20

Lucy oyó un repiqueteo antes de advertir el espacio vacío en la cama.

Abrió los párpados con indolencia y distinguió la silueta de Alex junto a la chimenea, donde avivaba el fuego agregando leños que despedían un fresco aroma a pino. Las persianas no estaban cerradas con el pasador, y el viento sacudía los cristales de la ventana.

—Es temprano, aún no son las siete, y hace un día de perros —dijo Alex con voz suave y ronca, y regresó junto a ella—, pero mi dama es hermosa, un buen motivo para no moverme de aquí —agregó mientras se acercaba al calor del cuerpo de Lucy para acunarla entre sus brazos. Ella le besó los dedos, que olían a almendras tostadas. Fue sólo el preludio. Su lengua siguió explorando el cuerpo de Alex. Él rió.

—¿Siempre eres tan exigente? ¿Después de haber dormido sólo dos horas?

—Ya es hora de que sea más exigente… Nunca me he sentido tan bien después de dormir dos horas —replicó Lucy. Luego se apoyó en un codo para mirarle de frente y vio el brillo juguetón de sus ojos verdes—. Acercaos, os lo ruego. ¿Permitiréis que yo tome el mando? —inquirió al tiempo que se erguía para adoptar una posición dominante.

—Sí, mi señora.

Alex la despertó con un beso poco después de las diez y apoyo un dedo sobre sus labios para que no hablara.

—Llamaré a Siân y después saldré para comprar leche y algo para comer. Aquí no hay gran cosa.

—¿Quieres que vaya contigo?

—Volveré enseguida. ¿Te sientes segura? —preguntó Alex. Al ver que la soñolienta Lucy asentía, agregó—: Entonces, quédate en la cama. O si prefieres, puedes darte un baño, el agua está caliente. Afuera hay tormenta.

Desayunaron tarde. El tiempo desapacible les invitó a permanecer en su refugio. Conversaron como nunca lo habían hecho, sin interrupción. Primero hablaron sobre la casa: los senderos entre los árboles, el huerto, la historia del edificio, las fotografías de la familia. Lucy aspiraba el perfume embriagador de la madera y las piñas quemadas que los protegían de la humedad, preguntaba sobre las celebraciones familiares y los momentos que evocaban las imágenes colgadas en las paredes. Alex habló un poco sobre Will y más sobre su madre. Lucy dijo algo sobre sí misma. Ambos estaban pensativos, atentos a las palabras del otro. Se encontraban relajados ahora que nadie les necesitaba, pues Siân disfrutaba desempeñando el rol de madre, consintiéndoselo todo a Max.

—Quédate donde estás —le había dicho a Alex—. Ocúpate solamente de cuidar a Lucy.

Luego conversaron sobre la terrible experiencia que habían vivido y expusieron sus impresiones sobre los protagonistas involucrados. Alex habló sobre el extraño papel jugado por Calvin en aquella trama.

—Sabían que tú tenías la llave. Sólo Calvin pudo darles esa información. Eso te convirtió en su objetivo.

Mientras le escuchaba, Lucy advirtió que Alex seguía rumiando sobre lo sucedido. Ella no hizo comentarios, pero la relación entre Siân y Calvin comenzó a inquietarla.

Más tarde llamaron a la gendarmerie. No olvidaban que debían mantener alejada a la policía para evitar complicaciones. Sí bien Alex no quería resignarse tibiamente a dejar las cosas como estaban, pensó que lo más sabio era adoptar una actitud pragmática, de modo que respondieron con evasivas a las preguntas de los policías, y permanecieron juntos.

Al levantarse, Alex había descubierto en el congelador la carne de ternera que su madre había mencionado en la nota para Will. A las cinco de la tarde ya estaba lo bastante descongelada como para permitirle empezar a cocinar. Abrió una botella de buen vino, vertió un poco en la cacerola y sirvió dos copas, momento en el que recordó que Lucy quería preguntarle algo cuando lo llamó, emocionada, al salir del laberinto.

