9

Crabtree Lane descendía hacia el río y durante los fines de semana se convertía en un pequeño remanso de tranquilidad que era la viva antítesis del frenesí, a pesar de su céntrica ubicación en la capital. Esa helada noche de octubre, una ligera niebla flotaba en la orilla. Alex aparcó su vehículo en el exterior de una casa antigua que había sido testigo de los escarceos amorosos de Carlos II, en el transcurso de los cuales llevó de paseo por el Támesis a sucesivas amantes, más de trescientos años antes. Él y Anna habían comprado la vivienda de enfrente hacía ocho años, cuando ella estaba embarazada de Max, contando con la ayuda de los padres de ambos para hacer frente al pago inicial. El edificio se hallaba cerca del trabajo y del río, lo cual le encantaba. Y también tenía cierto aire campestre que había fascinado a su esposa. Madre e hijo habían permanecido en ella, y ocasionalmente Alex deseaba que los tres, Anna, Max y la casa con los dos bellos árboles, todavía fueran suyos para vivir allí. Eso no significaba que antes no los hubiera apreciado, pero su vida de médico especializado en la donación de órganos y dedicado a la investigación le exigía dedicación e incontables horas, que él entregaba a esa tarea sin advertir el deterioro de su vida familiar ni el hecho de que no prestaba la debida atención a su joven esposa y a su hijito. Ella nunca fue especialmente vengativa, jamás le obligó a reconocerse culpable de aquello que sabía que no podía cambiar, pero un día, al despertarse, descubrieron que su relación los había superado. No hubo demasiada hostilidad ni peleas sobre la custodia del hijo o su manutención, sino la tristeza residual de que dos personas inteligentes no pudieran evitar los peligros de una vocación que los abocaría al fracaso.

Max era un chico alto para su edad, con ojos de un color verde castaño similares a los de su padre. Se abalanzó hacia la puerta cuando Alex tocó el timbre para llevárselo el fin de semana.

—Tengo que mostrarte algo asombroso —exclamó, y comenzó a arrastrar a su padre por las escaleras antes de que pudiera quitarse el abrigo—. He estado jugando con los nuevos Sims que me trajiste. No te vas a creer lo que hacen, papá.

Anna apareció antes de que el muchacho pudiera llevarse al recién llegado. Su cabello rubio estaba cuidadosamente recogido y estaba vestida con sencillez y elegancia, con una larga camisa color crema, ceñida por un cinturón, y un pantalón del mismo color. Todo indicaba que estaba a punto de salir, pero Alex se alegró al comprobar que no parecía tener prisa.

—¿Has terminado de trabajar por hoy, Al? ¿Puedo ofrecerte una copa de vino?

Parecía preocupada por su exesposo, a quien respetaba enormemente como persona y como padre. Tenía aspecto abatido, como si no hubiera dormido una noche entera durante todo un mes, lo cual era probable, pero Alex no hablaba con nadie de lo que habitaba su mente o su corazón cualesquiera que fueran los demonios que le rondaran. Tenía la costumbre de seguir sus propios consejos. En opinión de su esposa, era su mayor defecto.

—Acepto, Anna, gracias. Parecía que el día de hoy no se iba a acabar en la vida —admitió Alex y fue hacia la cocina con ella—. Papá me llamó para decirme que había mantenido una conversación informal con el policía a cargo de la investigación, aunque todavía le falta un par de meses para completarla. No he parado de trabajar desde las seis de la mañana y esta noche debo clasificar las últimas cosas de Will que están en mi apartamento. He estado tropezando con ellas, debería donar algunas. Además, hoy la compañía aseguradora nos devolvió la moto. Está bastante bien, pero no logro decidir qué hacer con ella. De pronto imagino que la llevaré nuevamente al campo y luego pienso en venderla. Típico de Will, llegaba y nunca se iba del todo, ¿verdad? Desde mayo estuvo entrando y saliendo de mi vida constantemente.

Ella advirtió que su voz sonaba segura, y le alcanzó una copa.

—¿Necesitas ayuda con eso? Será una tarea difícil.

A juzgar por su modo de hablar, Anna no le estaba preguntando si quería hablar del tema, era una oferta concreta. Max seguía colgado de la manga de su padre, no deseaba separarse de él y Anna le comprendía, pero también percibía una posibilidad que se esfumaría en un instante si no lograba que el niño les concediera un espacio.

—Max, deja que papá hable unos minutos conmigo y luego los dos iremos a ver tu juego.

No le resultó sencillo disuadirlo, hasta que mencionó que la casa de los Sims podría incendiarse, o que el esposo perdería su ascenso en el trabajo si él no pulsaba la tecla de pausa.

