Las decoraciones navideñas de la estancia no lograban levantarle el ánimo. Las últimas semanas habían sido infernales para Lucy. Esperaba los resultados de la biopsia con pánico, a pesar de que el procedimiento no era especialmente doloroso. Una profunda melancolía se apoderó de ella en cuanto comenzaron las migrañas y las pesadillas, agravando su malestar. Había dejado de tener la sensación de que estaba reconstruyendo su vida y de que tenía un futuro por delante.
Era muy difícil de entender. El periodo posterior al trasplante había comenzado bien. El progreso era ejemplar y la medicación no le había causado efectos secundarios particularmente desagradables, salvo un ligero temblor en las manos, los antojos gastronómicos y la extraña sensación de que a veces su mente no le pertenecía del todo. Gozaba de una salud física y psicológica mejor de lo previsto hasta que a principios de noviembre pilló el resfriado que puso en marcha a Alex y Courtney Denham. Ella sabía que las infecciones eran algo serio, pero había sido minuciosa con la higiene, la dieta y los hábitos, y se trata de un simple resfriado; pese a ello, la fiebre le subió de forma descontrolada y Alex se culpó por la noche en el barco, la excursión a Mortlake, incluso por la posibilidad de que hubiera estado en contacto con la arena higiénica del gato en su apartamento, por más que Amel insistiera en que su actitud no había sido siquiera cercana a la negligencia. No encontraba otros motivos que pudieran haberla llevado de un periodo de brillante recuperación, inmediatamente posterior al trasplante, a la espiral descendente en la que se hallaba. La vigilaba como una madre primeriza a un recién nacido. Era totalmente profesional y nunca le comunicaba su alarma, pero sus actos le decían que había vuelto a ser su médico internista, y que la relación entre dos personas que se atraían estaba en suspenso. Largas conversaciones con el señor Azziz, el señor Denham y un nuevo consultor del hospital Brompton indicaban que Alex estaba inquieto de verdad. Pasaba largas horas en el laboratorio, hacía personalmente los estudios, cambiaba la medicación y se inquietaba.
Esas preocupaciones se agravaron desde otro frente cuando su hijo se partió el brazo al caerse en una pista de patinaje. La doble fractura requirió una operación y Alex prácticamente desaparecía en sus horas libres. Lucy lo comprendió, pero fue un duro golpe. No podía mantener una conversación con él a fin de descubrir su estado de ánimo en el marco de la relación actual ni gozaban de un momento de intimidad ante la presencia del personal del hospital y a sus ausencias, ya que regía el toque de queda en cuanto terminaba la jornada de trabajo y regresaba junto a Max. Era una absurda paradoja: él era la persona más involucrada en el control de su sistema inmunológico y en la posibilidad de que su nuevo corazón fuera rechazado, y era eso precisamente lo que los había hecho volver a una relación enteramente profesional antes de que se hubiera afianzado el vínculo personal entre ellos. La joven creía que había desaparecido también la oportunidad de mayor intimidad e intentó sobreponerse a su destino, pero la tensión acabó por superarla y dañó su sistema nervioso.
Si hasta entonces había evitado pensar en los horrores que había vivido, en ese momento tuvo conciencia de sus coqueteos con la muerte a lo largo de todo ese año, y la persona en quien comenzaba a confiar lo suficiente para quererla parecía alejarse de ella.
Lucy sufrió una sucesión de terribles jaquecas, malos presentimientos y pesadillas pobladas por rostros hostiles. Se despertaba aterrorizada y con la sensación de ser observada por alguien de quien deseaba esconderse. En consecuencia, ingresó una vez más en el hospital para ser objeto de una nueva serie de estudios.
Por todo lo que, ese día gris, un lunes 22 de diciembre, contemplaba cómo se vivía la Navidad en el hospital. El único aspecto positivo era que al menos podría ver a Alex. A finales de noviembre se había ido al otro hospital con sus alumnos y había pasado la semana anterior en Cambridge. Bromeaba con Grace diciendo que ya había olvidado cómo era Alex y se preguntaba quién se ocuparía de alimentar a su gato, pero esa ligereza era fingida y se sentía como una niña abandonada ahora que habían vuelto al punto de partida. Él era el doctor Stafford, su muy amable, aunque en ese momento muy ausente, médico consultor. El hombre, Alex, estaba en otro lugar, tal vez en la casa de su exesposa, junto a su hijo. Al menos tenía la llave como talismán y se aferraba ferozmente a ella.
