Escena última

San Clemente. La quintana, en silencio húmedo y verde, y la iglesia de románicas piedras doradas por el sol, entre el rezo tardecino de los maizales. La sotana del sacristán ondula bajo el pórtico, y a canto del carretón un coro de mantillas rumorea. Atropellando al sacristán, dos mozuelos irreverentes penetran en la iglesia y suben al campanario. Estalla un loco repique. PEDRO GAILO da una espantada y queda con los brazos abiertos, pisándose la sotana.

PEDRO GAILO:

¡Qué falta de divino respeto!

MARICA DEL REINO:

¡De falta supera!

LA TATULA:

¡Son los mocetes que ahora entraron! ¡Juventud pervertida!

SIMONIÑA:

¡Quiébreles un hueso, mi padre!

PEDRO GAILO:

¡Alabado sea Dios, qué insubordinación!

MARICA DEL REINO:

¡Carne sin abstinencia!

UNA VOZ EN LOS MAIZALES:

¡Pedro Gailo, la mujer te traen desnuda sobre un carro, puesta a la vergüenza!

PEDRO GAILO cae de rodillas, y con la frente golpea las sepulturas del pórtico. Sobre su cabeza, las campanas bailan locas, llegan al atrio los ritmos de la agreste faunalia, y la frente del sacristán en las losas levanta un eco de tumba.

MARICA DEL REINO:

¡Vas a dejar ahí las astas!

PEDRO GAILO:

¡Trágame, tierra!

LA TATULA:

¿A qué tercio este escándalo?

LA VOZ DE LOS MAIZALES:

¡Que si llegaron a verla de cara al sol con uno encima!

SIMONIÑA:

¡Revoluciones y falsos testimonios!

LA VOZ DE LOS MAIZALES:

¡Yo no la vi!

PEDRO GAILO:

¡Ni la vio ninguno que sepa de cumplimientos!

LA TATULA:

¡Así es! Casos de conducta no llaman trompetas.

PEDRO GAILO corre pisándose la sotana y se desvanece por la puerta de la iglesia. Sube al campanario, batiendo en la angosta escalera como un vencejo, y sale a mirar por los arcos de las campanas. El carro de la faunalia rueda por el camino, en torno salta la encendida guirnalda de mozos, y en lo alto, toda blanca y desnuda, quiere cubrirse con la yerba MARI-GAILA. El sacristán, negro y largo, sale al tejado, quebrando las tejas.

UNA VOZ:

¡Castrado!

CORO DE FOLIADA:

: ¡Tunturuntún! La Mari-Gaila.
¡Tunturuntún! Que tanto bailó.
¡Tunturuntún! La Mari-Gaila,
que la camisa se quitó.

PEDRO GAILO:

¡El santo Sacramento me ordena volver por la mujer adúltera ante la propia iglesia donde casamos!

PEDRO GAILO, que era sobre el borde del alero, se tira de cabeza. Cae con negro revuelo y queda aplastado, los brazos abiertos, la sotana desgarrada. Hace semblante de muerte. De pronto se alza renqueando y transpone la puerta de la iglesia.

LA VOZ DE LOS MAIZALES:

¡Te creí difunto!

OTRA VOZ:

¡Tiene siete vidas!

QUINTÍN PINTADO:

¡Jujurujú! ¡Miray que dejó los cuernos en tierra!

El Sacristán ya salía por el pórtico, con una vela encendida y un libro de misal. El aire de la figura, extravío y misterio. Con el libro abierto y el bonete torcido, cruza la quintana y llega ante el carro del triunfo venusto. Como para recibirle, salta al camino la mujer desnuda, tapándose el sexo. El sacristán le apaga la luz sobre las manos cruzadas y bate en ellas con el libro.

PEDRO GAILO:

¡Quien sea libre de culpa, tire la primera piedra!

VOCES:

¡Consentido!

OTRAS VOCES:

¡Castrado!

Las befas levantan sus flámulas, vuelan las piedras y llamean en el aire los brazos. Cóleras y soberbias desatan las lenguas.

Pasa el soplo encendido de un verbo popular y judaico.

UNA VIEJA:

¡Mengua de hombres!

El sacristán se vuelve con saludo de iglesia, y bizcando los ojos sobre el misal abierto, reza en latín la blanca sentencia.

REZO LATINO DEL SACRISTÁN:

Qui sine peccato est vestrum, primus in illan lapidem mittat.

El sacristán entrega a la desnuda la vela apagada y de la mano la conduce a través del atrio, sobre las losas sepulcrales… ¡Milagro del latín! Una emoción religiosa y litúrgica conmueve las conciencias y cambia el sangriento resplandor de los rostros. Las viejas almas infantiles respiran un aroma de vida eterna. No falta quien se esquive con sobresalto y quien aconseje cordura. Las palabras latinas, con su temblor enigmático y litúrgico, vuelan del cielo de los milagros.

SERENÍN DE BRETAL:

¡Apartémonos de esta danza!

QUINTÍN PINTADO:

También me voy, que tengo sin guardas el ganado.

MILÓN DE LA ARNOYA:

¿Y si esto nos trae andar en justicias?

SERENÍN DE BRETAL:

No trae nada.

MILÓN DE LA ARNOYA:

¿Y si trujese?

SERENÍN DE BRETAL:

¡Sellar la boca para los civiles, y aguantar mancuerda!

Los oros del poniente flotan sobre la quintana. MARI-GAILA, armoniosa y desnuda, pisando descalza sobre las piedras sepulcrales, percibe el ritmo de la vida bajo un velo de lágrimas. Al penetrar en la sombra del pórtico, la enorme cabeza del idiota, coronada de camelias, se le aparece como una cabeza de ángel. Conducida de la mano del marido, la mujer adúltera se acoge al asilo de la iglesia, circundada del áureo y religioso prestigio, que en aquel mundo milagrero, de almas rudas, intuye el latín ignoto de las

DIVINAS PALABRAS.