Simon había procesado una infinidad de ideas a lo largo de la tarde. Alex y Lucy se dirigían al coche de este y él los siguió en cuanto logró liberarse de la otra pareja. Su lógica ecléctica podía seleccionar información de variadas fuentes y establecer una relación. Esa característica compartida con Will explicaba una faceta de su amistad. Aun a riesgo de frustrar a Cupido, debía consultar a Alex acerca de sus impresiones.
Simon sugirió buscar un lugar tranquilo para tomar café, pero Alex estaba preocupado por Lucy, a quien quería dejar en casa para que no se resfriara. Se la veía un poco cansada desde hacía media hora, y él no deseaba que ningún percance empañara las peculiares cualidades de esa jornada. Impulsado por una ternura que no fue del todo bien recibida o incluso visible para la propia dama, le propuso a Simon que se encontraran en Chelsea un poco más tarde, cuando él hubiera dejado a Lucy en su apartamento, situado al otro lado del río.
—Pueden llamarme de Brompton, es mejor que no esté muy lejos.
Ella no solía ser exigente, estaba condicionada por las experiencias de la niñez, en la que nadie mostraba consideración hacia sus deseos. Pero en esa ocasión su actitud fue extrañamente obstinada. No permitiría que hablaran por ella. Por primera vez, adoptaría un papel activo para decidir adonde iría con Alex. Si su salud en un principio los había unido, de pronto se convertía en un elemento perturbador.
—Alex, he pasado un día tranquilo y no estoy cansada. Me encantaría ir con vosotros a tomar café —afirmó, mirándole con ojos expresivos. Las objeciones de Alex se esfumaron.
—Sólo si prometes dejar que encienda el fuego y sentarte en un sillón junto al hogar.
En consecuencia, no mucho después, Lucy se encontró confortablemente sentada con una taza de té en las manos y Minty, el gato de Alex o, más probablemente, de su hijo, sobre la falda, en una soleada sala de estar con vistas a los árboles del parque. La joven se detuvo a apreciar el buen gusto del anfitrión, manifiesto en los detalles del antiguo hogar de mármol gris y en el hecho de que la habitación estuviera lo suficientemente desordenada para permitir que se sintiera cómoda y relajada. Estaba muy contenta. Comenzó a hablar con Alex y Simon mientras el primero trajinaba sin prisa en la cocina. Compartió con ambos varias ideas relacionadas con lo ocurrido esa tarde, sobre las cuales cavilaba desde hacía una hora.
—No hay indicios de la tumba de Dee en ninguna parte y de su casa sólo se conserva una parte del antiguo muro del jardín. Toda su vida terrenal parece haber sido un sueño, únicamente pervive su espíritu. La iglesia ha cambiado enormemente desde principios del siglo XVII —expuso Lucy con un deje de tristeza, aunque también con énfasis.
—La misma sustancia de la que están hechos los sueños… —comentó Alex, risueño—. Me gustó el relato más bien místico que figura en la guía, donde dice que unos años más tarde el recuerdo de Dee provocó una tempestad dirigida a sir Everard Digby. Una dosis de magia muy adecuada para el personaje de Próspero.
Simon iba a contestar una frivolidad sobre la incompetencia de las restauraciones efectuadas en las iglesias de todo el país durante la época victoriana, pero se mordió la lengua y cambió repentinamente de tema. La había observado cada vez con mayor interés y cayó en la cuenta de algo mientras Alex regresaba con una cafetera llena.
—¿Sabes, Lucy? Creo que tienes razón. He visto tu rostro antes, es inconfundible. —Ella le miró con picardía, comprendió que era un halago—. Me he pasado todo el almuerzo intentando recordar dónde ocurrió y ahora estoy seguro de haberte visto hará cosa de unas semanas en el pub Phene Arms. Creo que te observé a conciencia —comentó, riendo con suficiencia.
Lucy asintió serenamente a modo de confirmación. Simon era el hombre que le había guiñado el ojo aquel día lluvioso, cuando regresaba presurosa al hospital.
—Sí, aunque yo no estaba dentro del pub. Pasaba por allí de regreso a Brompton. Tienes buena memoria. —En aquel momento su gesto le había parecido simpático, tal vez por eso inconscientemente recordaba ese rostro.
—Lo extraño es que yo iba a encontrarme con Siân para almorzar con ella. Debería haberte invitado a compartir la mesa aunque fueras una desconocida. Hablo en serio, os entendisteis a las mil maravillas.