—Esto no está nada mal —aseguró Simon nada más irrumpir en la monotonía de su habitación de hospital con una pila de libros y en compañía de Grace. Inmediatamente vio el rostro abatido de Lucy.
Ella le dedicó una sonrisa lastimosa. El placer de sus visitas era la única alegría que había tenido en las últimas semanas. Simon la había llevado a su casa después de aquel café en casa de Alex, tal como había prometido. Él y Grace se sintieron atraídos al momento. Ella literalmente se deslumbró al verle. Le impresionaron su irreverencia y su encanto indolente, y Grace, que había heredado de los antepasados africanos de su madre unos pómulos salientes y unas curvas sensuales, y de su padre judío un humor espontáneo e inteligente, le indujo a interpretar maravillosamente su papel. Simon anunció su regreso so pretexto de llevarle a Lucy unos libros para que investigara sobre el doctor Dee. Grace aprovechó la oportunidad y al cabo de unas semanas estaban embarcados en una tórrida relación. La joven australiana se alegró por su amiga, que había vivido una sucesión de amores frustrados durante más de un año, pero aquello agudizó el dolor ocasionado por lo difuso de su relación con Alex. No obstante, se animó al verlos en su habitación.
—Mira, un poquito de lectura entretenida —comentó Lucy acerca de la enorme cantidad de libros que habían descargado en sus brazos.
—Grace me pidió que te mantuviera ocupada. Dice que corres peligro de convertirte en una sentimental. La biografía de Dee parece entretenida, pero quizá se te atraganten las matemáticas y toda esa basura de la Hermética. ¿Estás segura de querer más…? Will había pedido esos libros a Amazon y los enviaron a casa de Alex. Pensamos que también debíamos traerlos. —Simon trataba de despertar el interés de Lucy hablando de cualquier cosa que pudiera distraerla de su situación, pero el rostro silencioso y pálido de la joven le recordó la deliberada calma de una joven novicia, no le pareció natural. Casi sin proponérselo, agregó—: Resulta curioso, en un primer momento se creyó que Dee había muerto un 22 de diciembre, pero estudios más recientes han determinado que el óbito quizá hubiera tenido lugar a finales de marzo, unos meses después. Vas a tener que leerte la biografía para comprender el motivo de ese cambio de opinión, y hay algo aún más escalofriante: la leyenda asegura que sepultaron su corazón en el altar principal de la iglesia de Mortlake. No dudo que estarás interesada en desentrañar ese detalle morboso.
Por alguna extraña razón, el rostro de Lucy acentuó su expresión a modo de respuesta ante ese despliegue de información por parte de Simon y su interesante vocabulario. Sonrió con cierto aire de misterio, contenta de poder dedicarse a pensar en algo estimulante.
Unas migrañas infernales le habían dificultado la lectura hasta que al fin habían logrado controlarlas con un cambio en la medicación, pero le habían impedido avanzar con la investigación, una actividad que le hacía sentirse más cerca de Alex, precisamente donde deseaba estar.
—No te exijas demasiado, Lucy —le pidió amablemente Grace—. Lo principal es que te mejores. Alex lo dijo claramente. Sabes que mis padres aún confían en que puedas estar con nosotros en Shropshire para Navidad.
Lucy apreció el gesto de Grace y lo agradeció. No obstante, secretamente esperaba algo distinto de una ocasión festiva.
—Gracias, estoy segura de que me sentiré mejor cuando tenga noticias de la biopsia.
—Sus médicos tendrán que ponerse de acuerdo y dejar que se vaya antes de que haga planes para viajar, señorita King.
Lucy se sonrojó, feliz de oír aquella voz. Su dueño había entrado en la habitación, detrás de Simon, sin que ella se diese cuenta.
—¿Tengo alguna esperanza de que puedan influir en su opinión, doctor Stafford? —respondió Lucy. Delante de otras personas era más fácil coquetear.
—¡Sin duda! —dijo Alex. En un segundo había logrado modificar el humor de Lucy—. Espero que ustedes dos no estén cansando a mi paciente. Me temo que he venido a causarle un poco de dolor en el cuello.
La paciente rió y con gestos le indicó a Grace qué aguja utilizarían en esa parte de su cuerpo. Su amiga le dio un beso en la frente y tomó de la mano a Simon para dejarla a solas con Alex.
—Te llamaré más tarde. Avísame cuando esté lista para huir de aquí, Alex.
—Déjala en mis manos, Grace —respondió él, con una sonrisa irónica.