Ella se puso tensa por primera vez. Alex comprendió que le resultaba difícil hablar sobre el tema y no la apremió. Ese asunto había estado siempre presente en la mente de Lucy mientras había estado prisionera en manos de los amigos de Calvin. Lo había analizado una y otra vez hasta llegar a una conclusión que había logrado aceptar con gran esfuerzo, pero sabía que, sin importar qué palabras utilizara, no había manera de hacer esa pregunta sin provocar reacciones que no podía controlar y se preguntaba qué efecto tendría sobre su relación con Alex. Deseaba fervientemente formularla, pero se sentía totalmente incapaz de hacerlo. Comenzó de una manera elíptica.

—¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de mí? —preguntó Lucy, sin timidez, mirando seriamente a Alex. Él comprendió que la pregunta tenía un trasfondo complejo—. Me gustaría saber cuándo comencé a despertar tu interés. ¿Lo recuerdas? ¿Fue después del trasplante? —Alex acarició el rostro de Lucy. Sus dedos olían a hojas de laurel trituradas. Ella trató de aclarar la pregunta—. Si sólo se tratara de preguntarte si crees que eres una persona fuerte, no vacilaría. Pero me pregunto también cuan fuertes somos nosotros, y aún no soy capaz de dar una respuesta.

—No fue tu fragilidad lo que me atrajo, si es lo que te preocupa. Nunca te vi como una víctima que necesitaba protección. Por el contrario, me encantó tu independencia y tu dominio de la situación. Te presté atención por primera vez… en mayo, según creo. Te oí reír y pensé, «qué mujer tan fascinante». Eras joven, hermosa y te enfrentabas al riesgo de morir y sin embargo conservabas el encanto y el sentido del humor. Yo no habría tenido tu coraje. Tú te aferraste a la esperanza y en ningún momento te compadeciste de ti misma.

Los labios de Lucy dibujaron una leve sonrisa al oírlo. Ella también recordaba con precisión aquel momento: Alex parecía reflejar toda la luz de la habitación, su presencia luminosa tuvo un poderoso efecto sobre ella en aquella instancia sombría.

—¿Tanto te gustó la antigua Lucy?

Alex pasó su mano por los cabellos de Lucy y asintió. La miró a los ojos, tratando de descubrir lo que sentía.

—¿Por qué estás triste?

La forma en que la miraba y la bondad de Alex solían hacer que Lucy se sintiera vulnerable, casi incómodamente desnuda. Se puso en pie, atravesó la cocina para mirar hacia fuera y recuperar el control de su persona. Cuando estuvo en condiciones de mirarle otra vez, dijo, sencillamente:

—Creo que tengo el corazón de tu hermano.

Pasaron treinta segundos, pero a Lucy le parecía que el tiempo se había detenido por toda la eternidad.

—Dime algo, Alex —pidió. Se había apartado físicamente de él y no encontraba las palabras que le permitieran sortear esa distancia. Observó su cara, tratando de descubrir qué pensaba. Era un misterio. Intentó cambiar el enfoque—. Creí que tal vez supieras quién había sido mi donante.

Sus palabras no produjeron conmoción sino ternura. Alex comprendía que ella luchaba con algo enorme. Meneó la cabeza.

—Yo no estaba allí. Es un dato que sólo conoce el coordinador, si bien algunos aspectos de la vida del donante, o la causa de la muerte, pueden ser de interés para todo el equipo —explicó con serenidad—, pero, como recordarás, en ese momento yo no formaba parte del equipo. ¿Por qué crees que es el corazón de Will?

—Bueno, porque la fecha coincide —respondió. Alex asintió y ella continuó—: Pero es mucho más que eso. Ahora, cuando recuerdo los últimos meses, no comprendo cómo no me di cuenta antes. Obviamente, teniendo un hermano como tú, Will era donante de órganos. —Alex la miró con escepticismo, pero ella se defendió con nuevos argumentos—: Escúchame un momento, ya no soy vegetariana, y tengo sueños incomprensibles.

—Es la medicación —replicó él, sin intención de ser condescendiente—. Has estado bajo el efecto de un cóctel de drogas brutales durante los primeros seis meses.

