Escena segunda

Paraje de árboles sobre la carretera. JUANA LA REINA, en aquellas sombras, pide limosna con el pañuelo de flores abierto en las ribas de la cuneta, y el enano, hundido en el jergón del dornajo, vicioso bajo la manta remendada, hace su mueca.

LA REINA:

¡Un bien de caridad para el desgraciado sin luz de razón! ¡Miradle tan falto de valimiento!

A lo largo de sus palabras, gime oprimiéndose los vacíos. Y ROSA LA TATULA, que en el buen tiempo de romerías y sementeras también pide limosna, le da sus consejos de vieja prudente y doctora.

LA TATULA:

Habías de estar en el Hospital de Santiago. ¡Te entró fiera la dolor!

LA REINA:

¡Años va que no me deja!

LA TATULA:

¡Y fortuna que el hijo te vale un horno de pan!

LA REINA:

¡Pudiera él salir de su jergón, aun cuando contra su madre con un puñal desnudo se viniera!

LA TATULA:

Dios Nuestro Señor te lo dio así, y con ello se cumple su divina voluntad.

LA REINA:

¿Has visto que vaya contra ella?

Suspirando y tranqueando, con un plato de peltre en las manos, iba al encuentro de los ricos feriantes. Un CHALÁN que conduce novillos del monte, levantándose sobre los estribos, da voces por que se aparte del camino.

EL CHALÁN:

¡Eh!… ¡No me espante el ganado!

La mendiga, oprimiéndose los flancos, vuelve a la sombra de los robles. Tiene los ojos con vidrio, y la boca del color de la tierra. Los juvencos del monte, berrendos en negro, desfilan en una nube de polvo, y EL CHALÁN, de perfil romano, encendido y obeso, trota a la zaga.

LA REINA:

¡Ay, muero! ¡Ay, muero!

LA TATULA:

¿Es mucha la dolor?

LA REINA:

¡Un gato que me come en el propio lugar del pecado!

LA TATULA:

¡Es mal de ijada!

LA REINA:

¡Un trago de anisado dábame la vida!

LA TATULA:

Alguno pasará que lleve su caneco.

LA REINA:

¡El Señor me abre sus puertas!

LA TATULA:

Los trabajos del mundo ganan el Cielo.

LA REINA:

¡Este día acabo!

Se dobla con la boca pegada a la tierra, el pelo sobre las mejillas, y las manos arañando la yerba. Bajo el cairel roído del refajo, las canillas y los pies descalzos son de cera. ROSA LA TATULA la contempla con expresión de sobresalto.

LA TATULA:

¡Prueba a levantarte! ¡No entregues el alma en este camino, criatura! ¡Tienes que hacer confesión y ponerte a las buenas con el Señor!

LA REINA:

¡Ay, qué gran romaje! ¡No falta condumio!

LA TATULA:

La dolor te priva el sentido.

LA REINA:

¡Recogedme ese pañuelo, que no le cabe encima más moneda!… ¡Calla, Laureano!… ¡Ay, qué bueno!…

LA TATULA:

¡San Blas! ¿Esto es delirio?

LA REINA:

¡Marelo, pon un vaso de agua de limón! ¡Hay dinero, Marelo!… ¡Hay dinero!

LA TATULA:

¡Juana Reina, no acabes aquí, que me comprometes! ¡Prueba a tenerte! ¡Vamos para la aldea!

LA REINA:

¡Qué estrellón en el Cielo!

LA TATULA intenta levantar aquella reliquia doliente, y el cuerpo fácil y deshecho escúrrese alzando los brazos como dos aspas.

LA TATULA:

¡Ay, qué rajo!

A lo lejos, bajo chatas parras, sostenidas en postes de piedra, asoma un mozuelo, y tras esta figura se diseña el perfil de otra figura tendida a la sombra. El rapaz, requiriendo el palo, échase a los hombros el tabanquillo de los leñadores. Es MIGUELÍN EL PADRONÉS, uno que anda caminos, al cual por sus dengues le suele acontecer en ferias y mercados que lo corran y afrenten. MIGUELÍN lleva arete en la oreja.

LA REINA:

¡Acude acá, cristiano!

MIGUELÍN:

Si es por que te socorra, ya estoy cerca.

LA TATULA:

¡Ven acá, por el alma de quien te trajo al mundo!

MIGUELÍN:

Me parió mi suegra.

LA TATULA:

Deja esos relatos. ¡La acudió un dolor de alferecía a Juana la Reina!

MIGUELÍN:

Friégala con ortigas.

LA TATULA:

¡Ven acá, mal cristiano!

MIGUELÍN:

Ahora acude el Compadre Miau.

El otro que estaba tumbado a la sombra de las parras, ya se incorporaba y salía a la luz. Es aquel farandul otras veces visto en compañía de una mujer apenada que le llamaba LUCERO.

MIGUELÍN:

¿Bajamos, Compadre Miau?

EL COMPADRE MIAU:

Solamente veríamos la mueca de la muerte.

