El robledo, al borde del camino real. JUANA LA REINA está tendida de cara al cielo, y tiene sobre el pecho una cruz formada por dos ramas verdes. Los pies descalzos y las canillas del color de la cera, asoman por debajo de la saya como dos cirios. BASTIÁN DE CANDÁS, alcalde pedáneo, pone guardas a la muerta, y da órdenes con una mano en el aire, como si fuese a bendecir.
EL PEDÁNEO:
Vosotros, rapaces, aquí firmes, sin desviaros del pie de la finada difunta. No habéis de consentir por cosa del mundo que muevan el cuerpo antes de comparecer el Ministro de la Ley.
Algunas mujerucas aldeanas llegan haldeando. Resplandor de faroles, negrura de mantillas. Viene, entre ellas, una vieja encorvada que da gritos con el rostro entre las manos. Por veces se deja caer en tierra abriendo los brazos, y declama las frases rituales de un planto. Es MARICA DEL REINO, hermana de la difunta. MARICA DEL REINO ¿Dónde estás, Juana? ¡Callaste para siempre! ¡Nuestro Señor te llamó, sin acordar de los que acá quedamos! ¿Dónde estás, Juana? ¿Dónde finaste, hermana mía?
UNA MOZA:
¡Conformidad, tía Marica!
TÍA MARICA, ayudada por las mujeres y cubierta con el manteo, camina encorvada. Cuando llega al pie de la difunta, se abraza con ella.
MARICA DEL REINO:
¡Ay Juana, hermana mía, qué blanca estás! ¡Ya no me miran tus ojos! ¡Ya esa boca no tiene palabras para esta tu hermana que lo es! ¡Ya no volverás a detenerte en mi puerta para catar los bollos del pote! ¡Cegabas por ellos! ¡Inda esta segunda feria los merendamos juntas! ¡Qué bien te sabían con unto y con nebodas!
Después del planto, queda recogida sobre las rodillas, gimiendo monótonamente. Las mujeres se sientan en torno, refiriendo azares de los caminos, casos de muertes repentinas, cuentos de almas en pena. Y cuando decae el interés de aquellas historias, renueva su planto MARICA DEL REINO. Atravesando la robleda, llega el matrimonio de los GAILOS. La mujer, echada sobre los hombros la mantilla; y el marido, con capa larga y bastón señoril de dorada contera y muleta de hueso. La hermana, viéndolos llegar, se alza en las rodillas y abre los brazos en dramática expresión.
MARICA DEL REINO:
¡Tarde vos dieron el aviso! Yo llevo aquí el más del día, casi que estoy tullida de la friura de la tierra.
PEDRO GAILO:
El hombre que tiene cargo no dispone de sí, Marica. Y ¿cómo fue que aconteció esta incumbencia?
MARICA DEL REINO:
¡Ordenado estaría en la divina proposición!
PEDRO GAILO:
¡Cabal! Pero ¿cómo fue que ello aconteció?
MARICA DEL REINO:
¿Y a mí me lo preguntas? ¡Vírate para la difunta, que ella solamente puede darte la respuesta!
PEDRO GAILO:
¡Difunta, hermana mía, mucho te tiraba el andar por caminos, y andando por ellos topaste la muerte!
MARICA DEL REINO:
¡Las mismas consideraciones le tengo hechas! ¡Dios nos ampare!
EL SACRISTÁN, limpiándose los ojos, donde el estrabismo parece acentuarse, se acerca al dornajo del idiota.
PEDRO GAILO:
¡Ya eres huérfano, y no puedes considerarlo, Laureano! ¡Tu madre, la hermana mía, es finada, y no puedes considerarlo, Laureano! ¡Por padre tuyo putativo me ofrezco!
MARICA DEL REINO:
El cargo del inocente a mí me cumple.
MARI-GAILA:
Nosotros tampoco lo abandonamos, cuñada.
MARI-GAILA tiene el gesto de desenfado y una luz provocativa en los ojos parleros. La otra tuerce la cabeza mostrando desdén.
MARICA DEL REINO:
A mi hermano, que lo es, me refería.
MARI-GAILA:
Mas yo te respondía.
EL PEDÁNEO:
Muera el cuento.
PEDRO GAILO:
¿Qué esperamos, Bastián?
EL PEDÁNEO:
Esperamos la comparecencia de la Justicia.
PEDRO GAILO:
Poco tiene que esclarecer. Para mí, la difunta bebió alguna agua corrompida, y eso la mató. Es probado que los sulfatos de las viñas emponzoñan las aguas y producen muertes.
EL PEDÁNEO:
: ¿Recordáis aquella mi vaca pintada?
MARI-GAILA:
¡Una vaca como una reina!
EL PEDÁNEO:
: Pues a la muerte la tuve, que la saqué adelante con cocimientos de genciana. Por cima de siete reales gasté en la botica.
UNA VIEJA:
Hay aguas mortales.
PEDRO GAILO:
Que las hay no tiene duda, y al cuerpo adolecido más pronto lo dañan. Le corrompen el interior.
MARI-GAILA:
Entre el señorío, tanto mirar mal el aguardiente, y no decir cosa ninguna contra las aguas.
EL PEDÁNEO:
El señorío mira mal el aguardiente porque se regala con otros resolios.
MARI-GAILA:
¡Anisete escarchado!
Por el camino real vese venir al juez, caballero en un rucio de gayas jalmas y anteojeras con borlones. El alguacil zanquea al flanco, como espolique. Las mujerucas, alzadas sobre las rodillas y soplándose los dedos, avivan la luciérnaga de sus faroles. Comienza un planto solemne.
MARICA DEL REINO:
¡Juana, hermana mía, si en el mundo de la verdad topas con mi difunto, dirásle la ley que le guardé! ¡Dirásle que nunca más quise volver a casar, y que no me faltaron las buenas proporciones! Ahora soy una vieja, pero me dejó bien lozana. Dirásle que un habanero de posibles me pretendía, y que jamás le viré cara. ¡Un mozo como un castillo!
MARI-GAILA:
¡Cuñada, flor de los caminos, ya estás a la vera de Dios Nuestro Señor! ¡Cuñada, que tantos trabajos pasaste, ya tienes regalo a su mesa! ¡Ya estás en el baile de los ángeles! ¡De hoy más, tu pan es pan con huevos y canela! ¡Ay cuñada, quién como tú pudiese estar a oír los cuentos divertidos de San Pedro!