—Sí, Courtney dijo lo mismo, y le creí, pero cada vez que me encuentro con alguien de tu círculo de amigos, descubro que ya lo conozco. Siân, por ejemplo, y Simon me resultan familiares. —Alex la miró extrañado. Ella rió a medias al advertir que él dudaba de su cordura—. Sé que parece una locura, pero no he perdido el juicio, te lo aseguro. Son demasiadas coincidencias. Yo conocía tu casa de Hampshire y me sentí como en mi casa en cuanto llegamos aquí.

—Te sentiste aliviada por haber encontrado un refugio seguro. Lo único que me importaba era brindarte esa sensación.

—Sí —dijo ella, sonriendo cariñosamente—. Pero recuerda lo que me sucedió aquel día en Longparish: el dolor de cabeza, las náuseas, el frío. Honestamente, sentí que iba a morir. Estoy segura de que se debió a que estuve frente a la tumba de Will, en los lugares que él solía frecuentar… —Alex iba a interrumpirla, pero ella continuó—: Y varias veces estuve a punto de llamarte «Sandy», aunque era un trato demasiado íntimo para dos personas que no hace mucho que se conocen. Supongo que Will te llamaba así.

Alex rió, sorprendido, ante ese desafío. Era verdad. Nadie más que Will lo llamaba así, desde la infancia. No obstante, aunque no quería prejuzgarle, Lucy lo había llevado a un territorio extraño.

—Tal vez se me escapó. O lo mencionó Siân.

—No, Alex, nadie me lo dijo. Y creo que te llamaba así por el color rubio rojizo de tu cabello.

Él la miró con aire pensativo. Para bien de Lucy, se esforzaba por no creerla, pero era extraño.

—Quiero preguntarte algo sin importancia. ¿Will era zurdo?

Alex la miró con los ojos muy abiertos.

—Y después de la operación tú tienes tendencia a usar la mano izquierda. Lucy, todo esto es verdaderamente interesante —respondió, tratando de acompañar su entusiasmo—. Pero no es prueba suficiente. Las drogas para prevenir el rechazo podrían ser en buena medida responsables de todo esto.

—Sí, es posible, estoy de acuerdo. ¿Te atreves a ponerlo en duda? ¿Te sientes capaz de saber la verdad?

Lucy vio una expresión sombría en los ojos de Alex. Aún eran fuertes, pero había algo más, otra emoción. Preguntas, ideas, mudas discusiones. Otro hombre no habría sido tan considerado, pero tal vez Alex era la única persona que trataba de comprender su mundo interior. Él se puso en pie y cogió su teléfono móvil. Marcó un número y se lo acercó a Lucy antes de que le atendieran.

—No me lo dijeron. Olvidé decirte que le pasé este caso a james Lovell a principios de esta semana. Creí que sería oportuno.

—Hola, Jane, soy Alex Stafford.

Ella tuvo sólo un instante para reflexionar acerca de las implicaciones de que Alex hubiera decidido dejarla en manos de otro médico. Luego le escuchó mientras se compadecía de Jane, que una vez más tenía que trabajar un sábado, y bromeaba con ella diciéndole que no deseaba que lo llamaran desde el hospital, que era su fin de semana libre, que de todas maneras no estaba en Londres y que prometía llevarle una botella de Calvados. Le pareció que estaba más conversador que de costumbre. Entonces, tomó a Lucy de la mano y le pidió a Jane que revisara sus archivos y le dijera de qué región provenía el corazón de Lucy.

—Jane, es importante. De lo contrario, no te lo pediría.

Lucy observó a Alex en espera de la respuesta durante unos instantes que le parecieron interminables. De pronto, él asintió.

—Sí, entiendo. ¿Hay más detalles? ¿Figura algo acerca del hospital? —Alex decidió ir directo al grano—. ¿Puedes decirme sencillamente quién fue el donante?

El auricular quedó en silencio. Alex miró a Lucy de soslayo.

—Jane, prometo no hacer más preguntas. Sólo dime si el nombre del donante significa algo para mí.

Lucy percibió el cambio en la voz de Jane: su contagioso entusiasmo irlandés desapareció súbitamente. Comprendió que en el momento de la muerte de Will muchas personas habían relacionado su nombre con el de Alex. Quizá entonces Jane no había reparado en ello, pero retrospectivamente ese nombre adquiría significado.

