8

Lucy sintió la presencia del doctor Stafford incluso antes de abrir los ojos. Él tenía un olor diferente al de cualquier otra persona del hospital, a vetiver, o quizá a bergamota. Ella sonrió con los ojos aún apretados por un rato. Luego los abrió y habló.

—Estoy segura de que nunca he tenido un aspecto mejor que el de hoy —afirmó con una voz pastosa que no reconoció como suya. Se hallaba en la unidad de cuidados intensivos y le dolían algunas partes del cuerpo de cuya existencia jamás había tenido conciencia, pero en la mirada vivaz de Alex advirtió que había logrado transmitir un matiz de ironía. Se sentía agradablemente somnolienta a pesar de los moratones, los cables y las brutales incisiones.

—Tienes un aspecto magnífico para haber pasado sólo ocho o nueve horas desde la operación.

La voz del médico era clara y suave, como de costumbre, pero cansada. Y ella sabía que no decía la verdad. Sin preguntarlo, sabía que se veía tan mal como se sentía. Alex, sin embargo, la observaba con una serenidad que brindaba confianza. Espiando por debajo de la mascarilla estéril, notó que esos ojos estaban desprovistos de su habitual brillo, aunque se esforzaban por atraer los suyos.

Él se acercó.

—Por otra parte, no esperes mi compasión. Esperaba encontrarte levantada, caminando en la cinta de correr. De acuerdo con un mensaje urgente que recibió mi secretaria, la operación estaba programada para el viernes pasado. No puedo creer que quisieras demorarla, o que reconsideraras tu decisión. ¿Qué ocurrió?

Lucy trató de hablar para asegurarle que no había tenido miedo y explicarle el motivo por el cual se había pospuesto la cirugía, pero él sonrió y la detuvo apoyando un dedo sobre sus labios.

—No te preocupes, todavía te duele la garganta, es por el tubo. El señor Azziz me contará toda la historia. Sólo dime si te sientes bien.

Lentamente Lucy recuperó la voz, quería hablar con él.

—Me gustaría poder decir que sí —respondió pausadamente al tiempo que intentaba librarse del efecto de los poderosos calmantes que la sumían en un profundo sueño—. Estoy tratando de aclarar las ideas y decir algo inteligente —agregó, como un gato que se despereza después de dormir largo rato junto al fuego—. Ah, mi corazón, olvidé que… Hoy he nacido, es el primer día de una nueva vida.

—Quizá fuera más correcto decir que ocurrió ayer a primera hora, cuando terminó la operación. Muchas felicidades. Ayer también fue mi cumpleaños, de modo que tenemos algo en común.

Lucy sonrió, ligeramente turbada.

—Una enfermera me dijo que tu cumpleaños fue el domingo, que estabas almorzando en el campo.

—En realidad fue ayer, 22 de septiembre —explicó Alex, sin poder aceptar aquello de «domingo en el campo»—. ¿Todavía estás cansada a causa de los sedantes?

—He dormido mucho, ¿verdad? ¿Llevas un tiempo aquí?

Sus palabras sonaron suaves, pero muy diferentes. A pesar del tubo, movió ligeramente el cuello. Vio que él tenía un libro y que había estado en el sillón, lo cual era inusual, ya que nunca se estaba quieto. Otro rostro cubierto por una mascarilla entró en la habitación y anotó algo en su planilla. Alex la cogió a continuación. Cuando la puerta se abrió, Lucy sintió la maravillosa fragancia de los narcisos. ¿Dónde estaban? ¿Dónde florecían en septiembre? ¿Grace los había traído?

—Quería estar aquí cuando despertaras —le explicó Alex. Se había entretenido haciendo algunas anotaciones mientras esperaba que saliera la enfermera—. El señor Azziz me pidió que me ocupara de algunas cosas antes de tu operación y no pude llegar a tiempo. Sentía que te había defraudado, pero compruebo con fastidio que te las has arreglado muy bien sin mí —bromeó, y obtuvo el deseado efecto de despertar una cálida sonrisa—. Llegué ayer por la noche, pero no me esperabas despierta.

—También los médicos tienen derecho a celebrar su cumpleaños. Y no recuerdo qué sucedió el lunes. ¿Estuviste en los Estados Unidos?

—Habría venido directamente después del almuerzo, Lucy. Es que… sucedió algo. Mi familia me necesitaba.

