcios y los sirios, así como a los iraquíes y los libaneses. —Grace sintió náuseas. Simon giró la cabeza para mirar a Lucy y a Alex—. ¿Os hacéis una idea de la magnitud del conflicto?
Nubes rojas veteaban el cielo vespertino después de un día de calor sofocante. El profesor Fitzalan Walters se quitó el sombrero de jipijapa para permitir que la brisa refrescara su cabeza. La jornada había sido agotadora. Había conducido bajo un sol abrasador desde Cesárea para visitar las excavaciones arqueológicas cuyos estratos mostraban el paso de las civilizaciones a lo largo de miles de años y las fortificaciones del rey Salomón. Había departido animadamente con sus dos invitados. Ninguna cortesía era excesiva con el fin de conseguir el apoyo incondicional de quienes traían consigo el dinero de la industria petrolera y el poder del Congreso. Los corazones de los hombres latieron desbocados y no hubo palabras para expresar la euforia cuando llegaron al lugar llamado Armagedón. No obstante, intentaron hacerlo a través de la oración.
—Al fin hemos llegado al temible Meguido, el lugar donde moraron más de veinte civilizaciones a lo largo de diez mil años, ahí las ven, en las sucesivas capas de estas excavaciones. Los hombres han luchado y llorado en esta tierra desde los tiempos de Alejandro, pasando por las benditas Cruzadas, hasta la época de Napoleón. La nuestra será la última capa, porque el Apocalipsis será el lugar donde se librará la última batalla de la Revelación, el sitio de la futura victoria de Nuestro Señor.
—Por esa razón no debemos prestar atención alguna a todas esas tonterías sobre el calentamiento global, FW.
El más alto de los dos invitados, un hombre corpulento y de ojos grises, rió. El fuerte acento tejano no ocultaba su júbilo. Habría sido agradable en otro contexto.
FW asintió solemnemente, los tomó a ambos del brazo y les condujo por el último tramo de la serpenteante colina de Meguido, donde hicieron una pausa para reflexionar. El profesor Walters señaló con el sombrero el lugar situado delante de ellos con un gesto ampuloso.
—Jesucristo surgirá de entre nubes gloriosas y aparecerá en este lugar para llevarnos a su hogar. La sangre alcanzará un metro de altura en los trescientos kilómetros de este valle cuando Él concluya su gran tarea —afirmó mientras volvía a aferrar por detrás los brazos de sus acompañantes; deseaba que fueran partícipes de su dicha—. De acuerdo con la estimación de mis colaboradores, la sangre de más de dos mil millones de personas bañará este hermoso valle de Jezreel. Imaginen… Y nosotros estaremos junto a Él.
El embrujo creado por el profesor perduró mientras el tercero descendía bajo la luz polvorienta del atardecer en dirección al Mercedes de color gris metalizado donde les esperaban dos hombres de confianza. La atmósfera apenas se alteró cuando sonó el teléfono móvil. Hizo una seña a sus compañeros de viaje, invitándoles a protegerse del calor dentro del vehículo, y respondió.
—Habla Guy, FW.
—Llamas un poco más tarde de lo previsto, Guy. ¿Alguna novedad?
—Tenemos una serie de documentos muy interesantes, pero a juzgar por las anotaciones de la Biblia familiar no es el juego completo. Quizá oculten algo, pero tengo la sensación de que no lo saben o no tienen manera de conseguir la documentación restante.
—Sí, entiendo. ¿Y Calvin no ha podido aportar alguna idea?
Guy vaciló.
—No, es decir, no hasta ahora.
—Entonces, Guy, está absolutamente claro lo que debes hacer. Sigue vigilando la casa, no te apartes del muchacho y en lo posible evita que suceda algo… —El profesor hizo una pausa para elegir la palabra adecuada—. Algo desafortunado. Aborrezco la violencia innecesaria. Llámame mañana.
El profesor dio por terminada la conversación y entró en el coche que le estaba esperando. El vehículo partió levantando una nube de polvo rojo.
La tranquilidad de la carretera contrastaba con el estado de ánimo de los tres pasajeros de Simon.
—Es verdad, Alex —empezó Lucy al fin—. Tus antepasados, es decir, Dee y sus allegados, trataban de alcanzar la comprensión y la tolerancia para superar la estrechez de las ideas religiosas de su época, cuando el concepto de fe en Dios no era tan amplio como el de hoy. Como recordarás, ellos creían que la comunicación con los ángeles era un camino hacia la verdad, libre de interferencias doctrinarias. Así como Moisés había sido el receptor de la palabra divina, ellos esperaban que los ángeles les dijeran cuál era la verdadera voluntad de Dios.
