Escena tercera

San Clemente. La iglesia románica, de piedras doradas. La quintana verde. Paz y aromas. El sol traza sus juveniles caminos de ensueño sobre la esmeralda del río. SÉPTIMO MIAU aparece sentado en el muro de la quintana. SIMONIÑA, en la sombra del pórtico, arrodillada a la vera del carretón, pide para el entierro. La enorme cabeza del idiota destaca sobre una almohada blanca, coronada de camelias la frente de cera. Y el cuerpo rígido dibuja su desmedrado perfil bajo el percal de la mortaja azul con esterillas doradas. Encima del vientre, inflamado como el de una preñada, un plato de peltre lleno de calderilla recoge las limosnas, y sobrenada en el montón de cobre negro una peseta luciente.

SÉPTIMO MIAU:

¡Qué! ¿Se junta mucha moneda? SIMONIÑA ¡Algo pinga!

SÉPTIMO MIAU:

¡No sabéis vosotras el bien que enterráis!

SIMONIÑA:

¿Será usted el solo que lo sepa?

SÉPTIMO MIAU:

Esos fenómenos son sujetos delicados, y hay que tener mucha mano con ellos.

SIMONIÑA:

¡Mejor cuidado del que tenía!

SÉPTIMO MIAU:

¡Me lo cuentas a mí, mozuela! ¿Pues no veo el carro sin un mal toldo, sin una pintura que luzca? ¡Y era propio el fenómeno para enseñarlo en una verbena de Madrid!

SIMONIÑA:

¡Bien que le revolvieron la cabeza a mi madre con esos discursos!

SÉPTIMO MIAU:

Tu madre es una mujer de provecho.

SIMONIÑA:

Aun cuando usted no lo crea.

SÉPTIMO MIAU:

No es soflama, niña. Si hubiera querido encartarse conmigo, salía de miserias.

SIMONIÑA:

Mi madre mira mucho por su conducta, y no quiere encartes.

SÉPTIMO MIAU:

Encartes son tratos legales.

SIMONIÑA:

Y amancebamientos.

SÉPTIMO MIAU:

Conveniencia de dos que se juntan para ganar la plata. Tratos legales. Yo hubiera tomado el carro en arriendo; pagando un buen porqué, le hubiera puesto dos perros enseñados a tirar… ¡Y no digo!…

SIMONIÑA:

¡Pues ya no tiene remedio!

SIMONIÑA suspira, e incorporándose sobre las losas del pórtico, de rodillas a la vera del dornajo, esparce las moscas que comen en la cabeza de cera. Unas beatas con olor de incienso en las mantillas salen deshiladas de la iglesia.

SIMONIÑA:

¡Una limosna para ayuda del entierro!

UNA VIEJA:

¡Cómo hiede!

OTRA VIEJA:

¡Corrompe!

BENITA LA COSTURERA:

¿Cuándo lo enterráis?

SIMONIÑA:

Cuando ajuntemos para ello.

BENITA LA COSTURERA:

¡Vaya unas puntadas que le echaron a la mortaja! ¡Son hilvanes!

SIMONIÑA:

Para los gusanos, ya está bastante.

BENITA LA COSTURERA:

¿Quién se lo cortó?

SIMONIÑA:

Todo lo hizo mi madre.

BENITA LA COSTURERA:

¡No es muy primorosa!

SIMONIÑA:

Tampoco es costurera.

BENITA LA COSTURERA:

¿Y no tenía otro hilo más propio para pegarle la esterilla?

SIMONIÑA:

Déjese de ponerle tachas y suelte una perra.

BENITA LA COSTURERA:

No la tengo.

SIMONIÑA:

¡Poco le rinde la aguja!

BENITA LA COSTURERA:

Para vivir honradamente. No lo olvides, para vivir honradamente.

SIMONIÑA:

Pues no se libra de calumnias.

BENITA LA COSTURERA:

Puede ser, pero mi fama no está en esas lenguas.

SIMONIÑA:

Le tira el señorío.

BENITA LA COSTURERA:

Más pobre que tú, pero con decencia.

SIMONIÑA:

¡Ay, qué delirio con la decencia!

BENITA LA COSTURERA:

¡Es lo que más estimo!

SIMONIÑA:

¡Apuradamente!

BENITA LA COSTURERA:

¿Qué quieres decir?

SIMONIÑA:

Que todas somos honradas mientras…

BENITA LA COSTURERA:

¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! ¿Te parece hablar propio de juventud?

SIMONIÑA:

Como no trato con el señorío, desconozco los modos de las madamas.

BENITA LA COSTURERA:

¡Me voy! ¡No quiero más relatos!

SIMONIÑA:

¿Se va sin dejar una perra?

BENITA LA COSTURERA:

Así es.

SIMONIÑA:

¡Como no hubiese más caridad que la suya!