Alex apretó los dedos de Lucy.

—No te preocupes. Es una gran ayuda. Gracias, Jane. Vete a casa, tu familia te espera.

Alex cortó. Miró los aterciopelados ojos de Lucy. Más que castaños, se los veía grises como el acero. La estrechó entre sus brazos sin decir una palabra. Ella retribuyó piadosamente el abrazo. Después de unos instantes, él aflojó la presión de sus brazos y dijo solamente:

—¿Cómo lo descubriste?

Ella tomó una rápida decisión. Alex era un hombre razonable e inmensamente tolerante con respecto a las ideas, los credos y las religiones de los demás, pero únicamente creía en lo que percibían sus cinco sentidos. No obstante, le tomó las manos y le miró con serena fortaleza. Había visto la morada de los muertos, le contaría cómo era aun a riesgo de hacer el ridículo.

—Anoche vi a Will. En la luz. En el laberinto.

Lucy cogió las copas y condujo a Alex hacia la sala de estar, donde estaba la estufa de leña. Le explicó que, jugando con el nombre, había descubierto el significado del texto de Will: Will, I am. Había oído las palabras que hablaban de que dos almas se habían convertido en una y al principio había creído que se referían a lo que sentía por él, por Alex, lo cual era correcto, pero percibió que tenían un segundo significado. La omega de alguien, es decir, su fin, de alguien había sido su principio. Y luego había visto realmente el rostro de Will. Creyó que era el de Alex, el que más deseaba ver, aunque distorsionado por la luz de las velas: el mentón algo más cuadrado, la complexión más robusta, un aire un poco menos refinado, el cabello mucho más oscuro, completamente rizado, pero de todos modos, le recordaba el atractivo rostro de Alex.

—Era la cara de este niño encantador, convertido en hombre —afirmó Lucy, señalando la repisa del hogar, donde se veía una fotografía de los dos hermanos cuando tenían diez y doce años. Entre ellos había más semejanzas que diferencias.

Y luego explicó que había oído la voz. En ese momento, Alex seguramente estaba hablando imaginariamente con ella.

—Sí —dijo él, sorprendido—, así es.

Lucy lo sabía, pero también creía que eso tenía un segundo significado. La voz de Will también estaba allí, muy parecida a la de su hermano, tal vez algo más melodiosa, un poco más alegre y menos serena. Y ella había sentido que algo tangible la había rozado. Will estaba allí, recorriendo el laberinto por segunda vez, con ella. Podía creerlo o no. No tenía importancia. Ella sabía que era verdad.

Pasaron unos instantes antes de que Alex hablara. Pensaba en la médica sudamericana que le había dado el libro de García Márquez, invitándole a considerar el espacio existente entre la realidad y la espiritualidad.

—Se han realizado y se siguen realizando investigaciones sobre este tema —repuso tras beber un poco de vino—. Se denomina memoria celular. Algunos médicos la ubican categóricamente en el ámbito del mito y otros se indignan ante la mera posibilidad de considerarlo un tema científico, y también los hay que proponen que las células tienen, por decirlo de alguna manera, pensamiento propio, y que mover un tejido vivo de un cuerpo a otro no implica privarlas de sus «recuerdos». Es posible que las cadenas de aminoácidos que envían mensajes desde el cerebro hacia otras partes del cuerpo también se generen en el corazón. Hasta ahora nunca había adoptado una posición con respecto a este tema. Estoy al tanto de algunos testimonios famosos, sobre todo en América. Algunas historias son realmente extraordinarias y sería injusto no tener una actitud abierta hacia ellas, pero por el momento nada se ha comprobado fehacientemente. Si el cerebro no es el único centro generador de ideas, si también el corazón, como algunos sugieren, tiene su propio sistema nervioso, tal vez esto sea posible. —Alex miró a Lucy, que le escuchaba atentamente, tratando de comprender—. Courtney lo descartaría de plano, pero hablaré con Amel. Seguramente su opinión será valiosa —agregó mientras alzaba la copa a la luz de las llamas—, pero es extraño, porque no todas las personas tienen este tipo de experiencias. Si así fuera, la hipótesis sería más sólida.

