Otro camino galgueando entre las casas de un quintero. Al borde de los tejados maduran las calabazas verdigualdas, y suenan al pie de los hórreos las cadenas de los perros. Baja el camino hasta una fuente embalsada en el recato de una umbría de álamos. Silban los mirlos, y las mujerucas aldeanas dejan desbordar las herradas, contando los cuentos del quintero. ROSA LA TATULA llega haldeando, portadora de la mala nueva.
LA TATULA:
¡Alabado sea Dios, y qué callada es su divina Justicia! Ahí atrás queda privada del sentido Juana la Reina. Estuve dándola voces, y ni a pie ni a mano. Tiene la color de la muerte. Sin tanta ansia como llevo por estar en la villa, pasábame por la puerta de aquella hermana que tiene en la Cruz de Leson. ¿Alguna de vosotras mora por aquel ruero? UNA MUJERUCA Puerta con puerta tenemos las casas.
LA TATULA:
Ya le podías llevar la mala razón.
UNA MUJERUCA:
¿Y a tu consentimiento rindió el alma?
LA TATULA:
Que tiene la color de la muerte, es cuanto digo.
OTRA MUJERUCA:
Llevaba tiempo que roía en ella el mal. Ya pasó sus trabajos, soles y lluvias, siempre a tirar del carretón. ¿Qué suerte tendrá ahora el engendro? ¿Adónde rodará?
LA TATULA:
Conforme al modo que ello se considere, es una carga y no la es. Juana la Reina achicaba en un día más bebida que una de nos achica en un año, y la bebida no la dan sin moneda. Por su engendro tenía mantenencia. ¡Mal sabéis lo que se gana con un carretón! No hay cosa que más compadezca los corazones. Juana la Reina sacaba un diario por riba de siete reales. ¿Y adónde vas tú, cuerpo sano, que saques ni medio de ese estipendio?
Dos mujeres, madre e hija, con los cántaros en la cabeza, bajan por el sendero a la umbría de la fuente. La madre blanca y rubia, risueña de ojos, armónica en los ritos del cuerpo y de la voz. La hija, abobada, lechosa, redonda con algo de luna, de vaca y de pan.
UNA MUJERUCA:
Cara aquí vienen las Gailas. Ésas son familia.
LA TATULA:
Mari-Gaila, casada con un hermano carnal de la difunta. Pedro Gailo, el sacristán, en sus papeles es Pedro del Reino.
OTRA MUJERUCA:
El porte que ellas traen no es de saber la nueva.
LA TATULA:
Mari-Gaila, corre, que a tu cuñada le acudió una alferecía, y está privada en las sombras de la vereda. MARI-GAILA ¿Cuál de las dos cuñadas?
LA TATULA:
Juana la Reina.
MARI-GAILA:
¡Ay Tatula, declárate si ella es difunta, que no me falta fortaleza!
REZO DE LAS MUJERES:
Más de lo que sabes, aquí no sabemos.
MARI-GAILA deja caer el cántaro, desanuda el pañuelo que lleva a la cabeza, y frente a la hija, que suspira apocada, abre los brazos en ritmos trágicos y antiguos. La fila de cabezas, con un murmullo casi religioso, está vuelta para la plañidera que bajo los sombras de la fuente aldeana resucita una antigua belleza histriónica. Detenida en lo alto del camino, abre la curva cadenciosa de los brazos, con las curvas sensuales de la voz.
MARI-GAILA:
¡Escacha el cántaro, Simoniña! ¡Simoniña, escacha el cántaro! ¡Qué triste sino! ¡Acaba como la hija de un déspota! ¡Nunca jamás querer acogerse al abrigo de su familia! ¡Ay cuñada, no te llamaba la sangre, y te llamó para siempre la tierra, que todos pisan de una vereda! ¡Escacha el cántaro, Simoniña!
UNA MUJERUCA:
¡No hay otra para un planto!
OTRA MUJERUCA:
De la cuna le viene esa gracia.
OTRA MUJERUCA:
Corta castellano como una alcaldesa.
MARI-GAILA:
¡Ay cuñada, soles y lluvia, andar caminos, pasar trabajos, fueron tus romerías en este mundo! ¡Ay cuñada, por cismas te despartiste de tus familias! ¡Y quémala virazón tuviste para mí, cuñada! ¡Ay, cuñada, te movían lenguas anabolenas!
LA TATULA:
Las familias, si no es que son padres para hijos, hay que tenerlas como ajenas.
UNA MUJERUCA:
La ley de sangre siempre da su dictado.
LA TATULA:
Por veces también se niega.
MARI-GAILA:
¡No en mi pecho, Tatula!
LA TATULA:
Así se contempla.
MARI-GAILA:
Y aun cuando me quede sin pan que llevar a la boca, he de hacerme el cargo del carretón.
LA TATULA:
El carretón, si no lo retiras de los caminos, trae provecho.
MARI-GAILA:
Cativo provecho si tengo que dejar el apaño de mi casa.
LA TATULA:
Lo pones en arriendo. Si llega el caso, habla conmigo.
MARI-GAILA:
Lo tendré presente. Que venga a mí el cargo del carretón, tampoco lo dificulto. La difunta era hermana de mi hombre, y otra familia más allegada no tiene.
LA TATULA:
El pleito será entre vosotros y tu cuñada Marica del Reino.
MARI-GAILA:
¡Pleito! ¿Por qué ha de haber pleito? Yo hago esta caridad porque tengo conciencia. ¿Quién puede disputarle el cargo al hermano varón? Si van a justicias, el varón gana el pleito o no hay ley derecha.
LA TATULA:
Pues si para en tu dominio, recuerda de lo qué ahora tenemos hablado.
MARI-GAILA:
Ya te echo el alto. Ninguna palabra hay de por medio.
LA TATULA:
Cierto que no hay palabra, pero si quieres recordar alguna cosa de lo hablado…
MARI-GAILA:
Aquello que no se me borre podré recordarlo.
LA TATULA:
Yo me pasaré por tu puerta.
MARI-GAILA:
Con bien llegues a ella.
UNA MUJERUCA:
El carretón representa un horno de pan.
OTRA MUJERUCA:
¡De pan trigo!
MARI-GAILA:
¡Qué mala ventura tuviste, cuñada! ¡Aprendan de ti las anabolenas! ¡Morir sin confesión en un camino!
SIMONIÑA, blanca, simplona, carillena; apretando los ojos, remeda el planto de su madre, y abre los brazos ante el cántaro roto.