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La lluvia perdió intensidad y Lucy aminoró el paso por primera vez desde que saliera del Physic Garden. El busca volvió a sonar, pero aún no deseaba dar por terminado su momento de libertad; la clínica había sido un lugar más solitario de lo habitual durante la última semana. Por otra parte, en alguna oportunidad ya se había apresurado a volver desde Chelsea u otro lugar sólo para descubrir que se trataba de una falsa alarma. Le había sucedido dos veces en los últimos quince días. Quizá en este caso fuera diferente, pero una parte de ella tenía la certeza de que debía esperar hasta que él regresara.

Recorrió despreocupadamente una manzana de Flood Street. Luego fue hacia la izquierda y siguió por un sendero paralelo a St. Loo Avenue, aun cuando sabía que se desviaba un poco de su camino. Los árboles ya estaban tiñéndose de dorado después de un verano excepcionalmente bueno. Ella adoraba las avenidas frondosas de esa zona, donde se había construido la antigua mansión de estilo Tudor en la cual, a principios de la década de 1540, la propia princesa Isabel había plantado moreras en el jardín. Aún estaban espléndidas, a unas pocas manzanas de allí, cerca de Cheyne Row.

Imperaba la calma en Chelsea Manor Street. Lucy torció hacia la izquierda y siguió por Phene Street, pasó por el pub, que a esa hora atendía a los numerosos clientes que almorzaban allí los viernes. Recordó lo que había oído sobre el doctor Phene, el hombre a quien se le adjudicaba la idea de haber plantado árboles a lo largo de toda la calle. El plan había atraído a la reina Victoria y luego se había difundido por toda Europa. Al menos, es lo que se decía. Tal vez no fuera cierto, pero en el bonito jardín del pub quedaban todavía algunos árboles magníficos que daban testimonio de la visión de futuro del doctor Phene.

Un hombre de unos treinta años que iba hacia el pub le guiñó el ojo sonriendo de una manera franca, atractiva y picara. Lucy sonrió también, halagada. Eso significaba que tal vez no tuviera tan mal aspecto. Se sentía como una niña abandonada, pero a pesar de su salud frágil y aun cuando en los últimos tiempos no había percibido —estaba demasiado achacosa y preocupada— que llamaba la atención dondequiera que fuera.

Mientras se acercaba al enorme paredón que rodeaba el hospital surgió en ella una repentina tentación: como un niño que falta a clase sin permiso, sintió deseos de hacer una verdadera travesura, de no entrar. Allí sus días transcurrían morosos, lejos del mundo real. Constantemente sentía que, como Alicia, no encontraba el camino para salir de la madriguera del conejo. Nada parecía real y debía esforzarse por llevar la cuenta de los días, por saber en qué mes y en qué época vivía. Las horas se sucedían, monótonas. Para obligarse a mantener la mente activa había devorado libros sobre los temas más diversos, Wordsworth, J. M. Barrie, algo de Schopenhauer. En ningún otro momento de su vida había leído tanto. El cubrecama de retales que estaba cosiendo progresaba poco a poco. Todo lo demás parecía suceder a cámara lenta. Aparecían recuerdos de otra vida cuando estaba fuera, razón por la cual en ese momento sintió deseos de permanecer en medio de esa energía en lugar de regresar a su claustro, pero habría sido muy injusta con el maravilloso equipo de gente que cuidaba de ella. Era paciente de uno de los principales hospitales especializados en cardiología de todo el mundo —un instituto médico que estaba a la vanguardia en materia de tecnología— donde habría esperado ser espectadora de un animado espectáculo de vanidades en conflicto y una amable falta de compromiso con los pacientes gravemente enfermos. Ocurrió lo contrario. El señor Azziz era una de las personas más extraordinarias que había conocido y sin importar cuan atareado estuviera con sus cirugías y sus consultas, pasaba a verla con frecuencia para conversar sin formalidades, formularle preguntas personales y demostrar un interés sincero en saber quién era; la enfermera Cook, que parecía ser una persona dedicada exclusivamente a cumplir con su deber, era, sin embargo, increíblemente agradable; y el doctor Stafford nunca daba por terminada su jornada sin telefonearla para conversar simplemente sobre lo que había sucedido ese día en el hospital. Lucy no tenía una familia digna de esa denominación y sus escasos parientes estaban muy lejos, en Sidney, por lo cual el equipo del hospital la había adoptado y parecían empeñados en hacerla sonreír tanto como fuera posible. Estaban francamente decididos a que superara su enfermedad, ponían el mayor entusiasmo en su recuperación, no le permitían flaquear y elogiaban su coraje; de ningún modo podía permitirse defraudar la confianza que depositaban en ella.

En la entrada vio una ambulancia con las puertas traseras abiertas, nada fuera de lo común. No obstante, aunque brillaba el sol, se estremeció.

—Te llevaremos al hospital Harefield, querida. Lo que estabas esperando, si no me equivoco —le dijo él con una sonrisa amable, como si tuviera en sus manos las riendas de Pegaso y estuviera listo para llevarla volando hasta la luna.

