Sobre la cama yacían tres conjuntos descarados. Siân quería irradiar ese día una sensación de seguridad de la cual carecía por completo. Era estilista profesional y parecía tener un don a la hora de elegir un atuendo que ocultara su preocupación y le otorgara un aspecto impasible, aunque necesitara invertir tanto tiempo como para urdir la portada de Vogue. ¿Qué le sucedía ese día? No podía realizar la hazaña de adornarse sin esfuerzo.
Irían a pie desde Barnes Common hasta Mortlake a petición de Calvin. ¿Zapatos bajos o botas? Luego estaba previsto que almorzaran en un antiguo pub situado en la orilla del río. Debía usar algo práctico, sin dejar de ser femenina. No iban a comer en The Ivy. Además, hacía mucho frío a pesar de que estaban a principios de noviembre. Su novio debía causar una buena impresión. Era la segunda vez que el mejor amigo de su examante se encontraba con ese hombre relativamente «nuevo» en su vida, y eso le causaba ansiedad.
Su máximo temor era la reprobación de Alex. Le preocupaba que él considerara erróneo el hecho de que hubiera reemplazado a su excepcional hermano por un primo al cual había visto sólo una vez, en el funeral de su hermano, cuando todos estaban conmocionados, demasiado atónitos para razonar.
Tenía la sensación de que Alex se había mostrado demasiado frío con Calvin. Ella intentaba tranquilizarse pensando que quizás él tenía la cabeza en otro sitio, a pesar de que ese mismo día había pronunciado el panegírico, un discurso cálido, sutilmente humorístico, frente a una iglesia colmada de gente, sin que le temblara la voz, con una cadencia intensa, y había logrado que incluso el deprimido Simon, sentado junto a ella, le mirara con admiración y le escuchara con un gesto cercano a la sonrisa. Siân aún lloraba al recordar las palabras finales, las que versaban sobre que estamos hechos de la misma sustancia que los sueños y nuestra vida está envuelta en uno. Will solía recitarle esos versos de La tempestad. Tal vez había presentido su destino. Sintió un nudo en la garganta, pero logró atajar las lágrimas haciendo un gran esfuerzo. Habría sido demasiado para ese día.
Sonó el portero electrónico. Se oyó la voz de Calvin, anunciando que subía. Tenía que decidir y tratar que relajarse. Se puso una chaqueta rosa con botones de distintos colores en los puños y le sujetó una rosa de seda a la solapa. Siân tenía un aspecto peculiar y a la vez elegante, con el que se sintió conforme.
—Will me dejó, no pueden culparme porque haya otra persona en mi vida. Alex siempre ha sido muy bondadoso, no puede hacerme sufrir por esto —susurró para sí con un hilo de voz…
… pero sentía una ansiedad y un nerviosismo imposibles de ocultar.
A las once, Alex rescató a Lucy de su solitario domingo. Notó que los malos espíritus del viernes por la noche habían huido. Su cabello oscuro estaba recogido en una alta cola de caballo anudada con un pañuelo, que le daba un aspecto recatadamente sensual, pero sin duda encantador. Él la tomó suavemente de la mano y la condujo hasta el coche. Conversaron con despreocupación mientras Alex, en previsión de que el encuentro con sus amigos pudiera intimidar un poco a la joven, le explicaba que la invitación había surgido de un primo al que, en realidad, casi no conocía. Este deseaba verle antes de regresar a los Estados Unidos.
Alex tenía una agenda muy apretada y ese era el único día posible para el encuentro a pesar de que todavía faltaban unas semanas para el regreso. Él no se había detenido a pensar cómo se sentía, hasta el momento no tenía reparos.
Simon le saludó en cuanto aparcó en Woodlands Road, detrás de su llamativo vehículo con tracción a las cuatro ruedas. Lanzó un silbido de admiración nada más vera a Lucy, que caminaba hacia él del brazo de Alex. Los hombre se estrecharon la mano con firmeza. Alex efectuó las presentaciones. Simon no entendía por qué los médicos siempre tenían tan buena suerte.
—¿Nos conocemos? —le preguntó Lucy de inmediato. Le agradó la expresión franca e inteligente de Simon.