El muchacho salió disparado y Alex siguió a Anna hacia la sala de estar. Ella la había redecorado recientemente. El estilo campestre que alguna vez había sido su favorito había dado paso a un ambiente despejado y moderno, que le confería cierta liviandad. Lirios blancos en un sencillo jarrón de vidrio, una vela blanca y perfumada que otorgaba a la habitación un aire de santidad, un cuadro al estilo de Ingres en la pared. El fuego estaba encendido y Alex se hundió en un sillón cerca del hogar. Comenzó preguntando por su hijo, quería saber si Max había hablado mucho sobre su tío, cómo estaba afrontando la situación.

—De una manera muy parecida a la tuya —respondió Anna con una mezcla de ironía y tristeza en la voz—. No dice demasiado, salvo cuando le hago una pregunta directa.

Alex comprendió la crítica y trató de sonreír.

—Hablaré con él.

—Por lo que parece, quedan aún muchos asuntos de orden práctico por resolver.

—Todo esto es una pesadilla —repuso Alex con énfasis—. Como sabes, se perpetró un robo en casa cuando papá estaba en el hospital, extraordinariamente sincronizado. —Anna asintió—. La policía cree que fueron unos niños, porque se llevaron un poco de calderilla y algunos CD, nada verdaderamente valioso, como las joyas de mamá…

Anna se había horrorizado cuando tuvo noticia del allanamiento en el funeral. No concebía que alguien fuera tan insensible, pero pronto comprendió que el responsable sencillamente había detectado una oportunidad, una casa vacía, sin dedicar ni un segundo a considerar la dolorosa circunstancia de sus ocupantes en ese momento.

—Las desgracias nunca vienen solas —comentó, parafraseando el refrán.

—… pero ahora nos damos cuenta de que faltan dos o tres cosas. Un par de viejos libros de mamá que estaban en la casa, incluyendo la Biblia que había heredado de la abuela y había pertenecido a su familia a lo largo de varias generaciones. Supongo que es valiosa y absolutamente imposible de reponer. Tenía numerosas anotaciones en los márgenes, a lo largo del tiempo se habían registrado los nacimientos y las muertes de los miembros de la familia. —Anna sacudió la cabeza con incredulidad—. Y un retrato diminuto, siempre habíamos pensado en la posibilidad de tasarlo. En realidad, apenas más que una miniatura. Una mujer ataviada a la usanza del siglo XVI, el estilo del pintor es muy parecido al de Hilliard, aunque no creemos que fuera una de sus obras. Nadie ha dicho jamás de quién podría tratarse. Ahora ya no está. Me consta que mamá le tenía mucho cariño.

—Sí, creo que lo recuerdo, aquel con un fondo azul oscuro que estaba en el escritorio de Diana. Entonces, sabían qué estaban robando, estaban al tanto de cuáles eran los objetos de valor.

—Eso parece. Incluso la policía está revisando su teoría. Además, en el pueblo nadie cree que fuera gente del lugar. Todos opinan que esa clase de cosas no ocurren en Longparish —comentó Alex con una sonrisa triste.

—¿Cuál crees que será el veredicto final del encargado de la investigación, Al?

Anna tuvo que controlar su propia voz. No lograba aceptar la muerte de Will. Habían pasado cuatro semanas y seguía esperando que tocara el timbre en cualquier momento. Era increíble que hubiera muerto una persona tan llena de vida. Era una de las peores pérdidas que le había causado su fracasado matrimonio. Will era el hermano que nunca había tenido. Se mostraba bondadoso y alegre con ella e indulgente con Max, siempre era el primero en acudir en su ayuda si Alex no estaba disponible. Le echaría espantosamente de menos. Sólo Dios sabía cuánto debían de estar sufriendo Alex y Henry.

—Lo más probable es que cierren el caso con la conclusión de que fue una muerte por causa fortuita a resultas de un aneurisma craneal, a menos que lleguen a la conclusión de que Will estaba consciente y una herida previa fue lo que provocó la hemorragia en la cabeza. Eso lo convertiría en un desafortunado accidente, pero están descuidando otros detalles. Las marcas del casco confirman que no iba a gran velocidad. Los investigadores sugieren que fue sólo una desdichada combinación de niebla y cansancio. Aceptar esa hipótesis sería como creer aún que la Tierra es plana.

Anna no logró responder. Estaba de acuerdo con él. Podía imaginar a Will con la columna quebrada, con una pierna rota. Solía cortarse con sus herramientas o quemarse porque conversaba mientras cocinaba. Jamás habría imaginado que pudiera fallar en una curva o chocar contra un puente mientras conducía su adorada motocicleta, lo hacía con estilo. Ella había reído tontamente, como una adolescente, el día que Will llegó para enseñársela.

—Nunca he tenido una moto con la que sea tan fácil hacer piruetas, parece que la rueda delantera puede girar en ambos sentidos, como un yoyó, basta accionar el pedal —les había explicado a ella y a Max—. ¡Mirad!