Grace y Simon salieron. Alex se sentó despreocupadamente en la cama. A Lucy le pareció una actitud maravillosamente informal.
—¿Te sientes mejor? —preguntó, con voz algo vacilante, como si dudara de ser bien recibido.
—Sí, de verdad. Me alegra verte. —La voz de la paciente también sonaba cautelosa. Sabía que los interrumpirían en cualquier momento—. ¿Cómo está tu hijo? Esperaba que pudiera venir contigo, para conocerlo.
Alex meneó la cabeza.
—Este no es el mejor de los lugares. Ahora mismo no le gustan demasiado los hospitales, pero le quitarán el yeso la víspera de Navidad. Por cierto, esto no le ha desanimado y sigue pensando en esquiar —contestó Alex; percibió ansiedad en el rostro de Lucy—. ¿Has vuelto a dormir bien?
—Eso parece. El personaje de la capa negra y la guadaña no tiene protagonismo alguno por el momento —replicó, apelando a la ironía—. Simon me ha dado tarea. Estos libros son algunos de los que pidió Will. Si encuentro algo interesante, te lo diré —propuso ella, tratando de mostrar una buena predisposición.
—No hay prisa, Lucy. Pronto tendremos tiempo para hablar sobre eso. Por el momento creo que debemos concentrarnos en que salgas de aquí y vuelvas a casa.
Una persona menos insegura habría considerado que aquellas palabras eran alentadoras, pero ese día Lucy no era un espíritu alegre. Llegó un enfermero. Alex cogió la camilla y se despidió.
—Las Parcas están esperando para conectar un cable a tu cuello —afirmó, e inclinándose hacia ella, susurró—: Y les he recomendado que lo hagan con maestría.
Esas palabras provocaron una sonrisa tímida y más distendida. Guiada por Alex, avanzó por los pasillos para reunirse con el cardiólogo y los técnicos. Se sentía segura otra vez.
Calvin atravesó la recepción en dirección al salón donde se servía el desayuno. El aroma de las lilas era embriagador y embellecía aún más el antiguo hotel. Llevaba consigo su abrigo color marrón claro y jugueteaba discretamente con uno de los grandes botones. Vio la cabeza del profesor reflejada en el vidrio. Hundió la mano en el bolsillo y la sacó rápidamente.
—El profesor Walters ya está en la mesa, señor Petersen. ¿Me permite su abrigo?
El maître del Claridge entregó la prenda a un asistente y luego le guió hacia una mesa situada en un rincón del salón; a ella se sentaba un hombre de unos cincuenta y cinco años. Vestía ropa cara: una camisa con rayas rosadas, un jersey azul marino y un pañuelo de seda color carne en lugar de corbata. Calvin intuyó los gemelos de los puños de la camisa gracias al brillo. El profesor Fitzalan Walters dejó a un lado su ejemplar del New York Times y se puso en pie cuando él se acercó a la mesa. Le tendió una mano cubierta de pecas y apoyó la otra sobre el brazo de su invitado. Un camarero le invitó a sentarse. Calvin quedó impresionado por la prestancia de ese hombre de talla relativamente pequeña.
—Me alegra que sea posible vernos durante mi estancia en Londres, Calvin. —Fitzalan tenía una voz profunda con un ligero acento del sur de los Estados Unidos que indicaba que pertenecía a una familia tradicional y acaudalada y exigía atención—. ¿Volverás a casa para Navidad?
—Viajaré pasado mañana.
El profesor era un hombre importante y ocupado, uno de los directores de la Escuela de Teología de The College, una institución educativa fundada en Kansas en 1870 con una filial en Indiana que había prosperado con el transcurso de los años. Entre sus alumnos se contaba una gran cantidad de senadores, jueces y figuras prestigiosas de todos los ámbitos de la vida pública. De hecho, un título de The College era una especie de pasaporte para obtener un buen empleo en la justicia, la política, o en Washington. Ante los no iniciados, Walters la definía como una institución fundamentalista neoconservadora. El profesor daba la impresión de saberlo todo. Diez años atrás había escrito un libro fundamental acerca del segundo advenimiento de Cristo. Se adecuaba a la perfección a los principios morales y al interés de Calvin por encontrar un puesto de profesor que le permitiera mantenerse hasta que completara su licenciatura y, a continuación, su doctorado. Un anuncio ofertando un puesto en The College pareció ser lo que esperaba y se ofreció. El profesor Walters —FW, como solían llamarle sus amigos— se había interesado vivamente por Calvin desde la primera entrevista. Habían conversado largamente sobre el doctor John Dee, un antepasado de Calvin. En realidad, le habría correspondido a él el esfuerzo por congraciarse con el profesor. No obstante, fue este quien se sintió halagado. Algunas personas opinaban que Dee era un demente, pero Walters le respetaba y deseaba saber más sobre él. Muchos creían que el doctor Dee verdaderamente había recibido —tal como le anunciara el ángel en sus conversaciones— detalles sobre el Apocalipsis y la segunda llegada de Cristo. Se preguntaban si los habría incluido en sus escritos y cuál habría sido el destino de la mayor parte de ellos. Se sabía que la casa del doctor Dee había sido allanada y su biblioteca, saqueada, mientras él estaba de viaje por Bohemia, en la década de 1580. Aparentemente, Walters conocía muchos detalles sobre la vida y obra del doctor Dee, muchos más que sobre él mismo.