—Sin duda lo recordaría. —No siempre era posible contar con la caballerosidad de Simon. Al igual que Will, tenía una mirada crítica y un ingenio irónico que se negaba obstinadamente a someterse a las convenciones sociales, pero esta dama era demoledoramene bella y él agregó con honestidad—: Pero estoy encantado de conocerla ahora.
Ella le sonrió con naturalidad y se sintió a sus anchas mientras caminaba entre él y Alex.
—Siân y Calvin estarán en algún lugar cerca de la laguna de los patos —comentó Alex plácidamente. No obstante, Simon se preguntaba cómo se sentiría por dentro.
—Estoy ansioso —respondió Simon—. En el funeral apenas hablé con él.
La joven permaneció en silencio. Había tenido noticia, de labios de Amel, de la horrenda muerte que se había producido recientemente en la familia de Alex y suponía que quizá aún no se habían disipado los fantasmas, pero él no había mencionado aquel asunto y ella no le conocía lo suficiente para sacar el tema a colación, decir que lo sabía y expresarle cuánto lo lamentaba. Esperaría una ocasión en la cual, si el estado de ánimo era propicio, una copia de vino le animara a hablar con ella. Esa ocasión y esa confidencia indicarían un cambio.
Los hombres conversaban mientras paseaban por el Common hasta que divisaron a una pareja que se dirigía hacia ellos desde la laguna. Lucy se puso tensa cuando se acortó la distancia y pudo verles las caras. Tras efectuar las presentaciones pertinentes, Alex fue sumamente cortés, y abrazó afectuosamente a la chica. Simon también la besó con cariño y mantuvo un comportamiento correcto con el novio, aunque tampoco parecía simpatizar con él. A Lucy le causaba rechazo. Podía decirse que era un hombre de buena planta. Tenía el cabello rubio, muy limpio. Estaba elegantemente vestido, con una chaqueta color chocolate, pantalones color caqui y una camisa informal, pero por desgracia, aunque fuera primo de Alex, le inspiraba cierta desconfianza.
Sin embargo, encontró fascinante a su exótica acompañante, a la que le calculó un par de años más que ella. Tenía rizos rojizos, la estatura de una modelo y un magnetismo inefable, parecía una pintura de Rossetti que había cobrado vida. Era una persona extravertida a juzgar por su aspecto, aunque también expresaba cierta vulnerabilidad. Lucy percibió sufrimiento en ella, y se preguntó cuál sería el motivo.
Siân, por su parte, miró detenidamente a Lucy y en un segundo decidió que le agradaba lo que veía. Las mujeres solían ponerla nerviosa, se sentía mucho mejor entre hombres, pero esa cautivante belleza clásica, tan distinta de la suya, con sus enormes y cariñosos ojos, le infundió confianza, reconoció en ella una esencia bondadosa. Le alegraron tanto la presencia de la muchacha como la posibilidad de que sucediera algo especial en la vida de Alex. Se había aislado por decisión propia desde el divorcio, y ese día se le veía relajado y dichoso, elegantemente vestido con una camisa rosa, un suéter celeste grisáceo y unos vaqueros. Siân sonrió complacida.
Lucy estaba tan absorta en sus impresiones que no había prestado atención a la conversación. Comprendió que Calvin estaba explicando la relación familiar. Sus respectivas abuelas eran hermanas, una había viajado a América y la comunicación entre todos los miembros de la familia se había limitado a una esporádica correspondencia.
—Recuerdo que mi madre le escribía a una prima que vivía en Nantucket, según creo.
Alex nunca había hablado sobre su familia, el tema le interesó a Lucy y volvió a escuchar lo que decían.
—Sí, cierto. La abuela conoció a mi abuelo cuando él estaba en París, y ella estudiaba pintura, o perfeccionaba su francés, no lo sé exactamente. Fue un amor a primera vista, de acuerdo con la mayoría de los relatos, y ella lo siguió cuando regresó a los Estados Unidos. Nantucket fue el lugar que albergó a su gran familia. Mi madre y su familia paterna aún viven allí.
—¿Cómo llegaste al Medio Oeste? —inquirió Alex. Recordaba que Siân había dicho que vivía en Kansas.
—Allí está la universidad donde estudio.
Simon había prestado atención a sus zapatos caros y su estilo Hamptons. Imaginaba que era un graduado en administración de empresas.