—Eso estuvo bien. Ella está desorientada. No suele encontrarse a gusto con otras mujeres, creo que hoy se sintió bien la mayor parte del tiempo —comentó Alex.
—Sin embargo, es una persona que sufre. —La mirada de Lucy paseó por los rostros de Alex y Simon. No quería ser impertinente—. ¿Era la novia de tu hermano? —La pregunta no necesitaba respuesta. Lucy lo había inferido a partir de lo que se había dicho durante el almuerzo.
—Estuvieron juntos más de tres años, pero se habían separado en mayo. No lo decidió Siân —explicó Alex. Sus palabras no expresaban plenamente la profundidad de su reflexión.
—Al parecer, ella está empezando de nuevo, o al menos lo intenta —comentó Simon mirando a Alex. Luego cambió el tono y dijo con cruel ironía—: Nada mejor que una muerte temprana en circunstancias trágicas para elevarte a una categoría casi divina. Un gesto digno de James Dean por parte de Will. Ahora, la pobre chica nunca podrá superarlo.
—Pero él desearía que lo hiciera —opinó Lucy.
—Sí, es lo que desearía. —Alex sonrió con pesar y dio por concluida la conversación—. ¿Qué piensas de su nueva pareja, Simon?
—Mi madre solía decir: «Si no encuentras algo bueno que decir sobre una persona, no digas nada». —Simon echó la cabeza hacia atrás y rió—. Me temo que debo imponerme el silencio.
—Hay algo inquietante en él —observó Lucy con la vista puesta en los rostros de Alex y Simon—, pero quizá únicamente sea que no os gusta ese hombre para Siân.
Simon reaccionó de inmediato.
—No confío en él, y punto. ¿Viste sus ojos cuando le entregaste la llave a Lucy? Era obvio que la codiciaba.
—Se parece un poco a La isla del tesoro, ¿no crees? —dijo Alex, un poco incrédulo—. Me sorprendió la fascinación que ejerció sobre Will, pero creo que se debía a su relación con nuestra madre y el interés en saber sobre su familia y el lugar que le correspondía a sí mismo dentro de ella. Siempre sintió que se parecía mucho a mamá. Creo que su curiosidad era una especie de búsqueda de identidad. A Calvin esa llave sólo le interesaría si pensara que puede abrir el joyero de la reina, lo cual es muy improbable.
—Pero la información acerca del doctor Dee es esclarecedora —observó Simon, esperando alguna orden muda de Alex, que no llegó—. No sé nada respecto a él, pero hice que analizaran el documento de Will. ¿Te lo dijo? —Alex meneó la cabeza—. Mi primo trabaja en Oxford y puede determinar fechas por medio de carbono radiactivo. Existe un margen de error, por supuesto, pero determinó que fue escrito entre 1550 y 1650.
—Lo cual se aproxima bastante a la época de Dee —afirmó Alex. Luego cruzó la habitación en dirección a un estante de donde cogió un archivador. Regresó con ella y enseñó a sus acompañantes un grueso y antiguo pergamino—. Este es el original. Will lo dejó aquí para que estuviera a salvo y se llevó una copia al salir de viaje. También está entre sus cosas. Calvin me preguntó por él en la iglesia.
Lucy, que los había estado escuchando atentamente, habló con sorprendente determinación.
—Quizá debería guardar silencio, ya que esto nada tiene que ver conmigo, pero a mí me ocurre lo mismo que a Simon. No me siento cómoda con Calvin, Alex. No mira directamente a nadie, sino que, por el contrario, desvía rápidamente la vista como si no fuera capaz de mirar a los ojos. Estoy de acuerdo contigo, Simon. Él quería la llave, y la deseaba con tal intensidad que me vi obligada a negársela. Tengo la sensación de que esa llave abre algo que le interesa especialmente y es probable que él sepa de qué se trata.
—La joya más preciada… —les recordó burlonamente Simon.
Alex rió.
—Todas las joyas de valor fueron robadas hace tiempo. La casa de campo perteneció a la familia de mi madre. Allí hay algunos libros antiguos y unos pocos objetos bellos, pero no era un linaje adinerado y estoy convencido de que vendieron todos los objetos valiosos.
—¿Me dejas echarle un vistazo? —pidió Lucy. Dejó al gato en el suelo con dulzura y se inclinó hacia delante para coger el pergamino cuidadosamente plegado que le tendía Alex. Una postal cayó de la plegadura cuando tuvo lugar la entrega. La joven la levantó del suelo sin mirarla demasiado y la depositó sobre la mesa. Tenía la atención centrada en el pergamino—. ¿Esto es del siglo XVI? —exclamó con el ceño fruncido mientras caía en la cuenta de que quizá no debería haberlo tocado sin guantes.
