Escena séptima

Viana del Prior. Clamoreo de campanas. Noche de luceros. Un hostal fuera de puertas. Hacen allí posada mendigos y trajinantes de toda laya, negros segadores, amancebados criberos, mujeres ribereñas que venden encajes, alegres pícaros y amarillos enfermos que, con la manta al hombro y un palo en la mano, piden limosna para llegar al Santo Hospital. El acaso los junta en aquel gran zaguán, sin otra luz que la llama del hogar y la tristeza de un candil colgado a la entrada de las cuadras. Aparece ROSA LA TATULA tirando del carretón del enano, llega al mostrador y se registra la faltriquera al tiempo que ríe toda su boca sin dientes

LA TATULA:

¿Es buena esta peseta, Ludovina?

LUDOVINA, pequeña, pelirroja, encendida, redonda, hace sonar la moneda y la frota entre los dedos, examinándola a la luz cornuda del candil. Vuelve a saltarla sobre el mostrador.

LUDOVINA:

Parece buena. Mírala tú, Padronés.

MIGUELÍN:

No tiene tacha.

LA TATULA:

¿Quieres ponérmela en perras, Ludovina? Tenía recelo de que fuese cativa, por la mano de donde viene. Me la dio el castellano que va con el pajarito.

MIGUELÍN:

El Compadre Miau.

LA TATULA:

Ese ventolera, que ya encartó con Mari-Gaila. Juntos como dos enamorados quedan en la plaza viendo los castillos de fuego, y como es tanto gentío, me encomendaron el carretón. Bien hacen en divertirse, que son mozos.

LUDOVINA:

De mocedad poco les queda.

MIGUELÍN:

El rabo por desollar. Son pieles del mismo pandero.

Del fondo oscuro del zaguán sale a la luz un mozo alto, con barba naciente, capote de soldado sobre los hombros, y el canuto de la licencia al pecho. Tiene cercenado un brazo, y pide limosna tocando el acordeón con una mano.

EL SOLDADO:

Mari-Gaila no es mujer para un hombre de ese porte. ¡La otra tenía un garbo y un ceceo más bien puesto!

MIGUELÍN:

La otra llevaba un crío a cuestas, y ésta lleva en el carretón un premio de la lotería. El Compadre Miau, a ese engendro de la cabeza gorda lo pasea por la redondez de España, sacándole mucho dinero.

EL SOLDADO:

No es caso superior. Fenómenos, otros que vemos.

LA TATULA:

Mejor enseñados en sus principios.

MIGUELÍN:

El Compadre, de un perro con pulgas, hizo el sacadineros de Coimbra.

LA TATULA:

Mari-Gaila, teniendo el disfrute del engendro, o el medio disfrute, no hacía nada.

EL SOLDADO:

No es caso superior.

MIGUELÍN:

Es para lucido en una verbena del propio Madrid. Ludovina, dale una copa, que yo la abono, y trae papel, que le haré un bonete.

EL SOLDADO:

Para una cabeza tan gorda, será solideo.

EL IDIOTA:

¡Hou! ¡Hou!

EL SOLDADO:

Tú como sacabas dinero era con barbas, una joroba y el bonete colorado.

EL IDIOTA:

¡Hou! ¡Hou!

MIGUELÍN:

Y con todo te verás, si caes en la mano del Compadre Miau.

LA TATULA:

Págale otra copa, y estaos atentos. Cuando tiene dos copas se pone un mundo de divertido. Haz la rana, Laureano.

EL IDIOTA:

¡Cua! ¡Cua!

MIGUELÍN:

¿Quieres otra copa, Laureano?

EL IDIOTA:

¡Hou! ¡Hou!

MIGUELÍN:

Dale otra, Ludovina.

LUDOVINA:

Ya van tres por tu cuenta, tres perras.

MIGUELÍN:

Cóbrate de ese machacante.

LUDOVINA:

¡Viva el rumbo!

MIGUELÍN, la boca rasgada por una mala risa, y la lengua sobre el lunar rizoso del labio, hace beber al enano, que, hundido en las pajas del dornajo, se relame torciendo los ojos. Bajo la campana de la chimenea resuena deformado el grito epiléptico.

EL IDIOTA:

¡Hou! ¡Hou!

MIGUELÍN:

Bebe, Napoleón Bonaparte.

EL SOLDADO:

Píntale unos bigotes como los del Caiser.

MIGUELÍN:

Voy a afeitarle una corona.

LA TATULA:

Tienes ideas del pecado.

A canto del hogar, un matrimonio de dos viejos, y una niña blanca con hábito morado, reparten la cena. Rosquillas, vino y un pañuelo con guindas. La niña, extática, parece una figura de cera entre aquellos dos viejos de retablo, con las arrugas bien dibujadas y los rostros de un ocre caliente y melado, como los pastores de una Adoración. El grito del idiota pone la flor de una sonrisa en la boca triste de la niña.