—¿Qué estudias? —le preguntó.
—Teología —respondió Calvin dedicándole una sonrisa. Simon intentó no molestarse al ver la hilera de dientes perfectos.
Alex contuvo la risa. Un primo de Will y mío relacionado con la Iglesia, pensó.
Una idea parecida parecía divertir a Simon, que comentó:
—Muy bien.
Calvin no detectó ironía alguna en sus palabras.
Alex los invitó a ir hacia White Hart Lañe y les pidió a todos que caminaran hasta The Ship mientras él llevaba a Lucy en coche. No iba a repetir el error del viernes por la noche exponiéndola al aire libre. Ella protestó.
—Por favor, no te preocupes por mí. Sabes que entreno en la cinta de correr y cubro a pie el trayecto desde Battersea hasta el hospital cuando hace buen tiempo. Me conviene el ejercicio —insistió, desafiando al médico a contradecirla con una mezcla de dulzura y firmeza.
—Sí, pero con moderación —replicó Alex. Se negaba a ser desautorizado. Ella se rindió ante su protector y él se dirigió hacia el automóvil.
—¿Has estado enferma, Lucy? —preguntó Siân con genuina preocupación.
—Me hicieron un trasplante de corazón hará cosa de un par de meses, pero debo valerme por mí misma, no quiero que me protejan en exceso.
—Si estuviera en tu lugar, lo disfrutaría —le aconsejó, tomándola del brazo—. A Alex le encantará cuidarte. Se le da muy bien.
Alex y Lucy se fueron en coche mientras los demás paseaban con garbo por el sendero que iba hacia el río. Cuando volvieron a encontrarse, diez minutos después, Alex y Lucy estaban cómodamente sentados ante una mesa redonda ubicada junto a la ventana, con vistas al agua. Él le hablaba sobre la perspectiva, opuesta a la que tenían desde el barco.
—¡Qué lugar tan hermoso! —exclamó Calvin con entusiasmo, apartando de la mesa una silla para que Siân tomara asiento.
—Solíamos venir aquí en marzo, a esperar que se declarara la guerra entre los hermanos —dijo ella—. Will estaba en la UCL, pero apoyaba a Oxford en la regata sólo para fastidiar a Alex, que se graduó en Cambridge. Nunca reaccionaste, Alex, aunque Will festejó ruidosamente las dos últimas regatas que ganó Oxford.
—Anotad el día de la regata en vuestros calendarios y reservadlo —aconsejó Alex. Estaba atrapado entre emociones contradictorias, pero logró reír—. La vista del Támesis es un buen tónico, incluso en invierno —comentó mientras servía en las copas el vino que había estado esperando, pasando por alto la suya, llena de agua mineral.
—Alex, ¿vas a trabajar más tarde? —Siân estaba acostumbrada a sus almuerzos abstemios, raramente se quejaba.
—Únicamente si me llaman, pero es igual.
—Supongo que por eso los médicos beben desenfrenadamente, ¿no, Alex? —sugirió Calvin, mirando a los presentes con seriedad. Alex se limitó a enarcar una ceja.
Lucy y Alex conversaron acerca de las mejores opciones para ella en cuanto les dieron la carta del menú. Debía evitar las ensaladas y cuanto pudiera haber sido recalentado. Ella se decantó por el pollo asado.
—¿Por qué querías venir aquí? —quiso saber Alex, dirigiéndose a su nuevo pariente con entusiasmo—. ¿Qué te atrae de Mortlake Church?
Calvin entrecruzó las manos, miró abiertamente a Alex e hizo una histriónica pausa que estuvo a punto de provocar la risa de su primo.
—¿Sabes algo acerca del doctor John Dee?
—¿El astrólogo de la reina Isabel I? No mucho. Creo recordar que tradujo Los elementos de Euclides o al menos prologó el libro. Fue el primero en enseñar las teorías de Euclides en Europa después de la época clásica y se dice que Shakespeare le utilizó de modelo para su personaje Próspero en La tempestad. Una extraña mezcla de ciencia y magia. ¿Es correcto?
—Lo es, pero ¿sabes que somos parientes suyos? ¿Te lo dijo tu madre?
—No, en absoluto. ¿Estamos emparentados a través de él?
Simon se acodó para no perderse detalle de la conversación. Miraba fijamente al estadounidense.