En la voz de Alex se percibió una momentánea pérdida de seguridad que confundió a la enferma. La frase que acababa de pronunciar era halagadora y enigmática al mismo tiempo, pero la distancia entre los dos se disipó rápidamente, en cuanto él dejó el historial médico en su lugar y volvió a mirarla claramente.

—He controlado tu medicación y he leído el informe y las observaciones. Aún no he visto los comentarios sobre tu operación, pero hablaré hoy con el señor Azziz o el señor Denham. Esta intervención puede tener un resultado totalmente sorprendente. Tu corazón ya no es el de antes, pero quizá sea mejor. Aparecieron dos órganos compatibles en dos días, eres afortunada.

En realidad, ella se sentía como si hubiera sufrido un terrible accidente de coche. Las drogas no lograban enmascarar el dolor agudo. A pesar de que tenía una vaga conciencia de sí misma trataba de distinguir en la cara de Alex Stafford algo que no estaba habitualmente allí. No era capaz de descubrirlo ni de reconocer con claridad al extraño que le había quitado su paz y su serena fortaleza. Tampoco podía intentar falsas expresiones de coraje, su condición física no se lo permitía, era agotador. Sin embargo, hizo un esfuerzo.

—Hoy no te preocupes por nada. No iré a ninguna parte. Necesitas uno de estos —comentó, señalando el suero que goteaba— y dormir. Nunca te he visto tan cansado. Pues sí que has tenido un viaje accidentado.

Aun en medio del ensueño que le provocaban las drogas y a pesar de que la mascarilla le ocultaba la mayor parte de la cara, ella vio con claridad que Alex había pasado en vela varias noches. Era un hombre apuesto, con rasgos bellamente delineados, y siempre amable. A las enfermeras les encantaba hablar de él, pero ese día estaba pálido y tenía los ojos enrojecidos. No era un hombre para invitar a tomar el té.

—Muy bien —respondió él con una sonrisa, agradecido por la aguda percepción de la paciente—. Vendré a verte esta noche, y mañana estarás de vuelta en la unidad de telemetría. Me reuniré con el señor Denham y decidiremos qué antibióticos necesitas para prevenir posibles infecciones posteriores a la intervención —explicó, acomodando el cubrecama—. ¿Te apetece algo? —preguntó. Había recuperado el control de sí mismo. La máscara que ocultaba al hombre detrás del médico sólo se había movido por un segundo—. No podrás comer durante un par de días, de modo que todavía no puedes pedir carne asada y panecillos de Yorkshire.

Lucy era vegetariana, y Alex lo sabía, pero la idea le pareció divertida y extrañamente reconfortante: sus tías solían ofrecerle esa comida cuando era niño.

—No me apetece nada por ahora, gracias. ¿Podré tomar té con limón mañana? Me muero de ganas de tomar una taza de té.

—Mmm… Buena idea. Vas a tener que aficionarte al descafeinado, y sin leche. Supongo que el nutricionista vendrá a verte mañana. Sé que estás acostumbrada a una dieta sin grasas, ahora también tendrás que evitar el sodio. Como la prednisolona aumenta el nivel de glucosa, haremos un seguimiento cuidadoso del nivel de glucosa en sangre.

—Y tampoco puedo comer pomelo a causa de alguna otra droga —se burló la convaleciente. Él ya se lo había dicho y ella le había escuchado atentamente.

—Lo siento, esto no es para cualquiera, son muchas las cosas que hay que tener en cuenta —repuso Alex y rió sinceramente. El sonido de su propia risa le alegró—. Sí, el pomelo está prohibido debido a la ciclosporina. Has estudiado danza durante años, ¿verdad? Dudo que tus hábitos alimentarios nos causen problemas, pero convendría que recuperes un poco de peso —agregó. Lucy estaba extremadamente delgada.

—Buenos días, Lucy King. En realidad, ya es mediodía. —Un enmascarado señor Azziz había aparecido en el quicio de la puerta con sigilo. Vestía una bata blanca de cirugía en lugar de la azul que solía lucir—. ¿Tienes la impresión de haber viajado hasta Ciudad Esmeralda y haber regresado con un corazón nuevo y la bravura de un león?

La precisión con que Azziz pronunciaba cada palabra le confería un tono siempre benéfico.

—Buenos días, querido doctor mago. Me siento… extrañamente apacible.

La enferma estaba radiante: las dos personas del hospital que más estimaba le dedicaban su atención. Se sentía más corpórea. La luz se filtraba por la pequeña ventana de la unidad de cuidados intensivos y se descomponía en los colores del prisma, que le recordaban a su cubrecama de retales. Tal vez fuera un mensaje de la diosa del arco iris para decirle que había vuelto a la vida.

