Pobre Billy
Después de aquel suceso me quedé tan débil que caí de hinojos y al instante empecé a vomitar. Nunca me había encontrado tan mal en toda mi vida. Seguían dándome arcadas cuando ya no me salía nada más que bilis por la boca, y sentía las entrañas desgarradas y retorcidas.
Al final se me pasó y me puse en pie como pude. Pero aún tardé mucho rato en calmar mi respiración y en dejar de temblar de la cabeza a los pies. Sólo quería volver a casa del Espectro. Ya había hecho bastante por una noche, ¿no os parece?
Pero no podía abandonar porque el niño estaba en casa de Lizzie. Eso era lo que me decía el instinto: el niño era el cautivo de una bruja capaz de cometer un asesinato. No me quedaba otra opción. No había nadie más que yo, y si no acudía en su ayuda, ¿quién lo haría? Tenía que ir a casa de Lizzie la Huesuda.
Hacia el oeste se estaba formando una tormenta, una abultada franja de nubarrones negros que engullía las estrellas. Dentro de poco empezaría a llover, pero cuando inicié el camino de bajada hacia la casa, la luna seguía luciendo. No recordaba haber visto nunca una luna llena tan grande.
Mientras avanzaba, veía mi sombra alargada delante de mí. Observé cómo iba creciendo, y cuanto más me acercaba a la casa, más grande parecía, pero como llevaba puesta la capucha y sujetaba el cayado del Espectro con la mano izquierda, no parecía mi propia sombra. Seguía moviéndose delante de mí y al final se proyectó sobre la casa de Lizzie la Huesuda.
En ese momento miré hacia atrás, con la remota esperanza de ver al Espectro detrás de mí. Pero no había nadie; tan sólo era un efecto de la luz. Seguí caminando hasta que hube atravesado la cancela abierta del patio.
Me detuve a reflexionar delante de la puerta de entrada. ¿Y si no llegaba a tiempo, y el niño había muerto ya? ¿O qué pasaría si su desaparición no tenía nada que ver con Lizzie, y yo me estaba jugando el cuello para nada? Mi mente no paraba de dar vueltas, pero igual que había ocurrido en la ribera del río, mi cuerpo sabía lo que tenía que hacer. Y antes de que pudiera detenerla, mi mano izquierda golpeó tres veces en la puerta con el cayado.
Durante unos minutos sólo hubo silencio, pero después se oyó el sonido de unas pisadas. De repente vi luz por la rendija de la puerta.
Cuando se abrió, lentamente, di un paso hacia atrás. ¡Era Alice, menos mal! Aguantaba un farolillo a la altura de la cabeza, de forma que tenía la mitad del rostro iluminada y la otra mitad sumida en la oscuridad.
—¿Qué quieres? —preguntó en tono de disgusto.
—Ya sabes lo que quiero —repliqué—. He venido a por el niño. A por el niño que habéis raptado.
—No seas estúpido —siseó—. Márchate antes de que no haya solución. Han salido a ver a Madre Malkin y podrían volver en cualquier momento.
De repente un niño empezó a llorar: era un llanto débil que procedía de algún rincón de la casa. Aparté a Alice y entré.
Sólo había una vela titilante para dar luz en el estrecho pasillo, y las habitaciones propiamente dichas estaban oscuras. Era una vela poco corriente. Nunca había visto una de cera negra, pero de todos modos la cogí y me dejé guiar por lo que percibían mis oídos.
Llegué a la habitación de la que salía el llanto y abrí la puerta: no había ni un mueble, y el niño estaba tendido en el suelo, encima de un montón de paja y de harapos.
—¿Cómo te llamas? —pregunté, haciendo esfuerzos por sonreír. Apoyé el cayado en la pared y me acerqué.
El niño dejó de llorar y se puso en pie, tambaleándose y con los ojos abiertos como platos.
—No te preocupes. No tienes nada de qué asustarte —dije intentando que mi voz sonase lo más tranquilizadora posible—. Voy a llevarte a casa con tu mamá.
Dejé la vela en el suelo y cogí al niño en brazos. Olía igual de mal que el resto de la habitación, y estaba frío y húmedo. Lo tumbé sobre mi brazo derecho y lo envolví en mi capa lo mejor que pude.
De pronto el niño habló.
—Me llamo Tommy —dijo—. Me llamo Tommy.
—Muy bien, Tommy —repuse—, yo también me llamo Tommy. Ahora estás a salvo. Vamos a casa.