—A través de la línea femenina, sin duda —respondió Calvin con inesperada firmeza.
—Entonces nuestro parentesco puede rastrearse a través del ADN mitocondrial —comentó Alex con gracejo mientras miraba a Calvin, pero este apenas prestó atención a la ocurrencia pues parecía estar sopesando algo en su fuero interno y no quería apresurarse ni cometer un error.
—Creo que tu hermano había heredado algo de tu madre. Algo que había pertenecido a Dee. En realidad, a su hija Katherine. Me sorprende que no lo sepas, Alex.
Lucy advirtió que Simon apretó un poco las manos. Se esforzaba por ocultar su agitación.
—Perdón, Calvin, ¿de qué época estás hablando? ¿El reinado de Isabel? —preguntó ella.
—Sí, Dee vivió durante el largo reinado de Isabel y murió a los pocos años de que el nuevo monarca ocupara el otro, pero Jacobo no tenía tiempo para dedicarle. Sus mejores años fueron los de la Reina Virgen. Está sepultado aquí, en St. Mary. Por ese motivo he creído que es un lugar apropiado. Después, me gustaría ver la iglesia.
Los ojos verdes de Alex le observaban con serenidad, no dejaban ver sus pensamientos o emociones. Desvió la mirada hacia Siân al oírle decir enfáticamente:
—Entonces es esa llave que Will recibió cuando Diana murió. ¿Te refieres a eso?
—Tal vez. Posiblemente. Lo sabría si la viera —dijo, tratando vanamente de conferir a sus palabras un tono despreocupado, y miró nuevamente a Alex—. Supongo que no sabes qué ha sido de ella.
Aunque solía ser una persona muy reservada, Alex reaccionó instantáneamente ante la pregunta, ocultando así que su respuesta era deliberada. Cogió rápidamente algo que llevaba en el bolsillo de la camisa: pendía de una cadena frente a sus acompañantes. Tres pares de ojos quedaron hipnotizados por el objeto.
—La tengo yo —dijo suavemente.
Siân observó la llave como si se tratara de una aparición fugaz. Las manos de Will estaban allí, con ella, exhibiéndola reverentemente. Pero le emocionaba especialmente que Alex —habitualmente un hombre tan aplomado— tuviera algo que perteneció a Will, un eslabón inextricable. Era una revelación ver a Alex con semejante objeto. Sintió deseos de llorar.
Calvin hizo un esfuerzo denodado para evitar que el temblor de manos le delatara. Quería tocarla, pero antes de que pudiera hablar, Lucy, que había sido una simple observadora durante la mayor parte de la conversación, alargó una mano hacia ella y la acunó en su palma.
—¡Alex, es hermosa! ¿Puedo tenerla?
Él sonrió algo, sorprendido por su fascinación. Era una simple llave de plata, antigua tal vez, aunque modestamente decorada con un minúsculo grabado y una pequeña perla. Él se la entregó gustoso. Ella la recibió en la palma de la mano y cerró los dedos en torno a la reliquia, también sus párpados se cerraron. La luz del sol jugaba en sus largas pestañas oscuras, Lucy era parte de esa luz.
El tiempo parecía haberse detenido. Calvin trataba de encontrar una manera de pedir la llave, pero Alex estaba conmovido por algo intangible que percibía en el rostro de Lucy.
—¿Te gustaría conservarla por un tiempo?
Sus propias palabras le sonaban ridículas, sentía que violaban una instancia etérea, pero se sintió obligado a pronunciarlas. Ella le asintió en silencio para no romper el hechizo. Con una mirada que Alex nunca había visto, pero que esperaba volver a ver, le dijo claramente que sí y le transmitió otras emociones que él no podía denominar.
Simon fue el único que no miró con ojos desorbitados cuando Alex mostró la pequeña llave. Había estado observando a Calvin, a quien ahora veía debatiéndose interiormente. Decidió formular una pregunta muy práctica.
—¿Alguien sabe qué abre esa llave?
—Es la joya más preciada de la familia —respondió Calvin con fervor—, pero no sabemos de qué se trata —agregó, mirando brevemente a Alex antes de seguir observando la llave en poder de Lucy—. Se supone que la llave trae mala fortuna si no pasa de madre a hija, ¿lo sabías?