Lucy le miró con tristeza. Sus temores aún no habían desaparecido.

—Alex, más allá de que puedas asimilar lo que te he contado, lo más importante para mí es saber cómo te sientes sabiendo que tengo el corazón de Will. ¿Aún crees que es sólo un bombeador de sangre? ¿Te crea algún conflicto?

Alex estaba tendido de espaldas, con las manos apoyadas en el suelo, junto al fuego. Se incorporó rápidamente y acarició la mejilla de Lucy con el pulgar.

—Will había muerto. Yo mismo lo verifiqué. Estaba allí en ese momento. Ahora sabes por qué no pude estar contigo.

Lucy posó su mano firme en la espalda de Alex.

—Tal vez Will se llevó consigo muchas cosas, pero no un corazón viviente. Si de alguna manera la muerte de mi hermano sirvió para salvarte, se lo agradeceré cada día de mi vida —afirmó Alex, y tomando entre sus manos el rostro de Lucy la miró para darle tranquilidad—. ¿Es un problema para ti?

—Eres tú quien dio vida a mi corazón, Alex. Había estado oculto entre las sombras durante toda mi vida, hasta que lograste que confiara en ti, pero creo que Will también desempeñó un papel. Por primera vez tuve el impulso de escuchar lo que me decía el corazón. Seguramente él era un hombre apasionado, y su corazón, ese gran legado, no podía ser feliz en medio de la frialdad. Si me dijeras que eso es producto de mi psicología, lo aceptaría. Pero para mí su corazón es más que una bomba. Puedo sentir su… —Lucy trató de encontrar el lenguaje apropiado para expresar sensaciones tan extrañas— su beatífica dicha. Él no codiciaba nada. No está rondando a mi alrededor. Siento que está en un lugar puro, en las alturas. Percibo que no perdió el sentido del humor ni siquiera en sus últimos minutos de vida. Yo no temía a la muerte, pero él ha logrado que tenga menos miedo a la vida.

—Lo más convincente de cuanto has mencionado es que Will dio muestras de su ingenio irreverente hasta el último momento —dijo Alex riendo—. A menudo discutíamos acaloradamente sobre un tema. Cuando se hablaba de Newton, Will se identificaba con los poetas románticos. Keats, y creo que también Lamb, sostenían que sir Isaac había destruido la poesía del arco iris reduciéndolo a un prisma. Y Will se sumaba a ellos, en parte para ponerme a prueba. Yo he defendido el punto de vista de Newton y sigo haciéndolo, pero esta noche has hecho que lo reconsidere. Tal vez el corazón no es sólo un órgano. Y quizá sea oportuno creer en la diosa del arco iris y comprender que el todo es más que la suma de las partes.

Alex desanudó los lazos de la fina rebeca cruzada de cachemira que llevaba Lucy y puso sus largos dedos entre sus pechos con tierna sensualidad antes de besarla.

—Es maravilloso que estés aquí conmigo —le dijo.

Y si de ese modo se refería a más de una persona, Lucy le importaba tanto como la otra.

El espejo retrovisor alertó a Simon cuando capturó la imagen de un hombre al pasar junto a su coche vestido con unos vaqueros caros y una chaqueta de pana más cara aún. Esperó unos segundos, salió del asiento del conductor e interceptó al desprevenido Calvin: subió velozmente un breve tramo de escalera y levantó el brazo, listo para darle un puñetazo, pero este respondió muy rápido y aferró con habilidad el brazo sorprendentemente desarrollado de su atacante.

—Podemos solucionar esto aquí mismo si prefieres, pero tal vez sería mejor que entraras —le propuso.

Simon estaba algo desconcertado.

—No tengo hermanos, Calvin, sólo a mi madre. Will Stafford lo era todo para mí y tengo la desagradable certeza de que sabes algo sobre su accidente que todavía no has dicho.

Los dos hombres se estudiaron con hostilidad manifiesta. Una viandante que cruzaba a toda prisa por la acera con una bolsa de la panadería desvió la vista al advertir la actitud recelosa y expectante de ambos. Al fin, Calvin dio una mínima muestra de hospitalidad a su inesperado visitante.