Tras esas palabras, recogí el cayado, salí al pasillo y crucé la puerta de entrada. Alice estaba en el patio, cerca de la cancela. El farolillo se había apagado, pero la luna seguía brillando y, al avanzar hacia la niña, su luz proyectó mi sombra sobre un lado del granero; una sombra gigante, diez veces más grande que yo.
Intenté pasar por delante de Alice, pero ella se interpuso en mi camino y me vi obligado a detenerme.
—¡No te metas en esto! —me advirtió. La voz le sonaba casi como un rugido y le brillaban los dientes, blancos y afilados, a la luz de la luna—. No es asunto tuyo.
No estaba de humor para perder el tiempo discutiendo, y cuando avance directamente hacia ella, no intentó detenerme. Se hizo a un lado para dejarme pasar y dijo a mi espalda:
—Eres un idiota. Devuelve el niño antes de que sea demasiado tarde. Irán a buscarte. Nunca escaparás.
No me molesté en contestar y ni siquiera miré hacia atrás. Crucé la cancela y empecé a subir por la colina.
Entonces se puso a llover con intensidad, y la lluvia me caía directamente en la cara. Era esa clase de lluvia que mi padre solía denominar «lluvia mojada». Por supuesto, toda la lluvia moja, pero parece que cierta forma de llover consigue calarte mejor y más deprisa. Esa lluvia era bien mojada, de manera que enfilé hacia la casa del Espectro lo más deprisa que pude.
Ni siquiera tenía la seguridad de que allí estaría a salvo. ¿Y si de verdad el Espectro había muerto? ¿Seguiría el boggart guardando la casa y el jardín?
Pero al poco tiempo tuve asuntos más importantes de los que preocuparme, pues empecé a notar que alguien me estaba siguiendo. La primera vez que me di cuenta, me detuve y agucé el oído, pero no se oía nada aparte del ulular del viento y de la lluvia que azotaba los árboles y la tierra. Tampoco podía ver gran cosa porque ahora todo estaba muy oscuro.
Así pues, proseguí la marcha, dando pasos aún más largos, con la esperanza de no haberme desviado de mi camino. En un momento dado me topé con un seto de brezo, tupido y alto, y tuve que dar un rodeo hasta que encontré un paso. Todo el rato sentía que el peligro que notaba detrás de mí se iba acercando cada vez más. Y cuando hube atravesado un bosquecillo, tuve la certeza de que había alguien que me seguía. Trepé por una loma y me detuve cerca de la cima para recuperar el aliento. La lluvia había amainado desde hacía unos minutos, me di la vuelta para mirar entre la oscuridad, hacia los árboles, y entonces oí el chasquido de unas ramitas al partirse. Alguien estaba atravesando el bosque muy deprisa hacia donde me encontraba, sin importarle dónde pisaba.
Al llegar a la cresta de la loma, eché la vista atrás otra vez. El primer relámpago iluminó el cielo y el paisaje de allí abajo, y vi dos figuras que salían del bosque y empezaban o subir por la ladera. Una de ellas era una mujer, la otra tenía forma de hombre, grande y fornido.
Cuando el trueno descargó, Tommy se echó a llorar.
—¡No me gustan los truenos! —gimió—. ¡No me gustan los truenos!
—Las tormentas no pueden hacerte ningún daño, Tommy —le dije, sabiendo que no era cierto. A mí también me asustaban. Uno de mis tíos había sido alcanzado por un rayo mientras trataba de guardar unas vacas, y había muerto poco después. Era peligroso estar a cielo abierto como nosotros estábamos en ese momento. Pero, aunque los rayos me aterraban, también podían sernos útiles porque me mostraban el camino, y cada resplandor de los relámpagos iluminaba la senda que me conduciría a la casa del Espectro.
Al poco tiempo mi respiración también se tornó un gemido en mi garganta, una mezcla de miedo y agotamiento, mientras me obligaba a mí mismo a caminar cada vez más deprisa, con la mera esperanza de que estaríamos a salvo en cuanto entrásemos en el jardín de mi maestro. Nadie podía entrar en su finca a no ser que fuese invitado. Me repetía esta idea para mis adentros una y otra vez porque era nuestra única oportunidad de salvarnos. Si llegábamos antes que ellos, el boggart nos protegería.
