Un soto de castaños, donde hace huelgo la caravana de mendigos, lañadores y criberos, que acuden anuales a las ferias de Agosto en Viana del Prior. LA MARI-GAILA, gozosa de su nueva aventura, sofocada y risueña, llega tirando del dornajo por la carretera cegadora de luz.
MIGUELÍN:
Mucho te vale el tesoro, Mari-Gaila.
MARI-GAILA:
Ni un mal chavo pelón.
EL CIEGO DE GONDAR:
¡Si robas la plata con la ocurrencia que sacaste de enseñar las vergüenzas del engendro!
MARI-GAILA:
No son tiempos éstos en que corra dinero.
EL VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN:
El dinero, aun cuando se deje sentir, es a corros, y siempre se duelen los de algún arte.
EL CIEGO DE GONDAR:
¡Por acá nos dolemos todos!
MIGUELÍN:
No hay dinero, y el que hay lo emboba el Compadre Miau.
MARI-GAILA:
¡Séptimo Miau! Tengo oído, y también de su perro Coimbra. A lo que cuentan, es un tuno de mucho provecho.
MIGUELÍN:
¡Un condenado!
MARI-GAILA arrima el dornajo a la sombra de los castaños y se sienta a la vera, los ojos y los labios alegres de malicias.
MARI-GAILA:
Me va por la pierna una pulga con zuecos, y voy a ver si la cazo. ¡No mires, Padronés!
MIGUELÍN:
¿Qué temes? ¿Que te saque tacha? Público es que las piernas tienes tuertas.
MARI-GAILA:
¡Tuertas y encanilladas!
EL CIEGO DE GONDAR:
Contigo no hay penas. Puestos los dos a correr ferias y romerías, ganáramos muy buenos machacantes. Y tú ya no dejas esta vida.
MARI-GAILA:
Es el bien que me trujo la herencia renegada.
MIGUELÍN:
¿Pues no abandonaste el Palacio del Rey?
MARI-GAILA:
Abandoné mi casa, donde era reina.
EL VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN:
Muy mal le irá a usted, señora, pero tiene usted unas carnes que no tenía. LA TATULA ¡Y colores!
MARI-GAILA:
Toda la vida tuve colores de una rosa, así me achacaron lo de la bebida. ¡Cuando era la buena conducta!
Ríen los mendigos, negros y holgones, tumbados a la sombra de los árboles. Por la carretera, una niña con hábito nazareno, conduce un cordero encintado, sonriendo extática entre la pareja de sus padres, dos aldeanos viejos. Mozas vestidas de fiesta pasan cantando, entre tropas de chalanes y pálidos devotos que van ofrecidos.
EL VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN:
Promete estar superior la feria de Viana.
MIGUELÍN:
La feria que estos tiempos suena es la del Cristo de Bezán.
MARI-GAILA:
Esas ferias distantes son buenas para vosotros, que sois cuerpos libres. ¿Pero adónde voy yo siete leguas tirando del carretón?
EL CIEGO DE GONDAR:
Se busca una buena compañía, y se hace el camino por jornadas. Para sacar del carretón su por qué, las ferias de la montaña. Ésas son ferias de mucho bien de Dios.
MARI-GAILA:
Adonde este año no falto es al San Campio de la Arnoya.
EL CIEGO DE GONDAR:
Y verás tu provecho, si te pones en un acuerdo conmigo.
MARI-GAILA:
De acuerdo ya estamos, salvo que tú llamas acuerdo al dormir juntos, y eso de mí no lo esperes.
LA TATULA:
¡Amén de Dios, si el pecado no puede con vosotros!
MARI-GAILA:
Con mi carne de rosas, que este cativo ya me está palpando. ¡Aparta la mano, centellón!
EL CIEGO DE GONDAR:
¡No escapes, Mari-Gaila!
MARI-GAILA:
Cachea si tienes un mixto.
EL CIEGO DE GONDAR:
¿Quieres hacerte la calderada?
MARI-GAILA:
¡Mucho penetras!
EL CIEGO DE GONDAR:
Me llegaron vientos de sardinas. ¿Y si juntáramos el compango, Mari-Gaila?
MARI-GAILA:
De mi banda, solamente puedo poner cuatro arenques que me dieron en una puerta. Es comida que reclama bebida.
EL CIEGO DE GONDAR:
Tiéntame las alforjas, que algo bueno viene en ellas.
MARI-GAILA:
¡Ay, tunante! Te das el trato de un Padre Prior.
MARI-GAILA, los brazos desnudos y las trenzas recogidas bajo el pañuelo de flores, enciende unas ramas, y se levantan cantando las lenguas de una hoguera. El humo tiende olores de laurel y sardinas, con el buen recaudo del vino agrio y la borona aceda. Un viejo venerable, que parecía dormido, se incorpora lentamente. Tiene el pecho cubierto de rosarios y la esclavina del peregrino en los hombros.