—He tenido un sueño que está más allá de lo que el ingenio de un hombre puede explicar —respondió Lucy con sorprendente dominio.

Las palabras eran más que elocuentes.

Alex y Amel Azziz la miraron muy serios; luego, el cirujano sonrió y dijo a su inmunólogo:

—Doctor Stafford.

Alex comprendió al instante la silenciosa complicidad. A juzgar por su mirada, Azziz estaba al tanto de todo, pero se limitó a decir:

—Me alegra verte. Ven a verme cuando tengas un minuto.

Alex asintió y el cirujano se dirigió a Lucy.

—Bien, ahora te dejaremos descansar un poco más. Creo que podrás salir de la unidad de cuidados intensivos mañana, se te ve demasiado bien para que permanezcas aquí, pero tómate las cosas con tranquilidad. Has dado la vuelta al mundo, por decirlo de alguna manera. Doctor Stafford, estaré en mi oficina.

Sus palabras habían sonado con la serenidad de siempre; después, su figura desapareció en el acto, como si fuera un fantasma. El aroma de las flores flotó de nuevo en la puerta y Lucy volvió a percibirlo.

—Esas flores de ahí fuera tienen una fragancia característica, son narcisos. ¿Sabe si alguien las dejó para mí? No entiendo cómo pueden estar ahí.

¿Junquillos de primavera en otoño? Sin embargo, en Sídney solían florecer bajo mi ventana en pleno invierno.

—¡Menudo olfato tienes! Son de la florería Liberty. Siempre tienen flores de otra estación. Es sólo una manera de disculparme por haber faltado a la función. No puedes tenerlas aquí, pero me alegra que sean de tu agrado. Simbolizan una nueva primavera, Lucy. En uno o dos días regresarán contigo a tu habitación. Ahora, debes dejar de hablar y yo he de permitirte que descanses. Vendré a verte, salvo que me llamen del otro hospital.

Y también él se fue. La convaleciente pensó en el significado de la compra de esas flores y, a través de la bruma de los sedantes se esforzó por comprender por qué eran tan importantes para ella. ¿No era algo fuera de lo común? Se alejó cautelosamente de esa zona peligrosa. Ella era su paciente, sólo una de las personas a las que atendía. Él era igualmente encantador y bondadoso con todos sus pacientes, como ella bien sabía. A su compañera de habitación, la señora Morris, le había llevado un libro la semana anterior y a una enfermera, una planta de orquídeas para su cumpleaños, dos semanas atrás.

En cualquier caso, Lucy raramente expresaba sus sentimientos y se habría alejado si hubiera estado en condiciones, pero dejó que sus sentidos flotaran en el aire perfumado, en una red de ensoñaciones, al final de un arco iris.

La atmósfera del apartamento era sombría y pesada, per una ligera brisa movía la cortina que cubría una ventana abierta. Era un día inusualmente bello de finales de septiembre. La luz del sol penetraba en la habitación y la fragancia de unas rosas blancas que estaban sobre el piano llegaba hasta Siân. El teléfono sonó otra vez y ella se cubrió las orejas. Calvin, con una taza en la mano, corrió presuroso desde la pequeña cocina para responder.

—Hola. Lo siento, gracias por el pésame. Le diré que ha telefoneado. Aún no se ha despertado, no puede atenderle —dijo y escuchó unos instantes antes de interrumpir a su interlocutor—. Sí, puede llamar a su hermano si desea saber cuáles son los preparativos para el viernes.

Calvin recitó velozmente un número de teléfono y se despidió en un tiempo récord.

Siân se asomó y le miró agradecida. Tenía las mejillas llenas de churretes.

—Eres un sol. Estás ocupándote de todo esto en mi lugar. Lo siento. No puedo creer que me haya afectado tanto. ¿Cómo es posible que las noticias lleguen tan rápido?

—Sin duda, es un duro golpe. ¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos? Cuando pierdes a alguien con quien has tenido una relación tan íntima durante años, no es posible hacer como si nada pasara. —Calvin le dio la taza de café y luego cogió su abrigo y sus llaves—. Voy a la tienda, a comprar algo para el almuerzo. ¿Te gustaría un poco de pollo asado y ensalada? —inquirió, e hizo una pausa a la espera de su respuesta, pero ella apenas lo había oído. Él recogió la tarjeta que había llegado con las flores y la puso en sus manos para recordarle—: No olvides que el hermano de Will quiere que le llames.