Divisé los árboles de la casa y el banco debajo de ellos. El jardín nos esperaba justo detrás. De repente resbalé en la hierba mojada. No nos hicimos daño, pero Tommy empezó a llorar aún más fuerte. Cuando conseguí levantarlo de nuevo, oí que alguien venía corriendo detrás de mí, con unas pisadas que retumbaban en la tierra.
Eché un vistazo hacia atrás, haciendo esfuerzos por recuperar el aliento. Fue un error. Mi perseguidor estaba a unos cinco o seis pasos por delante de Lizzie, y estaba a punto de atraparme. Se produjo otro relámpago y conseguí verle la mitad inferior del rostro: era como si tuviera cuernos que le salían a ambos lados de la boca, y corría bamboleando la cabeza. Recordé lo que había leído en la biblioteca del Espectro acerca de las mujeres muertas que habían encontrado con las costillas aplastadas… Si me cogía, Colmillo haría lo mismo conmigo.
Me quedé clavado al suelo durante un instante, pero el hombre empezó a mugir como un toro, y eso me incitó a seguir adelante casi corriendo. Si hubiera podido, habría salido disparado, pero llevaba en brazos a Tommy y estaba demasiado agotado, me pesaban las piernas y me costaba respirar. Me imaginé que en cualquier momento Colmillo me agarraría por detrás, pasé por delante del banco en el que el Espectro solía darme las clases y, por fin, llegué a los primeros árboles del jardín.
Pero ¿estaba a salvo? Si la respuesta era negativa, el niño y yo estaríamos acabados, porque de ningún modo podría impedir que Colmillo se abalanzase sobre nosotros antes de llegar a la casa. Dejé de correr y sólo conseguí dar unos pasitos antes de detenerme del todo, intentando recuperar el aliento.
Fue en ese momento cuando advertí que algo me rozaba las piernas. Miré hacia el suelo, pero estaba demasiado oscuro para ver nada. Primero noté la presión, luego oí un ronroneo, un sonido grave y atronador que hacía vibrar el suelo bajo mis pies. También noté que avanzaba delante de mí, en dirección al lindero de los árboles, y que se colocaba entre nosotros y los que nos venían siguiendo. Ya no se oía correr a nadie, pero sí escuché algo diferente.
Imaginaos el bufido furibundo de un gato macho multiplicado por cien. Era una mezcla de gruñido atronador y de alarido, que llenó el aire con un mensaje de advertencia amenazante, un sonido que habría podido oírse a kilómetros de distancia. Era el más aterrador y amenazador que había escuchado en mi vida, y entonces comprendí por qué los habitantes del pueblo no se acercaban nunca a la casa del Espectro. Aquel grito estaba cargado de muerte y quería decir: «Cruzad esta línea, y os arrancaré el corazón. Cruzad esta línea, y os destrozaré los huesos hasta dejarlos hechos papilla. Cruzad esta línea, y desearéis no haber nacido».
Así pues, de momento estábamos a salvo. Lizzie la Huesuda y Colmillo debían de estar bajando la colina a todo correr. Nadie sería tan estúpido para querer vérselas con el boggart del Espectro. No me extrañaba nada que me hubiesen necesitado a mí para darle los pasteles de sangre a Madre Malkin.
En la cocina nos esperaba una olla de sopa caliente y un fuego encendido. Envolví al pequeño Tommy con una manta gruesa y le di de comer un poco de sopa. Después bajé un par de almohadas y le preparé una cama cerca del fuego. Durmió como un tronco, mientras yo escuchaba cómo ululaba el viento y la lluvia golpeaba los cristales.
Fue una noche muy larga, pero entré en calor y me sentí a gusto y en paz en casa del Espectro, que era uno de los sitios más seguros del mundo. Ahora estaba convencido de que jamás podría entrar nada indeseado en el jardín y, mucho menos, cruzar el umbral. Allí estaba más a salvo que en un castillo de altas murallas y ancho foso. A partir de entonces consideré al boggart como mi amigo, un amigo de lo más poderoso.
Antes del mediodía llevé a Tommy al pueblo. Los hombres ya habían vuelto de la Cuerda Larga, y cuando entré en casa del carnicero, el abatido semblante del hombre se transformó y se iluminó con una amplia sonrisa en cuanto vio al niño. Le expliqué brevemente lo que había ocurrido, contándole sólo los detalles imprescindibles.
Cuando hube terminado el relato, el carnicero volvió adoptar una expresión de abatimiento.
