La Quintana de San Clemente, a la caída de la tarde, en la hora de las Cruces. Está llena de pájaros y de sombras casi moradas. PEDRO GAILO, el sacristán, pasea por el pórtico, batiendo las llaves. Con las barbas grises sin afeitar y las mejillas cavadas, el sacristán tiene algo que recuerda la llama amarilla de los cirios. Salen de la iglesia las últimas mujerucas, y reza sobre la tierra fresca de una sepultura MARICA DEL REINO.
PEDRO GAILO:
¡Adiós, Marica! Al salir, cierra la cancela.
MARICA DEL REINO:
No te vayas sin hablar conmigo. Déjame rematar este Gloria.
El sacristán se sienta en el muro del atrio sonando las llaves. MARICA DEL REINO se santigua. El hermano la ve venir sin moverse.
MARICA DEL REINO:
¿Qué era lo tratado?
PEDRO GAILO:
¿Por dónde vienen esas palabras, Marica?
MARICA DEL REINO:
¿Y no se te alcanza? ¡Pues es manifiesto!
PEDRO GAILO:
Si no haces más luz…
MARICA DEL REINO:
¿Qué fue del carretón?
PEDRO GAILO:
Cuanto tú sabes, cuanto sé.
MARICA DEL REINO:
¡Así dejas que la mujer se te vaya extraviada!
PEDRO GAILO:
Tiene quien la cubra la honra.
MARICA DEL REINO:
¡Ay hermano mío, otro tiempo tan gallo, y ahora te dejas así picar la cresta! ¿Qué te dio esa mala mujer que de tu honra no miras?
PEDRO GAILO:
¡Llegas como la serpiente, Marica!
MARICA DEL REINO:
¡Porque te hablo verdad, me motejas!
PEDRO GAILO:
¡Te dejas mucho llevar de calumnias, Marica!
MARICA DEL REINO:
¡Calumnias! ¡Ojalá lo fueran, que esa mala mujer, con su conducta, es oprobio de nuestras familias!
PEDRO GAILO:
¡Tanto hablar, tanto hablar, pudiese acontecer que diese fin de mi prudencia! Ya no le queda más que el rabo.
MARICA DEL REINO:
¡Acaba de desollarlo, y paga en esta tu hermana, que lo es, la rabia de tu honra!
PEDRO GAILO:
No iban por ti mis palabras, aunque bien pudieran ir. ¡Son muchas las malas lenguas!
MARICA DEL REINO:
¡Ya te caerá la venda, hermano mío!
PEDRO GAILO:
¿Qué puñela quieres que haga? ¡Tú buscas que tu hermano se pierda!
MARICA DEL REINO:
¡Busco que no sea consentido!
PEDRO GAILO:
¡Que se pierda!
MARICA DEL REINO:
¡Tendrás honra!
PEDRO GAILO:
¡La honra de una cárcel!
MARICA DEL REINO:
No te digo que la mates, pero májala.
PEDRO GAILO:
Se me vuelve.
MARICA DEL REINO:
No le darás a ley.
PEDRO GAILO:
¡Estoy resentido del pecho! ¡Considera!
MARICA DEL REINO:
¡Por qué considero!
PEDRO GAILO:
Para alcanzar alguna cosa tendría que matarla. Las tundas no bastan, porque se me vuelve. ¡Considera!
MARICA DEL REINO:
Pues desuníos.
PEDRO GAILO:
Nada se remedia.
MARICA DEL REINO:
Esa mala mujer te tiene avasallado.
PEDRO GAILO:
Si un día la mato, me espera la cadena.
MARICA DEL REINO:
¡Eres bien sufrido!
PEDRO GAILO:
¡Tú quieres que yo me pierda, y tanto harás que me subirás a la horca! ¡Me hilan el cáñamo las malas lenguas y llaman sobre mí al verdugo! ¡Por perdido me cuento! ¡Tendrás, Marica, un hermano ahorcado! ¡Esta noche saco los filos al cuchillo! ¡No quisiera sobre mi alma tus remordimientos!
MARICA DEL REINO:
¡A mí me culpas! Si tienes perdida la honra y miras por cobrarla, será tu sino que así sea.
PEDRO GAILO:
El sino que me dan las lenguas murmuradoras. ¡Abrasadas sean tantas malas lenguas! ¡Así se pierde a un hombre de bien que iba por su camino sin faltar! ¡Cuitado de mí! Marica, hermana mía, ¿cómo de considerarlo no te entra la mayor pena?
MARICA DEL REINO:
El corazón tengo cubierto.
PEDRO GAILO:
¡Ay, qué negro calabozo el que me dispones!
MARICA DEL REINO:
¡En qué hora triste fuiste nacido! ¡Jamás de los jamases me quitaré el luto de encima si llevas a cabo tu mal pensamiento! ¡Ay hermano mío, antes quisiera verte entre cuatro velas que sacando filo al cuchillo! ¡Celos con rabia a la puerta de la casa, nunca dictaron buen consejo! ¡Ay hermano mío, sentenciado sin remedio! ¡Cuando quieres mirar por tu honra, te echas encima una cadena! ¡Esconde el cuchillo, hermano mío, no le saques filo! ¡No te comprometas, que solamente de considerarlo toda el alma se me enciende contra esa mala mujer! ¡La gran Anabolena se desvaneció con el carretón! ¡Ay hermano mío! ¿Por qué es tan tirana la honra que te ordena cachear, en busca de esa mujer, hasta los profundos de la tierra?
Las voces declamadoras de aquella vieja, en el silencio del atrio lleno de sombras moradas, de fragancias de rocío, de vuelos inocentes de pájaros, tienen el sentido de las negras sugestiones en la primera inocencia sagrada. El sacristán huye por el camino de la aldea. La sotana escueta y el bonete picudo ponen en su sombra algo de embrujado. Se vuelve, perdido entre los maizales llenos de rezo de anochecido y levanta los brazos negros, largos, flacos.
PEDRO GAILO:
¡Me entregas al pecado! ¡Me entregas al pecado!