»Bruno murió en la hoguera en Campo dei Fiori —continuó Lucy— no sólo por haber sugerido que la Tierra giraba alrededor del Sol, sino por haber postulado la existencia de varios sistemas solares orbitando alrededor de sus respectivos soles. Era un hombre muy adelantado a su época, incluso se anticipó a Galileo, pero eso no disminuyó su fe en Dios. Él notaba Su presencia en todas partes y en todas las cosas, en cada persona. Su herejía más ofensiva consistió en poner en duda que Jesús hubiera nacido de una “virgen”. Estaba al corriente del tópico de muchos relatos clásicos en los cuales la hermosa mortal alumbraba a los hijos de un Dios invisible y eterno, y si bien creía en la bondad de las enseñanzas de Jesús, pretendía que los fieles reflexionaran y cuestionaran la filiación divina, que comprendieran la irracionalidad de esa noción. También ponía en duda que el pan se convirtiera en la carne de Cristo en la eucaristía, un fundamento básico de la doctrina cristiana. Ahora bien, varios siglos más tarde, es difícil comprender que un revisionismo tan moderado haya despertado tal indignación.
»Y a Dee le sucedió algo similar —agregó—. Comenzó a investigar los misterios de la naturaleza desde una perspectiva religiosa en un intento por eludir las diferencias doctrinarias, lo cual contribuyó a generar un ambiente propicio para el desarrollo de la ciencia. Ambos buscaban expresar el fervor religioso sin adherirse a un conjunto de principios dogmático, pero si entiendo bien lo que tú dices, Simon, las personas que aún hoy interpretan como verdades esas metáforas, y entre ellas se incluyen mis secuestradores en Francia, gozan de influencia suficiente entre los políticos de Occidente como para imponer nuevamente el dogma y abocar al mundo a la situación caótica de la cual Dee y sus condiscípulos trataban de escapar cuatrocientos años atrás.
—Esa es la tendencia, sin duda, salvo que quienes intentan mostrarse tolerantes con las opiniones ajenas quizá tienen aún la oportunidad de pensar y hablar con independencia, de hacer preguntas racionales, y esto vale tanto para los escépticos como para los creyentes. Por desgracia, los compañeros de Calvin no ven fisuras en su teoría y creen en ella ciegamente, lo cual impide un debate en profundidad. Es el factor más negativo y desalentador de todo esto. Calvin tiene sus reparos, pero sus socios reaccionarios creen a pies juntillas que el doctor Dee hablaba libremente con los ángeles y que podrán entablar comunicación directa con ellos si logran saber cómo lo hacía, qué código utilizaba; podrán mantener una conversación que les revelará exactamente qué deben hacer o bien les permitirá descubrir que ya les ha sido revelado si obtienen el manual de instrucciones para operar un teléfono móvil capaz de comunicarles con el cielo. Están dispuestos a apartar de su camino a quien sea, con tanta violencia como sea necesaria para conseguir el número de teléfono de los ángeles. ¿A que es interesante?
Lucy sintió un dolor punzante cuando pasaron delante de la hermosa y sencilla fachada de la iglesia de Longparish, donde los habitantes del pueblo habían manifestado su devoción a lo largo de los siglos.
—Dudo que a Dios le disgustara tanto que Eva hubiera comido el fruto del árbol de la sabiduría —dijo con fervor—. Según reza el Génesis, el conocimiento del bien y el mal confiere poderes divinos. Eva fue responsable de privarnos de la inocencia y acercarnos a la categoría de los dioses, capaces de pensar y actuar por medio de la razón. Sólo si recuperáramos ese estado de ignorancia podríamos creer en ese desatino de «el Rapto». Tus antepasados, Alex, no desalentaron a las mujeres que buscaban el conocimiento ni hicieron que se sintieran culpables por tener interés en saber. Se negaron a obedecer ciegamente a un Dios vengativo. La morera, el árbol de la sabiduría, es el lugar que eligieron para ocultar los documentos de Dee. Se decantaron por el modelo clásico de Ariadna, que rescata al hombre del laberinto, al de Eva, el origen del pecado y de la desdicha de la humanidad.
Al cabo de una hora de vehemente discusión habían llegado a la casa familiar de los Stafford. Las luces exteriores se encendieron automáticamente cuando Simon se adentró en el sendero que conducía a la casa. Todos permanecieron en silencio unos instantes hasta que Simon, mirando a Lucy, preguntó:
—¿Te atreves a descubrir adonde conduce la llave de Will y averiguar qué caja de Pandora puede abrir?
Ella no respondió. Unos segundos después vieron la figura erguida de Henry Stafford, que abría la puerta principal, feliz de recibir invitados.
—Y bien, ¿os vais a quedar ahí sentados toda la noche? Venid a tomar un trago.