—Pues no —repuso con seriedad. Talismanes y maldiciones no formaban parte de su vocabulario—. Mi madre se la legó a Will y lo que pudiera haberle dicho es un secreto entre ellos —sentenció—. Parece que tú sabes mucho más que nosotros —agregó, con tono burlón.
—Mi madre me dijo que debía pasar de madre a hija, creemos que quizás a una sobrina si no hubiera hijas. De otro modo, algo malo podía suceder, se supone que eso rompería una cadena.
La expresión de Lucy era un desafío mudo para Calvin. Ella no dijo una palabra.
—En fin, no tiene demasiada importancia si no podemos encontrar el escritorio, la puerta o la caja que abre. —Siân sintió la necesidad de atenuar lo que estaba sucediendo. Sin duda, quería que Alex conservara la llave. Will había perdido muchas horas de sueño por ella desde la muerte de Diana y Siân la asociaba tristemente con su propio dolor por esa muerte e incluso tal vez con la obsesión que había despertado en Will y había provocado su separación. Permanecería con Alex: él, a diferencia de Will, no permitiría que le acechara como un fantasma.
Llegó el almuerzo y alivió la tensión. Calvin no consiguió que se volviera a hablar de la llave ni de la maldición a pesar de sus decididos esfuerzos. No tenía apetito y se alegró cuando llegó el momento de ir a la iglesia.
Fue incapaz de resistirse mientras paseaban y abordó el tema directamente con Alex.
—La llave debería estar acompañada por algún documento que, según recordaba mi abuela, aún estaba intacto. Según creo, allí se menciona la ubicación de aquello que abre la llave.
—No estoy al tanto, pero revisaré los papeles de Will. El encargado de la investigación aún tiene algunas de sus pertenencias —contestó Alex, simulando indiferencia, y por primera vez ocultó algo de lo que sabía.
Cuando abrió la puerta de St. Mary, preguntó:
—Entonces ¿qué sabes del doctor Dee? ¿Por qué debemos recordarlo?
Antes de responder, Calvin observó la pequeña iglesia, cuyo interior parecía soleado y, aun así, opresivo. Por el rabillo del ojo vio que Lucy había percibido de inmediato esa atmósfera. Mantenía la mano firmemente apretada contra el pecho. Él quiso hablarle, pero no deseaba comportarse groseramente con Alex.
—Fue la primera persona que empleó la expresión «Imperio Británico» y ayudó a los barcos de la reina a descubrirlo, utilizando sus mapas. Poseía una gran biblioteca, una de las más grandes de Europa. Su colección de libros incluía más de tres mil volúmenes y raros manuscritos mientras que tu Universidad de Cambridge tiene unos trescientos libros. Hay quien equipara el saqueo y la dispersión de la misma al incendio de la biblioteca de Alejandría.
—Sí, ahora que lo dices, recuerdo que algunos volúmenes están en el Real Colegio de Médicos. Esa biblioteca debió de ser la inspiración para los libros de Próspero, sin duda —apostilló Alex, que a sabiendas desvió el tema hacia un terreno poco conocido por su primo.
—También fue el primer James Bond, por denominarlo de alguna manera —continuó Calvin—. Uno de los espías del grupo de élite de Walsingham. Entre ellos se contaba sir Philip Sidney, el yerno de Dee, a quien él mismo instruía. El código personal del doctor Dee era «007». Los ceros eran el símbolo que lo calificaba como «los ojos» de la reina, a lo cual se sumaba el poder espiritual del número siete, que era un dígito sagrado, por supuesto y además tenía un significado personal para Dee, pero lo más interesante es que él y un hombre llamado Kelly practicaban la alquimia —prosiguió Calvin aclarándose la garganta—. Y también podían hablar con los ángeles. Se rumoreaba que así habían tenido acceso a secretos increíbles. —Calvin miró a Alex—. Algunos aún lo creen.
—¡Quizá tú seas uno de ellos! —exclamó Simon, que había escuchado el relato del norteamericano.
Su ingeniosa réplica provocó una nueva sonrisa por parte de Alex y le alejó del extraño estado de ánimo en el que había caído poco antes. Se había ensimismado en la adorable visión de Lucy, que miraba detenidamente el altar principal, como si hubiera perdido algo, con la actitud reverente de un niño. Ha sido un día verdaderamente placentero, pleno de diversión y entretenimiento imprevisto, se dijo Alex, y sonrió abiertamente, sumido en sus pensamientos.