MIGUELÍN:

¿A usted le mando el aire?

EL COMPADRE MIAU:

Hace rato mandóselo a Coimbra.

LA TATULA:

¿Qué receláis, cativos?

EL COMPADRE MIAU:

Puesto que por nuestro nombre nos llama, vamos para allá caminando.

Los dos compadres bajan hacia la carretera. MIGUELÍN se busca con la lengua un lunar rizoso que tiene a un canto de la boca, y el otro bate el yesquero. En la sombra de los robles yace la pordiosera inmóvil y aplastada. Las canillas desnudas salen del refajo como dos cirios de cera.

LA TATULA:

¡Juana Reina! ¡Juana Reina!

EL COMPADRE MIAU:

No esperes respuesta: Te cumple llevar aviso a las familias. Solamente declaras media verdad: Que en este paraje le entró dolor, y que con el dolor queda. Esa mujer ya está difunta.

LA TATULA:

¡San Blas! ¡Que me cuesta andar en justicia tener el corazón de manteca!

EL COMPADRE MIAU:

Excusado decir que a mí para nada me nombras…

LA TATULA:

¿Y quién advirtió que era muerta?

EL COMPADRE MIAU:

No me nombras.

LA TATULA:

¿Y si me llaman a declarar?

EL COMPADRE MIAU:

No me nombras.

LA TATULA:

Tanto temor, ¿qué representa?

EL COMPADRE MIAU:

Tu cuero para un pandero.

El farandul se ha sentado a la sombra de los árboles, y pica dos tagarninas juntas con su navaja de Albacete. ROSA LA TATULA, helada y prudente, se calza los zuecos en la orilla de la carretera, requiere el zurrón de espigas, y apoyada en el palo, tranqueando, se parte a llevar la mala nueva. En la fronda del robledo, el idiota, negro de moscas, hace su mueca. MIGUELÍN EL PADRONÉS, con la punta de la lengua sobre el lunar rizoso, se escurre ondulando, y mete las manos redondas bajo el jergón del dornajo, de donde saca una faltriquera remendada, sonora de dinero.

EL COMPADRE MIAU:

¡El timbre es de plata!

MIGUELÍN:

De la que da la gata.

EL COMPADRE MIAU:

A verlo vamos.

MIGUELÍN:

Esto solamente es negocio mío.

EL COMPADRE MIAU:

¡No lo creía a usted tan avaro, compadre! Usted no quiere que sea negocio de los dos, y tenemos que ventilarlo.

MIGUELÍN:

¿En qué tribunal?

EL COMPADRE MIAU:

Compadre, ¿quiere usted que el pleito lo sentencie Coimbra?

MIGUELÍN:

Compadre, no quiero mi pleito en el Diablo.

El farandul se levanta, liando el cigarro con aquella su navaja de cachas doradas, y apenas anda dos pasos se sienta sobre la arqueta del leñador. MIGUELÍN, con una sonrisa sesga y muy pálido, esconde el bolso entre la faja. Después, bizcando para mirar el tufo que le cae sobre la frente, estalla la lengua.

EL COMPADRE MIAU:

¡Maricuela! Si por buenas no arrías el bolso, te mando al corazón la navaja.

MIGUELÍN:

¿Qué fue de aquella mujer que iba en su compañía, Compadre?

EL COMPADRE MIAU:

Para su tierra caminando.

MIGUELÍN:

¿Muy largo camino?

EL COMPADRE MIAU:

¡Muy largo!

MIGUELÍN:

¿No será el fin del mundo?

EL COMPADRE MIAU:

La plaza de Ceuta.

MIGUELÍN:

Donde está el gran presidio.

EL COMPADRE MIAU:

Y la flor de España.

MIGUELÍN:

¿Conoce usted esa ribera?

EL COMPADRE MIAU:

Comadre Maricuela, de allá soy escapado. ¿Qué se ofrece?

MIGUELÍN:

¡Y mirando que tanto tiene corrido, no será mejor que renuncie a estos cuartos!

EL COMPADRE MIAU:

Maricuela, cambia la tocata. Aún estoy por reclamarte un recuerdo en el escalo de la Colegiata de Viana.

MIGUELÍN:

Si por sospechas fui a la cárcel, por estar sin culpa, a la calle me echaron.

EL COMPADRE MIAU:

¿Recuerda usted una ocasión en que estábamos con chanzas en la taberna del Camino Nuevo?

MIGUELÍN:

¡Coplas!

EL COMPADRE MIAU:

Coimbra le ha designado como de aquel negocio.

MIGUELÍN:

¡Coplas!

EL COMPADRE MIAU:

Coplas fueron, que escarbando al pie de la ventana por donde se hizo el robo, descubrió este arete. Recóbrelo usted, que es hermano del que lleva en la oreja, y repartamos ese dinero. Y si usted no quiere la prenda, iremos con ella a los Señores Guardias.

MIGUELÍN:

¡Cochinos ochavos! ¡Los aborrezco! ¡A pique estuvimos de reñir, compadre! Riña de enamorados.