—O principios del siglo XVII —afirmó Simon, que se agachó junto a ella para mirarlo nuevamente—. No parece un vulgar mapa para una búsqueda del tesoro.
—Pero esto es sólo una parte —afirmó la joven con una autoridad que sorprendió a Simon y Alex—. Abra lo que abra la llave, a este pergamino le falta una parte.
Ambos la miraron.
—¿Y cómo lo sabe Casandra? —preguntó Alex. No pudo evitar un tono algo severo.
—No lo sé, únicamente lo presiento. —En la voz de Lucy no se percibía misticismo ni petulancia; no obstante, era firme—. Esta es la «parte clave», por lo que si existe otra página, depende de esta.
Alex la escuchó con atención y sin efectuar comentario alguno.
—Will me envió por correo electrónico desde Roma algunas notas acerca del pergamino, entre otras cosas —explicó Simon. Luego se sentó en el suelo, con las piernas flexionadas y el mentón apoyado en el brazo—, y comencé a revisarlas cuando pudimos entrar en este iBook, un par de semanas antes. La mayoría de ellas son una maraña disléxica similar a ese intrincado texto acerca de los alquimistas y la luz que leímos aquí y que yo imprimí, pero parece estar enfocado a la Inquisición, como lo confirma sobre todo la fecha que indica el carbono y las primeras palabras, que aluden al Campo dei Fiori, el lugar donde se quemaba gente en la hoguera en aquella época. Will había escrito una lista de nombres con algunos datos sobre ellos. La víctima más pintoresca de todas parece ser un tipo llamado Bruno, un hombre que, por decirlo de alguna manera, hablaba con los ángeles. —Simon miró a Lucy y a Alex y agregó—: Y si el doctor Dee hablaba con ángeles, la Inquisición también se habría interesado por conocer los detalles.
—Mira, como Calvin. —Alex soltó una risa desganada—. Quizá sea un moderno inquisidor. —El busca del médico empezó a pitar y él se encaminó hacia el teléfono de la cocina mientras escuchaba las palabras de Simon.
—No es gracioso. ¿Es posible que Calvin tenga algún interés en acceder al ordenador de Will?
Lucy y Alex le miraron con cierta incomodidad.
—Lo siento —dijo Simon—, tal vez no debería haberlo dicho, pero aquello de Sator Arepo es precisamente la clase de cosas que él estudia.
—¿A qué te refieres con «aquello de Sator Arepo»? —le interrumpió Lucy. Esas mismas palabras resonaban en su mente desde hacía dos noches—. ¿Qué significa exactamente?
—«Toda la creación está en manos del Señor». Se puede traducir de otras maneras, pero ese es el significado. Quizá sea un conjuro que protege del mal o un código privado entre los primeros cristianos. Will me envió un mensaje de texto diciendo que tenía la impresión de ser vigilado durante el viaje, aunque pensaba que quizá no fuera más que paranoia. Y nosotros encontramos el «Sator Square» en su ordenador. Probablemente, lo puso allí para que nadie pudiera leer su correo. En sus notas he descubierto que esto le estaba desesperando. Me preocupa la posibilidad de que Siân le haya contado demasiado sobre el antiguo novio a su nueva pareja.
El anfitrión hablaba por teléfono, pero miraba con inquietud a Simon y seguía sus palabras con atención.
—Jill, soy Alex Stafford. ¿Jane quiere que vaya a Harefield o me necesitan ahí? —Alzó la vista del auricular mientras aguardaba respuesta—. No tenemos dudas de que alguien trataba de leer los mensajes de su cuenta de correo electrónico… ¿Tenéis ahí el problema? Llegaré lo más deprisa posible. —Alex colgó el teléfono—. Tal vez deberíamos revisar esto, Simon. No me extrañaría lo más mínimo que Calvin tuviera curiosidad por conocer los movimientos de Will. Tengo la sensación de que no es completamente sincero con nosotros. Si Lucy tiene razón y él quiere examinar la llave, es razonable pensar que ha descubierto la contraseña y los números de cuenta, dado que acampa a sus anchas por el apartamento de Siân. ¿Tienes tiempo para averiguar algo sobre Dee?
