Escena primera

La casa de los GAILOS. En la cocina, terrena y ahumada, se acurrucan —sombras taciturnas— marido y mujer. Por el tejado rueda burlona una piedra y un vuelo esparcido de rapaces, que pasa ante la puerta, levanta esta copla:

COPLAS DE RAPACES:

: ¡Tunturuntún! La Mari-Gaila.
¡Tunturuntún! Que tanto bailó.
¡Tunturuntún! La Mari-Gaila.
¡Tunturuntún! Que malparió.

MARI-GAILA:

¡Hijos de la grandísima!

PEDRO GAILO:

¡Prudencia!

MARI-GAILA:

¡Centellas!

PEDRO GAILO:

No los incitemos.

MARI-GAILA:

¡Más mereces!

PEDRO GAILO:

¡Titulada de adúltera!

MARI-GAILA:

¡Titulado de cabra!

Tornan a quedar en silencio. La sombra de una bruja pasa escurrida pegada a la casa y se detiene a mirar por la puerta. Es ROSA LA TATULA, encorvada, sin dientes, escueta la alforja y el palo en la mano. MARI-GAILA se levanta, y en voz baja tiene coloquio con la vieja. Entran las dos. MARI-GAILA canta.

LA TATULA:

¿Nada me dices, Pedro Gailo?

PEDRO GAILO:

Que vamos viejos, Tatula.

LA TATULA:

Tú aún no rompes unas mangas.

MARI-GAILA:

Y unas bragas. Por cuentos está virado contra mí, como un león africano. ¡Hasta habló de picarme el cuello!

LA TATULA:

Es hablar que tienen los hombres.

MARI-GAILA:

¡Si de hablar no pasa!

Un profundo suspiro levanta el pecho de MARI-GAILA. Con garbo de talle y brazos alcanza el pichel, llena una copa, que cata con mimos de lengua, y desde lejos, desgarrándose, se la ofrece al marido.

MARI-GAILA:

¡Bebe!

PEDRO GAILO:

Quería recibir a Dios.

MARI-GAILA:

Bebe en mi copa.

PEDRO GAILO:

Quería descargar mi conciencia.

MARI-GAILA:

¿Me haces ese feo?

PEDRO GAILO:

¡Tengo sobre mi alma una negra culpa!

MARI-GAILA:

Bebe, que yo te lo ofrezco.

PEDRO GAILO:

Mi alma no te pertenece.

MARI-GAILA:

Bebe sin escrúpulo.

PEDRO GAILO:

¡Pestilencia!

MARI-GAILA:

¡Ahí tienes sus textos, Tatula!

PEDRO GAILO:

¡Mujer de escándalo!

MARI-GAILA:

¡Alumbrado!

El sacristán échase fuera, negro y zancudo, mas queda espantado sobre el umbral, con los pelos de pie, los brazos en aspa. MARICA DEL REINO, cubierta con el manteo, venía rostro a la casa, tirando del carretón.

PEDRO GAILO:

¡El fin de los tiempos, mi hermana Marica!

MARICA DEL REINO:

Lo recibido vuelvo.

MARI-GAILA:

Este cuerpo frío a mi puerta no lo dejas.

MARICA DEL REINO, antes de contestar, vuelve la cabeza: Una sombra y una mirada hostil adivina a su espalda. SIMONIÑA, que tornaba de la fuente, estaba erguida en medio del camino, las manos firmes en las caderas. En aquella hora tenía un recuerdo de su madre, la MARI-GAILA.

SIMONIÑA:

Llévese esa boleta, señora mi tía.

MARICA DEL REINO:

Franquéame el paso.

SIMONIÑA:

¡No se ponga en pasar!

MARICA DEL REINO:

En pasar y en picarte la cresta.

SIMONIÑA:

¡Acuda, mi padre!

PEDRO GAILO:

¿Qué cisma traes a mi casa?

MARICA DEL REINO:

Es difunto de tu sangre.

PEDRO GAILO:

Y de la tuya, Marica.

MARICA DEL REINO:

En mis manos no murió.

MARI-GAILA:

Vivo te fue entregado, cuñada.

MARICA DEL REINO:

¡Cuñada! ¡Maldita palabra que mi lengua encadena!

MARI-GAILA:

¡Habla! ¡Tendrás tu respuesta!

MARICA DEL REINO:

¡Malcasada!

PEDRO GAILO:

¡Selle vuestra boca el respeto de la muerte! ¡Espante su presencia las malas palabras!

LA TATULA:

¡Asustas!

SIMONIÑA:

Abájese los pelos que tiene derechos, mi padre.

PEDRO GAILO:

El que está sobre la puerta me los ha levantado con su aire. ¡Pide sepultura!

MARICA DEL REINO:

Y cumples dándosela. Pero ¡no murió en mis manos, y la sepultura no es del mi cargo!

MARI-GAILA:

¡Bruja cicatera!

MARICA DEL REINO:

¡Malcasada!

PEDRO GAILO:

¡Vete, Marica! ¡Vete de mi puerta! El sobrino tendrá su entierro de ángel.

SIMONIÑA:

¡Muy rico se encuentra mi padre!

MARI-GAILA:

¡Iluminado!

MARICA DEL REINO:

¡Déjame paso, Simoniña!

SIMONIÑA:

Está en pasar, y no pasa.

MARICA DEL REINO:

¡Que te clavo esta lezna!

SIMONIÑA:

¡Bruja!

MARICA DEL REINO:

¡Que con ella el corazón te paso!

SIMONIÑA:

¡Acuda, mi madre!

MARI-GAILA:

¡Aborrecida, déjala que se vaya!

PEDRO GAILO:

Simoniña, rueda para dentro de la casa ese cuerpo difunto. Hay que lavarle y amortajarle con mi camisa planchada, pues va a comparecer en presencia de Dios.

SIMONIÑA:

¿Oye, mi madre?

MARI-GAILA:

Oigo, oigo, y me estoy callada.

LA TATULA:

No arméis vosotros una nueva parranda. Tres días que os pongáis con el carretón a la puerta de la iglesia, juntáis el entierro y mucho más.

MARI-GAILA:

Tres días no los resiste con estas calores.

LA TATULA:

Está curtido del aguardiente.

PEDRO GAILO:

Hay que muy bien lavarle la cara, rabecharle las barbas que le nacían y ponerle su corona de azucenas. Como era inocente, le cumple el rezo de ángel.

MARI-GAILA:

Y tú, latino, ¿no tocas para la misa? ¿Esperas que toquen solas las campanas?

Tapando la luz de la puerta, negro en la angosta sotana, el sacristán juzga de la hora por la altura del sol, y corre al atrio, sonando las llaves de la iglesia. En torno de la casa vuelve a rodar la copla de los rapaces.

COPLAS DE RAPACES:

: ¡Tunturuntún! La Mari-Gaila.
Tunturuntún! No sé qué le dio.
¡Tunturuntún! La Mari-Gaila.
¡Tunturuntún! Que malparió.