EL PEREGRINO:
A fe que siento, cristianos, no tener cosa que ofreceros para ser parte.
MARI-GAILA:
Pues la alforja rumbo mete.
EL PEREGRINO:
No guarda otra cosa que mi penitencia.
EL CIEGO DE GONDAR:
¡Algún pernil!
EL PEREGRINO:
La piedra donde descanso la cabeza cuando duermo.
Abre la alforja y enseña un canto del río con un gran alvéolo redondo y pulido, la huella de largos sueños penitentes. MARI-GAILA, ante aquel prodigio, siente una gozosa ternura.
MARI-GAILA:
Llegue acá, venturoso, y haremos entre los tres reparto.
EL PEREGRINO:
¡Alabado sea Dios!
MARI-GAILA:
¡Alabado sea siempre!
MARI-GAILA aparta las sardinas de la lumbre y las pone en una escudilla de peltre. Luego saca el pan y la bota de las alforjas del ciego, y hace un lugar al peregrino en torno de la capa remendada, que sirve de mantel. Mientras come la compañía, el ciego, con risa socarrona, huele su sardina, puesta sobre una tajada de pan, y alarga la oreja.
EL CIEGO DE GONDAR:
El cabezal lo tiene de piedra, pero las muelas aún le ganan. La penitencia es para el mal dormir, que para el mal comer… ¡Contro con el santo!
EL PEREGRINO:
Tres días llevaba sin tocar sustento.
EL CIEGO DE GONDAR:
¿Indigestado?
EL PEREGRINO:
¡Penitente!
EL CIEGO DE GONDAR:
Somos viejos en esos engaños, amigo.
EL PEREGRINO acoge tales palabras con gesto seráfico, y EL CIEGO, tras de refrescar la boca con el trago, torna a reír. MIGUELÍN EL PADRONÉS, que en las mismas sombras remienda un paraguas, hace un guiño maleante y silba un aire. La pareja de tricornios, negra y polvorienta, penetra en las sombras del soto donde sestea la taifa de hampones. Viéndola llegar, todos callan, y la pareja, inquisidora, cruza entre unos y otros.
UN GUARDIA:
¿No estuvo aquí uno que hasta hace poco corría las ferias con una mujer de la vida? El Conde Polaco.
EL CIEGO DE GONDAR:
Aquí no tratamos con gente tan política. OTRO GUARDIA Es el nombre con que viene reclamado.
EL CIEGO DE GONDAR:
El nombre se cambia más pronto que la pelleja.
MIGUELÍN:
¿En qué oficio se emplea ese sujeto, Señores Guardias?
UN GUARDIA:
En los peores, y se me representa extraño que os sea desconocido.
EL CIEGO DE GONDAR:
Unos corremos el mundo con honradez y otros sin ella.
MARI-GAILA:
Ya se les alcanza a los Señores Guardias.
EL OTRO GUARDIA:
Yo, para no equivocarme, os ponía a todos a la sombra. ¡Cuidado con lo que se hace, que andamos vigilantes!
MARI-GAILA:
Nuestras obras están a la luz del sol, Señores Guardias.
UN GUARDIA:
¡Pues mucho ojo!
Los Señores Guardias, adustos, partida la jeta cetrina por el barboquejo de hule, se alejan bajo miradas de burla y temor. El correaje, los fusiles, los tricornios destellan en la carretera cegadora de luz.
EL CIEGO DE GONDAR:
¡No hay prenda como la vista! Éstos son más ciegos que los que andamos a las oscuras.
MIGUELÍN:
Pudiera suceder.
EL CIEGO DE GONDAR:
Me parece que señalamos al mismo santo.
MIGUELÍN:
Yo nada aventuro.
EL CIEGO DE GONDAR:
Pues mi boca está sellada.
MARI-GAILA:
¡Qué hablar por cifra!
EL CIEGO DE GONDAR:
Acá nos entendemos.
MIGUELÍN:
¡Miau!
El taimado mozuelo, recostado en el tronco de un árbol, abre el paraguas por juzgar del arte con que puso el remiendo, y silba un nuevo aire. MARI-GAILA, procurando tomarle al oído, escucha con una sonrisa quieta y los ojos entornados…
MARI-GAILA:
¡Linda tocata! Parece habanera.
EL VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN:
El Compadre Miau vino con ella del fin del mundo.
MARI-GAILA:
Será de reír la primera vez que nos encontremos. No le conozco y llevo tres noches que sueño con él y con su perro.
MIGUELÍN:
Falta que el hombre de tu sueño tenga la cara del Compadre.
MARI-GAILA:
Padronés, si tal acontece, también te digo que tiene pacto.