La casa de los Gailos. En la cocina, terreña y a teja vana, ahuma el pabilo sainoso del candil, y las gallinas se acogen bajo la piedra morna de las llares. SIMONIÑA, dando cabezones tras un cañizo, soltábase los refajos para dormir, y el sacristán bajaba del sobrado, descalzo y cubierto con una sotana vieja. En una mano trae negro cuchillo carnicero, y en la otra un pichel. Hablando con su sombra se sienta a canto de la piedra larera.
PEDRO GAILO:
¡He de vengar mi honra! ¡Me cumple procurar por ella! ¡Es la mujer la perdición del hombre! ¡Ave María; si así no fuera, quedaban por cumplir las Escrituras! ¡De la mujer se revira la serpiente! ¡Vaya si se revira! ¡La serpiente de las siete cabezas!
SIMONIÑA:
¿Qué barulla mi padre? ¡Ande a dormir!
PEDRO GAILO:
Callar la boca es obediencia.
SIMONIÑA:
Hoy achicó fuera de ley. ¡Ande a dormir, borrachón!
PEDRO GAILO:
Tengo que sacar filo al cuchillo.
SIMONIÑA:
¡Borrachón!
PEDRO GAILO:
¡Toda la noche a la faena!… ¡Para vengar mi honra! ¡Para procurar por ella! ¡Ya va dando los filos! ¡Es mi suerte que me pierda! ¡Sin padre y sin madre te vas a encontrar, Simoniña! ¡Considera! ¡Mira cómo el cuchillo da los filos! ¡Tiene lumbres de centellón! Y tú, tan nueva, ¿qué harás en este valle de lágrimas? ¡Ay Simoniña, el fuero de honra sin padre te deja!
SIMONIÑA:
¡Condenada tema diole la aguardiente!
PEDRO GAILO:
¡Sin padre te quedas! Con este cuchillo he de cortar la cabeza de la gran descastada, y con ella suspendida por los pericos iré a la presencia del Señor Alcalde Mayor: Usía ilustrísima mandará que me prendan. Esta cabeza es la de mi legítima esposa. Mirando por mi honra se la rebané toda entera. Usía ilustrísima tendrá puesto en sus textos el castigo que merezco.
SIMONIÑA:
¡Calle, mi padre, que toda la sangre se me hiela! ¡Levantáronle la cabeza con cuentos! ¡Ay, qué almas tan negras!
PEDRO GAILO:
La mujer que se desgarra del marido, ¿qué pide? Y los malos ejemplos, ¿qué piden? ¡Cuchillo! ¡Cuchillo! ¡Cuchillo!
SIMONIÑA:
¡No se encienda en malos pensamientos, mi padre!
PEDRO GAILO:
¡Está escrito! ¡Mujer, pagarás tu vilipendio con la cabeza rebanada!… Te quedas huérfana, y lo mereces por rebelde. No me da ningún dolor de tu orfandad. Pues a lo mío. ¡Mira cómo el cuchillo reluce!
SIMONIÑA:
¡Arrenegado! Usted no es mi padre. El Demonio revistióse en su forma. ¡Tres veces arrenegado! ¿Qué gran culpa es la de mi madre? ¿Dónde se manifiesta?
PEDRO GAILO:
¡Su culpa tú no la ves! ¡Cacheas por ella, y no la ves! ¿Y ves el viento que leva nta las tejas? ¡Tu madre tiene sentencia de muerte!
SIMONIÑA:
¡Ay mi padrecito, esperemos que Dios se la mande! Usted no se cubra las manos de sangre. ¡Mire que habrá de verlas siempre manchadas! ¿Y quién nos dice que mi madre no volverá?
PEDRO GAILO:
¡Oveja que descarría, clamará en cortaduría! No te pongas de por medio, Simoniña. ¡Desapártate! ¡Déjame que prenda de los pericos a esa mala mujer! ¡He de arrastrarla por la cocina! ¡Berrea, gran adúltera! Llevarás una piedra entre los dientes, como los puercos.
SIMONIÑA:
Repórtese mi padrecito. Beba otra copa y duérmase.
PEDRO GAILO:
¡Calla, rebelde! ¿Por qué abriste la puerta para que se esvaneciese? Enterrada al pie del hogar, nunca descubierta sería…
SIMONIÑA:
Ha de ser una cueva bien honda, y ahora le cumple tomar ánimos con un trago.
En camisa, descubiertos los hombros toma el pichel del aguardiente y lo levanta sobre la boca del borracho, que lo aparta con una mano y cierra los ojos.
PEDRO GAILO:
Bebe tú primero, Simoniña.
SIMONIÑA:
¡Es anisado!
PEDRO GAILO:
Bebe tú y déjame una gota. ¡La mujer se desgarra de su casa!
SIMONIÑA:
Apure lo que resta, y espante los malos pensamientos.
PEDRO GAILO:
La mujer se debe al marido, y el marido a la mujer. Los dos usan de sus cuerpos por el Santo Sacramento.
SIMONIÑA:
Si quiere mujer ha de hallarla, que no es tan viejo ni tan cativo. Usted busque el amigarse fuera de casa, que otra a gobernar, aquí no entra.
PEDRO GAILO:
¿Y si de noche el enemigo me solivianta, que es muy tentador? ¡Muy tentador, Simoniña!
SIMONIÑA:
Con latines lo espanta.
PEDRO GAILO:
¿Si me llama a pecar contigo?
SIMONIÑA:
¡Demonio fuera!
PEDRO GAILO:
Cúbrete los hombros, que el pecado está en mí revestido.
SIMONIÑA:
Beba y duérmase.
PEDRO GAILO:
¡Qué piernas redondas tienes, Simoniña!
SIMONIÑA:
Si toda yo soy repolluda, no había de tener flacas las piernas.
PEDRO GAILO:
¡Y eres blanca!
SIMONIÑA:
No mire lo que no debe.
PEDRO GAILO:
Vístete un refajo, y vamos a minar la cueva.
SIMONIÑA:
¿Otra vez vuelve con el mismo delirio?
PEDRO GAILO:
¡Me parte la cabeza!
SIMONIÑA:
Ande para la cama.
PEDRO GAILO:
¿Para qué cama, venturosa? Si no has de estar conmigo en la cama no voy a ella.
SIMONIÑA:
Pues deje el cuchillo. ¡Era buena burla acostarnos los dos!
PEDRO GAILO:
Vamos a jugársela.
SIMONIÑA:
¿Ya no piensa en rebanar ningún pescuezo?
PEDRO GAILO:
Calla la boca.
SIMONIÑA:
Póngase en pie, y no me pellizque las piernas.
PEDRO GAILO:
¡Eres canela!
SIMONIÑA conduce al borracho a la yacija, tras el cañizo, y le empuja, sofocada. Cayéndole la camisa por los hombros, y deshecha la trenza, descuelga el candil y sube a dormir en el sobrado. La voz nebulosa, del sacristán sale del cocho de paja.
PEDRO GAILO:
¡Ven, Simoniña! ¡Ven, prenda! Pues que me da corona, vamos nosotros dos a ponerle otra igual en la frente. ¿Dónde estás, que no te palpo? Ahora tú eres mi reina. Si coceas, no lo eres más. Le devolvemos su mala moneda. ¡Cómo ríe aquel demonio colorado! ¡Vino a ponérseme encima del pecho! ¡Tórnamelo, Simoniña!… ¡Prenda! ¡Espántamelo!
SIMONIÑA, con el candil en la mano, escucha acurrucada en la escalera. El borracho comienza a roncar, y las palabras borrosas que dibujan la línea del sueño se distinguen apenas.