—No puedo ofrecerte grandes comodidades, pero creo que estaremos mejor dentro —comentó al tiempo que soltaba el brazo de Simon. Luego abrió la puerta y su invitado lo siguió entusiasta.

Simon no conocía ningún piso estudiantil comparable al de Calvin. Percibió un grado de limpieza exagerado cuando echó un vistazo a la sala de estar. Vio un estante con algunos libros amorosamente ordenados, zapatos impecablemente ubicados y el abrigo cubierto por una funda. Había pocos muebles, pero eran caros. Alex era organizado y metódico, pero su primo parecía tener una conducta compulsiva rayana en la obsesión. Simon pensó que jamás habría imaginado que un hombre como él pudiera ser el sucesor de Will en la vida de Siân.

Calvin se sentó recatadamente en un sofá. Controlaba minuciosamente su lenguaje corporal. Se demoró un instante en invitar a Simon a tomar asiento en un sillón art déco con un llamativo tapizado que estaba frente a él. El visitante prefirió permanecer en pie.

—Responde, sin rodeos, Calvin. Desafortunadamente, estás relacionado con personas que son muy importantes para mí —dijo Simon, disgustado consigo mismo porque el tono de su voz delataba su emoción—. Quiero saberlo todo sobre la llave, los documentos de Dee y la intriga en la que estás involucrado. No estoy dispuesto a tragarme nada de lo que has dicho hasta ahora, así que más te vale terminar con esta farsa y decirme la verdad. Puedes engañar a Alex, porque es un hombre que quiere creer en la bondad de las personas, pero yo no soy tan piadoso y a mis dos contactos en Scotland Yard les encantaría recibir información confidencial.

Calvin meditó antes de responder, pero al fin se enfrentó a Simon con voz calma.

—Las cosas… se han ido de las manos. Lo que ellos quieren no es lo mismo que yo quiero —afirmó con voz inexpresiva. Después se puso en pie, atravesó la pequeña habitación y abrió el cajón de un escritorio, de donde sacó un par de libros muy ajados que entregó a su visitante. Volvió a sentarse, decidido a dejar claro que era el amo del lugar y que manejaba el tiempo a su voluntad—. Estudio con personas que creen a pies juntillas las palabras de la Biblia y la han tergiversado sólo lo justo para poder escribir sus libros. Quizá te causen gracia, Simon, pero te sugiero que no les subestimes —comentó al advertir la ironía y la incredulidad de su interlocutor—. Ellos creen que Cristo vendrá y están convencidos de que sucederá muy pronto. Las ideas de Dee les interesan. Esos libros son parte de una colección y su autor es uno de los historiadores estadounidenses más exitosos. Ellos se adhieren a una teología y siguen una política que no son las mías. —Simon miró las cubiertas de los libros sin entenderle. En una de ellas vio cuatro caballos galopando y más abajo el cañón de un arma. No comprendió el significado. No obstante, advirtió algo extraño en Calvin, que siguió hablando—: Yo creo en la doctrina de Jesús y las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, pero no estoy de acuerdo en que se utilice esa fe para delinear la cultura y los objetivos políticos, en que se convierta en un argumento moral para promover la guerra. El director de mi universidad es un hombre carismático, pero está utilizando la religión como un arma. Mi posición es totalmente distinta.

Simon escuchó a Calvin durante casi una hora y se marchó llevándose dos libros con títulos extravagantes y cubiertas inquietantes de su biblioteca personal. Era casi creíble que Calvin se adhiriera a sus ideas religiosas pero no estuviera de acuerdo con su política. Sin embargo, su olfato de periodista lo objetaba. Tenía la fuerte sospecha de que Calvin estaba preocupado en obtener sus propios beneficios y que, de hecho, le había revelado muy poco acerca de lo que estaba sucediendo. Se había marchado sin saber por qué los cristianos evangelistas con quienes se relacionaba codiciaban los documentos de Dee y sin poder definir con certeza cuál era el interés inconfesable que el propio Calvin tenía en ellos.