—Hay que darles un escarmiento de una vez por todas —sentenció.
No me quedé mucho rato. Después de entregar a Tommy a su madre y de que ella me diese las gracias por decimoquinta vez, vi claramente lo que iba a pasar. A esas alturas ya se habían congregado unos treinta hombres del pueblo. Algunos llevaban garrotes y recias varas, y hablaban en murmullos, enojados, diciendo palabras como «apedrear y quemar».
Era evidente que había que hacer algo, pero yo no quería tomar parte en ninguna acción. A pesar de lo que había ocurrido, no podía soportar la idea de que hiciesen daño a Alice, así que me fui a dar un paseo por las colinas rocosas, durante una hora aproximadamente, para aclarar mis ideas. Después regresé a casa del Espectro caminando con parsimonia. Había decidido sentarme un rato en el banco a disfrutar del sol de la tarde, pero me encontré con que había alguien esperándome.
Era el Espectro. ¡Después de todo, estaba vivo! Hasta entonces había evitado pensar en lo que iba a hacer yo. Es decir, ¿hasta cuándo me habría quedado en casa de mi maestro, antes de convencerme de que no iba a regresar nunca? Pero ahora todo estaba arreglado, porque allí estaba él mirando más allá de los árboles, hacia un penacho de humo pardo que se elevaba al cielo… Estaban quemando la casa de Lizzie la Huesuda.
Cuando me aproximé al banco, me fijé en que el Espectro tenía un enorme cardenal de color morado en el ojo izquierdo. Se dio cuenta de que lo estaba observando y me dedico una sonrisa cansina.
—Nos ganamos numerosos enemigos con este oficio —dijo—, y a veces necesitas tener ojos en el cogote. A pesar de todo, las cosas no salieron demasiado mal, pues ahora tenemos un enemigo menos del que preocuparnos en la zona de Pendle. Toma asiento —me invitó, dando unas palmaditas en el banco, a su lado—. ¿Qué has estado haciendo estos días? Cuéntame, ¿qué hay de nuevo por aquí? Empieza por el principio y acaba por el final, sin comerte nada.
Y eso hice. Se lo conté todo. Cuando hube terminado, se puso en pie y me miró clavando sus ojos verdes en los míos.
—¡Ojalá hubiera sabido que Lizzie había vuelto! Cuando metí a Madre Malkin en la fosa, Lizzie se marchó un tanto apresuradamente, y no pensé que tuviera agallas para asomar la jeta otra vez. Deberías haberme dicho que habías conocido a esa niña porque se habría ahorrado muchos disgustos a todo el mundo. —Bajé la vista, incapaz de mirarle a los ojos—. ¿Qué ha sido lo peor que ha ocurrido? —me preguntó.
Me vino a la memoria el recuerdo, claro e imborrable, de la vieja bruja agarrándome la bota para intentar salir del agua, y me acordé también del grito que ella había dado mientras sujetaba el extremo del cayado del Espectro.
Cuando se lo dije, suspiró hondo.
—¿Estás seguro de que ha muerto? —preguntó.
—No respiraba —dije encogiéndome de hombros—. Y su cuerpo fue arrastrado hasta el centro del río, y las aguas se lo llevaron.
—Bueno, ha sido un mal trago, es cierto —afirmó—, y su recuerdo te acompañará el resto de tu existencia, pero tienes que aprender a vivir con él. Tuviste suerte al escoger el cayado más pequeño, porque es lo que al final te salvó. Ese cayado está hecho de serbal, que es la madera más eficaz de todas cuando se trata de pelear con brujas. En general, vencerte habría sido pan comido para una bruja tan vieja y tan fuerte como ella, pero estaba metida en el río. Te repito que tuviste suerte. De todos modos, lo has hecho muy bien para ser un aprendiz novato. Has demostrado valor, valor de verdad, y has salvado la vida de un niño. Pero has cometido otros dos errores graves.
Agaché la cabeza. Pensé que seguramente había cometido más de dos fallos, pero no pensaba discutírselo.
—Tu error más grave fue matar a esa bruja —dijo el Espectro—. Deberías haberla traído aquí otra vez, porque Madre Malkin es tan fuerte que podría incluso liberarse de sus propios huesos. Casi nunca sucede, pero puede pasar: su espíritu podría nacer en este mundo otra vez, sin dejarse ni uno solo de sus recuerdos. En ese caso, vendría a buscarte, muchacho, y querría venganza.
