Escena quinta

San Clemente. El atrio con la iglesia en el fondo. Pasa entre los ramajes el claro de luna. Algunos faroles, posados en tierra, abren sus círculos de luz aceitosa en torno al bulto de la difunta, modelado bajo una sábana blanca. Los aldeanos del velorio —capas y mantillas— beben aguardiente al abrigo de la iglesia. El murmullo de las voces, las pisadas, las sombras tienen el sentido irreal y profundo de las consejas.

PEDRO GAILO:

Desde el momento primero, yo fui en decir que la difunta finó por haber bebido de alguna fuente ponzoñosa, pues ya van muchas desgracias en ganados y cristianos así aparejadas.

MARI-GAILA:

Y el engendro bebió algún trago dela misma agua, pues todo se derramó, con perdón, en las pajas. Fue menester lavarlo como a un niño de teta. ¡Y si supieseis qué completo es de sus partes!

MARICA DEL REINO:

¡Calla, cuñada! Poco tendrás que renegar de tales trabajos, que yo me hago cargo del carretón.

MARI-GAILA:

¡Ahí está su hermano! Con él te gobiernas, Marica.

MARICA DEL REINO:

¿Qué tienes tú que deponer, hermano mío?

PEDRO GAILO:

Los brazos de un hombre llevan mejor cualisquiera carga.

MARICA DEL REINO:

La voluntad de la difunta era encomendarme el cuidado del carretón. ¡Declarado me lo tenía!

MARI-GAILA:

¿Dónde están los testigos, Marica?

MARICA DEL REINO:

Con mi hermano hablaba.

MARI-GAILA:

Pero yo te escuchaba.

MARICA DEL REINO:

¡Ay si la difunta pudiera declarar su voluntad!

PEDRO GAILO:

¡Habla tú, difunta hermana mía! Habla si era tu intención negar la ley de familia.

LA TATULA:

No esperes te responda, que la muerte no hila palabras.

EL PEDÁNEO:

Tiene sin aire el fol, y no hay palabra sin aire, como no hay llama.

PEDRO GAILO:

Pero se obran prodigios.

EL PEDÁNEO:

En otros tiempos, que en éstos al carro de la muerte ninguno le quita los bueyes.

MARICA DEL REINO:

¡Y todo este hablar salió a cuento del pleito que tratan entre sí de sustentar dos hermanos propios carnales!

MARI-GAILA:

No habrá pleito si tú respetas el derecho del que nació varón.

MARICA DEL REINO:

Consultaremos con hombres de Ley.

EL PEDÁNEO:

¡Como lleguéis a la puerta del abogado, os enredáis más! Sin salir de la aldea hallaréis barbas honradas sabiendo de Ley.

PEDRO GAILO:

¿Cuál es tu dictado, Bastián de Candás?

EL PEDÁNEO:

Si fuese a daros mi dictado, a ninguno había de contentar. ¡Como que ninguno tiene la Ley!

MARI-GAILA:

¿No llama al hermano varón?

EL PEDÁNEO:

Las voces de la Ley tú no las alcanzas.

MARI-GAILA:

¡Pero aquí hay alguno que sabe latines!

EL PEDÁNEO:

A eso solamente respondo que latines de misa no son latines de Ley.

PEDRO GAILO:

¿Cuál es tu dictado, Bastián de Candás?

EL PEDÁNEO:

Si no habéis de seguirlo, ¡para qué escucharlo!

MARICA DEL REINO:

Te pedimos tu consejo, y cumples con darlo.

EL PEDÁNEO:

Si como la finada no deja otro bien que el hijo inocente, dejase un par de vacas, cada cual se llevaría su vaca de la corte. Tal se me alcanza. Y si dejase dos carretones, cada cual el suyo.

LA TATULA:

Tampoco había pleito.

EL PEDÁNEO:

Pues si solamente deja uno, también habéis de repartiros la carga que represente.

LA TATULA:

No es carga, que es provecho.

EL PEDÁNEO:

Son bienes pro indiviso, que dicen en juzgados.

MARI-GAILA:

¡Ay Bastián, tú sentencias, pero no enseñas cómo se puede repartir el carretón! Zueco en dos plantas, ¿dónde irás que lo veas?

EL PEDÁNEO:

Pero vi muchos molinos, cada día de la semana, moler para un dueño diferente.

UNA MOCINA:

Mi padre muele doce horas en el molino de András.

MARICA DEL REINO:

Por manera que el justo sentir es de repartirse el carretón entre las familias, determinados los días.

EL PEDÁNEO:

Un suponer: Sois dos llevadores de un molino. De lunes a miércoles saca el uno la maquila, y el otro, de jueves a sábados. Los domingos van alternados.