PEDRO GAILO, con sotana y roquete, asoma en la puerta de la iglesia. Llega el olor de los cirios que humean apagados en los altares. El arco de la puerta deja entrever reflejos de oro en la penumbra.

PEDRO GAILO:

¡Puñela! ¡Qué dada eres a picotear!

SIMONIÑA:

Me hablan, contesto.

PEDRO GAILO:

Todas las mujeres sois de un mismo ser.

SÉPTIMO MIAU:

Pues tal como son las mujeres, no hay fiesta sin ellas, compadre. Y usted no se queje, que tiene buena compañera. Casualmente hicimos juntos una romería, y allí he podido apreciar cómo se comporta y sabe sacar el dinero a los primaveras.

SIMONIÑA:

Oiga cómo todos hablan de mi madre. ¡Y que sea usted solo a quebrarle la cabeza!

PEDRO GAILO:

¡Calla la boca, Simoniña!

SIMONIÑA:

Guíese otra vez de cuentos.

Coimbra salió en dos patas, y mueve la cola bailando en torno del sacristán, que la mira con ojos adustos. Coimbra, irreverente, olfatea la sotana y estornuda, remedando la tos de una vieja.

SÉPTIMO MIAU:

Escupe el resfriado, Coimbra.

PEDRO GAILO:

¡Revienta en un trueno!

SÉPTIMO MIAU:

Pídale usted la pata, compadre.

PEDRO GAILO:

No soy de vuestro arte.

SÉPTIMO MIAU:

¿Qué arte es el nuestro?

PEDRO GAILO:

¡Arte del Diablo!

SÉPTIMO MIAU:

¡Coimbra, se vive de calumnias!

SIMONIÑA:

¡Por bueno está usted señalado en la cara!

SÉPTIMO MIAU:

¿Cree usted, joven?

SIMONIÑA:

Creo en Dios.

SÉPTIMO MIAU escupe la colilla, alza el parche con dos dedos, descubriendo el ojo que lleva tapado, y con un guiño lo recata de nuevo bajo el verde tafetán.

SÉPTIMO MIAU:

¡Ya ha visto usted cómo no estoy señalao!

SIMONIÑA:

Pues por alguna maldad lo encubre.

SÉPTIMO MIAU:

Por lo mucho que penetra. Tanto ve, que se quema, y he de llevarlo tapado. ¡Penetra las paredes y las intenciones!

SIMONIÑA:

¡Ave María! Tanto ver es de brujos.

PEDRO GAILO:

El demonio se rebeló por querer ver demasiado.

SÉPTIMO MIAU:

El Demonio se rebeló por querer saber.

PEDRO GAILO:

Ver y saber son frutos de la misma rama. El Demonio quiso tener un ojo en cada sin fin, ver el pasado y el no logrado.

SÉPTIMO MIAU:

Pues se salió con la suya.

PEDRO GAILO:

La suya era ser tanto como Dios, y cegó ante la hora que nunca pasa. ¡Con las tres miradas ya era Dios!

SÉPTIMO MIAU:

Tiene usted mucho saber, compadre.

PEDRO GAILO:

Estudio en los libros.

SÉPTIMO MIAU:

Eso hace falta.

Por el camino, entre maizales, asoma el garabato negruzco de una vieja encorvada, que galguea. El farandul deja la quintana, silbando a Coimbra, y en el cancel se junta con ROSA LA TATULA. No era otra la vieja.

SÉPTIMO MIAU:

¿Hablaste con ella?

LA TATULA:

Y quedé de volver.

SÉPTIMO MIAU:

¿Cómo la hallaste?

LA TATULA:

Está por usted que ciega. ¡Mal sabe el pago de ciertos hombres con las mujeres!

SÉPTIMO MIAU:

¿Que un día la dejo o que me deja? ¡Siempre habrá corrido mundo!

LA TATULA:

¡Y trabajos!

SÉPTIMO MIAU:

¿No se le volverá la intención?

LA TATULA:

El Diablo cuida de avivar esa candela.

SÉPTIMO MIAU:

Es una mujer de mérito.

LA TATULA:

Mire para la hija. ¡Veinte años y no vale una risa de la madre!

SÉPTIMO MIAU:

La madre tiene otro gancho.

LA TATULA:

¡Mentira parece que malcomiendo conserve las carnes tan apretadas y los ardores d e una moza nueva!

SÉPTIMO MIAU:

Que se me va la vista, Tatula.

LA TATULA:

¡Ay, qué tunante!

SÉPTIMO MIAU:

¿Cuándo quedaste en verla?

LA TATULA:

Cuando usted me mande y señale lugar para entrevistarme.

SÉPTIMO MIAU:

No conozco bien estos parajes. ¿Por dónde cae un cañaveral?

LA TATULA:

¡Buena intención le guía!

La vieja se rasca bajo la greña gris, y mientras en un reír astuto descubre las encías desnudas de dientes, el farandul, apartándose el tafetán, tiende la vista sobre las verdes eras.