—Pero tardaría muchos años, ¿no? —pregunté—. Un recién nacido no es capaz de hacer nada. Primero tendría que crecer.
—Eso es lo peor de todo —repuso el Espectro—. Podría ocurrir antes de lo que te imaginas, pues tal vez el espíritu de Madre Malkin se apoderaría del cuerpo de otra persona y lo utilizaría como si fuese el suyo. Ese hecho se denomina «posesión» y es un mal asunto para todos los implicados. Cuando tiene lugar, nunca sabes cuándo ni de dónde vendrá el peligro.
»Podría poseer el cuerpo de una joven, una damisela de sonrisa embelesadora, que cautivaría tu corazón antes de quitarte la vida. O bien podría valerse de su belleza para someter a su antojo a un hombre poderoso y fuerte, a un caballero o a un juez, que te mandaría a una mazmorra donde quedarías a merced de la dama. Una vez más, el tiempo estará de su parte, y tal vez te atacaría cuando yo no esté aquí para ayudarte, quizá dentro de muchos años, o bien cuando ya no seas un espectro en plenas facultades y, por lo tanto, te falle la vista y tus articulaciones empiecen a anquilosarse.
»Pero existe otra clase de posesión que, en este caso, es la más probable… mucho más probable. Verás, muchacho, tener a una bruja viva metida en una fosa tiene sus complicaciones, sobre todo si se trata de una bruja tan poderosa que se ha pasado su larga vida practicando magia de sangre. Ella habrá comido gusanos y otros reptiles y habrá absorbido la humedad por la piel. Así pues, del mismo modo que un árbol puede petrificarse lentamente y convertirse en una roca, el cuerpo de esa bruja también habrá ido modificándose poco a poco. Es posible que al agarrarse al cayado de serbal se le parase el corazón, y eso la haya empujado a cruzar la frontera de la muerte, y al ser arrastrada por las aguas del río, se acelerase el proceso.
»En ese caso, todavía estará apresada en sus huesos, como la mayoría de las brujas malévolas, pero debido a su enorme fuerza, será capaz de trasladar su propio cadáver. Verás, muchacho: estará, como decimos nosotros, «infestada». Es una vieja expresión del condado que seguro que has oído mil veces. Quiero decir que, del mismo modo que una cabellera puede estar infestada de piojos, el cadáver de Madre Malkin está ahora infestado de su espíritu malvado. Estará bullendo como un cuenco repleto de gusanos, y se arrastrará, reptará o gateará hacia la víctima que haya escogido. En vez de estar duro como un árbol petrificado, su cadáver estará reblandecido y maleable y será capaz de colarse por el hueco más estrecho: se filtrará por la nariz o por el oído de alguien, y poseerá así el cuerpo del elegido.
»Sólo hay dos maneras de cerciorarse de que nunca regrese una bruja tan poderosa como Madre Malkin: la primera es quemarla, pero nadie debería sufrir un dolor tan horrible; la otra manera es demasiado horrenda para pensar siquiera en ella. Es un método del que muy pocos han oído hablar porque se practicó hace mucho tiempo, en una comarca lejana, al otro lado del mar. Según se recoge en los libros ancestrales de ese lugar, si te comes el corazón de una bruja, nunca podrá regresar. Pero, además, hay que comérselo crudo.
»Si aplicamos cualquiera de los dos métodos, no seremos mejores que la bruja a la que matamos —continuó el Espectro—. Ambos son una barbaridad. La única alternativa que nos queda es la fosa. También es una crueldad, pero lo hacemos para proteger a los inocentes, a aquellos que serían sus víctimas en el futuro. Bueno, muchacho, nos guste o no, ahora la bruja está libre. Sin duda nos esperan más problemas, pero de momento no podemos hacer gran cosa. Sólo estar en guardia.
—Por mí no se preocupe —dije—. Me las arreglaré como sea.
—Bien, será mejor que empieces por aprender a ser jefe de un boggart —replicó el Espectro, moviendo la cabeza con aire de tristeza—. Ése fue tu otro gran error. ¿Qué quiere decir que tendrá todos los domingos libres? ¡Eso es demasiado generoso por tu parte! En fin, ¿cómo lo arreglamos? —preguntó al tiempo que señalaba una fina humareda que aún podía divisarse hacia el sudeste.
Me encogí de hombros.
—Supongo que en estos momentos todo habrá terminado ya —dije—. Había muchos campesinos enfurecidos y hablaban de apedrear a los malhechores.