Calvin estaba a punto de atravesar la puerta cuando sonó su teléfono móvil.

—¡Por Dios! ¿No pueden dejarnos en paz un par de días? —exclamó Siân, ya con la paciencia agotada.

Quería concentrarse en sus propias emociones en lugar de ser importunada por la agobiante solidaridad de sus amigos. Era demasiado. Se había tomado un día libre y de pronto todo el mundo estaba al tanto de sus asuntos. Ella había apagado su teléfono móvil, pero una cantidad de colegas bienintencionados habían logrado comunicarse con Calvin para interesarse por ella. Esta vez, al responder meneó la cabeza indicando que la llamada era para él. La saludó con la mano y cerró la pesada puerta al salir.

—Es un asunto extraño —afirmó con un hilo de voz mientras apretaba el paso para alejarse del frente del amplio edificio Victoriano y evitar ser oído. Esas calles residenciales eran muy silenciosas—. Primero muere mi primo, luego alguien entra subrepticiamente en la casa de su padre. ¿Tuviste algo que ver con todo eso? Comprendo que todos queremos información, pero es demasiado pronto.

—Lo sé, Calvin —respondió la persona que le había llamado, sin exteriorizar sus emociones—. No sé nada sobre eso. Tengo toda mi fe depositada en tu éxito, y también el profesor Walters.

—No temas, Guy. Localizaré la llave. Volveré a visitar a su padre. Insistiré. Veré qué puedo averiguar, pero seamos al menos respetuosos.

—No nos defraudes, Calvin. Creemos que esa llave va a conducirnos a unos documentos de la mayor importancia. Es nuestra oportunidad de conocer toda la historia. A mí me presionan desde arriba. Ya sabes que FW no siempre es un hombre paciente, por mucho que proclame lo contrario.

Calvin advirtió una nota de nerviosismo en la voz de su interlocutor, lo cual resultaba extraño.

—Créeme, Guy. No he invertido tanto tiempo para… —Hizo una pausa para encontrar las palabras apropiadas— terminar con las manos vacías. Soy miembro de la familia, estaré presente el viernes en el funeral. Te llamaré después del fin de semana. No entorpezcas mi tarea. Es un proceso delicado y necesito tu confianza para poder ayudarte.

—Ayúdanos, Calvin. No olvides lo que está en juego para ti.

La comunicación se cortó.

Alex encontró a Courtney Denham analizando los resultados de unos estudios en la oficina de Amel.

—Puedo regresar más tarde —le ofreció, girando sobre sus talones.

—No te preocupes, ya terminé. Te alegrará saber que la operación de Lucy King salió a pedir de boca. Tal vez la compatibilidad de los tejidos con el primer órgano que encontramos era mayor, pero este corazón es infinitamente mejor. Esa chica es una luchadora.

Alex profesaba verdadero cariño a Courtney. Este jamás había perdido por completo aquel acento melifluo, que le delataba como oriundo de Trinidad y Tobago, y siempre cargado de humor, lo cual agradecía sobremanera en aquella ocasión. Era también un eminente cardiólogo.

Denham se acercó a él y le aferró la mano.

—Lo lamento, Alex. Will era un tipo muy especial. Tenía un sentido del humor increíble. Yo le admiraba.

Alex fue incapaz de articular la palabra «gracias», pero se sintió agradecido y le devolvió el apretón de manos. Courtney salió de la habitación.

—No deberías estar aquí hoy, Alex. Le pedí a tu secretaria que te lo dijera. Podemos arreglarnos sin ti por el momento.

—Así es más fácil, Amel. Prefiero quedarme y ser útil. Además, Lucy no tiene familiares en Gran Bretaña, por lo que creo que depende de nosotros más que otros pacientes. El apoyo de los parientes es una parte vital del proceso posoperatorio y es algo de lo que ella carece por completo. Sé que su compañera de apartamento es como una hermana, pero no es lo mismo. Estoy feliz de hacer mi parte.

Otros habrían evitado el tema en atención a la sensibilidad exacerbada de Alex, pero Amel tenía otro punto de vista acerca de las necesidades de aquel.

—Tengo entendido que fue un accidente. ¿Sabes cómo ocurrió?