La australiana les había escuchado a medias, pues por un lado atendía a la conversación mantenida entre Alex y Simon y por otro la postal que había caído del pergamino situada en la bandeja del café, había atraído su interés.
—Yo dispongo de tiempo —replicó ella—. Deja que emplee la mente en algo útil. Aún sigo de baja en el trabajo. Estoy convaleciente, pero no senil. Además, la investigación también forma parte de mi trabajo.
Alex advirtió que, cuanto más la conocía, más fascinante le parecía. Le dedicó una sonrisa.
—De acuerdo, gracias. Ahora debo llevarte a casa. Lamento haber interrumpido la reunión. Simon, te llamaré mañana o pasado mañana. Tengo prisa. Un enfermo de diez años va camino al hospital desde Ormond Street.
—En ese caso, déjame llevar a Lucy a su casa. Si ella está de acuerdo.
Lucy miró la tarjeta con impaciencia. Luego respondió gentilmente:
—Sí, por supuesto. Gracias, Simon.
Alex atravesó la habitación en dirección a ella y se detuvo para abrazarla suavemente.
—Mañana o pasado mañana te llamaré también a ti —prometió; luego, observó la postal con el hermoso rostro que había atraído la mirada de Lucy—. Es el retrato de Beatrice Cenci pintado por Guido Reni —añadió antes de irse—. Will la envió desde Roma. Le gustaba mucho leer a Shelley.
Ese nombre había aparecido en el reciente y vivido sueño de Lucy. No pudo apartar la vista del retrato.
El médico les pidió que cerraran la puerta con fuerza al salir y partió.
Siân cerró la puerta del piloto con verdadera rabia tras haber conducido en silencio durante veinte minutos.
—¿Era necesario que insistieras con esa llave? No quiero tenerla cerca —le gritó a Calvin, con incontenible emoción—. Siento que alejaba a Will de mí.
—Sí, creo que así era.
Siân le miró boquiabierta.
—¿A qué demonios te refieres?
Calvin vaciló un instante.
—¿A qué te refieres tú?
—A que él estaba tan preocupado por ese objeto que a veces parecía ignorar mi presencia. Se había convertido en una especie de obsesión.
—Siân, yo me tomo muy en serio la… —Calvin cerró los ojos y luego pronunció claramente la palabra— la… maldición. Mi madre me indicó que las mujeres de la familia debían heredar la llave. Will nunca debió recibir la llave. Ella vaticinó que le causaría daño.
—¿De verdad crees que el accidente de Will fue consecuencia de una maldición? —Siân no podía conceder la menor credibilidad a esa idea tras haber vivido mucho tiempo en el seno de una familia cuyos miembros no eran supersticiosos.
—Sí, lo creo —respondió estoicamente Calvin—. Lo digo completamente en serio. El accidente fue demasiado extraño. La niebla repentina. El río. Tú dijiste que él era un motorista consumado. Y murió a causa de un aneurisma craneal. Según entiendo, es como si una antigua herida del pasado regresara para matar. Suele suceder si alguien ha tenido antes una herida en la cabeza y algo la daña otra vez. Así se acciona la bomba del tiempo. —Sus ojos azules la miraban con cierta hostilidad—. No debería haber sucedido, y sostengo con la misma seriedad que lo más probable es que os separarais por culpa de la llave.
Siân se quedó atónita. Estaba disgustada, alterada y completamente sorprendida. Aquella línea de argumentación no la había convencido lo más mínimo. Will era un deportista. Se había caído y golpeado docenas de veces a lo largo de su vida. Ella estaba al tanto de lo del coágulo, y no era una maldición, pero le preocupaba que ese hombre, que ahora se comportaba con ella de modo tan diferente, se creyera de veras lo que decía. Estudió sus facciones en un intento de comprenderle. Sabía que era una persona religiosa, pero jamás le había parecido irracional. Tenía un estricto sistema de creencias, diferente al suyo, por lo cual prefería vivir en otro lugar y pasar sólo algunas noches con ella, pero ahora estaba insinuando que Will y ella se habían separado debido al infortunio que había producido un objeto inanimado. Era ridículo.
Calvin había estado observando sus propios dedos unos instantes, aparentemente mientras trataba de decidir si iba a seguir hablando. Al fin se decidió.
—Esa chica, Lucy, no debería tenerla. Es peligroso. Trae mala suerte. Ha de estar en poder de una persona que sepa qué se trae entre manos. Deberían dármela para que se la lleve a mi madre.
Calvin dio por terminada la conversación sin más explicaciones, cerró la puerta de un portazo y se fue.