—¿Que todo habrá terminado ya? No te creas, muchacho. Una bruja como Lizzie tiene mejor sentido del olfato que un perro de caza. Es capaz de olerse las cosas antes de que ocurran y debe de haberse marchado mucho antes de que llegaran los hombres. Habrá huido a Pendle, donde vive casi toda la prole. Deberíamos ir a por ella ahora mismo, pero he estado de viaje muchos días y estoy demasiado cansado, me duele todo el cuerpo y necesito reponer fuerzas. Aunque tampoco podemos dejar libre a Lizzie durante demasiado tiempo, o empezará a hacer de las suyas. Tendré que ir a buscarla antes de que termine esta semana, y tú vendrás conmigo. Ya puedes ir haciéndote a la idea porque no será fácil. Pero lo primero es lo primero, sígueme…
Me di cuenta de que cojeaba ligeramente y caminaba más despacio de lo habitual. Sea lo que fuere lo que había ocurrido en Pendle, él también había tenido que pagar un precio. Me condujo hasta la casa, subimos a la biblioteca y nos detuvimos junto a los estantes del fondo, los que quedaban cerca de la ventana.
—Me gusta guardar mis libros en la biblioteca —afirmó—, y me gusta que ésta vaya creciendo, en vez de que mengüe. Pero debido a lo que ha sucedido, voy a hacer una excepción. —Alargó el brazo hasta el estante superior, cogió un libro y me lo tendió—. Te hace más falta a ti que a mí —dijo—. Mucho más que a mí.
No era un libro muy grande, sino un poco más pequeño que mi cuaderno. Como casi todos los libros del Espectro, estaba encuadernado en cuero y tenía el título impreso tanto en la tapa como en el lomo. Decía: Posesión: los malditos, los mareados y los desesperados.
—¿Qué significa el título? —pregunté.
—Lo que dice, muchacho. Exactamente lo que dice. Lee el libro y lo entenderás.
Cuando abrí el libro, me llevé una desilusión. Absolutamente todas las palabras de cada página estaban escritas en latín, y yo no sabía leer latín.
—Estúdialo bien y llévalo siempre contigo —me aconsejó el Espectro—. Es la obra cumbre. —Debió de ver la cara de contrariedad que puse porque sonrió y señaló el libro—. Cuando digo cumbre, quiero decir que hasta ahora es el mejor libro que se ha escrito sobre la posesión, pero es un tema muy difícil; además, lo ha escrito un joven que aún tiene mucho que aprender. Por lo tanto no es la última palabra sobre este tema; quedan un montón de cosas por descubrir. Ábrelo por el final.
Hice lo que me indicaba y vi que las últimas diez páginas, aproximadamente, estaban en blanco.
—Si descubres algo nuevo, no tienes más que anotarlo ahí. Todo ayuda, hasta la información más nimia. Y no te preocupes por que esté en latín. Empezaré a darte clase en cuanto hayamos comido.
Bajamos a tomar la comida de la tarde, tan bien cocinada que era casi perfecta. Cuando hube tragado el último bocado, algo se movió debajo de la mesa y empezó a frotarse contra mis piernas. De repente oí el ronroneo, que fue sonando cada vez más fuerte hasta que al final todos los platos y las fuentes del aparador empezaron a entrechocar.
—No me extraña que esté contento —comentó el Espectro moviendo la cabeza—. ¡Un día libre al año habría estado más cerca de lo admisible! Pero en fin, no es para preocuparse, no ha pasado nada y la vida sigue su rumbo. Coge el cuaderno, muchacho. Hoy nos espera una clase muy larga.
Seguí al Espectro por el sendero en dirección al banco, donde descorché el frasco de tinta, mojé la pluma y me dispuse a tomar apuntes.
—Una vez superan la prueba de Horshaw —empezó a decir el Espectro, que se puso a andar cojeando de un lado a otro frente al banco—, intento que mis aprendices vayan acostumbrándose al trabajo de la manera más suave posible. Pero ahora que te las has visto cara a cara con una bruja, ya sabes lo difícil y peligroso que puede ser este trabajo, y creo que estás preparado para enterarte de lo que le ocurrió a mi último aprendiz. Tiene que ver con los boggarts, que es el tema que estábamos estudiando, y te servirá para aprender más. Busca una hoja en blanco y escribe esto como título…
Hice lo que me dijo y anoté: «Cómo apresar a un boggart». A continuación, mientras el Espectro me contaba la historia, fui tomando apuntes, haciendo esfuerzos como siempre para no perder el hilo.