—Qué agradable es guarecerse en este lugar tan lleno de sosiego.
Katherine Dee encuentra un refugio donde protegerse del frío, inusual para un día de noviembre. Susurra esas palabras mientras cierra la pesada puerta de la iglesia y se desliza silenciosamente hacia el interior. Aún no ha cumplido treinta años, su carácter es tan bondadoso como firme, posee una sabiduría excepcional para su edad, le agrada huir del frívolo alboroto de los juerguistas y de los bailes de la feria al aire libre que se realiza con motivo del día festivo. Katherine suspira, cierra los ojos mientras recupera el ritmo normal de su respiración. Percibe un tenue olor a incienso y el aroma de las tardías flores otoñales que decoran la iglesia para la celebración del Día de los Fieles Difuntos. La gente permanece fiel a la tradición de los abuelos a pesar de que durante el reinado de la gran reina Isabel se han fusionado las festividades de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos. Todavía traen pasteles y otros alimentos como ofrenda a las almas de los seres queridos que han muerto, y siguen rezando por los fieles. Ella también lo hará.
Le conmueve ver ese espacio vacío. Todos han abandonado ya la iglesia para entretenerse con las actividades, la comida y la música que llena High Street. El oficio religioso ha finalizado hace largo rato. Katherine camina velozmente hacia los peldaños del altar y se arrodilla para depositar allí un ramillete de hierbas y flores recogido de entre las últimas ofrendas que encontró en el jardín de su casa mientras se dirigía a la iglesia. El romero aún crece con vigor y algunas clavellinas han sobrevivido, al igual que una rosa de Damasco —del color favorito de su difunta madre, entre amarillo y rosado— que ha florecido tardíamente. Ha desafiado milagrosamente la helada de esa mañana, posterior a la fría noche de luna nueva.
La mujer saborea la quietud del lugar antes de sentarse llena de paz a los pies de la tumba paterna. Observa la brillante lápida metálica colocada hace poco, una donación hecha por sus mejores amigos. Katherine piensa que habría sido del agrado de su padre, ya que a su alrededor hay un resplandor, un efecto alquímico que transmuta la piedra descolorida en un material dorado y brillante.
—La placa es preciosa, de veras, señorita Kate.
Se sobresalta al oír la voz del sacerdote que se aproxima a ella. La mujer asiente tranquila al ver su rostro familiar. Él mira atentamente las flores.
—Las clavellinas son para un ser muy querido —explica Kate—. Solía macerarlas en vino para aliviar su dolor en sus últimos días.
El vicario mira con tristeza a la muchacha que ha dedicado los años de su juventud a ese hombre eminente pero arruinado. Se pregunta cómo serán sus días ahora que han pasado sus oportunidades de casarse.
—¿Has traído romero para honrar su memoria, Kate?
Ella asiente y medita antes de seguir hablando.
—No obstante, la rosa era su favorita, su perfecta compañera. Simboliza el anhelo de toda la humanidad por alcanzar la sabiduría divina. —Kate mira al joven coadjutor directamente a los ojos, preguntándose si dirá algo en contra, de acuerdo con su propia teología, algo distinta de la suya, pero él sigue silencioso y ella continúa—: El único camino hacia esa sabiduría es el amor, y el conocimiento. La rosa expresa el significado del universo. En verdad, el significado del universo puede explicarse por medio de una rosa como esta. Comprender el misterio de la rosa equivale a comprender la esencia del universo. A través de su sencilla perfección podemos convertirnos en seres más perfectos.
Ella le mira, pero sus palabras no se dirigen a él, atraviesan el tiempo y el espacio.
—Para entender las posibilidades de la rosa, la humanidad debe desarrollar su capacidad de amar hasta amar a todas las personas, todas las criaturas, a todo aquello que es diferente y ajeno a nosotros. Debemos ampliar nuestra capacidad de saber y comprender por medio de la amorosa inteligencia del corazón.
Kate sonríe al hombre, que se siente hechizado por un afortunado encantamiento. Ella deja las flores en la tumba de su padre, hace una silenciosa reverencia y se marcha.