La conversación había sido muy provechosa y FW premió a Calvin con el puesto de profesor que necesitaba y luego le ayudó a conseguir una beca de posgrado para que pudiera viajar, investigar y así completar su tesis. Calvin provenía de una familia con bienes inmobiliarios y algunas inversiones en bolsa, pero con escaso dinero en efectivo, de modo que agradeció el mecenazgo. Más adelante, cuando Calvin conoció mejor al profesor Walters, algunas de sus ideas sobre diseño inteligente, el éxtasis y el creacionismo le parecieron un tanto extremistas, y se alarmó mucho cuando Walters expresó en público que podía responsabilizarse del horror del 11-S a los paganos, las feministas y los homosexuales tanto como a cualquier terrorista islámico. No obstante, nunca habló de ese tema con su protector. Era el hombre de confianza de FW en diversos asuntos y eso le gustaba. Su asociación cobró un nuevo ímpetu cuando Calvin mencionó de pasada la muerte de un primo inglés y una llave con una historia fascinante que estuvo a punto de caer en manos de su madre. Explicó que debía haber sido cedida siguiendo la línea femenina, pero la había recibido un primo, en Inglaterra, quebrando así una tradición centenaria. Creía que podía estar vinculada con libros y documentos que su ilustre antepasado consideraba tal vez demasiado comprometidos para darlos a conocer, teniendo en cuenta las divisiones doctrinarias de principios del siglo XVII. FW se mostró sorprendido de que Calvin no le hubiera hablado antes sobre la existencia de esa llave.
Calvin sopesaba hasta qué punto era estrecho el vínculo que le unía con aquel hombre mientras el camarero le ponía una servilleta. Walters le invitó a pedir con tono jovial. Él ya había elegido un tradicional desayuno inglés.
—Me encantan estas salchichas. Es imposible conseguir otras parecidas en casa —comentó. Calvin se preguntaba qué estaría pensando. Era impropio de FW andarse con rodeos—. ¿Has realizado algún avance con respecto a tus primos ingleses y el doctor Dee? —preguntó Walters entre un bocado y otro sin dejar de observar a Calvin para evaluar sus reacciones.
—¿Puedo tomar nota, señor? —preguntó diligentemente el camarero. Calvin estaba a punto de pedir huevos Benedicto, pero Walters le interrumpió antes de que pudiera articular la primera vocal.
—Un desayuno inglés, huevos fritos, pero por un solo lado, sin darle vuelta a la sartén, salchichas y tostadas con mantequilla. Asegúrese de que la mantequilla esté caliente. —Walters ignoró la proximidad del camarero y dirigiéndose a Calvin, agregó, sin bajar la voz—: Estos ingleses no entienden qué es una tostada con mantequilla caliente.
—Lo sabemos, señor —acotó el camarero con una sonrisa imperturbable—. La tostada se unta con mantequilla fuera de la tostadora para que impregne el pan y quede húmeda y esponjosa. ¿Algo más, señor? ¿Café normal o descafeinado?
Calvin asintió a modo de agradecimiento antes de que Walters despidiera con frialdad al camarero:
—Es todo, gracias.
—Sí, de hecho he almorzado con mi primo y sus amigos hace poco —respondió Calvin en cuanto se perdió de vista el camarero—. He estado… —Hizo un alto mientras se devanaba los sesos para hallar la palabra adecuada— viendo a la exnovia del otro hermano. Murió trágicamente. No sé si mi supervisor se lo dijo. Sufrió un accidente hace unos meses.
Calvin evitaba deliberadamente dar certezas, pero sus fríos ojos de color gris azulado estaban fijos en su compañero de desayuno. Quería evaluar su reacción acerca de estas noticias. Se preguntaba si alguien de la facultad lo sabía y había sido responsable del asalto a la casa de la familia en un momento tan oportuno.