Como bien sabía, apresar a un boggart implicaba cumplir una serie de arduas tareas, que el Espectro denominó «preparación». En primer lugar, había que cavar una fosa lo más cerca posible de las raíces de un árbol grande y adulto. Después de todo lo que el Espectro me había hecho cavar, me sorprendió escuchar que rara vez los espectros cavan ellos mismos las fosas. Era un trabajo que sólo hacían cuando se trataba de una emergencia, pero normalmente se ocupaban de ello un par de albañiles.
En segundo lugar, había que contratar a un mampostero para que cortase un bloque grueso de piedra con el que tapar la fosa, como si se tratase de una lápida. Era muy importante que la piedra estuviese cortada con total precisión, para sellar bien el hueco. Después de revestir el filo inferior de la piedra y el interior de la fosa con la mezcla de hierro, sal y pegamento fuerte, llegaba el momento de meter al boggart sin causar daños.
Esto último no era demasiado difícil. La sangre o la leche, o bien una combinación de ambas sustancias, siempre daba resultado. Lo que de verdad resultaba difícil era colocar la piedra en su posición mientras el boggart comía. El éxito de la operación dependía de la calidad de la ayuda a la que recurrías.
Lo mejor era tener cerca al mampostero mientras un par de albañiles manejaban las cadenas, que eran controladas desde una torreta de madera colocada sobre la fosa, de tal modo que pudiese bajarse la piedra rápidamente y sin grandes problemas.
Ése fue el error que cometió Billy Bradley. El suceso tuvo lugar a finales del invierno. Hacía muy mal tiempo, y como Billy tenía prisa por volver a la cama y estar calentito, no prestó la debida atención a todos los detalles.
Recurrió a unos obreros del pueblo que nunca habían realizado esa clase de trabajo. El mampostero se había ido a cenar con la promesa de regresar al cabo de una hora, pero Billy estaba impaciente y no podía esperar. Metió al boggart en la fosa sin demasiado esfuerzo, pero la losa de piedra empezó a causarle dificultades. Hacía una noche muy húmeda, y la losa resbaló y le atrapó la mano izquierda.
La cadena se atascó y no pudieron levantar la piedra. Mientras los obreros luchaban por moverla, y aprovechando que uno de ellos fue a buscar al mampostero, el boggart, enfurecido por verse apresado bajo la piedra, empezó a ensañarse con los dedos de Billy. Resulta que era uno de los boggarts más peligrosos de todos, pues pertenecía a la clase denominada «destripadores» que, normalmente, sólo se alimenta de ganado, aunque a éste le gustaba también el sabor de la sangre humana.
Cuando levantaron la piedra, había pasado casi media hora, y el mal ya estaba hecho: el boggart le había arrancado los dedos a mordiscos, hasta la segunda falange, y se había dedicado a chuparle la sangre. Al principio Billy había gritado de dolor, pero al final ya sólo gemía. Cuando por fin liberaron su mano, sólo le quedaba el pulgar. Poco después murió de espanto y también debido a la pérdida de sangre.
—Fue un suceso trágico —dijo el Espectro—. En la actualidad está enterrado bajo el seto, a la salida del cementerio de Layton. Y es que todo el que se dedica a este oficio no puede reposar en tierra consagrada. Este suceso ocurrió hace exactamente un año, y si Billy hubiese sobrevivido, ahora mismo yo no estaría hablando contigo, porque él seguiría siendo mi aprendiz. Pobre Billy, era un buen muchacho y no se merecía ese final, pero éste es un trabajo peligroso y si no se hace bien…
El Espectro me miró con ojos tristes y se encogió de hombros.
—Aprende la lección, muchacho. Necesitamos valor y paciencia, pero sobre todo nunca hay que tener prisa. Usamos el cerebro, reflexionamos con cuidado, y entonces hacemos lo que haya que hacer. En el transcurso normal de los acontecimientos, jamás mando solo a un aprendiz hasta que ha pasado su primer año de formación. A no ser, claro está —añadió con una leve sonrisa—, que él mismo tome las riendas de la situación. Aun así, tengo que estar seguro de que está preparado. Pero lo primero es lo primero —terminó—. Y ahora ha llegado el momento de iniciar tu primera clase de latín…