Y sin decir más había arrancado en dirección a Crabtree Lane, había aumentado las revoluciones y se había lanzado hacia ellos con la rueda en el aire, despertando alaridos de emoción en su sobrino y provocando consternación en los vecinos.

No, Will no habría podido chocar con la moto. La cuidaba demasiado.

—Papá, por favor, ven a ver a los Sims —clamó impaciente Max desde la escalera, estirando interminablemente el «por favor»—. Hice que la familia se parezca a nosotros. Debes verla. Tu Sim incluso olvidó afeitarse bien hoy, tiene un aspecto parecido al tuyo, raro.

La ocurrencia del muchacho era cierta e hizo reír a Anna. Alex se había levantado a primera hora de la mañana para atender a un alud de llamadas y luego había ido tan agobiado de tiempo como de costumbre, por lo que a las cinco de la tarde una sombra de barba le oscurecía las mejillas, algo muy inusual en él. Anna, sin embargo, le veía más atractivo y relajado que el Alex de antaño. Will siempre se burlaba de la extrema pulcritud de su hermano, por lo que habría encontrado la broma de lo más divertida.

—Con ese juego que le regalaste puedes diseñar cada personaje a tu gusto. Así ha reunido nuevamente a casi toda la familia en su ordenador. Es su manera de lidiar con las cosas —explicó Anna, mirando tristemente a Alex. Sabía muy bien que su hijito ya había vivido suficientes situaciones traumáticas en sus primeros años, debido a la separación de sus padres y la muerte de su abuela para poder procesar adecuadamente las noticias acerca de su tío—. Aparentemente, le ha suplicado a alguien llamado «la parca» que resucite a Will. No ha tenido éxito, pero nuestro Max persiste en su petición.

Alex meneó la cabeza, entre divertido e incrédulo. Íntimamente pensaba que era perverso, pero comprendía totalmente el anhelo de su hijo.

—Vamos, Max, muéstrame cómo funciona. ¿Quieres traerte los CD a Chelsea esta noche?

Alex dio un brinco de sorpresa cuando se incorporó para dejar la copa sobre la repisa de la chimenea. El vaso estuvo a punto de caérsele de las manos. Una postal le había llamado la atención.

—¿El laberinto de Chartres? —inquirió al tiempo que fijaba los ojos en Anna a la espera de una explicación.

—Will se la envió a Max. Fue muy extraño, Alex. Llegó el sábado por la mañana, después del funeral. Parece un mensaje de ultratumba. El matasellos es del 19 de septiembre, el día anterior al accidente.

Anna la sacó del sobre y se la entregó para que la leyera. En el reverso había un grupo de cinco cuadrados combinados, como en un rompecabezas.

Nunca sabemos adonde nos lleva nuestro camino. Vendré otra vez aquí contigo en la primavera o en pleno verano, y lo recorreremos juntos. No conozco otra rayuela mejor. Hasta pronto. A Max con cariño Will.

—Me envió una igual, pero desde Lucca, un pueblo de la Toscana —afirmó Alex. Miró pensativamente a Anna—. ¿Puedo cogerla prestada unos días? Me gustaría hacer una reproducción.

Anna abrió los ojos, completamente sorprendida. ¿Alex se había vuelto sentimental? ¿O era sólo que quería reconstruir los últimos días de su hermano? Ambas cosas parecían inverosímiles. Contenta de poder ayudar en algo, depositó la tarjeta en sus manos.

—¿Harás una copia? Max no desearía perderla.

Alex guardó la postal en el bolsillo interior de la chaqueta y subió la escalera para ver a su hijo.

El móvil sonó cuando Alex salía por la puerta en compañía de Max, llevando su bolsa y el programa de los Sims. Anna acarició la cabeza de Max y reprimió un suspiro, temiendo que se hubiera malogrado el plan del fin de semana y que el hospital pidiese que el doctor Stafford regresara de inmediato. Los viernes y sábados eran los días más ajetreados para los trasplantes de órganos, habían destruido sus mejores planes una docena de veces.

—Alex Stafford.

—Alex, soy Siân. —Su voz denotaba nerviosismo.

—¿Estás bien?

Siân eludió la respuesta.

—Alex, hoy es mi cumpleaños —anunció, e hizo una pausa. Alex comenzó a disculparse por haberlo olvidado y con voz amable le deseó un feliz día. Ella continuó rápidamente—. No, Alex, escúchame. He recibido unas rosas increíblemente hermosas —comenzó a decir, y volvió a interrumpir la frase, sin saber qué decir. Alex esperó que siguiera adelante, tampoco él sabía qué debía decir. Al fin ella añadió—: La tarjeta dice… Las envía Will, Alex. Las malditas rosas son un regalo de Will.