Alex se sintió extrañamente aliviado al oír la pregunta. Le parecía que no podía hablar sobre eso con su padre, que había perdido a su esposa y su hijo en menos de un año. No había querido responder las preguntas de Alex sobre los informes de la policía y otros conductores.

—Se supone que Will chocó con un puente que cruza un río de aguas caudalosas a causa de la niebla. Sugieren que probablemente estaba cansado y no prestó atención —repuso sin emoción y miró a Amel—, pero a mí me parece casi imposible. Will era muy experto con la moto. Si estaba cansado, demasiado según entiendo, se habría detenido a un lado del camino. Admito que vivía peligrosamente, pero sabía cuál era el límite entre la osadía y la locura.

—Tal vez la niebla desdibujó el límite.

—Él conocía el río y todos los caminos mejor que nadie. Sencillamente, no me creo que cometiera un error de cálculo tan grave. ¿Cómo se explica que alguien haya regresado ileso después de haber recorrido Italia, Francia y Grecia y luego sufra un accidente trágico a pocos kilómetros de su casa?

—¿De verdad crees que no se trata de eso?

Amel miró francamente a su colega y amigo. Estaba dispuesto a apoyar al joven médico frente a cualquiera y defenderle de posibles acusaciones sobre un exceso de imaginación. No era de los que urden teorías conspirativas.

—Me pregunto si otro conductor pudo haberle cerrado el paso. La primera persona en llegar al lugar fue una vecina, le brindó primeros auxilios y avisó a los servicios de emergencia. Informó a mi padre y a la policía de que le parecía haber oído el motor de otro vehículo, aunque no podía asegurarlo. Yo no quiero perturbar a mi familia, pero me parece muy posible que alguien haya chocado contra él y luego se marchara, víctima de un ataque de pánico.

Amel veía que, exteriormente, su amigo y joven colega sobrellevaba muy bien todo aquello, tal y como había hecho cuando murió su madre, unos meses antes, pero en la voz de Alex advertía un matiz de tensión inhabitual en él. Y sabía que no lo admitiría.

—Déjale eso a la policía y llora en paz a tu hermano, Alex —le aconsejó Amel y se acercó a él para apoyar una mano en su hombro—. Lamento no haberle conocido. Todos cuantos le trataron de por aquí hablan bien de él y están conmovidos. Iré al funeral, si me lo permites.

Alex siempre consideró a Amel el hombre más ocupado del planeta, y aquel detalle le emocionó tanto que tardó un instante en reaccionar y darle las gracias.

—Eres muy bondadoso, Amel. Sería estupendo que acudieras si te resulta posible. Es el viernes —dijo Alex, y bajó la vista a las manos—. Apenas tuve tiempo para pensar qué habría deseado Will para su funeral.

—Los funerales son para los vivos, Alex, no para los muertos. Lo importante es qué necesitáis tú, tu padre, sus amigos. Trata de cumplir con la necesidad de decir formalmente adiós. —Amel sabía que Alex no profesaba ninguna religión ni era un hombre creyente. Ya habían conversado honestamente sobre el tema—. ¿Will compartía tu punto de vista con respecto a la religión? Tal vez debería decir… tu falta de fe.

—Creo que Will habría sido más feliz con un testamento escrito por Shakespeare que con la Biblia, pero tenía extrañas maneras de hallar su espiritualidad. En el último mensaje que me dejó hablaba sobre la Biblia de nuestra madre. Y en su cazadora había una postal de Chartres y una copia en francés del Cantar de los Cantares. En realidad, no lo sé.

—Shakespeare está bien para mí. Dejemos que otros hagan sus propias contribuciones. Como sabes, me gusta el consejo de Hamlet a Horacio, cuando dice que podría haber «más cosas en el Cielo y la Tierra…».

Alex sonrió. Sabía que Amel era un gran científico y aun así, también era una persona religiosa. En largas conversaciones se había revelado como un hombre complejo. Alex respetaba los puntos de vista de Amel, aunque eran distintos de los suyos. Él le había sugerido que Alá observaba divertido cómo los hombres intentaban obtener claves que les permitieran desvelar los inmensos secretos del universo, que seguía sus progresos como un padre indulgente, en especial los de Darwin. Para Amel, Dios y ciencia no eran conceptos opuestos. La ciencia le daba algunas herramientas para descubrir sus propios poderes divinos. Y tenía un largo camino por delante.

Alex contempló aquel rostro bondadoso y sabio. Se sentiría feliz de tenerle allí el viernes. Su presencia le ayudaría.