Ella trató de corresponder a su entusiasmo, pero se sintió súbitamente muy pequeña y sola, no encontraba el menor romanticismo en aquello que tenía por delante.

No despegó los labios. Desapareció tras la gran puerta de entrada.

Quienes habían comenzado el fin de semana con algunas horas de antelación y deseaban comer atestaban el Phene Arms. Aunque el clima había intimidado a la mayoría de los clientes, Simon fue hacia el jardín en busca de más espacio. Verificó con la mano que los asientos no estuvieran demasiado húmedos y eligió una mesa que parecía seca al tacto, bastante protegida, debajo de un árbol. Mientras tomaba una cerveza, escribía en una postal donde se veía la bandera de Gran Bretaña: «Bienvenido a casa. Seguramente habrás visto la cita de Sueño de una noche de verano. ¿Qué significa? ¿Hay un jardín secreto con una llave en un muro?». No tuvo tiempo de completar lo que deseaba redactar cuando en el quicio de la puerta apareció una figura alta y esbelta, vestida con un impermeable blanco y unos vaqueros a la moda. Guardó la postal en el bolsillo con ademán discreto.

—Eres un verdadero espartano, Simon —dijo Siân antes de doblar el abrigo y depositarlo sobre el asiento para protegerse de la humedad.

—Me alegra verte, bombón —repuso con cierta suficiencia para dejar claro que el apelativo habitual y el tono amistoso estaban totalmente exentos de intenciones seductoras. Trataba de aplacar la ligera ansiedad que le producía la cita para almorzar con una mujer tan atractiva que había sido la novia de un amigo. Todo en ella rezumaba sensualidad y el perfume característico de la mujer evocaba una habitación llena de lilas y jazmines exóticos. Él se sentía un poco culpable.

—Pareces el peligro del barrio. ¿Qué has hecho en los últimos tiempos?

—El trabajo me ha desbordado. Hago muchas cosas a la vez, pero después de haber pasado tanto tiempo inactiva es bueno un periodo de actividad frenética. No he parado un momento, pero al menos mi cuenta bancaria ha recuperado su equilibrio. Creo haber logrado todo aquello por lo que he trabajado, sin duda es magnífico. La semana pasada estuve en las islas Seychelles trabajando en un anuncio de publicidad que me absorbió por completo.

Simon era un periodista serio e incisivo, y si bien viajaba a menudo por motivos de trabajo, sus tareas nunca le habían llevado a lugares tan exóticos y exclusivos como las islas Seychelles.

—¿Fue muy penoso? —inquirió Simon con exagerada ironía.

Ella soltó una carcajada. Él se alegró de verla tan animada y enérgica, ya que había temido encontrarla triste y llorosa cuando recibió su llamada para acordar esa cita. Y como sabía muy bien que Will regresaría al día siguiente, su mente había armado una lista con los favores que ella podía pedirle. Sin embargo, parecía tranquila.

—Es raro, ¿verdad? No tenía iniciativa cuando estaba con Will, parecía un autómata. Como siempre creí que mi trabajo le disgustaba, dejé de valorar mi carrera, pero tú sabes que soy una buena diseñadora. No me asusta trabajar mucho. Además, si el trabajo es interesante, es una buena manera de ocupar el tiempo. No es un sacrificio —explicó con una risita nerviosa, mientras con un dedo retocaba sus labios cuidadosamente maquillados—. Ni siquiera cuando implica pasar horas adaptando el escote de la modelo, como me tocó hacer la semana pasada en ese lugar paradisiaco. Me pagan bien por ello. Dios sabe cuánto necesito el dinero ahora que tengo que valerme por mí misma.

—Mmm… Estás decididamente radiante, Siân. Diría que otras cosas están saliendo bien, además del trabajo.

Simon se animó a descubrir qué había detrás de todo aquello. Era compañero de Will y le debía lealtad, pero no podía evitarlo: Siân le caía bien, valoraba sus cualidades, deseaba que superara el dolor de la separación. No era fácil estar enamorada de un hombre como Will, y sabía que su amigo también deseaba que ella siguiera su propio camino y volviera a ser feliz.

Siân miró su copa de Chablis. No sabía cómo se lo tomaría Simon, pero quería hablar sobre el asunto, quería que un amigo de Will le diera tácitamente su aprobación.

—Es algo nuevo, una especie de… —Simon asintió, alentándola a continuar. Ella tenía la cabeza apoyada en el brazo. El lenguaje de su cuerpo era encantadoramente seductor. Prosiguió sin mirarlo—. No sé cómo acabará la cosa, pero él es muy especial, muy tierno. Tal vez no sea lo que habitualmente prefiero, pero es fascinante. Aún no puedo definirlo bien. Acaba de regresar de Estados Unidos, me parece que estuvo en la costa este, aunque creo que estudió algo en el Medio Oeste, en Kansas. Está haciendo una investigación para su tesis, no recuerdo sobre qué tema, es muy inteligente, rubio, refinado, algo conservador y bastante reservado. Muy distinto de Will, a pesar de su parentesco.