Trataste de que ella te lo dijera, pensaba Walters. Sin embargo, miró gravemente a su compañero, recorrió su rostro y asintió:
—Sí, Guy me informó. Lo sé todo. Fue verdaderamente desafortunado. No puedes hacerle preguntas.
Llegó el desayuno y Calvin continuó.
—No, pero su exnovia estaba disgustada por la separación y me reveló muchas cosas acerca de la familia. Necesitaba hablar con alguien. —Difería con premeditación el momento de revelar algún dato de interés para su mentor, que no prestaba atención por una cuestión de amabilidad. No se apresuró, sino que terminó de comer un huevo antes de proseguir—: El almuerzo resultó interesante. Me he enterado de que ahora es el hermano quien tiene la llave. La he visto con mis propios ojos. No sabe demasiado acerca del documento que la acompaña. Es muy extraño. Traté de decirle a Siân, la novia, los problemas que depara no seguir la línea hereditaria, es decir, lo que ocurre cuando no es una mujer quien hereda la llave. La familia ignoraba tener un parentesco con Dee. El padre lo consideraba una superstición o algo de lo cual correspondía avergonzarse. Me preocupa que no hayan observado el precepto. —Calvin hablaba con despreocupación, pero advertía el interés con que su interlocutor escuchaba cada palabra—. He de admitir que esperaba que ocurriera un desastre. Mi madre me previno claramente de lo que pasaría si se rompía la cadena, y tengo la impresión de que guarda alguna relación con la muerte de mi primo. Es exactamente el tipo de infortunio que ella había vaticinado —agregó, e hizo una pausa a la espera de algún comentario, pero no se produjo—. Ellos no lo comprenden. No parecen respetar estas poderosas ideas. Un objeto está maldito si Dios lo maldice y el efecto es el mismo cuando lo hace un ángel —concluyó, mirando a su interlocutor—. Ahora mi relación con Siân es tensa, pero sigo viéndola.
No lo dudo, pensó Walters. Era consciente de los encantos de la joven tras haberla visto con sus propios ojos.
—Calvin —empezó, inclinándose hacia él—, ya hemos conversado sobre esto. Quizá estemos ante uno de los grandes descubrimientos históricos de nuestra época y ambos deseamos que The College forme parte de él. Alcanzarías la gloria académica y sería la llave para lograr el éxito desde el punto de vista de tu carrera. Y, desde una perspectiva religiosa, sin duda sería fascinante. Espero que pueda verificar la teoría del éxtasis, hemos trabajado con ese objetivo durante años. Dee obviamente debía de saber mucho sobre el tema. Yo diría que tú tan sólo tienes que… reclamar lo que te pertenece.
La voz de Walters se fue apagando sugestivamente, sin el menor atisbo de urgencia. No obstante, Calvin sabía que era su oportunidad de convertirse en una especie de héroe para The College. Muchas personas, y no sólo aquellas que pertenecían a esa universidad, se esforzarían por tener en su poder el legado de John Dee. Cualquier hombre podía advertir la importancia que le otorgaría. En el caso de Calvin, debía sumar a eso que su valedor, un hombre influyente en el ámbito político y social, era plenamente consciente de su valor. Comprendió de inmediato la orden recibida: recuperar del modo que fuera la llave que estaba en poder de Alex o de Lucy, si ella aún la conservaba. FW no iba a esperar eternamente.
El camarero dejó discretamente la cuenta sobre la mesa. El profesor Walters firmó sin mirar y fue generoso con la propina. Él y Calvin se pusieron en pie, el maître apareció con el abrigo y Walters dejó otro billete americano en su mano y sujetó a Calvin del brazo.
—¿Dispones de un minuto? —No era una pregunta—. Vayamos a mi suite. Hay algo que tal vez te interese y un par de personas que deberías conocer. Voy a ayudarte a comprender la posible importancia de este hallazgo.
Cuando atravesaban el elegante vestíbulo art déco un hombre se levantó de una silla y fue hacia el ascensor que estaba frente a él. Walters y Calvin le siguieron y dirigieron su mirada a la puerta.
—¿Has conseguido todo, Mefistófeles? —preguntó Walters sin mirarle.
—Sí, profesor Walters. Fue muy instructivo —respondió el desconocido, entregándole a Walters un pequeño portafolios de cuero.