LA NIÑA:

¿Quieres pan de la fiesta, Laureaniño? ¿Y un melindre?

EL IDIOTA:

¡Releche!

LA TATULA:

Se encandila viendo a la rapaza. ¡Es muy pícaro!

EL IDIOTA agita las manos con temblor de epilepsia, y pone los ojos en blanco. La niña deja sobre el dornajo guindas y roscos, y vuelve a sentarse en medio de los padres, abstraída y extática. Con su hábito morado y sus manos de cera, parece una virgen mártir entre dos viejas figuras de retablo.

LA MADRE:

Ludovina, no consientas que tanto le den a beber. ¡A pique de que lo maten!

LA TATULA:

¡Maldita palabra!

EL IDIOTA, los ojos vueltos y la lengua muerta entre los labios negruzcos, respiraba con ahogado ronquido. La enorme cabeza, lívida, greñuda, viscosa, rodaba en el hoyo como una cabeza cortada. MIGUELÍN EL PADRONÉS, sesgando la boca sacaba la punta de la lengua y mojaba de salivilla el rizo de su lunar. Las otras sombras se inclinaban sobre el dornajo.

LUDOVINA:

No le quitéis el aire.

MIGUELÍN:

Metedlo de cabeza en el pozo, que eso se le pasa.

LUDOVINA:

Tatula, sácalo para fuera. Aquí no quiero más danzas.

Con la boca cada vez más torcida, araña la colcha remendada del dornajo, y sus manos, sacudidas de súbitos temblores, parecen afilarse. La niña y los viejos guardan una actitud cristiana, recogidos tras la llama del hogar.

EL PADRE:

Lo acontecido no le acontece a la finada. Aquélla tenía mano, pero este pronunciamiento de darle cada uno su copa…

LUDOVINA:

Saca para fuera el carretón, Tatula.

MIGUELÍN:

Mételo en el pozo, que eso no es nada.

EL SOLDADO:

¡Nada más que la muerte!

LUDOVINA:

¡Centellón! ¡Que no lo quiero bajo mis tejas!

LA TATULA:

¡Acaso no sea muerte total!

LUDOVINA:

Yo miro por mi casa: ¡Y tú tienes toda la culpa, Maricuela!

MIGUELÍN:

Después de que pago las copas, aún me vienes con apercibimientos.

El enano había tenido el último temblor. Sus manos infantiles, de cera oscura, se enclavijaban sobre la colcha de remiendos, y la enorme cabeza azulenca, con la lengua entre los labios y los ojos vidriados, parecía degollada. Las moscas del ganado acudían a picar en ella. LUDOVINA había dejado el mostrador.

LUDOVINA:

¡Que no quiero compromisos en mi casa! ¡Centellón! ¡A ver cómo os ponéis todos fuera!

LA TATULA:

Fuera me pongo. Pero conviene que todos se callen la boca de cómo pasó este cuento.

LUDOVINA:

Aquí ninguno vio nada.

LA VIEJA rueda el dornajo, y en el umbral de la puerta, blanco de luna, aparece la MARI-GAILA. Su sombra, llena de ritmos clásicos, se pronuncia sobre la noche de plata.

MARI-GAILA:

¡Salud a todos!

LUDOVINA:

Oportuna llegas.

MARI-GAILA:

¿Qué misterio se pasa?

LA TATULA:

Que la muerte no tiene aviso.

MARI-GAILA:

¿El baldadiño?

LUDOVINA:

Espichó.

MARI-GAILA:

¡Espadas son desgracias! ¿Cómo a Séptimo le daría aviso? ¡Bien quisiera pedirle consejo!

MIGUELÍN:

¿Dónde quedó?

MARI-GAILA:

Fue llamado del Casino de los Caballeros.

LUDOVINA:

El consejo es darle tierra.

MARI-GAILA:

¿Tierra bendita?

LUDOVINA:

¡No vasa enterrarlo al pie de un limonero!

EL PADRE DE LA NIÑA EXTÁTICA:

Cumple en conciencia, y pon al hijo bajo la cruz de la madre.

MARI-GAILA:

Habré de caminar toda la noche con el muerto en el carro. ¡Arrenegado el Demonio sea! Échame una copa, Ludovina. Tragos con tragos. Échame otra para que sea medio real. Si por mí preguntase Séptimo…

LUDOVINA:

Tendrá respuesta. ¡Mari-Gaila, pónteme fuera! ¡No quiero más sobre mis bienes el aire del muerto!

MARI-GAILA:

¡Nuestro Señor Misericordioso, te llevas mis provechos y mis males me dejas! ¡Ya se voló de este mundo quien me llenaba la alforja! ¡Jesús Nazareno, me quitas el amparo de andar por los caminos, y no me das otro sustento! ¡No harás para mí tus milagros, no me llenarás el horno de panes, Jesús Nazareno!