Sus palabras le cogieron desprevenido. Brevemente, con una actitud falsamente recatada, Siân le había hecho una descripción mucho más completa de lo esperado. Con sorpresa descubrió que estaba ofendido. Will era exigente, podía ser difícil a veces, pero era fiel a sí mismo, no copiaba a nadie. Siempre había creído que Siân también lo sabía. Sin embargo, allí estaba ella, presentando las credenciales de un nuevo amante. Le pareció un poco vulgar, pero no dijo lo que realmente pensaba, porque estaba acostumbrado a ser cortés cuando la ocasión lo exigía.

—Espero que seas feliz, Siân. Creo que lo mereces. Has superado la separación sin perder la dignidad ni la entereza, pero no exhibas tu triunfo ante Will, a menos que pretendas averiguar si está celoso.

—Simon… —Ella dudó. Su actitud era completamente ajena a una persona tan segura como Siân—. Él… Como te dije, está relacionado con Will… —Siân bebió un poco de vino. Simon, entretanto, trataba de encontrar la manera de aceptar la idea que de pronto apareció en su mente, la de que ella iba a decirle que había comenzado a salir con el rubio y fascinante Alexander. Qué gusto tan horroroso. No puede ser Alex. Siân no es su tipo. Es absurdo. ¡Por supuesto! Ella dijo que era estadounidense, pensó. Sólo había sido una ridícula confusión por su parte, que le provocó un involuntario estremecimiento. Entonces, ¿de quién se trataba?—. Calvin es primo de Will. En realidad, no se conocen, pero su madre es prima de la madre de Will.

Simon se relajó mientras Siân intentaba esclarecer el árbol genealógico de la madre de Will. Nuevamente pudo escucharla con atención y comprender sus explicaciones. Dejaron de palpitarle las sienes. Esa relación no era motivo de preocupación para él, y tampoco para Will. Era extraño, e incluso un poco retorcido. Sí, había algo de eso, pero sin duda era mejor que oír la quinta sinfonía de Mahler y dejarse llevar por la desesperación.

—… y este verano, cuando vino a Londres para estudiar, quiso conocerlos a todos. Los primos intercambiaban tarjetas de Navidad y alguna carta de vez en cuando, no mucho más. La madre de Calvin no pudo asistir al funeral cuando Diana murió a principios de este año, y él pensó que sería correcto hacerles una visita para dar personalmente el pésame. En fin, es su manera educada de hacer las cosas. La parte divertida es que vino a mi casa cuando Will ya se había ido a Italia y Alex estaba dando conferencias en algún otro país.

Simon asintió otra vez. La sangre volvía a fluir normalmente. Will estaba en condiciones de manejar todo aquello.

—… y me preguntó tanto por Will, verdaderamente tanto, que sin darme cuenta comencé a hablarle sobre él, a un perfecto desconocido. Hablé durante horas, días. Para mi sorpresa, fue una catarsis. Lloré, él me consoló, el resto lo hizo la naturaleza humana. «Moderno caballero con excelente curriculum vítae y valores anticuados busca damisela para salvar su ego herido». Nada original, pero muy satisfactorio.

Por toda respuesta Simon lanzó una carcajada.

Ella le observó atentamente. No lograba descifrar el significado de su risa.

—¿Crees que a Will le molestará?

—¿Eso es lo que quieres? —la desafió Simon.

Ella le dio una respuesta evasiva.

—Supongo que no es la persona ideal para entablar una relación pero, como suele decirse, el corazón parece tener sus propias razones —explicó. Y con una mirada suplicante, agregó—: Y el mío estaba roto, Simon, insensibilizado desde la Navidad. Pasaba casi todas las noches llorando hasta que llegó Calvin. Nunca habrá otro Will, lo sé muy bien, pero ¿me queda otra opción? La única es dejar atrás nuestra historia. El año pasado sucedió algo doloroso entre Will y yo. Nadie más que Alex lo sabe. Will nunca me perdonará. No deseo que se cuestionen mis razones. No elegí a su primo para disgustarle. Simplemente creo que el destino nos eligió, nos unió. Calvin dice que nunca ha entregado su corazón, tal vez tampoco lo haga conmigo, pero siento…

Siân se detuvo. No tenía manera de explicar lo que sentía.

Aquella muestra de honestidad impresionó a Simon, que encontró irresistibles sus ojos azul marino, sus bucles cobrizos. Era una femme fatale prerrafaelista.

—Siân, no creo que debas preocuparte. Will es adulto y aun cuando admito que a cualquier hombre le gustaría que lloraran largo rato por él, es una persona generosa. Tal vez le agrade este chico.

Ella le sonrió agradecida. Era inconcebible que Will le dedicara cinco minutos a una persona como Calvin, tan atento a la vestimenta y a su imagen, demasiado pendiente de la gente. Le resultaría exasperante, pero apreciaba la ayuda de Simon y estaba contenta de haber revelado lo que le sucedía.

—Pidamos algo para comer —propuso Simon y tomó las copas vacías.

Siân le tocó el brazo cuando partía con ellas para pedir otra ronda.

—Yo invito. Tengo dinero, ¿recuerdas?

Ella se sentía feliz. Como de costumbre, había obtenido lo que deseaba.