SIMONIÑA, en camisa, los pies furtivos y descalzos, desciende la escalera del sobrado. En la cocina, negra y vacía, resuenan los golpes con que llaman a la puerta
SIMONIÑA:
¡Están a petar, mi padre!
PEDRO GAILO:
Petar petan…
SIMONIÑA:
¿Pregunto quién sea?
PEDRO GAILO:
¿Y qué mal puede venir de preguntar?
La voz de MARI-GAILA:
¡Abriréis, condenados!
SIMONIÑA:
¡Es mi madre que está de retorno! ¡Como ella es de ley!
PEDRO GAILO:
¡A saber qué achaque la trae!
SIMONIÑA:
¿Dónde quedaron los mixtos?
PEDRO GAILO:
De mi mano no quedaron.
La voz de MARI-GAILA:
¡Ay, aborrecidos! ¿Es que cuidáis de tenerme toda la noche a la luna?
SIMONIÑA:
Estoy a cachear por los mixtos.
La voz de MARI-GAILA:
¡Llevo aquí la vida perdurable!
SIMONIÑA:
Aguarda que encienda el candil.
La sombra del sacristán, larga y escueta, asoma por encima del cañizo. Bajo la chimenea, el candil, ya encendido, se mece con lento balance, y la mozuela, cayéndole por los hombros la camisa, levanta las trancas de la puerta. MARI-GAILA se aparece en el claro de luna, negra y donosa. En el camino, medio volcado, está el carretón.
MARI-GAILA:
¡Sois piedras cuando os echáis a dormir!
PEDRO GAILO:
¡A los cuerpos cansados del trabajo, no ha de pedírseles que duerman con un ojo abierto como las liebres!
MARI-GAILA:
¿Qué estás a barrullar, latino? ¡Así durmieses y no despertases!
PEDRO GAILO:
¿No tienes mejores palabras cuando te acoges a tu casa, descarriada?
MARI-GAILA:
¡No me quiebres la cabeza!
PEDRO GAILO:
¡Más me cumplía, y era el rebanártela del pescuezo!
MARI-GAILA:
¡Loquéaste, latino!
PEDRO GAILO:
¿Dónde está mi honra?
MARI-GAILA:
¡Vaya el cantar que te acuerda!
PEDRO GAILO:
¡Te hiciste pública!
MARI-GAILA:
¡A ver si te enciendo las liendres!
SIMONIÑA:
¡No comiencen la pelea!
MARI-GAILA:
¡Buenos latines cuando perdimos nuestro bien!
SIMONIÑA:
¿El baldadiño, mi madre?
MARI-GAILA:
Espichó.
PEDRO GAILO:
Por modo que… ¿Algún dolor repentino?
MARI-GAILA:
Una alferecía. ¡Acabóse nuestro provecho!
PEDRO GAILO:
Él dejó de padecer, y no miró más.
MARI-GAILA:
Cuatro machacantes junté en este medio tiempo.
MARI-GAILA desanuda con los dientes una punta del pañuelo, y haciéndolas saltar en la mano, muestra las cuatro monedas. SIMONIÑA, ante aquellas luces, comienza el planto.
SIMONIÑA:
¡Ya se fue el sol de nuestra puerta! ¡Ya se acabó el bien de nuestra casa! ¡Ay, que se fue de este mundo sin mirar por nos!
PEDRO GAILO:
Corresponde dar aviso a mi hermana Marica.
MARI-GAILA:
Que la rapaza se llegue por su puerta al ser de mañana…
SIMONIÑA:
¡Madre del Señor, cómo mi tía se va a poner de remontada! ¡La mar de Corrubedo!
MARI-GAILA:
Tú no le hablas palabra. Le dejas el carretón a la puerta, y con la misma, te caminas.
SIMONIÑA:
¿He de llevar el carretón?
MARI-GAILA:
¡Por sabido, aborrecida! ¡Por sabido! ¡No han de ser nuestras costillas a pagar el entierro!
PEDRO GAILO:
¡Y andar en declaraciones!
SIMONIÑA:
Falta que mi tía sea conforme.
MARI-GAILA:
Cuando se mire con el carretón a la sombra de las tejas, verá si lo pone en salmuera.
PEDRO GAILO:
Determinado de hacer conforme a este hablar, cumple que ello se remate antes de venirse el día.
MARI-GAILA:
¡Ahí estás asesado, latino!
SIMONIÑA:
No me llego a la puerta de mi tía sin cuatro chinarros en el mandil.
PEDRO GAILO:
¡Calla, mal enseñada! ¡Es tu tía y no has de alzarte contra ella!
MARI-GAILA:
Si te acoge con malas palabras, le rompes las tejas.
PEDRO GAILO:
No hay caso de tal incumbencia, aprovechando el rabo de la noche.
MARI-GAILA:
No dictaminas mal.
PEDRO GAILO:
Hay que evitar pleitos entre familias. Simoniña, tú le dejas el carretón a la puerta, y te caminas sin promover voces.
SIMONIÑA:
Ya pudo mi madre hacerlo cuando acá dio la vuelta.
PEDRO GAILO:
Son discursos de hombre.
MARI-GAILA:
¡Calla, latino! ¿Consideras que no alcanzo tanta doctrina?
PEDRO GAILO:
No te hago de menos, pero el hombre tiene otras luces.
SIMONIÑA:
¡Muera el cuento!
MARI-GAILA:
Muerto y sepultado. Aprovecha este ínterin de noche y llega con el carretón a la puerta de tu tía.
SIMONIÑA:
¡Estoy a temblar!
MARI-GAILA:
¡Eres muy dama!
SIMONIÑA:
¡El muerto me impone!
MARI-GAILA:
Anda a turrar del carretón.
SIMONIÑA:
¡Ir por esos caminos tan negros!
MARI-GAILA:
Por ellos vino tu madre.
PEDRO GAILO:
No seas rebelde, Simoniña.
SIMONIÑA:
Venga usted conmigo, mi padrecito.
PEDRO GAILO:
Yo te hablaré desde la puerta, Simoniña.
MARI-GAILA:
No te dilates con retóricas, aborrecida.
SIMONIÑA se ata el refajo con manos temblorosas, échase el mantelo por la cabeza a guisa de capuz, y sale al camino haciéndose cruces y gimoteando. Por el claro de luna tira del negro carretón, donde la enorme cabeza del idiota, lívida y greñuda, hace su mueca. Las manos infantiles, enclavijadas sobre la cobija, tienen un destello cirial. PEDRO GAILO, arrodillado en la puerta, con los brazos abiertos, envía la escolta de sus palabras.
PEDRO GAILO:
¡Sé bien mandada!… ¡Llegas en una carrera!… ¿Óyesme?… ¡No lleves temor!… ¡Tienes luna!… ¿Óyesme?…
La voz lejana de SIMONIÑA:
¡Háblame, mi padrecito!