—Se llama Angelo, aunque suelo darle otros nombres. A veces puede ser un ángel un tanto malvado. Trabaja para mí, aquí en Europa —explicó el profesor Walters de forma evasiva. Calvin se volvió para observar ese extraño rostro carente de rasgos destacables, excepto por los ojos amarillos como los de un gato. Calvin no pudo identificar su acento.
—Encantado de conocerte —saludó Calvin, aunque no era cierto. Advirtió que el desconocido estaba impecablemente vestido con un traje oscuro y un abrigo de cachemira. Angelo asintió con amabilidad al cumplido, Calvin se sintió ligeramente incómodo. Se preguntó a qué se había referido FW cuando lo calificó de «ángel malvado».
—Llevé a los invitados a la sala de estar de la suite y les serví café, como me indicó, señor.
—Gracias.
La puerta del ascensor se abrió y los tres salieron al corredor.
—La suite Davies está a la izquierda —les guió Walters.
Angelo abrió la puerta y retrocedió. Walters entró seguido por Calvin, quien echó un vistazo a la hermosa habitación decorada en amarillo y blanco, con su brillante piso de madera. Dos hombres estaban en pie frente a una ventana por donde entraba la luz matinal. Walters atravesó la sala y estrechó a cada uno de ellos en un abrazo formal.
—Este es el joven sobre el que les he hablado, Calvin Petersen. Es mi protégé, el hombre que, según espero, nos conducirá hacia las respuestas que hemos estado buscando durante años —explicó FW con un tono inusualmente solemne—. Calvin, te presento a mis colegas —dijo, haciendo un ademán, pero sin pronunciar sus nombres. No obstante, Calvin tenía la vaga impresión de haber visto esas caras, tal vez fueran políticos o habían participado en programas de televisión sobre temas religiosos.
FW puso el maletín sobre la mesa y lo abrió. De allí sacó algo que parecía un pergamino y un exquisito retrato en miniatura.
—¿Y bien, mi ángel malvado? —preguntó con aplomo.
Angelo avanzó con las manos cruzadas.
—Señor, como expliqué a VA, esto fue recientemente legado a nuestra universidad. Ellos confirmaron que el retrato fue pintado a finales del siglo XVI y es posible que sea un Hilliard, pero aparentemente no está catalogado, por lo que tal vez sea sólo una copia de un original perdido. Aún no pueden precisarlo. El Fitzwilliam Museum de Cambridge está interesado en los documentos —agregó, tomando algunos de ellos—. Son lo que ellos denominan «buenas copias» de un texto original, tal vez perdido. Según dijeron, no es posible confirmarlo antes de hacer un análisis más exhaustivo, pero es posible que hayan pertenecido al doctor Dee, salvo esta única página, que parece ser una especie de síntesis de una pieza teatral. Hicieron una copia y pedirán a un perito calígrafo que la examine si así lo deseamos. Parecen bastante optimistas con respecto a ella, aunque se muestran cautelosos porque podría tratarse de una falsificación. —Angelo observó a su expectante auditorio y prosiguió—. Los libritos en latín aún están en poder del librero anticuario encargado de examinarlos, pero la Biblia es muy antigua y valiosa. He trabajado sobre los pasajes con anotaciones, que son reveladoras, al menos en apariencia.
Cuando Angelo concluyó su informe, Walters hizo una señal de aprobación y le entregó la miniatura a Calvin.
—No es necesario aclarar que todo esto es rigurosamente sub rosa, Calvin. Una hermosa dama, ¿verdad? ¿Crees que puede haber sido un antiguo miembro de tu familia?
Calvin entornó los ojos sin querer al observar aquel rostro. Comprendía las implicaciones de la pregunta. ¿Qué relación tenía él con todo aquello? En cuestión de segundos lo relacionó con el robo en la casa de campo de la familia Stafford, ocurrido mientras Will agonizaba en el hospital. Abrió la boca para hablar con el profesor Walters, pero cambió de idea y trató de ocultar sus pensamientos. ¿Hasta dónde era capaz de llegar esa gente? Esas desagradables ideas le distraían de aquello que le señalaba el instinto, hacer lo que fuera necesario para lograr su premio. Entonces, se concentró en la imagen de esa hermosa mujer que le observaba desde el fondo azul, con su corsé profusamente bordado. Puso unos ojos como platos.
—No estoy seguro —repuso lentamente—, pero creo que almorcé con ella hace unas semanas. Incluso es posible que… —Calvin estaba tan atónito que pensaba en voz alta, no podía evitarlo— ella sea la actual poseedora de la llave.