LA TATULA:

Así no había pleito.

MARICA DEL REINO:

A ti corresponde hablar, hermano mío.

PEDRO GAILO:

Lo que propone aquí este vecino honrado es un consejo, y a nosotros cumple tomarlo o dejarlo. Mi sentir ya está manifiesto, el tuyo debes declararlo.

MARICA DEL REINO:

Mi sentir está con el tuyo, y de ahí no me descarrío.

MARI-GAILA:

Retuertas vienen esas palabras.

MARICA DEL REINO:

Claras como el sol.

EL PEDÁNEO:

Veremos si yo marcho por tus caminos, Marica del Reino. A mi ver, con tales palabras quieres significar que te avienes con aquello que se avenga este tu hermano.

MARICA DEL REINO:

¡Claramente!

EL PEDÁNEO:

¿Y tú qué respondes, Pedro del Reino?

MARI-GAILA:

Este bragazas se conforma al respective.

EL PEDÁNEO:

Pues muera el cuento.

MARICA DEL REINO:

Por manera que tres días el Carretón al cargo mío y otros tres al cargo de mi cuñada.

EL PEDÁNEO:

El domingo es el indiviso.

LA TATULA:

Ya tenéis hechas las partijas, sin peritos.

MARI-GAILA:

Hay que cumplimentarlo bebiendo una copa. Cachea por el caneco del aguardiente, marido.

PEDRO GAILO:

Míralo a la ventana tuya, arrimado a las parihuelas de la difunta.

MARI-GAILA:

Y hay que darle una copa al baldadiño.

EL PEDÁNEO:

¿Lo cata?

MARI-GAILA:

Y se relame. Veréis vosotros cómo no se conforma con una. Está imbuido en la bebida.

LA TATULA:

Tantas lluvias y soles por caminos… Sin ese reparo moría.

MARI-GAILA:

¿Quieres echar una copa, Laureano?

LA TATULA:

Amuéstrale el caneco, que por palabras no saca el sentido.

MARI-GAILA, donairosa y gentil, erguida al pie de la difunta, colma el vaso de las rondas, y respira con delicia el aroma del aguardiente.

MARI-GAILA:

Bastián, a ti toca beber el primero, que fallaste el pleito.

EL PEDÁNEO:

Pues a la salud de toda la compañía.

MARI-GAILA:

A tras de ti va el baldadiño. Ahora lo catas, Laureano.

LA TATULA:

Dáselo para que remede el trueno. ¡Lo hace cumplidamente!

MARI-GAILA:

¡Mirad aquí, por vuestra alma! ¡Saca la lengua como un pito!

EL IDIOTA:

¡Hou! ¡Hou! ¡Dade acá!

MARI-GAILA:

¿Quién lo da?

EL IDIOTA:

Nanay.

LA TATULA:

¿Qué es ello, Laureano?

EL IDIOTA:

¡Hou! ¡Hou!

MARI-GAILA:

¿Cómo se pide?

EL IDIOTA:

¡Releche! ¡Hou! ¡Hou!

MARICA DEL REINO:

Dale el trago y no lo hagas más condenar.

MARI-GAILA:

Has de hacer el trueno, si quieres beber.

EL IDIOTA:

¡Miau! ¡Fu! ¡Miau!

MARI-GAILA:

Cativo, así es el gato.

LA TATULA:

Laureano, remeda el cohete, que vas a beber.

MARICA DEL REINO:

No lo hagáis más condenar.

EL IDIOTA:

¡Ist!… ¡Tun!… ¡Tun!… ¡Tun!… ¡Ist!… ¡Tun!…

EL PEDÁNEO:

Ya se ganó el trago.

MARI-GAILA:

¡Es un mundo de divertido!

PEDRO GAILO:

¡Enternece!

MARICA DEL REINO:

¡La finada muy bien adeprendido lo tenía! No por ser nuestra hermana dejaba de ser una mujer de provecho. ¡Ay Juana, qué negro sino tuviste!

MARI-GAILA:

¡Ay cuñada, espera el día para el planto, y bebe tu copa, que ya se me cansan los brazos de estar alzados con el caneco!

La otra suspira y, antes de catar el aguardiente, se pasa por los labios un pico de la mantilla. Luego, de un sorbo, con mueca de repulsa, apura el trago. MARI-GAILA bebe la postrera y se sienta en el corro. Una vieja comienza un cuento, y EL IDIOTA balanceando la cabeza enorme sobre la almohada de paja, da su grito en la humedad del cementerio.

EL IDIOTA:

¡Hou! ¡Hou!

EL SAPO:

¡Cro! ¡Cro!